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Patrimonio histórico-artístico y gestión de bienes culturales

TEMA 1. Definición del concepto de Patrimonio Histórico-Artístico y medidas


protectoras

1. Estudio del capítulo 1 del manual básico de la asignatura.


2. Lecturas comprensivas de algún texto de la bibliografía de ampliación.
3. Consulta y lecturas de los textos, capítulos y artículos del primer bloque
(Pensamiento y teoría: formación y evolución del concepto de Patrimonio)
que se encuentran en la plataforma o página web de la asignatura.

TEMA 1. EL PATRIMONIO HISTÓRICO-ARTÍSTICO Y SU PROTECCIÓN

Introducción

1. La Antigüedad y la Edad Media

2. La Edad Moderna
2.1 El caso español: el modelo de la Corona en el inicio del Patrimonio
2.2 El siglo XVIII

3. El siglo XIX
3.1 Reales Cédulas y Decretos
3.2 Las Comisiones Provinciales de Monumentos Histórico-Artísticos.
3.3 Los inventarios de Monumentos Histórico-Artísticos.
3.4 La declaración de Monumento Nacional.

Introducción

Desde los tiempos más remotos el hombre ha tenido interés por preservar los
objetos que ha creado, interés que ha tenido motivaciones diferentes (belleza, riqueza
del material, devoción, admiración…) y cambiantes a lo largo de la historia. Aunque
el aprecio a esos bienes se remonta a las primeras civilizaciones, no será hasta los
albores de la Edad Moderna cuando comience realmente la historia del Patrimonio
Histórico-Artístico. Es en el Renacimiento cuando se configura como un corpus, un
conjunto de bienes portador de nuestra memoria. Además del aprecio aparece la
necesidad de una especial tutela, de una protección. Es por lo que los s. XVI y XVII
adquieren un gran protagonismo en la historia del Patrimonio y que aumentará con la
Ilustración. Se define el concepto de Patrimonio Histórico-Artístico.
El s. supone una verdadera aceleración del proceso teórico en torno al concepto de
Patrimonio y una superación de los límites que abarcaba. El conjunto de lo que integra
el Patrimonio se amplía progresivamente y se incluyen bienes con cualidades muy
diversas. Las dos guerras mundiales y la destrucción que ocasionaron favoreció el
debate sobre la protección del Patrimonio Histórico-Artístico, un concepto que pasará
a formar parte, como una categoría más, de los Bienes Culturales, en lo que hoy se
conoce como Patrimonio Cultural.
Ya que para proteger se necesita saber lo que se posee, desde la Edad Moderna
se inicia el inventario de bienes y la investigación para definir los objetivos, que
acabarán traduciéndose en una legislación y en órganos administrativos que pongan
en práctica y tramiten las medidas decretadas.

1. La Antigüedad y la Edad Media


Desde los tiempos más remotos el hombre ha desarrollado su capacidad artística.
Ciertamente esas creaciones han llegado hasta nuestros días más por el azar de los
tiempos que por el deseo de su permanencia, si bien es posible advertir que a lo largo
de la historia ciertos bienes han gozado de un aprecio especial que ha favorecido su
acumulación y conservación. Un aprecio que casi siempre ha estado ligado al ámbito
religioso.
Los ejemplos que se pueden señalar como prioritarios están en relación con los
tesoros de los templos, en los que se depositaban todo tipo de objetos como ofrendas
a la divinidad. Estos objetos reunían riqueza material y cualidades artísticas
excepcionales. Se trata de piezas transportables (bienes muebles) que reclamaban
una medidas especiales de custodia del recinto, lugares que pasan a ser bienes
inmuebles, monumentos, dando lugar a las tipologías arquitectónicas.
La arquitectura religiosa y funeraria en el Mundo Antiguo tuvo un papel esencial en
los orígenes de la historia del Patrimonio. Ejemplos son la máscara mortuoria de
Agamenón (Micenas) o la estatua crisoelefantina de Atenea (Grecia clásica), ambas
de gran factura y ricos materiales.
Existe un gusto por coleccionar cerámicas, pinturas, esculturas, etc., procedentes
de botines de guerra, expolio o adquiridas en el mercado, que junto a objetos
preciosos y bellos de otras culturas, entran a formar parte del ajuar de las casas
patricias romanas como muestra de refinamiento. Las piezas artísticas adornan las
vías públicas y edificios emblemáticos. En la Grecia clásica se encuentra el origen del
deseo de conservar los bienes heredados y que continuará la civilización romana. Por
tanto, en el mundo clásico se encuentra el origen del querer conservar, principalmente
bienes muebles y objetos de uso con una belleza formal y una riqueza material, como
muestra del respeto y la admiración por otras culturas o bien como muestra de poder,
prestigio y refinamiento.
De esto deducimos los dos aspectos que hay que considerar en la historia del
Patrimonio: el valor de lo material o de la apariencia física y el mensaje o significado
contenido que nos transmite.
Se sabe el gran aprecio por el arte y la arquitectura en Grecia pero poco sabemos
de las medidas adoptadas para la preservación de esos bienes. En cuanto a Roma,
el gusto por el coleccionismo de piezas de arte griego fue en sí mismo un medio de
conservación. Ese coleccionismo permitió la pervivencia de muchas piezas hasta
nuestros días. Por otro lado, dio ocasión a la realización de copias y su puesta en el
mercado del arte. Eran común las copias romanas, pero su demanda favoreció “el
falso histórico”. Señalar que el concepto de Patrimonio Histórico como lo entendemos
hoy no existía en el mundo clásico.
También se puede señalar como intención de preservación las labores de registro
e inventario realizadas en los templos, de aquellas obras que los fieles depositaban,
o la realizada por los censores de los bienes públicos, así como la de los objetos
artísticos de las colecciones privadas.
Con la invasión de los pueblos bárbaros, la cultura romana quedaba relegada a los
monasterios cristianos. En estos núcleos de población se conjugan el viejo mundo
pagano y la naciente religión, por lo que la tradición clásica no desaparece sino que
pervive reinterpretada en los monumentos y obras. De todas formas el periodo es tan
amplio que hay que diferenciar entre los siglos iniciales de la Alta Edad Media, poco
propicios a la creación artística y la Baja Edad Media, donde el fervor religioso
favoreció mantener o emprender nuevas construcciones religiosas que fomentaron el
peregrinaje.
En los primeros siglos (siglos V-IX), tiempo de invasión y devastación, se utilizaron
los edificios preexistentes o se aprovecharon sus materiales para los de nueva planta
por cuestión económica y religiosa (así afirmaba el papa Gregorio I el Magno a finales
del s. VI: “no destruyáis los templos de los pueblos conquistados, únicamente retirar
los ídolos paganos, rociadlos con agua bendita y montad los altares con las reliquias”).
Gracias a esta reutilización de los bienes arquitectónicos se impedía su destrucción.
Son los pequeños objetos transportables, como armas o joyas, los que predominan
en la Alta Edad Media, como la orfebrería visigoda o las cruces votivas, los
manuscritos y las miniaturas prerrománicas. Bienes muebles cuya permanencia en el
tiempo se explica por el valor simbólico adquirido y su depósito en los tesoros o
custodia en los monasterios, como la Cruz de los Ángeles, de la Cámara Santa en
Oviedo.
Los Bienes que hasta ahora configuran el Patrimonio medieval son objetos donados
como agradecimiento por el favor recibido. En la riqueza de sus materiales, su arte o
su rareza reside la estimación de los Bienes muebles. La iglesia es la encargada de
la protección de ese Patrimonio depositado en lugar sagrado.
La peregrinación a los Santos Lugares para venerar las reliquias permitió admirar
expresiones artísticas diferentes, como las arquitecturas de Bizancio o las artes
islámicas. Se produjo entre Oriente y Occidente un intercambio de influencias y a
Europa se traen múltiples Bienes desde Oriente, por expolio o por el comercio (piedras
y metales preciosos, relicarios, esmalte…). La rica orfebrería permite el traslado de
las reliquias allá donde el culto las reclame. Este escenario permite pensar que los
bienes muebles y las piezas de los denominados artes menores fueron los impulsores
del desarrollo de la arquitectura, pues las iglesias y monasterios deben adaptar sus
espacios originarios a las necesidades de acogida de los peregrinos, que acuden a
rendir culto a las reliquias, a las liturgias, la beneficencia o la educación. Es decir, la
arquitectura adquiere en los tiempos bajomedievales el mismo interés que los
pequeños objetos por lo que el estudio de los Bienes que conforman el Patrimonio en
la Edad Media también incluye el Patrimonio inmobiliario.
Las construcciones románicas y góticas serán el soporte de vidrieras, esculturas,
relieves, pinturas, retablos, etc. Los Bienes artísticos se convierten en medios para
la alabanza a Dios y componen un rico conjunto de Bienes que en el transcurso del
tiempo se valorará de muy diferente manera.
Además de los creadores de esas obras, existe, en la península ibérica, la figura del
alarife o persona encargada del cuidado y mantenimiento de los edificios de la ciudad.
Es una institución o cargo recogido en las Ordenanzas de las distintas ciudades
reconquistadas que se mantiene hasta el s. XVIII, aunque la intención era la de
mantener la salubridad, el orden y el ornato en obediencia a lo dictaminado por el rey
más que a su propia permanencia.
La conservación de las arquitecturas religiosas corresponde a la Iglesia y cuenta
con talleres propios de artesanos, pero cabe mencionar la existencia en los Cabildos
de unos cargos específicos responsables de las fábricas tanto del cuidado y
salvaguarda de las existentes como de la dirección de nuevas obras. Los maestros
ejecutan los programas artísticos facilitados por los clérigos. Existen dos figuras que
son las que participan en el planteamiento y desarrollo del trabajo artístico: el que da
forma y el que proporciona el contenido.
Por ello, en el Medievo es frecuente recurrir, como medida de conservación de los
Bienes, a los cambios de significado. La imagen debe trasmitir un mensaje evangélico
que el fiel debe aprender. Sin embargo, estas transformaciones dificultan hoy día la
interpretación de muchas imágenes o escenas representadas.

2. La Edad Moderna
El punto crucial en la historia del Patrimonio, como en muchas otras ramas del saber,
sobreviene cuando en Italia los humanistas del Quattrocento ven la arquitectura y las
obras de arte romanas como el testimonio de un pasado glorioso a revivir, relegando
al olvido la etapa medieval.
Se establece de nuevo la sede del Papado en Roma. El papa Martin V desea
rescatar su antiguo esplendor, asociándolo al dominio de la religión católica. El viaje
a Roma y la lectura de Los diez libros de Arquitectura de Vitrubio, entre otros, son
referencias de la construcción del nuevo lenguaje artístico. Esta obra se toma como
referencia fundamental de la que surgen los modelos del clasicismo. Mediante la unión
de lo que se aprende en los tratados antiguos junto a la contemplación de las ruinas
romanas se reinterpreta el pasado y se renueva para el futuro.
Buscando esta renovación del lenguaje se publican diversos tratados sobre pintura,
escultura y arquitectura. No se pretende imitar sino superar lo antiguo.
Los artistas se fijan en ese pasado, pero también los mecenas, que comienzan a
crear colecciones como las de los Médici en Florencia o el Studiolo de Federico de
Montefeltro en Urbino. El papa Nicolás V, destacado protector de las artes, encarga
a Alberti el mapa topográfico de Roma para iniciar la restauración de la ciudad. Pío II
quiere que la ciudad de Roma conserve el esplendor de sus edificios y expresa que
“hay que conservar iglesias, basílicas y otros lugares santos, pero también los edificios
de la Antigüedad”, (distingue entre edificios de la antigüedad y basílicas e iglesias) y
promulga una bula en 1462 que prohíbe su destrucción e impone multas para quienes
la incumplieran. También Sixto IV publica el primer Edicto que trata la exportación de
obras.
Pero para recuperar el prestigio de la Roma antigua hay que conocer y estudiar lo
que se posee, bien para conservarlo o bien como modelo para crear una nueva
propuesta. Esta disyuntiva inicia la categoría de Monumento, portador de un mensaje,
nombre sólo utilizado para referirse a los edificios de la antigüedad. En el Edicto de
Pio II se puede ver la distinción entre estas dos categorías de edificios.
Los Bienes artísticos del pasado conviven con los del presente. El Patrimonio se
enriquece desde el Renacimiento para la posteridad. Su preservación descansa en
las medidas adoptadas por sus dueños (los papas, Médici, Sforza, Gonzaga, etc.).
Estos actúan mediante Bulas y Edictos para su conservación, incluso con sanciones
si se incumplen sus mandatos. Sin embargo, lo contradictorio es que mientras se
procura cuidar los Bienes de la ciudad, se permite la utilización de los edificios
antiguos como canteras pues el objetivo era la transformación de la ciudad.
En resumen, hasta la Edad Moderna, no existe una conciencia de Patrimonio
Histórico-Artístico, los Bienes se han conservado mientras han mantenido su función
o por guarecerse en iglesias y monasterios. A partir de este momento se contempla
la conservación intencionada del Patrimonio heredado y se advierten nuevas
dificultades: ¿qué pasado y qué formas artísticas se preservan para la posterioridad?.
Pregunta fundamental en la historia del Patrimonio Histórico-Artístico que se
resolverá de forma distinta en el futuro dependiendo de las aspiraciones e intereses
de cada época.
A los hombres del Quattrocento principalmente les interesó la Antigüedad romana,
a los románticos les interesó el Medievo… Y es que el gusto y la moda de cada periodo
histórico son los que han determinado la selección de los Bienes a conservar, por lo
que se puede decir que los Bienes considerados como Patrimonio responden a una
selección subjetiva determinada por el aprecio estético y principalmente por la función
asignada al arte.
La función y la estima de la obra de arte emanan de pautas económicas, religiosas,
políticas, etc., propias de cada etapa histórica, por lo tanto van variando en el tiempo
y es por lo que los principios proteccionistas han dado lugar a dictámenes diferentes,
a veces, incluso contrapuestos y discordantes.
Réau usa la expresión “vandalismo bien intencionado”, dentro de la cual recaerían
acciones como la sustitución de una iglesia románica en una ciudad por otra gótica y
esta sucesivamente por otras renacentistas, barrocas o neoclásicas, dependiendo del
sentir religioso, estético o funcional del lugar y la época, algo de lo que ni siquiera
estamos exentos de que suceda en la actualidad, pues existen muchos casos
similares.

2.1 El caso español: el modelo de la Corona en el inicio del Patrimonio

La historia de la configuración del Patrimonio histórico-artístico es muy semejante


para los distintos reinos y estados de la Edad Moderna, de modo que podemos tomar
el modelo de la Casa de Austria, cuyos reyes son muy favorecedores del arte y los
artistas.
Hay que señalar dos aspectos de esta época que contribuyen a explicar el desarrollo
del concepto de Patrimonio y a entender la riqueza del Patrimonio histórico-artístico
español:
1.- la inclinación artística y el hábito coleccionista de los reyes
2.- su derecho de propiedad sobre los Bienes.
El coleccionismo está en el origen de ese querer guardar para la posteridad. como
muestra del anhelo humano por el objeto artístico, pero también es, y especialmente
en el caso de la Corona, una muestra de poder y prestigio, que se pone de relieve en
el siglo XV.
La Monarquía ostenta el dominio sobre la totalidad del patrimonio del Estado.
Indicando los distintos modos de dominio del Rey sobre los bienes, se desvela el
motivo por el que el Patrimonio artístico de la corona se afianza y sigue aumentando
hasta las leyes del siglo XIX, que al haberse instaurado la monarquía constitucional,
según las nuevas leyes los Bienes pasarán al Estado, constituyendo el actual
Patrimonio Histórico Español.
Durante el Antiguo Régimen los reyes tienen potestad sobre una inmensa masa
patrimonial dividida en diferentes categorías, aunque teóricamente porque los límites
del dominio de estos patrimonios se mezclan de forma confusa entre los Bienes de la
Corona y los de la Nación. Por eso los Austrias, para evitar la dispersión de las piezas
de sus colecciones y de los bienes muebles de sus palacios van a dotar a estos
Bienes de unas determinadas cualidades: no son embargables, son indivisibles,
son inalienables. Por lo que se incorporan, a modo de mayorazgo, a la Corona. Esta
es la razón que ha favorecido la génesis de un rico Patrimonio y su conservación en
el tiempo, hasta el s. XIX, cuando el Estado es el soberano y le corresponde velar por
sus Bienes. Es decir, el inicio del Patrimonio Histórico-Artístico se forma en torno al
Rey, y la Corona, porque aprecian el arte y porque los bienes les pertenecen.
La creación de la Junta de Obras y Bosques, en tiempos de Carlos V, responde
al deseo de la Corona por cuidar de sus posesiones. Es un organismo autónomo que
sólo depende del rey. Depende de ella la selección de los artífices y su propuesta al
rey. La Junta permanece hasta mediados del siglo XVIII, se suprime por Cédula
emitida por Carlos III en 1768.
El análisis de los testamentos de los reyes, desde el de Isabel la Católica, permite
conocer los Bienes que se consideran dignos de formar parte del Patrimonio y
merecen protegerse. Carlos V puntualizaba en el suyo “que no salieren del poder del
sucesor las alhajas y demás parte preciosa del mobiliario de los Palacios”,
mencionando concretamente a “piedras preciosas, joyas de valor, tapicería rica y
otras cosas que se hallaren en nuestros bienes muebles”. Sabemos por tanto que no
sólo era el valor económico y artístico lo que importaba, sino también el simbólico
(objetos asociados con lazos familiares), por lo que se deseaba que esos bienes no
fueran enajenados tras su muerte. Pero no siempre se advierte esta claridad,
precisamente por la imprecisión de los límites entre los patrimonios.
La selección artística del momento permite establecer las preferencias del gusto de
los reyes. En las colecciones de la reina Isabel, gran amante de las artes y espléndida
mecenas, predomina lo religioso, y también tuvo un gran número de piedras preciosas
y objetos curiosos. También compró manuscritos con pinturas, cuadros y telas
bordadas. El de su hija Juana también aludirá a objetos de oro, plata, pedrería,
tapices, piezas litúrgicas, vestidos, etc.
Carlos V dio especial importancia a los objetos procedentes de América como el
Tesoro de Moctezuma, por su exotismo y porque le sirvieron para mostrar la increíble
grandeza de sus dominios; mientras que Felipe II fue uno de los más entusiastas
amantes de las artes y su mejor protector, por lo que encargó obras a los mejores
artistas del momento, italianos y flamencos. Además, incluye en sus colecciones
armas, libros, mapas, antigüedades, esculturas, etc.
Ya en el siglo XVII, Felipe III animará igualmente su mecenazgo pictórico. Destaca
su gusto por los relicarios, las imágenes de devoción y las de caza.
Felipe IV reincidió en la vinculación de diversas obras a la Corona, advirtiendo el
carácter ecléctico de las colecciones de los Austrias, así como su moderno gusto al
comprar y exponer las pinturas en sus palacios. Y hasta Carlos II mostrará interés por
sus posesiones, destacando los Bienes inmuebles, a las que ha incorporado “obras y
adornos”.
No sólo serán los monarcas los que atesorarán Bienes, sino que también lo hará la
alta nobleza y el clero. A pesar de todo es evidente que durante el Antiguo Régimen
la capacidad de posesión de Bienes se circunscribe a una élite y su conservación
depende de una decisión personal tanto referida a la selección como a las medidas
tomadas.

2.2 Siglo XVIII

En el siglo XVIII, el siglo de la Ilustración, el papel del Estado se fortalece, cuya


representación la ostenta el monarca. El despotismo ilustrado, originario de Francia,
se impone en España con los Borbones, quienes continúan, respecto al Patrimonio
histórico-artístico, la misma línea de engrandecimiento que sus antecesores e incluso
protegen con más énfasis los Bienes del Patrimonio, pues para las monarquías
absolutas el arte adquiere una función especial, tanto como signo visible de su poder
como por servir de medio para fomentar el conocimiento.
Los austeros palacios de los Austrias sufren remodelaciones con la idea de
acercarlos al refinamiento de la Corte francesa (Aranjuez, la Granja, el Pardo o el
Alcázar). Para impulsar la cultura y el aprecio de las Artes, se funda la Real Academia
de Bellas Artes de San Fernando, por decisión de Felipe V, en 1752 (en este siglo
con un marcado perfil teórico, pero en el XIX mucho más práctico). Depositaria del
saber y el buen gusto estético, su principal función es la de dar esplendor a las Bellas
Artes conforme al modelo francés. La Academia busca recuperar el buen gusto por el
arte, hasta ahora dominado por el barroco, por lo que se interesa por la Antigüedad
en un principio grecorromana, para ir luego sustituyendo el Barroco por el
Neoclasicismo. Animada por los descubrimientos de Pompeya y Herculano, impulsa
estudios e investigaciones, primero centrados en la civilización romana para después
mirar otros tiempos históricos o culturas lejanas. Se despierta el interés por el
medievo, la antigüedad cristiana, Egipto, Oriente Medio…, es decir, la noción de
antigüedad se va ampliando temporal y geográficamente conforme se aviva el interés
por los Bienes del pasado. Esta tendencia impulsará los primeros estudios sobre el
Patrimonio que darán lugar a obras como el Viaje a España y Portugal del académico
Ponz (1772-1798), donde se describen ciudades y monumentos.
Las medidas protectoras procederán directamente de la Academia, a pesar de que
en el siglo XVIII la Academia no tiene autoridad en cuanto a protección y conservación
de los Bienes, ya que su función está referida “a propagar el buen gusto de las Artes,
ilustrar su historia y promoverlas con éxito”.
Sin embargo, la Academia de la Historia se funda por Felipe V en 1738 para la
investigación del pasado, y en sus estatutos se especifica que le compete la labor de
recogida de antigüedades, monedas, epígrafes, medallas, grabados y otros objetos
antiguos. Esto hace que se formen ricas colecciones que se integran en el Gabinete
de Antigüedades con la idea de crear un museo que constituirá el germen del futuro
Museo Arqueológico, aunque ahora se entiende más como colección privada o
gabinete de estudio. En 1763 se crea para su custodia el oficio de anticuario.

Esta perspectiva arqueológica impregna la primera medida legislativa promulgada


en España relativa a la conservación y protección del Patrimonio es la ya mencionada
Real Cédula de 1803. Con autoridad para inspeccionar “las antigüedades que se
descubran en todo el Reyno…”.
Hasta el siglo XVIII los bienes conceptuados Patrimonio son los ejemplos que han
perdurado, y lógicamente son el objeto de estudio de los historiadores del arte.
Conviene tener presente que el Patrimonio histórico-artístico nace como disciplina
anexa a la historia del arte, que establece sus objetivos diferenciados desde el siglo
XIX cuando toma carta de naturaleza y que, denominado en el XX Patrimonio Cultural,
participan en su estudio diversas materias. Mientras que la Historia del Arte discurre
en torno a arquitecturas y objetos con el fin de analizarlos para entenderlos desde
múltiples perspectivas, el Patrimonio juzga a los Bienes con la aspiración de que las
formas permanezcan al considerar que transmiten un conocimiento y que son
manifestación del hacer del hombre.
En resumen se puede concluir que los repertorios formales son los que permiten
construir la historia del Patrimonio en el siglo XVIII, pero la principal y novedosa
aportación es que en este siglo se crean las Academias como instituciones
responsables de los Bienes y que al final de la centuria se abren al público las
colecciones privadas y las bibliotecas. Con ello se empieza a superar la relación de
dependencia del poder y se abren nuevas expectativas en la selección, conservación
y el significado de los Bienes histórico-artísticos.

3. Siglo XIX

El siglo XIX es de gran interés en la historia del Patrimonio tanto en España como
en el resto de Europa. El hecho fundamental es el cambio de titularidad de los Bienes
artísticos y monumentales debido al nuevo régimen político. La posesión de estos
Bienes estaba asociada a la Corona, la Iglesia y la Nobleza y se veían como expresión
de su autoridad. Es por lo que durante la Revolución Francesa serían el objetivo
principal de actos vandálico para borrar todo lo que recordara al Antiguo Régimen.
Para acabar con esta barbarie devastadora, los políticos e intelectuales crearon
mecanismos para contribuir a su salvaguarda como la idea de reunirlos y mostrarlos
a la población para que aprendan a estimar lo artístico y despertar la curiosidad del
saber. Esta idea propicia la apertura al público de las colecciones reales, dando lugar
a la creación del museo del Louvre y del British.
En España se va a pasar de la Monarquía Absoluta a la Monarquía Parlamentaria.
Por lo que, siguiendo el modelo proporcionado por Francia, los Bienes histórico-
artísticos que habían estado en manos de la Corona, la Nobleza y el Clero, pasarán
a la soberanía de la Nación a través de las diversas leyes desamortizadoras. El Estado
hubo así de tomar conciencia de la necesidad de la protección y mantenimiento de la
inmensa masa de Bienes que pasa a administrar, pero lo hizo en medio de una
coyuntura histórica delicada, ocasionando cierto desconcierto durante este proceso
político que se convirtió en el principal problema del Patrimonio durante el siglo XIX y
causa del deterioro, destrucción o desaparición de buena parte del mismo.
El concepto de Patrimonio, las medidas protectoras y la organización administrativa
correspondiente han de replantear sus objetivos. No obstante se avanza en el intento
de definir el Patrimonio histórico-artístico del Estado y en tomar medidas eficaces para
su conservación estableciendo los principios y la metodología de la disciplina. El
primer paso ineludible para adoptar medidas protectoras fue plantearse los motivos
para distinguir y seleccionar. La respuesta descubrirá el significado del Patrimonio.
En el siglo XIX los Museos son uno de los principales recursos para salvaguardar
los Bienes, porque en esos museos se exhiben en un contexto diferente, alejándolos
de su identificación con la imagen del poder y centrándose en su contenido como
símbolos culturales, memoria de la colectividad, etc., de esta forma ser pueden
proteger. En resumen, los Monumentos antiguos representan las conquistas sociales
alcanzadas en las sucesivas revoluciones.
El siguiente objetivo, una vez decidida la razón por la que se debían amparar los
Bienes del pasado, es determinar los tipos de Bienes que han de conformar el
Patrimonio. Las “antigüedades” siguen centrando la atención y el interés de los
eruditos porque son el ejemplo que muestran el pasado glorioso de los pueblos (se
publican en este siglo números escritos sobre el origen de las ciudades donde se
mezclan historia, leyenda e imaginación con el fin de ensalzar su grandeza), pero
según fue avanzando el siglo la generación romántica va a admitir una mayor variedad
de Bienes al reivindicar la Edad Media, tanto cristiana como islámica.
En este sentido, España atrajo a numerosos viajeros románticos que dejaron
constancia de sus experiencias en los relatos de viajes en los que describen
monumentos, entornos, costumbres, etc., que actúan a modo de propaganda. Esto
hace que al interés por la sensibilización intelectual de la sociedad hacia los Bienes
Histórico-Artísticos se añada promover el deseo de verlos y fomentar los viajes.
A esta revalorización de los monumentos españoles contribuyen los estudios de la
Academia de Bellas Artes o de la Escuela de Arquitectura de Madrid, instituciones de
las que participan intelectuales como Amador de los Ríos, José Caveda, José de
Madrazo o Aníbal Álvarez y Antonio de Zavaleta.
También tuvieron un papel esencial las diversas publicaciones que surgen con el
desarrollo de la litografía y que dan a conocer mediante láminas intercaladas en el
texto los diferentes monumentos españoles, así como edificios en ruinas o
abandonados. Estos no solo contribuyeron a darlos a conocer sino, lo que es más
importante, a responsabilizar a la sociedad del deber de mantener y proteger su rico
Patrimonio monumental. Destacan el Semanario pintoresco español, Recuerdos y
Bellezas de España, o España Artística y Monumental.
Una vez establecidos los Bienes, debe acordarse una serie de medidas que
aseguren su permanencia en el futuro. Cédulas y decretos son importantes para
definir el Patrimonio pues en la redacción de las leyes encontramos la exposición de
motivos de los Bienes a proteger y las razones de su protección.

3.1 Reales Cédulas y Decretos

El concepto de Patrimonio se configura lentamente y es fundamental conocer lo que


se posee para apreciarlo y salvaguardarlo, labor que corresponde al siglo XVIII con la
fundación disciplinar de la Historia del Arte. Las medidas legales se adoptan en el
siglo XIX cuando el Estado asume la responsabilidad de su conservación. Se recoge
por ley la definición de Monumento Histórico-Artístico y se establece el sistema
administrativo correspondiente.
En la Real Cédula emitida en 1803 para proteger los hallazgos arqueológicos se
utiliza la palabra monumento para designar a los Bienes antiguos y se enumeran
largamente toda una serie de elementos que comparten en común su pertenencia al
pasado. Ese valor de la antigüedad es el que los unifica y decide cuales deben ser
considerados “Monumento” (denominación de la época para el Patrimonio Histórico-
Artístico).
Desde el s. XIX, el Patrimonio Artístico de la Nación estará compuesto por los Bienes
detraídos a sus antiguos propietarios y que el Estado delega su administración en
órganos especializados como las Comisiones Científicas y Artísticas, las Reales
Academias, de la Historia y de Bellas Artes o las Sociedades Económicas de Amigos
del País.
En el siglo XIX, el Patrimonio Histórico-Artístico comienza a ser objeto de codificación
a través de diversas leyes desamortizadoras, que son las que van a permitir que el
Estado se haga cargo de la propiedad de los bienes artísticos y se plantee la
necesidad de protegerlos. José Bonaparte decreta la supresión de determinadas
órdenes religiosas y la incautación de sus bienes por el Estado. Las Cortes de Cádiz
corroboran lo realizado, no restauran lo suprimido, ni restituyen lo confiscado. A partir
de 1820, los Decretos Desamortizadores se suceden unos a otros. Los Bienes se
adjudican en subasta pública y lo recaudado ingresa en el Tesoro público. Con la
vuelta al absolutismo por Fernando VII solo se interrumpe el proceso, no se anula.
El problema de fondo de estas leyes son los de control y conservación, que ahora
recaen en el Estado. La Desamortización de Mendizábal y Espartero, entre 1836-
1854, fue sobretodo eclesiástica, que comienza algunos años antes con:
 Supresión definitiva del Tribunal de la Inquisición, 1834.
 Los Reales Decretos de 1835 declaran disueltas todas las órdenes religiosas
existentes en España, salvo las dedicadas a beneficencia.
 En 1836 se aplican a la Real Caja de Amortización para la extinción de la Deuda
Pública todos los bienes raíces, muebles y semovientes, rentas, derechos y
acciones de todas las casa de comunidades así suprimidas como subsistentes,
excepto los bienes que integran el Patrimonio Real, objetos de Beneficencia o
Instrucción Pública.
 Real Decreto de 1836, suprime el resto de monasterios, conventos,
congregaciones, etc. Este decreto de Mendizábal fue el mayor peligro para el
Patrimonio de la nación pues con la venta de los bienes eclesiásticos se puso en
circulación muchos objetos de gran valor histórico, artístico y arqueológico.
 Real Orden circular de 1837 sobre “los obstáculos que entorpecen el cumplimiento
de lo mandado relativo a la clasificación, traslación y destino de objetos científicos
y artísticos procedentes de los conventos suprimidos”.
 En 1841 bajo el gobierno de Espartero, se hace efectiva la ley que desamortiza
los bienes del clero secular y las propiedades de las órdenes militares, pero se
exceptúan muchos bienes como catedrales, iglesias, parroquias y palacios que
permanecerán en manos de sus antiguos dueños, la Iglesia.
En el Real Decreto de 1844, se establece la Comisión Central de Monumentos
Históricos y Artísticos como principal institución responsables de los Bienes
desamortizados, y sus subordinadas Comisiones Provinciales. Esto supone un gran
avance conceptual respecto a la legislación anterior al utilizarse los adjetivos de
históricos y artísticos, completándose el criterio de “antigüedad” con el valor histórico
y la estima formal. Por lo tanto, se codifican legalmente las cualidades que desde el
Renacimiento habían distinguido a determinados Bienes permitiendo su permanencia
en el tiempo.
Durante la década Moderada (1844-1854), las leyes desamortizadoras (1835, 1836
y 1841) no se suprimen pero se atenúan. Con la ley del Concordato de 1851 aunque
se siguen subastando bienes de órdenes militares, el Estado se compromete a
devolver a la Iglesia los bienes aún no subastados mientras la Iglesia reconoce lo ya
realizado.
En 1855 la Ley Madoz abre una nueva etapa desamortizadora, que afectaba a los
bienes municipales, del clero, a los de instrucción pública, de beneficencia y de la
Corona, y que estuvo vigente hasta 1924.
Se produjo la tarea imprescindible de inventario y catalogación, así como establecer
el futuro de esos bienes. En un principio las medidas protectoras consistirán en
guardar los bienes muebles en depósitos (Museo de la Trinidad en Madrid, de San
Pío V en Valencia, etc.) y clausurar los edificios. Esta situación no podía prolongarse,
tanto por el deterioro que se produciría en los bienes como por no poder cumplir el
interés colectivo que justifica su desamortización.
Una solución fue vender los edificios a particulares, pero no hubo suficiente
demanda. Otra fue adjudicar nuevas funciones a los edificios clausurados
adaptándolo a las necesidades del momento, lo que también permitía una mejor
conservación. Muchos monasterios e iglesias pasan a ser cuarteles, prisiones o
depósito de municiones. En cuanto a los Bienes muebles almacenados se expondrán
al público en Museos creados al efecto, ésta sería la mayor aportación del s. XIX.
Vemos que el siglo XIX ofrece importantes aportaciones a la historia del Patrimonio:
- la principal, y de la que emanan las demás, es la competencia del Estado en
materia artística.
- dotarles de un nuevo significado que permitiese fomentar su estima y
conservación.
- definir el Bien como Monumento Histórico-Artístico, lo que añadía dos nuevos
valores al tradicional de la antigüedad.
- impulsar el conocimiento de las Bellas Artes.

No obstante, el principal mérito del s. XIX es el de mentalizar en la estima de los


Bienes heredados al Estado y a la sociedad emergente de la Revolución Industrial.

3.2 Las Comisiones Provinciales de Monumentos Histórico-Artísticos

Una de las primeras medidas para la gestión de los Bienes desamortizados fue la
creación de las Comisiones Científico Artísticas para controlar y organizar el legado
patrimonial, cuyo gobierno se delega en los jefes políticos de las provincias (Real
Orden de 1837), dependientes del Ministerio de la Gobernación. Estas Comisiones
van a asumir las competencias de la Academia de la Historia, quedando ésta
desplazada.
Estas Comisiones se suprimen en el artículo 5º de la Real Orden de 1844,
formándose las Comisiones Provinciales de Monumentos Históricos y Artísticos.
Se establece una Comisión en cada provincia y una Central en Madrid que supervisa,
aunque no tiene autoridad sobre ellas.
La Academia de la Historia ve amenazadas sus competencias al perder sus
atribuciones en cuanto a la Inspección de las Antigüedades y aunque no consigue
hacerse con el control de la Comisión Central, si le permiten mantener algunas
competencias. Esto crea cierta confusión al no quedar perfectamente delimitadas las
competencias de ambas instituciones. Este litigio constante entre ambos organismos
encargados de la protección de los Bienes, restaría eficacia a las medidas que se
adoptan en este siglo.
En 1854 las Comisiones pasan de ser consultivas a ser un cuerpo administrativo del
Estado, dependiente del Ministerio de Fomento que obliga al arquitecto titular de la
provincia a formar parte de la Comisión, a controlar el estado de los edificios mediante
visitas y a informar puntualmente a la Central. Las Comisiones Provinciales trabajan
en colaboración con la Comisión de Amortización, que trata de velar por el arte de
las iglesias y conventos que se estaban vendiendo. Las Comisiones se ocuparan
también en esta época, además de los edificios desamortizados, de todos aquellos
que consideran de mérito, lo que hará que se vean sobrepasados por la cantidad y
calidad de los edificios y demás bienes artísticos existentes.
En 1857 la Ley de Instrucción Pública suprime la Comisión Central e integra en la
Academia de Bellas Artes de San Fernando sus funciones, por lo que el cuidado y
conservación de Monumentos, así como la inspección de Museos, queda bajo su
autoridad, medida que se hace efectiva en 1859. En sus estatutos de 1864 establecen
que también ha de estar centrada en publicaciones, en exposiciones, en procurarse
colecciones artísticas. Sus nuevas funciones hacen que la Academia se aparte de las
labores docentes.
Durante la I República, pasa a denominarse Academia de Bellas Artes, aunque se
mantiene el patronazgo de San Fernando. Durante la Restauración regresa a su
antiguo nombre de Academia de Bellas Artes de San Fernando, en ambas épocas las
competencias prácticamente no variaron.
Sus funciones hasta finalizar el siglo serán las siguientes:
- indagar el paradero de bienes enajenados o desaparecidos
- promover las restauraciones
- denunciar los abusos sobre los bienes artísticos
- hacer las oportunas reclamaciones
Entre las medidas adoptadas, está realizar el inventario de los efectos recogidos en
los archivos y bibliotecas de los conventos y monasterios suprimidos, de las
arquitecturas históricas así como de las pinturas y “de todos aquellos objetos que
deben preservarse por su valor histórico y artístico en base a su antigüedad o su
perfección técnica”, criterios que dictaminarían que un Bien se considerase
Patrimonio.

3.3 Los Inventarios de Monumentos Histórico-Artísticos

La tarea de realizar inventarios se incumple constantemente desde 1820, fecha del


primer Decreto. Con la desamortización de Mendizábal y desde el Ministerio del
Interior, se solicitan listados de los Bienes de los conventos y monasterios extinguidos,
misión que se encomienda a los gobernadores civiles de las provincias. En 1835 se
recurre a la Academia para que haga los inventarios, ésta, a su vez, pedirá
información a las escuelas y academias del Reino sobre los monumentos de sus
respectivos lugares. Entre 1837 y 1841 se habla del Catálogo que la administración
está realizando. Sólo se conocen listados parciales de algunas provincias. Se puede
deducir que en su mayoría no se llevan a cabo por negligencia, y por no ser una
cuestión prioritaria para los gobiernos. En cambio, si serán prioritarias cuando sean
las Comisiones de Monumentos las responsables de la protección del Patrimonio
Histórico-Artístico, según consta en los Reglamentos de los Estatutos de 1844, 1854
o 1864.
La carencia de medios económicos, la falta de interés de los colaboradores o su
escasa preparación imposibilitó la realización de un catálogo razonado. Se
formalizaron algunos con la información procedente de “viajes artísticos”,
complementarios al plan de estudio, promovidos tanto por la Comisión Central como
por la Escuela de Arquitectura, siguiendo las instrucciones facilitadas por José
Caveda, gran impulsor junto a Valentín Carderera o la familia de los Madrazo, entre
otros, de la historiografía artística española.
El principal problema para la confección de los listados, inventario y catálogos deriva
de los distintos criterios de selección que se pueden establecer.
La necesidad de saber lo que se posee como primera medida de protección, se hace
perentorio en 1855 debido a la desamortización de Madoz, ministro de Hacienda del
gobierno de Espartero. Esta vez tuvo mayor repercusión en los Bienes pues las ventas
afectan también a otras manos muertas como los de los Municipios, Ordenes Militares,
cofradías, instituciones de beneficencia, de instrucción pública. Sólo se exceptúan los
que reducen el gasto del Estado como las Escuelas Pías y los Hospitalarios. Su
aplicación se mantuvo hasta principios del siglo XX dada las necesidades económicas
del Estado.
Para paliar la carencia de inventarios y favorecer el conocimiento de la riqueza
artística como medio de concienciación y medida de salvaguardia, el gobierno
encarga la realización de la obra Monumentos Arquitectónicos de España, que se
inicia en 1859 y se termina en 1880. Los textos se acompañan con importantes
repertorios gráficos. En 1872, debido a la mala organización de la Comisión
encargada de su edición, se decide que la Academia de San Fernando se encargue
de la publicación y se le autoriza elegir los temas, los autores y los grabadores.
La Academia envía numerosas circulares a las Comisiones Provinciales para que
envíen información para redactar la Estadística Monumental, fundamental para evitar
que se siguieran vendiendo y demoliendo edificios religiosos y civiles de interés.
También muestra especial interés en la recogida de objetos para conformar los
Museos provinciales e intentar impedir la venta clandestina de Bienes
desamortizados.
El nuevo mandato del gobierno, a finales de 1876, para que se forme un inventario
general con todos aquellos edificios públicos que son del Estado y merecen
protegerse avanza con dificultad. También se determina la enajenación de aquellos
que por deterioro o falta de valor artístico no requieren ser conservados. Se estable
un nuevo mecanismo administrativo para evitar la enajenación de los edificios que se
encuentran en ruinas: es la figura de Monumento Nacional mediante la incoación de
un expediente.
Las instituciones responsables de la custodia y protección de los Bienes son: las
Academias de Bellas Artes y la Academia de la Historia, responsables de la
vertiente monumental y del descubrimiento de antigüedades, respectivamente, y la
Escuela de Arquitectura encargada de realizar las restauraciones. Muchos de sus
miembros formaron parte de varias. En 1864 ambas Academias se unen y forman una
Comisión Mixta para dar un mejor servicio al Estado. Como ejemplo de esta
colaboración está la redacción en 1865 del reglamento de las Comisiones de
Monumentos.
Existe la preocupación por los Bienes, pero también una falta grande de reflejos
políticos para dotar económicamente, desde el principio, a las instituciones
establecidas y para asignar acomodo digno a los Bienes muebles. Aun así, se sigue
incumpliendo lo legalmente establecido en numerosas ocasiones, y muchos
monumentos se destruyen, religiosos, civiles y militares, especialmente las murallas
de algunas ciudades (una destrucción relacionada con la necesidad de adaptar los
espacios a la nueva sociedad industrializada).
Destacar la falta de formación en este aspecto que, según la Academia, tenían los
responsables en los Ayuntamientos y Diputaciones.

3.4 La declaración de Monumento Nacional

La declaración de Monumento Nacional permite controlar los edificios que deben


conservarse por su valor histórico o artístico. Esta medida pretende que dicho
monumento quede exento de la aplicación de las leyes desamortizadoras y que el
Estado se encargue de su tutela.
Consiste en elaborar un expediente donde se informa de las particularidades del
monumento. La iniciativa debe partir de las autoridades municipales, de las
Comisiones de Monumentos, o bien de los propietarios de los edificios, quienes elevan
el escrito al Ministerio de Fomento. Y éste solicita informe a las Reales Academias
para dictaminar. Entre los primeros ejemplos está el de la Real Orden de 1877
declarando “monumento nacional, histórico y artístico” la capilla conocida como
Arquito de San Lorenzo (Jaén). Estos informes revelan cierta descoordinación entre
las Academias pues se emiten informes con pareceres diferentes y, a veces,
duplicados. Están publicados en el:
 Boletín de la Real Academia de la Historia, a partir de 1879
 Boletín de la Real Academia de San Fernando, desde 1881
Los privilegios de la Declaración de Monumento Nacional no estaban definidos en
este momento, simplemente era un aval para que no se destruyesen, pero tampoco
era una garantía total puesto que varias arquitecturas históricas se derribaron
contando con ella. El desorden burocrático se hace evidente, pues cada una de las
fases de declaración, conservación y restauración, al no estar unidas, se tienen que
gestionar de Comisión en Comisión.
No obstante, el procedimiento de Declaración de Monumento Nacional es el medio
por el que se logra la “objetivación” del Bien, imprescindible para recibir el amparo de
la ley. En la ley de 1915 se recoge, por primera vez, la exigencia previa de un
expediente administrativo para el Bien que opte a protección.

Rodrigo Amador de los Ríos en 1903 intentó hacer una lista con los monumentos
declarados, teniendo que establecer la prioridad de los Monumentos, seleccionar los
más representativos por periodos debido a las limitaciones económicas. También
propone realizar listas complementarias con monumentos municipales, provinciales y
regionales para que se protejan con sus respectivos presupuestos.
Desde 1844 se comienzan a declarar numerosos edificios y arquitecturas como
“Monumento Nacional, histórico y artístico”. Esta figura de protección permanece en
el s. XX:
 En 1919 se declaran 128 Monumentos
 En 1926 los declarados son 337, listado de José Ramón Mélida.
 En 1931 hay 370 monumentos y se declara un conjunto formado por 897 para
salvarlos de la ruina.
 1932 a 1936 se incluyen 20 más.

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