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# 136 LA LEY DEL

DESEO (II)
#136 | La ley del deseo (II)

EL CAPÍTULO
EN UN VISTAZO

René Girard es uno de esos pensadores que son tremendamente


influyentes, pero de los que no se suele hablar. Un tipo que
dedicó 40 años de su vida a estudiar el deseo mimético: cómo
nuestros deseos nacen de la imitación.

En el capítulo de hoy terminamos de repasar sus ideas y


exploramos técnicas para volvernos anti-miméticos.

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| INTRODUCCIÓN

El domingo 26 de agosto de 1990 pasó a la historia en España por una de esas


noticias que nos sacuden por dentro, sin que seamos capaces de explicárnoslas.
Aquel día, los hermanos Emilio y Antonio Izquierdo, de cincuenta y seis y cincuenta
dos años respectivamente, se despidieron de sus hermanas Ángela y Luciana,
diciéndoles que se iban de caza. Vestidos de cazadores y armados con escopetas,
se escondieron al anochecer en un callejón del pueblo. Así empezó la masacre de
Puerto Hurraco.

Aunque lo mismo tendría más audiencia, no es éste un podcast de sucesos así que
te voy a ahorrar los detalles. Si no conoces la historia y te pica la curiosidad no
tienes más que buscarlo en Google o en las notas del capítulo. Dejémoslo en que lo
que sucedió aquel día fue el episodio final de una guerra entre familias que
duraba 25 años y que empezó por algo aparentemente tan tonto como una
disputa por los límites de unas tierras para arar y por una historia de desamor,
y que dejó por el camino un asesinato, un incendio, un apuñalamiento y, finalmente,
aquella trágica noche, nueve muertos - niños incluidas - y una docena de heridos.

Seguramente esta historia tiene menos glamour que la que te conté hace unas
semanas, cuando te hablé de esa carrera de egos e insultos entre la Costa Este y
la Oeste que dominó el rap de los 90 en Estados Unidos, pero un tipo del que te
hablé entonces - René Girard - probablemente explicaría ambas a través de un
mismo motivo: nuestra tendencia a desear lo que otros desean por pura
imitación.

Decíamos hace unas semanas, que hay una mentira que casi todos nos contamos a
nosotros mismos: creemos que somos dueños de nuestros deseos. Que somos lo
suficientemente racionales e independientes como para elegir y perseguir lo que
queremos en la vida. Y que, sin embargo, un historiador y filósofo llamado René
Girard dedicó su vida a estudiar cómo nuestros deseos son, en realidad, poco más
que ese «culo veo, culo quiero» que tantas veces hemos oído de pequeños. Es decir,

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que la mayor parte de lo que queremos surge por imitar lo que quieren o
valoran otros.

Girard escribió veintitantos libros sobre el tema que, no te voy a negar, no me he


leído. Pero sí te puedo recomendar uno, de un tipo llamado Luke Burgis, que se
titula Wanting («Lo quiero», es como lo han traducido en castellano) en el que
repasa las ideas de Girard de una forma bastante más concisa. Mucho de lo que te
conté en el capítulo anterior y de lo que te contaré en éste, está basado en ese libro
y también en un podcast en el que entrevistaron a uno de los inversores más
exitosos de Silicon Valley, que es además un profundo admirador de Girard: Peter
Thiel. Tienes como siempre todas las referencias en las notas del capítulo.

El caso es que nos pasamos la vida sometidos a una especie de fuerza de


gravedad social, rodeados de modelos, de personas, que de una forma u otra
influyen en aquello que deseamos y, por lo tanto, en aquello que hacemos para
conseguirlo. Y hablábamos de que, según Girard, podemos tener dos tipos de
modelos: los modelos internos y los modelos externos. Los primeros son
internos a nuestro círculo, por decirlo de alguna manera, es decir, son cercanos en
el tiempo, el espacio o el status, hasta el punto de que los percibimos como
comparables a nosotros y eso nos lleva muchas a veces a competir con ellos y
a no reconocer que los imitamos. Los modelos externos son los que, de alguna
forma, están lejos de nuestro alcance. Son gente que nos inspira y a la que
imitamos sin rubor porque no pretendemos competir con ellos.

Estas dinámicas de imitación - y de competencia - pueden desembocar en dos


ciclos diferentes: el ciclo negativo y el ciclo positivo.

Los ciclos negativos son aquellos en los que el deseo mimético nos lleva a la
rivalidad y al conflicto. Es eso de los raperos, de Puerto Hurraco o de millones de
otras guerras, pequeñas y grandes. Y nos podemos remontar tanto como queramos
en el tiempo que siempre encontraremos ejemplos, como la historia de Caín y
Abel. Y es así, porque sucede desde siempre, porque es parte de nuestra
naturaleza. Estos ciclos están alimentados por lo que suele llamarse una
mentalidad de escasez, es decir, que nuestros deseos y los de nuestros rivales son
incompatibles. Que el público sólo puede adorar a uno de los dos. Que sólo puede

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haber un favorito. Es decir, que todo son juegos de suma cero, en los que para que
tú ganes, tiene que perder otro.

Afortunadamente, en nuestra naturaleza está también desarrollar ciclos positivos.


El mismo deseo mimético nos puede llevar a compartir lo que sea que deseamos
con otros - a remar todos en la misma dirección. Y esto sucede cuando
aproximamos las cosas con una mentalidad de abundancia, cuando creemos que
hay espacio para que todos alcancemos lo que queramos. Y lo cierto es que el
mundo es mayoritariamente así. Nuestra historia es la de una civilización
construida sobre juegos de suma positiva. Si no, seguiríamos siendo
cazadores-recolectores, nos cubriríamos con pieles, dormiríamos en cuevas y
viviríamos constantemente con miedo a que cualquier fiera nos devorase.

Personalmente, creo que todo esto está muy bien y es muy útil ser conscientes de
estos ciclos en la medida de lo posible. Pero pienso también que, como
prácticamente todo en la vida, es un juego de equilibrios. Creo que la rivalidad y la
competitividad, efectivamente nos pueden llevar a lugares oscuros y a dinámicas
peligrosas, pero no son necesariamente cosas de las que huir.

No pienso que Girard diga eso, pero en los últimos tiempos tengo cierta sensación
de que hay un discurso que domina sobre todos los demás, que es el de evitar
el conflicto y hasta la comparación, que todo el mundo reciba medalla sólo por
participar y se sienta valorado, que todas las ideas son buenas y que todo es
relativo y subjetivo en esta vida. Y creo que tampoco es eso.

He visto competencias y rivalidades sanas e insanas. He visto a competidores


enfermizos, auténticos sociópatas como Michael Jordan o Cristiano Ronaldo,
alimentarse de rivalidades y alcanzar la excelencia. Y a otros hacer lo mismo y
acabar consumidos y fracasados.

Supongo que la clave está en ese equilibrio que te decía. En entender el contexto,
en entender cuándo estamos realmente operando en un entorno de suma cero y
cuándo no y, en general, en intentar decirnos la verdad a nosotros mismos sobre
a quién imitamos y cómo nos afecta hacerlo.

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| SER ANTIMIMÉTICOS

En un mundo en el que todos nos movemos persiguiendo nuestros deseos, ser


conscientes de que no los controlamos y de que surgen por fuerzas que van más
allá de nuestra razón, es un buen primer paso. Aunque para Burgis el objetivo
debería ser convertirnos en anti-miméticos, toma ya. Es decir, «tener la
habilidad, la libertad, de contrarrestar la parte más destructiva de nuestros
deseos». O lo que es lo mismo, tener claro por qué perseguimos lo que
perseguimos, para asegurarnos de no perseguir objetivos erróneos. Claro que esto
se dice más fácil de lo que se hace, como casi todo en la vida.

Aún así, hay cosas que podemos intentar y en el libro de Burgis salen un montón
de tácticas para tratar de mantener estos deseos imitativos a raya y, también, para
sacar lo mejor de esta tendencia que tenemos a querer lo que otros quieren. Te voy
a contar algunos que no están necesariamente sacados solo del libro, sino que son
mi propia interpretación de sus ideas y las de otra gente. Y me han salido seis
puntos. Podrían haber sido cinco o siete, pero han sido seis.

1. Identifica cómo se generan tus deseos: esto tiene dos partes. La primera,
mirando al presente y al pasado más cercano, ¿cuáles son tus
influencias? Ponles nombre, ten claro quién te influye en cómo piensas
sobre tu carrera, sobre política, sobre tu vida... Y ten claro también, quienes
te influyen positivamente y quienes negativamente. El mero ejercicio de
ponerles nombre es una buena forma de ganar algo de control sobre su
influencia.

La segunda parte, tiene más que ver con la vida que has tenido y con cómo
ha dado forma a aquello que deseas. El entorno en el que creciste, donde
estudiaste o el sector en el que trabajas, todo ello ha tenido una influencia
enorme en cómo eres y lo que deseas. Y no se trata de tirar todo por la
ventana, pero sí de hacerte consciente de ello para tratar de elegir qué
quieres que siga en tu vida y qué te gustaría cambiar.

2. Pon límites a los modelos negativos: y esto no va sólo de alejarte de las


malas compañías, que por supuesto, se da por hecho. Sino, en un plano un
poco más sutil, hay modelos cuyo comportamiento es aparentemente

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neutro pero cuya influencia sobre nosotros nos hace avanzar en


direcciones que no encajan con quienes en el fondo queremos ser. Y esto
va desde seguir a no-sé-qué influencer, que es una persona estupenda y a la
que admiramos, pero que nos genera una necesidad continua de comprar
cosas nuevas hasta las complicadas relaciones que se generan a veces con
amigos o compañeros a quienes vemos felices con un tipo de vida que
intentamos replicar y cuando esa vida a nosotros no nos hará serlo. Es un
ejercicio difícil, pero una vez identificados estos modelos, hay que intentar
encontrar formas de distanciarse de ellos o, mejor dicho, de su influencia
y reemplazarlos con otros que encajen mejor con nuestros valores. Y
sobre esos valores va el siguiente punto.

3. Establece una jerarquía clara de valores: tus valores son aquellas cosas
que priorizas en la vida. El tema de los valores es algo que siempre me ha
provocado recelo. Porque leas donde leas, o preguntes a quien preguntes,
sobre el papel todos tenemos más o menos los mismos valores. La familia
es importante, ser honestos, sentir que contribuimos positivamente al
mundo, etc. Pero la realidad es que los valores sólo se manifiestan cuando
los pones a prueba. Cuando tienes que decidir entre echar horas extra para
lograr un ascenso o pasar tiempo con tu familia o entre evitar un conflicto
con tu amigo o decirle que se ha comportado como un idiota. Una forma de
evitar caer en la trampa del deseo mimético es tener una jerarquía de
valores clara, e idealmente comunicada a los demás porque eso nos hace
ser más fieles a ella, para no acabar en un trabajo que te paga el doble
pero que detestas porque el vecino se compró un coche mejor que el
tuyo.

4. Usa la imitación a tu favor: si sabemos que tenemos esta tendencia, tal vez
podamos usarla para facilitar los cambios que queremos ver en nuestra vida.
De la misma forma que limitamos nuestros modelos negativos, podemos
aumentar los positivos. Una de las formas más efectivas de lograr un
hábito nuevo es rodearte de personas que lo tienen. Si quieres hacer más
deporte, lo mejor es rodearte de gente que hace mucho deporte. Ya
decíamos en el capítulo anterior eso de que «somos la media de las 5
personas con las que más tiempo pasamos».

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Igualmente, podemos utilizar nuestra capacidad de imitar para acabar


innovando. Tendemos a pensar que la innovación es algo así como un golpe
de genialidad y muchas veces no es más que una recombinación de ideas de
otros. Como veíamos en uno de los capítulos que dedicamos a la creatividad
esta temporada, muchos de los grandes artistas encontraron su estilo
robando cosas de muchos otros.

5. Cultiva tu independencia: uno de los problemas del deseo mimético es que


aquello que deseamos acaba dando forma a lo que hacemos y a la manera
que tenemos de ver el mundo. Hay algunas tácticas que podemos usar
para pensar de forma un poco más independiente. La primera sería
encontrar fuentes de sabiduría que resistan a la mímesis. Un ejemplo
claro son los clásicos. Las ideas que llevan miles de años entre nosotros han
resistido a todo tipo de modas. O aquellas ideas que son el resultado de
estudios o de experimentos que son contrastables y que se han replicado
una y otra vez.

Otra forma evidente es exponernos a opiniones contradictorias. Uno de los


ejercicios más absurdos que conozco, y que todos hacemos, es leer las
noticias siempre en el mismo periódico y esperar conocer la verdad. Y no
sólo porque los periódicos tengan orientaciones políticas, que las tienen,
sino porque somos muy permeables a las opiniones de otros y además
tenemos nuestros propios sesgos que nos van a hacer reforzar aquello que
ya pensábamos o aquello que es coherente con el hecho de que siempre
leamos las noticias en el mismo periódico. De forma parecida, con lo que
deseamos y lo que decidimos, al menos cuando nos toca tomar decisiones
fundamentales sobre nuestra vida creo que es más útil o aislarnos o pedir
opinión a personas muy distintas, que sólo hacerlo a quienes en el fondo
ya sabemos lo que nos van a decir.

Una última idea sobre cómo cultivar nuestra independencia es lo que Burgis
llama «invertir en el silencio profundo», es decir, crear espacios y
momentos en los que estar básicamente con nosotros mismos y nuestros
pensamientos. Él habla de hacer retiros en los que aislarnos de opiniones,
redes sociales, música… que sólo nos enfoquemos en leer y escribir, a ver
qué sale de esa mezcla. Y me parece bien, aunque yo cambiaría un poco la

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filosofía. Creo que no hay una única receta, y cada uno puede encontrar ese
espacio de una manera distinta, pero sí creo que hay un origen común para
que esto sea efectivo. Creo que el objetivo es aislarnos de ideas rápidas.
Las redes sociales o las conversaciones con otros, la televisión, la radio, las
revistas… generalmente son fuentes de un montón de ideas distintas, con
poca profundidad, pero mucha velocidad. Y creo que el objetivo debe ser el
contrario, encontrar momentos y lugares en los que exponernos a menos
ideas, pero más a fondo.

6. Vive como si fueras responsable de lo que otros quieren. Hace tiempo leí
que las personas nos comportamos de manera más responsable cuando
cuidamos de otros, ya sean personas o mascotas incluso, que cuando lo
hacemos de nosotros mismos. Somos mucho más disciplinados con la
medicación que tenemos que dar a otros o con las visitas al médico o al
veterinario de quienes dependen de nosotros, que con las nuestras propias.
Lo cual es bastante curioso.

Pues en cierta medida esto aplica también a eso de ser anti-miméticos.


Seguramente aplicaremos las cinco ideas anteriores de una forma mucho
más disciplinada si en lugar de hacerlo sólo por nosotros lo hacemos siendo
conscientes de que igual que nosotros tenemos modelos en los que nos
fijamos, nosotros mismos somos modelos para otras personas.

7. De hecho, algunas de las demostraciones más increíbles de perseverancia y


de esfuerzo que he visto en mi vida han sido las de personas que eran
conscientes de que tenían que salir adelante o reconstruir sus vidas o
simplemente demostrar que rendirse no era una opción porque sabían
que eran un ejemplo para sus hijos. Y esa misma responsabilidad y esa
misma idea no es sólo aplicable a los hijos.

Dice Burgis que podemos ayudar a otros con sus deseos de tres maneras:
«les podemos ayudar a querer más de algo, a querer menos de algo o a
querer algo diferente». Todos nos influimos los unos a los otros y si
actuamos pensando que tenemos esa responsabilidad, todos nos
mejoramos los unos a los otros.

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