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El monumento
abril 16, 2020
El monumento ... mi Ford F100 6 cilindros modelo 82 llevaba una extraña carga esa tarde. Dos ataúdes, dos
urnas funerarias, unas cuantas viejas coronas que habían entrado con los cajones a los nichos. Todo legal,
había cargado a la mañana en el cementerio el encargue de mi tía para su monumento. Llegué, el canal
estaba seco, crucé entre los árboles, un cortejo de viejos parientes esperaba. Curioso caso de encuentro de
familia entre vivos y muertos ... la fosa era de unos dos metros de profundo, tal vez uno de ancho, o poco
más; con piso y paredes de cemento, y al lado unas tapas de cemento destinadas a ocultar el final destino
familiar. Y junto a las tapas, el hombre que había hecho la obra, que se sacó la boina medio asustado cuando
abrí las compuertas de la cúpula y la caja y vio la llamativa carga de ataúdes y urnas. Todo sanito, eran
maderas de muy buena calidad... los parientes les pasaron paños y lustra muebles, llamativo ritual para un
día de sol en el medio del campo. Un tío tenía una herramienta de alto valor artesanal, un lazo de cuero
trenzado de a ocho, de los que sirven para enlazar caballos o vacunos, y me ofrecía para bajar la carga a la
fosa. No hizo falta. Entre el albañil y yo dejamos los parientes que el singular hábito de compartir la vida
familiar con los muertos, tan propia de la familia de mamá, habían hecho llegar hasta allí de la mano
unificadora de mi tía. Les pusimos las tapas, nos fuimos a la casa a tomar mate y té con torta, y después me
volví fumando y disfrutando de mi Ford F100, que siempre tuvo para mí el sonido metálico de un poderoso
galpón en movimiento.