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Modelo Ecológico Sueco - Julio 2017
Modelo Ecológico Sueco - Julio 2017
Cuando nació su primer hijo, hace veintitrés años, Marie-Louise Kristola realmente tomó
conciencia de la importancia de la cuestión ambiental. “¿Qué mundo les vamos a legar?” se
preguntó aquejada por una brusca inquietud con su recién nacido en los brazos. Desde
entonces, esta periodista lucha por un mundo más ecológico, tanto en el trabajo como en su
vida cotidiana. Cada semana presenta a la radio pública sueca Sveriges un magazine
consagrado al desarrollo sustentable, “Klotet” (“el globo”). Hasta el año pasado hacía todos
sus trayectos en bici, incluso para ir a su oficina situada a diez kilómetros de su domicilio.
Hace poco se compró una bici eléctrica. Alentada por una subvención del Estado, su familia
también acaba de adquirir un auto eléctrico. “Hace mucho que querían hacerlo. Sentíamos
culpa con nuestra vieja catramina”, reconoce. Toda la familia come bio y consume “cada
vez menos carne”. Si escucharan a su hija, hoy estudiante, no la comerían “para nada”. Su
casa, situada en el suburbio de Estocolmo, se calienta exclusivamente con una bomba de
calor instalada en el subsuelo. En el centro de la ciudad, sus amigos están conectados a una
red de calor alimentada por bioenergías (esencialmente madera y residuos de la industria
papelera), como todo el mundo en las ciudades suecas. Y, al igual que sus vecinos,
seleccionan escrupulosamente los residuos, lo que requiere por lo menos cinco tachos por
vivienda.
El despertar
Transición ecológica
A algunos kilómetros de allí, Katarina Molitor tiene una visión parecida. Esta agricultora
con aspecto de vikinga –cola de caballo rubia y brazos cubiertos de pecas– cultiva
legumbres, tomates, lechugas, cebollas y cría un centenar de ovejas y de vacas. Los
animales deambulan en libertad en la inmensa granja los meses de invierno y por los
campos circundantes los meses de verano. “Esta granja no es un trabajo ni un pasatiempo,
¡es mi vida!”, dice Molitor. Fue después de haber visto a su padre sufrir cada vez más
alergias a lo largo del tiempo cuando esta mujer de unos cuarenta años decidió abstenerse
de productos químicos. También ella ve que la demanda aumenta con fuerza, aunque
algunos clientes rezongan al principio por el precio, “olvidando el tiempo de trabajo
suplementario que requieren los productos bio”. Durante mucho tiempo ella vendió su
leche a la cooperativa vecina. Pero ahora no: “Es más gratificante vender directamente a los
consumidores. Ellos te hablan del gusto de tu leche y de tus productos y es un placer
oírlos”.
Si Suecia pudo iniciar muy pronto su transición, es en primer lugar porque es “un país bien
provisto”, considera Jannike Kihlberg: numerosas riquezas naturales, pocos habitantes, un
nivel de vida elevado, un crecimiento económico robusto y pocos conflictos. Para esta
periodista del periódico Dagens Nyheter, la ausencia de energía fósil constituyó una
bendición para Suecia porque la obligó a inventar otros recursos. Con su gas y su petróleo,
la vecina Noruega es vista como ambigua en su conversión oficial a la ecología.
Cuanto más se sube hacia el norte de Suecia, sin embargo, más se siente un corte en el país.
Capital europea de la cultura en 2014, decididamente de izquierda, feminista y acogedora
hacia los homosexuales, Umeå, ciudad universitaria de 110.000 habitantes, no tiene
complejos. Sin embargo se irrita por la mirada paternalista del Sur, donde se concentra el
90% de la población. “¡No saben que existimos! Ellos acaparan nuestras riquezas,
aprovechan nuestros cursos de agua, saquean nuestras minas, ¡y ahora llegan a adueñarse
hasta de nuestro viento!”, se oye decir con amargura, en alusión a los numerosos diques
hidráulicos levantados en los ríos, así como a los parques eólicos implantados en los
espacios casi desérticos del Norte. La hidráulica es la primera fuente de electricidad en
Suecia, y aporta el 45% de la producción nacional. La energía nuclear suministra el 41%. El
resto proviene de las energías renovables (biomasa y eólica).
Activos incluso lejos de las grandes metrópolis meridionales, los ecologistas de Umeå
organizan debates o lanzan consignas de boicot a las grandes marcas como Nestlé. Como
descuidan los derechos de sus proveedores en los países en desarrollo, los consideran
nefastos para el medio ambiente. Aquí se burlan con ganas del pánico que se apodera de la
capital cada vez que una gran tempestad de nieve paraliza la circulación. En esta ciudad,
situada a 300 kilómetros del Círculo Polar, los habitantes circulan en bici tanto en verano
como en invierno (las bicis están equipadas con neumáticos con clavos y la municipalidad
barre la nieve de las bicisendas en forma prioritaria). También se enorgullecen de haber
recibido, el 1º de febrero de 2017, el primer vuelo de un avión ATR propulsado por un
biocarburante (una mezcla compuesta por un 45% de aceite de cocina reciclado).
La originalidad del lugar seduce de entrada. Instalado junto a un río, en pleno bosque, el
albergue creció con una decena de chalés de madera y con seis “nidos de pájaro”
(confortables cabañas que cuelgan de los árboles). Todos los materiales son reciclables.
Una bomba geotérmica calienta las construcciones y el agua.
El éxito fue rápido y la escuela de Granö se salvó. Los ocho empleados del Granö Beckasin
Lodge son habitantes del pueblo. Durante el verano –cuando el sol nunca se pone–, el lugar
siempre está lleno. En invierno, los visitantes hacen esquí de fondo, caminatas por el
bosque, paseos en trineos tirados por perros, o incluso safaris de alces. La clientela es un
60% sueca. El resto de los visitantes viene de Bélgica, de Irlanda, de Australia, de Dubai…
Todas las comidas que se sirven son bio. Las legumbres son de estación. El río y los lagos
circundantes suministran lucios y percas. Los salmones, por su parte, casi han desaparecido
en virtud de los diques hidroeléctricos levantados en la casi totalidad de los ríos.
El trauma nuclear
En toda la región de Granö y una parte de Suecia planea una sombra que los años todavía
no han disipado: Chernobyl. Elly-Marie Rydman, la madre de Annika, va a recolectar
champiñones. La cocina y el subsuelo están llenos de tarros de champiñones secos y el
congelador está repleto de carne de alce. Sin embargo, ella no se ha olvidado de las
consecuencias de la catástrofe acaecida el 26 de abril de 1986 en Ucrania. Alrededor de
55.400 km2 del territorio sueco fueron afectados por las secuelas de la nube de Chernobyl y
siguen estando bajo vigilancia. “Los cuatro o cinco años que siguieron no pudimos juntar
champiñones o bayas ni comer carne de alce y de reno. Los animales habían sido
contaminados por la hierba”, cuenta.
Todavía hoy, los habitantes de la región deben enviar muestras de carne cada otoño al
laboratorio para verificar que la tasa de cesio 137 no supere cierto umbral. “A veces
tenemos la mala sorpresa de enterarnos de que los animales están contaminados. En ese
caso los desplazamos a praderas indemnes de toda radioactividad. En general, en algunas
semanas pasa y los análisis vuelven a ser normales”, explica Margret Fjellström, una
criadora de renos saama.
Muy pocos, sin embargo, parecen conmoverse por los nueve reactores nucleares en
funcionamiento (Véase recuadro). En primer lugar, están implantados a unos 800
kilómetros al sur, y el sur, aquí, parece lejos. Luego, las centrales ahora forman parte de la
vida cotidiana, y además de la electricidad, aportan empleos. “Nos hemos vuelto pasivos a
este respecto. Si hay una central que se mira con desconfianza es la de Pyhäjoki, en vías de
construcción en Finlandia. Ésta nos parece peligrosamente cercana”, recalca Annika
Rydman. Sin dudas esta central es vista con temor porque la construye la empresa rusa
Rosatom.
“Nada se pierde, nada se crea, todo se transforma”. En la granja de Matthias Nilsson, esa
máxima del químico francés Antoine Lavoisier adquiere todo su sentido. Hace cinco años
que este granjero de unos cuarenta años produce su electricidad y su calefacción
exclusivamente a partir de la boñiga de sus 360 bovinos. Recuperados, los excrementos son
calentados a 38º C en cubas con el objeto de acelerar su fermentación gracias a las bacterias
y la producción de biogas, esencialmente compuesto de metano. El gas es luego quemado
por generadores para producir electricidad. Un interés no desdeñable, puesto que la
agricultura en Suecia, y más particularmente la cría, es responsable del 13% de los gases
con efecto invernadero.
CEO del centro de investigación sueca sobre la energía (Energiforsk), Markus Wrake está
preocupado por la “desconexión” creciente entre las palabras y los actos. Los compromisos
de los políticos, hombres y mujeres, muy raramente tienen consecuencias prácticas sobre el
terreno. Estocolmo sigue repleto de vehículos pese a los peajes instituidos en las entradas
de la ciudad y se multiplican las infraestructuras, en oposición a los objetivos proclamados.
Al formar con los socialdemócratas un gobierno de coalición desde septiembre de 2014, los
Verdes perdieron su crédito a fuerza de bajar los brazos. “No hay suficiente coraje político.
Habría que sensibilizar más al consumidor”, estima Wrake. Por eso el desafío de “carbono
cero” en 2040 le parece difícil de sostener. “¡Estaría agradablemente sorprendido si lo
lográramos!”, dice.
“A nivel mundial, ¡1,39º C más de lo que habíamos tenido hace un siglo! ¡Dense cuenta! El
deshielo se acelera, sobre todo en Groenlandia. El agua sube, ya no se puede prever a qué
ritmo, todo va más rápido que lo esperado, con un riesgo exponencial en caso de que se
desboque”, advierte. En Suecia, los políticos tienen miedo de hablar y “no están a la altura
de su misión” con la población, acusa. La capital sueca es una de las ciudades de Europa
que crece más rápido. “Vamos en la mala dirección. Se construyen siempre más vías
rápidas y túneles para facilitar el auto en Estocolmo, en vez de mejorar los transportes
públicos”, deplora. ¿Se ha llegado al límite del “modelo sueco”?
1.Rachel Carson, Printemps silencieux, París, Plon, 1963 (reed. Marsella, Wildproject,
2014).
2.Sonia Baudry, “La taxe carbone : bilan de l’expérience suédoise”, Regards croisés sur
l’économie, N° 6, París, 2009.
3.Michel Cruciani, “La transition énergétique en Suède”, Études de l’IFRI, París, junio de
2016.
Con el poderoso ascenso de los ecologistas en los años sesenta, el impacto de los
numerosos diques en los cursos de agua suscitó oposiciones. Llegó la Primera Cumbre de la
Tierra organizada por las Naciones Unidas en Estocolmo en 1972, que por largo tiempo
dejó una marca en la población sueca. “Desde entonces, Suecia siempre trató de ubicarse
como líder del desarrollo sustentable. Lo que no tenía en cuanto a hidrocarburos iba a
ganarlo en potencia de imagen”, manifiesta Teva Meyer. La crisis petrolera de 1973 aceleró
el movimiento. “Ya estábamos preparados para eso. Desde hacía diez años había campañas
por la protección del medio ambiente. Desde hacía largo tiempo se ponían vidrios triples en
las casas, se aislaban las paredes, se prestaba mucha atención a las construcciones. En
pocas palabras, se estaba al acecho del ahorro de energía a la inversa de un país como
Inglaterra, donde pasé toda mi infancia”, se acuerda Thomas Sterner, profesor de economía
ambiental en la Universidad de Göteborg.
La energía nuclear reemplazó poco a poco a los productos petroleros importados, salvo para
los transportes. Después del accidente de la central de Three Mile Island (Estados Unidos,
1979), en 1980 la población optó, sin embargo, por una limitación del programa
complementada por una salida progresiva en la medida en que no se reemplazaran las
centrales que llegaban al final de su explotación. Luego de la catástrofe de Chernobyl, los
socialdemócratas en el poder decidieron el cierre de dos centrales cercanas a Dinamarca, lo
que concluyó en 2005. En 2003, el sistema de los “certificados verdes” vio la luz del día.
“Ese mecanismo original imponía a todo productor de electricidad la producción de un 20%
de energía renovable. La política fue exitosa en Suecia mientras que fracasó en otras partes
del mundo, y fue masivamente provechosa para la energía eólica”, explica Michel Cruciani,
investigador asociado al Instituto Francés de Relaciones Internacionales (IFRI).
Pragmatismo sueco
El 10 de junio de 2016, los socialdemócratas y los Verdes, que gobiernan juntos desde
2014, acordaron con los partidos conservadores y moderados una política energética
común. Ésta apunta a garantizar el aprovisionamiento del país, con el objetivo de una
neutralidad en carbono para 2045 y el 100% de producción de electricidad renovable desde
2040. La energía nuclear deberá cubrir todos sus costos, incluyendo los de los desperdicios
y el desmantelamiento. Cuatro centrales serán detenidas antes de 2020, y el fondo de
responsabilidad de los explotadores ha sido aumentado. No obstante, la prolongación de las
otras centrales será facilitada por la supresión de una tasa sobre su poder térmico. La
construcción de nuevos reactores (en los lugares existentes) no está excluida, pero deberá
ser financiada sin ayudas del Estado, ya que éstas están reservadas a las energías
renovables. “Para todo proyecto de ley se recurre a los ‘remiss’, esa particularidad de
Suecia. Se trata de la consulta a las partes interesadas, formaciones políticas, asociaciones,
sindicatos… Toda la sociedad civil tiene el poder de expresarse –explica Teva Meyer–. Por
supuesto, las discusiones llevan su tiempo, pero el resultado es extremadamente sólido. El
pragmatismo sueco es eso”.
F.B.
* Periodista.