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EDICIÓN 271 - ENERO 2022

“ALGÚN LUGAR” ENTRE UCRANIA Y MOLDAVIA, A LA SOMBRA DE


RUSIA

Transnistria, vestigio
de un conflicto
congelado
Por Loïc Ramirez*
En la República de Transnistria, región separatista pro-
rusa de Moldavia, la política ya no moviliza a las
multitudes, comenzando por la juventud, cansada de
vivir en un Estado no reconocido. El gobierno, por su
parte, preconiza la independencia y una visión
multicultural de la nación moldava, en línea con la
herencia soviética.
Cécile Marin

“Si un extranjero me pregunta, contesto que soy de algún lugar entre


Ucrania y Moldavia”, responde con malicia Ludmila Kliouch. Con una
taza de café entre las manos, esta joven morocha de treinta y seis años
sabe que pronunciar el nombre del país en el que vive dejaría perplejo a
cualquiera de sus interlocutores extranjeros. Profesora de francés, vive en
Tiraspol, la capital de Transnistria, ese “algún lugar” tan poco conocido.
Llamado oficialmente República Moldava del Dniéster (o Pridnestrovia),
este proto-Estado situado en la parte oriental de Moldavia, entre el río
Dniéster y la frontera ucraniana, no es reconocido por ningún miembro
de las Naciones Unidas. Señal de la complejidad de la situación, Kliouch
posee tres pasaportes: uno ruso, uno moldavo y el de Transnistria. Desde
2006, Moscú distribuye a los ciudadanos de Pridnestrovia documentos de
identidad, provocando el disgusto de la República de Moldavia, que
reivindica su soberanía sobre la entidad secesionista.
Indispensable para viajar, el pasaporte de un tercer Estado constituye un
“¡ábrete sésamo!” que todo transnistriano posee. “Pero esto no quiere
decir que adhiera a la política de un país o del otro –se apura a precisar la
profesora–. Es sólo una cuestión práctica.” En su caso, se trató de poder
estudiar en Moldavia.

Un destino geopolítico

Transnistria volvió a ser centro de atención tras la elección, el 16 de


noviembre de 2020, de la muy eurófila Maia Sandu para la Presidencia
de la República de Moldavia (con el 57% de los votos), un resultado
consolidado ocho meses después por la victoria de su partido, Acción y
Solidaridad, en las elecciones legislativas (con el 48% de los votos). Esta
ex economista, que trabajó en el Banco Mundial, se destacó desde su
asunción por un regreso a la hostilidad hacia su vecino secesionista.
Recordando que “la región de Transnistria es parte integrante de la
República de Moldavia”, la nueva dirigente hizo un llamado al retiro de
las tropas rusas, estacionadas en la zona de seguridad que delimita la
frontera con la entidad secesionista, en virtud del acuerdo del 21 de julio
de 1992 entre la Federación de Rusia y su país. Cuenta con el apoyo de
Estados Unidos, que, por vía de su embajador, se declaró en mayo de
2021 favorable a una “completa reintegración de Transnistria en el seno
de la República de Moldavia”. Sandu, sucesora de un gobierno calificado
de pro-ruso, exhibe una agenda decididamente orientada hacia la
integración europea del país. Su vecino ucraniano, que comparte la
misma ambición y se ve confrontado al secesionismo pro-ruso de la
región del Donbás, manifiesta su solidaridad con Chisináu (la capital
moldava). Desde el 1º de septiembre, Kiev le prohibió a los vehículos
con patente de Transnistria entrar en su territorio.

“La Unión Europea parece querer resucitar la República Socialista


Soviética de Moldavia”, ironiza Vitali Ignatev, ministro de Relaciones
Exteriores de Pridnestrovia, cuando le preguntamos acerca de los
cambios políticos acontecidos del otro lado de la frontera. El hombre
hace referencia al golpe de fuerza que permitió la creación de la entidad
moldava en el seno de la Unión Soviética en 1940. Bajo el dominio del
Imperio Ruso desde el siglo XVIII, la región de Transnistria primero
integró la República Socialista Soviética de Ucrania a finales de la guerra
civil (1917-1923). En ésta gozó de un estatuto de autonomía que le
garantizó, particularmente, derechos lingüísticos a la importante minoría
en ese entonces calificada como rumana. Sin embargo, Moscú cambió de
línea política a fines de los años 30. Las autoridades soviéticas afirmaron
la existencia de una identidad moldava específica. El alfabeto cirílico
reemplazó las letras latinas del alfabeto rumano, para subrayar que la
influencia eslava había impregnado a las minorías rumanófonas de los
márgenes del imperio zarista al punto de formar una cultura propia. Ésta
se extendería hasta Besarabia, una región situada más allá del Dniéster,
que escapó al poder bolchevique en 1918, antes de ser absorbida por
Rumania. En 1940, el Ejército Rojo volvió a tomar posesión de la zona
en virtud de las cláusulas secretas del pacto germano-soviético.
Fusionada a Transnistria, que se desprendió entonces de Ucrania,
Besarabia se convirtió en la República Socialista Soviética de Moldavia.

Vinculadas por decisión de Moscú, las dos orillas del Dniéster vieron sus
destinos nuevamente separados por la disolución de la Unión Soviética.
El 2 de septiembre de 1990, unos meses después de que el gobierno
moldavo hubiera declarado su soberanía, Transnistria reivindicó a su vez
la independencia. El nuevo proyecto nacional de Chisináu, esencialmente
sostenido por partidarios de una unión con Rumania, fue masivamente
rechazado por las poblaciones rusófonas del Este del país. En marzo de
1992, un intento de recuperación militar de la orilla izquierda del río
desembocó en enfrentamientos a los que puso fin un acuerdo de cese del
fuego, firmado el 21 de julio. Tres décadas más tarde, el proto-Estado de
Transnistria subsiste como un vestigio de esta crisis geopolítica.
“Nuestra independencia es ya una realidad –afirma con seguridad
Ignatev–. Sólo falta regularizarla.”

En busca de una perspectiva

Sin embargo, nada certifica el carácter irreversible de este hecho


consumado. Ya que, paralelamente a la búsqueda de reconocimiento
internacional, las autoridades de Transnistria podrían verse confrontadas
al problema de la legitimación interna de su Estado. Una generación
entera creció allí sin haber sido protagonista ni testigo del conflicto con
el vecino y, con el paso del tiempo, el entusiasmo de la victoria se
erosionó sensiblemente. “¿Quieren saber cómo se siente vivir en un país
que no es reconocido?”, lanza Anna N. con un hartazgo apenas
disimulado. Con un cigarrillo entre los dedos, la joven está sentada en la
terraza de un restaurante en la avenida 25 de Octubre que atraviesa
Tiraspol, la capital, de este a oeste. En la arteria, aprovechando una
cálida velada de primavera, grupos de adolescentes deambulan y se
juntan, entre amigos o en pareja. De unos veinte años, esta funcionaria
del Ministerio de Agricultura parece tener poco interés en el futuro del
Estado que la emplea. “Puede que el país sea reconocido, puede que se
convierta en una provincia autónoma de Moldavia –dice con sarcasmo–.
En cualquier caso, el día en que eso suceda, espero ya haberme ido de
acá.”

Su población decrece. Poblada por 706.000


habitantes en 1990, la región ya no cuenta
más que con 450.000.
Debilitada por el contexto político, Transnistria vio a su población
diluirse, al igual que la de Moldavia. Poblada por 706.000 habitantes en
1990, la región ya no cuenta más que con 450.000 (1). Muchos jóvenes
se van a estudiar o a trabajar al exterior. En 2016, el salario medio
mensual alcanzaba apenas los 336 dólares en el país, según la consultora
Expert-Grup (2). “Todo el mundo tiene un amigo o un miembro de su
familia en el exterior –explica una joven de pelo castaño de 25 años que
ya no vive, ella tampoco, en la ciudad en la que creció–. Me fui con mis
padres a la edad de 16 años y hoy vivo en China.” Al cerrar el país
asiático sus fronteras durante la pandemia, quedó varada en la capital de
Transnistria, donde siguen viviendo sus abuelos. Gracias a Internet, sigue
trabajando a distancia, como redactora de contenidos para una empresa
de relaciones públicas. “Estoy contenta de haber crecido acá, pero no
volvería a vivir. No soy tan patriota”, dice riéndose.
Para Ivan Voit, historiador y docente en la Universidad de Pridnestrovia,
la adhesión de la juventud al proyecto nacional “depende de las
perspectivas que se le ofrezcan”. Preocupadas por frenar la huída, las
autoridades, por su lado, se esforzaron por consolidar una identidad
“transnistriana” que se fundaría no sobre la etnia, ni tampoco sobre el
idioma ruso, sino sobre el modelo asimilacionista heredado de la época
soviética. “La creación de nuestro país no es más que una reacción a la
desintegración de la URSS –explica Voit–. La identidad regional fue
históricamente el cimiento necesario para la cohesión de los diferentes
pueblos que habitan la zona: eslavos, rumanos, judíos, turcos… Ésta se
cristalizó luego alrededor de la categoría de ciudadano soviético: no
teníamos en ese entonces ningún problema relacionado con las
cuestiones nacionales.” Esta afirmación, sin embargo hace caso omiso de
ciertos episodios oscuros del período estaliniano: como en el resto de la
URSS, Transnistria vivió su parte de represiones en relación a las
oscilaciones de la política de las nacionalidades. Sin embargo, señala la
importancia que acuerda Tiraspol a la cohabitación multiétnica
relativamente calma que prevaleció en la segunda mitad del siglo XX en
la Unión Soviética, antes de que las oleadas nacionalistas alcancen las ex
Repúblicas a partir de 1991. Prueba de este apego, la Transnistria
secesionista primero adoptó el nombre oficial de República Moldava
Socialista Soviética del Dniéster tras su declaración de independencia en
1990. Así, el nuevo Estado afirmaba su voluntad de preservar la
estructura soviética, en ese entonces en declive. El 17 de marzo de 1991,
la población votó en un 97% a favor del mantenimiento de la URSS, en
el transcurso de un referéndum que las autoridades moldavas decidieron,
por su parte, boicotear. Tras la desaparición de la Unión Soviética, la
República transnistriana se rebautizó República Moldava del Dniéster.
“Una reacción a la traición de las elites de la época”, explica Voit, para
quien éstas eran culpables de haber sellado la disolución de la URSS, a
pesar de la victoria del “sí” (76% de los votantes a escala de la Unión
Soviética).

Hastío juvenil
La elección de Sandu, según el académico, sería la prueba de que “la
política moldava sigue siendo víctima de ese nacionalismo rumano”.
Recuerda que la Presidenta se pronunció en abril pasado ante la
Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa a favor de la
modificación del artículo 13 de la Constitución. Su objetivo: que el
rumano sea el idioma oficial del país, en virtud de una decisión de la
Corte Constitucional de 2013. Su declaración constituye el último
episodio de un debate que comenzó en 1989, cuando el idioma moldavo
fue declarado idioma oficial y el alfabeto cirílico abandonado en
provecho del latino. Siguió una disputa lingüística y política, a la cual se
unió la Academia de las Ciencias de Moldavia decidiendo, en 1996, que
“el idioma rumano” era el nombre correcto del idioma hablado en el país.
“Somos nosotros quienes defendemos el idioma moldavo”, concluye,
satisfecho, Voit.

En Transnistria, hay tres idiomas oficiales: el ruso, el moldavo y el


ucraniano. “Cada familia puede decidir en qué idioma el niño hará su
escolaridad”, asegura Tatiana Diordieva, directora del jardín de infantes
número 1 de la capital. En los pasillos de su establecimiento, dibujos
colgados en la pared muestran personas vestidas con trajes tradicionales
moldavos y ucranianos, dándose la mano bajo la bandera de la
República. En la sala de música, una veintena de cabecitas rubias,
vestidas con el uniforme del Ejército Rojo, se preparan para un ensayo
del espectáculo por el 9 de mayo (aniversario de la victoria soviética
sobre la Alemania nazi). En el programa: danza y cantos militares,
patrióticos, de la URSS. “El resto del año, los niños estudian el folclore
regional y cantan en otros idiomas”, asegura Diordieva, cuidando
destacar el carácter multicultural de la enseñanza. A pesar de todo, el
ruso sigue siendo el idioma omnipresente, tanto en los pasillos de la
escuela como en las calles de Tiraspol.

“Estudié el moldavo durante mi escolaridad, como segundo idioma, pero


no lo practico nunca en mi vida cotidiana”, admite Aliona Zolotij, joven
profesora de inglés. Como ella, la mayoría de los transnistrienses tienen
un conocimiento escolar del moldavo o del ucraniano. Ciertamente, los
tres idiomas aparecen, cada cual, en las fachadas de los edificios
públicos, pero el moldavo y el ucraniano desaparecen en provecho del
idioma de Pushkin en los carteles de las tiendas, las publicidades o las
conversaciones en los cafés. Esta situación favorece el relato occidental
que presenta a Transnistria como a un territorio “ocupado por Rusia”.
Moscú detenta, es cierto, una aplastante influencia sobre el devenir de la
pequeña República. A pesar de no haber reconocido nunca su
independencia, Rusia le provee una importante ayuda económica, así
como de gas subvencionado (3). A cambio, ésta permanece enfeudada en
el plano político y cumple un papel de reaseguro contra una eventual
adhesión de Moldavia a la OTAN –una perspectiva que no excluye el
Kremlin, a pesar de la inclusión del principio de neutralidad en la
Constitución moldava–.

En las calles de Tiraspol, el impulso hacia Moscú que se sintió en 2006,


durante otro referéndum, parece haber menguado. A la pregunta de si
aprobaban la independencia y una “posible futura integración” en la
Federación de Rusia, el 97% de los votantes respondieron “sí”. “Son
personas mayores que quieren irse a vivir a Rusia”, afirma Zolotij. Con
23 años, la joven mujer rusófona no se considera rusa: “Soy de
Pridnestrovia, pero en el exterior digo que soy moldava, es más simple”.
Como la mayoría de los jóvenes que conocimos, estima que la unión con
Moldavia sigue siendo el camino más “realista”. “Como Gagauzia”,
explica, en referencia a esa región autónoma del sur de Moldavia,
mayoritariamente turcófona. ¿La renovación generacional habría
debilitado el deseo de unión con el gran hermano eslavo? Cansada de
esperar un reconocimiento internacional, la juventud parece aspirar antes
que nada a una resolución pragmática de este conflicto congelado.

1. Sabine von Löwis y Andrei Crivenco, “Shrinking Transnistria – older,


more monotone, more dependent”, Center for East European and
International Studies, Berlín, 27-1-21.

2. Adrian Lupușor, Alexandru Fala et al., “What are the economic treats
for Transnistrian economy in 2016-2017”, Expert-Grup, Chisináu, 26-7-
16.
3. Jens Malling, “De la Transnistrie au Donbass, l’histoire bégaie”, Le
Monde diplomatique, París, marzo de 2015.

* Periodista.

Traducción: Micaela Houston

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