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La libertad que se construye.

Carlos Enrique Lazo Martínez


Partiendo de la idea de la posibilidad misma del libre albedrío, en el presente texto se hará
un intento por dilucidar algunos puntos con relación a algunas de las premisas que plantea
Alfred R. Mele en el capítulo V “situaciones difíciles” de su libro Libres. Por qué la ciencia no
ha rebatido la existencia del libre albedrío, cuyas conclusiones apuntan a que la mayoría del
tiempo somos capaces de tomar decisiones, aun cuando a veces éstas no parezcan
adecuadas o buenas decisiones. Al respecto, se ofrecerá en breves líneas, un análisis que
pretende marcar un puente entre la concepción de libre albedrío entendido como una
libre toma de decisiones con plena consciencia de ello, la factibilidad de una visión con así
y su relación con ciertos hallazgos realizados tanto dentro de áreas como la
neuropsicología del desarrollo como los procesos cognitivos estudiados desde una
perspectiva constructivista en cuanto a la adquisición y concreción de un pensamiento
más complejo en cuanto a su nivel de capacidad de representación y conexión semiótica.
En otras palabras, se plantearán distintos escenarios sociales que podrían dar pauta a la
consideración de la libertad -fuera de ser objeto de un discurso social con tintes
demagógicos sino más bien con tintes compatibilistas-, como algo que podría estar al
alcance de muchos privilegiados, pero a la vez tan alejada de una inmensa mayoría.
Entonces se mencionarán además sobre las condiciones que podría hacer depender o no
que se consolide este constructo como una realidad patente y, por qué sería valioso en
última instancia considerarla para asumir una posición razonable y alcanzable de
responsabilidad moral.
Antes es necesario delimitar algunos conceptos teóricos y ciertos puntos de vista con
relación a la concepción de libre albedrío. Para esto tomaremos con fines pragmáticos
como referencia a la Enciclopedia Stanford de Filosofía (en su consulta realizada en 2018).
Al libre albedrío lo define como “el término filosófico para un tipo particular de capacidad
de los agentes racionales para elegir un curso de acción entre varias alternativas.” Sin
adentrarnos demasiado en sus posibles aristas, alrededor de esta conceptualización
surgen varias posturas filosóficas, alguna de ellas como el determinismo, definido también
por la Stanford como “la idea de que cada evento está determinado por o, es una
consecuencia de eventos y condiciones antecedentes junto con las leyes de la naturaleza”,
definición que retomaré con cautela más adelante. En cambio, del compatibilismo nos
menciona que surge como “tesis de que el libre albedrío es compatible con el
determinismo. Debido a que el libre albedrío se toma típicamente como una condición
necesaria de la responsabilidad moral, el compatibilismo a veces se expresa como una
tesis sobre la compatibilidad entre la responsabilidad moral y el determinismo”.
Finalmente, el incompatibilismo contrarresta la responsabilidad moral que busca el
compatibilismo señalando que “la tesis sobre, si el determinismo es verdadero, nunca
somos moralmente responsables porque nunca satisfacemos el "requisito de libertad"
para ser moralmente responsables de nuestras acciones”. Con estos elementos
conceptuales que nos aporta la Enciclopedia Stanford, sin ser especialmente ilustrativos
pero lo suficientemente concretos, podemos establecer la base filosófica de carácter
compatibilista en la cual estará dispuesta la argumentación sobre la posibilidad misma de
construcción de la libertad en cada individuo.
Sin entrar entonces en disquisiciones filosóficas de alta envergadura, el segundo paso será
tomar a Alfred Mele como punto de apoyo, con respecto a las menciones en Libres (2017)
que realiza sobre el poder del situacionismo, es decir, ciertas situaciones o escenarios en
los cuales aparentemente el comportamiento se veía influido por ejemplo, por la presencia
de una figura de autoridad, la cual provocaba modificaciones significativas en la toma de
decisiones de los participantes como en los famosos experimentos de Zimbardo y Milgram,
donde a pesar del visible daño causado a otra persona la simple instrucción de una
autoridad lograba que las participantes continuaran provocando ese daño o, la descripción
del efecto espectador a través de los experimentos de John Darley y Bibb Latané, en los
cuales la gente tendió a actuar pasivamente frente una contingencia en donde entre mayor
sea el número de personas que estén presentes, menor será la participación por parte de
las mismas ante el evento, aun cuando sea para auxiliar a alguien en un alto riesgo. Mele
rescata en ese interesante capítulo que, por la marcada influencia de tales escenarios
sobre la conducta de las personas, y aun cuando éstas informaran cierta incomodidad y
sentimientos de culpa sobre las acciones que habían cometido durante los experimentos,
sin embargo, las personas persistieron en esa conducta y la ejecutaron hasta el final.
Entonces sobre estos resultados, Mele menciona que uno podría asumir una postura
pesimista donde no hay cabida para la reflexión consciente de las acciones o un tanto
optimista, concluyendo en pocas palabras que a pesar de esto las personas siguen
tomando decisiones, quizá no tan pertinentes, pero las toman y les pertenecen puesto que
había alternativas. Ahora bien, esto podría discutirse desde la óptica de si realmente fue
libre o no la decisión que tomaron. No obstante, lo interesante aquí se torna a partir del
bajo porcentaje de las personas que aun cuando estuvieron bajo la misma influencia de las
situaciones no incurrieron pues en las mismas conductas de maltrato o tortura o
permanecían impávidos en vez de tratar de auxiliar a alguien en apuros, ¿de dónde surgen
estas excepciones? Acerca de esto, Mele ya traza un poco de claridad con relación a un
pequeño párrafo, donde plantea que la educación conductual por parte de los padres con
sus hijos, favorece por un lado el respeto a la autoridad y por otro el control de situaciones
potencialmente peligrosas o dañinas. La conclusión optimista que adopta Mele, para
aquellas personas que pudieran leer sobre todo esto, podría dar lugar a que actuaran de
manera distinta. Recordaría un tanto a una variación del experimento del cuarto de Mary,
donde Mary aquí es una chica que ha pasado encerrada en un cuarto leyendo todo acerca
de la libertad y en lo que esta consiste, pero un día sale de ese cuarto y se enfrenta con el
problema de poder ejercerla viviendo en sociedad. El puro saber, en este caso, sobre el
efecto espectador resultaría insuficiente para poder hacer algo frente a la posibilidad
fáctica de una libre toma de decisiones, porque muchos no harían nada aun con esa
información en su haber. ¿Qué es necesario entonces para empezar a tomar decisiones con
un matiz ético, donde se convenga a uno y otros, y ¿cómo se adquiere tal capacidad?
El desarrollo psicológico juega aquí un papel muy importante, y parece que sólo se ha
dejado de soslayo en ese esbozo de Mele. Si bien no se dejan de lado las demás premisas
del libro parece que, en este punto específico, podría arrojar más luz el estudio que hace la
psicología sobre las acciones inconscientes (véase automatismos), de conductas que a
veces parecen fallos o de actos potencialmente perniciosos y no sólo en un campo
experimental. Para esto habrá que recurrir al biólogo suizo y psicólogo por accidente, Jean
Piaget, quien tiene una obra bastante extensa la cual gira en torno a cómo se adquiere la
lógica en el pensamiento humano que además es un tema que se vuelve interdisciplinar al
fundar él mismo un centro de estudios de la epistemología genética. Para los fines de este
ensayo nos centraremos particularmente en sus estudios sobre el desarrollo del juicio
moral (cf. El criterio moral en el niño). Piaget lo que buscaba era encontrar un vínculo
entre el desarrollo de las funciones cognitivas como lo son las operaciones mentales
(seriación, transitividad, conservación, etc.) con el desarrollo moral, para esto abordó de
manera simple pero metodológicamente bien estructurada (cf. Método clínico-crítico), el
cómo pensaban los niños la presencia de las reglas en sus vidas, es decir, se centró en las
razones que los pequeños proferían tanto al escuchar sobre las acciones realizadas por
otros niños narradas a través de historias hipotéticas donde por ejemplo se comparaba la
gravedad entre dos casos (intencionalidad y cuantificación del daño), y casos propios de
su cotidianidad en donde se veía claramente cómo las reglas resultaban necesarias en los
juegos para así evitar conflictos. Piaget a partir de estas investigaciones básicamente
encontró que la cualidad de las respuestas iba cambiando a través del transcurso de la
edad cronológica, pero no por la edad (como número) en sí.
En síntesis, categorizó por etapas los tipos de razonamiento en función no sólo de la edad
sino también del estadio cognitivo en el cual estuviera enmarcado el pensamiento. Así
según Piaget (1932) cuando el niño entra a las operaciones concretas también marca su
llegada a la dimensión moral entre los 5-9 años. Primero pasa por un “realismo moral”,
que se caracteriza por un seguimiento ciego a la norma por evitación del castigo (físico,
exclusión, etc.), la regla se establece por medio de una figura externa a sí mismo, que
cumple con una función de autoridad, (e.g. padres, maestros, deidades), y que infringir la
norma puede dar pie a que sea castigado por la falta, lo que también colabora a establecer
los primeros límites de las conductas aceptadas. Esto se le conoce como moralidad
heterónoma, se vuelve periodo que se mantiene durante el estadio del pensamiento
concreto, el niño trabaja directamente por tanteos con la realidad percibida. Superando
paulatinamente el pensamiento egocéntrico (que es el principal rasgo de la falta de
descentración en cuanto a sólo percibir el objeto desde su propio punto de vista) es
cuando con el paso a las operaciones formales (propias de los sistemas formales como la
lógica), o esa capacidad para poder representarse el mundo a partir de su posibilidad y no
sólo de lo concreto, o lo real como un subconjunto de lo posible, esto da pie a poder
flexibilizar su pensamiento y, por tanto, también se va desarrollando la capacidad de
percibir las reglas morales desde el punto de vista de otras personas, las razones se
matizan considerando que la personas van creando normas y van cambiando según se
ajusten las condiciones necesarias contextuales y culturales, generando así una moral de
un carácter más autónomo.
Lawrence Kohlberg, psicólogo estadounidense, basándose en los hallazgos de Piaget
contribuyó a desarrollar un poco más la teoría moral, conceptualizando tres estadios con
dos subetapas cada uno sobre el nivel moral: la moral preconvencional, la convencional y
la posconvencional. En términos breves, lo preconvencional se asemeja a lo que Piaget
apuntaba desde la heteronomía o la búsqueda del propio beneficio. En la moral
convencional a diferencia de lo que planteaba Piaget, Kohlberg decía que era en la
adolescencia cuando se alcanzaba el estatus de un razonamiento moral plenamente
intersocial, esto es considerándose como parte de una estructura social y moderando y
ajustando así sus pautas de interacción, diciendo además que la mayoría de las personas
se encontraban aquí. Kohlberg, fue aún más lejos con la moralidad posconvencional dado
que aboga desde una ética kantiana, sobre la necesidad de que los valores de los derechos
humanos como la libertad y la dignidad eran plenos y debían prevalecer por cualquier
norma social que atentara contra ellos, y no sólo eso, una persona que llegase al último
nivel dotaría en su construcción moral definiciones propias de bien y mal según principios
universales, es decir, que ésta mantendrá su nivel de congruencia entre pensamiento y
acción aún por encima de escenarios situacionistas tan duros como el de no claudicar en
pro de su ideal de justicia y respeto, aun cuando una pistola estuviese apuntando a su
cabeza, y por tanto poniendo en juego su vida (e.g. clásicos como Gandhi, Luther King,
Lucio Cabañas, etc.)
Hasta aquí todo suena bastante prometedor, pero ahora sí cabe preguntarse ¿qué tan
viable es todo lo expuesto en la realidad cotidiana? Lo que habría que dejar en claro desde
ya, y aunque en su obra ambos autores no pusieron de manifiesto explícitamente esta
consideración puesto que su principal interés no estaba centrado en ello, uno tampoco
creería que fuesen tan ingenuos, en el sentido de pensar que todas las personas fueran a
pasar de un estadio a otro en ese orden y en todos los casos porque es algo inherente a
nuestra naturaleza. Dado que para empezar los estadios una de sus características es la
que el orden de sucesión de las adquisiciones siempre debe ser constante y otra que
también ilustra el problema sería que lo estadios tienen un nivel de preparación de
terminación, pero que per se no indican que factores están de por medio en su
consolidación, sólo describen en cierta medida las características que anteceden y definen
unos a otros. Entonces tendríamos el escenario donde la mayoría de las personas no
accede a niveles tan altos como lo es la moral autónoma, necesaria para poder decidir
libremente entre varias alternativas en una situación específica que lo amerite. Pareciera
más bien que, en muchos de los casos, a duras penas se llega a establecer un nivel de moral
convencional (mucho como trueque simbólico), hay que degradar o ajustar el concepto de
libertad demasiado para que todos pudiésemos ejercerla en todo momento y ese no es el
punto. ¿Quién toma las decisiones en una persona que se le puede calificar de
heterónoma? ¿Ella misma por su genuina evitación al castigo o al ostracismo, o los sujetos
que fungen o fungieron como autoridades o modelos a seguir desde su identificación
primaria con ellos? Hay que considerar además que no siempre tienen que estar presentes
físicamente para que nos comportemos moralmente. ¿Cabría entonces algo como la
responsabilidad moral en estas personas? Si esa moral en realidad no les pertenece, si
simplemente la interiorizaron como un mecanismo primitivo de supervivencia social, o
¿no es acaso que a los niños justamente por eso no se les juzga o debe juzgar igual que los
adultos? La gente en todos los escalafones puede hacer cosas terribles ante la mínima
influencia social de cierto estatus jerárquico o la misma omisión de acciones por una
cuestión meramente afectiva como por miedo, desinterés o apatía, pero no por esto pueda
ser así lo dejamos pasar inadvertido, le damos importancia diariamente a todo ello al
realizar siempre juicios de valor sobre las cosas, no es algo que nos pase por la vida como
una trivialidad más. ¿Dónde queda pues la razón necesaria para evaluar la libertad
concatenada a la responsabilidad?
Es momento de establecer algunas de las condiciones necesarias, pero altamente probable
que insuficientes por sí mismas, para que tal desarrollo en el criterio moral se alcance.
Para esto recurriré a un estudio longitudinal realizado por más de dos décadas por
Sebastián Lipina (2015) sobre los déficits en el desarrollo neurológico producidos
principalmente por condiciones de pobreza extrema como la desnutrición, abuso en el
consumo de sustancias tóxicas, falta de estimulación generalizada y el no acceso a la
educación, y haciendo un énfasis en que los factores están enmarcados en períodos
críticos de la maduración y la plasticidad neuronal.
Ahora bien, ¿por qué esto sería importante de tomarlo en cuenta?, pues dado que, sin ir
más lejos, en un país como México, con cifras del Consejo Nacional de Evaluación de la
Política de Desarrollo Social (Coneval) a fecha del 2016 había una estimación de la
población donde el 53.4 millones eran pobres (se han establecido los indicadores en
cuanto a que marcan una línea del bienestar en cuanto ingresos y posibilidad de
adquisición a través de bienes). Considerando todos estos datos, ¿dónde se deja a la
responsabilidad moral? Hay que responder sin ponernos sentimentalistas. México hoy
¿dónde está parado realmente? Enfrenta una serie de dificultades enormes, y uno de los
principales es la pobreza, no por ser pobreza, sino por todo lo que conlleva tener a una
población en esas condiciones.
Llegamos finalmente al valor relativo que adquiere la responsabilidad moral con estos
datos. Ante un escenario pesimista como los que vemos a diario en los países calificados
como subdesarrollados, en estos ¿debería eliminarse por completo las penas y la
responsabilidad de todo acto que atente contra la integridad de otro ser? El argumento
estaría dado en que no están capacitados para desarrollar una conciencia moral de sus
acciones, por deficiencias neurológicas, sus funciones cognitivas no están lo
suficientemente elaboradas para dar cuenta del bien y del mal más allá de sí mismo. Por
otra parte, ni el Estado está capacitado para mejorar las condiciones sociales de sus
ciudadanos, con centros de readaptación sobresaturados y en muchos de los casos
resultan contraproducentes al volverse incubadoras de conductas antisociales reforzadas,
o en sus códigos de justicia con leyes deficientes y parchada que por un lado cojean,
pregonando por los derechos humanos sin considerar luego las responsabilidades mismas
que implica ese estatus. Entonces según este escenario ¿que predomine que cada quien
sea libre como entienda, como pueda, un constante sálvese quien pueda, pues ahora vive
en la ley de la selva? Aquí entraría por primera vez hablar de un determinismo
probabilístico, donde parece haber una estrecha relación entre un alto número o
porcentaje en la población de conciencias morales heterónomas y la aparición de
conflictos, y seguirá habiendo mientras se fomenten las condiciones sociales actuales.
Bueno, aún en estos casos hay luz al final del túnel, así lo demuestran los mismos estudios
de Lipina (2015) sobre las bondades mismas de la plasticidad neuronal y la superación a
escenario de difícil adaptación a pesar de haber pasado los períodos críticos madurativos.
El ser humano es hasta cierto punto flexible a los contextos donde se desenvuelva, eso
para bien o para mal, pero dejaría la puerta abierta para poder trabajar la conciencia
moral.
Para esto habría que concluir que en nuestro sistema nervioso y principalmente en el
encéfalo hay condiciones autosuficientes para generar cambios adaptativos en los
procesos cognitivos y poder dar cabida a un pensamiento lo suficientemente sólido para
que aprenda a elegir por sí mismo, pero que debe ser cuidado en su desarrollo mediante la
satisfacción de las necesidades básicas. Segundo, la autonomía que se establecería a través
en un primer momento de una crianza lo suficientemente eficaz, que permita generar
condiciones progresivas del seguimiento pero que busque también la comprensión de la
regla (adecuándola al nivel cognitivo del infante), de la búsqueda de sanciones por
reciprocidad (una evolución pertinente del castigo productor de heteronomía) y de la
posibilidad de construcción de normas o acuerdos propios para cada relación social.
Hacia una construcción plausible y no tan ingenua del libre albedrío.
A lo largo del texto se vieron los distintos aspectos que enmarcan una concepción sobre
libre albedrío y el componente de la libertad. Partiendo de un análisis filosófico
compatibilista, en el sentido de no negar patrones probables implícitos que pudieran estar
determinando en nuestra estructura social el rumbo de nuestras acciones en un sentido
general, pero tampoco negando la existencia del libre albedrío, apoyándose en estudios
sobre hechos sociales y los casos particulares de conducta que escapan a la norma. El
objetivo, en primera instancia fue poner en duda el libre albedrío bajo circunstancias
ambientales tan adversas que padecen muchas personas a diario, no obstante, también fue
dejar la puerta abierta ante la posibilidad de libertad, que pareciera ser una condición
clave para la existencia del libre albedrío sin ser lo mismo. La libertad de tomar decisiones
de entra varias opciones, siempre conscientemente. Bajo esta acepción, aparecen cosas
extrañas, puesto que parece dejarse fuera a toda la población infanto-juvenil de poder
considerarse libres (pero habría que analizar detenidamente con lo anterior expuesto si lo
pueden ser o qué sucede cuando realmente “hacen lo que quieren”), pero sí con el riesgo
además de incurrir falazmente generalizando que todas las poblaciones que viven bajo
estados de pobreza tampoco lo son, además que supedita a todas las demás especie amen
de evidencia a nuestra voluntad. También habría que preguntarse si los que tienen una
mejor posición socioeconómica realmente también pueden considerarse libres, porque se
supondría que tienen bien cubiertas sus necesidades y una “buena” crianza. Si la
respuesta fuera un “no”, entonces habría que replantearse nuevamente el concepto de
libertad, ver de qué depende realmente el poder ser libres, no sólo quiénes pueden ser
libres. Pero yo no sería tan extremista pues si bien lo que planteo es algo concreto
reconozco las limitantes de lo anterior expuesto, no se reduce a un sí y sólo si, pero es un
buen punto de partida.
Desde luego no es sencillo delimitar todas las variables, todos los factores que pueden
estar presentes en la construcción de la libertad, donde surge naturalmente la motivación
de todas nuestras respuestas conductuales y, hay áreas del saber psicológico, que también
ponen el pie a la puerta, tienen mucho que decir sobre varias interrogantes, como la fuente
original de nuestras acciones. De momento hago el hincapié de que sería un buen principio
para aterrizarlo desde un concepto de libre albedrío más o menos consensuado. Más no le
cierra las puertas a una continua argumentación incluso desde otras áreas y ópticas. ¿Qué
determinantes son los estilos de crianza o entornos en los cuales las personas se
desarrollan? Porque esto también deja la puerta abierta a incógnitas vigentes sobre las
patologías congénitas como la psicopatía, que tanto pertenecen al orden de lo genético, o
de lo ambiental y lo epigenético. ¿Qué tanto podría estar predeterminado desde la
gestación, las circunstancias del puerperio? Considerando a su vez que el estudio del
genoma humano aún es incipiente y se desconoce más de lo que realmente se sabe. Al
respecto los sesgos cognitivos como especie, estudiados por la psicología evolutiva
podrían también dar bastante luz sobre por qué a veces hacemos o percibimos cosas que
nos parecen muy extrañas. Incluso el psicoanálisis como teoría del psiquismo tendría
cosas bastante interesantes que decir al respecto de este tema.
Por último, alcanzar un libre albedrío premium al estilo de Mele no sólo bastaría una
increíble flexibilidad en el pensamiento lógico, un estilo que supere el estilo formal y
racional, que esté libre de sesgos y con un equilibrio emocional impresionante, sino
además sería necesario descartar todas las posibles variables y regularidades que influyen
en nuestro medio natural y social, que pueden permanecer invisibles a nuestros ojos
actualmente como simples patrones completamente aleatorios. Habría que distinguir más
aún sobre la influencia total de las supuestas leyes naturales siendo materia y probar
marcar una influencia a la inversa de nuestra consciencia sobre la modificación de percibir
patrones donde quizá no los hay. Pero la idea es clara: la libertad no está dada por defecto,
se construye.
Referencias.

 CONEVAL (2017) Comunicado de prensa no. 09 Recuperado de


https://www.coneval.org.mx/SalaPrensa/Comunicadosprensa/Documents/Comu
nicado-09-Medicion-pobreza-2016.pdf
 Linde Navas, A. (2009). La educación moral según Lawrence Kohlberg: una utopía
realizable. Praxis Filosófica, (28), 7-22.
 Lipina, S. & Segretin, M. (2015) 6000 días más: evidencia neurocientífica acerca
del impacto de la pobreza infantil. Elsevier Psicología Educativa 21 107–116.
 McKenna, M. and Coates, D. Compatibilism, The Stanford Encyclopedia of
Philosophy 2016 Edition), Edward N. Zalta (ed.) Recuperado de
https://plato.stanford.edu/archives/win2016/entries/compatibilism/
 Melé, A. (2017) Libres. Por qué la ciencia no ha rebatido la existencia del libre
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 Piaget, J. (1984) El criterio moral en el niño. (Nuria Vidal, trad.) España: Ediciones
Martínez Roca. (Originalmente publicado en 1932).
 O'Connor, Timothy, Free Will, The Stanford Encyclopedia of Philosophy (2016
Edition), Edward N. Zalta (ed.), recuperado de
https://plato.stanford.edu/archives/sum2016/entries/freewill/
 Vihvelin, K. "Arguments for Incompatibilism", The Stanford Encyclopedia of
Philosophy (Fall 2017 Edition), Edward N. Zalta (ed.) Recuperado de
https://plato.stanford.edu/archives/fall2017/entries/incompatibilism-arguments

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