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Space and place.

The perspective of experience, University of Minnesota Press,


Minneapolis, pp. 8-18.
PERSPECTIVA EXPERIENCIAL*
Yi-Fu Tuan
‘Experiencia’ es un término que abarca las varias formas en que una persona
conoce y construye una realidad. Estas formas van desde los sentidos más directos
y pasivos como el olfato, el gusto y el tacto hasta la percepción visual activa y el
modo indirecto de simbolización1.

Experiencia

sensación, percepción, concepción

EMOCIÓN emoción

pensamiento PENSAMIENTO

La emoción colorea toda la experiencia humana, incluyendo los altos vuelos del
pensamiento. Los matemáticos, por ejemplo, sostienen que el diseño de sus
teoremas se guía por criterios estéticos –nociones de elegancia y simplicidad que
responden a una necesidad humana–. El pensamiento colorea toda la experiencia
humana, incluyendo las sensaciones básicas de calor y frío, placer y dolor. Es el
pensamiento el que califica rápidamente a la sensación como de un tipo especial.
El calor es sofocante o picante; el dolor es agudo o suave, una molestia irritante o
una fuerza brutal.
La experiencia se dirige al mundo exterior. Ver y pensar claramente van más allá
de la personalidad. Sentir es más ambiguo. Como lo expresó Paul Ricoeur, “Sentir
es [...] sin duda intencional: es el sentimiento de ‘algo’ –lo amable, lo odiable, [por
ejemplo]–. Pero es una intencionalidad muy extraña que, por un lado, designa
cualidades sentidas sobre cosas, sobre personas, sobre el mundo, y por el otro,
manifiesta y revela la forma en que la personalidad se afecta internamente”. En el
sentir, “una intención y un afecto coinciden en la misma experiencia”2.

*
Tomado de Yi-Fu Tuan, Space and place. The perspective of experience, University of Minnesota Press,
Minneapolis, pp. 8-18. La traducción es de Leticia Hülsz P.
1
Michael Oakeshott, Experience and Its Modes, Cambridge University Press, 1933, p. 10.
2
Paul Ricoeur, Fallible Man: Philosophy of the Will, Chicago: Henry Regnery Co., 1967, p. 127.

1
La experiencia tiene una connotación de pasividad; la palabra sugiere lo que una
persona ha pasado o sufrido. Un hombre o una mujer experimentados son
personas a quienes les han sucedido muchas cosas. No hablamos de experiencias
de las plantas, y aún para referirnos a los animales inferiores la palabra
“experiencia” resulta inadecuada. Sin embargo, el cachorro, contrasta con el
mastín experimentado; y los seres humanos son maduros o inmaduros
dependiendo de si se han beneficiado de los acontecimientos. Así, la experiencia
implica la habilidad de aprender de lo que nos ha sucedido3. Experimentar es
aprender, significa actuar sobre lo que se nos da y crear a partir de ello. Lo dado
no puede conocerse en sí mismo. Lo que puede saberse es una realidad que es
una construcción de la experiencia, una creación del sentimiento y del
pensamiento. Como lo expresó Susanne Langer: “El mundo de lo físico es
esencialmente el mundo real construido por abstracciones matemáticas, y el
mundo de la sensación es el mundo real construido por las abstracciones que
proporcionan de inmediato los órganos del sentido”4.
La experiencia es el triunfo sobre los peligros. La palabra “experiencia” comparte
una raíz común (per) con “experimento”, “experto” y “peligroso (del latín
periculosus)”5. Para experimentar en el sentido activo se requiere que uno se
arriesgue hacia lo desconocido y experimente con lo elusivo y lo incierto. Para
convertirse en experto es necesario que uno se atreva a confrontar los peligros de
lo nuevo. ¿Por qué debe uno hacerlo? A un ser humano se le lleva. Es apasionado,
y la pasión es una señal de fuerza mental. El repertorio emocional de una ostra es
muy restringido comparándolo con el de un cachorro; y la vida afectiva del
chimpancé parece casi tan variada e intensa como la del ser humano. Un infante
humano se distingue de otro mamífero joven por su desamparo y por sus terribles
rabietas. La gama emocional del infante, de la sonrisa al berrinche, indica el
alcance potencial de su intelecto.
La experiencia está compuesta de sentimiento y pensamiento. El sentimiento
humano no es una sucesión de sensaciones discretas; más bien, la memoria y la
anticipación pueden conducir los impactos sensoriales a una corriente de
experiencia cambiante, de modo que podemos hablar de una vida de sentimiento
como lo hacemos de una vida de pensamiento. Es una tendencia común considerar
como opuestos al sentimiento y al pensamiento; uno, registrando estados
subjetivos y, el otro, informando sobre la realidad objetiva. De hecho, están cerca
de los dos extremos de un continuum experiencial y ambos son formas del
conocimiento.
Ver y pensar son dos procesos estrechamente relacionados. En inglés, I see, “ya
veo”, quiere decir I understand, “entiendo”. Por mucho tiempo se ha reconocido

3
El término alemán erfahren incluye los diferentes significados de to find out (descubrir, averiguar, enterarse,
darse cuenta), to learn (aprender), y (experimentar).
4
Susanne K. Langer, Philosophy in a New Key, Nueva York: Mentor Book, 1958, p. 85.
5
José Ortega y Gasset, Man and People, Nueva York: Norton Library, 1963, pp. 158-159; Julián Marías,
Metaphysical Anthropology: The Empirical Structure of Human Life, University Park: Pennsylvania State
University Press, 1971, p. 40.

2
que “ver” no es solamente el registro de estímulos luminosos; es un proceso
selectivo y creativo en el cual los estímulos ambientales se organizan en
estructuras que fluyen y proporcionan señales llenas de significado para el
organismo que lo usa. ¿Es el intelecto el que informa a los sentidos del olfato y del
tacto? Tendemos a desdeñar el poder cognitivo de estos sentidos. Aun el verbo
francés savoir “saber” está relacionado estrechamente con el inglés savour
“saborear”. El gusto, el olfato y el tacto son capaces de refinamiento exquisito.
Discriminan entre la riqueza de sensaciones y articulan los mundos gustativos,
olfativos y de las texturas.
La estructuración de los mundos requiere inteligencia. Como los actos intelectuales
de ver y oír, los sentidos del olfato y el tacto pueden mejorarse con la práctica
para poder discernir mundos significativos. Los hombres adultos pueden
desarrollar una extraordinaria sensibilidad a una amplia gama de fragancias
florales6. Aunque la nariz humana es mucho menos sensible que la canina para
detectar ciertos olores de baja intensidad, la gente puede responder a una gama
más amplia de olores que los perros; estos últimos y los niños no aprecian la
fragancia de las flores en la forma en que lo hacen los hombres adultos. Los olores
favoritos de los niños son los de las frutas más que los de las flores7. Las frutas
son buenas para comer, así es que es comprensible la preferencia que tienen por
ellas. Pero, ¿cuál es la utilidad para la supervivencia de la sensibilidad a los aceites
químicos que despiden las flores? No hay un propósito biológico claro al que sirva
esta sensibilidad. Podría parecer que nuestra nariz, igual que nuestros ojos, busca
ampliar y comprender al mundo. Algunos olores tienen un significado biológico
potente; los aromas del cuerpo, por ejemplo, pueden estimular la actividad sexual.
Por otro lado, ¿por qué, muchos hombres adultos encuentran repulsivo el olor de
la putrefacción? Mamíferos con narices mucho más sensibles que las de los
humanos toleran, e incluso aprecian, los olores de la carroña que disgustarían a los
hombres; también parece que los niños son indiferentes a los olores fétidos.
Langer sugiere que los olores de la putrefacción son memento mori (advertencia
de la muerte) para los adultos, pero que no tienen ese significado ni para los
animales ni para los niños8. El tacto articula otra clase de mundo complejo. La
mano humana es incomparable por su fuerza, agilidad y sensibilidad. Los primates,
el hombre incluido, usan sus manos para conocer y consolar a miembros de sus
propias especies, pero el hombre también las utiliza para explorar el medio
ambiente físico, diferenciándolo cuidadosamente al sentir la corteza y la piedra9. A
los hombres adultos les desagrada la sensación de tener algo pegajoso en la piel,
quizás porque destruye el poder de discernimiento de la piel; una sustancia así, al
igual que unos anteojos sucios, opaca una facultad de exploración.

6
R. W. Moncrieff, Odour Preferences, London: Leonard Hill, 1966, p. 65.
7
Ibid., p. 246.
8
Susanne K. Langer, Mind: An Essay on Human Feeling, Baltimore: Johns Hopkins University Press, 1972, vol.
2, pp. 192-193.
9
Ibid., pp. 257-259.

3
El medio ambiente arquitectónico puede complacer al ojo; pero, a menudo, carece
de la personalidad mordaz que pueden proporcionar los olores variados y
agradables. Los olores le prestan carácter a objetos y lugares, volviéndolos
distintivos, más fáciles de identificar y recordar. Los olores son importantes para
los seres humanos. Hemos hablado incluso de un mundo olfativo, pero ¿pueden
las fragancias y las esencias constituir un mundo? ‘Mundo’ sugiere estructura
espacial; un mundo olfativo sería aquél en el cual los olores están dispuestos
espacialmente, no simplemente uno en el cual aparecen en sucesión aleatoria o
como mezclas rudimentarias. ¿Pueden los sentidos diferentes de la vista y el tacto
proporcionar un mundo espacialmente organizado? Es posible argumentar que el
sabor, el olor y aun el oído no pueden, en sí mismos, darnos una sensación de
espacio10. El asunto es mayormente académico, ya que la mayoría de la gente
funciona con los cinco sentidos y éstos se refuerzan de manera constante entre sí
para proporcionar el mundo ordenado intrincadamente y cargado de emoción en
que vivimos. El gusto, por ejemplo, casi invariablemente involucra al tacto y al
olfato: la lengua se mueve alrededor del dulce sólido, explorando su forma a
medida que el sentido del olfato registra el sabor a caramelo. Si podemos oír y oler
algo, a menudo también podemos verlo.
¿Cuáles son los órganos de los sentidos y las experiencias que permiten a los seres
humanos tener una clara sensación del espacio y de las cualidades espaciales?
Respuesta: sinestesia, vista y tacto11. Movimientos como la simple habilidad de
patear y estirar los brazos son básicos para estar concientes del espacio. Éste se
experimenta directamente como tener un lugar en el que moverse. Más aún, al
desplazarse de un lugar a otro, una persona adquiere un sentido de dirección.
Hacia adelante, hacia atrás y hacia los lados se diferencian de manera experiencial,
es decir, se conocen subconscientemente en el acto de moverse. El espacio asume
un marco toscamente coordinado, centrado en el ser móvil e intencional. Los ojos
humanos, que tienen recubrimiento bifocal y capacidad estereoscópica,
proporcionan a la gente un espacio vívido en tres dimensiones. Sin embargo, es
necesaria la experiencia. Lleva tiempo y práctica para que el niño o la persona
ciega de nacimiento, pero que se le hubiera restaurado la vista, perciban el mundo
conformado por objetos tridimensionales estables organizados en el espacio, más
que como diseños y colores en movimiento. Tocar y manipular cosas con la mano
lleva hacia un mundo de objetos –los cuales se mantienen constantes en forma y
tamaño. Alcanzar cosas y jugar con ellas descubren su separación y su espacio
relativo. El movimiento intencional y la percepción, tanto visual como táctil,
proporcionan a los seres humanos su mundo familiar de objetos desiguales en el
espacio. El lugar es una clase especial de objeto. Es una concreción de valor,
aunque no una cosa valorada que puede manejarse ni trasportarse fácilmente; es
un objeto en el cual uno puede habitar. El espacio, lo hemos comentado, se da por

10
Géza Révész, "The problem of space with particular emphasis on specific sensory spaces", en American
Journal of Psychology, vol. 50, 1937, pp. 429444.
11
. Bernard G. Campbell, Human Evolution: An Introduction to Man's Adaptations, Chicago: Aldine, 1966, pp.
78 y 161-162.

4
la habilidad para moverse. Los movimientos son, a menudo, dirigidos hacia, o
rechazados por, objetos y lugares. De allí que el espacio pueda experimentarse de
varias maneras: como la ubicación relativa de objetos o lugares; como las
distancias y extensiones que separan o vinculan lugares, y –en forma más
abstracta– como el área definida por una red de lugares (Fig. 1).
El gusto, el olor, la sensibilidad de la piel y el oído no pueden individualmente (ni
quizá juntos) permitirnos tener conciencia de un mundo externo, espacioso,
habitado por objetos. Sin embargo, en combinación con las facultades
“espacializadoras” de la vista y el tacto; estos sentidos que esencialmente no
permiten advertir las distancias, enriquecen enormemente nuestra aprehensión del
carácter espacial y geométrico del mundo. El gusto etiqueta algunos sabores como
“sharp” (agudo, ácido), otros como “flat” (plano, soso). El significado de estos
términos geométricos se intensifica con su uso metafórico en el reino del gusto. El
olor es capaz de sugerir masa y volumen. Algunos olores como el almizcle o el
nardo, son “fuertes”, mientras que otros son “delicados”, “tenues” o “leves”. Los
carnívoros dependen de su agudo sentido del olfato para perseguir a su presa, y
es posible que su nariz sea capaz de articular un mundo espacialmente
estructurado –cuando menos uno que esté diferenciado por dirección y distancia–.
La nariz humana es un órgano muy atrofiado. Dependemos del ojo para localizar
las fuentes de peligro y de interés, pero con el apoyo de un mundo visual previo,
la nariz humana también puede discernir la dirección y estimar la distancia relativa
por medio de la fuerza de un olor.

Figura 1.
A. Espacio definido por la ubicación relativa B. Espacio
delimitado del cazador esquimal
de los puntos de comercio (mujer aivilik) aivilik

5
Figura 1. El espacio como una ubicación relativa y espacio delimitado. El
espacio de la mujer esquimal (aivilik) está definido esencialmente por la
ubicación y la distancia de puntos significativos, en su mayoría puntos de
comercio (A), como se percibe desde la base de operaciones en la Isla
Southampton, mientras que la idea de límite (la línea costera) es
importante para el sentido de espacio del hombre esquimal (B). Edmund
Carpenter, Frederick Varley y Robert Flaherty, Eskimo (Toronto:
University of Toronto Press, 1959, page 6). Reimpreso con permiso de la
editorial de la Universidad de Toronto.

Quien maneja un objeto no sólo siente su textura, sino sus propiedades


geométricas de tamaño y forma. Aparte de la manipulación, ¿la propia sensibilidad
de la piel contribuye a la experiencia espacial del hombre? Lo hace, aunque de
manera limitada. La piel registra sensaciones; informa sobre su propio estado y al
mismo tiempo en que el objeto la presiona; sin embargo, no es un sensor de
distancia. A este respecto, la percepción táctil está en el extremo opuesto de la
percepción visual. La piel puede trasmitir ciertas ideas espaciales y puede hacerlo
sin el apoyo de los otros sentidos, dependiendo sólo en la estructura del cuerpo y
en la habilidad para moverse. La distancia relativa, por ejemplo, se registra cuando
se tocan al mismo tiempo diferentes partes del cuerpo. La piel puede comunicar un
sentido de volumen y masa. No hay duda de que “entrar a un baño caliente le da a
nuestra piel una sensación más amplia que el pinchazo de un alfiler”12. La piel,
cuando hace contacto con objetos achatados, puede juzgar aproximadamente su
forma y tamaño. En el nivel micro, la aspereza y suavidad son propiedades
geométricas que la piel reconoce fácilmente. Los objetos son también duros o
suaves; la percepción táctil diferencia estas características con evidencia espacio-

12
William James, The Principles of Psychology, New York: Henry Holt, 1918, vol. 2, p. 134.

6
geométrica; así, un objeto duro retiene su forma bajo la presión, mientras que un
objeto suave no13.
¿Se crea una sensación de la distancia y el espacio a partir de la habilidad para
oír? El mundo del sonido parece estar espacialmente estructurado, aunque no con
la agudeza del mundo visual. Es posible que el ciego que puede oír pero que no
tiene manos y apenas puede moverse, carezca de todo sentido de espacio; quizás
para esta persona todos los sonidos son sensaciones del cuerpo y no señales para
percibir el carácter del entorno. Poca gente está tan severamente inválida. Aunado
a la vista, al poder moverse y manipular cosas, el sonido enriquece enormemente
el sentido humano del espacio. Las orejas del hombre no son flexibles, así es que
están menos equipadas para discernir la dirección que, digamos, las orejas de un
lobo. Pero moviendo la cabeza una persona puede, más o menos, decir la
dirección de los sonidos. La gente se percata subconscientemente de las fuentes
del ruido y, de dicha percepción, construye el espacio de la audición.
Los sonidos, aunque se ubiquen vagamente, pueden trasmitir un fuerte sentido del
tamaño (volumen) y de la distancia. Por ejemplo, en una catedral vacía el sonido
de las pisadas taconeando agudamente en el suelo de piedra crea la impresión de
una inmensidad cavernosa. Sobre el poder del sonido para evocar distancia, Albert
Camus escribió: “En Argelia se puede escuchar a los perros ladrando en la noche a
distancias diez veces mayores que en Europa. Así, el ruido toma una nostalgia
desconocida en nuestros países apiñados”14. Los ciegos desarrollan una aguda
sensibilidad hacia los sonidos; pueden utilizarlos junto con sus reverberaciones
para evaluar el carácter espacial del medio ambiente. La gente que puede ver es
menos sensible a las señales de la audición porque no dependen tanto de ellas. Sin
embargo, todos los seres humanos aprenden a relacionar sonido y distancia en el
acto de hablar; alternamos nuestro tono de voz de suave a fuerte, de íntimo a
público, de acuerdo con las distancias sociales y físicas que percibimos existen
entre nosotros y los demás. El volumen y el matiz de nuestra voz, así como lo que
tratamos de decir son recordatorios constantes de proximidad y distancia.
El sonido en sí mismo puede evocar impresiones espaciales. Las reverberaciones
del trueno son voluminosas; el rechinido del gis en la pizarra es hiriente y fino. Los
tonos musicales bajos son voluminosos en tanto que los tonos altos parecen
delgados y penetrantes. Los musicólogos hablan de “espacio musical”. Las
ilusiones espaciales se crean en música totalmente aparte del fenómeno de
volumen y del hecho de que el movimiento, lógicamente, involucra espacio15. A
menudo se dice que la música tiene forma. Esta forma musical puede generar un
sentido tranquilizador de orientación. Para el musicólogo Roberto Gerhard, “la

13
D. M. Armstrong, Bodily Sensations, London: Routledge & Kegan Paul, 1962, p. 21.
14
Albert Camus, Carnet, 1942-1951 London: Hamish Hamilton, 1966, p. 26.
15
Susanne K. Langer, Feeling and Form: A Theory of Art, New York: Charles Scribner, 1953, p. 117.

7
forma en música significa saber en cada momento exactamente en donde se está.
La conciencia de la forma es realmente un sentido de orientación”16.
Los diferentes espacios sensoriales tienen poca similitud entre sí. El espacio visual,
con su brillantez y tamaño, difiere de modo impresionante de los espacios de la
audición difusa y de los táctiles-sensomotores. Un ciego cuyo conocimiento del
espacio deriva de señales auditivas y táctiles no puede, por algún tiempo, apreciar
el mundo visual cuando recupera la vista. El interior abovedado de una catedral y
la sensación al deslizarse en una bañera tibia significan, ambos, volumen o
amplitud, aunque las experiencias son difícilmente comparables. De la misma
forma, el significado de distancia es tan variado como sus modos experienciales:
adquirimos el sentido de la distancia por el esfuerzo de movernos de un lugar a
otro, por la necesidad de proyectar nuestra voz, por escuchar a los perros ladrar
en la noche y al reconocer las señales del medio ambiente para nuestra
perspectiva visual.
La organización del espacio humano depende únicamente de la vista. Los otros
sentidos ensanchan y enriquecen el espacio visual. Así, el sonido aumenta la
conciencia espacial para incluir áreas ubicadas detrás de la cabeza que no pueden
verse. Aún más importante, el sonido dramatiza la experiencia espacial. Un espacio
sin sonido se siente calmado y sin vida, a pesar del flujo visible de actividad en él,
como cuando se observan sucesos a través de binoculares o en la pantalla de
televisión con el sonido apagado, o estando en una ciudad que está envuelta en
una fresca cobija de nieve17.
Los espacios humanos reflejan la calidad de sus sentidos y de su mentalidad. La
mente suele extrapolar más allá de la evidencia sensorial. Considérese la noción de
vastedad. La inmensidad de un océano no se percibe directamente. “Pensamos en
el océano como un todo”, dice William James, “multiplicando mentalmente la
impresión que obtenemos en cualquier momento en que vemos el mar”18. Un
continente separa a Nueva York de San Francisco; una distancia de este tamaño se
aprehende por medio de símbolos numéricos o verbales, que se calculan, por
ejemplo, en jornadas. “Pero el símbolo a menudo nos dará el efecto emocional de
la percepción. Expresiones tales como la bóveda abismal del cielo o la extensión
sin fin del océano, resumen muchos cálculos de la imaginación y dan la sensación
de un horizonte enorme”. Alguien con la imaginación matemática de Blaise Pascal
mirará al cielo y se sentirá sobrecogido por su extensión infinita. Los ciegos
pueden conocer el significado de un horizonte distante; pueden extrapolar desde
su experiencia auditiva del espacio y de la libertad de movimiento para visualizar
en los ojos de sus mentes vistas panorámicas y espacio ilimitado. Un ciego le dijo a

16
Roberto Gerhard, "The nature of music", en The Score, no. 16, 1956, p. 7; citado en Sir Russell Brain, The
Nature of Experience, London: Oxford University Press, 1959, p. 57.
17
P. H. Knapp, "Emotional aspects of hearing loss" en Psychosomatic Medicine, vol. 10, 1948, pp. 203-222.
18
William James, Principles of Psychology, pp. 203-204.

8
William James que “pensaba que pocas personas con capacidad de ver podían
disfrutar la vista desde la cima de una montaña como él”19.
La mente discierne diseños geométricos y principios de organización espacial en el
medio ambiente. Por ejemplo, los indios dakota encontraron evidencia de formas
circulares en la naturaleza casi en todos lados, desde la forma de los nidos de los
pájaros hasta el curso de las estrellas. En contraste, los indios pueblo del suroeste
de los Estados Unidos de Norteamérica tienden a ver espacios de geometría
rectangular. Estos son ejemplos del espacio interpretado, que depende del poder
de la mente para extrapolar mucho más allá de los datos que proporcionan los
sentidos. Tales espacios yacen en el extremo conceptual del continuo (continuum)
experiencial; existen tres tipos principales que se traslapan en grandes áreas: el
mítico, el pragmático y el abstracto o teórico. El espacio mítico es un esquema
conceptual, pero también es un espacio pragmático en el sentido de que dentro de
ese esquema se ordenan una gran cantidad de actividades prácticas, como plantar
y cosechar cultivos. Una diferencia entre espacio mítico y pragmático es que este
último se define por una serie más limitada de actividades económicas. El
reconocimiento del espacio pragmático, como franjas de suelo pobre y rico, es,
desde luego, un logro intelectual. Cuando una persona ingeniosa trata de describir
el contorno del suelo cartográficamente por medio de símbolos, se da otro paso,
otro movimiento hacia la forma conceptual. En el mundo occidental se han creado
sistemas de geometría –es decir, espacios altamente abstractos– de las
experiencias espaciales fundamentales. Así, podría parecer que las experiencias
sensomotoras y táctiles descansar en la raíz de los teoremas de Euclides referentes
a la congruencia de la forma y el paralelismo de las líneas distantes; la percepción
visual es la base de la geometría proyectiva.
Los seres humanos no sólo disciernen patrones geométricos en la naturaleza y
crean espacios abstractos en la mente, también tratan de encarnar sus
sentimientos, imágenes y pensamientos en material tangible. El resultado es el
espacio escultórico y arquitectónico y, en gran escala, la ciudad planeada. Aquí el
progreso proviene de sentimientos rudimentarios del espacio y de sus
discernimientos transitorios en concordancia con su cosificación pública y material.
El lugar es un tipo de objeto. Los lugares y los objetos definen el espacio dándole
personalidad geométrica. Ni el recién nacido ni el hombre que recupera la vista
después de una vida de ceguera pueden reconocer inmediatamente una forma
geométrica, como un triángulo. El triángulo es al principio “espacio”, una imagen
confusa. Reconocer al triángulo requiere la previa identificación de las esquinas –o
sea, lugares. Un vecindario es una confusión de imágenes para el nuevo residente;
“allá afuera”es un espacio impreciso. Aprender a conocer el vecindario requiere
identificar los lugares significativos, como las esquinas de la calle y las señales
arquitectónicas dentro del espacio de ese espacio. Los objetos y lugares son
centros de valor. Atraen o repelen en grados finamente matizados. Ir a ellos, aun

19
Ibid., p. 204.

9
momentáneamente, es reconocer su realidad y valor. El mundo del infante carece
de objetos permanentes, está dominado por impresiones borrosas. ¿Cómo las
impresiones que nos llegan a través de los sentidos, adquieren la estabilidad de
objetos y lugares?
La inteligencia se manifiesta en diferentes tipos de logros. Uno es la habilidad para
reconocer y sentir profundamente sobre lo particular. A diferencia de los mundos
esquemáticos en que viven los animales, los mundos esquemáticos de los seres
humanos están también abundantemente poblados de cosas particulares y
duraderas. Las cosas particulares que valoramos pueden ser nombres dados: un
juego de té es Wedgewood y una silla es Chippendale. Las personas tienen
nombres propios; son cosas particulares y pueden ser los primeros objetos
permanentes en el mundo de impresiones inestables del infante. Un objeto, como
un valioso vaso de cristal, se reconoce por su forma única, su diseño decorativo y
el sonido cuando se le golpea ligeramente. Una ciudad como San Francisco se
reconoce por su localización única, topografía, horizontes, olores y ruidos en las
calles20. Un objeto o lugar obtiene realidad concreta cuando nuestra experiencia de
él es total, es decir, a través de todos los sentidos junto con la mente activa y
reflexiva. Vivir prolongadamente en un lugar nos permite conocerlo de manera
íntima; sin embargo, su imagen puede carecer de precisión a menos de que
podamos verlo desde el exterior y reflejarlo en nuestra experiencia. Otro lugar
puede carecer del peso de la realidad porque lo conocemos sólo desde el exterior
–a través de los ojos de turistas y leyendo sobre él en una guía–. Es característico
de la especie humana, creadora de símbolos, que sus miembros puedan estar
ligados apasionadamente a lugares de tamaño enorme, como un estado-nación,
del cual es posible que sólo tengan una experiencia directa limitada.

20
"Aquellos de ustedes que han cruzado alguna vez la bahía desde el rompeolas de Oakland hasta el edificio
del trasbordador en San Francisco pueden incluir, como yo lo hago, una memoria táctil del viaje –la sensación
de la brisa y el viento en la cara– que se combina con la imagen visual del puente y de la línea del horizonte".
George S. Welsh, "The perception of our urban environment", en Perception and Environment: Foundations of
Urban Design, Institute of Government, University of North Carolina, 1996, p. 6.

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