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Tomado de: Gondra, J.M: (1982) la psicología moderna. Bilbao: Descleé de Boruwer.

LA PSICOLOGIA DESDE EL PUNTO DE VISTA EMPIRICO (1874)

POR FRANZ BRENTANO

En 1874, año de la publicación de la segunda parte de los «Principios de psicología

fisiológica» de Wundt, Francisco Brentano (1838-1917) escribía su «Psicología desde un

punto de vista empírico». En este libro Brentano, al igual que Wundt, propone una nueva

psicología científica. Pero a diferencia de Wundt, esta psicología no insiste tanto en el

experimento, sino en la experiencia interna. Brentano se propone reconstruir la filosofía

sobre la base de la experiencia y para ello comienza por construir una psicología empírica

o ciencia de los fenómenos psíquicos, concebidos como actos y no como objetos.

En el primer apartado, Brentano se muestra enemigo del método de la auto-

observación, y en su lugar propone el de la percepción interna o captación del fenómeno

psíquico sin una atención expresa del mismo. El empirismo de Brentano acepta la intuición

interna como fuente del conocimiento psicológico, y no presta ninguna atención especial al

experimento. En este sentido, la psicología de Brentano es filosófica.

El segundo texto reproduce la famosa diferenciación entre los fenómenos psíquicos y

físicos. Después de haber definido a la psicología como ciencia de los fenómenos psíquicos,

Brentano intenta caracterizar a éstos contraponiéndolos a los fenómenos físicos. La

característica más importante de los fenómenos psíquicos es la que aparece en el número 5,

a saber, la de la inexistencia intencional ( o «existencia en» ) del objeto. Ello significa que

los fenómenos psíquicos aluden, hacen referencia a objetos que, por otra parte, son

inmanentes al sujeto. Además, los fenómenos psíquicos son actos o procesos, son de

naturaleza ideativa, carecen de extensión, son percibidos por la conciencia interna y


aparecen en sucesión. La naturaleza clasificatoria y lógica de la psicología de Brentano

aparece muy clara en este largo texto. Aunque no fue un psicólogo experimental, su recurso

a la experiencia, su postulación de una psicología autónoma e independiente de las demás

ciencias, su énfasis en los procesos, etc., colocan a Brentano a la cabeza de las psicologías

del acto.

Brentano fue profesor en las Universidades de Wurxburgo y Viena. Entre sus

discípulos más famosos están Husserl, Meinong, Von Ehrenfels, Freud y Stumpf. La

psicología de la Gestalt hunde sus raíces en la psicología de Brentano, y el moderno

funcionalismo tiene muchas semejanzas con la psicología del acto postulada por Brentano.

BIBLIOGRAFIA: Además de «Psicología desde un punto de vista empírico»,

Brentano escribió otras obras psicológicas, tales como «Investigaciones de psicología

sensorial» (1907), «Clasificación de los fenómenos psíquicos» (1911) y «Conciencia

sensitiva e intelectual» (1928). Las monografías de KRAUS (1919) y CRUZ HERNANDEZ

(1953) presentan la bibliografía completa de sus obras. Otras introducciones a Brentano

son los libros de GILSON (1955), K ASTIL (1951) y los artículos de BARCLAY (1959),

SUSSMAN (1962) y TITCHENER (1921 a).

EL METODO DE LA PSICOLOGIA EMPIRICA

La percepción y la experiencia constituyen el fundamento de la psicología y también

de la ciencia natural. y la Percepción interna de los propios fenómenos es la fuente básica de

la psicología. No habríamos podido saber en qué consiste una idea, un juicio, el placer y el

dolor, el deseo y la aversión, la esperanza y el miedo, el ánimo y el desánimo, una decisión y

un propósito de la voluntad, si no hubiéramos podido conocer todo esto gracias a la

percepción interior de nuestros propios fenómenos.

Pero obsérvese que decimos que la percepción interior, y no la observación, es la que


constituye esta fuente primordial e indispensable. Es preciso distinguir entre ambas

nociones. La percepción interna tiene la propiedad de no poder convertirse nunca en

observación interna. Los objetos de la llamada percepción externa pueden ser observados;

nuestra atención se vuelve hacia ellos para comprender exactamente el fenómeno. Pero con

los objetos de la pura percepción interna esto es del todo imposible. La observación es

especialmente incompatible con ciertos fenómenos psicológicos, como, por ejemplo, la

cólera. Porque todo aquel que quisiera observar la cólera que se agita en él, vería que ésta se

enfría en el momento en que se la intenta observar, y, de este modo, se esfuma el objeto de

observación. Esta misma imposibilidad afecta a todos los casos restantes. Es una ley

psicológica general el que nosotros no podemos poner delante de nuestra atención al objeto

de la percepción interior. Después volveremos a tratar eso con más detalle; por ahora basta

con una referencia a la experiencia ingenua de cada uno. Incluso los psicólogos que

consideran que es posible una observación interna han puesto al menos de relieve su

extraordinaria dificultad. y esta dificultad es la causa de numerosos fracasos en esta área.

Pero en los pocos casos en los que creyeron haber tenido éxito, nosotros estamos seguros de

que fueron víctimas de su propio engaño. Los procesos psíquicos sólo pueden ser percibidos

de un modo tangencial cuando dirigimos nuestra atención hacia otros objetos distintos. Por

eso la observación de los fenómenos psíquicos durante la percepción externa, al mismo

tiempo que nos suministra datos para el conocimiento de la naturaleza, puede ser un medio

para el conocimiento psíquico. y la aplicación de la atención a los fenómenos psíquicos en la

imaginación es la fuente, si no exclusiva, por lo menos próxima y principal, del

conocimiento de las leyes psíquicas.

No sin razón hemos señalado esta diferencia entre la percepción interna y la

observación interna, y hemos insistido con fuerza en el hecho de que sólo la primera, y no la

segunda, puede aplicarse a los fenómenos psíquicos que se producen en nosotros. Porque
hasta la fecha, que yo sepa no hay ningún psicólogo que haya trazado esta distinción, siendo

muy considerables las consecuencias funestas de esta mezcla y confusión. Conozco casos de

jóvenes que, a punto de entregarse al estudio de la psicología, en el umbral de la ciencia,

llegaron a desconfiar de su propio talento. Se les había dicho que la observación interna era

la principal fuente del conocimiento psicológico. Ellos la habían buscado, habían agotado

todas sus energías en esta empresa, y esto una y otra vez; pero en vano se habían torturado,

ya que lo único que habían sacado era un torbellino de ideas confusas y un cansancio de

cabeza. Por eso llegaron a la conclusión verdaderamente justificada de que no poseían

ninguna habilidad para la introspección y, en virtud de lo que habían aprendido por

experiencia, quedaron con las ideas de que carecían de aptitudes para la investigación

psicológica.

Otros, a los que esta clase de espantajo no les había acobardado y habían proseguido

en sus esfuerzos, fueron víctimas de otros errores. Hubo muchos que comenzaron a

considerar como si fueran psíquicos a algunos fenómenos físicos, tales como los surgidos en

la imaginación, y de esta forma comenzaron a mezclar y confundir las cosas más

heterodoxas...

Lo dicho basta para mostrar de dónde extrae el psicólogo las experiencias que

constituyen el fundamento de su investigación de las leyes psíquicas. Vimos que la fuente

primaria era la Percepción interna, la cual presentaba el inconveniente de no poder

transformarse nunca en observación. A ella puede añadirse la consideración en la memoria

de las propias vivencias psíquicas previas, y aquí sí era posible la atención y la observación,

por así llamarla. El campo de la experiencia hasta ahora limitado a los propios fenómenos

internos se amplía progresivamente a medida que se consideran las exteriorizaciones de la

vida psíquica de los demás. Ellas nos permiten una visión indirecta de los fenómenos

psíquicos ajenos. Así el número de hechos importantes para la psicología se multiplica


enormemente. Pero este último tipo de experiencias presupone la observación en la

memoria, al igual que ésta presuponía la percepción interna de los fenómenos psíquicos del

presente, la cual, por tanto, es condición previa indispensable para ambas observaciones. De

modo que la percepción interna -y en esto la psicología antigua sigue teniendo razón frente a

Comte- es el fundamento verdadero sobre el que se apoya esta ciencia.

***

LA DIFERENCIA ENTRE LOS FENOMENOS PSIQUICOS Y LOS

FENOMENOS FISICOS

1. El mundo entero de nuestros fenómenos se divide en dos grandes clases: los

fenómenos físicos y los fenómenos psíquicos. Aludimos a esta diferencia cuanto fijamos el

concepto de psicología, y volvimos a ella cuando investigamos el método psicológico. Pero,

sin embargo, no basta con lo que llevamos dicho; ahora es preciso determinar de un modo

más preciso y exacto lo que entonces fue dicho de paso.

Esto parece tanto más necesario cuanto que no hay unanimidad ni una total claridad

en lo relativo a la delimitación de ambas esferas. Ocasional- mente vimos cómo algunos

fenómenos físicos de la fantasía han sido tomados por fenómenos psíquicos. Pero además

hay otros muchos casos de confusión. y algunos psicólogos muy notables se verían en

dificultades a la hora de defenderse de la acusación de contradecirse a sí mismos (1).

Frecuentemente tropezamos con afirmaciones tales como que la diferencia entre la sensación

y la fantasía está en que la primera es producida por un fenómeno físico, y la segunda en

cambio, es producto de un fenómeno psíquico, gracias a las leyes de la asociación. Pero

estos mismos psicólogos admiten que lo que se nos muestra en la sensación no guarda

correspondencia con la causa que lo produce. Por lo que resulta que lo que ellos llaman

fenómenos psíquicos en realidad no aparecen ante nosotros, no tenemos ninguna idea

representativa de ellos. ¡Verdaderamente una manera maravillosa de utilizar abusivamente el


nombre del fenómeno! Ante tal situación no podemos menos que ocuparnos de esta cuestión

con más detenimiento.

2. La explicación que buscamos no es una definición, según las reglas tradicionales

de la lógica. Recientemente éstas han sido víctima de muchas, críticas imparciales, y a lo

dicho a guisa de reproche ahora habría que añadir algo más. Ahora pretendemos esclarecer

el significado de estos dos nombres: fenómeno físico y fenómeno psíquico. Queremos

acabar con los malentendidos y confusión reinantes. Y no hemos de reparar en medios si es

que éstos sirven de verdad al esclarecimiento de la cuestión.

Para este fin no creemos que sea útil una mera indicación de normas muy generales y

superiores. Así como en el terreno de los procedimientos de demostración, la inducción se

contrapone a la deducción, así aquí la explicación por la particular, por el ejemplo, se

contrapone a la explicación por la general. Y esta explicación por la particular será

apropiada siempre que los nombres particulares sean más claros que los generales. De modo

que a la hora de explicar el término «color» quizá sea más eficaz decir que tal nombre

designa a la clase del rojo, azul, verde y amarillo, que, a la inversa, explicar el rojo como

una clase especial de color. Pero con nombres como los tratados en nuestro caso, nombres

que no son corrientes en la vida ordinaria, mientras que sí lo son los de los fenómenos

particulares por ellos designados, sigue prestando mejores servicios la explicación por medio

de lo concreto. De modo que primero pondremos algunos ejemplos para explicar estos

conceptos.

Un ejemplo de fenómeno psíquico es la idea, procedente de la sensación o de la

fantasía; por idea no entendemos aquello que es representado, sino el acto de representar.

Por eso, la audición de un sonido, la visión de un objeto de color, el sentir el calor o el frío, y

los estados similares a la fantasía, son ejemplos de la que deseo decir; pero también

constituye un ejemplo adecuado el pensar en un concepto general. Todo juicio, todo


recuerdo, expectativa, conclusión, convicción y opinión, toda duda, son ejemplos de

fenómeno psíquico. Y lo mismo ocurre con los movimientos de ánimo, la alegría, tristeza,

miedo, esperanza, valor, cobardía, cólera, ilusión, amor, odio, apetito, volición, intención,

asombro, admiración, desprecio, etc.

Por el contrario, son ejemplos de fenómenos físicos un color, una figura, un paisaje

que estoy viendo; un acorde que oigo; el calor, el frío, el olor que estoy sintiendo; así como

las imágenes similares que brillan en mi fantasía.

Estos ejemplos servirán para ilustrar intuitivamente la diferencia existente entre

ambas clases de fenómenos.

3. Pero todavía queremos dar una delimitación más unitaria de los fenómenos

psíquicos. Para ello contamos con lo que dijimos anteriormente cuando afirmábamos que

con el nombre de fenómenos psíquicos designábamos a las ideas ya los fenómenos cuyo

fundamento eran las ideas. Además es preciso observar que aquí por ideas no estamos

entendiendo lo representado por ellas, sino el acto de representarlas. Estas ideas constituyen

el fundamento no sólo del mero juicio, sino también del apetecer y de los demás actos

psíquicos. Nada puede ser juzgado, ni apetecido, ni esperado ni temido si es que no es

representado. De modo que esta precisión abarca a todos los ejemplos de fenómenos

psíquicos anteriormente mencionados y en general a todos los fenómenos pertenecientes a

este campo psíquico...

Pero puede ocurrir que alguno piense que no es posible hallar ninguna idea, en el

sentido que nosotros damos al término, en ciertas clases de sentimientos sensibles de placer

y displacer. Al menos no podemos negar que hay una cierta tentación en esta dirección. Por

ejemplo, esto puede valer para los sentimientos que tenemos al hacernos una cortada o

quemarnos. Cuando nos cortamos no tenemos ninguna percepción del contacto, la mayoría

de las veces; cuando nos quemamos no tenemos ninguna percepción del calor; en ambos
casos lo único que aparece es el dolor.

Sin embargo, es indudable que en el fondo de estos sentimientos hay una idea. En

estos casos siempre tenemos la idea de una determinación local. que frecuentemente

ponemos en relación con alguna parte visible de nuestro cuerpo. Decimos que nos hace daño

el pie, o la mano, que nos duele ésta o aquella parte del cuerpo. Por eso la existencia de una

idea en la base de estos sentimientos no puede ser negada, especialmente por aquellos que

consideran a esta idea local como a algo primariamente dado por la estimulación de los

nervios. Pero esto tiene que ser admitido también por los demás. Porque no sólo se da en

nosotros la mera idea de una determinación local. sino que además tenemos la idea de una

cualidad sensible especial, análoga al color. sonido y demás cualidades sensoriales afines;

esta cualidad sensorial pertenece al mundo de los fenómenos físicos y debe ser distinguida

del sentimiento que la acompaña. Cuando oímos un sonido suave y grato, o bien uno

estridente, un acorde armónico o una total falta de armonía, no se nos ocurre identificar el

sonido con los sentimientos concomitantes de placer o dolor. Así también cuando, gracias a

una cortada, una quemadura o unas cosquillas, en nosotros surge un sentimiento de dolor o

placer, tenemos que distinguir entre un fenómeno físico que se ofrece como objeto a la

percepción externa y un fenómeno psíquico del sentimiento concomitante, aun cuando el

observador superficial tienda a confundirlos.

La principal razón de este engaño es la siguiente. (Nuestras sensaciones son

transmitidas por los llamados nervios sensitivos, como es bien sabido. Antiguamente se creía

que las distintas cualidades sensoriales, tales como el color, sonido. etc., utilizaban nervios

especiales en calidad de conductores exclusivos. Actualmente la fisiología cada vez más se

inclina hacia la opinión contraria (2). Por ejemplo es casi doctrina universal que si los

nervios para las sensaciones del tacto son estimulados de otra manera distinta, entonces

producen las sensaciones de frío y de calor; y si se los estimula de otra tercera manera,
entonces producirán las sensaciones del placer y dolor. Pero esto mismo ocurre con todos los

nervios, ya que en cualquiera de ellos pueden surgir fen6menos dolorosos o placenteros.

Todos los nervios producen fen6menos dolorosos de la misma clase (3) cuando son

estimulados por estímulos muy fuertes. Pudiendo transmitir un nervio distintas clases de

sensaciones, frecuentemente ocurre que puede transmitir varias de ellas a un mismo tiempo,

como cuando por ejemplo miramos a una luz eléctrica y al mismo tiempo que vemos un

color «hermoso», es decir, agradable, sentimos un fen6meno doloroso de otra clase. Los

nervios del sentido del tacto transmiten sensaciones de contacto, sensaciones de frío o de

calor y sensaciones de placer o dolor a un mismo tiempo). Ahora bien, resulta que cuando

aparecen a un mismo tiempo muchos fenómenos sensoriales, éstos suelen ser considerados

como un solo fenómeno unitario. Esto ha sido llamativamente demostrado en el caso de las

sensaciones del olfato y del gusto. Está demostrado que casi todas las diferencias que suelen

ser consideradas como diferencias de gusto, en realidad son meras diferencias entre

fenómenos olfativos simultáneos. Lo mismo ocurre cuando probamos una comida caliente o

fría: muchas veces creemos que hay diferencias de gusto, cuando en realidad lo único que

hay son distintos fenómenos térmicos. Por eso no debemos de admirarnos ante nuestra

incapacidad de distinguir con exactitud entre un fenómeno de la sensación de temperatura y

otro que pertenece a la sensación de tacto. Sí, probablemente no podríamos distinguir estos

fenómenos si es que no aparecieran de ordinario separados e independientes. Consideremos

ahora las sensaciones del sentimiento. Veremos que la mayoría de las veces estos fenómenos

van unidos a sensaciones de otra clase, las cuales, sobre todo cuando las excitaciones son

muy fuertes, desaparecen de su compañía. Por eso es muy fácil explicar las equivocaciones

en lo que respecta a la presencia de una determinada clase de cualidades sensibles, como por

ejemplo, la que se da cuando uno cree tener una sola sensación y en realidad tiene dos.

Como la idea en cuestión venía acompañada de un sentimiento relativamente muy fuerte,


"incomparablemente más fuerte que el que acompañaba a la primera cualidad, creemos que

dicho fenómeno psíquico es el único que hemos sentido. y desaparecida completamente la

primera clase de cualidad, pensamos que no hay más que un sentimiento, y que no hay

ninguna idea subyacente.

Este error puede deberse también al hecho de que no hay dos términos distintos para

designar a la cualidad sensible previa al sentimiento, y al sentimiento mismo. El fenómeno

físico que se da junto con el sentimiento doloroso recibe también el nombre de dolor. No

decimos que sentimos éste o aquel fenómeno del pie junto con el dolor, sino simplemente

que sentimos dolor en el pie. Esto es un equívoco, como puede verse muy fácilmente en, los

casos en los que varias cosas tienen una íntima relación mutua. Llamamos sano al cuerpo, y

debido a su relación con él, también decimos que el aire, el alimento, el color del rostro y

otras muchas cosas son sanos, aunque como es natural en un sentido diferente. En nuestro

caso un determinado fenómeno físico recibe el nombre de dolor o placer debido al

sentimiento displacentero o placentero que acompaña a su aparición; y en este caso también

hay un cambio de sentido. Es como si dijéramos que un acorde es un placer porque

experimentamos un sentimiento placentero al escucharlo; o que la pérdida de un amigo es un

gran pesar. La experiencia revela que el equívoco es uno de los obstáculos principales para

detectar las diferencias. Y especialmente en este caso, en el que el peligro de error es muy

grande, y en donde quizá la misma trasposición del nombre es ya consecuencia de una

confusión. De ahí que muchos psicólogos cayeran en el engaño, y en torno a éste fueran

amontonándose otros errores. Muchos llegaron a la falsa conclusión de que el sujeto

sentiente tenía que estar en el lugar del miembro lesionado en donde estaba localizada la

percepción del fenómeno doloroso Como habían identificado al fenómeno con el

subsiguiente sentimiento de dolor, consideraron a aquél como algo psíquico y no como

fenómeno físico. Y creyeron que la percepción del miembro lesionado era una percepción
interna, y, por tanto, evidente e infalible (4). Sólo que esta idea era contraria a los hechos, ya

que estos mismos fenómenos se producen después de haber sido amputado el miembro.

Otros autores, a la inversa, atacaron con escepticismo a la evidencia de la percepción

interna. El problema se resuelve una vez que se haya aprendido a establecer una distinción

entre el dolor, en cuanto condición fenoménica de una parte de nuestro cuerpo, y el

sentimiento de dolor vinculado a la sensación. Entonces no caeremos en la tentación de decir

que no hay ninguna idea en la base de sentimiento de dolor sensible producido por una

herida.

De modo que no hay duda de que es razonable caracterizar a los fenómenos

psíquicos diciendo que son ideas (en el sentido anteriormente indica- do) o que se basan en

ideas. Con ello tenemos una segunda determinación un poco más simple que la primera.

Pero esta explicación todavía no es completamente unitaria, ya que nos presenta a los

fenómenos psíquicos divididos en dos grupos.

4. Una determinación completamente unitaria, capaz de caracterizar a todos los

fenómenos psíquicos en contraposición a los físicos, ha sido realizada desde una perspectiva

negativa. Se ha dicho que todos los fenómenos físicos presentan extensión y determinación

local o espacial; y esto en el caso de los fenómenos de la visión o de cualquier otro sentido;

o bien en el de las imágenes de la fantasía que nos representen objetos similares. En cambio,

los fenómenos psíquicos carecen de extensión: el pensar, querer, etcétera, se nos muestran

sin extensión y sin ocupar un lugar en el espacio.

Así sería posible una caracterización fácil y exacta de los fenómenos físicos frente a

los psíquicos, por cuanto que afirmaríamos que los fenómenos físicos serían los que

aparecen extensos y en el espacio. De los fenómenos psíquicos diríamos eso mismo, sólo

que a la inversa; ya que, al contrario de los físicos, no muestran ninguna localización

espacial ni extensión. Se podría invocar a Descartes Ya Spinoza como defensores de Una tal
distinción, y especialmente a Kant, para quien el espacio es la forma de la intuición del

sentido externo.

Lo mismo dice en nuestros días A. Bain (5). De modo que, al parecer, hemos dado

con una caracterización unitaria de todos los fenómenos psíquicos, aunque sea de un modo

negativo.

Pero tampoco hay unanimidad entre los psicólogos en lo que a esto respecta, y

frecuentemente oímos a muchos rechazar, por razones contrarias, a la extensión y falta de

extensión como características diferenciativas de los fenómenos físicos y de los fenómenos

psíquicos.

Muchos creen que es falsa esta caracterización debido a que hay muchos fenómenos

físicos que se presentan sin extensión. Así muchos psicólogos famosos enseñan que los

fenómenos de algunos sentidos, o de la totalidad de los mismos, se revelan originariamente

libres de toda extensión y determinación espacial. Piensan que esto es muy corriente en

particular en los sonidos y en los fenómenos del olfato. Berkeley afirma que los colores

tampoco muestran esta localización espacial; Platner dice que lo mismo puede decirse de los

fenómenos del sentido del acto, y Herbart y Lotze, lo mismo que Hartley, Brown, los dos

MilI, H. Spencer y otros, lo extienden a todos los sentidos externos. Es cierto que todos los

fenómenos que nos son revelados por los sentidos externos, y especialmente. por la visión y

el tacto, dan la impresión de extenderse en el espacio. Pero ello es debido, se nos dice, a su

asociación con las ideas del espacio, desarrolladas progresivamente en nosotros gracias a

nuestras experiencias previas; originariamente estas sensaciones carecían de localización,

siendo nosotros mismos quienes les dimos después una localización. Si verdaderamente ésta

fuera la única vía por la que los fenómenos físicos adquieren localización espacial, ¡entonces

no sería posible distinguir a los fenómenos físicos de los psíquicos en función de esta

característica de la extensión; y tanto menos cuanto que además ciertos fenómenos psíquicos
adquieren de esta misma manera una localización espacial, como por ejemplo, cuando

transferimos a un león excitado un fenómeno de cólera, o suponemos que nuestros

pensamientos andan por el espacio en que habitamos.

Por consiguiente, esto parece refutar a esta caracterización, y parece estar

corroborado por el testimonio de muchos psicólogos importantes. En el fondo, también Bain

pertenece a este grupo de pensadores, a pesar de haber defendido esta diferenciación, ya que

sigue totalmente la dirección de Hartley. Únicamente pudo haber hablado como lo hizo en

esta cuestión porque (aunque no de un modo totalmente consecuente) no puso entre los

fenómenos físicos propiamente tales a los fenómenos de los sentidos externos.

Otros autores, como hemos visto, rechazan esta caracterización por motivos

diametralmente opuestos. Más que a la afirmación de que todos los fenómenos físicos

muestran extensión, se oponen a la de que todos los fenómenos psíquicos carecen de

extensión. Aristóteles parece haber sustentado esta opinión en el primer capítulo de su

tratado sobre el sentido, y el objeto del sentido, cuando dice que la percepción sensible es un

acto del órgano corp6reo y que esto es inmediatamente obvio y no necesita de más pruebas

(6).

Psicólogos y fisiólogos se expresan a veces en términos similares. Hablan de un

sentimiento del placer y del dolor que aparecerían en los órganos externos, muchas veces

incluso después de la amputación del miembro. y, sin embargo, el sentimiento, lo mismo que

la percepción, es un fenómeno psiquico. Muchos creen que también los apetitos sensibles

aparecen con localización y en esto coinciden con los poetas, que, si no del pensamiento, al

menos hablan de un deleite y anhelo que impregnan el corazón y todos los miembros.

Por tanto, vemos que esta distinción ha sido combatida tanto desde la perspectiva de

los fenómenos psíquicos como desde la de los fenómenos físicos. Probablemente estos

ataques no se fundan en argumentos sólidos (7). Pero, sin embargo, es conveniente intentar
otra caracterización más general, válida para todos los fenómenos psíquicos, ya que la

discusión sobre si ciertos fenómenos físicos y psíquicos son o no extensos indica que esta

característica no basta a la hora de establecer una clara diferenciación; y además, en el caso

de los fenómenos psíquicos, ésta es una característica negativa.

5. ¿Qué característica positiva podríamos señalar? ¿O es que acaso no existe una

caracterización positiva que sea en general válida para todos los fenómenos psíquicos? Bain

decía que, en efecto, no hay ninguna (8). Pero incluso los psicólogos de la antigüedad habían

llamado la atención sobre cierta analogía y afinidad especial que existía en todos los

fenómenos psíquicos y no se daba en los físicos. Todo fenómeno psíquico se caracteriza por

aquello que los escolásticos de la Edad Media llamaron inexistencia intencional (o mental)

del Objeto (9) y que nosotros llamaríamos, aunque con expresiones no totalmente

inequívocas, relación a un contenido, dirección hacia un objeto (aunque no ha de ser

interpretado como algo real) u objetividad inmanente. Todo fenómeno psíquico contiene

dentro de sí algo a modo de objeto, aunque no todos lo hagan de fa misma manera. En la

idea hay algo ideado o representado; en el juicio existe algo afirmado o rechazado; en el

amor, amado; en d odio, odiado; en el apetito, apetecido, etc. (10).

Esta inexistencia intencional es algo exclusivamente privativo de los fenómenos

psíquicos. No hay ningún fenómeno físico que presente algo semejante. Por eso podemos

definir a los fenómenos psíquicos diciendo que son aquellos que contienen intencionalmente

a un objeto.

Pero nuevamente aquí nos encontramos con las discusiones y pugnas. En especial,

Hamilton niega esta característica a una clase muy amplia de fenómenos psíquicos, a saber,

a todos los llamados por él sentimientos (feelings), es decir, al placer y al dolor en todas sus

clases y matices. Hamilton coincide con nosotros en lo relativo a los fenómenos del

pensamiento y del apetito. Está claro que no hay pensamiento sin objeto, ni apetito sin
objeto apetecido. «En cambio, en los fenómenos del sentimiento (del sentimiento de placer y

dolor) -dice Hamilton-, la conciencia no pone delante de sí a la impresión o estado psíquico,

no la considera (separadamente), sino que por así decirlo ambos están fundidos en una

unidad. La característica del sentimiento es la de ser subjetivamente subjetivo; en él no se da

nada más que J subjetividad subjetiva; no hay objeto diferente del yo, ni tampoco

objetivación del yo (11). En el primer caso, se daría algo «objetivo», según la terminología

de Hamilton; en el segundo, algo «objetivamente subjetivo», tal como ocurre, por ejemplo,

en el conocimiento de uno mismo, cuyo objeto es llamado sujeto-objeto por Hamilton; por

tanto, al negar estas dos cosas, Hamilton le quita al sentimiento toda inexistencia

intencional.

Pero lo que Hamilton dice no es del todo exacto. Ciertos sentimientos se refieren

indudablemente a objetos, como lo demuestran muchas expresiones comunes del lenguaje

ordinario. Decimos que nos alegramos de algo y por algo, que nos entristecemos o dolemos

por algo. Igualmente decimos: esto me alegra, esto me duele, esto me pone triste, etc. La

alegría y la tristeza, lo mismo que la afirmación y la negación, el amor y el dolor, el apetito y

la huida, siguen claramente a una idea y hacen referencia a lo representado en ella.

A lo sumo podríamos asentir con Hamilton en aquellos casos en que, como dijimos

anteriormente, caemos facilísima mente en el error de creer que el sentimiento no lleva

consigo una idea básica; así, por ejemplo, en el caso del dolor provocado por una cortada o

por el fuego. Pero entonces ello se debe únicamente a nuestra tendencia a caer en esta

errónea suposición. También Hamilton reconoce con nosotros que las ideas constituyen

siempre, y, por consiguiente, también en este caso, la base de los sentimientos. Por lo que

todavía resulta más sorprendente su negación de un objeto en los sentimientos.

Claro que es preciso añadir otra cosa. El objeto al cual se refiere el sentimiento no

siempre es un objeto externo. Cuando oigo un acorde, mi placer no es un placer por el


sonido propiamente dicho, sino por el acto de oír. Quizá pudiera decirse, y no sin razón, que

dicho placer se refiere en cierto modo a uno mismo, y que, por tanto, resulta poco más o

menos lo que dice Hamilton, a saber que el sentimiento «está fundido en una unidad» con el

objeto. Pero esto mismo ocurre en muchos fenómenos ideativos y del conocimiento, como

veremos en la investigación sobre la conciencia interna. En todo caso, en estos fenómenos

hay una existencia mental, un sujeto-objeto, dicho con términos de Hamilton; y lo mismo

ocurre con estos sentimientos. Hamilton no tiene razón cuando dice que todo es

«subjetivamente subjetivo» en esos sentimientos, expresión que de suyo se contradice a sí

misma, ya que no es posible hablar de sujeto allí donde no se puede hablar de objeto.

También Hamilton estaba testimoniando en contra suya cuando hablaba de la fusión unitaria

del sentimiento con la impresión psíquica. Toda fusión es una unión de muchos; por eso, su

expresión gráfica de la característica funda- mental del sentimiento hacía alusión a una cierta

dualidad en la unidad.

De modo que la existencia intencional de un objeto puede ser considerada

razonablemente como propiedad general de los fenómenos psíquicos, la cual sirve para

diferenciarlos de los físicos.

6. Otra propiedad general común a todos los fenómenos psíquicos es la de que sólo

son percibidos por la conciencia interna, mientras que los fenómenos físicos sólo admiten

una percepción externa. Esta característica es puesta de relieve por Hamilton ( 12).

Alguno pudiera pensar que esta caracterización dice muy poco, ya que lo más natural

es determinar el acto en función del objeto; es decir, mediante un procedimiento inverso,

definir a la percepción interna como percepción, de los fenómenos psíquicos, y así

contraponerla a todas las demás percepciones. Sólo que la percepción interna, además de lo

singular de su objeto, posee otra característica distintiva, a saber, esa evidencia inmediata e

infalible que sólo ella posee de entre todos los modos de conocer los objetos de la
experiencia. Por eso cuando decimos que los fenómenos psíquicos son aprehendidos por la

percepción interna estamos dando a entender que la percepción de los mismos es

inmediatamente evidente.

Más aún. La percepción interna no sólo es la única percepción con evidencia

inmediata; además, a decir verdad, es la única percepción en el sentido propio del término.

Hemos visto que los fenómenos de la percepción externa no se muestran como verdaderos y

reales ni siquiera por vía de la argumentación mediata; que aquella persona que, confiada,

los tome por lo que aparecen, caerá en la cuenta de su error gracias a la conexión de los

fenómenos. De modo que la llamada percepción externa, en el sentido estricto del término,

no es una percepción; así podemos decir que los fenómenos psíquicos se caracterizan por ser

los únicos con respecto a los cuales es posible una percepción, en el sentido propio de la

palabra.

Por otra parte, esta determinación es suficiente para caracterizar a los fenómenos

psíquicos. Ello no quiere decir que todas las personas puedan percibirlos internamente, y

que, por consiguiente, tengamos que contar entre los fenómenos físicos a todos aquellos que

no sean perceptibles. Por el contrario, como la hemos indicado expresamente antes, es

evidente que no hay ningún fenómeno psíquico que sea percibido por más de una persona;

pero asimismo hemos visto que todos los géneros de fenómenos psíquicos se encuentran

representados en todas las vidas anímicas humanas plenamente desarrolladas. Por ello, con

vistas a nuestro propósito, es suficiente decir que los fenómenos psíquicos constituyen la

esfera de la percepción interna.

7. Decíamos que los fenómenos psíquicos eran los únicos susceptibles de una

percepción interna, en el sentido estricto del término. Además podemos añadir que son los

únicos que tienen una existencia real, además de la intencional. El conocimiento, la alegría,

el apetito, existen realmente; en cambio, el color, sonido, calor, sólo existen de un modo
fenoménico e intencional.

Hay filósofos que llegan a decir que es evidente de por sí el que los fenómenos que

nosotros tomamos por físicos no pueden poseer ninguna realidad. Dicen que quien admite

esto y atribuye a los fenómenos físicos una existencia distinta de la mental, defiende algo

que es contradictorio en sí. Bain, por ejemplo, afirma que algunos han explicado los

fenómenos de la percepción externa mediante la aceptación de un mundo físico «que

primeramente se supone existir antes de ser percibido, y luego, gracias a su acción sobre el

espíritu, accede a la percepción». «Esta concepción -añade Bain- encierra una contradicción.

Según la teoría imperante, un árbol es algo en sí, independientemente de la percepción, que

produce en nuestro espíritu una impresión gracias a la luz que emite, y entonces es

percibido; de modo que la percepción es el efecto, y el árbol impercibido (es decir, existente

fuera de la percepción), la causa. Pero el árbol sólo es conocido gracias a la percepción; no

podemos decir lo que sería antes e independientemente de ella; podemos pensar en él en

tanto que percibido, pero no en cuanto no percibido. Esta concepción encierra una clara

contradicción. Nos exige percibir y al mismo tiempo no percibir la cosa. Conocemos la

sensación táctil del hierro, pero no nos es posible conocer esa sensación táctil si

prescindimos de la sensación de contacto».

He de confesar mi incapacidad para comprender la exactitud de este modo de

argumentar. Por muy cierto que sea el hecho de que un color sólo se nos muestra cuando nos

la representamos, ello no quiere decir que no pueda existir un color no representado. Sólo en

el caso de que el ser-representado estuviera contenido en el color como uno de sus

elementos, por ejemplo, como una cierta cualidad e intensidad, podríamos decir que es

contradictorio un color no representado, ya que entonces sería verdadera- mente

contradictorio un todo sin una de sus partes. Pero está claro que éste no es el caso. De lo

contrario, sería imposible explicar cómo la creencia en la existencia real de los fenómenos
físicos, fuera de nuestra representación, ha podido, no diré surgir, sino alcanzar la expansión

más universal, mantenerse con la tenacidad más extrema e incluso ser compartida durante

largo tiempo por pensadores de primera fila. Si fuese cierto lo que dice Bain: «Nosotros

podemos pensar en un árbol en cuanto percibido, pero no en cuanto no percibido; hay una

contradicción manifiesta en ello», entonces resultarían irrefutables todas sus demás

conclusiones. Pero es precisamente eso lo que no podemos admitir. Bain explica su posición

con las siguientes palabras: «Se nos exige percibir y al mismo tiempo no percibir la cosa».

Pero esto no es verdad, en primer lugar, porque aun cuando lo fuera, lo único que de ello se

seguiría es que únicamente podríamos pensar en los árboles por nosotros percibidos; pero no

se seguiría el que sólo pudiéramos pensar en los árboles en cuanto percibidos por nosotros.

Saborear un terrón de azúcar blanco no significa saborear un terrón de azúcar en cuanto

blanco. Este círculo vicioso aparece con toda claridad si consideramos los fenómenos

psíquicos. Si alguien dijera; «Yo no puedo pensar en un fenómeno psíquico sin pensar en él;

por tanto, sólo puedo pensar en los fenómenos psíquicos en cuanto pensados por mí; por

tanto, fuera de mi pensamiento, no existen fenómenos psíquicos», este razonamiento sería

idéntico al de Bain. Pero este autor reconocerá por lo menos que la vida psíquica individual

no es la única dotada de una existencia psíquica real. Cuando sigue diciendo; «conocemos la

sensación de contacto del hierro, pero no podemos conocer la sensación de contacto como

algo en sí independiente de la sensación táctil» (13), Bain está utilizando primero el término

sensación de contacto en el sentido de cosa sentida, y luego en el de acto de sentir. Estos

conceptos son distintos, aun cuando tengan el mismo nombre. Por consiguiente, solamente

aquellos que se dejen engañar por este equívoco podrán hacer la concesión de evidencia

inmediata exigida por Bain.

Por consiguiente, no es verdad que sea realmente contradictorio postular, fuera del

espíritu, fenómenos físicos tan reales como los producidos intencionalmente dentro de
nosotros. Sólo cuando se comparan ambas realidades aparecen los conflictos y la negación

de la realidad de los fenómenos. Es verdad que esto sólo vale para el campo de la acción de

nuestra experiencia, pero probablemente no estaremos equivocados al negar en general a

todos los fenómenos físicos otra existencia que no sea la existencia intencional.

8. Se ha hecho valer otra circunstancia diferenciadora de los fenómenos físicos y

psíquicos. Se ha dicho que los fenómenos psíquicos se presentan siempre uno detrás de otro,

mientras que los físicos aparecen muchos al mismo tiempo. Pero no siempre estas

expresiones han sido dichas en uno y un mismo sentido; y no todos los sentidos han

correspondido a la verdad.

Recientemente, H. Spencer ha hablado de esto en los siguientes términos; «Las dos

grandes clases de actividades vitales, comprendidas en la fisiología y psicología,

respectivamente, se diferencian en que mientras que la primera engloba simultáneamente

cambios simultáneos y sucesivos, la segunda sólo implica cambios sucesivos. Los

fenómenos que constituyen el objeto de la fisiología se presentan como una infinitud de

distintas series, vinculadas entre sí. Los fenómenos que constituyen el objeto de la

psicología se muestran en una serie única. Una mirada a las diversas actividades continuas,

que constituyen la vida del cuerpo en su totalidad, indica al punto que éstas son simultáneas,

que la digestión, circulación, respiración, excreción, secreción, etc., con todas sus

numerosas, divisiones, transcurren simultáneamente y en mutua dependencia y la mas ligera

introspección permite ver con claridad que las actividades del pensamiento no son

simultáneas, sino que unas van detrás de otras» (14). H. Spencer estudia los fenómenos

fisiológicos y físicos de un organismo particular, conectados con la vida psíquica. De no

haber hecho esto, tendría que reconocer la simultaneidad de ciertas series de fenómenos

psíquicos, ya que en el mundo hay más de un solo ser vivo dotado de psiquismo. Pero dentro

de los límites a los que está restringida, su afirmación no es del todo verdadera. Y el propio
H. Spencer se halla tan lejos de ilj imaginarlo que al punto nos remite a esas especies de

animales inferiores, por ejemplo, los radiados, en los que en un mismo cuerpo transcurre

simultáneamente una vida anímica múltiple. en estos casos, nos dice, existen muy pocas

diferencias entre la vida psíquica y la vida fisica (15), lo cual, sin embargo, otros autores no

concederán tan fácilmente. Y sigue haciendo más concesiones, de modo que la mencionada

distinción entre los fenómenos psicológicos y físicos queda reducida a una mera diferencia

de más o menos. Más aún. Si nos preguntamos qué es lo que Spencer entiende por

fenómenos fisiológicos, veremos que con este nombre no son designados los fenómenos

físicos propiamente dichos, sino las causas en sí desconocidas de los mismos; en lo que.

respecta a los fenómenos físicos que se manifiestan en la sensación, parece innegable que

ellos no pueden modificarse simultáneamente si es que las sensaciones tampoco son

susceptibles de modificación simultánea. De modo que no es posible una caracterización

distintiva para cada una de estas clases.

Otros han querido ver una característica singular de la vida anímica en el hecho de

que en la conciencia sólo puede haber un solo objeto a un mismo tiempo, y no muchos.

Estos autores invocan el caso extraordinario de los errores cometidos en la determinación

del tiempo, los cuales aparecen regularmente en las observaciones astronómicas debido a

que el golpe simultáneo del péndulo no entra en la conciencia en simultaneidad con el paso

de la estrella por la rejilla del telescopio, sino un poco antes o después (16). De manera que

los fenómenos psíquicos van uno detrás de otro en una sola j serie. Pero ciertamente no es

correcto generalizar sin más eso que se revela en un solo caso de extraordinaria

concentración de la atención. Al menos H. Spencer dice: «Hallo que es posible descubrir con

certeza no menos de cinco series simultáneas de cambios nerviosos que acceden a la

conciencia en diverso grado, de modo que no podemos decir que ninguna de ellas sea

simplemente inconsciente. Cuando caminamos se da la serie de los fenómenos locales; en


determinadas circunstancias, puede ir acompañada de una serie de fenómenos táctiles; muy

frecuentemente (al menos en mí) se da una serie de fenómenos sonoros que me persiguen y

que constituyen una melodía o una parte de la misma; a éstos se añade la serie de fenómenos

visuales: todas estas series, subordinadas a la conciencia dominante, formada por una gran

cantidad de reflexiones, la cruzan y de esta forma se entremezclan con ella» (17). Lo mismo

dicen Hamilton, Cardaillac y otros psicólogos basándose siempre en sus experiencias. Pero

aun admitiendo que fuese cierto que hubiera una analogía ente el caso del astrónomo y los

demás casos de pecepción, ¿no deberíamos reconocer por lo menos que muchas veces nos

representamos algo, y, al mismo tiempo, lo apetecemos 0 emitimos un juicio sobre ello? Por

consiguiente, tendríamos una pluralidad de fenómenos psíquicos simultáneos. Incluso podría

afirmarse con más derecho lo contrario, a saber, que muchos fenómenos psíquicos existen

simultáneamente, cosa que no ocurre con los fenómenos físicos. Nunca hay más de un

fenómeno físico al mismo tiempo.

Por tanto, ¿en qué sentido podemos decir que en un momento dado sólo puede darse

un único fenómeno psíquico, mientras que puede haber muchos fenómenos físicos

simultáneos? Podemos decirlo acerca de los fenómenos psíquicos en la medida en que su

multiplicidad total se presenta como unidad en la percepción interna, Cosa que no ocurre

con los fenómenos físicos, los cuales se dan todos juntos en la llamada percepción externa.

Con frecuencia muchos psicólogos han confundido la unidad con la simplicidad, y han

pretendido percibirse a sí mismos en su conciencia interna como algo simple. Otros,

contrarios con razón a la simplicidad de este fenómeno, negaron también la unidad. Pero, así

como los primeros no fueron coherentes, ya que hablaron de una rica pluralidad de

elementos diversos al describir su vida interior, los segundos tampoco Pudieron impedir que

de sus labios saliera el testimonio involuntario favorable a la unidad de los fenómenos

anímicos. Hablaron, al igual que los otros, de un «yo» y no de un «nosotros», designándolo


ya como «haz» de fenómenos, ya con otros términos indicativos de una fusión en una unidad

íntima. Cuando a un mismo tiempo percibimos un color, un sonido, un calor, un olor, no hay

nada que nos impida atribuir cada sensación a una cosa diferente. Por el contrario, la

diversidad de los actos sensitivos correspondientes, el ver, oír, sentir el calor y oler, y con

ellos el querer, sentir y pensar al mismo tiempo, así como la percepción interna por la cual

los conocemos, son concebidos necesariamente como fenómenos parciales de un fenómeno

unitario en el que están contenidos, y como una totalidad unitaria. Después trataremos de las

causas de esto y de otras cuestiones pertinentes a este tema. Porque se trata nada menos que

de la unidad de la conciencia, uno de los hechos más importantes, y también más

cuestionados, de la psicología.

9. Para concluir resumamos los resultados de nuestra discusión sobre la diferencia

existente entre los fenómenos psíquicos y físicos. En primer lugar, comenzamos dando una

serie de ejemplos de ambos fenómenos. Luego dijimos que los fenómenos psíquicos se

caracterizaban por las ideas o por ser fenómenos basados en las ideas; los demás fenómenos

pertenecen a los fenómenos físicos. Tratamos de la característica de la extensión,

considerada por muchos psicólogos como propiedad particular de todos los fenómenos

físicos; ella debería estar ausente de todos los fenómenos psíquicos. Pero esta opinión ha

sido fuente de controversias, y son precisas otras investigaciones para dirimir la cuestión;

por ahora sólo puedo afirmar que los fenómenos psíquicos realmente aparecen en su

totalidad desprovistos de extensión. A continuación hallamos que la propiedad distintiva de

todos los fenómenos psíquicos era la inexistencia intencional o relación con algo a título de

objeto: no hay ningún fenómeno físico que presente algo similar. Después caracterizamos a

los fenómenos psíquicos diciendo que eran el objeto exclusivo de la percepción interna,' son

los únicos que percibimos con evidencia inmediata; sí, sólo ellos son percibidos, en el

sentido estricto del término. Y aquí entra la siguiente característica, a saber, que los
fenómenos psíquicos son los únicos dotados de una existencia real, además de la intencional.

Por último dijimos que los fenómenos psíquicos también se caracterizaban por ser

percibidos siempre como unidad a pesar de toda su diversidad; los fenómenos físicos, en

cambio, percibidos simultáneamente, no se presentan como fenómenos parciales de un

fenómeno unitario.

Sin duda, la característica que mejor diferencia a los fenómenos psíquicos es la

inexistencia intencional. Gracias a ella, así como también gracias a las restantes, podemos

considerar a los fenómenos psíquicos como claramente delimitados frente a los fenómenos

físicos.

Las explicaciones que acabamos de dar sobre los fen6menos psíquicos y físicos

habrán esclarecido nuestras anteriores definiciones de la ciencia psíquica y de la ciencia

natural; dijimos que la ciencia natural era la ciencia de los fenómenos físicos, y que la

ciencia psicol6gica era la de los fenómenos psíquicos. Ahora resulta fácil apreciar las

restricciones tácitas implicadas en ambas definiciones.

Esto es especialmente válido en el caso de la definici6n de la ciencia natural, ya que

ésta no trata de todos los fenómenos físicos. No versa sobre los fenómenos de la fantasía,

sino únicamente de los que se manifiestan en la sensación. E incluso dentro de estos últimos,

sólo establece leyes en la medida en que dependen de la estimulación física de los órganos

sensoriales. Si quisiéramos expresar el objeto científico de la ciencia natural diríamos lo

siguiente: la ciencia natural trata de explicar la sucesión de los fenómenos físicos de las

sensaciones normales y puras (no influidas por ningún estado ni proceso psíquico especial),

basándose en el supuesto de que nuestros órganos sensoriales sufren el impacto de un mundo

que espacialmente se extiende en tres dimensiones y temporalmente lo hace en una dirección

(18). No explicando la naturaleza absoluta de este mundo, la ciencia natural se contenta con

atribuirle fuerzas que producen sensaciones y se influyen mutuamente en sus acciones; y


establecerá las leyes de coexistencia y sucesión de dichas fuerzas. Estas leyes permiten

establecer indirectamente leyes de la sucesión de los fenómenos físicos de las sensaciones,

cuando éstas son consideradas como puras y produciéndose en una sensibilidad inalterable,

gracias a un proceso de abstracción científica de las condiciones psíquicas secundarias. De

esta forma un tanto complicada hay que interpretar la expresión «ciencia de los fenómenos

físicos» aplicada a la ciencia natural ( 19).

Sin embargo, hemos visto cómo a veces la expresión «fenómeno físico» es aplicada

de un modo abusivo a estas fuerzas. Y como, conforme a la naturaleza de las cosas, el objeto

de una ciencia es aquello cuyas leyes son establecidas de un modo directo y expreso por esa

ciencia, no creo equivocarme al suponer que, al definir a la ciencia natural como ciencia de

los fenómenos físicos, muchas veces esta expresión va ligada también al concepto de fuerzas

pertenecientes a un mundo que se extiende en el espacio y discurre en el tiempo; fuerzas que

producen las sensaciones gracias a su acción sobre los órganos sensoriales, y se influyen

mutuamente en su acción, y cuyas leyes de coexistencia y sucesión son investigadas por la

ciencia natural. Considerar a estas fuerzas como objeto de la ciencia tiene la ventaja de que

entonces el objeto de la ciencia es algo que existe real y verdaderamente. Esto también

podría conseguirse definiendo a la ciencia natural como ciencia de las sensaciones con la

misma restricción tácita que acabamos de mencionar. La expresión «fenómeno físico» ha

prevalecido debido especialmente a la circunstancia de que se pensó que las causas externas

de la sensación correspondían a los fenómenos físicos en ella manifestados: ya sea, como

ocurrió en un principio, con una correspondencia total, ya sea como actualmente se piensa,

con una correspondencia al menos en lo que toca a la extensión en las tres direcciones. De

ahí el nombre impropio, de «percepción externa». Pero asimismo debemos añadir que el

acto de sentir tiene otras propiedades, además de la inexistencia intencional propia del

fenómeno físico, que no interesan al investigador de la naturaleza, ya que no dicen nada


sobre las condiciones especiales del mundo externo.

En lo tocante a la definición de la psicología, quizá pudiera pensarse a primera vista

que sería preciso ampliar, en lugar de limitar, el concepto de fen6meno psíquico, dado que

también entran dentro de ella los fenómenos físicos de la fantasía, y además la teoría de la

sensación no puede dejar a un lado a los fenómenos físicos de la sensación. Pero está claro

que estos fenómenos sólo forman parte de la descripción de las propiedades de los

fenómenos psíquicos en la medida en que están contenidos en ellos. y esto mismo vale para

todos los fenómenos psíquicos que tienen una existencia exclusivamente fenoménica. Sólo

deben ser considerados como objeto propio de la psicología los fenómenos psíquicos en

cuanto estados reales. y ellos son los únicos que tenemos en cuenta cuando decimos que la

psicología es la ciencia de los fenómenos psíquicos.

NOTAS

(1) Así, yo al menos no logro conciliar las diversas definiciones dadas por Bain en una de

sus obras psicológicas más recientes, La Ciencia Mental, Londres, 3 ed. 1872. En la página

120, número 59 dice que la ciencia psíquica (Science 01 the Mind, también por él llamada

Subject Science) se funda el' la conciencia de sí mismo o en la atención introspectiva; el ojo,

el oído, el órgano del sentido del tacto son medios para la observación del mundo físico, del

«object world» como él se expresa. Por el contrario, en la página 198, número 4, I, dice lo

siguiente: «La perfección de la materia 0 conciencia objetiva (Object consciousness) está

vinculada a la exteriorización de la actividad muscular, en contraposición con el sentimiento

pasivo». y añade en la explicación: «En el sentimiento puramente pasivo, como en aquellas

sensaciones en las que no participa nuestra actividad muscular, no tocamos materia

verdadera, estamos en un estado de conciencia subjetiva (Subject consciousness). y explica

esto con el ejemplo de la sensación de temperatura, cuando se toma un baño caliente, y con

todos los casos de suave contacto, en los que no se da ninguna actividad muscular, y explica
que en idénticas condiciones, los sonidos y quizá hasta la luz y el color, serían una

experiencia puramente subjetiva (Subject experience). Por tanto, toma como ejemplos para

la conciencia subjetiva las sensaciones visuales, auditivas y táctiles que en la otra parte había

señalado como intermediarios de la conciencia objetiva, en oposición a la conciencia

subjetiva.

(2) Ver en especial Wundt. Psicologia Fisiológica, p. 345 s. (3) Ver después Libro II.

Capítulo 3. número 6.

(3)Ver después Libro II, Capítulo 3, número 6.

(4) Por ejemplo, el Jesuita Tongiorgi en su difundido Texto de Filosofía.

(5) Bain, en el libro Ciencia Mental, Introd., Capítulo 1, dice lo siguiente: «La región del

objeto o del mundo objetivo (exterior) es delimitada por una propiedad, la extensión. El

mundo de la experiencia subjetiva (el mundo interno) carece de esta característica. De un

árbol o de un arroyo se dice que posee una magnitud extensa. Un placer no tiene longitud,

anchura ni espesor; no es en ningún respecto una cosa extensa. Un Pensamiento o una idea

pueden referirse a magnitudes extensas; pero no puede decirse de él que tenga una extensión

en sí mismo. Y tampoco podemos decir que un acto de la voluntad, un apetito, una creencia

llenen un espacio en unas determinadas direcciones. De ahí que se llame inextenso a todo

aquello que caiga dentro de la esfera del sujeto. Usando, pues, como sucede frecuentemente,

el nombre de espíritu para la totalidad de las experiencias internas, podernos definirlo

negativamente mediante una sola cosa: la carencia de extensión.. (Nota del compilado1':

Esta cita textual de Bain pertenece al texto original de Brentano. La hemos puesto en forma

de nota para ahorrar espacio).

(6) De sens. et sens., 1, p. 436. Ver también lo que dice de las emociones y en especial del

miedo en el De Anima, I, 1, p. 403, a, 16.

(7) La afirmación de que también ciertos fenómenos psíquicos aparecen con extensión
descansa claramente sobre una confusión entre los fenómenos físicos y los psíquicos similar

a aquella que vimos anteriormente cuando demostramos que la idea era la base

de los sentimientos sensibles.

(8) LoS Sentidos y el Intelecto, Introd.

(9) Ellos emplean también la expresión «estar objetivamente en algo», la cual, sí es que la

quisiéramos utilizar, tendríamos que tomarla a la inversa, como designación de una

existencia real fuera del espíritu. Pero la expresión «ser objetivo en sentido inmanente»

recuerda a ella, y es empleada en un sentido muy similar. La palabra «inmanente» evita todo

posible equívoco.

(10) Ya Aristóteles ha hablado de esa inhabitación o inmanencia psíquica. En sus libros

sobre el alma dice que lo sentido en cuanto sentido, está en la persona que siente; el sentido

aprehende lo sentido si la materia, lo pensado está en el intelecto pensante. En Filón

encontramos igualmente la doctrina de la existencia e inexistencia mental. Pero dado que la

confunde con la existencia en su sentido propio, llega a su doctrina contradictoria del Lagos

y las Ideas. Cosa parecida les sucede a los neoplatónicos. Agustín en su doctrina del Verbum

mentís y de su salida interior, menciona este mismo hecho. Anselmo lo hace en su famoso

argumento ontológico; y muchos han dicho que la razón fundamental de su paralogismo

radica en el hecho de haber considerado a la existencia mental como una existencia real (ver

Ueberweg, Historia de la Filosofía, II). Tomás de Aquino enseña que lo pensado está

intencionalmente en el que piensa; el objeto del amor, en el que ama; lo apetecido en quien

apetece, y utiliza estas afirmaciones para fines teol6gicos. Cuando la Escritura habla de una

inhabitación del Espíritu Santo, Santo Tomás la interpreta como una inherencia intencional

por el amor. E intenta encontrar una cierta analogía entre el Misterio de la Trinidad y de la

procedencia del Verbo y del Espíritu an intra, y la inexistencia intencional que hay en el

pensamiento y en el amor.
(11) Lecciones sobre Metafísica, I, p. 432.

(12) lbídem.

(13) Ciencia Mental, J ed., p. 198.

(14) Principios de Psicología, 2 ed., I, número 177, p. 395.

(15) lb ídem, p. 397.

(16) Véase Bessel, Observacioner Astronómicar, Parte VIII, Ki:inigsberg, 1823, 1 Introd.

Struve, Expedición cronométrica, etc. Petersburgo, 1844, p. 29. i ,

(17) lb ídem, p. 398. Drobisch dice también que es «un hecho que muchas series de ideas

pueden entrar al mismo tiempo en la conciencia, pero en cierto modo a distintas alturas»,

Psicología empírica, p. 140.

(18) Véase sobre esto Ueberweg (Sistema de lógica), en cuya explicación ciertamente no

todo es aprobable. En particular se equivoca cuando piensa que el mundo de las causas

externas se extiende de forma espacial y temporal, en lugar de decir que dicho mundo se

extiende de una forma que aparece como espacial y temporal.

(19) La explicación no es totalmente como Kant habría requerido, pero se acerca bastante a

sus explicaciones. En cierto sentido se aproxima a las ideas de J. St. Mill en su escrito contra

Hamilton (Capítulo 11), aunque sin coincidir tampoco con ellas en todos los puntos

esenciales. Lo que Mill llama posibilidades permanentes de la sensación (Permanet

possibilities of sensation) está muy próximo a lo que nosotros hemos llamado fuerzas. El

parentesco, así como la principal discrepancia con la concepción de Ueberweg fue señalado

en la nota precedente.

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