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MASACRE DE SAN JUAN

La madrugada del 24 de junio de 1967, tropas del Ejército abrieron


fuego contra trabajadores mineros que se habían congregado la
noche previa para celebrar la tradicional Noche de San Juan.
Eran tiempos en que el país vivía una álgida situación política
originada en la presencia del guerrillero Ernesto “Che” Guevara y su
grupo insurgente, que había sido descubierto en la región de
Lagunillas (sudeste).
El gobierno de facto de René Barrientos Ortuño (que posteriormente
sería electo en comicios) declaró una emergencia nacional que,
además de un plan militar para terminar con ese foco guerrillero,
incluyó una encarnizada labor de represión en contra de partidos
políticos y organizaciones sindicales simpatizantes de la izquierda.
Previamente, la Federación de Mineros, un poderoso grupo sindical
con epicentro en las poblaciones de Siglo XX y Llallagua, había
manifestado su simpatía con el movimiento encabezado por el
“Che”, y algunos dirigentes llegaron inclusive a plantear un apoyo
material destinado a sostener a los rebeldes que habían sido
descubiertos cuando preparaban una campaña militar a mayor
escala.
¿Qué ocurrió realmente aquella fatídica jornada? Según relata el
periodista Frank Taquichiri, la población de los centros mineros se
había sumergido en las tradicionales celebraciones de la Noche de
San Juan, a las que había concurrido con toda normalidad el 23 de
junio, sin sospechar que efectivos del Ejército se encontraban en las
inmediaciones de esos poblados con una emboscada ya en marcha.
“La madrugada del 24 de junio, fracciones del regimiento Rangers y
Camacho de Oruro bajaban de los vagones del tren, empezando la
ocupación de los campamentos mineros”, relata.
Las versiones sobre esos sucesos apuntan a que los militares
actuaron de forma premeditada, disparando en la oscuridad a
personas civiles que se encontraban todavía en plena celebración; la
noche era fría, invernal. Mientras, el Ejército intentó justificar sus
acciones asegurando que grupos de mineros habían lanzado
dinamita sobre las compañías y que algunos efectivos habían sido
secuestrados en la penumbra. Aunque esas informaciones nunca
pudieron ser comprobadas, puesto que en el balance final de las
víctimas solamente se contaron a trabajadores de las minas y sus
familias.
Inicialmente se contabilizaron 20 muertos y 72 heridos;
posteriormente, se calculó que los desaparecidos podrían superar
las 200 personas. Las cifras definitivas nunca pudieron conocerse
con exactitud debido a que el Gobierno impuso prácticamente una
ley marcial en la zona, prohibiendo a las emisoras mineras emitir
cualquier información y lanzando una censura de prensa en esas
poblaciones. La declaratoria de “zona militar” impidió el acceso a
cualquier información sobre los muertos y heridos.
“La prensa orureña, erróneamente, señaló que hubo
enfrentamientos, lo cual era falso, toda vez que se trataba de una
masacre; muchos heridos no fueron al hospital, algunos obreros
simplemente desaparecieron, sin que se hubiesen podido establecer
con exactitud, hasta el día de hoy, las cifras de la masacre, aunque
posteriormente se calculó que los desaparecidos podrían llegar a
200 personas. Sin embargo, desde la clandestinidad se informaba la
lista de los muertos, heridos y desaparecidos”, apunta Taquichiri en
una nota sobre la masacre.
En una sucinta información, el diario La Patria de Oruro decía lo
siguiente: “A las 4:55 de ayer, las poblaciones mineras de esta zona
amanecieron con intensos disparos de fusiles, ametralladoras y
explosiones de dinamita, cuando las fuerzas del ejército y la policía
minera ocupaban los campamentos mineros en sangrienta acción”.
Esa versión periodística hacía referencia a un “enfrentamiento”,
hecho que fue desmentido posteriormente por quienes pudieron huir
del lugar en medio de la balacera.
“Muchos dirigentes sindicales fueron tomados presos esa
madrugada y posteriormente torturados, como fue el caso de la
célebre Domitila Barrios de Chungara, férrea opositora de la
dictadura”, recuerda el periodista Víctor Montoya.
Las mayor cantidad de víctimas se registraron en el campamento
denominado La Salvadora, cerca de la estación ferroviaria de
Cancañiri. La Salvadora, que pasó a manos de Comibol, fue una de
las principales minas del magnate del estaño Simón Patiño antes de
la nacionalización de 1952.
Los relatos de los sobrevivientes apuntaron a la empresa Comibol de
haber cortado la luz eléctrica aquella madrugada con el aparente
objetivo de evitar que las radios mineras pudiesen emitir una señal
de alarma a los pobladores.
Los soldados, apostados en el cerro San Miguel, cercano de
Canañiri, La Salvadora y el Río Seco, bajaron como por la
escarpada ladera y ocuparon a fuego los campamentos, la Plaza del
Minero, la sede del sindicato y la radio La Voz del Minero, donde fue
asesinado el dirigente Rosendo García Maisman, quien, parapetado
detrás de una ventana, defendió la radio con un viejo fusil en la
mano.
PLAN
El gobierno de René Barrientos había denunciado un plan
desestabilizador del país originado en el movimiento guerrillero
encabezado por Ernesto “Che” Guevara.
René Barrientos Ortuño, un “populista” de derechas
René Barrientos Ortuño podría ser señalado hoy como un “populista
de derecha”. Este general de aviación se caracterizaba por tener un
carácter fuerte y arrogante; llegó a la política del brazo del
Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), siendo elegido
vicepresidente de Víctor Paz Estenssoro en las elecciones de 1964.
Su filiación movimientista se remontaba a 1952, cuando formó parte
de la tripulación del avión que trajo al líder movimientista desde
Buenos Aires, donde había estado exiliado durante la etapa previa a
la Revolución. Pero en noviembre del 64, Barrientos derrocó a su
antiguo jefe e inició una prolongada etapa del militarismo en Bolivia.
A Barrientos le gustaba rodearse de multitudes y, en una jugada
política, logró ganarse al sector agrario al firmar un pacto conocido
como “militar-campesino”, aprovechando los vínculos sentimentales
del movimientismo con ese sector social.
Sin embargo, Barrientos nunca tuvo aceptación entre el sector
minero. Con el objetivo de desmantelar la resistencia en el seno del
movimiento obrero, su gobierno había rebajado los salarios,
desabasteció las pulperías de Comibol, prohibió el fuero sindical y
emprendió una persecución política contra los dirigentes, incluido el
célebre Juan Lechín, que se vio obligado a salir al exilio.
Según las crónicas de la época, aquel 24 de junio de 1967 se debía
realizar en Siglo XX un ampliado nacional minero en el que, además
de exigir un incremento salarial, se aprobaría un apoyo efectivo a la
guerrilla del Che consistente en “dos mitas” de haber, equivalentes a
dos jornadas de trabajo. Considerando la cantidad de mineros de
Comibol, que entonces bordeaban los 20.000, la cantidad a
recaudarse era considerable.
René Barrientos murió al caer su helicóptero en la población de
Arque en abril de 1969, lo cual truncó sus aspiraciones políticas, que
ya habían dado sus primeros pasos al ser elegido presidente
constitucional ese mismo año.

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