Está en la página 1de 9

EDICIÓN JULIO 2017 | N°217

CAMBIO CLIMÁTICO. PIONEROS DEL DESARROLLO SUSTENTABLE

El modelo ecológico sueco


Por Florence Beaugé*
Mucho antes del Acuerdo de París, allá por los 90, Suecia comprendió la magnitud de la
amenaza que representa el cambio climático e inició una activa política estatal para
mitigarlo. Desde entonces la sociedad en su conjunto asumió un verdadero compromiso con
el medio ambiente.

Cuando nació su primer hijo, hace veintitrés años, Marie-Louise Kristola realmente tomó
conciencia de la importancia de la cuestión ambiental. “¿Qué mundo les vamos a legar?” se
preguntó aquejada por una brusca inquietud con su recién nacido en los brazos. Desde
entonces, esta periodista lucha por un mundo más ecológico, tanto en el trabajo como en su
vida cotidiana. Cada semana presenta a la radio pública sueca Sveriges un magazine
consagrado al desarrollo sustentable, “Klotet” (“el globo”). Hasta el año pasado hacía todos
sus trayectos en bici, incluso para ir a su oficina situada a diez kilómetros de su domicilio.
Hace poco se compró una bici eléctrica. Alentada por una subvención del Estado, su familia
también acaba de adquirir un auto eléctrico. “Hace mucho que querían hacerlo. Sentíamos
culpa con nuestra vieja catramina”, reconoce. Toda la familia come bio y consume “cada
vez menos carne”. Si escucharan a su hija, hoy estudiante, no la comerían “para nada”. Su
casa, situada en el suburbio de Estocolmo, se calienta exclusivamente con una bomba de
calor instalada en el subsuelo. En el centro de la ciudad, sus amigos están conectados a una
red de calor alimentada por bioenergías (esencialmente madera y residuos de la industria
papelera), como todo el mundo en las ciudades suecas. Y, al igual que sus vecinos,
seleccionan escrupulosamente los residuos, lo que requiere por lo menos cinco tachos por
vivienda.

El despertar

Para Mona Mårtensson, docente en sociología en la Universidad de Estocolmo, el


disparador fue la lectura de Primavera silenciosa (1) de la bióloga Rachel Carson. Esta
obra, consagrada a los peligros del uso masivo de productos químicos en la agricultura y en
particular del DDT, condujo a la prohibición progresiva de ese insecticida y a la
emergencia del movimiento ecologista en el mundo occidental. “Ese libro marcó a muchos
de nosotros”, dice. Desde entonces, Suecia hizo su camino. Con una superficie equivalente
a unos dos tercios de Francia, pero poblada solamente por diez millones de habitantes,
desprovista de gas, petróleo y carbón, pero rica en minas (hierro y uranio), en bosques y en
cursos de agua, este pequeño país estuvo entre los primeros en comprender los desafíos
climáticos y en comprometerse en un desarrollo más sustentable. “No hay una ética del
medio ambiente en Suecia, sino varias éticas. Encontrarán a los vegetarianos, los
medioambientalistas –asegura Mona Mårtensson–. Pero todos los suecos tienen en común
el hecho de estar en contacto estrecho con la naturaleza.”
Alexander Crawford también recalca esta relación “especial, omnipresente, casi panteísta”.
“Vamos al bosque con más frecuencia que a la iglesia. Todos conservamos lazos muy
fuertes con la naturaleza”, observa este analista en la Global Utmaning, un círculo de
reflexión independiente con base en Estocolmo. Las numerosas casas de campo, a menudo
en medio de los bosques, en el borde de uno de los innumerables lagos o sobre la costa,
tienen el aspecto más de cabañas que de castillos. La recolección de bayas, de hongos, la
pesca y la caza acompasan los días feriados. “Pero no a la manera francesa, la búsqueda de
trofeos –subraya Alexander Crawford–. Más bien como un lazo cultural y espiritual con el
medio ambiente.”

Varios factores favorecieron esta fuerte conciencia ecológica. En especial un tejido


económico fundado desde el siglo XIX sobre los recursos naturales suecos, en particular la
madera (el bosque cubre el 68% del territorio). Pioneros, los socialdemócratas instauraron
en 1991 una tasa de carbono incitativa y progresiva, medida que complementaron con una
baja sobre los impuestos al trabajo y los factores de producción (2). Desde entonces las
emisiones de gas carbónico, ya en baja desde los años setenta, se redujeron todavía más,
sobre todo gracias al reemplazo del carbón por la biomasa para las redes de calor urbanas.
Especialista del medio ambiente y docente en la Universidad Chalmers de Göteborg,
Christian Azar ve en la tasa de carbono “uno de los fundamentos más importantes” de la
transición ecológica en Suecia. Para él, el modelo sueco depende tanto de una toma de
conciencia como de un estímulo financiero, y “los dos elementos se refuerzan
mutuamente”. Todo complementado por un trabajo de explicación permanente por parte de
las agencias estatales de energía y de protección del medio ambiente. Es así como el peaje
urbano, establecido en 2006 en Estocolmo (antes de serlo en Göteborg en 2016), fue
aplaudido por los habitantes de la capital al cabo de seis meses, cuando había sido
fuertemente combatido en sus inicios. Estas medidas, que también pesan sobre los ingresos
modestos, pudieron ser más fácilmente aceptadas en un país donde las desigualdades de la
riqueza siguen siendo las más bajas de Europa.

Transición ecológica

En su granja situada 180 kilómetros al sudoeste de Estocolmo, Steffan Gustafsson cría 70


vacas lecheras y otros 150 bovinos para la carne, al tiempo que cultiva un poco de cereales.
Su vida es dura, pero no se queja. Como muchos granjeros de la región, no es propietario de
sus tierras sino arrendatario. En 1999 eligió la agricultura biológica como un “nicho”
interesante. “Al comienzo era una cuestión estratégica, pero ahora es una convicción. Cada
vez veo más las ventajas de la ecología y ya no daré marcha atrás –dice–. Año a año la
demanda por la leche bio aumenta, al punto de que ya no doy abasto.”

A algunos kilómetros de allí, Katarina Molitor tiene una visión parecida. Esta agricultora
con aspecto de vikinga –cola de caballo rubia y brazos cubiertos de pecas– cultiva
legumbres, tomates, lechugas, cebollas y cría un centenar de ovejas y de vacas. Los
animales deambulan en libertad en la inmensa granja los meses de invierno y por los
campos circundantes los meses de verano. “Esta granja no es un trabajo ni un pasatiempo,
¡es mi vida!”, dice Molitor. Fue después de haber visto a su padre sufrir cada vez más
alergias a lo largo del tiempo cuando esta mujer de unos cuarenta años decidió abstenerse
de productos químicos. También ella ve que la demanda aumenta con fuerza, aunque
algunos clientes rezongan al principio por el precio, “olvidando el tiempo de trabajo
suplementario que requieren los productos bio”. Durante mucho tiempo ella vendió su
leche a la cooperativa vecina. Pero ahora no: “Es más gratificante vender directamente a los
consumidores. Ellos te hablan del gusto de tu leche y de tus productos y es un placer
oírlos”.

Si Suecia pudo iniciar muy pronto su transición, es en primer lugar porque es “un país bien
provisto”, considera Jannike Kihlberg: numerosas riquezas naturales, pocos habitantes, un
nivel de vida elevado, un crecimiento económico robusto y pocos conflictos. Para esta
periodista del periódico Dagens Nyheter, la ausencia de energía fósil constituyó una
bendición para Suecia porque la obligó a inventar otros recursos. Con su gas y su petróleo,
la vecina Noruega es vista como ambigua en su conversión oficial a la ecología.

Cuanto más se sube hacia el norte de Suecia, sin embargo, más se siente un corte en el país.
Capital europea de la cultura en 2014, decididamente de izquierda, feminista y acogedora
hacia los homosexuales, Umeå, ciudad universitaria de 110.000 habitantes, no tiene
complejos. Sin embargo se irrita por la mirada paternalista del Sur, donde se concentra el
90% de la población. “¡No saben que existimos! Ellos acaparan nuestras riquezas,
aprovechan nuestros cursos de agua, saquean nuestras minas, ¡y ahora llegan a adueñarse
hasta de nuestro viento!”, se oye decir con amargura, en alusión a los numerosos diques
hidráulicos levantados en los ríos, así como a los parques eólicos implantados en los
espacios casi desérticos del Norte. La hidráulica es la primera fuente de electricidad en
Suecia, y aporta el 45% de la producción nacional. La energía nuclear suministra el 41%. El
resto proviene de las energías renovables (biomasa y eólica).

Activos incluso lejos de las grandes metrópolis meridionales, los ecologistas de Umeå
organizan debates o lanzan consignas de boicot a las grandes marcas como Nestlé. Como
descuidan los derechos de sus proveedores en los países en desarrollo, los consideran
nefastos para el medio ambiente. Aquí se burlan con ganas del pánico que se apodera de la
capital cada vez que una gran tempestad de nieve paraliza la circulación. En esta ciudad,
situada a 300 kilómetros del Círculo Polar, los habitantes circulan en bici tanto en verano
como en invierno (las bicis están equipadas con neumáticos con clavos y la municipalidad
barre la nieve de las bicisendas en forma prioritaria). También se enorgullecen de haber
recibido, el 1º de febrero de 2017, el primer vuelo de un avión ATR propulsado por un
biocarburante (una mezcla compuesta por un 45% de aceite de cocina reciclado).

En su laboratorio del Departamento de Agricultura de la Universidad de Umeå, Francesco


Gentili trabaja con ahínco en las algas de agua dulce. “Su potencial es considerable: crecen
rápido, recuperan el gas carbónico (CO2) y podrán servir, llegado el momento, de
biocombustible para los autos y los aviones”, explica este investigador de origen italiano.
Las algas hasta podrían favorecer el reciclaje de las aguas residuales. Por el momento,
Francesco Gentili con sus colegas suecos, noruegos y finlandeses, sólo está en la fase
experimental. Su sueño es una fábrica que permita producir “toneladas” de biomasa a partir
de las algas. “Si queremos obtener fuentes de energía y una sociedad sustentables, la
naturaleza es la solución, no solamente la tecnología”, insiste.
A la inversa de muchos suecos, Annika Rydman abandonó Estocolmo para volver al pueblo
de su infancia, Granö, en Botnia occidental, unos 100 kilómetros al noroeste de Umeå. La
escuela iba a cerrar por falta de niños. A la larga, el mismo pueblo –de una antigüedad de
tres siglos– estaba condenado. ¿ Para atraer a los visitantes no se podría ofrecerles la
naturaleza circundante, excepcional y totalmente preservada en la tierra de los saamas, ese
pueblo de nómadas, a menudo criadores de renos, que viven en el norte de Escandinavia y
Carelia? Entonces, hace siete años, con ayuda de su madre y de algunos amigos, abrió un
albergue, el Granö Beckasin Lodge. “Quise que volvamos a ser un punto de encuentro y de
intercambios como lo era antaño Granö, un puente con los saamas, pero no a costa de la
naturaleza y de los habitantes –explica la joven–. Entonces adoptamos una consigna:
¡verde! Y si no es posible, damos la prioridad a los productos locales.”

La originalidad del lugar seduce de entrada. Instalado junto a un río, en pleno bosque, el
albergue creció con una decena de chalés de madera y con seis “nidos de pájaro”
(confortables cabañas que cuelgan de los árboles). Todos los materiales son reciclables.
Una bomba geotérmica calienta las construcciones y el agua.

El éxito fue rápido y la escuela de Granö se salvó. Los ocho empleados del Granö Beckasin
Lodge son habitantes del pueblo. Durante el verano –cuando el sol nunca se pone–, el lugar
siempre está lleno. En invierno, los visitantes hacen esquí de fondo, caminatas por el
bosque, paseos en trineos tirados por perros, o incluso safaris de alces. La clientela es un
60% sueca. El resto de los visitantes viene de Bélgica, de Irlanda, de Australia, de Dubai…
Todas las comidas que se sirven son bio. Las legumbres son de estación. El río y los lagos
circundantes suministran lucios y percas. Los salmones, por su parte, casi han desaparecido
en virtud de los diques hidroeléctricos levantados en la casi totalidad de los ríos.

Y la carne es de alce, con mucha frecuencia, porque Rydman es cazadora. “Aquí en el


Norte estamos en nuestra cultura. Se puede cazar y ser respetuoso del medio ambiente”,
subraya. Y cuando está cansada de alces, va a ver a los saamas, a los que compra o trueca
carne de reno. “Nuestro modo de vida es nuestra manera de resistir a la urbanización y de
luchar contra la moda actual de la uniformidad”, dice. “Cuando elegimos la ecología fue un
esfuerzo de todos los instantes. Hay que entrar en los detalles en todo momento. El techo, la
moqueta. O incluso las cuerdas de rafting, ¿hay que sacarlas de fibras naturales o hacerlas
de plástico? –agrega Christopher Storm, su mano derecha–. También en la cocina hay que
preocuparse por todo. Los productos ecológicos son más caros que los productos
convencionales porque no son tan corrientes, pero es nuestra elección, y nos empeñamos en
ella. La cuestión es explicar al personal las razones de nuestra decisión. Porque si ellos no
están convencidos, la cosa no funciona.”

El trauma nuclear

En toda la región de Granö y una parte de Suecia planea una sombra que los años todavía
no han disipado: Chernobyl. Elly-Marie Rydman, la madre de Annika, va a recolectar
champiñones. La cocina y el subsuelo están llenos de tarros de champiñones secos y el
congelador está repleto de carne de alce. Sin embargo, ella no se ha olvidado de las
consecuencias de la catástrofe acaecida el 26 de abril de 1986 en Ucrania. Alrededor de
55.400 km2 del territorio sueco fueron afectados por las secuelas de la nube de Chernobyl y
siguen estando bajo vigilancia. “Los cuatro o cinco años que siguieron no pudimos juntar
champiñones o bayas ni comer carne de alce y de reno. Los animales habían sido
contaminados por la hierba”, cuenta.

Todavía hoy, los habitantes de la región deben enviar muestras de carne cada otoño al
laboratorio para verificar que la tasa de cesio 137 no supere cierto umbral. “A veces
tenemos la mala sorpresa de enterarnos de que los animales están contaminados. En ese
caso los desplazamos a praderas indemnes de toda radioactividad. En general, en algunas
semanas pasa y los análisis vuelven a ser normales”, explica Margret Fjellström, una
criadora de renos saama.

Muy pocos, sin embargo, parecen conmoverse por los nueve reactores nucleares en
funcionamiento (Véase recuadro). En primer lugar, están implantados a unos 800
kilómetros al sur, y el sur, aquí, parece lejos. Luego, las centrales ahora forman parte de la
vida cotidiana, y además de la electricidad, aportan empleos. “Nos hemos vuelto pasivos a
este respecto. Si hay una central que se mira con desconfianza es la de Pyhäjoki, en vías de
construcción en Finlandia. Ésta nos parece peligrosamente cercana”, recalca Annika
Rydman. Sin dudas esta central es vista con temor porque la construye la empresa rusa
Rosatom.

Los desafíos futuros

“Nada se pierde, nada se crea, todo se transforma”. En la granja de Matthias Nilsson, esa
máxima del químico francés Antoine Lavoisier adquiere todo su sentido. Hace cinco años
que este granjero de unos cuarenta años produce su electricidad y su calefacción
exclusivamente a partir de la boñiga de sus 360 bovinos. Recuperados, los excrementos son
calentados a 38º C en cubas con el objeto de acelerar su fermentación gracias a las bacterias
y la producción de biogas, esencialmente compuesto de metano. El gas es luego quemado
por generadores para producir electricidad. Un interés no desdeñable, puesto que la
agricultura en Suecia, y más particularmente la cría, es responsable del 13% de los gases
con efecto invernadero.

Nilsson es autosuficiente. Hasta puede vender un excedente de electricidad a sus vecinos.


La inversión de partida tuvo un alto costo: 4,7 millones de coronas suecas (481.388 euros).
La Unión Europea subvencionó un cuarto. “Necesitaré de diez a doce años antes de
recuperar mi inversión de partida, pero no lo lamento. Era el sueño de mi padre, en los años
90, y mi hermano y yo lo hemos realizado –explica–. Me gusta pensar que sacamos
provecho de la más trivial de las materias. La otra ventaja es que recuperamos las
deyecciones y producimos fertilizante para los cultivos. No hay nada mejor.”

No obstante, un fenómeno preocupa a este granjero: el calentamiento climático. Como


todos los habitantes de la región, lo vio concretamente. “El invierno dura mucho menos
tiempo que en mi adolescencia. Hay menos nieve. La primavera comienza en el mismo
momento, pero el otoño es mucho más largo. Ahora hacemos varias cosechas. Mi padre no
deja de asombrarse y de alarmarse”, observa.
¿Logrará Suecia su apuesta de carbono neutralidad de aquí a 2050 (incluso 2040), como se
comprometió al adoptar su ley sobre la energía y el clima en 2009? La industria pesada
(pasta, papel, aceros especiales, camiones, automóviles) y la high-tech
(telecomunicaciones, biotecnología, productos farmacéuticos) siguen siendo consumidoras
de energía con emisiones de CO2 difícilmente reducibles. El sector de los transportes, por
lejos el primer emisor de CO2 (en un 45%), constituye un desafío mucho más difícil de
enfrentar que todos los otros. En adelante es la “nueva frontera” que se debe alcanzar. En la
capital, todos los buses circulan con biocarburante, una solución parcial que también
presenta muchos inconvenientes. Y Estocolmo se extiende bajo el efecto de la
desertificación del campo. La cantidad de autos sigue creciendo y los transportes públicos,
a pesar de ser bastante eficaces, merecerían ser mejorados. Por otra parte, es común que los
suecos viajen en avión, incluso para los desplazamientos internos, ya que la red ferroviaria
es bastante poco eficaz, lo que no se arregló desde la privatización lanzada en 2001.

CEO del centro de investigación sueca sobre la energía (Energiforsk), Markus Wrake está
preocupado por la “desconexión” creciente entre las palabras y los actos. Los compromisos
de los políticos, hombres y mujeres, muy raramente tienen consecuencias prácticas sobre el
terreno. Estocolmo sigue repleto de vehículos pese a los peajes instituidos en las entradas
de la ciudad y se multiplican las infraestructuras, en oposición a los objetivos proclamados.
Al formar con los socialdemócratas un gobierno de coalición desde septiembre de 2014, los
Verdes perdieron su crédito a fuerza de bajar los brazos. “No hay suficiente coraje político.
Habría que sensibilizar más al consumidor”, estima Wrake. Por eso el desafío de “carbono
cero” en 2040 le parece difícil de sostener. “¡Estaría agradablemente sorprendido si lo
lográramos!”, dice.

Para Staffan Laestadius la cuestión ni siquiera se plantea. “Ese objetivo no sólo es


alcanzable, ¡sino que debe serlo!”, exclama. Hace mucho tiempo que este investigador y
universitario mundialmente conocido, miembro del Royal Institute of Technology (KTH),
hace sonar la alarma. El acuerdo firmado en diciembre de 2015 en París durante la
Conferencia sobre el Clima (COP21) le parece “lejos de ser suficiente”. Hay que decir y
machacar, insiste, la urgencia de la situación, “mucho más de lo que aceptamos oír”. La
prueba es el aumento dramático de la temperatura registrada a escala planetaria el invierno
pasado.

“A nivel mundial, ¡1,39º C más de lo que habíamos tenido hace un siglo! ¡Dense cuenta! El
deshielo se acelera, sobre todo en Groenlandia. El agua sube, ya no se puede prever a qué
ritmo, todo va más rápido que lo esperado, con un riesgo exponencial en caso de que se
desboque”, advierte. En Suecia, los políticos tienen miedo de hablar y “no están a la altura
de su misión” con la población, acusa. La capital sueca es una de las ciudades de Europa
que crece más rápido. “Vamos en la mala dirección. Se construyen siempre más vías
rápidas y túneles para facilitar el auto en Estocolmo, en vez de mejorar los transportes
públicos”, deplora. ¿Se ha llegado al límite del “modelo sueco”?

Si bien reconoce la importancia de desarrollar las energías verdes, en particular la eólica, y


de ocuparse sin demora del problema de los transportes, Staffan Laestadius aboga en primer
lugar por un cambio en el modo de vida, y sobre todo por un llamado a la movilización.
“Hay que decirles la verdad. Es preciso que la gente sepa que hay urgencia”, repite como
un leitmotiv. Hasta un pequeño país como Suecia puede ser considerado en el mundo
“como un ejemplo”, con solamente el 31% de energía primaria de origen fósil (3) (contra el
72 % en la Unión Europea) y 36% de renovable (contra el 14% en promedio en la Unión).
“No perdamos tiempo en acusar a tal o cual país de ser más culpable que el otro en materia
de emisiones de CO2. Todos estamos en el mismo barco. Debemos actuar y persuadir a la
gente de que ganarán si participan en un esfuerzo colectivo –alega una vez más Staffan
Laestadius–. No saldrán perdiendo con el cambio, debemos probarlo. Tal vez viajen menos
en avión, tomen menos su auto, pero su vida será mejor. Es fácil de decir, lo sé, pero la
llave del éxito es ésa…”.

1.Rachel Carson, Printemps silencieux, París, Plon, 1963 (reed. Marsella, Wildproject,
2014).

2.Sonia Baudry, “La taxe carbone : bilan de l’expérience suédoise”, Regards croisés sur
l’économie, N° 6, París, 2009.

3.Michel Cruciani, “La transition énergétique en Suède”, Études de l’IFRI, París, junio de
2016.

De la dependencia al desarrollo nuclear

Derivas de la política energética

Consciente de su necesidad de alcanzar la autonomía energética, Suecia desarrolló desde el


fin de la Segunda Guerra Mundial un diversificado sistema de fuentes de
aprovisionamiento.

Suecia tomó conciencia muy temprano de la necesidad absoluta de alcanzar su autonomía


energética. Obligada a proveerse de carbón con la Alemania nazi, vivió la Segunda Guerra
Mundial como “un traumatismo energético”, según Teva Meyer, geógrafo y docente en la
Universidad de Alta Alsacia. En los años siguientes, el país decidió diversificar sus fuentes
de aprovisionamiento explotando sus innumerables cursos de agua. Muy pronto los ríos se
encontraban provistos de diques. Tras el descubrimiento de importantes yacimientos de
uranio en 1947, Suecia se lanzó también a la energía nuclear. Una primera central de
producción de calor y de electricidad fue puesta en servicio en 1964 en Ågestal, cerca de
Estocolmo. Aunque había renunciado a la energía nuclear militar en 1968, este país neutral
desarrolló un importante programa civil que condujo a la construcción de doce reactores. El
esfuerzo de “descarbonización” actual se apoya en tres pilares antiguos de la política sueca:
eficacia energética, energías renovables y nucleares.

Los dilemas de la energía nuclear

Con el poderoso ascenso de los ecologistas en los años sesenta, el impacto de los
numerosos diques en los cursos de agua suscitó oposiciones. Llegó la Primera Cumbre de la
Tierra organizada por las Naciones Unidas en Estocolmo en 1972, que por largo tiempo
dejó una marca en la población sueca. “Desde entonces, Suecia siempre trató de ubicarse
como líder del desarrollo sustentable. Lo que no tenía en cuanto a hidrocarburos iba a
ganarlo en potencia de imagen”, manifiesta Teva Meyer. La crisis petrolera de 1973 aceleró
el movimiento. “Ya estábamos preparados para eso. Desde hacía diez años había campañas
por la protección del medio ambiente. Desde hacía largo tiempo se ponían vidrios triples en
las casas, se aislaban las paredes, se prestaba mucha atención a las construcciones. En
pocas palabras, se estaba al acecho del ahorro de energía a la inversa de un país como
Inglaterra, donde pasé toda mi infancia”, se acuerda Thomas Sterner, profesor de economía
ambiental en la Universidad de Göteborg.

La energía nuclear reemplazó poco a poco a los productos petroleros importados, salvo para
los transportes. Después del accidente de la central de Three Mile Island (Estados Unidos,
1979), en 1980 la población optó, sin embargo, por una limitación del programa
complementada por una salida progresiva en la medida en que no se reemplazaran las
centrales que llegaban al final de su explotación. Luego de la catástrofe de Chernobyl, los
socialdemócratas en el poder decidieron el cierre de dos centrales cercanas a Dinamarca, lo
que concluyó en 2005. En 2003, el sistema de los “certificados verdes” vio la luz del día.
“Ese mecanismo original imponía a todo productor de electricidad la producción de un 20%
de energía renovable. La política fue exitosa en Suecia mientras que fracasó en otras partes
del mundo, y fue masivamente provechosa para la energía eólica”, explica Michel Cruciani,
investigador asociado al Instituto Francés de Relaciones Internacionales (IFRI).

En el poder de 2006 a 2014, los “partidos burgueses” rompieron la perspectiva de salida


rápida de la energía nuclear, al tiempo que votaron la ley “energía y clima” que apuntaba al
100% de energías renovables en 2050. Ya bajo la dirección de Carl Bildt (primer ministro
de 1991 a 1994), esos mismos partidos habían elevado la tasa de energía, y sobre todo
habían creado la tasa de carbono. El caso es que la transición ecológica no es
fundamentalmente cuestionada por las alternancias políticas. “Eso tiene que ver, por un
lado, con la capacidad de evolución de los partidos, y por el otro con la sociedad, que
comprende los argumentos expresados y confía en sus dirigentes”, considera Michel
Cruciani.

Pragmatismo sueco

El 10 de junio de 2016, los socialdemócratas y los Verdes, que gobiernan juntos desde
2014, acordaron con los partidos conservadores y moderados una política energética
común. Ésta apunta a garantizar el aprovisionamiento del país, con el objetivo de una
neutralidad en carbono para 2045 y el 100% de producción de electricidad renovable desde
2040. La energía nuclear deberá cubrir todos sus costos, incluyendo los de los desperdicios
y el desmantelamiento. Cuatro centrales serán detenidas antes de 2020, y el fondo de
responsabilidad de los explotadores ha sido aumentado. No obstante, la prolongación de las
otras centrales será facilitada por la supresión de una tasa sobre su poder térmico. La
construcción de nuevos reactores (en los lugares existentes) no está excluida, pero deberá
ser financiada sin ayudas del Estado, ya que éstas están reservadas a las energías
renovables. “Para todo proyecto de ley se recurre a los ‘remiss’, esa particularidad de
Suecia. Se trata de la consulta a las partes interesadas, formaciones políticas, asociaciones,
sindicatos… Toda la sociedad civil tiene el poder de expresarse –explica Teva Meyer–. Por
supuesto, las discusiones llevan su tiempo, pero el resultado es extremadamente sólido. El
pragmatismo sueco es eso”.

F.B.

* Periodista.

Traducción: Víctor Goldstein

También podría gustarte