Partiendo de la idea de la posibilidad misma del libre albedrío, en el presente texto se hará un intento por dilucidar algunos puntos con relación a algunas de las premisas que plantea Alfred R. Mele en el capítulo V “situaciones difíciles” de su libro Libres. Por qué la ciencia no ha rebatido la existencia del libre albedrío, cuyas conclusiones apuntan a que la mayoría del tiempo somos capaces de tomar decisiones, aun cuando a veces éstas no parezcan adecuadas o buenas decisiones. Al respecto, se ofrecerá en breves líneas, un análisis que pretende marcar un puente entre la concepción de libre albedrío entendido como una libre toma de decisiones con plena consciencia de ello, la factibilidad de una visión con así y su relación con ciertos hallazgos realizados tanto dentro de áreas como la neuropsicología del desarrollo como los procesos cognitivos estudiados desde una perspectiva constructivista en cuanto a la adquisición y concreción de un pensamiento más complejo en cuanto a su nivel de capacidad de representación y conexión semiótica. En otras palabras, se plantearán distintos escenarios sociales que podrían dar pauta a la consideración de la libertad -fuera de ser objeto de un discurso social con tintes demagógicos sino más bien con tintes compatibilistas-, como algo que podría estar al alcance de muchos privilegiados, pero a la vez tan alejada de una inmensa mayoría. Entonces se mencionarán además sobre las condiciones que podría hacer depender o no que se consolide este constructo como una realidad patente y, por qué sería valioso en última instancia considerarla para asumir una posición razonable y alcanzable de responsabilidad moral. Antes es necesario delimitar algunos conceptos teóricos y ciertos puntos de vista con relación a la concepción de libre albedrío. Para esto tomaremos con fines pragmáticos como referencia a la Enciclopedia Stanford de Filosofía (en su consulta realizada en 2018). Al libre albedrío lo define como “el término filosófico para un tipo particular de capacidad de los agentes racionales para elegir un curso de acción entre varias alternativas.” Sin adentrarnos demasiado en sus posibles aristas, alrededor de esta conceptualización surgen varias posturas filosóficas, alguna de ellas como el determinismo, definido también por la Stanford como “la idea de que cada evento está determinado por o, es una consecuencia de eventos y condiciones antecedentes junto con las leyes de la naturaleza”, definición que retomaré con cautela más adelante. En cambio, del compatibilismo nos menciona que surge como “tesis de que el libre albedrío es compatible con el determinismo. Debido a que el libre albedrío se toma típicamente como una condición necesaria de la responsabilidad moral, el compatibilismo a veces se expresa como una tesis sobre la compatibilidad entre la responsabilidad moral y el determinismo”. Finalmente, el incompatibilismo contrarresta la responsabilidad moral que busca el compatibilismo señalando que “la tesis sobre, si el determinismo es verdadero, nunca somos moralmente responsables porque nunca satisfacemos el "requisito de libertad" para ser moralmente responsables de nuestras acciones”. Con estos elementos conceptuales que nos aporta la Enciclopedia Stanford, sin ser especialmente ilustrativos pero lo suficientemente concretos, podemos establecer la base filosófica de carácter compatibilista en la cual estará dispuesta la argumentación sobre la posibilidad misma de construcción de la libertad en cada individuo. Sin entrar entonces en disquisiciones filosóficas de alta envergadura, el segundo paso será tomar a Alfred Mele como punto de apoyo, con respecto a las menciones en Libres (2017) que realiza sobre el poder del situacionismo, es decir, ciertas situaciones o escenarios en los cuales aparentemente el comportamiento se veía influido por ejemplo, por la presencia de una figura de autoridad, la cual provocaba modificaciones significativas en la toma de decisiones de los participantes como en los famosos experimentos de Zimbardo y Milgram, donde a pesar del visible daño causado a otra persona la simple instrucción de una autoridad lograba que las participantes continuaran provocando ese daño o, la descripción del efecto espectador a través de los experimentos de John Darley y Bibb Latané, en los cuales la gente tendió a actuar pasivamente frente una contingencia en donde entre mayor sea el número de personas que estén presentes, menor será la participación por parte de las mismas ante el evento, aun cuando sea para auxiliar a alguien en un alto riesgo. Mele rescata en ese interesante capítulo que, por la marcada influencia de tales escenarios sobre la conducta de las personas, y aun cuando éstas informaran cierta incomodidad y sentimientos de culpa sobre las acciones que habían cometido durante los experimentos, sin embargo, las personas persistieron en esa conducta y la ejecutaron hasta el final. Entonces sobre estos resultados, Mele menciona que uno podría asumir una postura pesimista donde no hay cabida para la reflexión consciente de las acciones o un tanto optimista, concluyendo en pocas palabras que a pesar de esto las personas siguen tomando decisiones, quizá no tan pertinentes, pero las toman y les pertenecen puesto que había alternativas. Ahora bien, esto podría discutirse desde la óptica de si realmente fue libre o no la decisión que tomaron. No obstante, lo interesante aquí se torna a partir del bajo porcentaje de las personas que aun cuando estuvieron bajo la misma influencia de las situaciones no incurrieron pues en las mismas conductas de maltrato o tortura o permanecían impávidos en vez de tratar de auxiliar a alguien en apuros, ¿de dónde surgen estas excepciones? Acerca de esto, Mele ya traza un poco de claridad con relación a un pequeño párrafo, donde plantea que la educación conductual por parte de los padres con sus hijos, favorece por un lado el respeto a la autoridad y por otro el control de situaciones potencialmente peligrosas o dañinas. La conclusión optimista que adopta Mele, para aquellas personas que pudieran leer sobre todo esto, podría dar lugar a que actuaran de manera distinta. Recordaría un tanto a una variación del experimento del cuarto de Mary, donde Mary aquí es una chica que ha pasado encerrada en un cuarto leyendo todo acerca de la libertad y en lo que esta consiste, pero un día sale de ese cuarto y se enfrenta con el problema de poder ejercerla viviendo en sociedad. El puro saber, en este caso, sobre el efecto espectador resultaría insuficiente para poder hacer algo frente a la posibilidad fáctica de una libre toma de decisiones, porque muchos no harían nada aun con esa información en su haber. ¿Qué es necesario entonces para empezar a tomar decisiones con un matiz ético, donde se convenga a uno y otros, y ¿cómo se adquiere tal capacidad? El desarrollo psicológico juega aquí un papel muy importante, y parece que sólo se ha dejado de soslayo en ese esbozo de Mele. Si bien no se dejan de lado las demás premisas del libro parece que, en este punto específico, podría arrojar más luz el estudio que hace la psicología sobre las acciones inconscientes (véase automatismos), de conductas que a veces parecen fallos o de actos potencialmente perniciosos y no sólo en un campo experimental. Para esto habrá que recurrir al biólogo suizo y psicólogo por accidente, Jean Piaget, quien tiene una obra bastante extensa la cual gira en torno a cómo se adquiere la lógica en el pensamiento humano que además es un tema que se vuelve interdisciplinar al fundar él mismo un centro de estudios de la epistemología genética. Para los fines de este ensayo nos centraremos particularmente en sus estudios sobre el desarrollo del juicio moral (cf. El criterio moral en el niño). Piaget lo que buscaba era encontrar un vínculo entre el desarrollo de las funciones cognitivas como lo son las operaciones mentales (seriación, transitividad, conservación, etc.) con el desarrollo moral, para esto abordó de manera simple pero metodológicamente bien estructurada (cf. Método clínico-crítico), el cómo pensaban los niños la presencia de las reglas en sus vidas, es decir, se centró en las razones que los pequeños proferían tanto al escuchar sobre las acciones realizadas por otros niños narradas a través de historias hipotéticas donde por ejemplo se comparaba la gravedad entre dos casos (intencionalidad y cuantificación del daño), y casos propios de su cotidianidad en donde se veía claramente cómo las reglas resultaban necesarias en los juegos para así evitar conflictos. Piaget a partir de estas investigaciones básicamente encontró que la cualidad de las respuestas iba cambiando a través del transcurso de la edad cronológica, pero no por la edad (como número) en sí. En síntesis, categorizó por etapas los tipos de razonamiento en función no sólo de la edad sino también del estadio cognitivo en el cual estuviera enmarcado el pensamiento. Así según Piaget (1932) cuando el niño entra a las operaciones concretas también marca su llegada a la dimensión moral entre los 5-9 años. Primero pasa por un “realismo moral”, que se caracteriza por un seguimiento ciego a la norma por evitación del castigo (físico, exclusión, etc.), la regla se establece por medio de una figura externa a sí mismo, que cumple con una función de autoridad, (e.g. padres, maestros, deidades), y que infringir la norma puede dar pie a que sea castigado por la falta, lo que también colabora a establecer los primeros límites de las conductas aceptadas. Esto se le conoce como moralidad heterónoma, se vuelve periodo que se mantiene durante el estadio del pensamiento concreto, el niño trabaja directamente por tanteos con la realidad percibida. Superando paulatinamente el pensamiento egocéntrico (que es el principal rasgo de la falta de descentración en cuanto a sólo percibir el objeto desde su propio punto de vista) es cuando con el paso a las operaciones formales (propias de los sistemas formales como la lógica), o esa capacidad para poder representarse el mundo a partir de su posibilidad y no sólo de lo concreto, o lo real como un subconjunto de lo posible, esto da pie a poder flexibilizar su pensamiento y, por tanto, también se va desarrollando la capacidad de percibir las reglas morales desde el punto de vista de otras personas, las razones se matizan considerando que la personas van creando normas y van cambiando según se ajusten las condiciones necesarias contextuales y culturales, generando así una moral de un carácter más autónomo. Lawrence Kohlberg, psicólogo estadounidense, basándose en los hallazgos de Piaget contribuyó a desarrollar un poco más la teoría moral, conceptualizando tres estadios con dos subetapas cada uno sobre el nivel moral: la moral preconvencional, la convencional y la posconvencional. En términos breves, lo preconvencional se asemeja a lo que Piaget apuntaba desde la heteronomía o la búsqueda del propio beneficio. En la moral convencional a diferencia de lo que planteaba Piaget, Kohlberg decía que era en la adolescencia cuando se alcanzaba el estatus de un razonamiento moral plenamente intersocial, esto es considerándose como parte de una estructura social y moderando y ajustando así sus pautas de interacción, diciendo además que la mayoría de las personas se encontraban aquí. Kohlberg, fue aún más lejos con la moralidad posconvencional dado que aboga desde una ética kantiana, sobre la necesidad de que los valores de los derechos humanos como la libertad y la dignidad eran plenos y debían prevalecer por cualquier norma social que atentara contra ellos, y no sólo eso, una persona que llegase al último nivel dotaría en su construcción moral definiciones propias de bien y mal según principios universales, es decir, que ésta mantendrá su nivel de congruencia entre pensamiento y acción aún por encima de escenarios situacionistas tan duros como el de no claudicar en pro de su ideal de justicia y respeto, aun cuando una pistola estuviese apuntando a su cabeza, y por tanto poniendo en juego su vida (e.g. clásicos como Gandhi, Luther King, Lucio Cabañas, etc.) Hasta aquí todo suena bastante prometedor, pero ahora sí cabe preguntarse ¿qué tan viable es todo lo expuesto en la realidad cotidiana? Lo que habría que dejar en claro desde ya, y aunque en su obra ambos autores no pusieron de manifiesto explícitamente esta consideración puesto que su principal interés no estaba centrado en ello, uno tampoco creería que fuesen tan ingenuos, en el sentido de pensar que todas las personas fueran a pasar de un estadio a otro en ese orden y en todos los casos porque es algo inherente a nuestra naturaleza. Dado que para empezar los estadios una de sus características es la que el orden de sucesión de las adquisiciones siempre debe ser constante y otra que también ilustra el problema sería que lo estadios tienen un nivel de preparación de terminación, pero que per se no indican que factores están de por medio en su consolidación, sólo describen en cierta medida las características que anteceden y definen unos a otros. Entonces tendríamos el escenario donde la mayoría de las personas no accede a niveles tan altos como lo es la moral autónoma, necesaria para poder decidir libremente entre varias alternativas en una situación específica que lo amerite. Pareciera más bien que, en muchos de los casos, a duras penas se llega a establecer un nivel de moral convencional (mucho como trueque simbólico), hay que degradar o ajustar el concepto de libertad demasiado para que todos pudiésemos ejercerla en todo momento y ese no es el punto. ¿Quién toma las decisiones en una persona que se le puede calificar de heterónoma? ¿Ella misma por su genuina evitación al castigo o al ostracismo, o los sujetos que fungen o fungieron como autoridades o modelos a seguir desde su identificación primaria con ellos? Hay que considerar además que no siempre tienen que estar presentes físicamente para que nos comportemos moralmente. ¿Cabría entonces algo como la responsabilidad moral en estas personas? Si esa moral en realidad no les pertenece, si simplemente la interiorizaron como un mecanismo primitivo de supervivencia social, o ¿no es acaso que a los niños justamente por eso no se les juzga o debe juzgar igual que los adultos? La gente en todos los escalafones puede hacer cosas terribles ante la mínima influencia social de cierto estatus jerárquico o la misma omisión de acciones por una cuestión meramente afectiva como por miedo, desinterés o apatía, pero no por esto pueda ser así lo dejamos pasar inadvertido, le damos importancia diariamente a todo ello al realizar siempre juicios de valor sobre las cosas, no es algo que nos pase por la vida como una trivialidad más. ¿Dónde queda pues la razón necesaria para evaluar la libertad concatenada a la responsabilidad? Es momento de establecer algunas de las condiciones necesarias, pero altamente probable que insuficientes por sí mismas, para que tal desarrollo en el criterio moral se alcance. Para esto recurriré a un estudio longitudinal realizado por más de dos décadas por Sebastián Lipina (2015) sobre los déficits en el desarrollo neurológico producidos principalmente por condiciones de pobreza extrema como la desnutrición, abuso en el consumo de sustancias tóxicas, falta de estimulación generalizada y el no acceso a la educación, y haciendo un énfasis en que los factores están enmarcados en períodos críticos de la maduración y la plasticidad neuronal. Ahora bien, ¿por qué esto sería importante de tomarlo en cuenta?, pues dado que, sin ir más lejos, en un país como México, con cifras del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) a fecha del 2016 había una estimación de la población donde el 53.4 millones eran pobres (se han establecido los indicadores en cuanto a que marcan una línea del bienestar en cuanto ingresos y posibilidad de adquisición a través de bienes). Considerando todos estos datos, ¿dónde se deja a la responsabilidad moral? Hay que responder sin ponernos sentimentalistas. México hoy ¿dónde está parado realmente? Enfrenta una serie de dificultades enormes, y uno de los principales es la pobreza, no por ser pobreza, sino por todo lo que conlleva tener a una población en esas condiciones. Llegamos finalmente al valor relativo que adquiere la responsabilidad moral con estos datos. Ante un escenario pesimista como los que vemos a diario en los países calificados como subdesarrollados, en estos ¿debería eliminarse por completo las penas y la responsabilidad de todo acto que atente contra la integridad de otro ser? El argumento estaría dado en que no están capacitados para desarrollar una conciencia moral de sus acciones, por deficiencias neurológicas, sus funciones cognitivas no están lo suficientemente elaboradas para dar cuenta del bien y del mal más allá de sí mismo. Por otra parte, ni el Estado está capacitado para mejorar las condiciones sociales de sus ciudadanos, con centros de readaptación sobresaturados y en muchos de los casos resultan contraproducentes al volverse incubadoras de conductas antisociales reforzadas, o en sus códigos de justicia con leyes deficientes y parchada que por un lado cojean, pregonando por los derechos humanos sin considerar luego las responsabilidades mismas que implica ese estatus. Entonces según este escenario ¿que predomine que cada quien sea libre como entienda, como pueda, un constante sálvese quien pueda, pues ahora vive en la ley de la selva? Aquí entraría por primera vez hablar de un determinismo probabilístico, donde parece haber una estrecha relación entre un alto número o porcentaje en la población de conciencias morales heterónomas y la aparición de conflictos, y seguirá habiendo mientras se fomenten las condiciones sociales actuales. Bueno, aún en estos casos hay luz al final del túnel, así lo demuestran los mismos estudios de Lipina (2015) sobre las bondades mismas de la plasticidad neuronal y la superación a escenario de difícil adaptación a pesar de haber pasado los períodos críticos madurativos. El ser humano es hasta cierto punto flexible a los contextos donde se desenvuelva, eso para bien o para mal, pero dejaría la puerta abierta para poder trabajar la conciencia moral. Para esto habría que concluir que en nuestro sistema nervioso y principalmente en el encéfalo hay condiciones autosuficientes para generar cambios adaptativos en los procesos cognitivos y poder dar cabida a un pensamiento lo suficientemente sólido para que aprenda a elegir por sí mismo, pero que debe ser cuidado en su desarrollo mediante la satisfacción de las necesidades básicas. Segundo, la autonomía que se establecería a través en un primer momento de una crianza lo suficientemente eficaz, que permita generar condiciones progresivas del seguimiento pero que busque también la comprensión de la regla (adecuándola al nivel cognitivo del infante), de la búsqueda de sanciones por reciprocidad (una evolución pertinente del castigo productor de heteronomía) y de la posibilidad de construcción de normas o acuerdos propios para cada relación social. Hacia una construcción plausible y no tan ingenua del libre albedrío. A lo largo del texto se vieron los distintos aspectos que enmarcan una concepción sobre libre albedrío y el componente de la libertad. Partiendo de un análisis filosófico compatibilista, en el sentido de no negar patrones probables implícitos que pudieran estar determinando en nuestra estructura social el rumbo de nuestras acciones en un sentido general, pero tampoco negando la existencia del libre albedrío, apoyándose en estudios sobre hechos sociales y los casos particulares de conducta que escapan a la norma. El objetivo, en primera instancia fue poner en duda el libre albedrío bajo circunstancias ambientales tan adversas que padecen muchas personas a diario, no obstante, también fue dejar la puerta abierta ante la posibilidad de libertad, que pareciera ser una condición clave para la existencia del libre albedrío sin ser lo mismo. La libertad de tomar decisiones de entra varias opciones, siempre conscientemente. Bajo esta acepción, aparecen cosas extrañas, puesto que parece dejarse fuera a toda la población infanto-juvenil de poder considerarse libres (pero habría que analizar detenidamente con lo anterior expuesto si lo pueden ser o qué sucede cuando realmente “hacen lo que quieren”), pero sí con el riesgo además de incurrir falazmente generalizando que todas las poblaciones que viven bajo estados de pobreza tampoco lo son, además que supedita a todas las demás especie amen de evidencia a nuestra voluntad. También habría que preguntarse si los que tienen una mejor posición socioeconómica realmente también pueden considerarse libres, porque se supondría que tienen bien cubiertas sus necesidades y una “buena” crianza. Si la respuesta fuera un “no”, entonces habría que replantearse nuevamente el concepto de libertad, ver de qué depende realmente el poder ser libres, no sólo quiénes pueden ser libres. Pero yo no sería tan extremista pues si bien lo que planteo es algo concreto reconozco las limitantes de lo anterior expuesto, no se reduce a un sí y sólo si, pero es un buen punto de partida. Desde luego no es sencillo delimitar todas las variables, todos los factores que pueden estar presentes en la construcción de la libertad, donde surge naturalmente la motivación de todas nuestras respuestas conductuales y, hay áreas del saber psicológico, que también ponen el pie a la puerta, tienen mucho que decir sobre varias interrogantes, como la fuente original de nuestras acciones. De momento hago el hincapié de que sería un buen principio para aterrizarlo desde un concepto de libre albedrío más o menos consensuado. Más no le cierra las puertas a una continua argumentación incluso desde otras áreas y ópticas. ¿Qué determinantes son los estilos de crianza o entornos en los cuales las personas se desarrollan? Porque esto también deja la puerta abierta a incógnitas vigentes sobre las patologías congénitas como la psicopatía, que tanto pertenecen al orden de lo genético, o de lo ambiental y lo epigenético. ¿Qué tanto podría estar predeterminado desde la gestación, las circunstancias del puerperio? Considerando a su vez que el estudio del genoma humano aún es incipiente y se desconoce más de lo que realmente se sabe. Al respecto los sesgos cognitivos como especie, estudiados por la psicología evolutiva podrían también dar bastante luz sobre por qué a veces hacemos o percibimos cosas que nos parecen muy extrañas. Incluso el psicoanálisis como teoría del psiquismo tendría cosas bastante interesantes que decir al respecto de este tema. Por último, alcanzar un libre albedrío premium al estilo de Mele no sólo bastaría una increíble flexibilidad en el pensamiento lógico, un estilo que supere el estilo formal y racional, que esté libre de sesgos y con un equilibrio emocional impresionante, sino además sería necesario descartar todas las posibles variables y regularidades que influyen en nuestro medio natural y social, que pueden permanecer invisibles a nuestros ojos actualmente como simples patrones completamente aleatorios. Habría que distinguir más aún sobre la influencia total de las supuestas leyes naturales siendo materia y probar marcar una influencia a la inversa de nuestra consciencia sobre la modificación de percibir patrones donde quizá no los hay. Pero la idea es clara: la libertad no está dada por defecto, se construye. Referencias.
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