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Universidad Central del Ecuador

Facultad de Comunicación Social


Escritura Creativa

Nombre: Vanessa Encalada


Curso: Noveno “C”
Mi cadáver
Parecía estar en una especie de pesadilla, me desperté en un lugar sombrío y
cargado de silencio sepulcral. La sala estaba iluminada con luces frías y tenues
que apenas lograban disipar las sombras que se alzaban en cada rincón. El
aire tenía un olor característico una mezcla inconfundible de desinfectante y
muerte que parece impregnarlo todo.
Las mesas de acero inoxidable brillaban bajo la luz y sobre ellas yacían los
cuerpos inertes cubiertos por sábanas blancas las formas humanas parecían
estatuas en reposo, abandonadas a su suerte en ese lugar desolado. Sabía
que estaba en ese lugar que me provocaba miedo y que sentía en cada fibra
de mi ser. Me miré y tenía vendajes cubriendo heridas e incisiones en mi
cuerpo. Seguro era parte de una autopsia realizada en busca de respuestas
ocultas en mi último suspiro de vida.
Los sonidos eran mínimos. Pero de pronto en el pasillo se escuchaba un
murmullo ocasional proveniente de las voces susurrantes de los médicos
forenses, que indicaba su proximidad a la sala, una luz cegadora se encendió y
escuché a los médicos hablar de los análisis que realizarían. Sentía y
escuchaba meticulosamente cada detalle. El ruido de sus guantes de látex al
rozar los utensilios médicos era casi imperceptible, pero resonaba como un eco
siniestro en el lugar. Sentía el filo frío de una cuchilla en mi pecho, pero no
podía gritar, parpadear o moverme, solo sentir como cortaban mi piel. Era una
tortura.
Cada palabra de los médicos forenses se filtraba en mi ser sin vida. Escuchaba
sus comentarios profesionales, discutiendo las posibles causas de mi muerte,
como si yo no estuviera presente. Era una extraña paradoja: un cadáver que
aún era capaz de percibir los detalles de su propia autopsia.
A pesar del dolor y la invasión, había una extraña serenidad en ese momento.
Sentía como mi existencia hubiera trascendido los confines del cuerpo inerte
que habitaba, pero a la par esto estaba mezclado con incertitud hombre ya que
no sabía cuál iba a ser el último momento de conciencia, sería una despedida
silenciosa antes de dejar definitivamente este mundo terrenal. Todo parecía ser
real y comencé a plantearme que la situación en la que me encontraba no era
nada más una pesadilla.
El proceso continuaba, los órganos serán retirados uno a uno, empezaba a
sentir un espacio vacío en mi interior. El eco de la sala de autopsias parecía
distante y apagado, como si El Mundo exterior se hubiera desvanecido en la
neblina del olvido. El paso del tiempo se volvió borroso sin referencia ni
medida, mientras mi esencia se disipaba lentamente.
De pronto, escuchaba más la música en bajo volumen que se mantenía como
fondo mientras los médicos trabajaban. Noté entonces que la morgue estaba
repleta de contrastes. A pesar de la pulcritud de las instalaciones, había una
sensación de abandono y soledad que se adueñaba del sitio. La muerte
parecía haber dejado su marca en cada rincón, envolviendo cada superficie
con su manto helado y susurro de despedida.
Los pasillos eran largos y estrechos, flanqueados por gabinetes de acero
donde descansaban cuerpos sin nombre, a veces a la espera de ser
reclamados por familiares afligidos y en ocasiones sin que nadie supiera su
origen. La madera del suelo crujía bajo los pasos, como si las almas de
aquellos que habían partido sollozaran en un lamento inaudible.
El frío penetrante calaba en lo poco que restaba de mi ser, recordando
constantemente la fragilidad de la existencia humana. Era una advertencia
silenciosa de que, tarde o temprano, este sombrío escenario dejaría de ser
para mi como yo en el mundo. Un lugar donde los secretos se desvelaban en
cada corte y donde la realidad se volvía tangente y se diluía entre los vapores
de formaldehído.
La morgue era un lugar donde el tiempo parecía detenerse, un santuario donde
la vida y la muerte convergían en un baile macabro. Escuché cómo los médicos
forenses dieron por concluida mi autopsia, mi cuerpo mutilado fue envuelto en
una mortaja. Me sentí como una marioneta abandonada, sin hilos que la
sostuviera, totalmente lista para ser llevada a su último destino. Ese sitio
sombrío que era mi hogar temporal se desvanecía mientras una sensación de
paz y liberación se apoderaban de mí.
Mi conciencia se desvaneció poco a poco, dejando atrás el recuerdo de la
mesa de autopsias, el olor a formaldehído y la sensación de ser examinado en
cada detalle. Ahora como un espíritu liberado, vagaría por las eternidades,
llevando conmigo las huellas de mi existencia pasada, mientras el mundo de
los vivos continuaba relacionado de alguna manera con su fin, la muerte.

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