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Solución Examen Final 20/01/2024

SOLUCIÓN EXAMEN FINAL


A través de los conceptos trabajados a lo largo del semestre, seguro que la lectura
del texto propuesto para el análisis nos ha hecho conectar con una serie de
herramientas analíticas que nos permiten interpretar el texto en términos
psicosociales. Siendo así, habremos conseguido, al menos, parte de los objetivos
de la asignatura. Fragmentos como “asesinado por la indiferencia”, “nueve horas a
la intemperie en una calle concurrida del centro de París”, “una persona sin hogar
llamó finalmente a una ambulancia”, o, “durante nueve horas ningún transeúnte se
detuvo a ver por qué este señor estaba tumbado en la acera”, nos interpelan
directamente como personas y futuros profesionales para dar una explicación de
los hechos.

Una de las primeras preguntas que con bastante probabilidad nos hemos hecho es:
“¿por qué nadie se paró a ver qué le pasaba al fotógrafo René Robert?”. Es más,
seguramente, también nos habremos preguntado qué hubiésemos hecho en una
situación similar o hemos podido “viajar” incluso a alguna situación similar que
hayamos podido vivir.

Como bien sabemos a estas alturas, aspectos como la empatía, el aprendizaje o


las normas sociales pueden explicar por qué algunas personas tienen cierta
predisposición a ayudar. No obstante, también hay una gran distancia entre
nuestras intenciones y nuestro comportamiento final puesto que cada situación
comporta en sí misma un conjunto de factores diversos que modulan que
finalmente ofrezcamos ayuda o no. Metidxs de lleno, entonces, en los factores
situacionales que mediatizan la ayuda (primera pregunta), podíamos elegir dos
de los cuatro factores propuestos para desarrollar nuestra respuesta (presencia de
otra gente, cálculo de costes, prisa y toma de decisiones).

Si bien en un primer momento, la lógica nos podría llevar a pensar que cuantas
más personas vean que alguien necesita ayuda, más aumenta la probabilidad que
alguien la ofrezca (atendiendo, por ejemplo, a las características personales como
la personalidad, valores o estado psicológico de lxs espectadorxs), vemos que la
responsabilidad de ayudar se dispersa cuando hay más personas: la persona
puede razonar que si no es la única que puede ayudar, alguien más lo hará; o bien
puede tener miedo de haber interpretado mal la situación si las otras personas no
se mueven. Este factor, la presencia de otra gente, es un primer factor que
podemos inferir del siguiente fragmento del texto:
"Sin poder levantarse, permaneció inmóvil en el suelo con el frío durante
nueve horas. Una persona sin hogar llamó finalmente a una ambulancia,
demasiado tarde o muy tarde. Con hipotermia, ya no se pudo hacer nada

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por él. Durante nueve horas ningún transeúnte se detuvo a ver por qué este
señor estaba tirado en la acera", ha denunciado al respecto, a la par que ha
recordado a Robert como "un amigo amable, sensible y humano".

Si nos detenemos un momento en el siguiente párrafo, nos encontramos de lleno


con otro de los cuatro factores situacionales que mediatizan la ayuda: la prisa.
"Lo que dice este trágico final de nuestro comportamiento y nuestra
solidaridad es algo totalmente espantoso", ha concluido también
Mompomtent al hablar de la noticia. En su cuenta de Twitter ha resaltado
que, ante una situación así, por muy apurado que puedan ir quienes
circulan por la calle, la sociedad debería "detenerse por un momento".

Disponer de tiempo o no, aunque pueda parecer una condición que no tendría que
afectar al hecho de que ofrezcamos ayuda a quien lo necesite, acaba
convirtiéndose en un factor que muchas personas mencionan a la hora de justificar
por qué no se paró un momento a ayudar a alguien.

Además de los cuatro factores propuestos en la pregunta anterior, en la segunda


pregunta rescatábamos el factor situacional relacionado con las características de
la persona receptora de ayuda con el fin de relacionarlo con la teoría de la
identidad social de Tajfel. Como vimos en el Reto 2, esta teoría engloba tres
procesos psicosociales que actúan conjuntamente: comparación, categorización e
identificación social. Estos procesos hacen referencia al modo en que percibimos a
las otras personas y a nosotros mismos, tomando como base de esta percepción la
pertenencia de las personas a los grupos. En este sentido, vemos cómo el propio
texto ya hace una diferenciación clara entre “persona sin hogar” y “transeúnte”
(persona que transita o va de un lugar a otro, como puede ser el trabajo, a cenar,
de vuelta a casa o a comprar alguna cosa). Tal y como nos dice esta teoría, por
tanto, no actuamos ni nos relacionamos con la gente tanto por lo que las personas
son, sino por cómo las representamos, percibimos e interpretamos. En esta
percepción del otro siempre hay implícito un proceso de comparación social,
establecido a partir de un patrón o criterio que actúa de guía de la comparación
(aquí no parece muy aventurado afirmar que el fotógrafo René Robert fue percibido
como una “persona sin hogar”). Este proceso de comparación es muy dependiente
del proceso de categorización social, que hace referencia al conjunto de procesos
psicológicos que conducen a ordenar el entorno en términos de categorías
sociales, y que conlleva unos efectos específicos: acentuación ilusoria de
semejanza entre las personas que forman parte de una misma categoría, así como
la creación exagerada de diferencias entre personas pertenecientes a categorías
diferentes.

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Estos efectos, fruto de la categorización social, pueden materializarse en prejuicios


y estereotipos. Si nos detenemos por un momento, no resulta difícil encontrar en
nuestro imaginario una serie de creencias sociales (estereotipos) que se asocian a
la categoría grupal “persona sin hogar”: todos son alcohólicos o drogadictos; no
quieren trabajar, prefieren vivir de prestaciones; viven así porque quieren; ellos se
lo han buscado. A su vez, como consecuencia de esta percepción estereotipada
de la realidad, aparecen los prejuicios (actitud negativa hacia determinadas
personas, originada por su pertenencia a determinadas categorías sociales y no
por sus características o actuaciones individuales).

Parece claro, entonces, que la categoría social “persona sin hogar”, a través de la
cual fue leído el fotógrafo, puede servirnos para explicar por qué no recibió ayuda
por parte de las personas que pasaron junto a él durante esas nueve horas. De la
misma forma, esto nos puede servir también para explicar por qué una “persona sin
hogar” fue la que finalmente llamó a una ambulancia: tendemos a ayudar más a
aquellas personas que percibimos forman parte de nuestro grupo (endogrupo)
porque tendemos a disminuir las diferencias, es decir, a aumentar la similitud
percibida entre miembros del endogrupo en una situación social.

En la tercera pregunta, siguiendo con las versiones que explican el comportamiento


de ayuda, nos encontramos con las normas sociales (que hemos trabajado en el
Reto 4 a través de los procesos de normalización). En esta pregunta, os pedíamos
que reflexionarais sobre si la norma de responsabilidad social era una norma
explícita o implícita.

Esta norma nos dice que hay que ayudar a quien lo necesita y especialmente a
quien depende de nuestra ayuda. Tal y como tenéis recogido en los módulos, a lo
largo de la vida aprendemos estas reglas, tanto porque nos las enseñan (normas
explícitas) como porque las vemos en otras personas que forman parte, o no, de
nuestro grupo, es decir, por comparación social (normas implícitas). Si bien es
verdad que, en líneas generales, todxs somos más o menos conscientes que esta
norma existe y que hay que aplicarla cuando la ocasión se presenta, ésta forma
parte de lo que podríamos considerar como valores de nuestra sociedad. Esto nos
lleva a reflexionar sobre la situación en la que emerge la norma social y pensar en
esta clasificación de las normas (explícita/implícita) como un continuo de más a
menos implícitas o de más a menos explícitas, y las consecuencias que podría
tener la ruptura de las mismas.

Imaginemos, por ejemplo, un grupo de compañerxs de trabajo que pasan al lado


del fotógrafo René. En el contexto de ese grupo concreto, no hay definida una
norma de actuación clara, pero de manera implícita se podría pensar que la norma
es seguir unidxs realizando el trayecto hacia una dirección en concreto y no

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pararse. Pero una de las personas se detiene a ver qué puede estar pasando. Es
en este momento, en el que una de las personas rompe con la norma implícita (del
grupo) de no ayudar, cuando se hará evidente de forma explícita a través de sus
consecuencias: la burla, el ridículo o, en casos más extremos, los insultos y las
amenazas. Y es en este sentido en el que entenderemos la presión del grupo: el
hecho de pertenecer a un grupo implica el respeto de sus normas y cualquier
persona que no las respete será excluida de éste y calificada de “diferente”,
“anormal” o “desviada”. De este modo, se pone en evidencia, a la vez, como la
sociedad está conformada por diferentes sistemas de normas las cuales conviven y
toman sentido, o no, según su contexto de aplicación, en el cual se incluye el grupo
que aparece como referente de la persona en ese espacio y momento
determinado. Es decir, en este ejemplo que hemos expuesto, podrían entrar en
tensión dos normas: la norma del grupo de amigos (seguir adelante, no detener la
marcha) y la norma de responsabilidad social, que conectaría a esta persona con
un tejido normativo más amplio.

Ahora bien, si anteriormente decíamos que esta norma de responsabilidad social


es una norma que, en mayor o menor medida, todas las personas conocemos,
podemos preguntarnos por qué en el contexto de la situación planteada de lxs
compañerxs de trabajo no se ha permitido que se aplicara esta norma. Una primera
explicación que podemos dar está relacionada con la categoría social (“persona sin
hogar”) a través de la cual es leído el fotógrafo. Los estereotipos y prejuicios que
emergen del proceso de categorización pueden influir en el momento de atribuir la
responsabilidad de la situación a factores internos en los que la víctima tiene cierta
responsabilidad a la hora de encontrarse en aquella situación (viven así porque
quieren o ellos se lo han buscado eran algunos de los estereotipos asociados a
estas personas). Centrarse en estos factores internos hace pasar por alto factores
externos que la víctima no controla:
"En la noche del 19 de enero, en pleno centro de París, el gran fotógrafo
René Robert perdió el conocimiento, víctima de algún malestar".

Finalmente, también sabemos que el funcionamiento efectivo de la norma depende


de otros factores como, por ejemplo, el grado de interiorización de la norma, es
decir, hasta qué punto consideramos que es nuestro deber moral personal aplicarla
y esto depende de los valores en los que hayamos sido socializados.

Y esto es, precisamente, lo que os pedíamos en la pregunta 4, donde debíais


aplicar la perspectiva sociohistórica en el análisis de la situación. En este sentido,
recogemos el concepto de socialización mencionado en el anterior apartado para
darnos cuenta de qué modo estos sistemas de valores son integrados en nuestro
funcionamiento cotidiano. Así, si atendemos a nuestro momento sociohistórico,

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marcado por un neoliberalismo despiadado, podemos ver cómo valores como el


individualismo y la competitividad están al orden del día y pasan por encima de
otros más vinculados a lo colectivo, desde el cual podría llevarse a cabo la ayuda.
En este sentido, los discursos que se articulan sobre el colectivo sin hogar, se tiñen
de matices individuales como la falta de voluntad, el fracaso personal e, incluso, la
delincuencia. No podemos obviar que no hace tanto que en el estado español
existió la ley denominada como “vagos y maleantes”, donde se incluían a estas
personas. Desde una perspectiva sociohistórica, podemos ver cómo a pesar que
esta legislación ha cambiado, las sucesivas generaciones han pasado el relevo de
los significados y valores sobre los que se articuló.

Pero si volvemos de nuevo a la incorporación de sistemas normativos a partir del


proceso de socialización, vemos cómo es a partir de la participación en diversos
grupos de pertenencia que, desde nuestro nacimiento, vamos aprendiendo de qué
modo debemos comportarnos (sentir, pensar…) según la situación y de qué modo
esperamos que lxs demás actúen (sientan, piensen…). En estos grupos, y en la
relación entre los mismos, emergen las categorías (y los significados asociados a
las mismas) en las cuáles nos adscribimos o somos adscritxs. De nuevo
conectamos, entonces, con el concepto de categorización social. Pero estas
categorías sociales no son neutras y responden a intereses ideológicos
atravesados por relaciones de poder, a partir de los cuáles se construyen
relaciones de subalternidad que tienen como finalidad el mantenimiento del orden
social dominante. De este modo, el mantenimiento de un sistema económico
agresivo produce y, a la vez, se nutre de los procesos de exclusión involucrados en
la dificultad actual de acceso a la vivienda. La problemática deja de ser tratada
como una cuestión de responsabilidad individual para ser situada en la esfera de lo
social, donde su solución pasa por restablecer la justicia social a través de la
colectividad.

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