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Introducción
2. La Edad Moderna
2.1 El caso español: el modelo de la Corona en el inicio del Patrimonio
2.2 El siglo XVIII
3. El siglo XIX
3.1 Reales Cédulas y Decretos
3.2 Las Comisiones Provinciales de Monumentos Histórico-Artísticos.
3.3 Los inventarios de Monumentos Histórico-Artísticos.
3.4 La declaración de Monumento Nacional.
Introducción
Desde los tiempos más remotos el hombre ha tenido interés por preservar los
objetos que ha creado, interés que ha tenido motivaciones diferentes (belleza, riqueza
del material, devoción, admiración…) y cambiantes a lo largo de la historia. Aunque
el aprecio a esos bienes se remonta a las primeras civilizaciones, no será hasta los
albores de la Edad Moderna cuando comience realmente la historia del Patrimonio
Histórico-Artístico. Es en el Renacimiento cuando se configura como un corpus, un
conjunto de bienes portador de nuestra memoria. Además del aprecio aparece la
necesidad de una especial tutela, de una protección. Es por lo que los s. XVI y XVII
adquieren un gran protagonismo en la historia del Patrimonio y que aumentará con la
Ilustración. Se define el concepto de Patrimonio Histórico-Artístico.
El s. supone una verdadera aceleración del proceso teórico en torno al concepto de
Patrimonio y una superación de los límites que abarcaba. El conjunto de lo que integra
el Patrimonio se amplía progresivamente y se incluyen bienes con cualidades muy
diversas. Las dos guerras mundiales y la destrucción que ocasionaron favoreció el
debate sobre la protección del Patrimonio Histórico-Artístico, un concepto que pasará
a formar parte, como una categoría más, de los Bienes Culturales, en lo que hoy se
conoce como Patrimonio Cultural.
Ya que para proteger se necesita saber lo que se posee, desde la Edad Moderna
se inicia el inventario de bienes y la investigación para definir los objetivos, que
acabarán traduciéndose en una legislación y en órganos administrativos que pongan
en práctica y tramiten las medidas decretadas.
2. La Edad Moderna
El punto crucial en la historia del Patrimonio, como en muchas otras ramas del saber,
sobreviene cuando en Italia los humanistas del Quattrocento ven la arquitectura y las
obras de arte romanas como el testimonio de un pasado glorioso a revivir, relegando
al olvido la etapa medieval.
Se establece de nuevo la sede del Papado en Roma. El papa Martin V desea
rescatar su antiguo esplendor, asociándolo al dominio de la religión católica. El viaje
a Roma y la lectura de Los diez libros de Arquitectura de Vitrubio, entre otros, son
referencias de la construcción del nuevo lenguaje artístico. Esta obra se toma como
referencia fundamental de la que surgen los modelos del clasicismo. Mediante la unión
de lo que se aprende en los tratados antiguos junto a la contemplación de las ruinas
romanas se reinterpreta el pasado y se renueva para el futuro.
Buscando esta renovación del lenguaje se publican diversos tratados sobre pintura,
escultura y arquitectura. No se pretende imitar sino superar lo antiguo.
Los artistas se fijan en ese pasado, pero también los mecenas, que comienzan a
crear colecciones como las de los Médici en Florencia o el Studiolo de Federico de
Montefeltro en Urbino. El papa Nicolás V, destacado protector de las artes, encarga
a Alberti el mapa topográfico de Roma para iniciar la restauración de la ciudad. Pío II
quiere que la ciudad de Roma conserve el esplendor de sus edificios y expresa que
“hay que conservar iglesias, basílicas y otros lugares santos, pero también los edificios
de la Antigüedad”, (distingue entre edificios de la antigüedad y basílicas e iglesias) y
promulga una bula en 1462 que prohíbe su destrucción e impone multas para quienes
la incumplieran. También Sixto IV publica el primer Edicto que trata la exportación de
obras.
Pero para recuperar el prestigio de la Roma antigua hay que conocer y estudiar lo
que se posee, bien para conservarlo o bien como modelo para crear una nueva
propuesta. Esta disyuntiva inicia la categoría de Monumento, portador de un mensaje,
nombre sólo utilizado para referirse a los edificios de la antigüedad. En el Edicto de
Pio II se puede ver la distinción entre estas dos categorías de edificios.
Los Bienes artísticos del pasado conviven con los del presente. El Patrimonio se
enriquece desde el Renacimiento para la posteridad. Su preservación descansa en
las medidas adoptadas por sus dueños (los papas, Médici, Sforza, Gonzaga, etc.).
Estos actúan mediante Bulas y Edictos para su conservación, incluso con sanciones
si se incumplen sus mandatos. Sin embargo, lo contradictorio es que mientras se
procura cuidar los Bienes de la ciudad, se permite la utilización de los edificios
antiguos como canteras pues el objetivo era la transformación de la ciudad.
En resumen, hasta la Edad Moderna, no existe una conciencia de Patrimonio
Histórico-Artístico, los Bienes se han conservado mientras han mantenido su función
o por guarecerse en iglesias y monasterios. A partir de este momento se contempla
la conservación intencionada del Patrimonio heredado y se advierten nuevas
dificultades: ¿qué pasado y qué formas artísticas se preservan para la posterioridad?.
Pregunta fundamental en la historia del Patrimonio Histórico-Artístico que se
resolverá de forma distinta en el futuro dependiendo de las aspiraciones e intereses
de cada época.
A los hombres del Quattrocento principalmente les interesó la Antigüedad romana,
a los románticos les interesó el Medievo… Y es que el gusto y la moda de cada periodo
histórico son los que han determinado la selección de los Bienes a conservar, por lo
que se puede decir que los Bienes considerados como Patrimonio responden a una
selección subjetiva determinada por el aprecio estético y principalmente por la función
asignada al arte.
La función y la estima de la obra de arte emanan de pautas económicas, religiosas,
políticas, etc., propias de cada etapa histórica, por lo tanto van variando en el tiempo
y es por lo que los principios proteccionistas han dado lugar a dictámenes diferentes,
a veces, incluso contrapuestos y discordantes.
Réau usa la expresión “vandalismo bien intencionado”, dentro de la cual recaerían
acciones como la sustitución de una iglesia románica en una ciudad por otra gótica y
esta sucesivamente por otras renacentistas, barrocas o neoclásicas, dependiendo del
sentir religioso, estético o funcional del lugar y la época, algo de lo que ni siquiera
estamos exentos de que suceda en la actualidad, pues existen muchos casos
similares.
3. Siglo XIX
El siglo XIX es de gran interés en la historia del Patrimonio tanto en España como
en el resto de Europa. El hecho fundamental es el cambio de titularidad de los Bienes
artísticos y monumentales debido al nuevo régimen político. La posesión de estos
Bienes estaba asociada a la Corona, la Iglesia y la Nobleza y se veían como expresión
de su autoridad. Es por lo que durante la Revolución Francesa serían el objetivo
principal de actos vandálico para borrar todo lo que recordara al Antiguo Régimen.
Para acabar con esta barbarie devastadora, los políticos e intelectuales crearon
mecanismos para contribuir a su salvaguarda como la idea de reunirlos y mostrarlos
a la población para que aprendan a estimar lo artístico y despertar la curiosidad del
saber. Esta idea propicia la apertura al público de las colecciones reales, dando lugar
a la creación del museo del Louvre y del British.
En España se va a pasar de la Monarquía Absoluta a la Monarquía Parlamentaria.
Por lo que, siguiendo el modelo proporcionado por Francia, los Bienes histórico-
artísticos que habían estado en manos de la Corona, la Nobleza y el Clero, pasarán
a la soberanía de la Nación a través de las diversas leyes desamortizadoras. El Estado
hubo así de tomar conciencia de la necesidad de la protección y mantenimiento de la
inmensa masa de Bienes que pasa a administrar, pero lo hizo en medio de una
coyuntura histórica delicada, ocasionando cierto desconcierto durante este proceso
político que se convirtió en el principal problema del Patrimonio durante el siglo XIX y
causa del deterioro, destrucción o desaparición de buena parte del mismo.
El concepto de Patrimonio, las medidas protectoras y la organización administrativa
correspondiente han de replantear sus objetivos. No obstante se avanza en el intento
de definir el Patrimonio histórico-artístico del Estado y en tomar medidas eficaces para
su conservación estableciendo los principios y la metodología de la disciplina. El
primer paso ineludible para adoptar medidas protectoras fue plantearse los motivos
para distinguir y seleccionar. La respuesta descubrirá el significado del Patrimonio.
En el siglo XIX los Museos son uno de los principales recursos para salvaguardar
los Bienes, porque en esos museos se exhiben en un contexto diferente, alejándolos
de su identificación con la imagen del poder y centrándose en su contenido como
símbolos culturales, memoria de la colectividad, etc., de esta forma ser pueden
proteger. En resumen, los Monumentos antiguos representan las conquistas sociales
alcanzadas en las sucesivas revoluciones.
El siguiente objetivo, una vez decidida la razón por la que se debían amparar los
Bienes del pasado, es determinar los tipos de Bienes que han de conformar el
Patrimonio. Las “antigüedades” siguen centrando la atención y el interés de los
eruditos porque son el ejemplo que muestran el pasado glorioso de los pueblos (se
publican en este siglo números escritos sobre el origen de las ciudades donde se
mezclan historia, leyenda e imaginación con el fin de ensalzar su grandeza), pero
según fue avanzando el siglo la generación romántica va a admitir una mayor variedad
de Bienes al reivindicar la Edad Media, tanto cristiana como islámica.
En este sentido, España atrajo a numerosos viajeros románticos que dejaron
constancia de sus experiencias en los relatos de viajes en los que describen
monumentos, entornos, costumbres, etc., que actúan a modo de propaganda. Esto
hace que al interés por la sensibilización intelectual de la sociedad hacia los Bienes
Histórico-Artísticos se añada promover el deseo de verlos y fomentar los viajes.
A esta revalorización de los monumentos españoles contribuyen los estudios de la
Academia de Bellas Artes o de la Escuela de Arquitectura de Madrid, instituciones de
las que participan intelectuales como Amador de los Ríos, José Caveda, José de
Madrazo o Aníbal Álvarez y Antonio de Zavaleta.
También tuvieron un papel esencial las diversas publicaciones que surgen con el
desarrollo de la litografía y que dan a conocer mediante láminas intercaladas en el
texto los diferentes monumentos españoles, así como edificios en ruinas o
abandonados. Estos no solo contribuyeron a darlos a conocer sino, lo que es más
importante, a responsabilizar a la sociedad del deber de mantener y proteger su rico
Patrimonio monumental. Destacan el Semanario pintoresco español, Recuerdos y
Bellezas de España, o España Artística y Monumental.
Una vez establecidos los Bienes, debe acordarse una serie de medidas que
aseguren su permanencia en el futuro. Cédulas y decretos son importantes para
definir el Patrimonio pues en la redacción de las leyes encontramos la exposición de
motivos de los Bienes a proteger y las razones de su protección.
Una de las primeras medidas para la gestión de los Bienes desamortizados fue la
creación de las Comisiones Científico Artísticas para controlar y organizar el legado
patrimonial, cuyo gobierno se delega en los jefes políticos de las provincias (Real
Orden de 1837), dependientes del Ministerio de la Gobernación. Estas Comisiones
van a asumir las competencias de la Academia de la Historia, quedando ésta
desplazada.
Estas Comisiones se suprimen en el artículo 5º de la Real Orden de 1844,
formándose las Comisiones Provinciales de Monumentos Históricos y Artísticos.
Se establece una Comisión en cada provincia y una Central en Madrid que supervisa,
aunque no tiene autoridad sobre ellas.
La Academia de la Historia ve amenazadas sus competencias al perder sus
atribuciones en cuanto a la Inspección de las Antigüedades y aunque no consigue
hacerse con el control de la Comisión Central, si le permiten mantener algunas
competencias. Esto crea cierta confusión al no quedar perfectamente delimitadas las
competencias de ambas instituciones. Este litigio constante entre ambos organismos
encargados de la protección de los Bienes, restaría eficacia a las medidas que se
adoptan en este siglo.
En 1854 las Comisiones pasan de ser consultivas a ser un cuerpo administrativo del
Estado, dependiente del Ministerio de Fomento que obliga al arquitecto titular de la
provincia a formar parte de la Comisión, a controlar el estado de los edificios mediante
visitas y a informar puntualmente a la Central. Las Comisiones Provinciales trabajan
en colaboración con la Comisión de Amortización, que trata de velar por el arte de
las iglesias y conventos que se estaban vendiendo. Las Comisiones se ocuparan
también en esta época, además de los edificios desamortizados, de todos aquellos
que consideran de mérito, lo que hará que se vean sobrepasados por la cantidad y
calidad de los edificios y demás bienes artísticos existentes.
En 1857 la Ley de Instrucción Pública suprime la Comisión Central e integra en la
Academia de Bellas Artes de San Fernando sus funciones, por lo que el cuidado y
conservación de Monumentos, así como la inspección de Museos, queda bajo su
autoridad, medida que se hace efectiva en 1859. En sus estatutos de 1864 establecen
que también ha de estar centrada en publicaciones, en exposiciones, en procurarse
colecciones artísticas. Sus nuevas funciones hacen que la Academia se aparte de las
labores docentes.
Durante la I República, pasa a denominarse Academia de Bellas Artes, aunque se
mantiene el patronazgo de San Fernando. Durante la Restauración regresa a su
antiguo nombre de Academia de Bellas Artes de San Fernando, en ambas épocas las
competencias prácticamente no variaron.
Sus funciones hasta finalizar el siglo serán las siguientes:
- indagar el paradero de bienes enajenados o desaparecidos
- promover las restauraciones
- denunciar los abusos sobre los bienes artísticos
- hacer las oportunas reclamaciones
Entre las medidas adoptadas, está realizar el inventario de los efectos recogidos en
los archivos y bibliotecas de los conventos y monasterios suprimidos, de las
arquitecturas históricas así como de las pinturas y “de todos aquellos objetos que
deben preservarse por su valor histórico y artístico en base a su antigüedad o su
perfección técnica”, criterios que dictaminarían que un Bien se considerase
Patrimonio.
Rodrigo Amador de los Ríos en 1903 intentó hacer una lista con los monumentos
declarados, teniendo que establecer la prioridad de los Monumentos, seleccionar los
más representativos por periodos debido a las limitaciones económicas. También
propone realizar listas complementarias con monumentos municipales, provinciales y
regionales para que se protejan con sus respectivos presupuestos.
Desde 1844 se comienzan a declarar numerosos edificios y arquitecturas como
“Monumento Nacional, histórico y artístico”. Esta figura de protección permanece en
el s. XX:
En 1919 se declaran 128 Monumentos
En 1926 los declarados son 337, listado de José Ramón Mélida.
En 1931 hay 370 monumentos y se declara un conjunto formado por 897 para
salvarlos de la ruina.
1932 a 1936 se incluyen 20 más.