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Repensar el trabajo.

Martín
Hopenhayn

En los últimos años se ha popularizado la idea —


básicamente cierta— de que el trabajo es un invento de
la modernidad. Es decir: sin dudas el hombre trabaja
desde hace milenios. Sin embargo, aquello que hoy
denominamos “trabajo” —las tareas con las que lo
identificamos, el modo en que lo practicamos y, sobre
todo, las ideas que tenemos acerca de él— es producto
de la industrialización. Y no un producto cualquiera,
sino precisamente aquel a partir del cual se han
modelado en los últimos dos siglos los cuerpos y las
subjetividades de buena parte de los hombres y
mujeres que habitan el planeta. Simplificando mucho
los términos se podría decir que las fuerzas conjuntas
del liberalismo, el capitalismo industrial y una
“mentalidad favorable” a las transformaciones sociales,
políticas y culturales ocurridas en los últimos 200 años
han convertido al trabajo en un “hecho social total”, el
centro de la vida pública y privada, económica y
anímica, del hombre contemporáneo.
En Repensar el trabajo (versión ampliada de un
volumen editado en Chile en 1988 y que circuló en
forma muy restringida en ámbitos académicos), el
investigador chileno-argentino Martín Hopenhayn
parte de esta evidencia e intenta reconstruir la historia
y profusión de este concepto. Para ello, y sobre todo en
las primeras dos partes de su libro, rastrea los
antecedentes de esa “invención”, en la que —según
observa— persisten todavía rastros de diversas
nociones: desde el concepto cristiano de trabajo como
deber natural del hombre hasta el concepto calvinista
—que, con su énfasis en la laboriosidad, implicó el
pasaje del “trabajar para vivir” al “vivir para
trabajar”—; desde la visión antropocéntrica del
Renacimiento hasta la racionalización del trabajo
producida por la economía política clásica; desde la
crítica a la “alienación” del trabajo, proveniente de la
tradición marxista, hasta el ideal hedonista de la labor
“creativa” que condensa trabajo, ocio y póiesis.
En este intinerario histórico, que va desde la Grecia
clásica hasta nuestros días, el autor pone especial
énfasis en la tensión entre “alienación” y
“humanización” del trabajo. Tensión que —tal como
explica Hopenhayn— es el eje dicotómico que más
habitualmente aparece en los debates y reflexiones
sobre este concepto, y que se agudiza en la
modernidad, cuando el trabajo rompe las barreras de
contención propias de las formas de producción
comunitaria, aumenta enormemente su productividad
y se liga “tanto a la marcha de la libertad como a la
degradación”, convirtiéndose en “fuente de progreso y
de sometimiento; de creatividad y de embotamiento; de
oportunidades y frustraciones; de riqueza y de
pobreza”. Para dar cuenta de esto, Hopenhayn analiza
en especial la tradición hegeliano-marxista; el modelo
taylorista-fordista de organización científica del
trabajo; la corriente de la psicosociología industrial y
algunas otras líneas de reflexión, como la Doctrina
Social de la Iglesia o las tesis de Herbert Marcuse.
Finalmente, en la tercera parte, Hopenhayn aborda el
problema de cómo está siendo pensado el trabajo hoy,
cuando la tercera Revolución Industrial nos coloca cada
vez más lejos de la utopía de una sociedad de pleno
empleo. Así, tras analizar los trabajos de autores como
André Gorz, Pierre Rosanvallon, Jeremy Rifkin o Alvin
Toffler, Hopenhayn llega a la pregunta que ha guiado
este recorrido: ante la actual crisis del trabajo, ¿hasta
qué punto es posible y/o deseable mantener la vieja
idea del trabajo como la “actividad esencial” de
nuestras vidas? En este sentido, retoma la idea de
Dominique Méda, quien plantea la necesidad de
“desencantar” el trabajo, entendiendo el desencanto no
como una decepción, sino como una desmitificación de
un concepto que ha sido “sobresignificado” por más de
dos siglos. Para Hopenhayn, en suma, tan importante
como solucionar la crisis del empleo es saber “si
debemos seguir cargándole al trabajo el papel central
en la integración social, el desarrollo personal y la
producción de sentido para nuestras vidas”. 

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