Está en la página 1de 93

La primavera ya casi estaba terminando y comenzaba a sentirse el calor del verano que se

aproximaba. Los días iban haciéndose más y más largos también, especialmente para él que había
ido perdiendo a todos sus compañeros de juegos y amigos desde que el invierno había llegado a su
fin. Estaba solo, sin estarlo realmente y se sentía extraño. Aburrido y extraño.

No era que no pudiese entretenerse por su cuenta: el bosque estaba lleno de sitios interesantes
para explorar y lugares asombrosos que descubrir... pero era pequeño aún y sus padres no le
permitían vagar muy lejos del campamento, especialmente si se iba solo.

Durante el invierno le habían contado historias. Algunas eran leyendas, otras eran parte de su
educación. La mayoría eran advertencias escondidas en cuentos, destinadas a enseñarle a cuidarse
de los humanos, a esconderse de su vista al menos hasta que fuese lo bastante mayor como para
poder defenderse de ellos. Porque los humanos cazaban Akuma Inuki. Los mataban por su piel, o
se los llevaban para venderlos como curiosidades. Y mientras fuera un cachorro ellos lo verían
como una pieza de gran valor... fuera lo que fuera que significase eso.

Entonces él era un buen cachorro, y durante meses había sido obediente. Nunca había ido más allá
del río al norte de su campamento. Y en cualquier otra circunstancia jamás se le habría ocurrido
pasear por el bosque solo, pero sucedía que ya no tenía a nadie más que quisiera acompañarle.
Todos estaban demasiado ocupados pasando tiempo con sus parejas destinadas, y deseaban estar
a solas con ellas, por lo que él se había quedado apartado del resto de los Inuki de su edad; la
camada que había nacido el otoño pasado. Y los del año anterior era mucho mayores, tenían
tareas asignadas y probablemente fuesen padres también para el invierno siguiente. No habría
más pequeños con los cuales jugar hasta dentro de varios meses... momento para el cual estaba
casi seguro de que él ya no estaría interesado en ello.

Suspiró profundamente, mirando por última vez hacia el conjunto de tiendas que apenas podían
verse detrás de sí. No le pesaba no tener una pareja destinada para él en su propio campamento.
Sus padres le habían explicado que a veces pasaba: simplemente debía salir a buscarla en otro.
Tampoco le molestaba tener que esperar a crecer para que le dejasen marcharse de forma segura
a encontrar otro asentamiento como el suyo. Sabía que por los alrededores existían dos o tres más
y le daba igual aguardar a que pasaran un par de meses... su problema era que mientras tanto se
aburría horrores.

Eso y el terrible sentimiento de nostalgia que le daban las montañas, allá a lo lejos, pasando el
valle detrás del río del norte. Cada vez que llegaba a la orilla y miraba hacia esas enormes rocas de
picos grises sentía una profunda añoranza de algo a lo que aún no podía ponerle nombre, porque
no sabía cómo explicar ese sentimiento. Apenas había logrado hacía poco contarle a su madre lo
que le pasaba cuando iba al río, y por eso tenía aquellas palabras para definirlo: Nostalgia,
Añoranza, Anhelo. Su madre le había dicho que teniendo su pareja fuera del grupo en el que había
nacido aquellas sensaciones eran normales; que allí, en el camino hacia las montañas o después de
ellas, había otro Inuki como él, sintiéndose de la misma forma.

Y todo eso estaba muy bien. Sonaba incluso bonito. Pero eran unas emociones increíblemente
molestas, que lo ponían muy inquieto. Y cada día que pasaba, cada día que se acercaba más el
verano, se volvía más irritante y desesperante saber que extrañaba cosas que ni siquiera conocía.
Alcanzó el cause del río y observó su reflejo en la superficie; el pelaje rojo y brillante, destellando
cobrizo en el agua por efecto de la luz del sol. Gruñó al cachorro del río, desafiándolo a detenerlo.
Cada hora que pasaba se sentía más ansioso y rebelde, y aquella mañana había decidido que iría
más allá del límite del campamento sin importar qué, aún cuando no llegara a las maravillosas
montañas. Iría un poco más allá de lo que debía. Y un poco más cerca de esa fuerza irresistible que
lo llamaba constantemente, ya fuera dormido o en la vigilia.

Odiaba liderar las partidas de reconocimiento de nuevos territorios. No. Prefería las malditas
partidas a tener que quedarse encerrado en el jodido castillo de mierda, donde cientos de
audiencias y estupideces por el estilo sin sentido lo mataban de fastidio cada tarde. Pero las
partidas significaban montones de imbéciles a su cargo, que casi nunca hacían nada de lo que les
ordenaba bien. Ni siquiera las tareas más sencillas. Si pudiera salir a patrullar solo... o aunque
fuera con la compañía de los únicos cuatro o cinco idiotas que medianamente servían para algo...
Pero sus padres sólo habían tenido un hijo, no había nadie más que pudiese ocupar su sitio si le
pasaba algo ( y honestamente, aunque lo hubiera no creía que hubiese sido tan bueno/a para el
puesto como él ) y, para acabar de cagarla, desde principios de la primavera estaban en guerra con
otro pueblo de inútiles, del cual nunca podía recordar el nombre porque así de insignificantes
eran.

Como fuera, actual y temporalmente el Rey era él, así que no podía zafarse de nada: ni de las
partidas con acompañantes tarados e ineficaces; ni de las mugrientas audiencias que sí tenían una
razón de ser, aunque ello no las librase de ser un engorro insoportable. Aparte de esto, ni sus
consejeros ni los capitanes de sus guerreros le permitirían andar por ahí poniéndose en riesgo
innecesariamente y, aún cuando le resultaba irritante que le machacaran con lo mismo cada vez
que se preparaba para dejar el castillo, entendía el por qué. Resumiendo: estaba y estaría atado a
la patrulla mierdosa hasta que terminaran de reconocer toda aquella zona, tomaran posesión de
las tierras por las buenas o por las malas y regresaran a sus dominios. Y aunque le jodiera
rotundamente tener que llevar pegado a su culo al séquito de ineficientes, carecía de argumentos
valederos y suficientes para poder deshacerse de ellos y largarse por libre.
Estaba recordándose todo eso a sí mismo en ese preciso instante, mientras se fabricaba una
paciencia que no tenía para esperar a que volviesen de la avanzada de caza los dos rastreadores
estúpidos que habían salido a buscar comida más temprano, aquella mañana. Todavía faltaban un
par de horas para el mediodía, tenían tiempo de sobra para volver con alguna presa... pero hasta
entonces nadie iba a hacer una mierda y eso significaba que a él también le tocaba joderse allí.
Carajo.

Se dejó caer sobre la hierba y miró el cielo a través de las hojas del árbol que le daba sombra,
pensando en que bien podría intentar dormir y sabiendo que no lo conseguiría: estaba demasiado
nervioso por la inactividad obligatoria como para relajarse lo necesario. Entonces le pareció ver
moverse el follaje de unos arbustos, varios metros a su derecha. Volvió a sentarse y se desperezó,
girándose casualmente hacia el sitio donde había creído ver movimiento, fingiendo estar distraído
cuando en verdad había concentrado toda su atención en aquél punto.

La mierda se sacudió de nuevo. Y lo que era mejor: esta vez había visto además el destello
inconfundible de los ojos de un animal entre medio de las hojas. Puta madre. Los jodidos
rastreadores vagando desde la mañana para que la presa viniese a arrimarse por sí misma hasta
ellos para que la cacen. Se partiría de risa si no fuera que ese ruido podría ahuyentarla. En su lugar
se puso de pié lentamente y fue acercándose con mucho cuidado hasta el matorral, tomándose su
tiempo para aproximarse de modo que su futuro almuerzo no se sintiera amenazado y decidiera
huir. El truco dio resultado y al cabo de un rato llegó lo bastante cerca del arbusto como para
poder oír a su ocupante respirar agitado.

Frunció el ceño con extrañeza. Eso era raro. Habían pasado al menos veinte minutos desde que lo
descubrió cuando estaba tumbado bajo el árbol y lo más seguro era que el animal hubiese estado
refugiado entre esa planta desde antes, por lo que no debería estar cansado... estaría herido? Eso
explicaría porqué se movía lo suficiente como para sacudir el follaje a su alrededor, pero no había
intentado salir corriendo cuando él se le acercó. Ni siquiera cuando sacó su cuchillo de caza del
cinturón, algo que por lo común bastaba para poner en fuga a los conejos y demás bestias, como si
de pronto fuesen inundados por un mal presentimiento.

En su lugar, el inquilino del matojo parecía intentar asomar el hocico entre el ramaje. Y era un
hocico pequeño. Casi como el de un zorro que apenas hubiera dejado de mamar.

Se sintió tentado a guardar el cuchillo. Ese tipo de presa no servía para comer. Podría utilizar su
piel, a lo sumo, pero no si la dañaba cortándola: era un animal muy pequeño y cualquier herida
que le causara la arruinaría. Una nariz oscura y húmeda logró atravesar el arbusto y un par de ojos
rojos y enormes lo miraron con curiosidad. De pronto lo inundó una especie de simpatía por la
bola de pelo; o era muy valiente, o era muy imbécil como para saber medir el peligro. En
cualquiera de los dos casos no iba a durar demasiado en el mundo...

- Qué piensas, cachorro idiota: crees que debería darte la oportunidad de que te mate otro día
alguien más? -

Cruzar el río fue un poco más trabajoso de lo que esperaba. El agua se veía tan lisa y apacible en la
superficie, y la otra orilla parecía estar tan cerca, que no estaba preparado para nadar
oponiéndose a la fuerza de la corriente una vez que estuvo dentro de ella y ésta lo arrastró
durante varios metros, hundiendo su cabeza bajo el agua y haciendo que su cuerpo girase de lado
sin control, a pesar de que movía sus patas desesperadamente en su lucha por mantenerse a flote.
Cuando al fin alcanzó el otro extremo estaba calado hasta los huesos del miedo y tenía la
sensación de que el corazón se le había atorado en medio de la garganta. Pensó que iba a morir de
todas maneras. Jamás había sentido tanta angustia. Moriría y tardarían días en encontrar su
cadáver, porque nadie sabía que se había escapado hasta allí.

Eso si no se lo comían los carroñeros primero. Sentado sobre sus cuartos traseros y resollando
para recuperar el aire, decidió que si no moría, la próxima vez buscaría una forma de cruzar el río
que fuese más segura. No porque aquél pensamiento lo hiciera especialmente feliz ni nada por el
estilo, sino porque si no moría, en algún momento tendría que volver a su campamento y eso
significaba que de un modo u otro tendría que volver a atravesar esa trampa asesina y lo de nadar
ya no le apetecía, muchas gracias. Llenó sus adoloridos pulmones con todo el aire que pudo y lo
soltó resoplando, repitiendo el proceso hasta que ya no le causaba molestias. Bien. Parecía que
estaba mejor. Todavía asustado, pero mejor. Se levantó para sacudirse el agua que aún humedecía
su pelo y pasó su lengua por encima, en una comprobación rápida de que no le faltase ningún
pedazo.

No. Todo estaba en su sitio. Bufó por la nariz satisfecho. Había tenido su primer encuentro con el
peligro y había salido ileso... quizás de casualidad, sí, pero aquello era un detalle. Le echó un
último vistazo al agua que no había podido con él y sonrió, antes de continuar su camino hacia el
norte. Avanzó durante un par de horas, siempre siguiendo su brújula interior: aquella fuerza que lo
guiaba como si supiese a dónde se dirigía, aunque no tuviera ni idea de dónde se encontraba
exactamente en ese momento. A medida que dejaba atrás distintas zonas del bosque por las que
nunca había caminado antes, el sol se iba alzando a su izquierda y la esperada sensación de
cansancio que debería estar sintiendo luego de tantas horas de marcha parecía cada vez más
lejana, como si el proceso de ir acercándose a las montañas lo llenara de una energía inagotable.

Sin embargo había algo que sí sentía: hambre. Por lo regular a aquellas horas solía comer algo, uno
o dos bocados de carne seca, o alguna fruta, cualquier cosa ligera que le permitiese esperar hasta
que estuviera listo el almuerzo. El problema era que no había llevado nada consigo porque no
tenía planeado llegar tan lejos aquél primer día de exploración. Se detuvo unos minutos para
orientarse un poco y localizar alguna presa posible. Unos cuantos metros adelante había una línea
de arbustos, un buen sitio para encontrar conejos, ardillas y otros roedores por el estilo. O tal vez
un nido con huevos. Lo que fuera estaría perfecto. Dirigió sus pasos rumbo al follaje y, en cuanto
hubo recorrido la mitad del camino las patas comenzaron a hormiguearle; el corazón le latía más
rápido, bombeando fuerte contra sus costillas.

Conocía ese estado de alerta. Era la adrenalina de la caza... sólo que nunca lo había sentido tan
intenso. Abstraído por el caos que se iba desatando en su interior, el ruido de gritos y carcajadas
que provenían de más allá de los matorrales lo sobresaltó. Era el sonido de voces de machos
adultos. Habría llegado al otro campamento de Inukis? Se metió entre el ramaje y se agazapó allí,
reptando lentamente a través de las ramas hasta que consiguió ver a los dueños de las voces.
Entonces comprendió por qué no había notado antes que se acercaba a otra manada de Akumas:
porque esos NO eran Inukis. De pronto se le secó el interior del hocico. El aire que respiraba
parecía seco y cortante. Supo de alguna forma que estaba viendo un asentamiento humano. Los
mismos humanos crueles de los que tanto le habían advertido sus mayores.

Y también entendía que tenía que huir. Su mente le gritaba que tenía que salir corriendo de ahí
antes de que alguno de aquellos brutos malvados supiera de su existencia y lo capturara. O lo
matara. No podía elegir qué sería peor...

Lástima que su cuerpo no sólo no le respondía, sino que tiraba de él en sentido contrario. Deseaba
ir en busca de los humanos. Impulsado por ese deseo irracional y suicida que iba en contra de todo
lo que había aprendido en su corta vida, fue pasando de un arbusto a otro, cada vez más cerca de
lo que con toda seguridad sería su perdición. Y quería llorar. Quería obligar a sus patas a
retroceder y alejarse. Esas patas traicioneras que no obedecían. De pronto distinguió a uno de los
humanos unos metros más allá de donde estaba él. Parecía joven. Al menos no se veía como los
adultos de su manada... Tampoco se veía atemorizante.
Se quedó estático observando al humano. No era para nada como se los había imaginado. No tenía
colmillos, ni garras, ni cuernos o cualquier otra cosa que pudiera servirle para defenderse o atacar.
Ni siquiera parecía que tuviera un cuero especialmente resistente que pudiese ayudarle a soportar
una herida importante. Y cuanto más lo miraba, más ansioso y eufórico se sentía. Le hubiese
gustado poder pensar claramente para intentar entender qué diablos le estaba pasando, pero
desde hacía unos minutos todo lo que parecía haber en su cerebro era el ruido de su propia sangre
bullendo por todo su cuerpo. Entonces el joven que vigilaba se levantó y empezó a caminar hacia
él. El aire que entraba en sus pulmones empezó a quemarle. Le costaba horrores respirar. Su
cuerpo temblaba como cuando había salido del río luego de casi ahogarse y dolía... oh, por los
espíritus santos, dolía TANTO.

El humano se inclinó y clavó sus ojos penetrantes del color del fuego en su refugio, atravesando las
sombras hasta encontrarse con los suyos. Esos ojos también quemaban. Volvió a pensar con lo que
le quedaba de cordura que iba a morir, pero esta vez moriría en serio. Moriría porque así era como
debía sentirse la muerte y porque ahora sabía porqué no tenían garras ni cuernos, ni pieles que los
protegieran los humanos: no los necesitaban, podían matarte con magia. Moriría porque su mente
había enloquecido de pavor chillando que debía ponerse a salvo mientras que algo más fuerte y
poderoso que él en su interior lo forzaba a rendirse y entregarse a su joven verdugo. Moriría y sus
padres jamás lo sabrían. Moriría mientras era insensatamente feliz.

Entonces algún sector de su mente que todavía no estaba del todo perdido le hizo llegar un
mensaje del exterior. Su verdugo estaba preguntándole si debía matarlo o perdonarle la vida...

El cachorro se había arrastrado lentamente y con alguna dificultad hasta quedar totalmente fuera
del matorral. Era más o menos como se lo había imaginado en cuanto a tamaño, y en cuanto a las
condiciones en las que estaba también. O al menos eso parecía, por el modo en que su piel
ondulaba y se movía, como si los músculos por debajo estuviesen sufriendo espasmos o algo por el
estilo. Frunció el ceño. Si tenía calambres, quizás hubiera comido algo venenoso. Pensó que en ese
caso matarlo sería hacerle un favor; así acabaría rápido con su sufrimiento.

- O tal vez debería sólo ponerte a dormir...? -

Volvió a preguntarle al pequeño, en un tono más amistoso. Entonces le vio abrir el hocico, pero
ningún sonido salió de allí. No era como si esperase que le respondiera realmente, pero sí habría
encontrado normal que el cachorro emitiera un quejido o uno de esos gemidos lastimeros que
hacen los perros cuando están heridos.

''Eres una pobre bestia que se perdió por idiota y acabó metiéndose donde no debía, verdad?'',
pensó, extendiendo la mano con la que minutos antes había sostenido el cuchillo y acariciando
con ella al animal. El contacto de su mano pareció calmar los temblores del cachorro. No le
sorprendió, después de todo, cuando a él le daban calambres masajearse los músculos ayudaba a
que se le pasasen. Pero si estaba envenenado aquello sólo le daría alivio temporal, no sabía qué
habría comido, así que no podía darle ningún antídoto para salvarlo. Y aún si pudiera, éste no
funcionaría si había ingerido el veneno hacía mucho. Le rascó detrás de las orejas y debajo del
hocico. No tenía por qué darle una muerte traumática, la pobre criatura ya estaba sufriendo
bastante. Sólo esperaría a que se relajara un poco y le giraría el cuello sin más. El cachorro ni se
enteraría de lo que había pasado. Suspiró. Era una lástima. Al tocarlo se notaba que la bestia había
sido saludable, tenía el pelaje tupido, suave y lustroso, la musculatura se sentía fuerte debajo de la
piel, y su hocico y sus patas eran anchos. Habría llegado a desarrollarse bien como perro de caza o
de pelea, si no hubiera cometido la estupidez de comer mierdas. Qué desperdicio...

Intentó con toda su voluntad responder. Los Akumas como él no tenían una magia tan
impresionante o fuerte como la de los humanos, pero sí era suficiente como para que pudiese
hablar aún estando en su forma de Inuki. O al menos eso era lo que se suponía. Lo que era capaz
de hacer siempre. Bueno, siempre hasta ahora, cuando en verdad lo necesitaba. De nuevo quiso
llorar. No tenía idea de si pedir que le dejase vivir serviría para algo, ni de si en caso de pedirlo le
perdonaría su vida, la pregunta muy bien podía ser un juego cruel y resultar que el humano
planeaba matarlo eligiera lo que eligiera de las opciones que le había dado; pero jamás podría
averiguarlo si ni siquiera conseguía que le saliera la voz. La frustración, la angustia y la
desesperación competían dentro de él con el resto de las emociones que lo abrumaban. Sollozó
internamente, odiando sentirse paralizado e inútil.

En la manada era uno de los cachorros más fuertes de su camada, y allí, ahora que debería
demostrarlo y usarlo a su favor, ni siquiera podía implorar por su vida miserable. Tal vez... tal vez
por ello merecería lo que sea que fuese a pasarle. Y lo que sea que fuese a pasarle estaba a punto
de suceder: el humano extendió su mano hacia él mientras su cuerpo se sacudía en una mezcla de
terror absoluto, expectación y curiosidad por saber cómo se sentiría que lo tocara. Se esforzó por
seguir respirando y sus ojos se abrieron desmesuradamente. Ya casi lo tocaría... ya casi lo mataría
o... Ohhhhhhhhh... O aquello se sentiría condenadamente bien. Las patas se le aflojaron y dejaron
de sostenerlo, aunque tampoco habían estado haciendo el trabajo muy bien que digamos minutos
antes, y sus huesos se ablandaron, si es que eso era posible. Pero, posible o no, con magia o no,
esa era la sensación que tenía: todo su cuerpo derritiéndose, de manera muy suave y cálida. Su
cola parecía ser lo único sólido que le quedaba y podía notar cómo se sacudía de un lado a otro
enloquecidamente. Recuperó el habla de pronto.

- No tienes que matarme!! Podemos ser amigos!! Yo seré tu amigo! Mi magia no es tan asombrosa
como la tuya, pero podré hacer muchas cosas geniales cuando sea mayor! -

Enseguida comprendió que la idea de tener que esperar a que él fuese mayor podía no sonar tan
tentadora para alguien que quizás deseaba recompensas rápido y agregó, algo más tímidamente.

- Te prometo que no tardaré tanto en crecer... -

A los pocos segundos de que empezara a acariciarlo, el cachorro había dejado de temblar y
sacudirse casi por completo. Es más, si no fuese porque de pronto agitaba la cola al punto que le
hizo pensar que se le iba a despegar del cuerpo y porque había cambiado los espasmos por una
especie de vibración constante y fuerte, hubiera jurado que ya no haría falta matarlo, porque
estaba en las últimas de su agonía...

Entonces la 'cosa' habló. Jo-der. Casi le parte el espinazo porque sí. Porque hasta donde él sabía,
los animales normales no hablaban y él estaba muy orgulloso de su nivel de conocimientos ( que
eran profundos y variados para su edad ). Porque lo había tomado con la guardia baja y cuando
algo lo sobresaltaba, le generaba desconfianza o simplemente le parecía amenazador en cualquier
sentido, su primer impulso era reaccionar agresivamente. En lo posible ocasionando al
contrincante un daño mortal. Por las dudas. Y porque la única otra posibilidad que cabía para el
hecho de oír a un animal hablando que no fuese un sueño era que había enloquecido y él estaba
condenadamente seguro de su cordura.

En fin, que la bestia acababa de salvarse de milagro de que le quebrara la columna contra el piso
en respuesta a la impresión que le había causado escucharla. Increíblemente hasta para él mismo,
en lugar de eso la había tomado del pellejo que le sobraba en el pescuezo y la había alzado del
suelo hasta la altura de sus ojos, para observarla mejor. Podía ser que se lo hubiese imaginado,
también; había pasado toda la jodida mañana debajo del sol. Con esto en mente y sin esperar una
nueva respuesta, entrecerró los ojos y espetó:

- Qué carajos eres tú!? -


- Un Inuki... -

Dijo la cosa con desparpajo, como si fuese lo más evidente del mundo. Y si no fuera por la
inocencia de su mirada y el tono asombrado de quien verdaderamente cree que su existencia está
dada por hecho, hubiese pensado que el animal se burlaba de él. Aunque en ese momento
estuviese colgando de su mano como péndulo, con las patas encogidas y el rabo aún en
movimiento, provocando el balanceo de su cuerpo.

- Y qué mierda sería eso, ah? -

- Un Akuma! Del bosque!! -

Esta vez había alegría y orgullo en su voz. Su puta madre... Iba a ser que el cachorro tenía cojones,
nomás. Le sonrió de lado. La bestia había vuelto a despertarle cierta simpatía. Eso y el punto de
que sí sabía lo que eran los Akumas, aunque fuera la primera vez que se enterara de que hubiese
variedades... Lo sostuvo mejor, rodeando su pequeño torso con ambas manos.

- Nunca había visto algo como tú. Ni nos hemos cruzado con nada parecido en todos los días que
hemos estado cabalgando. No vives en esta zona, cierto? -

- No soy 'algo'! Soy 'alguien'!! Y tengo un nombre! Me llamo Kirishima. Kirishima Eijirou. -

- Ok. Ok. Eres de por aquí o no? -

- No. Vivo a muchas horas de viaje. Pero no puedo decirte dónde. Está prohibido. -

Bufó al escucharlo. La pequeña mierdita... Como si él no pudiera sacarle la información por las
malas, si se lo propusiera. Sin embargo debía ser su día de suerte, porque no le daba la gana
ponerse en plan torturador para hacerle soltar todo al mini-bastardo. En su lugar le torció la
sonrisa.

- Bien. No me interesa realmente. Lo que quería saber era qué diablos hacías dando vueltas por
aquí. Este es mi campamento. Y es mi territorio ahora, te enteras? -

En lugar de intimidarse, el cachorro pareció exaltarse más. La cola cobró nuevos bríos en su
sacudirse.
- Eso significa que te quedarás aquí!? Vivirás aquí mismo!!? -

Bien. Había visto en su vida perros felices y a este animal. El cachorro entraba en una categoría
completamente diferente. Se veía como si la alegría lo estuviera desbordando. El, en cambio, se
había irritado: la bestia escuchaba lo que quería, en lugar de lo que le estaba diciendo! Y en esas
condiciones la conversación se volvía algo absurdo. Apretó los dientes antes de contestar.

- Significa que éstos son mis dominios! Mi castillo está en las montañas, pero mis tierras se
extienden hasta aquí! Y mis leyes también... lo captas? -

- Ah!! Sí! Ya comprendo!! -

Satisfecho porque había visto aparecer una luz en los ojos del cachorro y suponía que eso
significaba que por fin SI había entendido, se dispuso a bajarlo de nuevo al piso. Era un animal
interesante, sí. Y probablemente ningún otro rey de las comarcas en los alrededores tenía un
Akuma de su propiedad. Además parecía bastante domesticado, pero... bueno, le hecho de que
hablara le había dejado la sensación de que dificultaba más la comunicación de lo que la facilitaba.
Por un instante había sentido el impulso de llevárselo consigo, pero cuanto más se paraba a
pensarlo, más dudas le surgían. En su mente, la idea de poseer un Akuma que llegaría a ser fuerte
y posiblemente poderoso le resultaba terriblemente atractiva; pero la realidad era que lo que
tenía ante sí era apenas un cachorro que a saber cuántos meses de adiestramiento y educación
precisaría hasta convertirse en un arma como la que él imaginaba. Meses que tendría que invertir
de SU tiempo, porque, de criarlo, ni enfermo se le ocurriría delegarle la tarea a alguien más: no era
tan estúpido como para no darse cuenta de que lo más seguro sería que la lealtad y la fidelidad de
la bestia terminara perteneciendo a quien hubiese cuidado de él en su infancia, y no pensaría
correr el riesgo de que acabara escogiendo a otro como su amo... Eso si se lo quedaba, por
supuesto.

Mientras le daba vueltas en su mente a todo esto, había estado rascándole tras las orejas al
animal. Y Kirishima, por su parte, había aclarado por completo su entendimiento. El humano vivía
en las montañas! Ahora lo comprendía al fin! Aquello explicaba todo lo que había estado sintiendo
desde que empezara la primavera, todas las emociones avasallantes y sobrecogedoras que lo
habían atravesado al verlo y cuando se le acercó, esa sensación de calidez y felicidad que hizo que
se aflojasen sus patas cuando lo tocó... la forma en que su corazón martilleaba en su pecho y todo
su ser parecía derretirse cuando lo acariciaba, tal como ahora lo hacía...

No sabía que los Inukis pudiesen tener una pareja destinada de otra especie, pero era evidente
que este humano era la suya. Tenía que serlo! No podía ser de otra manera, o no se sentiría así!
Era tan suave... Tan completo... El joven comenzó a rascarle debajo del hocico. Podía sentir el olor
de su piel. Suspiró, cerrando los ojos y abandonándose por completo. Olía tan bien!! Giró un poco
su cabeza y lamió la palma de la mano adorada. Sabía tan bien! Ah...

Un pensamiento refulgió en su mente como un rayo. No era que quisiera comérselo, no!!! Era
como con esas flores que huelen dulce pero a uno no se le ocurriría comérselas! Sí!! Algo parecido
a eso... más o menos... lo cierto era que sí tenía ganas de morderlo ( no mucho! sólo apenas
masticarle despacio! ), pero se contuvo, seguro de que si se atrevía a hacerlo las caricias
terminarían allí. Y él no deseaba que se detuvieran. Y él no deseaba que se detuvieran. Ahora
también entendía mejor porqué sus compañeros de camada ya no se interesaban en jugar con él y
preferían permanecer junto a sus parejas: era un sentimiento tan intenso y maravilloso...

El también debía quedarse al lado de la suya! Ahora lo sabía. Se sentiría incompleto si se separaba
de ella, ahora que conocía aquella sensación de plenitud. Tampoco conseguiría ser feliz si se
alejaba: tenía la certeza que le daba su intuición al respecto. Tendría que volver junto a sus padres,
sí, para explicarles que había encontrado a su pareja destinada y que se marcharía con ella. No
necesitaba contarles que era un humano, ni darles demasiados detalles; seguramente ellos
comprenderían. Decidió que pasaría el resto de la tarde con su amor. Averiguaría su nombre y,
cuando los humanos se retirasen a dormir, se escaparía de regreso con su gente y les contaría la
fabulosa noticia a sus padres.

La lengua húmeda del cachorro sobre su piel lo sacó de sus pensamientos.

- Esto te gusta, ah? -

Quizás no fuera tan complicado hacerse cargo del bicho después de todo. Si era tan mimoso
podría utilizar eso a su favor. Si la comunicación fallaba podía castigarlo como se hacía con los
mocosos humanos y casi seguro daría resultado, especialmente si le gustaba sentirse querido.
Tenía un caballo mañoso al que había domesticado con un método similar. Claro que los caballos
no hablaban, pero también poseían personalidades propias, según le constaba. Este Akuma no
podía ser muy distinto, o sí?

- Oye, cachorro, tenías otros planes, además de vagabundear por mi territorio? Qué hacías tan
lejos de donde vives... si es que realmente vives a horas de viaje, como dijiste? -

Ya tenía armado más o menos en su mente lo que les diría a sus padres cuando regresara con su
manada. Había pensado en ello mientras le acariciaban el pelaje y rascaban tras sus orejas: una
clase de mimos que nunca nadie le había brindado antes. Sus padres solían lamerlo para peinarlo
o demostrarle afecto desde que era bebé, pero eso no tenía comparación con la sensación
relajante que le producían los dedos del joven frotándose debajo de su hocico, detrás y sobre su
cabeza. Aún mantenía los ojos cerrados e intentaba regresar aquellas caricias con su lengua cada
vez que podía cuando escuchó la pregunta. Por supuesto que le gustaba! Acaso no se notaba?
Pensó que quizás los humanos no sabían que cuando los Inukis batían la cola era porque estaban
felices y, deseoso de hacerle saber que estaba satisfecho con todo, intentó responderle. Intentó,
sí. Porque al parecer se sentía mucho mejor de lo que pensaba y cuando abrió el hocico para decir
''sí'', en lugar de una palabra lo que salió fue un ladrido.

Inmediatamente sintió que le ardía el pellejo. Había ladrado en vez de contestar bien! Se encontró
totalmente apenado por haber usado su propio idioma en lugar de la lengua compartida por
todos. Sabía que no era su culpa, ese no era su lenguaje materno y apenas a finales del invierno
habían empezado a enseñárselo; pero el joven había dicho que era un Rey, y aunque en ese
momento no pensó demasiado sobre ello porque darse cuenta de que era su pareja destinada le
importaba más, ahora que se había equivocado al responderle lo alcanzaba toda la magnitud de lo
que significaba que perteneciese a un Clan de Jefes... Primero: él provenía de una familia de
guerreros. Eran la casta fuerte de la manada y los protectores del territorio y de los demás... pero
no tenían sangre de líderes. Y entre los Inukis eso no importaba, pero entre otros Akumas sí. Se
preguntó si con los humanos sucedería lo mismo.

Segundo: existían especies que consideraban una falta de respeto que se les hablase en idioma
propio, en lugar del compartido, porque daban por hecho que intentabas que no se te
comprendiera y eso sólo podía significar malicia. Recordaba que los mayores les habían hablado
de guerras iniciadas por cosas así... y ni siquiera estaba seguro de que en alguna de ellas hubiese
habido un Jefe de Clan recibiendo la afrenta... Se encogió un poco en su sitio y fue abriendo
lentamente sus ojos, esperando encontrarse de pronto frente a un humano enfurecido. Pero no
hubo tal. El joven seguía sonriéndole. Y no sólo eso: tampoco había dejado de hacerle mimos.
Extrañado y confundido por la falta de reacción ( a menos que tomase como ''reacción'' que
siguiese acariciándolo ), se quedó observando a su flamante pareja con las orejas erguidas,
sentado muy derecho sobre sus patas traseras.

Realmente parecía brillar. Sólo poseía pelaje sobre la cabeza y era de color amarillo pálido, pero
aún así se veía deslumbrante. Quizás fuese producto de su magia humana ( aún no había visto
otros por lo que no tenía con quién compararlo ), pero cuanto más atentamente lo miraba, más se
inclinaba a pensar que era así por sí mismo; que no necesitaba de nada para destacar. Y empezaba
a asociarlo a su puesto de poder entre su propia gente. Más seguro de sí mismo ahora que había
comprobado que no estaba enfadado con él, y con la sensación alucinante de que sí había
comprendido su ladrido de algún modo misterioso ( porque si no no se explicaba esa expresión de
conformidad que había visto en su cara, como si hubiese estado esperando que él ladrase ), se
concentró en modular su voz para dar una respuesta más clara a la siguiente pregunta...
simplemente por si acaso, nada más.

- Estaba buscando a alguien especial. Pero no tenía pensado llegar tan lejos en un principio...
Quiero decir, cuando salí de mi tienda, no sabía que vendría hasta aquí. -

- Resumiendo, afirmas que no has venido a invadir mis dominios premeditadamente. Es eso? -

Arqueó una ceja, dejando que su sonrisa se convirtiese en una mueca un tanto burlona.

- Y has podido encontrar a ese 'alguien' que andabas buscando? -

El cachorro volvió a sacudir la cola con energía, alzando las patas delanteras del piso y
sacudiéndolas en el aire, como un caballo encabritado.

- Oh, sí!!! Pude hallarlo!! -

Sonaba jodidamente entusiasta. Y juraría que estaba sonriendo, o lo más parecido a eso que
pudiera hacer alguien que en lugar de labios tuviese un hocico.

- Entonces ya terminaste con los urgentes asuntos que te han traído hasta aquí, verdad? -
De pronto la bestia le parecía lucir confundida, por segunda vez en lo que llevaba viéndola. Le
asombraba lo expresiva que podía ser su cara, teniendo en cuenta que no era humano. Y había
visto a los animales hacer gestos miles de veces, sí, pero éste era distinto porque sus ojos
realmente parecían ser los de una persona. Llegó a la conclusión de que por eso debían llamarlos
''demonios'': porque no se asemejaban del todo a ningún otro tipo de criatura, sino que eran
como una mezcla de varias.

- Yo... -

Abrió y cerró el hocico un par de veces. Había colocado sus patas de nuevo sobre el césped y sus
orejas, que antes se notaban tiesas sobre su cabeza, ahora estaban algo decaídas.

- Eso creo... Sí. -

Por toda la mierda santa! Es que acaso ese coso se había puesto triste? Recordó que al comienzo
de su encuentro con él le había preguntado si podían ser amigos... Tal vez al final sí se había
perdido y tenía la esperanza de que le permitiese acompañarlo hasta algún sitio que encontrase
reconocible para poder orientarse de nuevo hacia su casa? O sería que estaba aburrido y
pretendía que jugase un rato con él? De cualquier modo era obvio que al cachorro no se le había
ocurrido que quizás él quisiera llevárselo a su castillo. Y mejor aún: se veía decepcionado o
desilusionado ante la posibilidad de que él estuviese preparando algún discurso para echarlo del
asentamiento.

Arrugó el entrecejo. Pensar en todas esas cosas ( la idea de que la pequeña bestia estuviese triste
por tener que irse ) de alguna forma extraña que no entendía estaba haciendo que se sintiese mal.
Maldición. Normalmente mantenía una actitud desapegada y conseguía que le valiese mierda lo
que pudiese pasarle a los demás, pero ahora... Carajo. El jodido cachorro allí, luciendo tan
desanimado, le estaba provocando una sensación horrible adentro. Aquello le irritó de más
porque, por la puta madre, si lo que él pretendía era llevárselo, no regresarlo por donde vino!!!
Contrajo la mandíbula. Lo cierto era que desde que había empezado a interrogarlo, también había
dejado de hacerle caricias. Quizás el animal había interpretado esto como un mal presagio.

Luchando contra el mal humor que le causaba sentirse mal sin saber bien por qué, tomó la cabeza
gacha del pequeño entre sus manos y lo forzó a volver a mirarle a la cara, amasándole - tal vez un
tanto bruscamente - los mechones de piel de los costados del hocico que, suponía, vendrían a ser
sus mejillas.
- Perfecto. En ese caso, si estás desocupado, puedes quedarte a almorzar conmigo. Así me cuentas
un poco más acerca de esa magia que tienes... a menos, claro, que hayas estado mintiendo cuando
ofreciste que fuésemos amigos... -

Cuando escuchó su pregunta necesitó repetírsela internamente al menos dos veces para
encontrarle sentido. No porque no lo tuviera en sí, sino porque se negaba a creer que fuese el que
entendía el único sentido posible. En el proceso había ladeado la cabeza y mirado al humano a los
ojos. Era tan hermoso...! Pero quería que se fuera... por qué otro motivo le preguntaría si ya había
terminado sus asuntos allí, sino no era para decirle que entonces ya podía irse? No se esperaba
algo así. Estaba confundido y triste. En verdad creyó que al revelarle que sí había encontrado a esa
persona especial, el joven sabría que hablaba de él. Estaba convencido de eso en aquél momento,
seguro de que lo sabría porque... bueno, porque suponía que estaría sintiéndose igual que él,
teniendo las mismas emociones de alegría y de reconocimiento... El mismo deseo de quedarse a su
lado el resto de su vida... el mismo sentimiento de cariño intenso. En la manada, ambos
integrantes de la pareja parecían sentirse igual; los dos se veían muy felices de simplemente poder
estar juntos, uno al lado del otro.

Además, el humano lo había acariciado! Le había hecho cariños! Eso tenía que significar que le
daba gusto mantener contacto con él, o no? O por qué otra razón podía desear mostrarle afecto a
pesar de que nunca antes se hubiesen visto, si no era porque sabía en su interior que era él a
quien debía querer? Volvió a preguntarse si acaso los humanos harían las cosas de otra manera, si
sería posible que no les importasen los vínculos. Siempre le habían remarcado que eran seres muy
crueles; quizás eso significaba que también eran fríos? Tal vez... tal vez no podían quererse aún
cuando hubiese lazos que los unían? Aquella posibilidad le hizo sentirse descompuesto. El
estómago se le encogió y la garganta se le tensó al punto que le dolía al pasar la saliva.
Comprendió que no sabía nada de las costumbres humanas, como no fuesen las de la guerra. Su
pueblo sólo los conocía como enemigos: no tenía información sobre su vida familiar, ni su
comportamiento hacia sus parejas, hijos o amigos.

Qué debería hacer él si el joven rey le ordenaba que se fuera? Podía simplemente desobedecerlo y
seguirlo de todos modos? Probablemente lo mataría. No. Con suerte sólo lo mataría a él y dejaría
en paz al resto de su manada, en vez de buscar su asentamiento y atacarlos a todos en venganza
por la desobediencia de uno solo de sus miembros. Eso sería un acto cruel, algo que él podía
imaginar como represalia desmedida y despiadada. Notó cómo su cabeza se hundía más entre sus
hombros, incapaz de hacer fuerza con su cuello para sostenerla: si lo obedecía y se alejaba sería
infeliz para siempre... pero sólo sería él el que sufriría. Estaba claro lo que debía hacer.

Las manos cálidas se adueñaron de su cabeza y le sacudieron el mundo. Forzado a levantar la


mirada, sus ojos se encontraron con otro par de iris chispeantes. Volvió a pensar que le
recordaban el fuego, cuando crepita en la hoguera... y todo lo demás, todas sus dudas, sus
conclusiones hasta ese instante, todas las emociones turbias y oscuras que habían llenado su
mente se desvanecieron. Su cerebro tardó un par de minutos completos en asimilar lo que había
oído, formar su significado y elaborar una respuesta coherente.

El joven quería saber si ya no tenía más que hacer para invitarlo a quedarse. Deseaba saber más
sobre él! Había entendido MUY mal su pregunta anterior!! Ya era la segunda vez que pensaba algo
que al final no era... se le ocurrió que quizás debería ser más cuidadoso al sacar conclusiones.

Pero estaba demasiado aliviado por haberse equivocado y demasiado exaltado por la invitación a
almorzar como para interesarse realmente en las sugerencias que le hacía su mente. Además,
ahora que se sentía feliz otra vez, se daba cuenta de que todavía tenía hambre: con todo aquello
de descubrir al humano, nunca había cazado nada para comer! Su cola empezó a azotarse de
nuevo en el aire de la emoción.

- Claro que sí!!! Te contaré lo que quieras!! -

Se apoyó sobre sus cuatro patas de un salto para seguirlo donde fuera que hubiese que ir a buscar
la comida, ya que no veía que tuviese encima nada parecido a una vianda, y agregó algo más
suavemente.

- También me gustaría a mí preguntarte una cosa... si puedes decirme tu nombre? -

El animal recuperó la alegría enseguida y eso fue bueno, porque su propio humor mejoró
también. Esa sensación horrible de mierda que se le había instalado dentro desapareció y, por el
momento, le facilitó olvidarse del asunto; aunque luego tendría que revisar qué carajos le había
pasado, podría hacerlo más tarde. Cuando estuviese solo y tranquilo. Por otro lado el cachorro
había aceptado contarle 'lo que él quisiera' y eso era aún mejor, ya que había muchas cosas que
deseaba saber sobre ese pequeño y la especie a la que pertenecía. Como qué tanto tiempo en
concreto significaba 'crecer rápido' para él, por ejemplo. Había Akumas a los que prácticamente
les llevaba una vida humana completa alcanzar la edad adulta... o más, pero si el bicho vivía
cientos de años aquello lo mismo le parecería crecer enseguida. Necesitaba saber si criarlo
equivaldría a planificar dejarle una herencia a sus hijos y basura por el estilo, o si podría ver los
resultados él mismo. La idea de proyectar a futuro estaba muy bien, sí, pero prefería concentrarse
en su presente ( o en un futuro que no estuviese tan lejos, joder ).

Había permanecido en cuclillas desde que se acercara al cachorro en los matorrales y al ponerse
de pié se estiró por completo, buscando elongar todos sus músculos antes de echarse a andar
hacia su tienda de campaña. Lanzó una mirada un tanto curiosa a su nuevo 'amigo'. Su nombre?
Claro, al fin que tendría en algún momento que llamarlo de algún modo, por qué no por su
nombre, a pesar de que todos los hombres del escuadrón se referían a él como Señor? De pronto
le pareció divertido que el 'nuevo integrante' salido de la nada se dirigiese a él de manera
informal, mientras el resto seguía atado al protocolo. Haría que se sintieran incómodos... y llevaba
tantas semanas soportando sus estupideces que aquello le parecía excelente. Les regresaría al
menos una parte de lo que él había tenido.

- Bakugou Katsuki. Puedes llamarme sólo Bakugou. -

- Okay! ~

Su amor poseía un nombre que sonaba fuerte, como el suyo. Y a su criterio le sentaba bastante
bien, también, muy a juego con aquellos ojos ardientes que lanzaban chispas como el fuego
cuando estalla la leña. Le gustó aún más todavía, si es que eso era algo posible... Se preguntó si
existiría algún límite físico o de la clase que fuese para lo mucho que podía agradarte alguien y se
respondió casi al instante que de seguro no tardaría mucho en enterarse.

Acompañó a Bakugou hasta un sitio ubicado más allá de los árboles rodeados de arbustos en que
se habían conocido, donde se levantaba una tienda confeccionada con varias pieles muy parecida
a su propia casa. Uno o dos metros delante de la abertura de entrada, un círculo de piedras
todavía preservaba calientes los rescoldos de una pequeña fogata y a su lado había un cacharro de
hierro con agua y una pila conformada por algunos utensillos varios. No logró evitar acercarse y
olfatear todo aquello. Cerró los ojos y suspiró: cada objeto conservaba el olor de su pareja
mezclado con el material del que estaba hecho.

- Olvídalo. Eso está vacío. -


Le llegó la voz de Katsuki amortiguada por las paredes de piel, por lo visto había entrado allí
mientras él husmeaba sus cosas. Se acercó más a la voz, sin saber si debía ( o podía ) pasar, o si se
suponía que tenía que esperarlo fuera. No duraron mucho sus dudas. Bakugou salió y recogió las
puertas de la tienda, alzándolas y asegurándolas a estacas de modo que el afuera y el adentro se
unían imaginariamente, como cuando estabas ante una cueva en la que se distinguía el fondo.

- Puedes comer alimentos cocidos? O sólo comes carne cruda? -

Le hizo gracia su pregunta. Al parecer él no era el único que no sabía nada sobre las costumbres
del pueblo del otro.

- Puedo comer ambas cosas! Sólo tengo que prepararme antes, si es que vas a ofrecerme
alimentos cocidos, pero es algo que se hace fácil! ~

Y para demostrarle que no representaría un gran problema, se concentró unos segundos en el


cambio que buscaba y alteró su apariencia hasta dejarla lo más cercana a la humana que pudo.

Al llegar a la zona del campamento se dirigió directamente a su tienda. Esta se hallaba bastante
separada de las demás porque mientras estaban reponiendo sus provisiones para el viaje de
regreso no tenían nada más que hacer y la mayoría de los hombres, con la excepción de los que
tocaba su turno de guardia, solían quedarse despiertos hasta muy entrada la noche, montándose
juergas en las que bebían, llevaban partidas de dardos y otras mierdas por el estilo y se la pasaban
gritando unos por encima de los otros para hacerse oír en las conversaciones. El pocas veces
estaba de ánimo para tanto jaleo durante tiempos tan prolongados y había armado un espacio
personal y privado lo bastante apartado del escándalo como para disfrutar de un relativo silencio y
calma cuando lo necesitara.

Avanzó hasta entrar en su refugio sin dejar por ello de notar que el cachorro iba derecho a la pila
de trastos en los que había desayunado aquella mañana. No iba a encontrar nada ahí, los había
lavado luego de usarlos, y consideró buena idea poner sobre aviso al pequeño para que no
perdiese su tiempo metiendo el hocico por todas partes, ni se desilusionara al no encontrar nada.
Después de todo le había hecho seguirlo prometiéndole comida y sí tenía programado dársela,
pero no la mantenía a la intemperie: la tenía guardada dentro, en un paquete para conservarla
mejor. Bueno, eso en lo que respectaba a las tiras de carne seca que usaba en el desayuno, claro.
En aquél momento cayó en la cuenta de que no sabía si el animal podía comer carne salada. Sabía
que sus perros no podían porque les hacían daño las especias con las que se la preparaba, pero no
tenía idea de si los Akumas con apariencia de perro contaban efectivamente como tal. Miró a su
alrededor, pensando qué otra cosa podría darle en caso de que la carne quedase descartada y
descubrió una manzana que no había comido el día anterior y que no tenía idea de si le apetecería
a un bicho que lucía supuestamente carnívoro. También recordó que aún le sobraban dos o tres
huevos que seguían crudos y estaba seguro de que tenía en alguna parte de su morral una barra
de cereales amasados con miel... que tampoco sabía si el cachorro podría comer sin enfermar del
estómago.

Exasperado porque cualquier otro alimento que pudiera ofrecerle estaría en la tienda común,
junto al asador donde todos tomaban la comida principal del día, abrió su tienda para descargar
sus ánimos con el movimiento mientras preguntaba al pequeño si podía o no comer cualquier
cosa. Resultó ser que sí. Y, jodida mierda, aquello no iba a ser lo único que descubriría.

Se quedó mirando pasmado la transformación de la mini-bestia frente a sus ojos, que sentía muy
abiertos y no conseguía cerrar. Nunca había tenido una mezcla tan extraña de asombro, inquietud,
fascinación e instinto de conservación que le pedía que atacara. Mantuvo sus puños cerrados con
fuerza todo el tiempo para controlarse y no cometer el error de lastimar al cachorro en un impulso
defensivo. La forma en que los rasgos caninos se habían estirado y modificado hasta parecerse a
los suyos había sido aberrante y fantástica a la vez; le había impresionado profundamente aún
cuando empezara y terminara en segundos, y le había dejado la sensación de haber tenido una
pesadilla, sufrido un delirio o un episodio de enajenación mental. Si no acabara de verlo él mismo,
pensaría que era algo imposible y, de hecho, ahora que había acabado no encontraba palabras
adecuadas para describirlo.

En cambio, sí podía afirmar que aquello debía ser magia, el tipo de magia de demonios que
Kirishima le había dicho que poseía... y había llamado a eso ''no tener mucha'', o no tener una muy
poderosa, lo que era casi lo mismo. Soltó el aire que había estado reteniendo sin darse cuenta de
lo que hacía y forzó a su cuerpo a relajar su musculatura. Por muy fuerte que hubiese sido el
impacto que recibió su psiquis, no podía permitirse olvidar que hasta ahora el cachorro le había
parecido completamente inofensivo. Capaz de propinarle una buena mordida, pero no de poder
hacerle mucho mayor daño. Y si quería conseguir su camaradería, tampoco podía darse el lujo de
permitirse ( y permitirle ) ponerse nervioso en su presencia... hiciera lo que hiciese el Akuma.
Especialmente si para él era un acto natural, como parecía ser el caso por la manera en que le
había anunciado que cambiaría. Por otro lado le había dicho aquello con un tono de voz distinto
que en su momento le hizo pensar que Kirishima estaba orgulloso de sus habilidades. Eso había
sido lo que consiguió captar su atención en primer lugar, y actuar a la defensiva ante un acto que
el pequeño mostraba orgulloso no parecía la mejor estrategia para entablar la confianza.

Y cerrando esa línea de pensamientos, le convendría de ahora en adelante recordar algo más: el
cachorro no había logrado una transformación completa. Todavía conservaba sus orejas, la
dentadura canina y la cola que seguía abanicándose sin parar... además había otro par de detalles
a tomar en cuenta en caso de que su mente deseara jugarle una mala pasada e impulsarlo a
atacar: como ''humano'' tenía la apariencia de un mocoso de no más de cinco. Y al parecer se le
había olvidado que debía inventarse ropa o eso era otra parte del cambio que aún no podía
dominar muy bien.

Resumiendo, Kirishima tenía suficiente poder para transformarse a voluntad, pero poca práctica o
mal manejo del mismo. Y con poder o sin él, perro, Akuma o humano, seguía siendo un pequeño.
Si pretendía ganarse su confianza, su amistad, cariño o lo que fuera para que le tuviese lealtad
cuando fuera mayor, no podía herirlo o atacarlo simplemente porque le había impresionado mal
cualquier cosa que de pronto hiciera mientras era vulnerable.

Con esto en mente, terminó de recomponerse y se acercó al mocoso hasta poder rascarle la
cabeza.

- Eso estuvo muy bien, pero ahora tendré que buscar también algo que puedas ponerte. -

El niño alzó el rostro, buscando restregarlo contra su mano. Sus ojos se veían más grandes y, con
esta apariencia, todos los signos de confusión en sus rasgos eran mucho más fáciles de reconocer.

- Quieres que me ponga pieles encima como tú? -

- Algo así, sí... aunque todavía no se me ocurre qué darte. -

No creía que hubiese nada en el campamento que le fuese bien. Allí todos eran hombres adultos,
en su mayoría de buen tamaño, el más joven de la partida era él y sólo había llevado consigo tres
mudas de ropa. Al partir del castillo había pensado que si alguna llegaba a estropearse del todo,
podría confeccionarse otra, pero no había imaginado ninguna circunstancia en la que necesitara
un par de pantalones y botas cocidos para el mismo día.

Kirishima pareció concentrarse. Su mirada se volvió muy seria.

- No creo que eso sea necesario. Aún no puedo conservar esta forma por mucho tiempo. Comeré y
una o dos horas después volveré a verme como antes... y entonces estaré muy cansado como para
cambiar de nuevo. -

Los ojos rojos enormes, llenos de tantas emociones humanas que lograba reconocer se
mantuvieron fijos en los suyos, brillantes. Tuvo la sensación de que el pequeño deseaba pedirle
disculpas por algo, sin entender qué podría ser.

- Pero a medida que crezca podré permanecer así cada vez más. Y cuando sea mayor no necesitaré
transformarme de nuevo para descansar aunque pase como humano el día entero! Es sólo que no
tengo mucha práctica... -

Así que era eso. Bien. Si sólo iba a verse como mocoso por unas horas, no hacía falta que se
preocupara por conseguirle ropa ya mismo. Podría ir confeccionándosela con tiempo ( y de paso
tendría algo en lo que ocuparse por las mañanas ) durante los siguientes días. De momento tuvo
una idea que solucionaría temporalmente el problema de la desnudez del pequeño: desabrochó su
capa, se la quitó y envolvió con ella a Kirishima.

- Ten. Y mantente envuelto; si te quedas descubierto aquí rodeado de pasto te comerán vivo los
mosquitos. -

Ya había espantado varios que comenzaban a rondarle, malditos bichos de mierda. Rebuscó entre
los cacharros hasta hallar el apropiado y lo puso sobre los rescoldos; prepararía los huevos que le
quedaban revueltos con un par de tiras de carne. Dejó al niño sentado frente a la fogata mientras
iba por los ingredientes.

- Sabes? No creo que importe demasiado cuánto tiempo puedas pasar con forma humana. Estoy
seguro de que con tu apariencia original podremos entendernos igual. -

De todas las respuestas que hubiese podido tratar de imaginarse, aquella habría sido la última que
se le habría ocurrido. No hubo ningún comentario sobre su torpe manejo de la transformación ( y
era imposible que no estuviese viendo que todavía poseía cola ), ni preguntas sobre por qué no
había practicado lo suficiente. No. En lugar de eso le había cedido su manto y le había
recomendado que se cuidase de las alimañas. De nuevo sintió que su cuerpo se entibiaba por
dentro y tuvo que sentarse, bien ovillado en la capa, porque no estaba tan acostumbrado a
mantenerse en dos patas y con aquella sensación de estar derritiéndose pensó que se iba a caer.
Allí quedó conmovido, arrebujando su cara en el aplique de piel que adornaba el manto, que era
suave, esponjoso y olía intensamente a su amor.

El joven regresó a su lado y comenzó a cocinar para él. Entonces aquello habría sido más que
suficiente; era maravilloso sentirse cuidado y atendido por su pareja, pero por lo visto aún no sería
todo. Oírle decir que no le importaba que pasara más tiempo en su forma de Inuki que como
humano le hizo sentirse muy feliz sin saber por qué... como tampoco sabía por qué de pronto los
ojos le escocían. Se los restregó.

- No te importa que no me vea igual a tí? -

Repitió, necesitando asegurarse de haberlo entendido bien esta vez.

- No. Por qué debería? Esa apariencia de Akuma de antes es tu forma real, cierto? Está bien si
prefieres conservarla aunque puedas transformarte en otra cosa. Tú quieres que seamos amigos?
Pues eso pienso: no tienes que cambiar para parecerte a mi, podemos llevarnos bien lo mismo. -

Ahora no sólo le escocían los ojos, sino que los tenía mojados, igual que sus mejillas y el penacho
de piel de la capa que tenía bajo el mentón. Y aunque no entendía qué le estaba pasando, sí sabía
qué sentía: lo abrumaba la emoción de cariño al escuchar a Bakugou decirle que lo aceptaba tal
como era. Aunque no pudiera transformarse por mucho tiempo en humano. Intentó que le saliese
la voz a través de todo ese sentimiento.

- Gra...cias... -

Estaba revolviendo los huevos, que habían cuajado rápido, cuando Kirishima le contestó. Sonaba
ahogado, como si le faltara el aire. Pensando que quizás era un inconveniente por estar usando
una boca en lugar de un hocico como estaba acostumbrado a tener, pero sin poder evitar sentirse
algo inquieto de todos modos, se giró a medias para echarle un vistazo. Justo a tiempo para
descubrirlo enjugándose los ojos. Pero qué carajos pasaba...? Frunció el ceño, intentando
encontrarle una respuesta a la escena, hasta que creyó adivinar cuál era el problema.

- No tienes que agradecerme tampoco. Y será mejor que vengas a sentarte más hacia acá, ese sitio
en el que estás se encuentra a favor del viento. Si el humo está haciéndote daño, se pondrá peor
cuanto más tiempo pases ahí. -

Por otro lado, la comida ya casi estaba. Sacó un cuenco de la pila de trastos, lo llenó hasta arriba y
se lo tendió al pequeño, junto con un tenedor. Luego se puso a buscar otro con el que comerse lo
que quedaba directo de la sartén.

- No te preocupes si te quedas con hambre, dentro de poco los encargados del almuerzo pondrán
a asar carne. Me ocuparé de guardarte una porción cruda, así podrás comer aunque hayas vuelto a
transformarte, ok? -

Asintió con la cabeza, tenía las mejillas redondeadas por haberse embutido en ellas más huevo y
carne de la que podía masticar. Y luchó con el bocado por uno o dos minutos, hasta que pudo
tragarlo. Estaba intentando calcular con más precisión la cantidad de comida que debía tomar esta
vez, cuando un movimiento a su lado lo distrajo. Bakugou le tendía un objeto de cuero con forma
ovalada y tiras que colgaban de él. Se lo quedó mirando, sin entender qué era, ni qué se suponía
que tenía que hacer con eso.

- Es una cantimplora. Tiene agua dentro. Puedes beber del borde, que es ese extremo superior...
pero inclínalo hacia ti de a poco, o vas a ahogarte como con la comida recién. -

Oh...!! Eso era. Ellos también tenían algo parecido, pero estaba hecho con la vaina de una planta
que ponían a secar; quedaba una ojiva dura que llevaban consigo cuando tenían que salir de su
territorio para perseguir a un enemigo, o llevar un mensaje a algún otro pueblo. Los Inukis no
acostumbraban alejarse demasiado ni muy seguido de las tierras donde vivían, sólo lo hacían por
extrema necesidad. Como fuese, sabía beber de esas cosas. El único inconveniente era que ya
tenía ambas manos ocupadas y de por sí comer y al mismo tiempo evitar que se le cayera la capa
de los hombros estaba resultándole complicado.

Arrugó la frente pensando cómo tomar la cantimplora que le ofrecían. No quería dejar a Bakugou
aguardando allí, con la mano extendida. Finalmente y a falta de una idea mejor, optó por dejar el
cuenco en el suelo frente a sus piés, acomodó de otro modo el manto y alzó su pequeña mano
para aferrar una de las tiras de cuero. Resopló. Ya tenía la mitad del asunto resuelto, sólo le
faltaba encontrar el modo de alzar esa cosa y beber...

El sonido de otro bufido, más suave y sibilante, lo sobresaltó. Levantó la vista hacia su pareja,
desorientado. Katsuki estaba sonriendo... y por un segundo estuvo seguro de que se reiría de él,
porque se sentía algo ridículo ahí, inmerso en lo que seguramente se vería como una batalla
personal contra el agua y el alimento. Pero al mirarlo mejor, notó que sólo era una sonrisa sencilla.

Entonces el joven dejó su propia comida a un lado, se levantó, fue hacia él y acomodó la capa
alrededor de su cuerpo, anudándola y abrochándola de manera que le quedaron los brazos libres.

- Ya. Así te resultará más cómodo. Pero recuerda que te quedas un poco expuesto a los mosquitos.
-

- Sí! Gracias!! -

Le regresó la sonrisa, encantado. Su amor era tan bueno y atento con él! Y además, cocinaba muy
bien; aunque aquella era una comida sencilla, sabía deliciosa! Sació su sed y regresó su atención a
su almuerzo. Bakugou le había dicho que no importaba si no se llenaba porque pronto habría más
comida, pero la porción que le había servido era tan generosa que estaba seguro de que, cuando
al fin la acabara, ya no le quedaría espacio en el estómago para más. Igual dejó que siguiese
pensando en guardarle carne: cuando se la trajera podría usarla para cenar y tener algo que comer
en el camino de regreso a su casa. De momento, menos ocupado en sostener más de dos cosas
con sólo dos manos y con una noción más correcta del tamaño de los bocados que podría
masticar, se sintió lo bastante relajado como para intentar conversar un poco.

- Puedo preguntarte algo? Tú no llevas nada cubriendo tus hombros... a ti no te pican los
mosquitos? -
Acababa de volver a sentarse y pinchar una tira de carne de la sartén, cuando oyó la pregunta. Y
alzó una ceja, incrédulo, mirando fijo al mocoso. Pero Kirishima le regresó la mirada serio: no era
una pregunta de broma, quería saber de verdad.

- No. No les gusto mucho. Nunca se meten conmigo si hay alguien más en quien se puedan cebar. -

Era algo que había notado desde chico y el motivo por el que le había insistido al pequeño para
que se mantuviese cubierto; teniendo de dónde elegir, todos los insectos lo buscarían a él.

- Oh... eso es parte de tu magia? -

Kirishima ladeó su cabeza. Todavía se le abultaban un poco las mejillas, pero era porque estaba
masticando y hablando al mismo tiempo. Era la segunda vez que le mencionaba algo sobre ''su
magia'', también. Decidió explicarle algunas cosas por su parte, ya que planeaba hacerle al Akuma
más preguntas, pensando que sería un intercambio más justo y que ello alentaría al niño a
contestarle a su vez.

- Yo no tengo magia, mocoso. No del tipo que tú pareces creer. Sí puedo hacer un par de cosas que
otros no pueden, pero sólo cuando estoy enfadado de verdad. Y sólo son útiles durante una
pelea... -

Desvió la mirada hacia la fogata por unos segundos y agregó, como si se le ocurriese recién.

- Aunque supongo que podría darle algunos otros usos más triviales también, seguirían estando
limitados a cosas como encender un fuego o tirar abajo una puerta. Pero no mucho más. -

Lo sabía!! Sabía que su amor tenía algo que ver con el fuego! Podía sentirlo! Y era algo que
involucraba a la magia, lo sabía también. Estaba en él, formando parte de su esencia, al punto que
podía adivinarse en su piel, en su pelo, en su olor personal, sus ojos y las primeras impresiones que
se captaban de su forma de ser. Y le parecía todo tan evidente, que se cuestionó si acaso Bakugou
no entendería esa parte de sí mismo, ya que podía notar que realmente no lo consideraba magia...
Más preguntas se agolparon en su mente; los humanos eran muy extraños. Había muchas cosas
que quería saber, tanto generales como particulares y, por el momento, decidió que éstas últimas
eran las que le interesaban más, así que descartó el resto reservándolo para más adelante, cuando
su curiosidad por conocer mejor a su pareja estuviese más satisfecha.

- Pues eso suena genial para mi!! -

Alentó a Katsuki sinceramente, agitando el puño con el que sostenía su tenedor.

- Cualquier fuerza extra que sirva para vencer a tus oponentes es fantástica, pienso yo... Me
enseñarías... Podrías mostrarme cómo lo haces? -
Esta vez alzó ambas cejas apenas. El pequeño cosito... No sabía cómo calificarlo, si osado o
insolente. Le pasaba lo mismo que cuando no pudo decidir si lo consideraba idiota o valiente.
Quizás fuese algo más, algo que estaba tan en el medio de aquellas líneas divisorias que se
confundía con todas ellas. Y tal vez por eso mismo en lugar de negarse y mandarlo a la mierda,
tomó una roca que se hallaba cerca y le hizo al mocoso una improvisada demostración.

Para ello tuvo que concentrarse un tanto, pensar en algo que le enfureciera y dejar fluir esa rabia,
dejar que creciera en su interior hasta que lo sobrepasara y, literalmente, empezara a desbordarlo.
A partir de ahí la cosa se parecía bastante a conducir las riendas del caballo o manejar una espada:
debía someter esa especie de poder que se acumulaba en sus manos y obligarlo a hacer lo que él
deseaba. Que era básicamente explotar, liberar la tensión que se había generado dentro de él y
lanzarla fuera, hacia el objeto de su ira. Por ello consideraba que su ''habilidad'' estaba
circunscripta al campo de la batalla, más que nada... a menos que deseara hacer volar por el aire
un desprendimiento de rocas que obstruían su camino; o encender de una vez una puta fogata de
leña húmeda, por ejemplo.

De momento bastaba con hacer estallar esa roca para enseñarle a Kirishima qué era más o menos
lo que él podía hacer y saciar su curiosidad, aunque se diese cuenta de que no tenía por qué hacer
aquello. Luego volvió a su sitio al lado del mocoso, a terminarse de una vez la comida y dejar
limpios los utensillos que había usado. Para entonces el pequeño había acabado de comer
también. Y bostezaba. Lo notó cansado, aún cuando se interesaba por seguirle la conversación, y
optó por dejarle dormir, siendo que igual él debía ir a prensentarse ante sus subordinados y
comprobar que ya estuvieran dedicándose a los preparativos para el almuerzo. Desató los nudos
que había hecho anteriormente a su capa y le indicó a Kirishima que lo siguiera dentro de su
tienda.

- Puedes acostarte allí, verás que es un lecho mullido y bastante cómodo. Y quédate con el manto
por ahora, así tendrás con qué cubrirte mientras duermes... -

- ... por los mosquitos, ya sé ~

Le sonrió al humano restregándose los ojos, que se marchó en cuanto lo vio acomodado en el
lecho. Pero él no se durmió al instante a pesar de que estaba agotado. Antes aspiró en
profundidad el olor de Katsuki que inundaba sus prendas, llenándose internamente con él. Y pensó
en la magia que le había visto hacer, tan poderosa y que el joven consideraba ''normal'', suficiente
para justificar su posición de líder, pero evidentemente sólo porque era capaz de mantenerla
activa. Y sin embargo él pocas veces había visto Akumas utilizando alguna variedad de magia del
elemento fuego. No era la más común. Bostezó por última vez, todavía pensando mientras se
dormía. Su pareja que podía hacer estallar las cosas. Su amor explosivo... Su ''Blasty''.
El almuerzo ya estaba bastante encaminado cuando él llegó; se estaba atizando el fuego y el
animal ya había sido faenado. Se hallaba colgando de las patas a un lado de la mesa donde lo
carnearían, terminando de exsanguinarse bajo el toldo que cubría la zona de la ''cocina''. Allí
comían y preparaban en embutidos, ahumados y salados todo lo que no consumían en el día,
reservándolo para el viaje de regreso a las montañas ( razón por la cual se habían asentado allí y
cazaban diariamente, para empezar ). Se acercó a inspeccionar la pieza. Era venado, pero no era
muy grande. No quedarían demasiadas sobras con las que trabajar aquella jornada, a menos que
por la tarde enviara o dirigiera él mismo una nueva partida de caza. Ya se lo pensaría después.

Entre tanto, cortó un par de tajadas de carne y las envolvió en papel, junto a un buen trozo de
hígado que escogió de entre las vísceras que habían removido al venado después de colgarlo.
Pensó que al cachorro seguro le gustaría aquello y ninguno de los que andaban por allí amasando
pan o encargándose de otros asuntos le preguntó qué hacía; no era la primera vez que se llevaba
comida y luego no aparecía cuando se reunían los demás.

La mayoría de los miembros de la corte intentaban acostumbrarse al comportamiento indiferente


del Príncipe ( al que era evidente que el protocolo y las normas cortesanas le resultaban poco
atrayentes, por decirlo con suavidad ) desde que los reyes se habían marchado dejándolo a cargo,
pero muchos desconfiaban de él y ya habían comenzado a circular rumores sobre malos
presentimientos y peores presagios. Que tomara decisiones drásticas para resolver conflictos
durante las audiencias, les gritara insultos cuando exponían sus puntos de vista o directamente se
marchara sin más en medio de una asamblea luego de que intentaran hacerle cambiar de opinión
sobre el tema que se estuviese tratando no les gustaba. Y su carácter les resultaba inquietante.
Temían que de mayor se volviese cruel al ver su falta total de interés por los asuntos de orden
público ( como lo incorrecto que era romper un acuerdo comercial muy antiguo con un personaje
político determinado, aunque mantenerlo ya no resultara económicamente ventajoso, por
ejemplo ). Había costumbres. Y ese personalidad violenta... Definitivamente no les era de fiar.

El ejército, en cambio, estaba encantado. Los generales, los soldados, incluso quienes sólo
formaban parte periférica de la vida militar como los herreros y los encargados de trasladar la
artillería o entrenar y cuidar los caballos y los perros estaban familiarizados con él. Desde mucho
más joven dedicaba buena parte de su tiempo libre a los ejercicios de combate y ya había
participado en justas; sabían que era bueno en ello. Tenía un instinto especial para pelear que se
extendía al pensamiento estratégico. Confiaban en que llegaría a ser un gran líder a medida que
creciera y ganara experiencia.

Además no huía del frente ni ponía excusas para dirigirlos desde una posición de seguridad. Era
como sus padres, que marcharon a la guerra ellos mismos siempre que fue necesario. Les
agradaba que participase por sí mismo en expediciones como la actual, aún cuando no
compartiese muy seguido las noches de fiestas o las rondas por tabernas; suponían que aquello
cambiaría cuando se hiciera mayor.

El pueblo - compuesto mayormente de campesinos y artesanos - era el único sector del reino que
no tenía todavía una opinión personal sobre su heredero al trono. Llevaba apenas unos meses en
el puesto y no sabían gran cosa sobre él. Les bastaba con que fuese fuerte ( lo habían visto ganar
en los últimos torneos ) y con que les dejara vivir en paz. Se había llevado consigo soldados para
ampliar la comarca, que significaba más tierras, más cultivos y más lugar para que pastara el
ganado; lo que sería a la larga más comida, aunque tuviesen mucho trabajo por delante para llegar
a esos resultados. El pueblo estaba en guerra por necesidad y agradecían que cuando llegara el
tiempo de pagar los impuestos, hubiese más sitio de donde obtener el tributo.

Así se presentaba la vida para el joven Rey. Y él estaba enterado de la mayor parte de sus
problemas. Sus padres le habían dejado una responsabilidad enorme, pero él se consideraba a sí
mismo muy capaz de cumplir con ella. Sólo necesitaba encontrar el método adecuado, porque sus
padres eran dos y se dividían las actividades, pero él era uno solo y debía hacerse cargo de todo.
Por eso no tenía paciencia para soportar sentado por horas todas las estupideces que se hablaban
en la sala del trono, la mayoría de las cuales no sólo no tenían sentido a veces, sino que no servían
para nada realmente. El prefería la acción antes que las palabras. Y él haría algo concreto para
ayudar a sus padres y a su gente, en lugar de malgastar su tiempo con conversaciones decorativas.
Descubriría la manera de garantizarle seguridad y prosperidad a su pueblo, ahora consiguiendo
más territorio y luego consiguiendo más poder. Haría lo que fuera necesario, estaba totalmente
determinado con eso.
También estaba firmemente convencido de que cualquier medio del que se pudiera disponer
debía ser aprovechado ( si a lo que aspirabas era a llegar a lo más alto de tus expectativas sobre lo
que fuera ), así que no entendió la tibia recepción que tuvo su noticia entre el acotado grupo de
sus consejeros y oficiales principales. Joder. Había creído que cuando les contara su encuentro con
el Akuma mostrarían un poco más de entusiasmo. Especialmente después de explicarles que el
animal pretendía que formasen algún tipo de amistad... Carajo, si sus abuelos habían criado un
dragón justamente por lo mismo: crear alianzas poderosas. No era esa la razón fundamental de
que se mantuvieran en buenas relaciones con otros reinos, a pesar de que algunos de los acuerdos
que mantenían eran una mierda y de que sus emisarios solían resultar unos imbéciles de cuidado?
No era por eso que debía soportar reuniones irritantes para tratar temas intrascendentes... como
ese casamiento de no recordaba qué idiotas, al que estaba obligado a asistir cuando regresara al
castillo?

Le dijeron que sí, pero que no era lo mismo y deseó internamente matar a alguien. O romper algo
aunque fuera. Le dieron algunas razones ridículas, como que si estaba tan pequeño el Inuki
posiblemente tardaría años en servirles para algo. Y que tenía muchas responsabilidades como
para encargarse de criarlo y adiestrarlo. También otras marranadas por el estilo que él ya sabía,
porque ya las había pensado. Discutió con ellos. Para empezar, eso del adiestramiento no le
pareció una buena palabra: el animal le había dejado la impresión de razonar muy bien, no creía
que se pudiese ''adiestrar'' a alguien capaz de pensar por sí mismo. Educarlo, en todo caso.
Tampoco le sentó bien que le recomendaran que ''lo dejase'' para evitarse la tal responsabilidad.
El podía criar un mocoso que entendía lo que le hablaban! Sintió que no confiaban en su criterio
para llevar a cabo el trabajo y se indignó... ni siquiera se lo decían directamente, los bastardos,
sólo le dejaron caer las insinuaciones.

Aparte, para aquél momento ya no quería saber nada con lo de dejarlo. Deseaba quedárselo. A
mitad de la discusión sus primeras dudas al respecto se habían disipado y había resuelto que le
nefregaba lo que los demás pensasen: él iba a demostrarles que estaba perfectamente cualificado
para educar al Akuma mocoso y convertirlo en una máquina de matar. Lo entrenaría
personalmente. Le enseñaría todo lo que él había aprendido y lo que fuera aprendiendo a partir
de ahora también. Había visto cómo los criadores preparaban a los perros para maximizar sus
habilidades de ataque y transformarlos en mierdas peligrosas de las que había que cuidarse si te
las echaban encima. Podía hacer lo mismo con el Inuki. Y además de eso Kirishima, con forma
humana, también sería capaz de manejar armas o pelear como lo hacía él mismo. Ahora estaba
pequeño, pero crecería y sería muy fuerte, él lo sabía. Había percibido todo su potencial y les
demostraría que no se había equivocado al evaluarlo. Lo convertiría en un guerrero de la puta
madre y tendrían que tragarse sus cacareos. El sacaría lo mejor de la pequeña bola de pelo mágica,
porque sabía que él PODIA hacerlo. Y Kirishima también.
Regresó a su tienda malhumorado, después de dejarle claro a su séquito que ya había tomado una
decisión y más les valdría aceptarla. Tendrían que hacerse a la idea de que llevarían al cachorro
con ellos en el viaje de vuelta al castillo. No se presentó en el almuerzo más que para retirar su
porción de comida, que consumió a solas, porque por entonces Kirishima aún estaba dormido. Lo
había encontrado cambiado a su forma de perro al llegar y le había dejado descansar, con la idea
de sacarlo consigo durante la partida de caza que finalmente había resuelto organizar por la tarde.
Fue solo con él y los dos rastreadores que no habían salido por la mañana, y consiguieron cobrarse
un jabalí mediano y un conejo... cortesía del pequeño Inuki. Descubrir que la mini-bestia era un
cazador decente le alegró. Por la noche, durante la cena, el pequeño debió contestar más
preguntas, esta vez no sólo de su parte sino también de varios de los hombres sentados a su
alrededor. Fue una de esas reuniones que acababa hallando divertidas y, cuando se retiró a su
tienda junto con el cachorro, había pasado la hora en la que solía acostarse hacía mucho y se
quedó dormido enseguida.

Irse por la noche dejando a su pareja durmiendo sola en aquella tienda fue lo más difícil que hubo
hecho jamás. El dolor y la tristeza que le provocó marcharse fueron tan intensos que
probablemente hubiese desistido, desandando el camino a poco de haberlo comenzado, si hubiera
salido a escondidas como había planeado hacer en un principio. Pero resultaba que no había
podido callarse sus intenciones de partir a despedirse de su familia temprano por la tarde, al
despertar de su siesta y comprobar que Bakugou se había echado a su lado sin molestarlo,
después de regresar trayéndole carne fresca. No pudo ocultarle sus planes al verlo allí esperándolo
para seguir su conversación. Sintió que sería igual a mentirle y, al pensarlo así, le supo tan mal que
acabó contándole todo. Creyó que Katsuki se molestaría con él por haber pensado en marcharse la
misma noche en que se habían conocido y apenas terminar de pedirle que fuesen amigos, pero
muy al contrario a eso, su amor se mostró comprensivo. Incluso lo alentó a traerse consigo sus
pertenencias cuando volviera, si tenía algunas que quisiera conservar. También le explicó que ellos
se quedarían acampando ahí varios días más aún, lo que le daba tiempo para viajar tranquilo;
''Puedes despedirte como prefieras, no hace falta que te des prisa'', habían sido sus palabras. Y él
todavía no encontraba cómo agradecerle lo suficiente, a pesar de las horas que habían
transcurrido desde entonces.

Ahora, mientras atravesaba el bosque en medio de la noche, abrazó esas memorias en su interior
y las convirtió en la fuerza que necesitaba para seguir adelante, alejándose de cada vez más de
Bakugou. Por suerte, su propio campamento no estaba tan distante como él había dado a
entender; el único secreto que todavía conservaba y que le había enseñado para siempre que la
lealtad era algo muy duro de sostener a veces. Podía forzarte a escoger entre alternativas donde
ninguna era realmente satisfactoria y, eligieras la que eligieras, te dejaría un regusto muy amargo
en la boca. Suspiró y se detuvo a beber. Katsuki le había dado su cantimplora, a pesar de que él
había insistido en que no iba a necesitarla. Ahora comprobaba que había sido bueno que su pareja
insistiera a su vez en que la llevara de todos modos. Era curioso, no había sentido sed ni hambre
hasta el final del camino cuando lo había recorrido durante el día, pero ahora que regresaba sí
notaba todo eso. Y el cansancio también, aunque ni estaba a mitad de llegar al río... Aquello le
recordó que debía pensar en un método para cruzar la corriente que no fuese a nado. Volvió a
suspirar y miró el cielo nocturno. Le había tocado una noche preciosa para viajar, con la luna tan
grande alumbrándolo todo, pero a pesar de ello sabía que le convenía atravesar el río con luz
diurna. Por las dudas. Decidió que avanzaría un poco más, comería algo y dormiría un par de horas
antes de continuar, aunque eso significara que tardaría más en llegar a su casa y más aún en volver
con su amor.

Cruzar el río le costó trabajo. La única opción para evitar nadar que se le ocurrió fue utilizar un
puente, pero como no había ninguno tuvo que fabricarlo. Pasó toda la mañana tumbando un árbol
y arrastrándolo hasta la orilla, en un sitio donde las rocas que sobresalían del agua le ayudaron a
sostenerlo mientras lo empujaba hasta el otro extremo del cause, impidiendo que la corriente se
lo llevase valle abajo mientras se afanaba con eso. Fue una jornada ardua y agotadora que acabó
con toda la ración de carne que le quedaba. Afortunadamente, de allí al asentamiento Akuma sólo
le faltaban unas tres horas de caminata y llegaría a tiempo para el almuerzo. Antes de irse
comprobó que su puente resistiera al menos hasta que él tuviera que volver a cruzarlo,
asegurándolo a las orillas con bastantes piedras. Y satisfecho con el resultado llenó de nuevo la
cantimplora para seguir su travesía. Había descubierto que le gustaba tenerla consigo: además de
la función que cumplía, olía a Katsuki y hacía que lo extrañara un poco menos. Pero sólo un poco.

Alcanzó el grupo de viviendas Inukis un par de horas más tarde, cuando las patas ya le latían de
una forma incómoda por haber caminado tanto y el aroma de las presas siendo alistadas para
repartir su carne entre todos le hacía gruñir el estómago con insistencia. Curiosamente, algunos de
sus viejos compañeros de juegos lo habían visto entrar en el territorio y corrieron a su casa a
contarle a su madre que estaba volviendo. Y cuando al fin estuvo a un tiro de piedra de su tienda
había un grupo bastante nutrido de Inukis esperándolo, además de sus familiares. Eso llamó su
atención; antes de irse habría jurado que ya no le importaba mucho su presencia a cualquiera que
no fuesen sus padres. Ahora lo asaltaban las dudas al respecto: parecía como si al menos media
manada hubiera notado su ausencia, preocupándose por ello. Sintió una punzada de culpa que
creció hasta hacerse enorme y atorarse en su pecho cuando su madre corrió hacia él y cambió su
forma para poder abrazarlo tan fuerte, restregando la cara contra su pelaje. El lamió sus lágrimas
con el corazón encogido, sabiendo que sólo había regresado para decirle que se volvería a marchar
pronto. Y que esta vez sería para siempre.

No tuvo coraje para darle la noticia de su próxima mudanza a su mamá en ese momento, en
resumen. Se dijo que lo haría más tarde, después de comer, descansar y tal vez dormir en su cama
por la noche. Pasó el resto del día intercambiando cariños con ella, que lo lamió una y otra vez,
comentando que olía ''raro''. Diferente. Cuando finalmente le contó la mañana siguiente a dónde
había ido y qué había estado haciendo durante todo el día de su desaparición, comprendió que su
madre ya lo sabía. O al menos sabía que había encontrado a su pareja destinada. Lo supo por el
cambio en su aroma personal, que había permanecido distinto por mucho que ella hubiese
intentado lavar su pelaje. Había estado esperando que él se lo confirmara y había tratado de
prepararse internamente a sí misma para oírle decir que debían despedirse. Y estaba feliz por él, le
aseguró, aunque hubiera preferido que se quedase con ella unos meses más, como se suponía que
lo habían conversado hacía un tiempo.

Pero la naturaleza tenía sus propias leyes y su propio calendario, y el padre de Eijirou se lo había
mencionado la noche anterior, por si ella necesitaba que se lo recordasen. Deseaba lo mejor para
su hijo aunque eso no fuese lo ideal para ella y estaba dispuesta a dejarlo partir; sólo le pidió que
nunca olvidara que allí siempre tendría un hogar también y que podría volver cuando fuera que lo
necesitara. Su despedida resultó más tolerable gracias a ello y tuvo la ayuda de su familia para
empacar. También se llevó consigo un regalo. Algo que de todos modos habría obtenido cuando
llegara a la mayoría de edad, pero que su padre le entregó entonces, por razones evidentes. Y que
algún día, mucho tiempo después, descubriría lo útil que le resultaría, cuando ya se había olvidado
de que lo tenía.

Esa tarde cruzó el río por última vez, pero no lo hizo solo: su familia y sus antiguos amigos lo
acompañaron hasta la orilla del lado de su territorio y aullaron el saludo y los buenos augurios de
su clan durante minutos enteros, hasta que su figura se perdió completamente de vista para ellos.
También quedó firme su puente de tronco y él no lo sabría por ciclos, pero desde aquél día todas
las patrullas de frontera que llegaban hasta allí se encargaron de verificar que siguiese transitable.

De nuevo caminó hasta entrada la noche, parándose a descansar sólo cuando sintió hambre.
Comprobó que aún le quedaba la mitad del trayecto por recorrer y decidió que dormiría allí y
continuaría su viaje por la mañana. La primera vez había podido completar aquél recorrido en una
sola jornada, pero había salido de su casa temprano por la mañana y sin equipaje; en cambio
ahora no sólo había dejado atrás el río después del ocaso, sino que cargaba un paquete sobre el
lomo, lo que hacía que caminar fuese más incómodo y lo cansase más. De todos modos confiaba
en poder volver a ver a su amado cerca del mediodía o, a más tardar, en las primeras horas de la
tarde. Sólo lamentaba que probablemente no llegaría a tiempo para comer junto a él... aunque tal
vez sí podría tomar una siesta a su lado. Pensar en ello le hizo sentirse bien de inmediato y se
acurrucó encima de la cantimplora, durmiéndose con una sonrisa en el morro.

El cachorro se tardaba... Sí, cierto que él mismo le había dicho que podía tomarse el tiempo que
quisiera en despedirse de su familia y amigos. Y también era verdad que lo había dicho en serio, no
sólo porque estuviera de alguna manera aliviado de que fuese el Inuki y no él el que saliera con la
idea de trasladarse a vivir a su castillo para seguir conociéndose y terminar de sellar su amistad
( aunque no podía explicar por qué le sabía mal la perspectiva de pedirle a Kirishima que se
marchase con él, ni por qué le tranquilizó que fuese el Akuma el que finalmente lo propusiera;
suponía que verlo tan pequeño le influía de alguna forma, sin embargo... ). Carajo! Ahí estaba de
nuevo pensando mierdas como poseso, intentando imaginar si le había pasado algo al animal en el
camino, o si simplemente había decidido al llegar a su casa que siempre no le apetecía mudarse
con él. O quizás sólo era que no había llegado siquiera a su casa todavía? Se recordó que la bola de
pelos apenas se había ido dos noches atrás...

Y de todos modos sentía urgencia porque volviera de una puta vez, le parecía que había pasado
más tiempo del que sabía que había pasado en realidad y de nuevo se hallaba rondando como un
idiota por detrás de los matorrales donde lo había encontrado, esperando estúpidamente verlo
aparecer en el horizonte. La situación le irritaba. Y le enfurecía aún peor no encontrarle sentido a
sus propios actos, ni lograr controlarlos mejor. No era como si pudiese hacer algo al respecto, si
resultaba que el pequeño mierdo se arrepentía y decidía no regresar. O que él mismo tuviera otra
cosa más importante que hacer de momento que estar dando vueltas como imbécil por la jodida
pradera... Finalmente comprendió que de continuar así estallaría de furia por cualquier cosa
cuando se viera obligado a volver a convivir con su escuadrón y resolvió salir a cazar para
desahogarse haciendo algo productivo. Mil veces más productivo que caminar de un lado a otro
rumiando insultos como había estado haciendo hasta recién, eso seguro.

Y la caza fue más que bien. Cobraron dos jabalíes grandes, uno de los cuales atrapó con sus manos,
deseoso de poder sacarse de encima la urgencia de descargar en algo la frustración que le
provocaba sentirse tan inquieto. Debido a esto la cabeza del animal se echó a perder al quedar
reventada, pero pensó que tenían todo el resto, joder, para estar lamentándose por unos sesos y
un poco de carne. Volvió al campamento algo más calmado, dispuesto a faenar ese bicho él mismo
en caso de ser necesario, con tal de mantenerse ocupado. No tenía problemas con los momentos
de inactividad en sí, disfrutaba de tumbarse un rato a no hacer nada como cualquiera, pero odiaba
la inactividad forzosa y la odiaba más aún cuando estaba acompañada de pensamientos
turbulentos que lo impelían de alguna manera a actuar... sin que hubiera sobre qué.

Dejó al jabalí en la zona de la cocina junto al otro, con la idea de lavarse en el arroyo que pasaba
cerca de allí y volver, resistiéndose a la tentación de darse una vuelta por su tienda después de
limpiarse a comprobar si ya había regresado Kirishima... el cachorro de mierda... resoplando con
mal gesto se obligó a dirigirse directo a la mesa de faena y dedicarse a desollar y esviscerar su
presa. Lo cual estuvo genial. Resultó que destripar un bicho era justo lo que necesitaba para
relajarse. Se sentía mucho mejor al terminar de atarlo en la cruz, dejándolo listo para ser asado.
Sacó de sus ancas algo de carne y la reservó por si acaso el Akuma volvía, pensando que siempre
podría comérsela después él si al final no llegaba, y comenzó a acomodar la leña debajo del jabalí.
Al hacerlo notó que no le bastaría con lavarse una vez que dejara el fuego encendido; estaba tan
sucio al mancharse con sangre y hollín ( eso de utilizar siempre el mismo círculo de piedras y
rescoldos para maximizar la potencia de la fogata tenía sus inconvenientes ) que tendría que
tomar un baño. Y cambiarse de ropa. Y quitarle la mugre a la que traía puesta ahora, por supuesto.
Perfecto. Ya tenía bastante quehacer.

Se aseguró de que la leña hubiera prendido lo suficiente como para no apagarse con la brisa, pero
no tanto como para que el fuego se propagase muy rápido: era una presa grande y sólo se cocería
bien si se asaba despacio. Acabado aquello se pasó una maño roñosa por la frente y el cabello,
quitándose una capa de sudor y dejando en su lugar una de suciedad. No importaba. Iría a lavarse
en unos minutos. Después de que pasara por su tienda a buscar ropa limpia. Caminó hacia allí
pensando cómo llevarla con él al arroyo sin dejarla estropeada como la que vestía actualmente
por haberla manoseado para cargarla hasta allá. Afortunadamente había dejado la tienda abierta,
o habría tenido que tiznar las solapas que le servían de puertas para entrar... Un gañido
estrangulado, cargado de tanto terror y desesperación que le erizó la piel de cada rincón del
cuerpo, lo arrancó de sus pensamientos en un segundo. Y a pesar de esa mínima fracción de
tiempo en la que nada más debería haber podido pasar, alcanzó a ver una mancha rojiza brillante
volar hacia él y estrellarse contra su estómago, sin darle oportunidad para reaccionar, fuera de
contraer sus músculos para recibir el golpe.

La fuerza del impacto fue tal que a pesar de haberse preparado físicamente, lo tumbó al piso sobre
su espalda. Y sólo entonces supo qué diablos estaba pasando... o casi.

- BLASTY!!! QUE TE PASO!!? ESTAS BIEN!!? QUIEN TE HIZO ESTO!!??? -


Una lengua pequeña y fría comenzó a lamerlo por todas partes, recorriendo cada espacio visible
de su anatomía con una velocidad de vértigo. Y ensalivándolo de paso de una manera
indescriptible. Tomó al animal entre sus manos y lo apretó, intentando sostenerlo contra su pecho
para que se quedase quieto. No funcionó.

- QUE CARAJOS CREES QUE ESTAS HACIENDO, MALDICION!!??? -

La bestia tenía una fuerza y una resistencia asombrosas e inversamente proporcionales a su


tamaño miserable; la lengua babosa se le metió en la boca cuando estaba a punto de volver a
gritarle. Sacudió su cabeza en un acto reflejo, la giró a su derecha y escupió. Mientras se ocupaba
de ello, la voz de la criatura le atravesó el tímpano que había quedado a su merced.

- INTENTO LIMPIAR TUS HERIDAS!!! NO TE PREOCUPES! SE COMO CURARTE! TE PONDRÁS BIEN!! -

- NO ME JODAS! ESTABA PERFECTAMENTE HASTA RECIEN!! DE QUE COÑO DE HERIDAS HABLAS?


KIRISHIMA, LA REPUTA MADRE!! -

Ese bicho era irreductible! Empezaba a ponerse nervioso. No podía frenarlo a pesar de estar
usando sobre él casi toda su fuerza, no deseaba hacerlo estallar porque podría dañarlo de
gravedad, no se le ocurría ningún otro método a parte de ese como no fuera golpearle la cabeza
con el puño ( que sería igualmente peligroso con el ánimo que se cargaba ahora) y ya sentía hasta
el pelo mojado, escurriéndole saliva de perro. Por suerte para ambos, justo cuando creía que ya no
lo aguantaría más y perdería el control por completo, el cachorro se detuvo. Y lo miró estupefacto,
con los ojos más abiertos que hubiera visto jamás en su puta vida.

- Entonces no estás sangrando...? -

- Claro que no, idiota!!! -

Soltó, sin lograr contenerse y sintiendo una punzada de culpa por ello apenas cerró la boca. Pero
estaba demasiado enfadado como para que el sentimiento fuera lo bastante fuerte como para
darle importancia. Además, al cachorro no pareció afectarle: pasó de la perplejidad a la euforia sin
escalas y el rabo comenzó a sacudirse frenético, latigueándole las caderas.

- AH!! QUE ALIVIO!! ESTOY TAN FELIZ DE QUE TE ENCUENTRES BIEN!!! -

Joder... Se sentía muy lejos de ''encontrarse bien'', pero como fuera... Llegó a rescatar segundos
suficientes para restregarse los ojos y quitarse la capa de babas que le impedía ver bien, antes de
que la pequeña lengua retomara las lamidas con renovado entusiasmo. Las cuatro patas pequeñas
se le hundían junto a sus uñas en la carne, bajo el peso del Akuma. Suspiró, resignándose a su
situación. No era la primera vez que un can de tamaño y edad aleatorios lo atacaba a lenguetazos.
Pensó que más le valía ir haciéndose a la idea de pasar por este tipo de cosas regularmente, si
proyectaba construir una amistad con el Inuki... que por cierto, ahora que lo veía mejor llevaba
encima algo distinto.

Se sentó, sosteniendo al animal contra su cuerpo en un nuevo intento por sosegarlo. Esta vez le
dio mejor resultado.

- Oye, cachorro, ya. Yo también me alegro de verte y pensaba tomar un baño, pero no así, ok?
Para un poco con lo del recibimiento y dime qué es eso que traes atado al cuello. -

Tomó a la pequeña bestia de su regazo para dejarla en el piso y poder ponerse de pie. Ya no tenía
que preocuparse por ensuciar su siguiente muda de ropa, ahora sólo la dejaría algo húmeda de
saliva de perro. Era un avance genial.

- Oh!! Eso!! Es el distintivo de mi familia! Recuerdas que te conté que somos parte de los
Guardianes de Clan? Bien, esta es nuestra insignia. Hay un color para cada familia y el de la mía es
el rojo. El diseño de las rayas negras es el de los guardianes en general... Verdad que es
asombrosa? Mi padre me la entregó al despedirnos... se suponía que la obtendría cuando me
hiciera mayor, pero estaré en tu castillo para entonces... Ah! También se supone que debo llevarla
en mi brazo, pero es demasiado grande para mí por ahora... -

Kirishima lo había seguido al interior de la tienda, dándole sus detalles mientras él tomaba su ropa,
y luego fuera, de camino hacia el arroyo. Y aunque había empezado su breve relato en un tono
alegre, hacia el final le había sonado un tanto desanimado. No sabía si el cambio era porque el
recuerdo estaba asociado a la despedida con sus padres, o si se debía a la comprensión de que no
estaría con su gente cuando llegara el momento en que debería celebrarse su ceremonia de no
estar viviendo con él, pero algo dentro de su propio discurso le había afectado. Y sin pensárselo
mucho, viéndolo así dijo lo primero que se cruzó por su mente.

- Lo entiendo, pero para mí queda bien en tu cuello. Pienso que deberías llevarlo así hasta que
crezcas. Tú mismo dijiste que sólo te faltaban unos meses para hacerte mayor, no es verdad? Pues
entonces no tendrás que esperar mucho tiempo para mudar tu insignia al sitio que le corresponde.

Automáticamente levantó su cabeza para mirar asombrado a Katsuki. Cómo había podido adivinar
sin que se lo dijera lo que él sentía? O algo muy parecido a eso, de acuerdo a las palabras con las
que lo estaba alentando, que por cierto habían sido perfectas para animarlo. Sintió calor en la
cara... su amor pensaba que el distintivo le quedaba bien!! De pronto ya no le importaba si no
podía atarlo en su brazo. Ni siquiera sabía si querría cambiarlo allí cuando pudiera, aquello era
necesario para que te reconocieran como parte de la patrulla de frontera, pero él nunca tendría
que salir a patrullar con otros Inukis. Y a su Blasty le gustaba vérselo al cuello... siendo así no hacía
falta moverlo, verdad? Se respondió a sí mismo que probablemente no y entre tanto llegaron al
arroyo. Su pareja dejó las prendas que había tomado de su tienda sobre una roca y él fue a
olfatearlas, tentado de echarse encima, pero entonces el manto rojo que ya conocía le cubrió la
cabeza de repente. Salió de debajo agitando el rabo, listo para jugar a las escondidas también, y se
encontró a Bakugou quitándose esas cosas que llevaba en sus patas. La curiosidad pudo consigo.

- Qué es lo que haces? -

Olisqueó fugazmente la bota abandonada.

- Me desvisto. -

Desvestirse debía ser divertido, su amor parecía animado.

- Ah... Por qué? -

Olfateó también el resto de la ropa y creyó comprender: sin el temor de que su pareja estuviese
herida nublando su mente, la sangre que impregnaba todo sí olía a jabalí muerto. Recordó que
cuando se conocieron, Bakugou tenía un olor muy distinto. Y ''limpio''. Seguro no le gustaba llevar
la impronta de sus cacerías sobre su piel... o esas otras pieles que se ponía encima. Podía
entenderlo, los Inukis también se lavaban. Entonces obtuvo más información.

- Voy a bañarme. En el arroyo. -

Ohhhhhhhhhhhh... Se metería en el agua para limpiarse!!

- No usas tu lengua para eso!? -

Lo siguió asombrado, dudando ante la idea de dejar la orilla segura pero aun deseando jugar con
él; olfatearlo bien. El cuerpo real de Katsuki que podía ver ahora era mucho más parecido al que
las transformaciones Akumas lograban que esa versión suya con ropas que había tenido frente a sí
hasta recién.

Kirishima fue tras él prácticamente arañándole los talones hasta que la tierra perdió su firmeza
maciza bajo sus pies y el pasto se convirtió en una vegetación anegada. Luego pudo verlo ir y venir,
las patas apenas sumergidas en el arroyo, sin acabar de decidirse a entrar al agua mientras él
hundía la cabeza en ella hasta que el suave movimiento de la corriente lo relajó por completo.
Salió a la superficie a tiempo para descubrir la mirada inquisitiva y algo preocupada del pequeño,
que lanzaba en su dirección tandas de dos o tres quejidos inquietos por lo bajo, sin dejar de mover
la cola al mismo tiempo. Se escurrió un poco el cabello y le hizo señas para que se uniera a él de
una vez.

- Oye, cachorro, me he dejado en la orilla una pastilla de jabón. Puedes venir a alcanzármela? Esta
cosa no es tan profunda como parece: sólo me llega al pecho porque me he sentado en el fondo. -

Ladró una afirmación, intentando verse más decidido de lo que se sentía, se reprochó
internamente por ello y fue a tomar el jabón delicadamente entre sus dientes, tratando de
recordarse que nada hasta ahora le había indicado que a Katsuki le molestara que él ladrase. Nadó
hacia él con la pastilla cubriéndole de a poco el hocico de espuma, que se sacudió como pudo en
cuanto su pareja lo recibió.

- Esa cosa sabe horrible!! -

Se quejó amargamente. Bakugou le pasó sus manos mojadas y enjabonadas por la cabeza.

- No necesita tener buen gusto, no es para comerlo si no para que la grasa y la suciedad se quiten
del cuerpo con mayor facilidad. Luego te restregaré bien con él y verás qué suave y brillante te
queda el pelaje, ok? -

Frunció su nariz, no le convencía mucho la propuesta de su pareja, pero dejaría que le pasara por
encima esa cosa de todos modos si de verdad lo deseaba. Mientras chapoteó en el arroyo,
observando cómo Katsuki se frotaba a sí mismo el jabón por todo el cuerpo hasta que éste se
cubrió con la espuma blanca y suave. Cuando terminó y volvió a sentarse ( antes de que metiera la
cabeza debajo del agua de nuevo ) se le acercó y olfateó la capa de burbujas que le había quedado
pegada sobe los hombros. Tal vez la porquería tuviera un gusto horrible, pero olía bien. Como a
ciertas flores más otra cosa... un 'algo' de aroma punzante que no logró identificar.

Bakugou cumplió su palabra en cuanto se hubo enjuagado el jabón: lo tomó en sus manos, lo
levantó del agua y lo frotó a él también con el trozo de pastilla hasta llenarlo de espuma. Fue
divertido. Era como las caricias, pero un poco más rudo y las burbujas salían disparadas por todas
partes, flotando a su alrededor y destellando con la luz del sol, que arrancaba colores brillantes de
su superficie. Intentó atrapar unas cuantas, pero cada vez que las tomaba entre sus dientes
estallaban y le dejaban su sabor amargo sobre la lengua. Igual le encantó todo aquello. Tanto que
lamentó tener que dejarlo cuando su amor dijo que ya había sido suficiente baño para ambos.
Luego descubrió que la ropa también se bañaba y lo encontró graciosísimo, aunque tenía sentido:
hubiese sido imposible que toda esa sangre se limpiase sola.

- No sería más fácil dejarla así y usar otra? -

Investigó. Lo que realmente hubiese querido preguntar era si no sería más fácil no usar ropa en
absoluto, como hacían los Inukis, pero intuía que las prendas ayudaban a los humanos a
protegerse la piel, carente de un buen pelaje, escamas o cualquier otro tipo de defensa extra.

- Sí. Pero si todos hiciésemos eso cada vez que nos ensuciamos, no habría tejidos, paños, ni pieles
de caza suficientes para vestirnos a diario aunque fuésemos un pueblo pequeño. Y no lo somos.
Hay mucha gente viviendo en mi reino, cachorro, ya lo comprobarás en cuanto nos acerquemos a
la zona poblada. -

Se sentó a su lado, con las orejas muy tiesas. Cada vez que su amado hacía alguna referencia a su
pueblo, el tono de su voz variaba ligeramente, como si la palabra en sí misma contuviera más
emociones, pensamientos y significados de los que debería expresar. Y su mirada se afilaba y se
oscurecía, volviéndose más ... dura. Sólo había otro momento en su vida en el que había
presenciado una atmósfera parecida, que le había generado la misma sensación de peligro
abstracto, que él pudiera recordar. Una vez, a mediados del invierno ( el primer y único invierno
que él había pasado ), toda la manada fue reunida en la cueva donde almacenaban sus
provisiones. Desde los más viejos hasta los cachorros como él, que apenas tenían semanas, fueron
llevados delante del Jefe del Clan. El Akuma, enorme y serio, más grande en tamaño que
cualquiera de los Guerreros, les había dicho que si aquella semana no paraba de nevar aunque
fuese un sólo día que les diera la posibilidad de cazar o pescar lo que fuera, debían estar
preparados para dejar el campamento. Todas las familias deberían tener listo su equipaje básico,
con apenas lo justo y lo más valioso que creyeran que podrían necesitar en el camino, porque las
raciones que les quedarían apenas cubrirían el trayecto hasta el próximo campamento Inuki,
donde intentaría que los aceptaran como refugiados... Al final la odiosa tormenta sólo se había
abatido sobre ellos aquella noche y un día más, por lo que nunca tuvieron que dejar sus casas,
pero el tono de voz de su Líder y sus ojos cuando los miraba a todos mientras les daba aquél
discurso se le hacían idénticos, en sus recuerdos, a lo que veía ahora en Bakugou. Y ello le causaba
desasosiego. Un malestar que no lograba definir. Nunca había pensado antes en eso, pero
comenzaba a cuestionarse si acaso ser el jefe de un clan ( o un Rey ) sería algo muy difícil...

Katsuki sopló ante su nariz un puñado de burbujas que lo trajeron de regreso de su ensueño.
- Por qué ese hocico tan largo, cachorro? Harás que me sienta mal por haberte cosido algo con lo
que pudieras vestirte cuando te transformas. -

Esa declaración lo tomó por sorpresa. Bakugou había preparado ropa para él? Se estremeció de
felicidad. Sabía que le había dicho antes que le conseguiría algo, pero no pensó jamás que eso de
''conseguirle'' significaría, para él, fabricarle la ropa él mismo, con sus propias manos. Se sintió
profundamente emocionado por aquél gesto.

- No debiste molestarte tanto! Yo podría haberlo hecho también! -

Meció el rabo suavemente, estirando el cuello hasta alcanzar el hombro derecho de su amor ( que
era el que le quedaba más cerca ) y lamerlo con cariño.

- No me molesté. Estaba aburrido mientras esperaba que regresaras y coser era mucho mejor
opción que quedarme tumbado mirando el cielo. Pero no tienes que usar esa mierda si no te
apetece, sabes? -

De pronto Katsuki interrumpió el restregado de sus pantalones y se giró hacia él, mirándolo a los
ojos con firmeza.

- No tienes que ponértelo sólo porque ya pueda usarse. Lo hice porque tenía tiempo disponible y
porque pensé que tal vez te cubriría mejor que mi capa si decidías volver a transformarte, pero no
necesitas vestirte si no se te antoja, está claro? -

Mantuvo sus ojos anaranjados clavados en los suyos unos segundos, antes de continuar con sus
asuntos, pero él había entendido a la perfección: no quería que usara la ropa sólo para darle el
gusto. Captado. Se preguntó si todas las parejas serían así; si todas poseerían esa cualidad de
intentar que el otro se sintiese cómodo en su compañía, aún en circunstancias como la de ellos,
donde ambos eran tan distintos y casi no se conocían. La voz de su amor reclamó su atención de
nuevo.

- Ustedes... la gente de tu raza no tiene por costumbre vestirse, verdad? -

Se arrimó un poco más a él. Parecía que trataba de quitarle todo rastro de jabón posible a las
prendas que había estado refregando.

- No. Casi nunca cambiamos a forma humana una vez que aprendemos a dominarla del todo. -

Pasó su lengua de nuevo, despacio, sobre el hombro, el brazo y la mejilla derecha de Bakugou.

- Pero aun así tengo mucha curiosidad por ver esa ropa que has hecho. Y no me importa qué
pienses o digas ahora: ya me la regalaste y pretendo usarla. -
Lamió de nueva cuenta su mejilla, con mayor energía.

- La próxima vez arrepiéntete antes de darme el presente, no después. O volveré a quedármelo, te


quejes cuanto te quejes. -

Que el cachorro fuese a lamerlo no le llamó la atención; era un acto ante el cual ya había
empezado a mentalizarse. Pasaría ( posiblemente seguido ) y estaba decidido a acostumbrarse a sí
mismo a ello. Pero que le hablase así... Bueno, eso SI lo sorprendió. Alzó una ceja y lo miró de
reojo, por una fracción de segundo. El costal de pelo intentaba hacerle sentirse mejor? Pero qué
mierda...? Sí. Cierto que acababa de caer en la cuenta de que vestirse probablemente era la última
cosa que Kirishima habría considerado de utilidad en su vida. Y que nunca habría pensado en ello
de esa forma si el animal no hubiese comentado la futilidad de llevar puestas prendas hacía cosa
de minutos... a pesar de que cuando él había entrado a bañarse el tema se había tocado de forma
medianamente evidente y clara y debería haberlo pensado entonces. Pero no había hecho la
asociación. Sólo había dado por supuesto que si el Inuki volvía a tomar apariencia de niño no podía
dejar que anduviese desnudo y expuesto por ahí. Especialmente no delante de todo su escuadrón.
No era que desconfiara de sus compañeros de armas o algo... Joder! Ni siquiera podía explicarlo
para sí mismo! Era sencillamente que no le parecía bien dejar al mocoso a la vista de cualquiera...
adultos que no tenían ningún tipo de lazo con él. No era... lo que fuera! Correcto? O algo como
eso. Kirishima se veía muy vulnerable como niño pequeño y no deseaba que otras personas lo
viesen así. Y punto.

El asunto era que de tan metido en sus propias sensaciones o la mierda que fuesen, se le había
pasado totalmente por alto que para el Akuma usar ropa debía ser una idea ridícula. Y al notarlo se
había sentido ridículo él por no comprenderlo a tiempo.

Y ahora el cachorro lo intuía, lo olfateaba, lo que carajo estuviese pasando e intentaba


reconfortarlo. Era extraño. No sabía cómo reaccionar. No. Más bien no sabía cómo sentirse al
respecto.

Hacía años que sus padres habían dejado de hacer aquello ( reconfortarlo, consolarlo, esas
putadas ) cuando se sentía mal. Desde que había acabado su infancia y comenzado su
entrenamiento de guerrero. Y nadie además de sus padres había cumplido - o intentado cumplir -
aquella función jamás. Nadie excepto Kirishima ahora mismo.

Un mini-demonio que conocía de hacía dos o tres días y que no era más que un cachorro ( o eso le
parecía a él ), un mocoso pequeño que le hablaba como si fuese mayor de lo que aparentaba y
capaz de entenderlo. O al menos de hacer el esfuerzo por intentarlo. O por ponerse en su lugar.
Carajo. Retorció sus prendas hasta escurrir de ellas toda el agua que pudo y extendió su diestra
hasta encontrar con sus dedos la cabeza del animal. Le rascó las orejas dejándole el pelaje
nuevamente mojado en el proceso durante un par de minutos, en silencio, luego se puso de pie y
se estiró.

- Bien. La próxima vez me arrepentiré a tiempo. Volvamos a mi tienda, voy a dejar extendida esta
mierda para que se seque y te mostraré tu nueva indumentaria de combate. –

Extender la mierda para que se secara resultó ser colgar las prendas de una soga, atada a sendas
ramas de un árbol a otro, de modo que les diesen el aire y el sol. Casi el mismo proceso que se
utilizaba en su campamento para curtir el cuero de las pieles de sus presas que luego formaban las
paredes de sus casas. Fue un descubrimiento interesante; pero no tanto como lo sería ver por fin
su nuevo atuendo humano. Corrió hacia la tienda de Bakugou antes de que éste terminase de
verdad con lo que estaba haciendo, olfateó velozmente y por encima la cama y algunos de los
objetos dispersos por allí que hacían las veces de muebles improvisados, como si la muda de ropa
hubiese podido aparecer de la nada a su vista cuando sabía ( por haber estado allí dentro antes del
incidente con su amor ensangrentado ) que no lo iba a estar, y regresó corriendo a encontrarse
con Katsuki a mitad de camino entre la soga de secar y su vivienda temporal.

- Ah!! Olvidé decirte que dejé mi equipaje dentro de tu tienda! No sabía en qué otro sitio ponerlo,
espero que no te moleste... -

Negó ligeramente con la cabeza. El pequeño había acomodado su atado en el piso, a un lado de la
entrada, bien arrimado contra la pared derecha de piel. Por otro lado casi no ocupaba espacio, no
había modo de que pudiese molestarle.

- Sí, ya lo he visto cuando fui a buscar mis cosas, has escogido un buen lugar, pero habrá que
conseguirle una base de madera sobre la que apoyarlo luego si decides dejarlo allí o podría
mojarse con la lluvia desde abajo si en algún momento se desatara una tormenta. –

Vaya! Su amado sí que pensaba en todo! Debía tener mucha experiencia con eso de las
excursiones y demás... Claro, se le había pasado por un instante que vivía a muchos kilómetros de
ahí, en las montañas. Y que le había contado el día en que se conocieron que llevaba meses
acampando de camino hasta allí, más algunas semanas asentado, juntando provisiones para el
viaje de regreso. Se sintió un poco tonto por haber olvidado algo tan importante, pero no le dio
muchas vueltas al asunto: había cosas más apremiantes que acaparaban su atención. Katsuki tomó
un bolso de cuero engrasado muy parecido al que guardaba su equipaje, pero mucho más grande
y voluminoso ( aunque se notaba que debía estar prácticamente vacío ahora, era evidente que
había sido confeccionado para albergar muchas cosas en su interior ) y lo depositó sobre la cama.
Pocos segundos después sacaba de dentro unas piezas de tela pulcramente dobladas y se las
tendía.

- Aquí tienes. Sólo me faltan tus botas, no quise empezarlas para luego descubrir que te quedaban
muy pequeñas o muy grandes, así que decidí esperar a que volvieras para poder medir tus pies y
cortar pieles del tamaño justo. -

El cachorro, siguiendo lo que parecía ser ya una costumbre adquirida para él, había olisqueado su
bolsa de viaje en cuanto la dejó en el lecho. Y había cambiado de forma casi un instante después,
en el mínimo lapso trascurrido mientras separaba las pequeñas prendas que había hecho para él,
de la última muda de ropa que le quedaba limpia. Agradeció no haber visto por eso de frente la
transformación del Akuma por segunda vez; estaban demasiado cerca uno del otro en ese
momento como para que él hubiese podido evitar todo signo de nerviosismo ante aquello de su
parte. Así como se dieron las cosas, en cambio, no tuvo necesidad de controlar ninguna de sus
reacciones. Kirishima no parecía usar ante él ningún filtro nunca, pensó entonces, mientras lo
observaba admirar sus nuevas pertenencias, chillando de alegría y entusiasmo, con su cola rebelde
sacudiéndose incansablemente. Cuando descubrió que había cortado y cosido los pantalones de
modo que pudiera ponérselos a pesar de la presencia de su rabo, le saltó encima en un parpadeo,
rodeándole el cuello con sus pequeños brazos y estrujándolo con una fuerza que habría creído
imposible, si no fuese por su experiencia con el Inuki más temprano.

- Gracias Blasty!!! Eres asombroso!! -

- Y tienes que asfixiarme por ello? -

Consiguió decir algo enronquecido, con la frente del cachorro presionando su garganta de modo
que se estaba ahogando con su propia tráquea. El mocoso lo notó y aflojó un poco su efusividad,
sin soltarlo.

- Lo lamento!! Es que me encantan! Toda la ropa se ve genial!! Y mira!! -

Se apartó apenas, señalándose con un dedo diminuto el distintivo de su familia.

- Los colores combinan muy bien!! -


Arrugó la frente, prestando atención a lo que le decía; y era cierto, todo en conjunto parecía
formar parte del mismo uniforme. Sólo había un detalle que le resultó extraño...

- Creía que los perros veían en tonos grises. -

Comentó, y automáticamente supo que se había equivocado.

- No soy un perro!! Soy un Inuki!! Intenta acordarte de eso!!! -

Un Kirishima alterado se apartó de él con el ceño fruncido, los labios formando un mohín y una
expresión general de enfurruñamiento en su cara que le habría causado gracia, si no estuviera
presintiendo que lo había ofendido de verdad.

- Lo siento, ok? No sabía que no estaban emparentados! -

El pequeñajo lo fulminó con la mirada desde su rincón del piso. Parecía estarse pensando en serio
morderle una pantorrilla.

- COMO PODRIAMOS ESTARLO!? YO SOY UN DEMONIO, BLASTY!! -

- Y YO YA DIJE QUE LO SENTIA! JODER! -

Fragmentos de las enseñanzas que los adultos le habían dado sobre los humanos atravesaron su
mente como relámpagos, logrando clavarse en su pecho de algún modo retorcido y ominoso.
Ellos, los humanos, los consideraban juguetes. Artículos de colección extravagantes y costosos,
entretenidos para mostrar a los demás. Criaban perros como si fuesen ganado y creían que podían
hacer lo mismo con los Inukis. Pero no. No tenían poder ni potestad para hacerlo. Y aunque él
amaba a ese joven que tenía delante más de lo que hubiese creído posible amar a alguien, nunca,
jamás sería su mascota. Pensó furiosamente que debía encontrar la forma de que Katsuki
entendiera y recordara para siempre que él no era una marioneta a la que podría dominar sólo
porque lo amara con locura y, desesperado por la angustia que le provocaba el torbellino de sus
conocimientos espantosos sobre los humanos, sólo se le ocurrió un camino seguro.

De pronto los ojos de Kirishima se volvieron brillantes. Pero no como consiguen brillar los ojos
normales de los animales en la oscuridad, cuando algo los alumbra de improvisto, si no como si se
hubiese encendido una luz roja dentro de su cráneo. Brillaban como podría hacerlo una lámpara
de aceite a punto de explotar, y el vello de la nuca y de los brazos se le erizó al verlo.
El seguía molesto porque un comentario estúpido hubiese desencadenado tanta mierda y le tomó
un par de segundos comprender de verdad lo que estaba pasando; y si creía hasta entonces que
ver al cachorro transformarse de su forma canina a la humana era perturbador, fue porque no
tenía la más puta idea de lo que suponía presenciar algo aberrante de verdad...

El ambiente dentro de su tienda se volvió caliente y sofocante, lleno del olor de la carne podrida
cuando está quemándose. Le provocó arcadas y tuvo que llevarse una mano a la nariz para
intentar amortiguarlo cuando respiraba. El mocoso frente a él perdió su forma física por completo,
estirándose, deformándose hacia los lados y hacia arriba, aumentando su tamaño entre volutas de
humo que salían de su cuerpo en espirales alocadas y se extendían en todas direcciones como
dedos espectrales y hambrientos con la cualidad de reptar en el aire. Ya no era una criatura
concreta: podía ver a través de él, entre esa niebla viscosa en la que se habían convertido su piel y
sus huesos y, por un instante, estuvo casi seguro de que podría sacar su mano del otro lado de la
figura traslúcida si intentaba tocarlo... eso si no perdía la extremidad al meterla dentro de lo que
carajo fuera esa cosa, claro. Su cerebro se negaba a reconocer a Kirishima en el perro de turba
negra y etérea que reverberaba sinuosamente desde su sitio en el suelo, como la llama de una
vela cuando el viento intenta apagarla. Allí donde esa cosa se superponía con la cama y las mierdas
sobre ella todo formaba una misma realidad enajenada. Se pasó la mano libre por el pelo y desde
algún rincón de su mente decidido a aferrarse a la cordura mediante ideas absurdamente simples
y triviales, pensó que tendría que volver a bañarse, porque estaba cubierto de sudor.

Entonces la cosa habló.

- NO... SOY... UN... PERRO... BAKUGOU... NO... SOY... TU... MASCOTA... -

La voz se asemejaba bastante a la del Kirishima que había conocido, pero sonaba más hueca,
cavernosa y... bien, líquida sería una buena palabra para describirla, si alguna vez tuviese que
hacerlo. Su puta madre que sí. Esa jodida mierda no sólo no era una mascota, si no que no debería
estar en este mundo tampoco. Akumas. Demonios. Ahora le quedaba claro como la puñetera agua
de un manantial. Su cerebro se esforzaba por asimilar y analizar toda la reputa experiencia
alucinada. Lo primero que le transmitió fue la certeza ilógica e irracional de que Kirishima no
deseaba hacerle daño, ni planeaba atacarlo de ninguna manera, ni con esa apariencia ni con otra;
sólo pretendía asegurarse de que él no volvería a confundirlo con un animal de compañía. Roger a
eso. No era un puto perro. Ya entendía.

Lo segundo fue caer en la cuenta de que la cosa ''apenas'' le llegaba a la cintura. Coño! Entonces
qué carajos de tamaño podría llegar a tener cuando el mocoso fuese adulto!? Y esa sensación
aplastante de muerte, descomposición e insania la estaba logrando con una sonrisa en esa especie
de hocico brumoso de mierda... y agitando el rejodidísimo rabo! Porque sí. El hijo de puta movía la
cola.
Podía darse cuenta de eso ahora e intuía que lo notaba porque el Akuma del culo le estaba
dejando pensar con mayor claridad. De pronto se preguntó cómo sería sentir todo aquello si el
bicho quisiera atacarte. Si no te tuviese cariño de ninguna clase. Si fuese más grande. Si deseara
matarte. Si.

Kirishima volvió a parecerle un mocoso como si no hubiera visto otra cosa jamás. Y él volvió a
pensar en la guerra que estaba librándose mucho más allá del mar. Rascó distraídamente a cabeza
del niño que se le aferró a las rodillas, todavía con el gesto ligeramente enfurruñado.

- No eres mi mascota, lo capto. -

Se inclinó y lo levantó del suelo, sosteniéndolo entre sus brazos. El chico escondió el rostro en el
hueco entre su cuello y sus hombros.

- Pero ya te había dicho que seríamos amigos. No necesitabas montar la rabieta, cachorro. -

Y suspiró.

Kirishima temblaba sobre su pecho y se apretaba contra él como si quisiera fundirse en su piel.
También respiraba con dificultad. Cualquiera diría al mirarlos que había sido el mocoso y no él
quien acababa de ver a un demonio. Maldición. Lo había alzado del piso porque tiritaba contra sus
rodillas sin pensar lo que hacía. Mecánicamente. Como respondiendo a un impulso más físico que
mental, de la misma manera en que uno abre los ojos por la mañana y no piensa ''joder, tengo que
meter aire en mis pulmones''. Simplemente lo hace. Y ahora se encontraba a sí mismo sosteniendo
un pequeño engendro cambiaformas que podía hacerle perder la cordura cuando le diera la puta
gana... pero que en lugar de eso gimoteaba sobre su hombro. No entendía qué carajos estaba
pasándole, pero suponía - por todo el escándalo - que posiblemente lo había insultado
jodidamente al compararlo con un perro. El problema era que ya se había disculpado por eso no
una, ni dos, si no tres veces. Y ya estaba bueno, coño. No pensaba volver a pedirle perdón. En
cambio empezó a dar vueltas dentro de la tienda con el crío abrojado al cuerpo, masajeándole la
pequeña espalda con las yemas de sus dedos y esperando a que con ello se calmase lo suficiente
como para retomar algo parecido a una conversación.

Todo había ido excelente mientras duraba su demostración de poder. Mientras se mantenía
demonizado todas sus emociones, pensamientos y sentimientos ''de siempre'' desaparecían... No.
Era más acertado imaginar que cambiaban. Mutaban. Se convertían en algo opuesto o
distorsionado de lo que eran. Así, las expresiones de alegría o de amor que percibía en otras
personas lo encolerizaban, lo llenaban de un odio ciego y descomunal. Y otras manifestaciones
como el terror, el dolor, la desesperación o la agonía le resultaban increíblemente satisfactorias.
Ah... demonizado, el olor de los remalazos variables de miedo y locura que fluía desde Katsuki le
había dado un placer inconmensurable... y enfermizamente pavoroso.

Una parte de él había deseado con un fervor nauseabundo hacerle daño; pero no cualquier tipo de
daño, si no daño de verdad: sumirlo en una serie de juegos que lo harían pedazos mental y
físicamente, que lo harían gritar de tormento hasta que le sangrara la garganta... Y a esa parte de
sí no sólo le encantaba la idea, si no que se le ocurrían miles y miles de métodos con los que
conseguir los tan preciados alaridos.

Aquello había llenado de espanto al resto de su ser, permitiéndole recuperar el control de su


voluntad, su mente y su cuerpo. Sólo por eso había podido reducir la intensidad de la maldad que
lo estaba engullendo y salir de allí, poniendo su conciencia normal a cargo de nuevo. Y en un
instante pasó de sentirse ávido y eufórico a sentirse terriblemente culpable. Tomar aquella
identidad había sido un fallo sin remedio. Y mostrarse así ante Bakugou un error imperdonable.
Horrorizado por todo lo que había pensado, sentido y deseado mientras era un demonio
completo, había corrido a refugiarse en su amado en cuanto consiguió volver a reconocerse como
él mismo. Se había abrazado a las piernas ajenas consumido por el pánico, seguro de que lo
patearía para rechazarlo y no querría volver a verlo jamás. Convencido de que ahora le temería
para siempre y nunca más le dejaría acercársele.

Pero en vez de eso, su amor lo había tomado en sus brazos y le había hablado como si nada
monstruoso hubiese pasado. Y estaba tan desbordado por todo! Deseaba pedirle perdón por
haberlos arriesgado a los dos de esa forma sólo para demostrar su estúpido punto. Disculparse por
dejarse llevar por el temor a que pensara en él como en una mascota a pesar de que sí, sí era
cierto que ya le había dicho que serían amigos... pero le temblaba tanto el mentón que no podía
hablar. Ni lograba que nada aparte de gemidos saliera de su garganta. Lo peor era que Katsuki
estaba tratando de consolarlo... No. No. Lo peor de verdad era que él sabía que asumir una
identidad demoníaca era muy peligroso. Sabía que no debía hacerlo sin un guía más
experimentado que le fuera mostrando cómo dominarse y sabía que nunca debía dejarlo salir sin
control o mientras estuviese en un estado emocional inestable. Y había hecho exactamente eso de
la lista, todo junto. Pensar que podría haber matado ( o peor, torturado hasta matarla ) a su pareja
por un arrebato espontáneo de miedo irracional e idiota le hacía sentirse fatal. Poco digno del
afecto que le estaban demostrando ahora al confortarlo para que pudiera calmarse. Se aferró con
más fuerza a su Blasty y restregó su rostro contra el cuello del joven.

- Lo lamento... -
Susurró, sorbiendo luego por la nariz.

- No voy a hacerlo más... –

Se frenó en seco al oírlo. Hasta hacía uno o dos minutos, había llegado a la conclusión de que
Kirishima se había quedado dormido mientras lo paseaba. Llevaba un rato muy quieto y, aunque
suspiraba de vez en cuando de esa manera característica que tiene la respiración de un niño que
ha estado llorando, nada más le había hecho pensar que siguiese despierto. Entonces lo había
estrujado de repente y supo que no dormía; pero de allí hasta esto... Bueno. Había distancia. Y él
deseaba entender qué vergas estaba ocurriendo con el mocoso. Mejor aún: quería saber qué
vergas estuvo pasando desde antes. No le interesaba que Kirishima se disculpara aunque le
hubiese dicho que no necesitaba hacer rabietas. Eso era para que supiera que tenía otras opciones
para hacerse escuchar antes de llegar a los extremos, no para que le prometiera que no iba a
volver a transformarse en demonio jamás...

No era que considerase maravillosa la experiencia, ni que estuviera encantado de haberlo visto,
pero... en fin, que el día que se conocieron le había dicho que no tenía que cambiar para llevarse
bien con él, cierto? Que no tenía que dejar de ser quien era para que fuesen amigos. Y no iba a
retractarse de sus palabras sólo porque la pequeña bestia lo hubiese encontrado con la guardia
baja o porque había sido tan imbécil de no asociar la idea de un Akuma con lo que un Demonio era
en realidad. O porque hubiera sido vergonzoso descubrir que ante una criatura como esa no era
capaz de reaccionar; que sentía todas las pulsiones de ataque y la urgencia de defenderse
haciendo lo que fuera... pero no podía moverse. Había sido una puta mierda? Sí. Era un recuerdo
traumatizante? También. Le había gustado enterarse? Para nada. Estaba conforme con algo? En
absoluto. Sin embargo tenía que reconocer que prefería jodidamente haberlo descubierto así,
ahora, que más adelante en el medio de un combate. Entonces no podría haber hecho nada para
evitar las consecuencias de su fracaso ni para preparase para un encuentro futuro, porque no le
habría quedado futuro alguno.

Habría muerto por no poder sobreponerse a la parálisis que el control que el demonio ejercía
sobre su mente le imponía, sin activar un puto músculo para protegerse. Y eso habría supuesto
una muerte deshonrosa y pusilánime. El no deseaba morir patéticamente, como un ciervo
encandilado con el reflejo de un espejo, quedándose estático mientras lo despedazaban o lo que
mierda fuese que pudiera querer hacerle a su cuerpo inerte una cosa como la que había visto ( o
peor, estaba seguro de que habría cosas peores, carajo, si había visto un cachorro, joder!! ). No. Lo
había decidido hacía años: si estaba en su destino morir peleando, entonces moriría
grandiosamente. Mataría a tantos infelices como pudiera antes de dejar este mundo de mierda y
arrastraría consigo al infierno al último bastardo que lograra quitarle la vida. No se iría en silencio.
No de forma pacífica. Y definitivamente no pasiva y dócilmente como si fuera un estúpido. Y para
eso tenía que poder moverse, pasara lo que pasase, verdad? Verdad.

Así que, bien mirado el asunto, Kirishima le había hecho un enorme favor. Le había demostrado
que todavía no era tan bueno como él creía. Y aunque la enseñanza había sido un tanto
humillante, seguía siendo un aprendizaje muy útil. Su orgullo tendría que joderse por esta vez...
coño, él tendría que joderse por esta vez también, al fin y al cabo nadie le había obligado a
prometerse a sí mismo que no se dejaría impresionar ni amedrentar por nada de lo que Kirishima
hiciese, fuera esto lo que fuese... como transformarse en demonio y la puta que los había parido a
los dos. Se dio un último cachetazo mental. Con el único detalle con el que aún se sentía satisfecho
de sí mismo era con ese tema de mantener sus nervios bajo control. Había logrado dominarse y
evitado terminar temblando como hacía el cachorro, que era pequeño todavía y seguro no sabía
cómo hacer el trabajo. Y, para ser completamente sincero, la labor de intentar calmarlo a él le
había servido de catarsis y facilitado tranquilizarse a sí mismo. Alejó apenas al mocoso de su
pecho, lo suficiente como para poder levantarle la barbilla y hacer que lo mirase a la cara.

- No importa. Ya pasó. -

Consiguió dibujar en sus labios una mueca parecida a una sonrisa sardónica.

- Además, esa fue una demostración cojonudamente interesante. -

Se quedó mirándolo a los ojos totalmente fascinado. Katsuki era asombroso. Fabuloso. Fantástico.
Era... no encontraba una palabra adecuada que lo describiera con justicia. Había estado
acurrucado contra su pecho desnudo y apoyado la frente sobre la piel de su cuello y sabía por ello
que el corazón de Bakugou latía desbocado. Todavía podía oler el miedo en el sudor que le había
mojado el cabello. Pero aquello era lo único que denotaba que acababa de superar un shock
inmenso. Eso y sus pupilas todavía un poco dilatadas, con los párpados algo tensos que le
conferían un aspecto ligeramente más tieso que el usual. Infimas marcas que no serían
reconocibles sin una familiaridad previa con él, un excelente olfato o la posibilidad de llegar tan
cerca de su cuerpo como lo estaban ellos ahora... algo que dudaba que fuese factible si su amor
estuviese en una situación de estrés similar, pero con alguien que ocupara otra categoría, como un
enemigo.

Sintió una renovada admiración hacia él por eso, era tan fuerte... tan recio... Pensó que quien
intentara quebrantarlo se encontraría ante una tarea muy ardua, e inmediatamente se reprochó
por imaginar un escenario tan incisivo y emocionalmente árido para su pareja. No, este joven que
se había ocupado de calmarlo a pesar de estar él igualmente alterado, y le había ofrecido soporte
mientras él juntaba los trozos de su persona que había desperdigado por su propia mano, aun
cuando era evidente que hubiese necesitado sostén para sí mismo también, merecía algo mejor
que eso aunque fuera en las fantasías de otro. Una secuencia donde recibiera más amor. Deseó
poder crecer mucho más rápido de lo que sabía que lo haría. Llegar a ser idénticamente fuerte
para poder retribuirle de la misma manera todos los cuidados que empezaba a vislumbrar que
recibiría mientras estuviese pequeño... y quizás después. Barruntaba que Katsuki era alguien muy
protector, aunque no fuese consciente de ello o no reconociera esos impulsos como tales.

Encontró ese pensamiento gracioso, incluso entre toda la marea de sus otros sentimientos. Ah...
Estar emparejado era muy agotador. Abrumaba. Nunca antes había tenido tantas emociones
peleando por hacerse lugar dentro de él al mismo tiempo. Qué sabia era la naturaleza al unirlos
tantos meses antes de la época de celo! O al menos esperaba haber aprendido a lidiar con todo lo
que le pasaba para entonces... Suspiró, decidido a enfocarse en el presente. Bakugou tenía la
entereza de elogiar su poder a pesar de lo desafortunadas que hubiesen sido sus elecciones de
motivo, momento y lugar. Quería estar a su altura, aunque ahora se diera cuenta de que había
sido una equivocación hacer aquello de esa manera. Quería que viese que no siempre sería una
bola de pelo temblorosa que conseguía un logro para después recular. Y aparte deseaba
reconciliarse, claro. Para eso tenía que dejar atrás lo que había pasado, tal como hacía su amor...
quien por cierto de seguro debía tenerlo mucho más complicado que él. Todavía le costaba
creerse que siguiese a su lado. Que no lo hubiese matado en cuanto volvió a tomar forma humana.
Que se hubiese atrevido a sostenerlo en sus brazos y consolarlo... Por los Dioses!! Su amado era
insólitamente valiente! Comenzó a besarle la cara con efusividad.

- Verdad que sí!? Y será mucho más deslumbrante cuando crezca!! -

De la nada, el mocoso cambió su expresión abatida por otra animada. Levantó las orejas y volvió a
sacudir el rabo. Por lo visto, sólo necesitaba tranquilizarse y que lo alentaran un poco.

- Sí. Me imagino... Oye, qué es esa cosa de ''blasty'', ah? Antes creía que habías entendido mal mi
nombre, pero hace un rato lo pronunciaste muy bien. -
- Es tu nombre de guerrero! -

Le respondió Kirishima al instante con mucha seguridad, sonando muy satisfecho de sí mismo por
alguna razón que se le escapaba. Luego ladeó la cabeza y una sombra de duda cubrió su semblante
por un momento.

- A menos que ya tengas uno, por supuesto. Pero si no lo tienes, puedes quedarte con ese, yo lo
pensé para ti y creo que te va muy bien... -

El pequeño le dedicó una de sus sonrisas enormes, que dejaban al descubierto hasta el último de
sus afilados dientes en punta. El contraste entre aquél gesto tan amistoso y la colección de
cuchillas que quedaban dentro de su boca le trajo el recuerdo cercano de la otra sonrisa, la más
espectral que había visto en su versión demoníaca. Se esforzó por apartar esa imagen de su
memoria.

- Un nombre de guerra... -

Murmuró, pensando en voz alta, y el cachorro asintió como si estuviese hablándole a él.

- No. No tengo algo así todavía. -

La verdad era que nunca había pensado en el asunto siquiera. Nunca se le había ocurrido que
pudiera necesitar otro nombre aparte del que ya tenía. Y menos en un idioma distinto del propio.

- Significa casi lo mismo que Bakugou, pero en mi dialecto. -

Dijo enseguida Kirishima, como si hubiese podido leerle el pensamiento.

- Hace alusión al sonido de una explosión, sólo que en lugar de referirse a cualquier explosión en
general, estarías nombrando su estallido también al mismo tiempo como... como... -

Le vio fruncir el entrecejo y pareció que estuviese exprimiendo su cerebro para buscar las palabras
adecuadas.

- ... como si al ''Boom'' le agregaras el ''Yiiiummm'' y el ''Crasshh'' de las cosas que salieron volando
y cayeron después! -

Explicó finalmente, haciendo un arco amplio con sus brazos hacia arriba y a los lados a modo de
gráfico, al tiempo que describía los sonidos. Después lo observó con ojos curiosos, comprobando si
él había podido entenderle o no.

- Comprendo... -

La cola que se había detenido muy tiesa todo el tiempo que duró la explicación volvió a mecerse
despacio.

- Entonces sí te gusta...!? Verdad que es nombre muy genial!? -


No supo qué contestarle. No le sonaba 'mal' precisamente, pero él hubiese elegido algo más
impactante como 'nombre de guerra'... Algo que al escucharlo hiciese pensar al oyente que no
saldría bien librado si se encontraba con él... Algo como... Asesino Explosivo, por ejemplo. O Rey
de los Estallidos Mortales... o alguna mierda por el estilo. Algo que impusiera respeto. Blasty, en
cambio, se oía hasta amigable si no sabías lo que significaba. Y probablemente no iba a cruzarse
con mucha gente que conociera el dialecto Inuki y supiera lo que significaba... Mientras tanto,
Kirishima lo miraba sumamente emocionado, impaciente por conocer su veredicto y obviamente
esperanzado por que fuese favorable. Joder. No se imaginaba usando ese nombre en plena
batalla, pero tampoco conseguía articular la frase ''prefiero que no, gracias'', u otra que cumpliese
la misma función. Maldita sea! Finalmente, al cabo de lo que le supo como una eternidad, le
respondió al mocoso que no sabía si en su ejército solían llevar nombres de guerra, porque nunca
antes había oído ninguno, pero que ya que en su pueblo sí acostumbraban tenerlos, no veía por
qué no podía llamarlo así él, si lo deseaba.

Venturosamente aquello pareció bastar para hacer feliz al pequeño. Volvió a la carga con su
avalancha de besos, frotándole la cara contra su mejilla. Era demasiado afecto para él, pero lo
soportó como mejor pudo, suponiendo que todo eso seguía siendo mejor alternativa que
Kirishima con apariencia de niño lamiéndolo como cuando parecía perro... carajo. Podía aún
llamarlo ''perro'' en su fuero interno? Teniendo en cuenta que para él no lo estaba insultando, ni
ofendiendo, ni nada? Putamadre... Comenzaba a sentirse emocionalmente agotado.

Y por lo visto no era el único que acusaba cansancio. Enseguida Kirishima interrumpió su ataque
de cariños para bostezar y refregarse los ojos. Eso le recordó que el chico ya le había comentado
que no podía conservar la forma humana mucho tiempo porque le generaba desgaste, y se
preguntó si transformarse en demonio sería lo mismo. O tal vez sería más extenuante? Había sido
un enorme despliegue de poder... y no tenía idea de cuántas horas había viajado el cachorro para
llegar hasta allí aquella tarde, desde donde fuera que se hallara su antiguo hogar. Eso sin contar el
recibimiento trastornado que le había dado, el baño y el episodio de rabieta y llanto posterior,
todas mierdas que - sabía - drenaban la energía de los mocosos. De pronto no supo cómo lograba
el pequeño mantenerse todavía derecho en sus brazos, así como estaba sentado sobre ellos sin
ningún otro soporte que su propia espalda.

Cambió la postura de su mano derecha para que le sirviera de respaldo hasta acercarse a su cama,
donde lo acomodó.

- Ok, mocoso, ya sabemos que la ropa te queda. Quítatela así puedes regresar a tu forma real,
vamos a tomar una siesta. -
El contacto con las mantas del lecho suave y blando hizo que sintiese más sueño aún. Una siesta
sonaba estupendo! Volvió a bostezar e intentó desvestirse como Blasty le pedía; descubrió que,
por algún motivo desconocido e inexplicable, la tarea no le resultaba tan sencilla como lo había
sido ponerse las prendas. Lanzó un gruñido de contrariedad y enseguida las manos de su amado
acudieron en su ayuda.

- Sólo por esta vez, de acuerdo? Se supone que debes hacerlo tú mismo. -

Kirishima bostezó una afirmación. Había regresado a su apariencia de cachorro apenas acabó de
desnudarlo. Dobló el conjunto para guardarlo en su bolso de viaje mientras el pequeño se ovillaba
sobre la cama, pero un segundo más tarde levantó su cabeza otra vez.

- Ah... Blasty! Tú dormirás también? Quieres que te deje espacio? -

Le devolvió la mirada pasándose el dorso de su diestra por la cara. La idea de acostarse era
tentadora, pero de verdad sentía la urgencia de volver a bañarse antes de poder pensar en dormir.
Le parecía que el hedor de la bestia demoníaca se le había quedado impregnado en la piel, en el
pelo, dentro de la nariz y en todas partes. Además, el sudor frío que le había caído mientras la
tenía enfrente le había dejado la sensación de estar cubierto de una película pegajosa y rancia que
le resultaba molesta. De todos modos asintió con un gesto antes de hablar.

- Iré primero a lavarme un poco, pero sí. Vendré a acostarme cuando termine. Igual acomódate
como quieras, que yo me las arreglaré. No es que pretenda desilusionarte, pero no ocupas tanto
lugar como crees. -

Dedicó al cachorro una sonrisa sutilmente visible, que le fue correspondida con otra a hocico
abierto y cola batiente que duró un instante, antes de que el cachorro acomodara de vuelta la
cabeza sobre sus patas con un suspiro, entregándose a su sueño.

Una vez fuera de su tienda tomó el resto de la pastilla de jabón con que se había bañado antes y la
hizo girar entre sus dedos, observándola mientras pensaba. Y siguió pensando de camino al arroyo
y durante su segundo baño. Tenía que encontrar el modo de romper esa parálisis de la que había
sido presa del demonio antes y lo único que se le ocurría era exponerse a sí mismo a esa cosa una
y otra vez, hasta que su mente se acostumbrara a la sensación de enajenación terrorífica. O se
volviera loco en el proceso. Lo que pasara primero. Suspiró, dejando que el agua se escurriera de
su cuerpo y éste se fuera secando con la brisa tibia. Era un riesgo muy grande el que estaba
planeando correr, pero lo consideraba necesario. De alguna forma creía que sería peor para él
saber a lo que podría llegar a tener que enfrentarse y huir de ello, sin hacer nada para preparar su
psiquis para lo que con toda probabilidad le tocaría revivir.
Se vistió y se dirigió a su tienda. Ya tenía decidido qué curso de acción tomar. Sólo le restaba
averiguar si Kirishima estaría dispuesto a prestarle su apariencia de demonio para entrenarse con
ella.

Se tumbó en su cama junto al cachorro, que había cambiado su postura enroscada por otra
vertical. Absorbido por sus cavilaciones, le costaba conciliar el sueño a pesar de la sensación de
agotamiento anímico que tenía y pronto se distrajo mirando dormir a Kirishima. El pequeño movía
sus patas crispadamente a intervalos regulares como si estuviera corriendo, allí donde quiera que
su inconsciente lo hubiese llevado. Alzó la mano y la pasó distraídamente por el flanco agitado del
Inuki, notando cómo éste se distendía enseguida, con un suspiro profundo. Se preguntó si tendría
pesadillas. Podía sufrir esas mierdas el animal...? Aunque no era exactamente un animal, cierto?
Lo arrimó contra sí un poco más. Peinar con sus dedos el pelaje rojizo, sedoso y mullido, no sólo
era relajante para su dueño, sino también para él mismo. Cerró sus ojos y se dejó invadir
definitivamente por el letargo.

La conversación sobre volver a transformarse en demonio para que él pudiese ir acostumbrándose


a la experiencia no fue tan serena como su siesta. Kirishima había reaccionado alterándose y no
quería siquiera acabar de escuchar su propuesta, ni saber nada de ningún intento de ninguna
clase, en ningún momento, nunca más. Le costó horrores conseguir que bajara la alarma, le
prestara atención en serio cuando abordaba el tema y oyera sus argumentos para considerar una
buena idea ( o al menos una idea practicable, joder ) exponerse a sí mismo regularmente a su
apariencia demoníaca, con todo lo que ésta encarnaba, hasta lograr su objetivo de poder
mantenerse en control de su propia voluntad a pesar de la atmósfera de insania y la subyugación
que el ser demonizado traía consigo. Y para ello, primero tuvo que escuchar a su vez los motivos
que Kirishima tenía para no querer intentar ni de broma poner en práctica semejante ''proyecto''.

Ante todo, el cachorro lo aleccionó sobre algunas cosas, como ser: que los Inukis no eran criaturas
agresivas. Eran una comunidad pacífica. Sabían defenderse, sí, y atacar también, pero sólo lo
hacían en casos de extrema necesidad. Si se veían obligados a ello. Nunca porque sí, o si había
aunque fuese una posibilidad de evitar pelearse.

Además, sólo aprendían a controlar su lado demoníaco para que jamás pudiese adueñarse de
ellos, pasara lo que pasara, es decir, con el fin de evitar que alguna vez, transido de dolor, ira o
pena, alguno cayera en frenesí y se convirtiera en demonio para siempre. Y para siempre, era POR
SIEMPRE; si caían jamás podían regresar. Se quedaban así, olvidaban quiénes habían sido antes y
todos sus seres queridos, o aquellos que hubiesen sido importantes para ellos alguna vez, perdían
su significado y su valor como objeto de amor.

- Pero aun así puedes mantener esa forma por unos minutos sin perderte, no es verdad? -

Había insistido él, comprendiendo lo que el pequeño decía, pero resistiéndose a dejar estar lo que
veía como su única oportunidad de aprender a hacerle frente a posibles futuros enemigos, desde
una posición relativamente segura.

- Ssí... Sí, pero es muy arriesgado, Bakugou! -

Trató de hacerle entender a su amor el nivel del peligro, desgarrado entre su deseo de ayudarlo,
de servirle; su necesidad imperiosa de protegerlo y cuidarlo, y su temor infinito a lastimarlo sin
querer de manera irreparable. Se sentía tan frustrado... Katsuki era insufriblemente tozudo!
Suspiró azogado cuando advirtió que su amado no tenía intención de dejar el asunto por la paz.

- No tienes que atacarme o algo! Sólo debes convertirte en esa cosa y quedarte parado donde
estás por un minuto de mierda o dos!! No será para tanto y a mí me beneficiará muchísimo! Joder,
Kirishima... es que acaso tengo que pedírtelo por favor!!? -

Sintió que la situación lo aplastaba contra el piso y agachó las orejas con sorna.

- Sabes...? Honestamente, eso no estaría nada mal. -

Bakugou escupió una serie de maldiciones e insultos de los que sólo alcanzó a entender la mitad.
De repente sintió algo de pena por él; se adivinaba de lejos que no estaba acostumbrado a ''pedir''
nada a nadie, que lo suyo era más bien gritar órdenes y esperar que los demás las cumpliesen lo
bastante rápido y bien como para no romper en amenazas mientras iba a hacerlo por sí mismo. Y
ahora se veía forzado a solicitarle su ayuda a él... que a sus ojos debía de estar negándose con
excusas. Se preguntó si acaso para Katsuki el sólo hecho de contarle sus razones para buscar su
cooperación habría sido, en sí, un acto desesperado. No era muy difícil imaginarlo de ese modo...

Por otro lado, si aún siguiese viviendo con su gente, no se habría salvado de practicar aunque
fuera una hora diario, con sus respectivos descansos cada cierto tiempo, el dominio de su demonio
interior. Quizás se había apresurado al negarse en redondo, llevado por el miedo de lastimar a su
pareja?

- Podrías Por Un Jodido Favor Ayudarme Con Esta Puta Mierda... Kirishima...!!? -

Casi se atraganta con su propia saliva en el esfuerzo de no reírse. Bakugou parecía a punto de
sufrir un ataque de algo. Podía distinguirle cada vena de la frente, el cuello y los hombros, pero lo
más gracioso era que había sonado igual que si hubiera ladrado. Se mordió la lengua para
contenerse, aunque no pudo evitar que su cola se moviera.

- Okay... Vale! Si lo pides así... ~

Su amor lo levantó del pellejo en vilo y lo zarandeó en el aire, totalmente fuera de sí.

- ME ESTAS JODIENDO, BASTARDO!? TE VOY A MATAR! KIRISHIMA, LA PUTA MADRE... TE VOY A


DESPELLEJAR Y ME HARE UN CINTURON COJONUDO CON TU CUERO! CACHORRO DE MIERDA... -

Y así siguió por un rato, después de volver a dejarlo en el piso para tener las manos libres y poder
estallar todo lo que encontró por ahí, rabiando hasta que se calmó. Lo que debió llevarle alrededor
de veinte minutos, según sus cuentas. Woow. Aquella era una faceta de su amado que no se
esperaba y lo sorprendió muchísimo, aunque más que asombrado por el nivel de su ira, lo que le
extrañó fue que en ningún momento lo agrediera realmente... a pesar del sin fin de frases con las
que lo amenazó. Aunque sí lo había sacudido bastante. Pensó que seguro sería muy capaz de
atizarle una colleja si no se andaba con cuidado cuando lo hiciera enfadar. En cualquier caso, no le
parecía prudente rondarle cerca si así era como Bakugou ''manejaba'' sus accesos de furia...

Como fuera, de momento lo observó a una distancia que calculó recomendable hasta que
consideró que Katsuki ya se había tranquilizado lo suficiente como para hablarle otra vez.

- Podríamos intentarlo una hora por día, todos los días, pero no más. Y tampoco de corrido,
porque nunca me he mantenido de ese modo tanto tiempo y no podría sostenerlo sin perder el
control. Eso estaría bien para ti? -

Gruñó, lanzándole a la bola de pelo una mirada airada. Todavía seguía irritado por el tono con el
que Kirishima le había contestado antes, como si hacerle pedir de favor hubiese sido la cosa más
divertida del mundo... aunque era cierto que le estaba exigiendo al Inuki que hiciera por él algo
que el pequeño no sólo no deseaba, si no que le resultaba incómodo, inquietante o una mierda
así, según lo que había entendido. Porque sí. Había entendido lo que le planteaba a pesar de
continuar presionando porque lo forzaba a ello su necesidad de sentirse bien preparado para
cualquier cosa. Gruñó de nueva cuenta. Tal vez él se hubiera apañado lo suyo para que Kirishima
se hiciese rogar y se lo merecía. De cualquier manera una hora de entrenamiento, aunque fuese
fraccionada, era mucho más de lo que había esperado conseguir.

- Perfecto. Te parece bien a ti si empezamos mañana mismo? -


Resultó que al cachorro se lo parecía y, a partir del día siguiente a ese, todas las tardes se tomaban
una hora para practicar; él controlar su cuerpo para que le obedeciera a pesar de todo y Kirishima
dominar la vileza de su ser demoníaco para que no lo consumiera. Ambos tuvieron mucho
aprendizaje por delante y les demandó un esfuerzo tremendo conquistar sus metas, pero ninguno
llegó a plantearse nunca abandonar. Naturalmente, Bakugou no le participó a nadie más sobre
aquello. Se convirtió en un secreto entre ambos, debido principalmente a que el heredero al trono
sabía de sobra que ninguno de sus compañeros de armas estaría de acuerdo con eso, y que tanto
sus consejeros como sus ministros y los generales del ejército considerarían una locura que se
expusiera de tal manera, por lo que nunca les dijo qué era lo que iban a hacer en verdad al bosque
cuando se ausentaban del asentamiento. Según lo que todos pensaban, salían a cazar. Y como
muy cada tanto habían vuelto sin presas, nadie sospechó nunca que no hubiesen estado saliendo
sólo a eso.

Finalmente llegó el día en que levantaron el campamento. Durante la travesía no tendrían ni


privacidad ni espacio para practicar, así que decidieron suspender sus sesiones de entrenamiento
hasta que llegaran al castillo. Eso sería hasta dentro de dos meses y a Bakugou no le gustaba un
carajo tener que dejar pasar tanto tiempo hasta poder retomar sus ejercicios de voluntad, pero
como no le quedaba de otra, tuvo que aguantarse. Y se aguantó, más o menos. Pasó la mayor
parte del viaje de mal humor, sin paciencia para casi nadie, casi nunca, como no fuese éste
Kirishima. Hacia comienzos del segundo mes de excursión - y mitad del verano - la tercer parte de
sus hombres pensaban que malcriaba demasiado al Inuki. Que le tenía demasiadas
contemplaciones y le permitía hacer prácticamente cualquier cosa que le diera la gana.
Básicamente, que no tenía ninguna autoridad sobre él porque no le ponía empeño alguno a
tenerla. Y no atinaban a entender el porqué de esa situación, como tampoco el por qué o para qué
lo quería, se tomaba en serio lo que el animal le decía como si fuese una persona como cualquiera,
confiable y de fiar, e insistía insensatamente en llevarlo consigo al castillo.

Y no podían comprenderlo porque, para todos ellos, por muy bonito que se viese y muy agradable
que resultase el cachorro, sólo era lo que parecía: una especie de perro pequeño que su Rey se
había encaprichado en conservar de mascota. Ni le encontraban más utilidad que la de prestarse
para ser mimado y hacer gracias, tampoco.
Llegar al castillo tampoco significaba que podría empezar a entrenar otra vez enseguida: apenas
estuvo allí dos días y medio ( durante los cuales lo ahogaron en audiencias y asambleas hasta que
realmente creyó que podría matar al siguiente bastardo que se presentara a pedirle algo ) antes
de tener que salir de viaje otra vez para asistir al casamiento de mierda al que estaba invitado. El
príncipe vecino se llamaba Todoroki, le recordó uno de sus asistentes de cámara, y se lo escribió
en un trozo de pergamino que luego cosió a la parte interna del peluche que adornaba su capa,
para que pudiese leerlo en caso de que se le volviese a olvidar. Kirishima, que se había mostrado
muy entusiasmado y admirado por la sala del trono la primera vez que la vio, había acabado de
comprender por las malas por qué él le había confiado que era el sitio que más detestaba del
castillo y odiaba tener que pasar tiempo allí: como se empeñaba en quedarse cerca suyo para ver
lo que hacía ( y cómo lo hacía ), terminaba durmiéndose de aburrimiento a un lado del trono o
sobre su regazo, durante las horas cercanas al mediodía en las que él no había llegado a
exasperarse por completo aún.

La única cosa positiva de ese evento social era que el reino vecino no estaba muy lejos ( o al
menos, los sitios en los cuales se emplazaban sus respectivos castillos no lo estaban ) y el viaje sólo
duraba unos días. Además, la ceremonia en sí no era muy larga: el día en que los invitados
entregaban sus presentes, la noche en que se celebraba la boda en sí, y el banquete de la tarde
siguiente, después del cual extender la visita algunas jornadas más o no era un menester opcional.
El, lógicamente, tenía pensado salir cagando de ahí en cuanto cerraran el último brindis en honor a
los novios. No necesitaba toda esa basura, solamente iba porque estaba obligado por el protocolo
a asistir. Y sobre ese asunto... Se suponía que partiría con una escolta de cuatro soldados y un
acompañante perteneciente a la corte, pero él no tragaba a ninguno y resolvió ocupar ese puesto
con la presencia de Kirishima. Envió al otro príncipe un cuervo con una esquela en la que le
consultaba si le sería factible hacer ese cambio y recibió un sucinto ''No veo por qué no''. Para él
bastaba con eso. Explicó al cachorro a dónde lo llevaría y qué iban a hacer allí, con la intención de
darle una idea más o menos completa de cómo tendría que comportarse, pero descubrió que no
sería necesario. El Inuki entendió enseguida que se trataba de una unión entre dos personas y que
era una ceremonia sagrada y le aseguró que sabía cómo debía mostrarse respeto en ocasiones así.

Y una vez en el palacio del reino aliado, descubrió que incluso si el sentido o significado de
'mostrar respeto' que Kirishima tuviera no se pareciera en nada al que el protocolo real dictaba,
seguramente habría muy poco que el cachorro pudiese hacer para echar a perder la fiesta o las
relaciones políticas... La princesa Yaoyorozu, futura consorte del príncipe, halló al Inuki adorable a
tal punto que le hizo sospechar que, aún si el pequeño se lanzaba sobre la mesa del banquete y
hundía el hocico en pleno pastel de boda, ese acto no habría bastado para estropear su alianza.
Como sea, mejor para él si la flamante reina quedaba encantada con su acompañante; uno nunca
sabía qué mierdas podían llegar a obrar a tu favor un día X, cuando lo necesitaras.
Más tarde, después de haber entregado sus regalos a la pareja real, mientras tomaban un bajo
juntos en la recámara que le habían preparado, se vio en el trance de aclararle a Kirishima otra
clase de cosas, de las que no había pensado en su tiempo que le tuviese que hablar.

- Me cae muy bien tu amigo. Es simpático! ~

Soltó el Akuma, cuando lo restregaba con la barra de jabón.

- No es mi amigo, cachorro. Es un aliado de mi reino... eso es alguien con quien te llevas bien por
obligación. -

La pequeña cabeza cubierta de espuma se alzó en su dirección.

- Por qué no? A mí me parece agradable... -

Arrugó la frente, alzando una ceja. Por un segundo creyó que el animal estaba siendo sarcástico,
pero lo tuvo que descartar enseguida porque la mirada que le dirigía se veía muy límpida.

- Agradable cómo!? Si casi no ha dicho nada! Se la pasó ahí sentado, mientras la pájara esa con la
que va a casarse llevaba la conversación! -

Kirishima negó con un gesto.

- Aun así hizo algunos comentarios. Y pienso que tú le caes bien. -

Aquello fue demasiado para él.

- Y tú cómo podrías saber eso, ah!? Acabas de cruzarte con él por primera vez!! -

El cachorro le apoyó las patas jabonosas sobre los hombros, para mirarlo a los ojos.

- También te había visto a ti por primera vez aquél día, hace meses, y supe que seríamos amigos. -

Ahora fue su turno de sacudir negativamente la cabeza.

- Eso fue completamente distinto...! -

- Claro que sí. Tú amenazaste con matarme por haber invadido tus territorios. -

Apretó los dientes, alzó su labio inferior y frunció el entrecejo, en un gesto hosco por unos
segundos, mientras intentaba recordar.
- No des vuelta mis palabras! Dije que te pondría a dormir, pero fue porque creía que ya estabas
agonizando. Temblabas y te retorcías todo, se veía como si ya estuvieras muriéndote por tu
cuenta, pero lenta y dolorosamente. Sólo pensé en evitarte más sufrimiento. -

Ohhhhhhhhhh... Así que había sido por eso! Ahora entendía mejor... aunque de todos modos
fingió esforzarse por hacer memoria él también.

- Mmmm... Cierto. Lo de tus amenazas de muerte por todo vino después. ~

Se le desencajó la mandíbula y zambulló al cachorro debajo del agua completamente por un


instante, soltándolo enseguida para que pudiese salir.

- Por qué siempre intentas joderme, Kirishima!!? -

El pequeño emergió riéndose.

- Prometes que si te digo no me ahogarás de verdad? -

Trató de echarle mano de nuevo, pero el Inuki se mantuvo fuera de su alcance.

- No voy a prometerte una mierda, ven acá!! -

- No... Si me quieres tendrás que atraparme! -

Nadó en círculos a su alrededor, escabulléndose de su agarre hasta que estuvo seguro de que
Katsuki había dejado de lado su ofensa, en favor de divertirse siguiéndolo. Sólo entonces le
permitió que volviera a tomarlo en sus brazos; pero para cuando llegó ese momento, a Bakugou ya
no le interesaba que hubiese bromeado a su costa. Lo sacó de la alberca, se envolvió en un
albornoz y buscó una toalla gruesa con la que comenzó a secarle el pelaje.

- Lo que intentaba explicarte antes, es que más allá de lo que digan o hagan las personas, puedo
darme cuenta cuáles son sus verdaderas intenciones si estoy relajado cuando trato con ellas. Y
Todoroki no parece pensar mal de ti. -

Oyó resoplar por la nariz a su amado desde debajo de la toalla, mientras le sobaba con ella las
orejas.

- Ya... Lo que digas. A mí me genera desconfianza. Siempre con esa jodida cara de nada... la misma
expresión lacia para todo... da igual de que putas hable si no puedes distinguir si va en serio o no!
Coño... Podría servirte veneno durante esa mierda de ceremonia del culo con la que recibe tu
visita diciendo que es té... y te apuesto lo que sea a que se quedaría sentado en su almohadón del
carajo viéndote morir con esos inexpresivos ojos de pescad... -
La risa de Kirishima lo interrumpió y se quedó mirándolo con la nariz arrugada, sin saber muy bien
si mandarle callarse o qué. El cachorro tenía ese modo de comportarse tan extraño... Hacía chistes
a su costa, y aunque su primer reacción siempre fuera enfadarse, igual se daba cuenta de que no
intentaba burlarse de él realmente, si no que había otra cosa más allá. Como si lo que le hiciera
gracia fuera su forma de hablar o expresarse. O como si simplemente le causara alegría que fuese
compartiendo sus pensamientos con él. O pudiera hacerle feliz conocerlo... Bufó un suspiro y
esperó a que el pequeño parara de reírse para insistir.

- No me digas que tú no notaste eso. -

El Inuki, a pesar de que había sido secado a conciencia, se sacudió enérgicamente en cuanto dejó
de sobarlo con la toalla.

- No había nada para notar, Blasty... -

Empezó a decirle con ese tono de ''seamos razonables'' que ya le podía reconocer, pero esta vez lo
interrumpió él, subrayando sus palabras con un gesto de su diestra.

- Precisamente! -

Y Kirishima tuvo otro acceso de carcajadas mientras él procedía a vestirse. Por eso le llamó la
atención cuando, varios minutos más tarde, ya listos para salir a la recepción del jardín a continuar
con los mandatos protocolares, se le acercó y tironeó con sus dientes de su capa para detenerlo.

- Oye, Blasty... los matrimonios ya concertados por tus padres pueden cancelarse? -

El cachorro llevaba un rato en silencio ( desde que se le había pasado su último ataque de risa ) y
se veía muy serio, casi le pareció preocupado, aunque no acertaba a figurarse por qué.

- No. Aunque ha habido casos donde surgió una propuesta de enlace mejor y se rompió el
compromiso anterior, pero siempre a costa de que las relaciones con el reino del matrimonio
cagado se fueran al carajo. Por eso casi nunca se rompen: es raro que los beneficios superen con
creces las pérdidas. -

Observó al pequeño con suspicacia. Su respuesta parecía haberlo hundido todavía más en su
miseria imaginaria.

- Lo que YO no entiendo es qué tiene que ver toda esta mierda contigo. Qué diablos te importa
cómo funciona la jodida costumbre, si tú no vas a comprometerte con nadie a menos que quieras?
En qué puede influirte a ti lo que le haya pasado a este imbécil, uh? -

Kirishima sacudió la cabeza desanimado, con las orejas gachas y la cola caída.

- No es por él, Blasty, sino por tí... –


- Ahh!? Pero si la puta boda no me concierne! Sólo soy una especie de jodido invitado de adorno!
Tks. Creía que ya habías entendido de qué iba esta mierda... DIJISTE que ya habías entendido,
Kirishima... -

Empezaba a irritarse y, para colmo, el cachorro lo interrumpió.

- Esta boda no, Bakugou! TU boda! -

Levantó la bestia del piso por el pellejo del pescuezo y clavó en él una mirada hostil, mientras
decidía si no le convendría dejarlo encerrado en la habitación, en lugar de llevarlo al jardín
consigo.

- QUE YO NO VOY A CASARME AHORA, JODER!! -

El animal se encogió sobre sí mismo, llevando hacia atrás sus orejas, que quedaron aplastadas
contra su cabeza.

- No me refería a ahora, si no a después... -

Respondió el Inuki con un murmullo a su grito.

- Eh!? DE QUE COÑO HABLAS? -

Arrugó la frente hasta que sus cejas casi se tocaron entre sí sobre el nacimiento de su nariz. El
bicho sonaba mal, se veía aún peor y, sólo por ello, no fue capaz de lanzarlo hacia la cama
adoselada - como se había sentido tentado a hacer en un primer impulso de enojo - para
desentenderse de él.

- Sólo digo... es horrible... pensar que tú tendrás que casarte también, más adelante, con alguien
que tus padres escogieron para ti... y que no habrá nada que se pueda hacer para evitarlo sin que
tu reino entero sufra las consecuencias... me apena muchísimo... yo... es demasiado doloroso... -

La voz del cachorro se quebró hacia la última frase que logró pronunciar y al oírlo así todo su
cuerpo se tensó. Se quedó mirando cómo el pequeño cerraba los ojos y suspiraba igual que si
sollozara, con sus propios ojos abriéndose debido a la sensación de inquietud que iba
apoderándose de él y lo congelaba en el sitio. Sabía que en su forma de perro Kirishima no podía
llorar, pero igualmente le parecía que en cualquier instante vería rodar las lágrimas por su pelaje.
Le desesperaba verlo en ese estado y lo peor de aquello era que no sólo no sabía por qué le
generaba ese sentimiento de angustia, sino que tampoco sabía de dónde carajos había sacado el
cachorro esa mierda de idea sobre su supuesta boda. Le rodeó la circunferencia de las costillas con
ambas manos, sosteniéndolo con firmeza.
- Yo no estoy comprometido con nadie, idiota. Mis padres no están tan dementes como ése sujeto,
Endeavor, como para obligarme a unirme con a saber qué clase de zorra pretenciosa, débil o
inútil... -

Un estremecimiento de disgusto le recorrió los hombros y la espina dorsal al pensar en lo


estiradas, vacías y/o aburridas que eran todas las cortesanas que le había tocado conocer hasta
entonces. Y el estómago se le revolvió al caer en la cuenta de que la decisión de sus padres de
dejarle elegir a él, cuando a él le viniera en gana, había sido tal vez lo único que lo había
mantenido a salvo de verse atado de por vida a alguien a quien quizás no habría tolerado siquiera
ver cerca suyo... y que le debía su actual libertad a un motivo desconocido, ocurrido no tenía puta
idea de cuánto tiempo atrás dentro de su familia, que había apartado a su estirpe de esa
costumbre monárquica de concertar matrimonios por conveniencia política, económica o la
imbecilidad de turno. Se esforzó por traer a su mente de vuelta al presente. No tenía caso
preocuparse por algo que su padre le había prometido contarle cuando se hiciese mayor... incluso
si la intuición de que su padre no estaría con él cuando llegara a esa edad iba fortaleciéndose a
medida que pasaba el tiempo sin noticias del frente.

- Ellos no han querido decidir por mí, ok? Es una mierda de familia. Como sea... con quién cojones
has estado hablando, que te metió semejantes estupideces en la cabeza? -

Resolvió investigar. Carajo. No pensaba permitir que nadie anduviese jodiendo con Kirishima. Ir a
alterar al cachorro de ese modo... Qué clase de bastardo retorcido podía divertirse haciendo ese
tipo de mierdas? Se sentía sublevado por la circunstancia, que despertaba en él un nivel
completamente nuevo de desprecio hacia otras personas.

Afortunadamente, a la bola de pelo parecía haberle tranquilizado saber que él no estaba


prometido en matrimonio a nadie y había empezado a levantar sus orejas al comienzo de su
discurso, para terminar de nueva cuenta animado y moviendo la cola al final.

- Qué alivio, Blasty!!! Me alegra tanto, tanto, tanto!!! -

Puta madre. Ni que el condenado a las odiosas nupcias forzosas pudiese haber sido él... Lo dejó
suavemente sobre el suelo pulido.

- Y nadie me ha dicho nada, sabes? Sólo lo pensé... es decir... se me ocurrió porque tú dijiste que
era una costumbre de la realeza. Y cómo tú eres un príncipe también... Bueno, creía que no había
excepciones. Pero estoy muy feliz de que sí las haya!! -

- Sí. Puedo verlo. Bien, si ya no tienes más preguntas dramáticas para hacerme apresúrate, que
vamos a llegar tarde a la puñetera ceremonia del té. -
El cachorro lo siguió al trote fuera de su habitación, a través de los pasillos, encantado con su vida
como si no hubiese estado a punto de largarse a llorar hacía apenas unos minutos atrás.

Gracias a los Dioses aquél fue el único episodio emocionalmente estresante que tuvo que
soportar, durante el tiempo que duró su visita al reino aliado. Kirishima demostró que sí sabía
comportarse y, no sólo eso, pasó toda la celebración muy tranquilo y alegre. Joder. Si hasta
( siendo honesto ) tenía que reconocer que había incluso cumplido con la función de acompañante
real que se suponía hubiese debido desempeñar el estúpido invitado especial de su corte, que
hubiera tenido que llevar para hacer esa mierda en lugar del cachorro. Lo cual se traducía en
socializar con el resto de los invitados que pululaban por las salas de fiesta del palacio y mantener
conversaciones amistosas que luego pudiesen servir como base ( o palanca ) para generar nuevos
tratados políticos o permisos de comercio entre su comarca y las otras, mientras él estaba
ocupado - aprisionado - siguiendo el jodido protocolo real.

No es que la idea de ser él quien anduviese iniciando charlas estúpidas por ahí, con personas que
le valían mierda en el fondo, le resultase más atractiva que hablar sobre la situación general de sus
reinos con el príncipe Todoroki y su esposa, pero... Bueno, es que no había pensado que sin un
cortesano presente la tarea de captar más aliados quedaría omitida, ni se le hubiera ocurrido que
a Kirishima se le daría tan natural ( o sería tan hábil ) como para llevarla a cabo por su cuenta.
Sobre todo porque, al haber olvidado el asunto, nunca le había hablado de ello al pequeño. Así
que le sorprendió bastante comprobar la facilidad con la que el Inuki despertaba simpatías allí
donde iba, en cualquier persona con la que se cruzaba o coincidía al aproximarse a alguna de las
mesas de bocadillos o al participar en uno de los tantos juegos de salón que se organizaban por
ahí. Cuando lo había presentado en el campamento su compañía no se había mostrado muy
receptiva con él; y llegados al castillo tampoco había obtenido un recibimiento muy cálido, por ello
nunca habría imaginado que, fuera de sus círculos ''cercanos'', el cachorro pudiera ser tan
aceptado.

Claro que a toda esta gente él no lo había presentado como una buena posibilidad extra para
ganar la guerra...

Como fuera, asistir a la fiesta no había estado TAN mal. Ni siquiera había sido tan incómodo como
supuso que sería, teniendo en cuenta que era uno de tantos matrimonios arreglados y tenía su
cuota de experiencia sufriendo el ambiente tenso y acartonado que se percibía siempre después
de la noche de boda en los novios. De hecho... le quedó la sensación de que esos dos se entendían
bastante; le recordaron la forma en que se miraban y se hablaban entre ellos sus padres, pero
mantuvo alejada de sí la nostalgia que le producía ese pensamiento, porque no tenía tiempo para
perder dedicándoselo a toda esa mierda.

El ambiente tenso, jodido de verdad, se lo encontró cuando regresó a su castillo. Su puta madre...
Parecía que podrías ver los hilos que mantenían sujeta la tormenta de mierda estirados hasta el
carajo, si la luz del sol diera sobre ellos de la manera correcta. Coño. Según el servicio de la cocina
y sus ayudas de cámara, nadie en la corte estaba satisfecho con su resolución de no llevar a la
boda a ninguno de ellos. Se habían sentido ofendidos, los muy hijos de mil puta. Como si el
problema no fuesen ellos, con su actitud remilgada y sus peleas internas por ver a quién
favorecería más los que lo empujaron a hartarse de todos, sino él, decidiendo llevarse al cachorro
por capricho. Se enfureció al enterarse. Comprendió que las cosas se irían realmente al carajo en
cuanto se pusieran al tanto de que Kirishima había cumplido con la tarea que les correspondía tal
vez demasiado bien, o tan bien como hubiese podido hacerlo cualquiera de ellos, al menos. Tuvo
la certeza intuitiva de que aquello no iba a gustarles ni un poco, así como consideraban al Inuki
algo muy inferior a su ''clase'' en la escala social...

Y estaba seguro como la mierda de que él no podría aguantar muy bien la avalancha de
estupideces que iba a tener que escuchar cuando estallara la tormenta que se había estado
preparando durante todos aquellos días, cosa que pasaría en cuanto pisara de nuevo la sala del
trono. Es decir, a la jodida mañana siguiente.

Pero la mañana siguiente nunca llegó. Es decir, sí, hubo discusiones en la sala del trono, durante
sus audiencias, pero no fueron para nada tan fuertes como las que tuvo que sostener esa noche.
Sucedió que las críticas comenzaron a lloverle durante la cena. Como siempre, todos los
cortesanos que vivían en el castillo por derecho familiar de estirpe cenaban en el mismo recinto,
en la misma mesa en la que él ocupaba la cabecera. Y mientras estuvo sentado allí la
''conversación'' fue pura mierda tras otra. Llegó a pensar que era una suerte que Kirishima se
hubiese cansado tanto durante el viaje de regreso que apenas llegar fue directo a dormir en su
catre, sin siquiera cenar. El Inuki había tomado la costumbre de sentarse y comer sobre un banco
de madera a su lado y, de haberlo hecho así aquella noche, habría tenido que escuchar todo aquél
montón de cosas horribles que dijeron sobre él.
Claro que quizás, de oírlo, podría haberles dado una buena lección a esa turba de hipócritas
estúpidos y autocomplacientes, una demostración de su utilidad que les habría quitado las ganas
de tragar por al menos una semana, como mínimo. Eso si no se desmayaban o terminaban
vomitando, algo que le habría encantado presenciar. Pero a cambio habría recibido muchos
insultos de distinta índole y no estaba seguro de cómo hubiera reaccionado el cachorro a eso;
después de todo, era un pequeño. Y un pequeño al que le gustaba mucho agradar a los demás,
según lo que había visto de él en el otro reino. En fin, que aun si a él personalmente le hubiese
convenido que esos tarados viesen con sus propios ojos al demonio en el que Kirishima se podía
convertir, seguía prefiriendo que el cachorro se hubiera pasado toda aquella cena de mierda
dormido, sin enterarse de nada. Aunque no pudiera responderse a sí mismo porqué anteponía a
sus propios intereses de hacer callar a esos imbéciles para siempre, el evitar que el cachorro quizás
( que ni siquiera lo sabía con seguridad, sólo podía conjeturarlo porque le parecía un mocoso ) se
sintiese mal si iba a despertarlo y lo llevaba allí para que, demonizándose ante ellos, les dejase
bien claro que no podían insultarlo como les viniera en gana. Porque tenía la sensación de que eso
daría resultado, sí, a costa de que el Inuki se sintiese herido al saberse tan rechazado ahí, en el
sitio donde se suponía que tenía ahora su hogar.

Lo que sí podía hacer - e hizo - era aclararles él mismo a los otros algunas cosas. Como que la
última visita diplomática a la que había llevado a uno de ellos había terminado en escándalo,
porque el jodido emisario real se había follado a la mujer del Duque, cosa que les había costado un
buen dinero a las Arcas Reales. O que mientras Kirishima crecería y podría ser entrenado tan bien
como lo había sido él o cualquiera de sus soldados, ellos ni siquiera sabían cómo sostener una puta
espada... y eso que ya eran adultos. Que, vamos... si los retaba a un duelo de puños, tampoco
sabrían pelear así. El los conocía a todos de siempre: ninguno de los presentes en ese momento
sabía cómo devolver un jodido golpe. Así que... cómo se atrevían a argumentar que el cachorro era
( y sería ) una carga inservible para el reino? Cómo podían asegurar sin lugar a dudas que nunca
sería capaz de retribuir de cualquier modo los gastos que supondrían al Tesoro su cuidado y su
alimentación? Acaso ellos sabían quién había llevado a la mesa la semana pasada las jodidas
liebres que se habían comido? Eran muchas putas liebres... tal vez pensaron que habían saltado
solas al puñetero horno de la cocina por diversión?

O a lo mejor era que simplemente no creían en su puñetera palabra. Quizás su verdadero


problema era que pensaban que él se estaba inventando todo. Veamos, era cierto que no les
había contado lo que había visto, ni les había dado ningún detalle de nada, pero... joder, era su
Puto Rey. Si les decía que mañana lloverían sapos, por algo era! Y les había afirmado que el Inuki
era un demonio. Uno todavía cachorro, sí, pero todos los cachorros crecían. Y él podía ser muchas
cosas, pero no era un mentiroso, ni un traidor, ni un cobarde. Entonces, si estaban sugiriendo que
él se había inventado toda la cojonuda historia sobre el Akuma y que les estaba mintiendo... qué
más deseaban sugerir? Tenía alguno de ellos una puta queja personal que quisiera presentarle?
Porque tal vez no podía solucionar el asunto de que no le creyeran sin las jodidas pruebas del
carajo... pero la mierda que podría solucionar cualquier otro problema personal que tuviesen con
él!

Recorrió con su mirada a cada uno de los presentes, deteniéndose cada vez que sus ojos se
encontraban con los de alguno de ellos, hasta que todos fueron bajando la cabeza. Al parecer, de
repente y mágicamente, ninguno tenía más protestas. Torció sus labios en un gesto de desprecio.
Sí, aquello era justo lo que pensaba. El resto del tiempo que duró la cena transcurrió en silencio,
con tan solo el sonido de fondo de los chuzos y los cuchillos chirriando, hasta que se levantó de la
mesa y se fue a dormir.

El viaje era muy bonito. Las montañas eran hermosas y le gustaban muchísimo! Y los senderos que
comunicaban con el otro reino estaban llenos de sitios interesantes para investigar. El había
querido verlo todo desde el primer día de su travesía, pero resultaba que en aquél momento no
tenían tanto tiempo, por lo que no había podido ser. Pero su amor le había prometido que le
dejaría deambular por ahí cuando regresaran, siempre y cuando él prometiera a su vez que no se
alejaría demasiado de los caballos, ni se quedaría muy atrás. Y ambos habían cumplido sus
promesas. Por eso estaba tan cansado cuando al fin llegaron: se había pasado toda la jornada
corriendo de un lugar a otro, yendo y volviendo sobre sus pasos, afanado en olfatear cada cosa y
espacio llamativo que encontró en el camino, lo que se tradujo en mucho más desgaste y actividad
física de la que habían hecho los demás. Por otro lado, en determinado momento se había
resbalado por una pendiente y caído sobre un charlo embarrado... así que Katsuki lo había bañado
cuando se detuvieron a comer. Y eso también había ayudado a agotarlo.

Su amor le había dicho que podía retirarse a dormir más temprano si no tenía hambre ni le
importaba que él tuviese que acostarse algunas horas después. Y a él le importaba, claro. Prefería
que durmieran al mismo tiempo, así podía verlo acostarse en su cama antes de ovillarse en su
propio lecho: un canasto de mimbre muy amplio al que su amado había puesto un enorme y
mullido almohadón en el fondo, que cubrió después con algunas mantas muy suaves que tenían su
olor. Le encantaba su canasto por eso... y porque estaba a un lado de la cama de Bakugou, justo a
la altura de la cabecera, así que podía verlo dormir si se despertaba en medio de la noche para
vaciar su vejiga, o por lo que fuera... y porque la ubicación en sí de su canasto era una especie de
prueba del amor de su pareja, ya que se suponía que debía ir frente a la puerta de su cuarto, en el
pasillo de afuera, pero Katsuki le dijo al ayuda de cámara que era una idea de mierda y lo movió
hasta su posición actual. Sí. Su amor deseaba que compartiera la habitación con él. Y lo mismo
había pedido para su alojamiento en el otro castillo.

Le daba mucha paz ver a Bakugou dormido y esa paz hacía que él mismo descansara mucho mejor.
Por todo ello la idea de quedarse solo en el cuarto no le resultaba tan atractiva, pero la aceptó
porque de verdad se sentía muy extenuado y sabía que Katsuki aún tenía muchas cosas de líder
que hacer; cosas en las que él todavía no podía ayudarlo aunque lo deseaba. Se durmió mientras
su amado deshacía su equipaje, tan profundamente que no lo oyó cuando se marchó, pero se
despertó algunas horas más tarde porque su estómago le rugía de hambre. La posición de las
estrellas en el cielo le hizo saber que todavía estaba a tiempo para la cena, si se apresuraba a bajar
al salón, sin embargo acabó comiendo por primera vez en la cocina, junto con la gente del servicio,
sin saber muy bien cómo sentirse; por un lado feliz, por otro desanimado y por otro más,
confundido.

Había llegado a la sala a tiempo, sí, pero no había podido entrar. Desde el pasillo había oído a su
Blasty discutiendo con los demás y, a medida que se había ido acercando, había empezado a
distinguir las palabras y lo que decían. Ninguna de esas personas lo quería allí. Lo llamaron ''perro''
y, al escuchar pronunciar esa palabra en aquél tono, comprendió que cuando Bakugou la había
utilizado con él no lo estaba insultando. Ahora sí había sido usada con desprecio. Ninguna de las
personas sentadas a esa mesa lo veía como algo más que un mero estorbo. Ninguna creía que él
pudiese volverse fuerte al crecer. Ninguna pensaba que valiese la pena dedicarle tiempo a su
formación como guerrero... a ninguna le importaba que él tuviera sangre de generaciones de
Guardianes corriendo por sus venas tampoco al opinar, ni parecía que aquello les causara
asombro. Nadie allí dentro creía que él pudiese ser peligroso alguna vez, ni siquiera en su forma
demoníaca. Nadie parecía dispuesto a dar ni una moneda de cobre por los servicios que pudiera
prestar.

Nadie excepto su amor. El lo había defendido. El sí creía en su persona, en sus capacidades y en


que tendría la habilidad para hacer todo lo que le había dicho que podría cuando fuese mayor. El
había confiado en sus palabras. Incluso había dicho cosas que hasta entonces no tenía idea que
pensara sobre él. Cosas buenas. Cosas agradables. El había ayudado a su Blasty al acompañarlo a
esa fiesta en el reino aliado; no lo sabía, pero había logrado ayudarle. Y Bakugou valoró aquello. Y
él debería sentirse feliz por eso. Es decir, sólo feliz. No feliz y al mismo tiempo triste porque toda
esa gente que era necesaria para que el reino de su amado funcione no lo quería viviendo allí, en
el castillo, con Katsuki. Poco importaba saber que su amor los odiaba a todos, o que las demás
personas que también vivían ahí ( las que lo rodeaban ahora en la cocina ) o las que había
conocido antes, en el otro palacio, sí lo aceptaran. Porque comprendía que, cuando su
emparejamiento con él se consolidara, Bakugou quedaría en una posición muy desfavorable ante
el resto de la corte. Y él no sabía qué tan negativamente podría influirle eso como Rey... y podía
renunciar a su vínculo e irse, para no causarle problemas pero... pero lo amaba tanto, tanto! Y su
Blasty comenzaba a quererlo a su vez. Lo sentía. No deseaba renunciar a eso ahora. No quería
renunciar a su amor, a la felicidad que sabía que tendrían en el futuro, ni a la vida que ya había
imaginado juntos.

Comió tan rápido y tan poco ( de todas formas ya no sentía tanta hambre ) como pudo hacerlo sin
que ello despertara sospechas, y huyó a encerrarse de nuevo en la habitación, buscando llegar
antes que Katsuki para que, cuando éste entrase, lo encontrara acostado en su canasto. Había
decidido que sería egoísta. Al infierno con todos esos miembros de la corte. Si alguno de ellos,
alguna vez, se oponía a su pareja por estar vinculada a él e intentaba perjudicarlo, se convertiría
en Demonio y se lo comería. Y pensando así se volvió a quedar dormido, gruñendo entre sueños
sin saberlo.

Cuando entró en su habitación se cargaba un humor de mierda, lo que no era extraño; siempre se
le carajeaba el humor después de discutir con alguien... y esta vez había discutido con más de una
persona a la vez. Por eso al comienzo no notó nada particular apenas trancar la puerta detrás de sí
y comenzar a desvestirse para acostarse. Fue después de estar metido entre las sábanas, al darse
la vuelta buscando más comodidad, que oyó los gruñidos apagados y esporádicos que lanzaba
Kirishima. Se fijó mejor en él y notó que sacudía las patas. Tanto que había lanzado fuera de la
canasta al menos la mitad de sus mantas. Aquello era irregular, desde el día del malentendido que
había acabado con el cachorro convertido en demonio, nunca había vuelto a ver al pequeño
dormir intranquilo. Y, ciertamente, no lo había escuchado gruñir en estado de vigilia tampoco.
Bufar y resoplar, sí; cuando jugaba a atrapar insectos o correteaba ardillas o mapaches, hacía
sonidos que podían recordar a algo semejante a un gruñido. Y ladraba, también, a veces. O
chasqueaba las mandíbulas, haciendo resonar sus dientes afilados. Pero nada como lo que oía
ahora.

Sintiendo una mezcla de curiosidad e intranquilidad que encajaban mal con los nervios que ya
traía de su cena, salió de la cama y fue a comprobar que el inuki estuviera dormido realmente. Lo
estaba. Pero por sus orejas tensas y su morro arrugado, debía estar soñando que se peleaba con
algo o con alguien. Jodidos sueños lúcidos que tenía el animal... o lo que fuera. Recordando que la
última vez pareció calmarse cuando le acarició el pelaje, repitió la acción, más como prueba que
porque de verdad creyera que daría resultado. Pero lo dio. No fue instantáneo, por supuesto:
primero se relajó su cuerpo, las patas dejaron de sacudirse, luego, de a poco, las orejas volvieron a
su posición natural y los gruñidos cesaron. Suspiró, preguntándose qué mierda podría haber
pasado en los sueños de Kirishima para que reaccionase así. Qué experiencias tendría de su vida
anterior al momento de conocerse, tan pequeño como parecía ser? Qué recuerdos guardaba?
Levantó las mantas caídas y las acomodó sobre el cuerpo del cachorro, cubriéndolo casi por
completo con ellas, como había visto que al Inuki le gustaba que le quedasen para dormir: apenas
un pellizco hacia arriba en un extremo, por debajo de donde asomaban su hocico y sus ojos, desde
donde lo miraba y le daba las buenas noches.

Se desperezó y regresó a acostarse él también. A veces, como ahora, recordaba que no sabía gran
cosa sobre Kirishima. El día que se conocieron le había hecho preguntas, sí, pero habían sido más
generales sobre los Akumas, no sobre él en sí. Y el cachorro le había contado algo sobre sí mismo,
pero no demasiado. Siempre se planteaba preguntarle más... pero siempre surgían otros temas, o
era el Inuki el que hacía las preguntas primero y el tiempo del que disponían para hablar a solas de
ese modo se le iba en explicarle al pequeño las complicaciones de la vida de los hombres. Intuía
que la vida en la aldea Akuma había sido muy distinta. Más ''natural''. Y, a veces, como ahora, se le
ocurría que quizás también era más sencilla. Y que tal vez sería más feliz, incluso si era a la par más
peligrosa. Bostezó. A Kirishima debía atraerle mucho la aventura y el riesgo, para haber decidido
apartarse de una vida así, cambiándola por otra donde con toda probabilidad terminaría yendo a
la guerra. No era que él se quejara de eso, por cierto... prefería con mucho las jodidas batallas y
peleas que esta mierda que tenía que aguantarse en la corte, pero el cachorro le había dicho que
los Inukis eran pacíficos. Qué podría ser, entonces? Qué podría haber impulsado al pequeño a
abandonarlo todo y marcharse tan lejos de su gente? Tendría algo que ver con los bastardos
imaginarios a los que corría y con los que combatía en sus sueños?

Se giró hacia el catre de Kirishima, acomodándose para dormir. Ya no se sentía furioso ni tenso.
Suponía que el haber dejado de pensar en sus mierdas distrayéndose con aquellas preguntas le
habría ayudado a desconectar y relajarse. Qué bien por él. Y después de echarle un último vistazo
al cachorro para comprobar que todavía siguiese tranquilo, se durmió al fin él también.

Las audiencias de la mañana siguiente fueron una cagada. Las protestas seguían, aun cuando
habían cambiado de tono y de vocabulario en su expresión. Y ahora estaban más centradas en
exigirle a él garantías de cualquier clase sobre las facultades de Kirishima para convertirse en
arma. Explicarles aquello sin insultarlos demasiado se le dificultaba horrores... especialmente
porque, mientras estaban allí reunidos, discutiendo el asunto de si sería realmente peligroso o no,
feroz o no, y qué tanto lo sería o cuánto tardarían ellos en comprobarlo por sí mismos... por los
ventanales de la sala del trono que daban al jardín, todos - incluyéndolo a él mismo - podía ver
cómo el cachorro retozaba por el césped mientras cazaba mariposas.

- No tenemos dudas de que podrá matarlos a todos, Señor... Es muy violento el animal, se ve. -

Se creían muy instruidos, los hijos de puta, y él tenía ganas de cagarlos a palos, porque... cómo
podían pasar por alto que actualmente el Inuki estaba pequeño? Sólo jugaba, joder!! Igual que
jugaban ellos cuando eran mocosos de mierda. Ninguno recordaba jugar de mocoso? No estaban
TAN decrépitos como para haberlo olvidado. Entonces sólo intentaban tocarle los cojones con ese
tipo de frases y... Carajo! Aunque sabía lo que hacían, les estaba dando resultado.

El problema era que en lo que se despertaba y tomaba el desayuno, había decidido que no le
pediría a Kirishima que se demonizara ante ellos. No confiaba del todo en todos, y no quería
perder su factor sorpresa. Tal vez planteado así ahora sonara estúpido, pero el que nadie aparte
de él supiera con qué clase de peligro tendría que vérselas quien se enfrentara a su ejército,
constituía parte también de sus posibilidades de éxito. Aumentaba las chances de ganar. Al menos
la primer batalla, ya que luego se correrían los rumores y noticias. Pero la primer batalla podía
establecer muy bien el desarrollo del reto de la guerra, si sabías cómo conseguirlo, y él tenía
puestas sus expectativas en eso. Planeaba utilizar la incertidumbre a su favor, y la ignorancia y el
miedo que ésta traía consigo como tantas otras armas extra, dejar que las lenguas hablaran sin
que tuvieran grandes detalles sobre qué. Y cuando llegara el día del primer enfrentamiento, su
enemigo consciente o no, ya se encontraría un tanto desmoralizado por saber que se las tendría
que ver contra algo ''malo''... sin saber bien qué carajos era el algo en realidad.

Pero que fuese cualquiera a explicarles eso a este montón de estúpidos. Pagaba por ver. Por otro
lado, tal vez el hecho mismo de explicárselo y que lo entendieran se podría convertir a la larga en
una desventaja. Porque volvía a lo mismo: no sabía en cuál de ellos podía confiar de verdad, o si
había entre todos al menos alguno que valiese la confianza. Y estando las cosas así, le costó lo
suyo que aceptaran que presenciar cómo Kirishima jugaba no significaba que al crecer no hubiese
logrado convertirse en un buen guerrero, que realmente les proporcionaría una ventaja.

- Puede manipular la puta magia!! Es que no lo quieren entender!? -

Eso sí se los dijo, porque sabía que respetarían esa idea aunque no quisieran reconocerlo. En su
fuero interno, seguirían pensando sobre eso. Si se lo contaban a alguien, seguro no olvidarían el
detalle. Y hasta ahora sólo había existido un Hechicero humano conocido. Sólo había habido uno,
que peleara de su lado, junto a los ejércitos de su reino y sus aliados. Uno solo... que hacía unos
meses había desaparecido. Nadie podía asegurar que supiera qué le había pasado, pero ya no
estaba. Y se rumoreaba que tenía un discípulo, alguien a quien había estado instruyendo él mismo
y con quien había compartido su legado. Pero ni el Príncipe Todoroki ni su padre sabían quién
era... a pesar de que según los mismos rumores, pertenecía a su reino. Se suponía que era uno de
sus súbditos y, de existir acorde a los rumores, debería haberse presentado en la corte hacía
tiempo, después de que desapareciera su mentor. Pero nadie había ido, nadie había reclamado
ese título. Y ni ellos habían podido esclarecer sus dudas.

Por ello, que el Inuki tuviese habilidades mágicas, incluso si él no les detallaba cuales, era un
asunto importante. Algo que les daría qué pensar. Y que los dejó visiblemente más tranquilos en
cuanto a que sí llegara a ser poderoso cuando fuese grande. Lástima que allí empezaron entonces
las preguntas sobre cuánto tardaría en crecer y por qué, si iba a utilizarlo como arma al igual que
sus padres hacían con el dragón, entonces lo mimaba tanto.

- Yo no estoy mimado!!! -

Chilló el cachorro ( que parecía haber escogido justo ese momento para entrar a la sala como si lo
hubiese estado programando ) y se lanzó sobre él, trepándose sobre su falda como si pretendiese
graficarles justo lo contrario.

Afortunadamente, también comenzó a sonar la campana que marcaba la disolución de la


asamblea. Los jodidos cortesanos tuvieron que marcharse, llevándose temporalmente todas sus
preguntas y sus cejas alzadas de incredulidad ante la afirmación del Inuki. Y a él le tocó explicarle a
Kirishima por qué lo consideraban mimado.

- No estoy mimado... -

Masculló el pequeño de repente, con la frente arrugada y frunciendo los labios en un gesto de
enfado, mientras él le enjabonaba la cabeza. Ambos estaban sentados con los pies en el agua
cerca de la orilla del río, bañándose después de terminar su primer sesión de entrenamiento desde
que se habían instalado en su castillo.

- Creía que ya habíamos cerrado ese tema hacía rato. -

Lo observó mientras el Inuki se metía en la corriente a enjuagarse el pelo. Habían decidido que
todas las tardes, en cuanto se acabaran las audiencias, saldrían juntos a practicar como lo habían
hecho durante los días de campamento. Pero como habían pasado dos meses y medio desde la
última vez y ninguno de los dos estaba en muy buena forma para ese ejercicio ( Bakugou ya sentía
sus nervios bastante estropeados después de sus discusiones con los imbéciles de la corte y
Kirishima le confesó que no había dormido muy bien, aunque no quiso contarle por qué ), aquél
día sólo le dedicaron cuarenta minutos en lugar de una hora completa. Luego se suponía que se
relajarían tomando un baño juntos pero... bien, actualmente, después de verle poner esa cara y
oírle el tono molesto, Katsuki no afirmaría ante nadie que lo de la relajación estuviese dando
resultado al Akuma.

Pese al cansancio mental, el cachorro había considerado buena idea complementar su resistencia
física a las transformaciones mágicas quedándose todo el resto de tiempo que pudiera con forma
humana. O casi; aún no lograba que las orejas y la cola desaparecieran cuando se transformaba
( aunque a él ya no le importaba ese detalle desde que había rezongado por ello un día y su Blasty
le había contestado que, para él, así estaba bien. Pudo percibir en su voz que su amor prefería
que, incluso con apariencia humana, cualquiera que lo viera encontrara evidencia de que era otra
cosa en realidad, y se había tomado eso como un cumplido ). Pero desde que empezaron a bañarlo
y pensó que las manos de Bakugou frotando su piel se sentían muy bien, su mente lo llevó de
vuelta hacia esa idea de que lo consideraban muy mimado y no, según él no, para él le daban el
cariño suficiente, no ''de más''. De repente se le ocurrió que su amado podría llegar a creerse que
sí lo consentía demasiado, si le insistían con eso seguido... y se ofuscó. ''Ese tema'', como le había
dicho, no estaba cerrado, no, no.

- Es que no lo estoy! Que tú seas amable conmigo no me convierte en un malcriado! -

Alzó una ceja y frunció la nariz. Hasta hacía un instante hubiese jurado que el baño surtía su
efecto: el mocoso parecía estar pasándoselo muy bien. Y de un segundo para el otro, el berrinche.
No entendía un carajo y no le gustaba una mierda no entender.

- Y a mí qué coño me dices!? Yo no soy el que estuvo jodiendo con eso! No es a mí al que tienes
que convencer! -

Kirishima lo miró fijo, con los ojos entrecerrados. Tenía el cabello hacia atrás y le escurría agua
desde las orejas. Comprendió que el pequeño estaba empecinado en seguir con eso... mientras
que él deseaba poder jugar un rato juntos en el agua, en vez de tener que continuar con aquella
absurda e irritante conversación. Chasqueó la lengua molesto y se dio la vuelta, cortando la
conexión entre sus miradas. Por qué no podían tomarse un descanso en paz? El realmente
necesitaba un respiro... La voz del Inuki le llegó desde detrás de su espalda, mucho más cercana y
tranquila.

- Tú no crees que me mimes demasiado? -


Resopló con fuerza, impaciente, y cerró los ojos. Se las había arreglado para hundirse hasta el
cuello en el agua y había apoyado la frente contra una de las piedras frías de la orilla del río.

- No. -

Respondió de inmediato, porque no lo creía. No sentía que estuviese malcriando mucho al Akuma.
Tampoco sabía qué era lo que los demás consideraban ''mimar demasiado''. Cuando trataba con
Kirishima no pensaba en lo que hacía, o en lo que decía, ni en cómo; sólo actuaba y ya. Y nunca se
había cuestionado su propio comportamiento. Para él, el cachorro era como un perro... sólo que
no era ''un perro''. Y como una persona, sólo que no era exactamente una persona. También era
consciente de que era un demonio ( muy consciente ), pero no se sentía amenazado por eso:
simplemente saberlo hacía que lo considerase un igual al hablar con él, porque entendía que era
fuerte. Quizás incluso más fuerte de lo que lo era él, a pesar de la diferencia de edad,
conocimiento, entrenamiento físico y tamaño. Y comprendía que esa brecha se ensancharía y
crecería a la inversa cuando Kirishima llegara a su mayoría de edad. Entonces el Inuki era pequeño,
sí, y a veces se dirigía a él teniendo en cuenta esto; pero también era poderoso y podría matarlo si
se le antojara, con todo y siendo un cachorro. Así que sentía respeto hacia él, respeto por su
fuerza actual y por su potencial a futuro. Estaba seguro de que el Akuma podría llegar a ser tan
jodidamente poderoso como quisiera.

Así que no era como si pudiese tratarlo igual que al resto de la gente, porque no se parecía a nadie
más que él conociera. Y como no tenía puta idea de cómo se suponía que habría que tratar a un
demonio, pero sí sabía cómo relacionarse con alguien que estaba en su mismo nivel... bueno,
hacía una mezcla intuitiva entre eso y el modo en que recordaba que sus padres lo habían criado a
él. Y hasta ahí por un lado. Por el otro él nunca había sido una persona muy demostrativa, ni de
brindar mucho afecto físico. De hecho, generalmente le molestaba que lo tocasen demasiado, se
le acercaran de más o le rondasen muy por encima. Pocas veces se sentía completamente cómodo
con el contacto de otras personas y, si lo pensaba así, quizás desde afuera sí pareciera raro que
con Kirishima fuese diferente, que le permitiera dormir en su regazo durante algunas audiencias,
por ejemplo, o lo dejara echarse bajo su trono con la cabeza sobre sus pies, o que no le impidiera
lamerle la cara o las manos cuando al cachorro se le antojaba, pero... sucedía que era un cachorro,
no una persona-persona. Y él nunca había tenido problemas con los animales, es más, éstos le
gustaban definitivamente más que la gente... claro que el Inuki tampoco era un animal-animal...
Argghh! Lo que fuera, no era una persona como las otras y punto. Así que no le resultaba irritante
que con forma de ''perro'' lamiera su cara o con forma de mocoso quisiera darle besos, porque
aunque su apariencia cambiara, él sabía que era el mismo ser en esencia. Y eso era suficiente para
no sentir el rechazo que le generaban en su mayoría los demás.

Una mano pequeña se apoyó sobre su cadera y notó el cuerpo del Akuma forcejear para
introducirse entre el suyo y la formación rocosa en la que estaba recargado.

- Blasty... mírame. -

Parecía que el pequeño se había calmado del todo. Abrió los ojos lentamente, como si le pesaran
los párpados, y clavó su mirada en los iris rojos y brillantes del Inuki.

- Entonces no vas a empezar a tratarme distinto? -

Ah... Así que ahí estaba el problema. Eso era lo que había puesto al chico tan nervioso. Por un
segundo estuvo a punto de mandarlo a la mierda, de gritarle que no fuera a joderlo con eso... pero
cuando estaba por abrir la boca todas sus preguntas y sus pensamientos de la noche anterior le
volvieron a la mente. Y junto con ellos, los recuerdos de las cosas que había escuchado durante la
cena. Kirishima no sabía que nadie estaba muy conforme con su presencia en la corte, pero
probablemente presentía que no era totalmente bienvenido... si era cierto aquello que le dijo
sobre reconocer las intenciones de las personas cuando hablaba con ellas y demás. Y estaba muy
lejos de cualquier sitio donde hubiese alguien más que pudiera demostrarle simpatía. O cariño. Y
seguía siendo un mocoso, como él mismo había sostenido antes. Tenía lógica que le inquietara la
posibilidad de perder o ver cambiado el trato que tenía con él, ya que era la única persona con la
que mantenía una relación amistosa... Un lazo afectivo...

Apoyó la mano izquierda sobre la cabeza que se alzaba hacia él y la sacudió despacio, luego se giró
hasta que fue su espalda la que quedó recargada contra la roca. Estiró sus piernas hacia adelante y
sus brazos hacia los costados y levantó la vista al cielo, esperando que la comodidad física le
permitiera relajarse por dentro.

- No. No importa qué tanto digan esos imbéciles. Nada va a cambiar, ok? Y no deberías permitir
que lo que oigas de parte de ellos te joda, porque no saben una mierda sobre mí. Ni sobre lo que
quiero hacer. Ni sobre lo que pienso. Soy su Rey, pero no me conocen... -

Miró por el rabillo de los ojos al mocoso, deteniendo su pregunta en el aire.

- Y antes de que digas nada, yo no quiero que me conozcan, tampoco. Porque no confío en ellos, y
no sé si alguna vez podré confiar. Las personas como ellos... son extras; necesitas que haya
algunos siempre, pero no siempre van a ser los mismos, ni van a estar en el mismo lugar, porque
se quitan el sitio entre ellos. Joder! Incluso intentarían ocupar mi puesto, si pudieran! No lo hacen
porque saben que soy mucho más fuerte que ellos y que puedo aplastarlos a todos como
cucarachas. Créeme, les encantaría tratar, pero son tan cobardes que el miedo los mantiene en su
lugar. Es gente a la que todo el tiempo hay que demostrarle por las malas quién es el que manda,
entiendes? Así que prácticamente nada de lo que vomitan por sus bocas mugrosas tiene ningún
valor. -

''Nada va a cambiar''

Aquellas palabras habrían bastado para él. Con ellas hubiese sido suficiente. Pero Bakugou había
ido más allá: le había confiado algo que posiblemente nadie más sabía... y teniendo en cuenta que
el contenido mismo de su discurso revelaba que solía evitar que quienes lo rodeaban llegaran a
conocerlo de verdad... Bueno, que siendo así confiara en él y le contara cosas personales tan
profundas lo había dejado sin aliento por la emoción. Bajó la vista hacia el agua, que corría
brillante esquivando sus cuerpos ( tan cerca uno del otro que sus pieles se rozaban ), hasta que
estuvo seguro de que había recuperado su voz.

Todavía tenía preguntas que deseaba hacerle a su amado, preguntas que nada tenían que ver con
lo que creía que Katsuki había pensado que él iba a preguntarle antes...

- Cuando dices que ellos no saben nada sobre lo que quieres hacer... te refieres a que ninguno
sabe que su reino está en guerra? Dónde creen que se han marchado tus padres? Qué piensan que
se han ido a hacer? –

- Saben de la guerra, sí. Ni siquiera ellos son tan estúpidos como para pasar por alto algo como eso
o confundir las medidas que mis padres tuvieron que tomar para garantizar seguridad y
estabilidad al reino, a pesar de que al mismo tiempo preparaban un ejército para marcharse, otro
para no dejar nuestro territorio indefenso, y se comenzaban los acopios de granos, leña y materias
primas para organizar las raciones. Estamos viviendo en régimen de guerra, incluso cuando por el
momento nos mantenemos prósperos en cuanto a producción y la batalla se libra a miles de
leguas de distancia. -

Bufó, cubriéndose los ojos con el antebrazo derecho. La explicación era muy compleja, no sabía
cómo simplificarla y no tenía idea de si el cachorro entendía algo de todo lo que estaba diciéndole.
Suponía que lo más probable era que no, pero de todos modos continuó hablando, en parte
porque ya había comenzado y Kirishima no lo había interrumpido ( así que tal vez no entendía por
completo, pero sí la idea general ), y en parte porque era la primera vez que podía poner en
palabras todo lo que venía pensando desde que sus padres recibieran aquella carta de mierda y lo
llamaran para decirle que tenía que prepararse para tomar su lugar, porque ellos tendrían que
irse.

- Ni siquiera en el castillo podemos darnos el lujo de derrochar ahora, y eso a gente como ellos
jamás le pasa desapercibido; así que sí, saben que el reino está comprometido. Y saben que
posiblemente lo estará por un tiempo muy largo. Pero no se lo creen. No se lo creen porque lo que
ignoran es contra qué y por qué estamos peleando. -

Abrió los ojos alarmado ante aquella respuesta a la que no le encontraba sentido. No había
entendido mucho de lo demás, los motivos estratégicos detrás de toda esa cosa de la reserva y los
racionamientos le resultaban un poco confusos, porque él había atravesado las tierras del reino y
la ladera de la montaña donde estaba asentado era increíblemente fértil. Y muy extensa. Parecía
capaz de brindarle comida a muchas personas, siempre y cuando la gente que la habitaba fuese
trabajadora y cuidadosa... y no tenía ninguna razón para pensar que no lo fueran: los campos que
había visto estaban bien mantenidos. Nunca antes había pasado frente a trigales tan extensos y
maizales tan grandes, ni visto tantas ovejas y vacas juntas. Entendía que a los cortesanos les
costara creerse que podrían llegar a pasar hambre en el futuro, o a caer en la pobreza, porque él
estaba en la misma situación. Y los métodos que Katsuki había descrito se parecían a los que su
manada ponía en funcionamiento cuando se acercaba el invierno, según lo que sus mayores le
habían enseñado. Pero ellos eran pocos, y sus cultivos eran pequeños... y ningún Akuma criaba
animales para su consumo personal, todos provenían de la caza y de la pesca, que escaseaba
cuando comenzaban las heladas.

Por otro lado, su amor le había contado a él por qué y contra quienes peleaban cuando le explicó
sus motivos para entrenarse contra su forma demoníaca, y no comprendía por qué... Tomó el
brazo izquierdo de su amado entre sus manos, intentando llamar su atención y que lo mirase.

- Blasty, por qué no les dices qué tipo de demonios son!? Nunca van a apoyarte de verdad si no
saben contra qué se enfrentan! Nunca van a tomarse en serio tus decisiones si no entienden por
qué eliges como lo haces! Tienes que contarles... -

La mirada ardiente que le dirigió Katsuki cortó sus palabras. Sus ojos se veían tan oscuros y la
mueca de su boca estaba tan tirante que parecía una persona distinta... Al menos, distinta a la que
él conocía. Y cuando le contestó, se oyó como si estuviese gruñendo.

- Y decirles... qué? Que mis padres y nuestros soldados están en el quinto infierno peleándose
contra monstruos que ni siquiera sé cómo describirles? Tú ya has visto cómo son!! Piensas de
veras que me creerían!? Incluso si les mostrase una pintura de alguna de esas mierdas, dirían que
es una fantasía. O como mínimo, una exageración! Ellos no quieren saber... -
Se apartó del pequeño, zafándose de su agarre con un movimiento brusco y siguió masticando las
palabras a tirones.

- Ni siquiera se toman en serio la guerra que sí creen que tenemos. Piensan que mis padres
llevaron consigo un dragón y un ejército enorme sólo para fanfarronear, para mostrarles a
nuestros aliados lo poderosos que somos... Y no tienen ninguna formación de combate de ningún
tipo como para explicarles que la única razón por la que uno ataca a su oponente con toda la
fuerza que puede, es porque sabe que éste es perfectamente capaz de devolverle el golpe. Nadie
mantiene la guardia alta frente a un enemigo débil o incompetente... Pero no hay forma de que
alguien que ni siquiera a recibido nunca una bofetada en su puta vida pueda comprender algo
como eso. -

Ladeó su cabeza sin quitar la vista del rostro de su amor. Sabía que no estaba enfadado con él,
sino con sus circunstancias, y le dolía que no se le ocurriera nada que decirle, ni cómo conectar
con él para acercarse y reconfortarlo. Era como si en su afán de volverse fuerte y mantenerse
firme, Katsuki se amurallara y se aislara emocionalmente de todo y de todos. Pensaba que
evidentemente le daba resultado: esa coraza impermeable detrás de la que enseñaba los dientes
le había servido bien para soportar solo su carga todo este tiempo, pero le preocupaba que allí
adentro tampoco podía llegar nada bueno del exterior. Y le apenaba que los mismos puentes que
quemaba para que sus sentimientos no quedasen expuestos ante personas potencialmente
peligrosas para él, se perdían también para cualquiera que tuviera buenas intenciones. Como él
mismo, por ejemplo. Pero no sólo para él. Suspiró. Si quería llegar a su amado, tendría que
construir por sus propios medios un camino que atravesara toda esa gruesa armadura defensiva. Y
no le llevaría poco tiempo.

De pronto, su Blasty pareció tranquilizarse un tanto. Notó que dejaba caer apenas el porte de sus
hombros y desaparecía la rigidez de su postura.

- Además, esas decisiones que dices que tomo... No son completamente mías. La gran mayoría son
determinaciones que tomaron mis padres antes de irse, que mantengo cambiando sólo lo
necesario para que se vayan adaptando a las diferencias que fueron produciéndose desde que se
fueron hasta ahora. Porque yo no gobierno para mí. Yo sólo he tenido que tomar su lugar
temporalmente. Y tengo que seguir sus normas. Hacer lo que me han enseñado. Esa es la forma en
la que me educaron. No puedo simplemente dar las órdenes o decir a quien sea lo que se me
antoje y ya. Aunque eso sea lo que parezca desde afuera. No con todo. No siempre. No mientras
ellos sean los auténticos reyes y yo sea sólo su heredero. Porque cuando vuelvan, quiero que
encuentren las mierdas internas de la corte y del reino en el orden en que las dejaron... O lo más
parecido que me haya sido posible conservarlas. -

Ah... eso había sido un golpe bajo para él. No era que Katsuki se hubiese calmado; era que estaba
triste. Podía oler su tristeza aunque su amor estuviese de espaldas y se hubiese alejado un poco
después de soltarse de sus manos. Y a pesar de que no estaba expresando concretamente cómo se
sentía al respecto de lo que estaba contándole. Comprendió que su amado debía de extrañar
mucho a sus padres, seguro casi tanto como él extrañaba a los suyos. Con la diferencia de que él
sabía que sus padres estaban a salvo y seguros, allá en el campamento Inuki; en cambio, lo que su
Blasty sabía era que los suyos estaban peleando contra demonios en el frente del campo de
batalla.

No podía imaginarse cómo se sentiría sabiendo eso, sin poder decírselo a nadie ( porque tampoco
se podía imaginar a Bakugou sacando el tema en una conversación con alguno de sus generales y
tal ), y sin ninguna noticia sobre ellos desde hacía meses. Katsuki le había explicado que era muy
difícil enviar cuervos o un mensajero con cartas o alguna nota a donde fuera, desde un
asentamiento militar. Especialmente cuando se encontraba tan lejos del que sería el lugar de
destino y con un mar de por medio. Por ello su amor pensaba que era hasta cierto punto normal
no haber recibido todavía ningún parte desde el frente. Pero a pesar de esto, él lo había visto
clavar su mirada en el cielo por largos ratos todas las mañanas mientras desayunaban, y por las
tardes, antes de la cena. Y entendía que su Blasty estaba preocupado, aunque intentara
mantenerse entero para continuar adelante.

Comenzó a acortar la distancia que había entre ellos lentamente, hasta ubicarse a su lado. Sabía
que Katsuki podía verlo y presentir su presencia ahí donde estaba, incluso si no estaban
tocándose.

- Fueron ellos los que pensaron que no valía la pena decirle a la gente de la corte lo que estaba
pasando en realidad? -

Consultó con suavidad. Ya conocía la respuesta, la había adivinado, pero necesitaba abrir una línea
de conversación con su amor.

- Sí. Dijeron que incluso en caso de que se lo creyeran, lo más probable era que entrasen en
pánico. Y eso sería contraproducente... -

Lanzó una risa seca y lo miró, sonriendo con dureza.

- Si pensabas que eran difíciles de soportar ahora, intenta imaginarte cómo serían si hubiesen
perdido sus facultades y su compostura por entrar en estado de alarma. -
Decidió apostarlo todo a aquél atisbo de ánimo que su pareja mostraba y aprovecharlo. Rodeó su
cuerpo hasta quedar frente a él y alzó sus brazos; usó el mismo gesto que utilizaba cuando
deseaba que su madre lo cargase, rezando para que funcionara. Y, contra todo pronóstico, resultó.
Bakugou lo levantó y lo sostuvo, y él se abrazó con fuerza a su cuello en cuanto estuvo lo bastante
cerca. De pronto, sintió los dedos de su amor enredándose entre su cabello, rascándole detrás de
las orejas.

- Ya... no tendrás que lidiar con ellos si entran en pánico. No tienes que preocuparte por eso: por
más que pierdan la cabeza no van a meterse contigo. Tú no tienes nada que ver con toda esta
putada. -

Se apretó más contra la piel de Katsuki. Su amado creía que estaba buscando consuelo para sí
mismo! Suspiró de nuevo, esta vez profundamente. Bien. Que pensara lo que quisiera, siempre y
cuando le dejara darle cariño. Restregó su cabeza contra la mejilla ajena, regresando las caricias
que recibía.

- Lamento haberte hecho tantas preguntas. No sabía que todo podía ser tan complicado. -

Pero no lo lamentaba sinceramente. Es decir, sí, le apenaba muchísimo todo lo que ahora sabía, y
le dolía haber visto cómo eso le afectaba a su amor, pero consideraba que era más valioso y más
útil para ambos haberse enterado de todo, que seguir a su lado sin tener ni idea de lo que pasaba
en el mundo interno de su pareja... o lo que significaban los asuntos de su vida exterior y el modo
en el que le influían. Ahora lo entendía mejor, incluso si todavía no sabía qué hacer con esa
información. De momento, decidió que los dos necesitaban un descanso, tal como Katsuki había
sugerido hacía un rato. Pensó decirle algo al respecto cuando acabaran esta conversación.

- No importa. De todos modos la peor mierda ya pasó. -

Lo cierto era que se sentía mucho mejor que antes. Como si su espalda estuviera más ligera...
aunque pensar en ello le dejaba la sensación de que había tirado todo el peso del fardo de sus
problemas encima del pequeño Akuma... un mocoso que no tenía ningún deber ni responsabilidad
hacia él o su reino. La voz de Kirishima lo distrajo; acababa de proponerle jugar una carrera de
nado...

Casi lo mismo que él había esperado que hiciesen juntos desde el principio, sólo que como nunca
había llegado a sugerírselo, el Inuki no tenía cómo saberlo.
Desde aquella tarde en el río, hablar con el cachorro mientras se bañaban después de entrenar se
había convertido en una costumbre. A pesar de que él se había propuesto no volver a cargar a
Kirishima con sus mierdas, éste se las arreglaba para hacerle vomitarlo todo tarde tras tarde, al
punto de que las primeras veces recién tomaba conciencia de lo que hacía cuando ya llevaba más
de media hora divagando... y no tenía sentido cerrar la boca para entonces. Así que se fue
transformando en una especie de hábito, una rutina que al comienzo no supo cómo frenar y luego
le resultó demasiado confortable como para querer hacerlo. Y su mayor inquietud, que era acabar
agobiando al pequeño excesivamente, nunca se vio realizada: a medida que él iba abriéndose más
y más, el Inuki se mostraba más confiado, seguro de sí mismo, satisfecho... y afectuoso. No
entendía qué relación podría tener una cosa con otra, pero algo dentro de sí le decía que la
conexión entre los dos factores existía. Y aunque no la comprendiera, él estaba conforme con lo
que esos cambios significaban en el comportamiento general del Akuma.

Cuando pasaba a su forma demoníaca ya no sentía que titubeara o se peleara contra ello, sino que
por el contrario volcaba todo el peso de su presencia sobre él, presionándolo al máximo... y los
resultados eran manifiestos. Todavía no podía moverse con ligereza ni planificar ataques en el
momento en que la presencia demoníaca se lanzaba contra él, pero actualmente lograba
mantener el control de su cuerpo y su mente no se sentía confundida: era completamente dueño
de sí mismo. Había aprendido a protegerse de los pensamientos intrusivos. Por otro lado, el
mocoso había mejorado muchísimo con la espada, y a pesar de la diferencia de tamaño y peso,
podía tirarlo al piso y mantenerlo allí por unos minutos, antes de que él volviese las tornas
nuevamente a su favor. A sus ojos, estaban haciendo buenos avances, para ser que apenas
llevaban un mes con toda esa cosa. Un mes en el que también había descubierto que el cachorro
era realmente su amigo. No su amigo porque se lo hubiera prometido con la segunda intención de
tenerlo de su lado, si no su amigo de verdad. Ya no le importaba en función de lo útil que podría
serle de adulto: le importaba por quien era. Y ya no le preocupaba por verlo pequeño, si no por él
en sí mismo.

A veces ( cada vez más seguido ) se sorprendía esperando con impaciencia que las asambleas y las
audiencias de la corte terminaran de una vez, no para poder largarse de la sala mugrosa, sino para
ir a encontrarse con Kirishima por fin y hacer lo que fuera juntos. Porque además de estar
invirtiendo su tiempo con él en algo productivo para su futuro, sentía que se divertía haciéndolo.
Disfrutaba de las actividades que compartían... algo que no había conseguido hacer con nada
antes, desde que se había despedido de sus padres.

Lógicamente, él no era el único que se había dado cuenta de todo esto. Sabía que tanto dentro del
castillo como entre los pabellones de la milicia se corrían rumores. Y la gran mayoría de ellos no
eran buenos. Había pasado de mantener discusiones regularmente con los cortesanos por ''mimar
mucho'' al Inuki, a tener algunos enfrentamientos con uno o dos de sus generales. Lo único
positivo de esto era que a ellos sí pudo hacerles una pequeña demostración de la magia que era
capaz de manejar Kirishima ( el Akuma no necesitaba transformarse en demonio para influir en la
presencia de ánimo de quienes lo rodeaban, ahora que estaba entrenado ), porque ellos sí estaban
al tanto de lo que pasaba en el frente; y eso había bastado para que se dejaran de joder.
Especialmente cuando notaron que él era el único al que no le afectaba, gracias a haberse estado
ejercitando contra ello.

Otra cosa que había observado y que sin embargo se le olvidaba constantemente: el pequeño ya
no estaba tan pequeño. Como siguiese creciendo así, pronto tendría que cambiarle su canasto por
un catre de verdad. De hecho ( si se ponía a pensarlo con racionalidad ), calculaba que con toda
probabilidad el mes entrante ya no cabría dentro, y culpaba en cierto modo de eso a la cocinera y
a sus ayudantes, por dejar que el cachorro se zampase las sobras del almuerzo y de la cena entre
las comidas. Les había ordenado varias veces que parasen de sobrealimentarlo, desde que había
descubierto su costumbre de escabullirse en la cocina para garronear, pero no había caso. Si no
eran las sobras, entonces eran galletas o dulces que le preparaban expresamente y... joder, él no
tenía tiempo material para estar de vigilante del mocoso todo el día, por tanto Kirishima
terminaba saliéndose con la suya. Pero, claro... luego el que lo malcriaba era él. Carajo.

Resumiendo, que ya fuera por su propia naturaleza o porque tenía quien lo rellenara con comidas
extra, la cabeza del Inuki actualmente le sobrepasaba como por unos veinte centímetros las
rodillas. Lo que era mucho, si pensaba que apenas unos cuatro meses atrás - cuando se conocieron
- veinte centímetros era todo el Akuma, sin tomar en cuenta el largo de la cola. O a lo mejor sí
estaba creciendo normalmente ( de guiarse por las respuestas del cachorro cuando le preguntaba
por ello era así ), sólo que para él, a pesar de su cambio de tamaño obvio y del patente aumento
de su fuerza, aún seguía siendo pequeño.

Sus generales habían descubierto lo que podía hacer Kirishima hacia finales del verano, y a partir
de allí debió organizar un cronograma de entrenamiento también para ellos. Esto en sí no era que
se encontrase fuera de sus planes completamente, pero se había adelantado bastante en cuanto
al momento en el que él tenía programado comenzar con el adiestramiento mental de sus
soldados contra los demonios. Su idea original había sido acabar de dominarlo él, antes de pedirle
al cachorro que lo intentara con alguien más. No para acaparar esa habilidad de manera egoísta,
sino para estar seguro de que el Inuki ya tenía total control de sí mismo antes de exponer a
cualquier otra persona a su forma demonizada. Pero tal como se dieron las cosas, su idea original
no había podido ponerse en práctica. Los altos mandos de su ejército insistieron en empezar
cuanto antes, aun a costa de correr riesgos... y después de haber hecho él exactamente lo mismo,
no pudo argumentar nada en contra de ello. Afortunadamente Kirishima se sentía muy confiado y
se mostró entusiasta ante la posibilidad de ejercitarse por más tiempo, en lugar de tener que
seguir conformándose con el par de horas diarias que Katsuki podía ofrecerle. Y al comenzar a
frecuentar a su ejército, el tiempo que el Akuma dedicaba a su entrenamiento de combate cuerpo
a cuerpo y con armas también aumentó.

En conclusión, para cuando llegó el otoño, el pequeño ya no tenía tantas horas del día libres para
ocuparlas jugando, y en pocas semanas toda esa actividad extra fue reflejándose en un aumento
de su fuerza y de su poder.

Junto con la llegada del otoño también se reanudaron las partidas de caza. No sólo conejos,
liebres, codornices u otras aves a las que se salía a perseguir y abatir por deporte y para preservar
el ganado durante el verano ( piezas pequeñas que sólo servían para acompañar las comidas y sólo
alcanzaban para una comida por vez ), sino tapires, jabalíes y venados. Igual que hicieran durante
su campamento antes de volver al castillo, ahora tenían que llenar muy bien las despensas con
provisiones de conservas y carnes ahumadas y saladas antes de que empezara el invierno. Salir a
cazar de este modo implicaba dedicar a eso todas las horas de luz de la tarde, lo que significaba
que si salía de caza con Kirishima no podía entrenar con él. Era una cosa o la otra, y como el
cachorro quería que hiciesen ambas, su solución fue intercalar los días: cada dos tardes de
entrenamiento, una de cacería. Y ambos quedaban conformes. Aun así el pequeño se sumaba a las
partidas que organizaban algunos soldados en sus días de descanso, a las que iba sin él por ser
éstas temprano por la mañana, cuando se hallaba ocupado con sus asambleas de mierda.

Fue gracias a una de esas partidas a las que había marchado sin él, que la gente de la corte
empezó a tomarse su presencia con un poco más de seriedad. Ocurrió unas cuatro o cinco
semanas después del equinoccio de otoño, cuando la mayoría de las hojas de los árboles que no
eran perennes ya se encontraban en sus colores dorados y rojos, e incluso algunas comenzaban a
caerse. Las campanadas que marcaban el final de las audiencias habían sonado hacía varios
minutos, pero ninguno de los cortesanos se había movido de su asiento porque la noticia de que
también habría veda sobre las pieles, las telas y los productos como las tinturas que se utilizaban
para teñir éstas los había indignado hasta un punto rayano en lo ridículo. El motivo? Que deseaban
tener libertad para comprar y cortar todos los paños que quisieran con vistas a la Fiesta de la
Recolección; una costumbre que celebraba la última cosecha del año y en la que participaban
todas las familias de granjeros importantes del reino, montando una de las dos ferias más grandes
que se organizaban durante el año ( la otra era la Fiesta de la Cosecha, que se realizaba en
primavera ), y a la que los miembros de la corte asistían básicamente para mostrarse participando
en los juegos y pavonearse por ahí.
Estaba intentando hacerles entender que no ''necesitaban'' verdaderamente renovar todo el
guardarropa de cada uno de sus familiares para aparecerse en la puta feria llevando sólo UN
atuendo nuevo por cabeza, cuando el ruido de pisadas apresuradas, golpes, objetos estrellándose
contra el piso y gritos que se oyó de repente por el pasillo logró lo que sus insultos y amenazas
hasta ese momento no: que todos y cada uno de los presentes se callase. Claro que también
dejaron de mirarlo a él para voltearse a ver la puerta de la sala del trono, que se abrió de
improvisto, dando la impresión de que la hubiesen hecho saltar de sus goznes. Y por ella entró
Kirishima, cubierto de sangre y barro, corriendo y arrastrando consigo por lo que había sido su
cuello a un jabalí que le doblaba el tamaño. La sangre y algunos restos de piel arrancada que iban
dejando su rastro sobre el suelo provenían de ahí. Los cortesanos que no se pusieron verdes y se
encogieron en su lugar para evitar vomitar - o se desmayaron -, salieron desbocados por las
puertas que habían quedado abiertas, poniendo especial cuidado en dar un buen rodeo por los
costados al Inuki mugriento, quien con los ojos brillantes por la emoción y la cola batiéndose de
entusiasmo les había dado la impresión de haberse vuelto loco, cogido la rabia o alguna mierda
por el estilo ( se había enterado de eso después, cuando uno de sus ayudas de cámara se lo dijo
riéndose ).

El cachorro remolcó el cadáver de su trofeo hasta dejarlo a sus pies y se sentó muy erguido y
exultante, con la lengua colgándole por el esfuerzo del morro lleno de sangre y saliva espumosa
( que caía en hilos de su hocico formando charcos en el piso pulido ), y sus dientes filosos bien a la
vista, posiblemente aguardando una felicitación de su parte. La cual obtuvo, aunque no sólo y
completamente por haber cobrado su primer presa grande, sino porque con esa última imagen
que les había ofrecido, los pocos cortesanos que todavía quedaban jodiendo en la sala del trono
también salieron cagando y el puto asunto de los vestidos nuevos llegó definitivamente a su fin.

Kirishima también se ganó un buen baño, además de las felicitaciones, por supuesto. Y los
puñeteros rumores que circulaban desde que se había mudado con él al castillo acerca de que sólo
era una bestia mimada que nunca llegaría a ser peligrosa, desde ese día se redujeron como
mínimo a la mitad.

Aquél enorme jabalí que Kirishima había logrado abatir enteramente por su cuenta y sin la ayuda
de nadie, no sólo había modificado la imagen que los miembros de la corte tenían de él, sino
también la que el cachorro tenía de sí mismo. Ya no esperaba a que los soldados o Bakugou
organizasen las partidas de caza para unirse; salía a solas, siempre que le apetecía, y se pasaba
horas recorriendo los bosques que rodeaban el castillo y los caminos que atravesaban las
montañas. Acabó por conocer a fondo todo el territorio que rodeaba el reino y siempre, siempre
volvía con una buena pieza, grande y gorda, que ofrecía a Katsuki lleno de visible orgullo. A medida
que se avecinaba la consabida Fiesta de la Recolección, éste tenía cada vez menos tiempo libre
disponible, porque a las asambleas diarias de la corte se sumaban las audiencias que requerían los
granjeros, los ganaderos y otros ciudadanos que necesitaban permisos y credenciales para
participar de las distintas exposiciones de sus productos, o querían presentar quejas o demandas
por querellas, deudas o problemas que tantas competiciones y movimientos generaban entre
vecinos y familiares. El Rey era la última instancia a la que acudían, pero también era la definitiva,
así que en vistas de que ellos consideraban que sus asuntos sobre la feria eran de suma
importancia, Bakugou estaba hasta arriba de peticiones que lo pretendían como mediador entre
unos y otros.

La tarea le resultaba tediosa, exasperante, agobiadora y horrible... pero era su deber e intentaba
cumplirlo lo mejor que podía. Kirishima, desde su flamante sensación de fuerza y poder que
notaba recorrer su cuerpo y su recién estrenada libertad individual total de voluntad, se
compadecía de su amado, encerrado desde temprano por la mañana hasta casi el ocaso entre esas
cuatro paredes a las que había comenzado a tomarles rencor. Verlo encadenado a ese trono,
como si su corona en lugar de ser la representación de un privilegio fuese un estigma de sus
obligaciones ( aun cuando sabía que era Katsuki mismo el que se exigía tanto, en su empeño por
hacerlo todo lo mejor posible ) lo acongojaba. Le parecía injusto que siendo el que ostentaba más
poder en todo el reino, no pudiera disponer de su propio tiempo como le viniera en gana y tuviera
que priorizar todas sus responsabilidades, quedándose sólo para sí lo poco que le sobrara... que a
veces eran apenas una o dos horas.

Un día, cuando él le expresó su opinión al respecto, Bakugou le respondió que la situación sólo se
extendería hasta que se celebrara la puta feria y que luego volverían a la rutina de antes. También
le había dicho que cualquiera con un poco de poder extra era capaz de hacer lo que se le antojara
cuando le saliera del culo; así que lo que al final contaba era que a pesar de tener el poder para
hacerlo, aspiraras a dar lo mejor, en lugar de lo fácil. De modo que sí, él podría, si quisiera,
mandarlos a todos a joderse y usar su tiempo para cualquier otra cosa de su preferencia, porque
en teoría era el Rey y era el más fuerte y nadie podría retenerlo en la sala del trono si a él se le
ocurriera levantarse e irse... pero él aspiraba a lo mejor, y eso significaba cumplir con sus
obligaciones regias por mucho que estarse sentado escuchando mierdas todo el día no le gustara
un carajo. Era lo que había que hacer, y él lo haría. Y no se conformaría con hacer simplemente
pasable o ''bien'': lo haría de lo mejor. Porque él PODIA.

Y él, a su vez, entre esa respuesta y otras que había ido recibiendo en sus numerosas
conversaciones privadas, había llegado a entender que su Blasty consideraba que el título que
ostentaba en la corte y su posición en el reino como el más fuerte y el más poderoso, lo obligaban
de alguna manera a ser el mejor. En todo. En lo que fuera. Era el que estaba más arriba entre todo
su pueblo y entonces, por fuerza, TENIA que ser el mejor y hacer todo lo mejor que pudiera. Y que
fallar en algo era para él como fallarse a sí mismo. La intensidad con la que se argumentaba esa
lógica ( a sus ojos absurda ) le había alarmado al descubrirla. Katsuki estaba absolutamente
convencido de que era su responsabilidad cuidar de todo el reino, y que el único camino para
conseguirlo era ser el mejor luchador, el mejor guerrero... y hacer todo el resto lo mejor que
pudiera. A su ver, aquello era demasiada responsabilidad para una sola persona y le inquietaba el
empeño que ponía en alcanzar esa meta, pero comprendía que según el razonamiento de su
amado, si había nacido con ese poder y como heredero al trono, entonces esa era su función.

Y él no sabía cómo funcionaban los reinos de los hombres. Ni entendía cómo alguien pudiera
pretender o esperar que otra persona se encargara de proteger y cuidar ella sola un territorio tan
grande que albergaba en sí tantas vidas, por muy fuerte y poderosa que esa persona fuera. Porque
él provenía de una manada, donde aunque tenían un líder, éste tenía a su lado para pelear junto a
él a toda una jauría de Guerreros, y ellos compartían entre todos la responsabilidad de defender a
su pueblo. Pero se prometió a sí mismo que él apoyaría a su Blasty en todo. El también daría lo
mejor de sí mismo que pudiera, y cargaría en cuanto fuese mayor y su vínculo se consolidara con
la mitad de cualquier responsabilidad u obligación que Katsuki tuviera.

Mientras tanto, le había prometido a su amor que cazaría por ambos y llevaría comida a la mesa.
Era lo único que podía hacer por ahora para cuidarlo por su parte. Y fue lo que hizo puntualmente
desde ese momento.

Entre una cosa y la otra, llegó el día en que tenía que viajar al emplazamiento en el cual se haría la
feria, para inspeccionar y aprobar ( en caso de que todo estuviera en regla ) la arena en la que se
desarrollarían las justas. El sitio debía presentar las medidas adecuadas para las competiciones de
arquería, arrojo de lanza y lucha a pie con espada y escudo, además de todo lo necesario para la
justa en sí. Y no se trataba de un viaje que fuera a hacer solo, por supuesto: lo acompañarían dos
de sus generales veteranos, uno de los herreros y uno de los encargados de las caballerizas reales,
que se ocuparían a su vez de asegurarse de que los establos y la fragua en la que se realizarían las
reparaciones de armas y equipo estuviesen en óptimas condiciones para funcionar. La idea de
todo aquello era garantizar de alguna manera que nada estaba amañado y que los competidores
entrarían con las mismas condiciones para todos, a batirse en un sitio que no presentaba ninguna
ventaja extra para nadie.
Después de haber pasado casi un mes encerrado en el reputo castillo sin hacer prácticamente otra
cosa que escuchar a gente quejarse, o leer y sellar papeles, la idea de poder salir siquiera por un
sólo día a hacer lo que fuese a cualquier otra parte le parecía grandiosa, y había estado esperando
que llegase la fecha con impaciencia. Su idea era llevarse consigo a Kirishima y pasar el día
completo junto a él, aunque más no fuera para oírle contar con detalle sus progresos con el
entrenamiento durante el viaje. Hacía mucho que no hablaban con tiempo y menos estando él de
humor como para sostener una charla decente, situación que se había traducido en unas pocas
frases diarias intercambiadas superficialmente antes de dormirse, que trataban más que nada de
si el cachorro se encontraba bien y se sentía a gusto allí... y alguna vaga referencia ( las actividades
que le proponía al mocoso siempre variaban ) a que en cuanto terminara con todo aquello irían a
hacer algo divertido juntos.

Por ello había suspendido la sesión de ejercicio del Inuki con los soldados de ese día a pesar de las
protestas de éstos y, muy temprano por la mañana, habían partido ambos en compañía del resto
de la diligencia. Era una caminata de algunas horas, tenían programado llegar antes del mediodía,
almorzar, realizar las comprobaciones, dar el visto bueno a lo que estuviese bien, señalar lo que
hubiese que arreglar, comer algo más y marcharse, para estar de regreso en el castillo antes de
que hubiese avanzado mucho la noche. Y casi todo había salido exactamente según el programa.

Uno de los veteranos se había quedado en el emplazamiento a supervisar que los pocos detalles
erróneos que se habían encontrado se corrigieran, mientras los demás emprendían el camino de
vuelta. Salieron de allí cuando caía la tarde y el cielo se fue oscureciendo paulatinamente, a
medida que avanzaban. Kirishima tenía permiso para ir curioseando por ahí, siempre y cuando no
se alejara demasiado de la diligencia. Era el mismo trato que hacían entre ellos siempre que por
cualquier circunstancia salieran de viaje juntos, ya fuera éste un recorrido corto o largo. Al
cachorro le gustaba descubrir escondrijos de mapaches y otros animalejos por el estilo y él le daba
libertad para que rastreara porque sabía cuánto disfrutaba con esa actividad su amigo.

Y estaban en su territorio. Aquél era prácticamente el centro de su reino, la zona con mayor
cantidad de habitantes, mismo por lo que había sido elegida para levantar la feria. Y todas las
personas con las que pudieran cruzarse eran parte de su gente. Estaban rodeados por sus
súbditos. No había ninguna razón por la que pudiera haberse sentido inquieto por él. No tenía
ningún motivo por el cual hubiese podido pensar que corría peligro alguno. El pequeño siempre
solía husmear varios metros más allá del camino principal por el que él iba y nunca le había pasado
nada grave. De hecho, incluso durante su primer viaje juntos desde el campamento donde se
conocieron hasta su castillo, el Akuma iba y volvía, explorando los alrededores de los sitios que
transitaban, sin que jamás le ocurriera ningún percance fuera de lo común. Aparte, desde hacía
dos meses más, vagabundeaba por todo el bosque y las montañas por su cuenta y siempre
regresaba perfectamente a salvo.
Y estaba más fuerte que nunca. Y había mejorado muchísimo en combate ( sus generales mismos
se lo habían dicho mientras trataban el tema por la mañana ). Si alguien le hubiese preguntado al
respecto en ese mismo instante, hubiese afirmado sin dudar que Kirishima era perfectamente
capaz de cuidarse solo, y podía defenderse a sí mismo sin necesidad de ninguna ayuda.

Porque él sabía que su cachorro era en realidad un demonio, y que dominaba completamente el
poder que poseía bajo esa forma.

Lo que no sabía, era que había personas que se dedicaban a traficar con Akumas. Lo que ignoraba
era que se les pudiese anular su magia mediante un conjuro, si los capturaban por sorpresa antes
de que su víctima cayese en la cuenta de su nueva condición de tal. Lo que había olvidado era que
siempre que se organizaba un evento como la puñetera Fiesta de la Recolección, donde por la
cantidad de premios que se ofrecían en metálico para las diversas competiciones y las enormes
ventas y transacciones que la puta feria generaba, salteadores, ladrones de todo tipo y criminales
de demás especies se colaban dentro del reino con la esperanza de amasarse un buen botín antes
del invierno. Había olvidado que no sólo pobladores honrados transitaban por los caminos de su
reino, por mucho que la milicia vigilase, porque de plano más de la mitad de sus filas se había
machado a la guerra... y sólo quedaban muy pocos actualmente experimentados que pudiesen
hacer el trabajo de forma eficiente. La gran mayoría eran soldados que estaban terminando su
formación y su entrenamiento, tal como él mismo.

Y nunca se le había ocurrido enseñarle a Kirishima que debía mantenerse en guardia contra
personas sospechosas y estar atento a su alrededor, aún si no se hallaba inmerso en una pelea
concreta.

El viaje a la feria había sido asombroso, incluso si los juegos y los puestos de comidas estaban
enteramente vacíos porque todavía no se habían instalado en ellos sus propietarios. El simple
hecho de que Katsuki lo hubiera invitado a acompañarlo y se hubiera ocupado de darle ese día
libre para que pudiese ir era, en sí mismo, fantástico. No esperaba poder pasar el día completo con
él. Su amor no le había dicho nada al respecto hasta esa mañana, cuando lo despertó con la
fabulosa noticia. Había sido una sorpresa para él, una sorpresa hermosa que aprovechó al máximo.
Por ejemplo: habían hecho el viaje dentro de un carruaje en lugar de a caballo. Una especie de
trono con ruedas del que el animal tiraba, en vez de llevarte en su lomo. Su amado le explicó que
lo usaban porque nadie que los viese pasar podría saber que él estaba dentro y de ese modo no se
encontrarían forzados a detenerse cada vez que alguien pidiese para hablar con él. Pero lo mejor
de aquello había sido que al ir sentado adentro del carruaje había podido llevarlo a él sobre su
regazo y eso significó casi cuatro horas de tenerlo cerca para darle cariño. Pudo lamer su cara y
restregar su cabeza contra las mejillas y el cuello de su amado cuanto quiso, como hacía semanas
que no disponía del tiempo para hacerlo. Y había recibido a cambio muchas caricias. Bakugou le
había rascado tras las orejas y jugado con el pelaje bajo su hocico... y luego de tantos días en los
que apenas había podido compartir con él una o dos horas, aquello se sentía de maravilla.

Luego llegó el momento de recorrer el emplazamiento y tuvo permiso para olfatearlo todo, lo que
fue muy divertido. Hasta encontró un grupo de gallinas a las que corrió... aunque luego lo
regañaron por haber asustado esas aves. En su defensa, él no sabía que no estaban allí para ser
cazadas, y se alegró de que no fuese su Blasty el que se enfadó. Después, al emprender el camino
de regreso al castillo y para completar aquél día perfecto, obtuvo libertad para bajar del carruaje
por un rato e ir a explorar por ahí. La consigna que mantenía con Katsuki era la misma de siempre:
no alejarse mucho del camino, ni quedarse demasiado atrás. Hecho. Su amado sabía que él nunca
faltaría a la palabra que le había dado... y por otra parte ( y aunque esto su amor aún no lo
supiera ) él jamás, jamás se apartaría de su lado... a menos que fuese el mismísimo Bakugou el que
se lo ordenara.

Pensando en lo mucho que estaba disfrutando de aquella jornada, se adentró entre los campos
que se extendían a los lados de la senda que seguían los demás, manteniendo sus orejas atentas al
sonido de las ruedas del carruaje, para apresurarse tras él en cuanto se le adelantara un poco.
Estaba siguiendo el rastro fresco de un faisán, que por el surco que marcaba con sus pisadas, debía
de ser bastante importante. Se imaginó a sí mismo volviendo con tal presa junto a su Blasty y
obsequiándosela como presente a cambio de haberlo llevado consigo a ese viaje. Era un regalo de
retribución ideal... y su hocico se abrió en una sonrisa anticipativa.

Se agazapó, agudizando sus sentidos, sin perder contacto con el ruido del carruaje allá al fondo, y
comenzó a avanzar de a poco, lentamente, acercándose muy despacio hacia el árbol donde se
cortaba el rastro. Este poseía un hueco natural formado por sus raíces en la base y el ave se había
refugiado allí dentro cuando la noche la sorprendió. Si era lo suficientemente hábil como para
obstruirle la retirada aproximándose a la abertura sin alertar a su presa, la captura tendría lugar en
unos segundos y podría alcanzar a la diligencia antes de que estuviera muy lejos. Se preparó para
saltar, con la mandíbula lista para cerrarse fatalmente sobre su víctima. Podía ver la silueta del
faisán contrastando contra las sombras más oscuras del fondo del tronco del árbol. Saltó. Sintió
sus dientes clavarse lo justo sobre el cuerpo del ave para garantizar su captura...
Y al instante una especie de lazo corredizo se cerró alrededor de su cuello y lo lanzó hacia atrás,
levantándolo en el aire.

Cuando el peso de su cuerpo se quedó sin el sostén del suelo, la correa alrededor de su cuello
empezó a hundirse sin piedad en su cuero. Su cabeza acusó la falta de circulación y sus pulmones
la interrupción de la entrada de oxígeno. Se ahogó. Y entró en pánico. Agitó sus patas
desesperadamente. Contorsionó su cuerpo enloquecido, buscando en el aire cualquier punto de
apoyo que aliviara la presión y le permitiera volver a respirar. Todo en vano. Entonces intentó
transformarse, cambiar a su forma humana para usar sus manos como auxilio y apartar de su
cuello el lazo que lo ahorcaba... pero no lo consiguió. No pudo. Volvió a intentarlo, totalmente
aterrorizado, porque nunca, nunca le había pasado algo así antes, ni nunca había escuchado hablar
de que a ningún otro Akuma le pasara... Y volvió a fracasar. Quiso demonizarse. Tampoco funcionó
eso.

Lejos, desde alguna parte que no alcanzaba a precisar, le llegó el sonido de risas... y de una voz
que desconocía interrumpiéndolas.

- Ya bájalo de una vez, estúpido! Muerto no nos sirve para nada!! -

Y cuando estaba a punto de perder la conciencia, lleno de angustia y horror, la soga se aflojó solo
apenas lo justo para que pasase el aire, cayó al piso de repente y su nariz se golpeó contra una
piedra. Un dolor punzante lo recorrió completo, arrancándole un gañido. Escuchó más risas y unas
manos brutales cortaron el extremo del lazo que lo aprisionaba, dejando intacta la parte que tenía
contacto con su piel. Luego lo alzaron por el pellejo del lomo en el aire, causándole más dolor.

- No eres tan peligroso como te pensabas, no es así, bestia asquerosa? -

No respondió. Todavía veía borroso por haber estado a punto de desmayarse y aún no había
recuperado el aire bien, como para respirar con normalidad. Pero sintió que los dueños de las risas
lo rodeaban.

- Oye, Bill... cuánto crees que podrían darnos por éste? -

''Bill'' separó sus patas traseras y forzó su cola a apartarse de sus genitales. Después le abrió el
hocico apretándole la herida nariz para obligarle a mantenerlo abierto.
- Es macho. Y está muy bien alimentado y sano. Todavía no es adulto, pero ya no es cachorro
tampoco... No podremos venderlo como mascota, ni como esclavo ahora... Sin embargo se ve que
va a ser enorme cuando termine de crecer... Quizás podríamos sacarle más de mil monedas ya
mismo, si le buscamos el dueño adecuado. O podemos mantenerlo un par de meses más, esperar
a que se haga adulto y ver. En todo caso, será caro darle de comer para que no pierda
musculatura, tal vez sólo consigamos unas quinientas monedas más al final, después de
descontarnos los gastos. Tú decides, Marty. -

Pero ''Marty'' no iba a decidir nada. Jamás. Aprovechando que en lo que conversaban sus captores
se había recuperado, dio un giro con sus patas traseras en el aire, como había aprendido a hacer
durante sus prácticas de combate con Bakugou. No tendría el mismo efecto, porque con patas de
Inuki no podía golpear, pero le serviría para doblarle a Marty la muñeca lo suficiente como para
morderlo.

Y mordió. Clavó sus dientes afilados en la carne del tipo con furia, hasta que sintió la sangre
escurrirse a través de su hocico y oyó con claridad el chasquido de los pequeños huesos de la
mano partiéndose.

Marty gritó y maldijo. Intentó sacudírselo, pero él no soltó su presa. Entonces, algo se estrelló
contra su cabeza a la altura de su oreja y su mandíbula se aflojó sola. Un estallido de agonía blanca
y brillante inundó su cerebro, aturdiéndolo y cegándolo mientras su cuerpo impactaba contra el
tronco de un árbol. Cayó al piso y se quedó allí, esforzándose por levantarse, pero sin lograrlo: sus
patas no le respondían. Era como si todo su ser estuviese a kilómetros de distancia. Y su mente,
confundida y transida de dolor, sólo podía pensar en Katsuki. En que mientras perdía el tiempo allí,
el carruaje se alejaba. Tenía que regresar con su amor. ''Levántate, Eijirou!!'' Le ordenó a sus
patas. ''Muévete!!''... Pero no se movía.

Mientras tanto, sus agresores se gritaban entre ellos. Al parecer, no sabían a dónde había ido a
parar cuando salió disparado por el golpe. Y lo buscaban.

- El hijo de puta me rompió la mano!!! -

- Vamos, bicho de mierda... te voy a enseñar quién manda!! Sal de una vez, animal roñoso!! -

- No lo mates, estúpido!! Su venta tiene que pagarme la mano que me hizo mierda!! -
- No voy a matarlo, Marty! Sólo voy a cagarlo un poco a palos, para que aprenda que con nosotros
no se jode!! -

- La puta que lo parió al bastardo!! -

- Bill! Ayúdale a Marty a vendarse!! ... Yo ya encontré al bicho hijo de puta... -

Así comenzó la lluvia de golpes. Cayeron sobre sus costillas, dejándolo de nuevo sin aire. Patearon
su estómago haciéndole vomitar. Pisaron sus patas, su hocico, su cabeza... En un momento pensó
que se estaba muriendo, porque escuchó la voz de su Blasty, llamándolo... Pero no podía ser,
porque había pasado mucho tiempo y su carruaje ya debería estar muy lejos. Era imposible que
supiera dónde encontrarlo...

Sin embargo, era una hermosa ilusión para morir: su amado llamándolo por su nombre. Su pareja
sosteniéndole la cabeza para despedirse... Se abandonó totalmente a ella: si iba a morir, antes le
diría cuánto lo amaba. Abrió el hocico trabajosamente... y todo se puso negro y no supo más.

También podría gustarte