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Camilo Cienfuegos

“¡Hermanos, la Revolución está hecha!””


La Habana, discurso pronunciado en el antiguo Palacio Presidencial,
el 26 de octubre de 1959.

Frente al balcón del antiguo Palacio Presidencial, Camilo hablaba a la multitud de cubanos para
denunciar la serie de bombardeos que propinaban a La Habana, aviones provenientes de los
Estados Unidos, y que se habían intensificado desde el 10 de octubre de 1959 hasta el 26 de ese
mes, día en que pronuncia su discurso.

Pueblo de Cuba:

Tan alta y firme como la Sierra Maestra es hoy la vergüenza la dignidad y el valor del pueblo de
Cuba en esta monstruosa concentración frente a este Palacio, hoy revolucionario, del pueblo de
Cuba.
Tan alto como el pico invencible del Turquino es hoy y será siempre el apoyo de este pueblo
cubano a la revolución que se hizo para este pueblo cubano.
Se demuestra esta tarde que no importan las traiciones arteras y cobardes que puedan hacer a este
pueblo y a esta revolución; que no importa que vengan aviones mercenarios tripulados por
criminales de guerra y amparados por intereses poderosos del gobierno norteamericano, porque aquí
porque aquí hay un pueblo que no se deja confundir por los traidores, que hay un pueblo que no le
teme a la aviación mercenaria, como no le temieron las tropas rebeldes cuando avanzaban a la
ofensiva, a los aviones de la dictadura.
Porque este acto monstruoso confirma la fe inquebrantable del pueblo cubano en este gobierno,
porque sabemos que este pueblo cubano no se dejará confundir por las campañas hechas por los
enemigos de la revolución; porque el pueblo de Cuba sabe que por cada traidor que surja, se harán
nuevas leyes revolucionarias en favor del pueblo, porque el pueblo cubano sabe que por cada traidor
que surja, habrá mil soldados rebeldes que estén dispuestos a morir defendiendo la libertad y la
soberanía que conquistó este pueblo.
Porque vemos los cartelones y oímos las voces de este pueblo valiente que dice: “¡Adelante,
Fidel, Cuba está contigo!”.
Y hoy el Ejército Rebelde, los hombres que cayeron en las montañas, los hombres que no se
venden a intereses, que no se atemorizan le dicen: “¡Adelante, Fidel! ¡el Ejército Rebelde está
contigo!”.
Esta manifestación de pueblo, estos obreros, estos campesinos, estos estudiantes que hoy vienen a
este Palacio, nos dan las energías suficientes para seguir con la Reforma Agraria, y no se detendrá
ante nada ni nadie. Porque hoy se demuestra que lo mismo que supieron morir vente mil cubanos

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por lograr esta libertad y esta soberanía, hay un pueblo entero dispuesto a morir si es necesario por
no vivir de rodillas.
Para detener esta revolución cubanísima, tiene que morir un pueblo entero y si eso llegara a pasar,
serían una realidad los versos de Bonifacio Byrne:
“Si deshecha en menudos pedazos
se llega a ver mi bandera algún día, /
nuestros muertos, alzando los brazos,
la sabrán defender todavía”.
Que no importan todos los traidores, que no importan todos los enemigos de la revolución; que no
importan los intereses que traten de confundir a un pueblo que no se va a dejar confundir, porque
este pueblo cubano sabe que por esta revolución murieron veinte mil cubano para terminar con los
abusos, para terminar con las canalladas, para terminar con el hambre, para terminar con toda la
agonía que vivió a República de Cuba por más de cincuenta años.
Y que no piensen los enemigos de la revolución que nos vamos a detener, que no piensen los
enemigos de la revolución que este pueblo se va a detener, que no piensen los que envían los
aviones, que no piensen aquellos que tripulan los aviones que vamos a ponernos de rodillas y que
vamos a inclinar nuestra frente.
De rodillas nos pondremos una vez, y una vez, inclinaremos nuestras frente y será el día que
lleguemos a la tierra cubana que guarda veinte mil cubanos, para decirles: “¡Hermanos, la
Revolución está hecha, vuestra sangre no salió en vano!”.

Cienfuegos, Camilo. Discursos, William Gálvez


(Sel.), [1ra. Edición]. La Habana: Editorial de
Ciencias Sociales, 1979.

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José Martí
“Pinos Nuevos”
Tampa, discurso en el Liceo Cubano,
el 27 de noviembre de 1891.

Este discurso fue dado por José Martí en el Liceo Cubano en Tampa el 27 de noviembre de
1891 en conmemoración del 27 de Noviembre de 1871, del fusilamiento de los estudiantes
de medicina. El señor Francisco M. Gonzáles lo tomó taquigráficamente y pasaría a ser
conocido como “Los Pinos Nuevos”.

Cubanos:
Todo convida esta noche al silencio respetuoso más que a las palabras: las tumbas tienen
por lenguaje las flores de resurrección que nacen sobre las sepulturas: ni lágrimas pasajeras
ni himnos de oficio son tributo propio a los que con la luz de su muerte señalaron a la
piedad humana soñolienta el imperio de la abominación y la codicia. Esas orlas son de
respeto, no de muerte; esas banderas están a media asta, no los corazones. Pido luto a mi
pensamiento para las frases breves que se esperan esta noche del viajero que viene a estas
palabras de improviso, después de un día atareado de creación: y el pensamiento se me
niega al luto. No siento hoy como ayer romper coléricas al pie de esta tribuna, coléricas y
dolorosas, las olas de la mar que trae de nuestra tierra la agonía y la ira, ni es llanto lo que
oigo, ni manos suplicantes las que veo, ni cabezas caídas las que escuchan, sino cabezas
altas! y afuera de esas puertas repletas, viene la ola de un pueblo que marcha. ¡Así el sol,
después de la sombra de la noche, levanta por el horizonte puro su copa de oro!
Otros lamenten la muerte necesaria: yo creo en ella como la almohada, y la levadura, y el
triunfo de la vida. La mañana después de la tormenta, por la cuenca del árbol desraigado
echa la tierra fuente de frescura, y es más alegre el verde de los árboles, y el aire está como
lleno de banderas, y el cielo es un dosel de gloria azul, y se inundan los pechos de los
hombres de una titánica alegría. Allá, por sobre los depósitos de la muerte, aletea, como
redimiéndose, y se pierde por lo alto de los aires, la luz que surge invicta de la
podredumbre. La amapola más roja y más leve crece sobre las tumbas desatendidas. El
árbol que da mejor fruta es el que tiene debajo un muerto. Otros lamenten la muerte
hermosa y útil, por donde la patria saneada rescató su complicidad involuntaria con el
crimen, por donde se cría aquel fuego purísimo e invisible en que se acendran para la virtud

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y se templan para el porvenir las almas fieles. Del semillero de las tumbas levántase
impalpable, como los vahos del amanecer, la virtud inmortal, orea la tierra tímida, azota los
rostros viles, empapa el aire, entra triunfante en los corazones de los vivos: la muerte da
jefes, la muerte da lecciones y ejemplos, la muerte nos lleva el dedo por sobre el libro de la
vida: ¡así, de esos enlaces continuos invisibles, se va tejiendo el alma de la patria!
La palabra viril no se complace en descripciones espantosas; ni se ha de abrumar al
arrepentido por fustigar al malvado; ni ha de convertirse la tumba del mártir en parche de
pelea; ni se ha de decir, aún en la ciega hermosura de las batallas, lo que mueve las almas
de los hombres a la fiereza y al rencor. ¡Ni es de cubanos, ni lo será jamás, meterse en la
sangre hasta la cintura, y avivar con un haz de niños muertos, los crímenes del mundo: ni es
de cubanos vivir, como el chacal en la jaula, dándole vueltas al odio! Lo que anhelamos es
decir aquí con qué amor entrañable, un amor como purificado y angélico, queremos a
aquellas criaturas que el decoro levantó de un rayo hasta la sublimidad, y cayeron, por la
ley del sacrificio, para publicar al mundo indiferente aun a nuestro clamor, la justicia
absoluta con que se irguió la tierra contra sus dueños: lo que queremos es saludar con
inefable gratitud, como misterioso símbolo de la pujanza patria, del oculto y seguro poder
del alma criolla, a los que, a la primer voz de la muerte, subieron sonriendo, del apego y
cobardía de la vida común, al heroísmo ejemplar.
¿Quién, quién era el primero en la procesión del sacrificio, cuando el tambor de muerte
redoblaba, y se oía el olear de los sollozos, y bajaban la cabeza los asesinos; quien era el
primero, con una sonrisa de paz en los labios, y el paso firme, y casi alegre, y todo él como
ceñido ya de luz? Chispeaba por los corredores de las aulas un criollo dadivoso y fino, el
bozo en flor y el pájaro en el alma, ensortijada la mano, como una joya el pie, gusto todo y
regalo y carruaje, sin una arruga en el ligero pensamiento: ¡y el que marchaba a paso firme
a la cabeza de la procesión, era el niño travieso y casquivano de las aulas felices, el de la
mano de sortijas y el pie como una joya! ¿Y el otro, el taciturno, el que tenían sus
compañeros por mozo de poco empuje y de avisos escasos? ¡Con superior beldad se le
animó el rostro caído, con soberbio poder se le levantó el ánimo patrio, con abrazos firmes
apretó, al salir a la muerte, a sus amigos, y con la mano serena les enjugó las lágrimas!
¡Así, en los alzamientos por venir, del pecho más oscuro saldrá, a triunfar, la gloria! ¡Así,
del valor oculto, crecerán los ejércitos de mañana! ¡Así, con la ocasión sublime, los
indiferentes y culpables de hoy, los vanos y descuidados de hoy, competirán en fuego con
los más valerosos! El niño de diez y seis años iba delante, sonriendo, ceñido como de luz,
volviendo atrás la cabeza, por si alguien se le acobardaba...
Y ¿recordaré el presidio inicuo, con la galera espantable de vicios contribuyentes, tanto
por cada villanía, a los pargos y valdepeñas de la mesa venenosa del general; con los viejos
acuchillados por pura diversión, los viejos que dieron al país trece hombres fuertes, para
que no fuese en balde el paseo de las cintas de hule y de sus fáciles amigas; con los
presidiarios moribundos, volteados sobre la tierra, a ver si revivían, a punta de sable; con el
castigo de la yaya feroz, al compás de la banda de bronce, para que no se oyesen por sobre
los muros de piedra los alaridos del preso despedazado? ¡Pues éstos son de otros horrores
más crueles, y más tristes y más inútiles, y más de temer que los de andar descalzo! ¿O
recordaré la madrugada fría, cuando de pie, como fantasmas justificadores, en el silencio de
Madrid dormido, a la puerta de los palacios y bajo la cruz de las iglesias, clavaron los
estudiantes sobrevivientes el padrón de vergüenza nacional, el recuerdo del crimen que la
ciudad leyó espantada? ¿O un día recordaré, un día de verano madrileño, cuando al calce de
un hombre seco y lívido, de barba y alma ralas, muy cruzado y muy saludado y muy

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pomposo, iba un niño febril, sujeto apenas por brazos más potentes, gritando al horrible
codicioso: "¡Infame, infame!" ¡Recordaré al magnánimo español, huésped querido de todos
nuestros hogares, laureado aquí en efigie junto con el heroico vindicador, que en los dientes
de la misma muerte, prefiriendo al premio del cómplice la pobreza del justo, negó su
espada al asesinato! Dicen que sufre, comido de pesar en el rincón donde apenas puede
consolarlo de la cólera del vencedor pudiente, el cariño de los vencidos miserables. ¡Sean
para el buen español, cubanas agradecidas, nuestras flores piadosas!
Y después ¡ya no hay más, en cuanto a tierra, que aquellas cuatro osamentas que dormían,
de Sur a Norte, sobre las otras cuatro que dormían de Norte a Sur: no hay más que un
gemelo de camisa, junto a una mano seca: no hay más que un montón de huesos abrazados
en el fondo de un cajón de plomo! ¡Nunca olvidará Cuba, ni los que sepan de heroicidad
olvidarán, al que con mano augusta detuvo, frente a todos los riesgos, el sarcófago intacto,
que fue para la patria manantial de sangre; al que bajó a la tierra con sus manos de amor, y
en acerba hora de aquellas que juntan de súbito al hombre con la eternidad, palpó la muerte
helada, bañó de llanto terrible los cráneos de sus compañeros! El sol lucía en el cielo
cuando sacó en sus brazos, de la fosa, los huesos venerados: ¡jamás cesará de caer el sol
sobre el sublime vengador sin ira!
¡Cesen ya, puesto que por ellos es la patria más pura y hermosa, las lamentaciones que
sólo han de acompañar a los muertos inútiles! Los pueblos viven de la levadura heroica. El
mucho heroísmo ha de sanear el mucho crimen. Donde se fue muy vil, se ha de ser muy
grande. Por lo invisible de la vida corren magníficas leyes. Para sacudir al mundo, con el
horror extremo de la inhumanidad y la codicia que agobian a su patria, murieron, con la
poesía de la niñez y el candor de la inocencia, a manos de la inhumanidad y la codicia. Para
levantar con la razón de su prueba irrecusable el ánima medrosa de los que dudan del
arranque y virtud de un pueblo en apariencia indiferente y frívolo, salieron riendo del aula
descuidada, o pensando en la novia y el pie breve, y entraron a paso firme, sin quebrantos
de rodilla ni temblores de brazos, en la muerte bárbara. Para unir en concordia, por el
respeto que impone en unos el remordimiento y la piedad que moverán en otros los
arrepentidos, las dos poblaciones que han de llegar por fatalidad inevitable a un acuerdo en
la justicia o a un exterminio violento, se alzó el vengador con alma de perdón, y aseguró,
por la moderación de su triunfo, su obra de justicia. ¡Mañana, como hoy en el destierro, irán
a poner flores en la tierra libre, ante el monumento del perdón, los hermanos de los
asesinados, y los que, poniendo el honor sobre el accidente del país, no quieren llamarse
hermanos de los asesinos!
Cantemos hoy, ante la tumba inolvidable, el himno de la vida. Ayer lo oí a la misma
tierra, cuando venía, por la tarde hosca, a este pueblo fiel. Era el paisaje húmedo y
negruzco; corría turbulento el arroyo cenagoso; las cañas, pocas y mustias, no mecían su
verdor quejosamente, como aquellas queridas por donde piden redención los que las
fecundaron con su muerte, sino se entraban, ásperas e hirsutas, como puñales extranjeros,
por el corazón: y en lo alto de las nubes desgarradas, un pino, desafiando la tempestad,
erguía entero, su copa. Rompió de pronto el sol sobre un claro del bosque, y allí, al
centelleo de la luz súbita, vi por sobre la yerba amarillenta erguirse, en torno al tronco
negro de los pinos caídos, los racimos gozosos de los pinos nuevos: ¡Eso somos nosotros:
pinos nuevos!

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Martí, José. “Pinos nuevos”. En Discursos.
Prol. Juan Marinello. (La Habana: Ciencias
Sociales, 1974),159-163.

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Fidel Castro
“Un modelo de revolucionario”
La Habana, palabras en la Plaza de la Revolución,
el 18 de octubre de 1967.

Discurso pronunciado por el Comandante Fidel Castro Ruz, Primer Secretario del Comité
Central del Partido Comunista de Cuba y Primer Ministro del Gobierno Revolucionario,
en la velada solemne en memoria del Comandante Ernesto Che Guevara, en la plaza de la
revolución, el 18 de octubre de 1967.

Compañeras y compañeros revolucionarios:

No es fácil conjugar en una persona todas las virtudes que se conjugaban en él. No es
fácil que una persona de manera espontánea sea capaz de desarrollar una personalidad
como la suya. Diría que es de esos tipos de hombres difíciles de igualar y prácticamente
imposibles de superar. Pero diremos también que hombres como él son capaces, con su
ejemplo, de ayudar a que surjan hombres como él.
Es que en Che no solo admiramos al guerrero, al hombre capaz de grandes proezas. Y lo
que él hizo, y lo que él estaba haciendo, ese hecho en sí mismo de enfrentarse solo con un
puñado de hombres a todo un ejército oligárquico, instruido por los asesores yankis
suministrados por el imperialismo yanki, apoyado por las oligarquías de todos los países
vecinos, ese hecho en sí mismo constituye una proeza extraordinaria.
Y si se busca en las páginas de la historia, no se encontrará posiblemente ningún caso en
que alguien con un número tan reducido de hombres haya emprendido una tarea de más
envergadura, en que alguien con un número tan reducido de hombres haya emprendido la
lucha contra fuerzas tan considerables. Esa prueba de confianza en sí mismo, esa prueba de
confianza en los pueblos, esa prueba de fe en la capacidad de los hombres para el combate,
podrá buscarse en las páginas de la historia y, sin embargo, no podrá encontrarse nada
semejante.
Y cayó.
Los enemigos creen haber derrotado sus ideas, haber derrotado su concepción guerrillera,
haber derrotado sus puntos de vista sobre la lucha revolucionaria armada. Y lo que
lograron fue, con un golpe de suerte, eliminar su vida física; lo que pudieron fue lograr las
ventajas accidentales que en la guerra puede alcanzar un enemigo. Y ese golpe de suerte,
ese golpe de fortuna no sabemos hasta qué grado ayudado por esa característica a que nos

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referíamos antes de agresividad excesiva, de desprecio absoluto por el peligro, en un
combate como tantos combates.
Como ocurrió también en nuestra Guerra de Independencia. En un combate en Dos Ríos
mataron al Apóstol de nuestra independencia. En un combate en Punta Brava mataron a
Antonio Maceo, veterano de cientos de combates. En similares combates murieron
infinidad de jefes, infinidad de patriotas de nuestra guerra independentista. Y, sin embargo,
eso no fue la derrota de la causa cubana.
La muerte del Che —como decíamos hace unos días— es un golpe duro, es un golpe
tremendo para el movimiento revolucionario, en cuanto le priva sin duda de ninguna clase
de su jefe más experimentado y capaz.
Pero se equivocan los que cantan victoria. Se equivocan los que creen que su muerte es la
derrota de sus ideas, la derrota de sus tácticas, la derrota de sus concepciones guerrilleras, la
derrota de sus tesis. Porque aquel hombre que cayó como hombre mortal, como hombre
que se exponía muchas veces a las balas, como militar, como jefe, es mil veces más capaz
que aquellos que con un golpe de suerte lo mataron.
Sin embargo, ¿cómo tienen los revolucionarios que afrontar ese golpe adverso? ¿Cómo
tienen que afrontar esa pérdida? ¿Cuál sería la opinión del Che si tuviese que emitir un
juicio sobre este particular? Esa opinión la dijo, esa opinión la expresó con toda claridad,
cuando escribió en su mensaje a la conferencia de solidaridad de los pueblos de Asia,
Africa y América Latina que si en cualquier parte le sorprendía la muerte, bienvenida fuera
siempre que ese, su grito de guerra, haya llegado hasta un oído receptivo, y otra mano se
extienda para empuñar el arma.
Y ese, su grito de guerra, llegará no a un oído receptivo, ¡llegará a millones de oídos
receptivos! Y no una mano, sino que ¡millones de manos, inspiradas en su ejemplo, se
extenderán para empuñar las armas!
Nuevos jefes surgirán. Y los hombres, los oídos receptivos y las manos que se extiendan,
necesitarán jefes que surgirán de las filas del pueblo, como han surgido los jefes en todas
las revoluciones.
No contarán esas manos con un jefe ya de la experiencia extraordinaria, de la enorme
capacidad del Che. Esos jefes se formarán en el proceso de la lucha, esos jefes surgirán del
seno de los millones de oídos receptivos, de las millones de manos que, más tarde o más
temprano, se extenderán para empuñar las armas.
No es que consideremos que en el orden práctico de la lucha revolucionaria su muerte
haya de tener una inmediata repercusión, que en el orden práctico del desarrollo de la lucha
su muerte pueda tener una repercusión inmediata. Pero es que el Che, cuando empuñó de
nuevo las armas, no estaba pensando en una victoria inmediata, no estaba pensando en un
triunfo rápido frente a las fuerzas de las oligarquías y del imperialismo. Su mente de
combatiente experimentado estaba preparada para una lucha prolongada de 5, de 10, de 15,
de 20 años si fuera necesario. ¡El estaba dispuesto a luchar cinco, diez, quince, veinte años,
toda la vida si fuese necesario!
Y es con esa perspectiva en el tiempo en que su muerte, en que su ejemplo —que es lo
que debemos decir—, tendrá una repercusión tremenda, tendrá una fuerza invencible.
Su capacidad como jefe y su experiencia en vano tratan de negarlas quienes se aferran al
golpe de fortuna. Che era un jefe militar extraordinariamente capaz. Pero cuando nosotros
recordamos al Che, cuando nosotros pensamos en el Che, no estamos pensando
fundamentalmente en sus virtudes militares. ¡No! La guerra es un medio y no un fin, la
guerra es un instrumento de los revolucionarios. ¡Lo importante es la revolución, lo

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importante es la causa revolucionaria, las ideas revolucionarias, los objetivos
revolucionarios, los sentimientos revolucionarios, las virtudes revolucionarias!
Y es en ese campo, en el campo de las ideas, en el campo de los sentimientos, en el
campo de las virtudes revolucionarias, en el campo de la inteligencia, aparte de sus virtudes
militares, donde nosotros sentimos la tremenda pérdida que para el movimiento
revolucionario ha significado su muerte.
Porque Che reunía, en su extraordinaria personalidad, virtudes que rara vez aparecen
juntas. El descolló como hombre de acción insuperable, pero Che no solo era un hombre de
acción insuperable: Che era un hombre de pensamiento profundo, de inteligencia
visionaria, un hombre de profunda cultura. Es decir que reunía en su persona al hombre de
ideas y al hombre de acción.
Pero no es que reuniera esa doble característica de ser hombre de ideas, y de ideas
profundas, la de ser hombre de acción, sino que Che reunía como revolucionario las
virtudes que pueden definirse como la más cabal expresión de las virtudes de un
revolucionario: hombre íntegro a carta cabal, hombre de honradez suprema, de sinceridad
absoluta, hombre de vida estoica y espartana, hombre a quien prácticamente en su conducta
no se le puede encontrar una sola mancha. Constituyó por sus virtudes lo que puede
llamarse un verdadero modelo de revolucionario.
Suele, a la hora de la muerte de los hombres, hacerse discursos, suele destacarse virtudes,
pero pocas veces como en esta ocasión se puede decir con más justicia, con más exactitud
de un hombre lo que decimos del Che: ¡Que constituyó un verdadero ejemplo de virtudes
revolucionarias!
Pero además añadía otra cualidad, que no es una cualidad del intelecto, que no es una
cualidad de la voluntad, que no es una cualidad derivada de la experiencia, de la lucha, sino
una cualidad del corazón, ¡porque era un hombre extraordinariamente humano,
extraordinariamente sensible!
Por eso decimos, cuando pensamos en su vida, cuando pensamos en su conducta, que
constituyó el caso singular de un hombre rarísimo en cuanto fue capaz de conjugar en su
personalidad no sólo las características de hombre de acción, sino también de hombre de
pensamiento, de hombre de inmaculadas virtudes revolucionarias y de extraordinaria
sensibilidad humana, unidas a un carácter de hierro, a una voluntad de acero, a una
tenacidad indomable.
Y por eso les ha legado a las generaciones futuras no sólo su experiencia, sus
conocimientos como soldado destacado, sino que a la vez las obras de su inteligencia.
Escribía con la virtuosidad de un clásico de la lengua. Sus narraciones de la guerra son
insuperables. La profundidad de su pensamiento es impresionante. Nunca escribió sobre
nada absolutamente que no lo hiciese con extraordinaria seriedad, con extraordinaria
profundidad; y algunos de sus escritos no dudamos de que pasarán a la posteridad como
documentos clásicos del pensamiento revolucionario. Y así, como fruto de esa inteligencia
vigorosa y profunda, nos dejó infinidad de recuerdos, infinidad de relatos que, sin su
trabajo, sin su esfuerzo, habrían podido tal vez olvidarse para siempre.
Trabajador infatigable, en los años que estuvo al servicio de nuestra patria no conoció un
solo día de descanso. Fueron muchas las responsabilidades que se le asignaron: como
Presidente del Banco Nacional, como Director de la Junta de Planificación, como Ministro
de Industrias, como Comandante de regiones militares, como Jefe de delegaciones de tipo
político, o de tipo económico, o de tipo fraternal.

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Su inteligencia multifacética era capaz de emprender, con el máximo de seguridad,
cualquier tarea en cualquier orden, en cualquier sentido. Y así, representó de manera
brillante a nuestra patria en numerosas conferencias internacionales, de la misma manera
que dirigió brillantemente a los soldados en el combate, de la misma manera que fue un
modelo de trabajador al frente de cualesquiera de las instituciones que se le asignaron, ¡ y
para él no hubo días de descanso, para él no hubo horas de descanso !. Y si mirábamos para
las ventanas de sus oficinas, permanecían las luces encendidas hasta altas horas de la noche,
estudiando, o mejor dicho, trabajando o estudiando. Porque era un estudioso de todos los
problemas, era un lector infatigable. Su sed de abarcar conocimientos humanos era
prácticamente insaciable, y las horas que le arrebataba al sueño, las dedicaba al estudio.
Los días reglamentarios de descanso los dedicaba al trabajo voluntario. Fue él el
inspirador y el máximo impulsor de ese trabajo que hoy es actividad de cientos de miles de
personas en todo el país, el impulsor de esa actividad que cada día cobra en las masas de
nuestro pueblo mayor fuerza.
Y como revolucionario, como revolucionario comunista, verdaderamente comunista,
tenía una infinita fe en los valores morales, tenía una infinita fe en la conciencia de los
hombres. Y debemos decir que en su concepción vio con absoluta claridad en los resortes
morales la palanca fundamental de la construcción del comunismo en la sociedad humana.
Muchas cosas pensó, desarrolló y escribió. Y hay algo que debe decirse un día como hoy,
y es que los escritos del Che, el pensamiento político y revolucionario del Che, tendrán un
valor permanente en el proceso revolucionario cubano y en el proceso revolucionario en
América Latina. Y no dudamos que el valor de sus ideas, de sus ideas tanto como hombre
de acción, como hombre de pensamiento, como hombre de acrisoladas virtudes morales,
como hombre de insuperable sensibilidad humana, como hombre de conducta intachable,
tienen y tendrán un valor universal.
Nos dejó su pensamiento revolucionario, nos dejó sus virtudes revolucionarias, nos dejó
su carácter, su voluntad, su tenacidad, su espíritu de trabajo. En una palabra, ¡nos dejó su
ejemplo! ¡Y el ejemplo del Che debe ser un modelo para nuestro pueblo, el ejemplo del
Che debe ser el modelo ideal para nuestro pueblo!
Si queremos expresar cómo aspiramos que sean nuestros combatientes revolucionarios,
nuestros militantes, nuestros hombres, debemos decir sin vacilación de ninguna índole:
¡que sean como el Che! Si queremos expresar cómo queremos que sean los hombres de las
futuras generaciones, debemos decir: ¡que sean como el Che! Si queremos decir cómo
deseamos que se eduquen nuestros niños, debemos decir sin vacilación: ¡queremos que se
eduquen en el espíritu del Che! Si queremos un modelo de hombre, un modelo de hombre
que pertenece al futuro, ¡de corazón digo que ese modelo sin una sola mancha en su
conducta, sin una sola mancha en su actitud, sin una sola mancha en su actuación, ese
modelo es el Che! Si queremos expresar cómo deseamos que sean nuestros hijos, debemos
decir con todo el corazón de vehementes revolucionarios: ¡Queremos que sean como el
Che!

Castro, Fidel. Habla Fidel: 25 discursos en la Revolución, Pedro


Álvarez (Prol.), [1ra. Edición]. La Habana: Oficina de Publicaciones
del Consejo de Estado, 2008, 257-271.

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Ernesto “Che” Guevara
“Discurso en la ONU”
Nueva York, discurso pronunciado en la Asamblea de las Naciones Unidas,
el 11 de Diciembre de 1964.

El 11 de diciembre de 1964, Ernesto "Che" Guevara, presidió la delegación de Cuba y


pronunció un célebre discurso en la sede la Organización de las Naciones Unidas donde
abogó por la paz y la independencia de los pueblos, especialmente por el respeto a la
soberanía de Cuba, atacada por el imperialismo norteamericano. Sorprendió a los
miembros de la Asamblea, quienes no estaban acostumbrados a su tipo de alocución.

Señor Presidente, Señores Delegados:


La Conferencia considera que el mantenimiento por los Estados Unidos de América de
una base militar en Guantánamo (Cuba), contra la voluntad del Gobierno y del pueblo de
Cuba, y contra las disposiciones de la Declaración de la Conferencia de Belgrado,
constituye una violación de la soberanía y de la integridad territorial de Cuba.
La Conferencia, considerando que el Gobierno de Cuba se declara dispuesto a resolver su
litigio con el Gobierno de los Estados Unidos de América acerca de la base de Guantánamo
en condiciones de igualdad, pide encarecidamente al Gobierno de los Estados Unidos que
entable negociaciones con el Gobierno de Cuba para evacuar esa base.»
El gobierno de los Estados Unidos no ha respondido a esa instancia de la Conferencia de
El Cairo y pretende mantener indefinidamente ocupado por la fuerza un pedazo de nuestro
territorio, desde el cual lleva a cabo agresiones como las detalladas anteriormente.
La Organización de Estados Americanos, también llamada por los pueblos Ministerio de
las Colonias norteamericanas, nos condenó «enérgicamente», aun cuando ya antes nos
había excluido de su seno, ordenando a los países miembros que rompieran relaciones
diplomáticas y comerciales con Cuba. La OEA autorizó la agresión a nuestro país, en
cualquier momento, con cualquier pretexto, violando las más elementales leyes
internacionales e ignorando por completo a la Organización de las Naciones Unidas.
A aquella medida se opusieron con sus votos los países de Uruguay, Bolivia, Chile y
México; y se opuso a cumplir la sanción, una vez aprobada, el gobierno de los Estados
Unidos Mexicanos; desde entonces no tenemos relaciones con países latinoamericanos
salvo con aquel Estado, cumpliéndose así una de las etapas previas de la agresión directa
del imperialismo.

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Queremos aclarar, una vez más, que nuestra preocupación por Latinoamérica está basada
en los lazos que nos unen: la lengua que hablamos, la cultura que sustentamos, el amor
común que tuvimos. Que no nos anima otra causa para desear la liberación de
Latinoamérica del yugo colonial norteamericano. Si alguno de los países latinoamericanos
aquí presentes decidiera restablecer relaciones con Cuba, estaríamos dispuestos a hacerlo
sobre bases de igualdad y no con el criterio de que es una dádiva a nuestro gobierno el
reconocimiento como país libre del mundo, porque ese reconocimiento lo obtuvimos con
nuestra sangre en los días de la lucha de liberación, lo adquirimos con sangre en la defensa
de nuestras playas frente a la invasión yanqui.
Aun cuando nosotros rechazamos que se nos pretenda atribuir ingerencias en los asuntos
internos de otros países, no podemos negar nuestra simpatía hacia los pueblos que luchan
por su liberación y debemos cumplir con la obligación de nuestro gobierno y nuestro
pueblo de expresar contundentemente al mundo que apoyamos moralmente y nos
solidarizamos con los pueblos que luchan en cualquier parte del mundo para hacer realidad
los derechos de soberanía plena proclamados en la Carta de las Naciones Unidas.
Los Estados Unidos sí intervienen; lo han hecho históricamente en América. Cuba conoce
desde fines del siglo pasado esta verdad, pero la conocen también Colombia, Venezuela,
Nicaragua y la América Central en general, México, Haití, Santo Domingo.
En años recientes, además de nuestro pueblo, conocen de la agresión directa Panamá,
donde los «marines» del Canal tiraron a mansalva sobre el pueblo inerme; Santo Domingo,
cuyas costas fueron violadas por la flota yanqui para evitar el estallido de la justa ira
popular, luego del asesinato de Trujillo; y Colombia, cuya capital fue tomada por asalto a
raíz de la rebelión provocada por el asesinato de Gaitán.
Se producen intervenciones solapadas por intermedio de las misiones militares que
participan en la represión interna, organizando las fuerzas destinadas a ese fin en buen
número de países, y también en todos los golpes de estado, llamados «gorilazos», que
tantas veces se repitieron en el continente americano durante los últimos tiempos.
Concretamente, intervienen fuerzas de los Estados Unidos en la represión de los pueblos
de Venezuela, Colombia y Guatemala que luchan con las armas por su libertad. En el
primero de los países nombrados, no sólo asesoran al ejército y a la policía, sino que
también dirigen los genocidios efectuados desde el aire contra la población campesina de
amplias regiones insurgentes y, las compañías yanquis instaladas allí, hacen presiones de
todo tipo para aumentar la injerencia directa.
Los imperialistas se preparan a reprimir a los pueblos americanos y están formando la
internacional del crimen. Los Estados Unidos intervienen en América invocando la defensa
de las instituciones libres. Llegará el día en que esta Asamblea adquiera aún más madurez y
le demande al gobierno norteamericano garantías para la vida de la población negra y
latinoamericana que vive en este país, norteamericanos de origen o adopción, la mayoría de
ellos. ¿Cómo puede constituirse en gendarme de la libertad quien asesina a sus propios
hijos y los discrimina diariamente por el color de la piel, quien deja en libertad a los
asesinos de los negros, los protege, además, y castiga a la población negra por exigir el
respeto a sus legítimos derechos de hombres libres?
Comprendemos que hoy la Asamblea no está en condiciones de demandar explicaciones
sobre hechos, pero debe quedar claramente sentado que el gobierno de los Estados Unidos
no es gendarme de la libertad, sino perpetuador de la explotación y la opresión contra los
pueblos del mundo y contra buena parte de su propio pueblo.

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Al lenguaje anfibológico con que algunos delegados han dibujado el caso de Cuba y la
OEA nosotros contestamos con palabras contundentes y proclamamos que los pueblos de
América cobrarán a los gobiernos entreguistas su traición.
Cuba, señores delegados, libre y soberana, sin cadenas que la aten a nadie, sin inversiones
extranjeras en su territorio, sin procónsules que orienten su política, puede hablar con la
frente alta en esta Asamblea y demostrar la justeza de la frase con que la bautizaran:
«Territorio Libre de América.»
Nuestro ejemplo fructificará en el Continente como lo hace ya, en cierta medida en
Guatemala, Colombia y Venezuela.
No hay enemigo pequeño ni fuerza desdeñable, porque ya no hay pueblos aislados. Como
establece la Segunda Declaración de La Habana: «Ningún pueblo de América Latina es
débil, porque forma parte de una familia de doscientos millones de hermanos que padecen
las mismas miserias, albergan los mismos sentimientos, tienen el mismo enemigo, sueñan
todos un mismo mejor destino y cuentan con la solidaridad de todos los hombres y mujeres
honrados del mundo.
Esta epopeya que tenemos delante la van a escribir las masas hambrientas de indios, de
campesinos sin tierra, de obreros explotados; la van a escribir las masas progresistas, los
intelectuales honestos y brillantes que tanto abundan en nuestras sufridas tierras de América
Latina. Lucha en masas y de ideas, epopeya que llevarán adelante nuestros pueblos
maltratados y despreciados por el imperialismo, nuestros pueblos desconocidos hasta hoy,
que ya empiezan a quitarle el sueño. Nos consideraban rebaño impotente y sumiso y ya se
empieza a asustar de ese rebaño, rebaño gigante de doscientos millones de latinoamericanos
en los que advierte ya sus sepultureros el capital monopolista yanqui.
La hora de su reivindicación, la hora que ella misma se ha elegido, la vienen señalando
con precisión también de un extremo a otro del Continente. Ahora esta masa anónima, esta
América de color, sombría, taciturna, que canta en todo el Continente con una misma
tristeza y desengaño, ahora esta masa es la que empieza a entrar definitivamente en su
propia historia, la empieza a escribir con su sangre, la empieza a sufrir y a morir, porque
ahora los campos y las montañas de América, por las faldas de sus sierras, por sus llanuras
y sus selvas, entre la soledad o el tráfico de las ciudades, en las costas de los grandes
océanos y ríos, se empieza a estremecer este mundo lleno de corazones con los puños
calientes de deseos de morir por lo suyo, de conquistar sus derechos casi quinientos años
burlados por unos y por otros. Ahora sí la historia tendrá que contar con los pobres de
América, con los explotados y vilipendiados, que han decidido empezar a escribir ellos
mismos, para siempre, su historia. Ya se los ve por los caminos un día y otro, a pie, en
marchas sin término de cientos de kilómetros, para llegar hasta los «olimpos» gobernantes a
recabar sus derechos. Ya se les ve, armados de piedras, de palos, de machetes, en un lado y
otro, cada día, ocupando las tierras, afincando sus garfios en las tierras que les pertenecen y
defendiéndolas con sus vidas; se les ve, llevando sus cartelones, sus banderas, sus
consignas; haciéndolas correr en el viento, por entre las montañas o a lo largo de los llanos.
Y esa ola de estremecido rencor, de justicia reclamada, de derecho pisoteado, que se
empieza a levantar por entre las tierras de Latinoamérica, esa ola ya no parará más. Esa ola
irá creciendo cada día que pase. Porque esa ola la forman los más, los mayoritarios en todos
los aspectos, los que acumulan con su trabajo las riquezas, crean los valores, hacen andar
las ruedas de la historia y que ahora despiertan del largo sueño embrutecedor a que los
sometieron.

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Porque esta gran humanidad ha dicho «¡Basta!» y ha echado a andar. Y su marcha, de
gigantes, ya no se detendrá hasta conquistar la verdadera independencia, por la que ya han
muerto más de una vez inútilmente. Ahora, en todo caso, los que mueran, morirán como los
de Cuba, los de Playa Girón, morirán por su única, verdadera e irrenunciable
independencia.»
Todo eso, Señores Delegados, esta disposición nueva de un continente, de América, está
plasmada y resumida en el grito que, día a día, nuestras masas proclaman como expresión
irrefutable de su decisión de lucha, paralizando la mano armada del invasor. Proclama que
cuenta con la comprensión y el apoyo de todos los pueblos del mundo y especialmente, del
campo socialista, encabezado por la Unión Soviética.
Esa proclama es: Patria o muerte.

Guevara, Ernesto. “Discurso en la Asamblea General de las Naciones


Unidas”. En Escritos y discursos, Tomo 9, (La Habana: Ciencias Sociales,
1977), 304-306.

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