Está en la página 1de 28

La presencia bizantina en Hispania (siglos VI-VII).

La documentación arqueológica
Antig. crist. (Murcia) XXIV, 2007

2. LA RENOVATIO IMPERII.
LA INCORPORACIÓN DE SPANIA AL IMPERIO

Y ven también tú, venerable antepasada, Roma latina,


une tu canto al de la Roma floreciente;
ven a reír abiertamente porque ves a tu hija
superar a su madre, pues ésta es la alegría de los padres
Paul.Sil. Soph.164-167

La presencia bizantina en lo que se conoció como Spania, se inserta en el marco más amplio
del proyecto justinianeo de Renovatio Imperii, una empresa expansiva que supuso la reconquista
de los antiguos territorios imperiales en el Mediterráneo Central y Occidental (fig. 1)1.
Con frecuencia, este programa es tachado de anacrónico, si bien es necesario diferenciar la
consideración que desde nuestra perspectiva nos puede ofrecer, de la percepción en el contexto
de aplicación, momento en el que no eran sino los reinos bárbaros los que parecían efímeros
frente a un imperio considerado eterno2. Hemos de tener en cuenta que los mismos habitantes
del Imperio Romano Oriental, que hoy llamamos bizantinos, se seguían considerando Rhomaioi 3,
embarcándose así en un proyecto de recuperación de lo que consideraban propio. No en vano,
ni la división imperial, ni las invasiones germánicas, habían significado una ruptura total de las
relaciones entre Oriente y Occidente.
De cara a comprender esta iniciativa de la política justinianea, que explica la presencia de
los milites Romani en nuestro suelo, nos detenemos a continuación en sus antecedentes.

1 Para las cuestiones históricas, que aquí sólo tratamos con la finalidad de contextualizar nuestro trabajo y no
con la extensión que precisaría un período sumamente complejo, insistimos en remitir a los especialistas que citaremos
a continuación, ante una brevedad impuesta por nuestra pretensión de centrarnos en la documentación arqueológica,
verdadero objeto de nuestro estudio. En este sentido, similares consideraciones nos llevan a suprimir numerosas citas
bibliográficas referenciales.
2 HILLGARTH, 1966, p. 484.
3 Sobre la polémica de los nombres dados a los habitantes del Imperio Romano Oriental, vid. MORAVCSIK,
1968, p. 455-464.

33
34
Figura 1: La Renovatio Imperii justinianea en el Mediterráneo (a partir de Cameron, 1998)
2.1. PERSISTENCIA DE LA IDEA DEL UNICUM IMPERIUM. LAS RELACIONES EN-
TRE ORIENTE Y OCCIDENTE ANTES DE LA RECONQUISTA JUSTINIANEA

La Partitio Imperii teodosiana no había significado la ruptura total entre Oriente y Occidente,
de tal forma que, si bien hasta Justiniano prima cierto desentendimiento, sobre todo el primero
se niega a inhibirse totalmente de los asuntos del segundo, optando por un intervencionismo
interesado4.
Así, por ejemplo, tan sólo dos decenios después de la medida teodosiana, por otra parte sólo
sancionadora de una realidad previa, en 421 Constantinopla participa en los asuntos occidentales,
oponiéndose a la concesión del título de «Augusto» a Constancio por parte del emperador de
Occidente, Honorio. Tras su muerte (423) se rechaza igualmente el nombramiento de Juan como
emperador, para instalar su propio candidato, Valentiniano III (425-455), que para unir aún más
los destinos de ambas partes, casará con Eudocia en la capital oriental.
En esta dinámica intervencionista hay que incluir también la lucha conjunta frente a proble-
mas comunes, como el reino vándalo del norte de África, contra el que el emperador oriental
León I (457-474), junto con el emperador occidental aupado por él mismo, Anthemio (467-472),
organizan una expedición en 468, dirigida por el oriental Basilisco, y saldada con un estrepitoso
fracaso5.
La experiencia reforzará la inhibición oriental, que, por otra parte, nunca se había abandonado
plenamente, pues, como hemos señalado, la iniciativa no se concibe tanto como auxilio a Occi-
dente, el principal afectado por las operaciones del pueblo germano, como sí como respuesta a
un problema común, no poniéndose en marcha, de hecho, hasta que la piratería vándala afecte
a las mismas costas griegas.
Desde ese posicionamiento, la aceptación de gobernantes como Ricimer u Odoacro muestra
el desentendimiento de los emperadores León o Zenón respecto a una política de compromiso
para el mantenimiento de un poder imperial en Rávena6. Constantinopla parece intensificar una u
otra postura, en función de las coyunturas, de tal forma que nunca deja de seguir con atención los
acontecimientos occidentales, participando cuando cree conveniente, como muestra la respuesta
a la petición de auxilio del depuesto Julio Nepote, que propicia su restablecimiento (473).
Los sucesos del año 476, que suponen el destronamiento del occidental Rómulo Augusto,
tampoco adquieren el impacto de conmoción como para cambiar los principios de este posicio-
namiento, como se ha puesto de manifiesto en otras ocasiones7.
Así, si bien hay conciencia de disponer de derecho legal para ello, el emperador reinante en
esta coyuntura, Zenón (474-491), en función del carácter de esta misma, que precisa la atención
de los propios problemas internos, no mueve ficha al respecto8.
Con todo, como decimos, aunque las circunstancias no han propiciado aún formular y poner
en marcha un proyecto de recuperación de la parte occidental, hay conciencia de su legitimidad,

4 Como señala VALLEJO GIRVÉS, 1993a, p. 17 ss, indicando que las cosas empiezan a cambiar ya con
Anastasio. En el mismo sentido, a nivel social, tampoco se ha operado tal fractura. A este respecto, vid. KAZHDAN y
CUTLER, 1982, p. 429-478; y CAMERON, 1993, p. 991.
5 VOGT, 1968, p. 297.
6 En este sentido, V
VALLEJO GIRVÉS, 1993 a, p. 17-18.
7 Encontramos las reacciones de Oriente ante la caída de Roma en KAEGI, 1968. Vid. igualmente, sobre la
significación del acontecimiento, BRAVO CASTAÑEDA, 2001b, p. 3-38.
8 VALLEJO GIRVÉS, 1993a, p. 18.

35
que acabará tomando cuerpo incluso como imperativo. En este sentido, los mismos dirigentes de
los pueblos germánicos no lo ponen en duda, y así, primero el vándalo Geiserico (474) y después
el hérulo Odoacro (476), admiten la autoridad del emperador oriental, solicitando su reconoci-
miento, su sanción legal. Precisamente, este último caudillo, depuesto el emperador occidental
Rómulo Augústulo, envía las enseñas imperiales a quien considera su legítimo heredero, Oriente,
pidiendo además el título de patricio y el consentimiento para su gobierno sobre Italia9.
Se ha impuesto una política pragmática, que abordaría objetivos más ambiciosos en el momen-
to más adecuado10. Ni aún se daban las circunstancias propicias, ni aún se contaba con el suficiente
respaldo, pues, se conservaba el recuerdo del oneroso fracaso de la expedición de León contra
los vándalos, impidiendo cualquier planteamiento de reconquista. No obstante, ello no implica
la inhibición total sino la toma de decisiones en función de los acontecimientos, como muestra
el propio Zenón enviando a Italia frente a Odoacro, al ostrogodo Teodorico (493-526).
No hay que perder de vista tampoco que, con una Roma devastada por los bárbaros, Cons-
tantinopla se convierte en el nuevo centro del mundo civilizado, en la «Noua Urbs», operándose
una translatio imperii hacia una ciudad11, una sociedad, en la que la ideología política vendrá
marcada por el apego casi incondicional a los valores romanos y cristianos, tales como eran
conocidos por el mundo helénico y helenizado de Oriente. Así, en el Pseudo-Dionisio Areopagita,
se esbozan los principios de esa ideología ecuménica12.
Con todo, también es ahora el momento en el que se configuran con claridad, dos principios
opuestos y contradictorios, una tendencia «realista y oriental», que cree prioritario mantener el
territorio y atender a las fronteras, y una postura «idealista y occidental», que aspira a reconquistar
Occidente, a retornar a la gran nación romana y acabar así con el sistema policéntrico que se ha
instaurado en la Pars Occidentis, donde nuevos estados germanos han liquidado el Imperio13.
Para estos últimos, ahora hospites, la ley romana de acuartelamiento había constituido el
punto de partida para la instalación en el suelo del Imperio14. Los reinos occidentales conservan
muchas instituciones romanas y, según parece, consideraban que sus vínculos con el emperador
de Constantinopla seguirían los esquemas de patrocinio y clientela15. Estos reges dominan en
su territorio sobre la población hispanorromana, reforzados por cargos y títulos honoríficos re-
cibidos del emperador, o por un parentesco ficticio con la casa imperial. Entre ellos, debemos
destacar a Teodorico, enviado por Zenón, y con quien los planteamientos de imperio unitario
vuelven a cobrar vigor.
Así, en una carta al emperador Anastasio (491-518), el caudillo ostrogodo habla de la existen-
cia de dos estados, dos rei publicae, mas un solo Imperio, un Unicum Imperium, mostrando que
nos encontramos en un contexto en el que se ha consolidado la idea de que, independientemente
de la suerte de la estructura política, sigue existiendo un nexo entre los territorios, la herencia

9 JONES, 1964, cap. VII.


10 CAMERON, 1998, p. 57.
11 Frente a la vieja ciudad pagana, ahora la nueva ciudad está envuelta desde su fundación en una aureola divina,
presentada como «Nueva Jerusalén», a la vez que «Ciudad de la Virgen». Sobre la cuestión ALEXANDER, 1962, p.
346 ss; AHRWEILER, 1975, p. 12-17; y CALDERONE, 1993, p. 723-748.
12 Así lo destaca MORFAKIDIS, 2002, p. 646.
13 MAIER, 1984, p. 38.
14 De alguna forma, el surgimiento de estos reinos venía a culminar el empuje que desde el siglo III ejercían
fuerzas centrífugas frente al centralismo imperial, como recoge VOGT, 1968, p. 292.
15 CAMERON, 1998, p. 56.

36
romana. Con dicho legado todos integran una Romania ahora ya no opuesta a la Gothia, como
hacía Orosio, sino por el contrario, inserta en el ámbito de la cultura romana y la lengua latina
de la civitas general de la que habla Sidonio Apolinar, que hace a todos Romani16.
La normalización de la cuestión religiosa entre Roma y Constantinopla durante el reinado
de Justino (518-527), con el fin del cisma acaciano, acerca aún más Oriente y Occidente, en un
ambiente ideológico en el que ya algunos autores insisten en la necesaria empresa de reconquista
que aquel ha de emprender17.

2.2. FUNDAMENTACIÓN Y PUESTA EN PRÁCTICA DE LA POLÍTICA DE RENOVA-


TIO IMPERII DURANTE EL REINADO DE JUSTINIANO (527-565)

El proyecto justinianeo, que aquí analizamos en su principal vertiente de extensión territorial,


supone una gran transformación del mundo mediterráneo, en un proceso que acabará cosechando
justo aquello que había intentado frenar y aun subvertir. A este respecto, se ha señalado que,
dentro de una visión de larga duración, Justiniano, en su intento de restaurar el antiguo status
quo, acelera sin embargo, la evolución y transformación de la latinidad entera, razón por la que
se le ha comparado con Carlos V, quien, también en su intento de devolver la unidad a otro
imperio romano, el Sacro, de Carlomagno, lleva a la fragmentación de la Europa moderna18.

2.2.1. Los fundamentos

Lo cierto es que para este proyecto de gran envergadura, la Renovatio Imperii justinianea, no
se puede hablar en exclusividad de una única motivación, ante la confluencia de diversas causas
que interaccionan entre sí. No obstante, no resulta fácil discernir cuando éstas realmente han
movido a la empresa, y cuando responden únicamente al discurso propagandístico. Dicho de
otro modo, en esta fundamentación se confunden dos componentes estrechamente unidos, las
verdaderas motivaciones, que suponen el arranque mecánico del proceso, y las argumentaciones
acuñadas, que tratan de explicarlo.
El examen crítico de las fuentes, entre las que debemos destacar muy especialmente a Pro-
copio, Pablo Silenciario o Juan Lido, permiten estudiar estas cuestiones.

2.2.1.1. Fundamentación ideológica

Incluye las razones que parecen tener más peso en la puesta en marcha del proyecto. Respon-
den a una convicción que ya hemos visto forjada a lo largo de la etapa anterior y que, profunda-
mente asumida y desarrollada por el propio emperador, es precisamente la que encontramos en
la documentación oficial. Con todo, si bien hay unanimidad en aceptar su veracidad, no la hay
tanto a la hora de determinar hasta que punto fue detonante de la empresa justinianea, si lo fue
de forma exclusiva o tan sólo como un factor más, o incluso si fue únicamente pretexto.

16 VOGT, 1968, p. 316. Vid. igualmente, sobre los conceptos, las distintas aportaciones recogidas en BRAVO
CASTAÑEDA, 2001a.
17 Sobre la cuestión, VALLEJO GIRVÉS, 2006, p. 768-771.
18 SPANU, 1998, p. 13.

37
2.2.1.1.1. La monarquía universal

Ya anteriormente hicimos mención de la ideología ecuménica, en cuyo contexto, la tarea


fundamental del emperador se sustancia más que en el bien de los individuos, en la realización
de la monarquía universal19. Se trata de un universalismo que, fundado en la herencia romana,
es consolidado por la idea ecuménica cristiana, de tal forma que la proyección universalista no
es así, tan sólo, fruto de la «eterna nostalgia»20.
La concepción romano-cristiana de la universalidad había sido elaborada en tiempos de
Constantino y expuesta magistralmente por Eusebio de Cesarea en el discurso de honor del
primer emperador cristiano, pronunciado en 335. En éste, toda una serie de conceptos paganos
son reelaborados dentro del pensamiento cristiano para presentar al emperador como vicario de
Cristo, en una visión que, enriquecida con los planteamientos de Dioniso Aeropagita, supone
una metamorfosis del divus imperator en imperator Dei gratia, como un aspecto más de la
imitatio sacerdotii21.
Todo ello explica que Justiniano se presente a sí mismo como puente de las gracias celestes
entre Dios y los hombres22, gobernando gracias a una divina maiestas, sobre cuyo origen, o al
menos el asentimiento divino a su conferimiento y ejercicio, se insiste en la legislación justinia-
nea23. La ideología se plasma no ya sólo en grandes realizaciones monumentales, sino también en
los más variados campos de la documentación material24, de tal forma que, por ejemplo, la misma
moneda áurea dará cuenta del origen divino del poder y de su proyección universalista25.
Dentro de esta concepción teocrática del poder, se reserva al emperador un papel mesiánico
como nuevo David, Salomón o Moisés, cuya vara, de hecho, descubierta providencialmente en
el reinado de Constantino, era portada en las procesiones imperiales26. El emperador, guía del
«nuevo Israel», se presenta como el propagador de la religión, incluso más allá de las fronteras
imperiales, de tal forma que su fin no es otro que el logro de la oikoumene cristiana27.
Se entiende así también que durante el reinado de Justiniano tenga especial vigencia el proble-
ma de la «paz de la Iglesia», buscando una unidad religiosa que ha de insertarse en una unificación
general, también política, jurídica y religiosa, en tanto unidad es una de las palabras claves para
comprender la obra justinianea, en un momento en que la sociedad está experimentando ciertas
presiones que le llevan hacia una absoluta centralización, igualación y solidaridad28.

19 BONINI, 1979, p. 96. Sobre la noción de monarquía universal, DVORNIK, 1968, p. 815-839; y AHRWEILER,
1975, p. 19-24. Igualmente, en general, acerca de las nociones políticas que aquí se tratarán, vid. PERTUSI, 1976, p.
33-56; y SIGNES COGOÑER, 2000.
20 OSTROGORSKY
OSTROGORSKY, 1984, p. 83-84.
21 FARINA, 1966; CAMERON, 1983, p. 71-78; y GONZÁLEZ FERNÁNDEZ, 1997a, p. 131.
22 Nov. 85, praef, del a. 539.
23 Así BONINI, 1979 lo destaca en C.I, I,29,5; Constitutio Deo auctore pr (C.I i,17,1,pr) del a. 530; Nov. 73,
praef. 1, del a. 538; y Nov. 86, praef, del a. 539.
24 AHRWEILER, 1975, p. 21.
25 Así en los solidi justinianeos podemos ver en el anverso al emperador con vestimenta militar, portando el
globo crucífero, en tanto en el reverso, un ángel, que sostiene también en una mano el orbe coronado por la cruz, y en
la otra, el labarum o cetro cruciforme, reflejando la victoria y protección divina.
26 TOPPING, 1978, p. 22-35 y EVANS, 1996, p. 60.
27 Incide en ello, entre otros, Eustaquio de Tesalónica, Oratio III Vid. así Fowden, 1993, p. 92-93 y Vallejo
GIRVÉS, 1993a, p. 22.
28 GONZÁLEZ FERNÁNDEZ, 1990, p. 496-498.

38
Para algunos, dicha unidad no deja de ser algo accesorio al «espíritu cristiano» de Justiniano,
en el empeño de que los creyentes pasen a regirse en el campo religioso por unas normas y
obediencia empleadas ya en otros campos, para conseguir así la total sumisión al poder imperial,
generadora del debate sobre el cesaropapismo, y, a través de esa uniformidad pretendida, hacer
viable sus proyectos imperialistas en las provincias occidentales29.
A partir de todo lo explicado, se comprende que la motivación religiosa, íntimamente unida
a la política, pues se da una simbiosis entre ambas esferas, sea una de las fundamentales para
explicar la política de Renovatio Imperii30, poniendo en marcha un aparato propagandístico, que
presenta las campañas como una «misión sagrada», a modo de una especie de «cruzada»31.
Esta cuestión se puede tratar a partir del análisis de la legislación justinianea, en especial, de
las constituciones que regulan la administración de la diócesis africana (C.I 1.27.1; C.I 1.27.2)32.
Así, en el prefacio de la C.I 1.27.1 se alude a la situación de la población cristiana, sujeta «bajo
el yugo bárbaro», y objeto de humillaciones por parte de los vándalos, quienes, han intentado
eliminar su fe mediante la rebautización, han profanado lugares sagrados y de culto, convirtiendo
iglesias en establos, o se han apropiado de bienes eclesiásticos y han sometiendo a sus obispos
a tormentos y deportaciones.
La restauración de la fe es un fuerte imperativo para lanzar la campaña de recuperación
del territorio norteafricano, valiéndose para ello Dios, del «último de sus siervos», como así se
autodenomina Justiniano, que conseguirá la liberación del África a vandalis captivata, recupe-
rando también las insignias imperiales, que habían sido arrebatadas por los vándalos durante el
violento saqueo de Roma en 455.
El análisis de la campaña vándala permite ver el carácter de la empresa renovadora. Así, en
los textos que aluden a ella las palabras más repetidas son libertas y captivitas, puestas en boca
de un emperador, Justiniano, que, gran fautor libertatis, en tanto también fomenta las manu-
misiones, libera en África no ya a cives o tributarii, sino a animae y corpores, como muestra
del dominio de la cosmovisión religiosa. La defensa de los territorios recuperados se escuda
igualmente en esos propósitos religiosos, como se refleja en las invocaciones que Coripo pone
en boca de Juan Troglita, con motivo de la lucha contra las sucesivas revueltas moras33.
La empresa italiana, a través de la documentación, ya no se reviste tanto de ese carácter de
«cruzada», pero no por ello se le dejan de aplicar todas las ideas que hemos ido mencionando,
convertidas en recurrente topos. El mismo Procopio de Cesarea (Bellum Gothorum I,5,8-9)
permite seguirlo en este caso, con un texto que da cuenta del absoluto convencimiento que tie-
nen los orientales sobre su legitimidad para reivindicar unos territorios que, por más que haya

29 Vid. a este respecto, las ideas que recogen diversos autores, como BIONDI, 1936; MEYENDORFF
MEYENDORFF, 1968;
BROWN, 1989, p. 176; y CABRERA, 1998, p. 39.
30 STEIN, 1949, p 276-278; BARKER, 1966, p. 133-136; y JONES, 1964, p. 270-271.
31 OSTROGORSKY
OSTROGORSKY, 1984, p. 83; y CAMERON, 1998, p. 57.
32 GONZÁLEZ FERNÁNDEZ, 1997a, p. 159-165, a quien seguimos en la cita de la legislación justinianea.
33 Así se invoca a Dios, que ha de ayudar a los soldados bizantinos en tanto propagadores de su verdad, pues «Tú
aplastas las armas impías» (Iohann. IV, 274), de tal forma «Que Cristo poderosísimo luche en tu nombre, Justiniano,
con tus armas. Conserva, Padre venerable, el poder de nuestro emperador» (Coripo, Iohann.V, 43-44). Más explícita
aún es una de las últimas plegarias: «Vuelve ya por fin tu mirada a los romanos, míranos, altísimo y, compasivo, ven a
socorrernos, Padre, y haz pedazos, te lo ruego, a las tribus soberbias con tu poder. Y que te reconozcan las naciones
sólo a ti como poderoso Señor, mientras aplastas a los enemigos y salvas a los tuyos en la guerra. Y entonces el géne-
ro humano en su totalidad rechazará los dioses de piedra y te reconocerá poderoso, como verdadero Dios» (Coripo,
Iohann., VIII, 340-354).

39
pasado el tiempo, por más que haya variado la situación, no pertenecen a otro dueño más que
a los Romani, ahora, al igual que en la campaña vándala, no responsables de un ataque, sino
únicamente actores de una legítima defensa34. Se trata de la defensa de lo propio, de la justa
respuesta ante incontables humillaciones, de la empresa sagrada de liberar un territorio capturado,
de liberar a unos habitantes sometidos al «yugo bárbaro»35.
Antes foederati y hospites, las campañas pasan ahora a ser «contra hoste(s) barbaro(s)»,
como veremos también en el caso del enfrentamiento con los visigodos, en el caso de Hispania,
con una inscripción que aquí estudiamos, la de Comitiolo36.
Lo cierto es que, con un fin aparentemente religioso, las campañas también se envolvieron en
un ambiente milagroso, profético, ya desde sus mismos inicios, en los que Justiniano cesa en su
vacilaciones tras recibir la misteriosa visita de un obispo, que le informa acerca de la voluntad
divina, a decir de Procopio, quien también vence sus reticencias a través de otro sueño, entre
otras historias de este tipo que habrán de continuar iniciada la campaña37.

2.2.1.1.1.1. La Renovatio como retorno a lo antiguo. La idea de renacimiento

De acuerdo a cuanto acabamos de desarrollar, la realización plena de la idea de monarquía


universal significaba también, por todo ello, un retorno a lo antiguo, siendo significativa la conser-
vación del nombre Rhomaioi para los habitantes del Imperio Romano Cristiano de Oriente38.
El mismo emperador declara así explícitamente que su objetivo es «restablecer lo antiguo
en el Estado con un mayor esplendor»39, en el deseo de hacer reinar de nuevo en el mundo
la pax romana, permitiendo que el Mediterráneo y el Ponto fueran otra vez lagos romanos.
Se pone en práctica una ideología neo-romana, que permitirá a Justiniano, a decir de Agatías,
convertirse en «el primero de los gobernantes de Bizancio en ser Emperador de los romanos
no sólo de nombre sino de hecho»40. No extraña así tampoco que cuando Justiniano lance su

34 «Los godos se han apoderado por la fuerza de Italia, que es posesión nuestra, y no solo se niegan a devol-
vérnosla, sino que han cometido contra nosotros nuevos agravios absolutamente intolerables. Por ello nos hemos visto
obligados a declararles una guerra(..)». Es necesario igualmente considerar las vicisitudes de tipo político, relativas
a Amalasunta y su descendencia, en los orígenes de una campaña, que militarmente se complicará mucho más de lo
esperado. Vid. a este respecto, THOMPSON, 1982, p. 77-91.
35 No obstante, la población romana, que en teoría había de ser la beneficiaria de tales expediciones, estuvo
dividida; al parecer no siempre comprendió estas campañas, de tal forma que amplias capas llegarían a ver a los orien-
tales como nuevos y simples invasores, responsables de derramamiento de sangre, como señalan THOMPSON, 1982,
p. 92-109; y MOORHEAD, 1983, p. 575-596.
36 Vid. infra.
37 Acerca de los sueños del emperador y del cronista de Cesarea, vid. Bell.Vand., I, 10, 18-21; y I, 12, 3-5; así
como Bell.Vand., I , 15, 34-36, para el suceso de la fuente milagrosa que proporcionó agua a los expedicionarios cuando
la expedición desembarca en el norte de África. Además de las recogidas por Procopio, como decimos, no faltan otras
historias de este tipo, sea el caso de la recogida en la Vict. Tun. A.534, señalando que también el mismo Justiniano
recibe en otro sueño, la visita del mártir africano Laetus, muerto a causa de su fe por los vándalos en 484, para urgirle
a la expedición. Vid. EVANS, 1996, p. 127.
38 Éstos sólo después utilizarán el término de bizantino, en un principio restringido a los habitantes de la capital
(BONINI, 1979, p. 97; y AHRWEILER, 1975, p. 11-13). Sobre el tema, MORAVCSICK, 1968, p. 455-464, incidiendo
en el problema historiográfico que ya hemos tenido ocasión de tratar en el apartado precedente, sobre la conveniencia
del empleo del término bizantino para la etapa justinianea y el reinado de sus inmediatos sucesores.
39 Novela 24,1
40 AGATH. Hist. Libri Quinque V ,14,1, citado por VALLEJO GIRVÉS, 2002c, p. 42.

40
empresa expansiva, autores como Procopio y Juan Lido, vuelvan a ocuparse intensamente del
tema del renacimiento de Roma en otro lugar, en el proceso de transferencia de capitalidad de
Roma a Constantinopla41.
El genus Romanorum ha dominado y, por lo tanto, también ahora ha de seguir dominando
Deo propitio a todas las naciones, a través del clásico binomio arma et leges42.
A este respecto, cabe detenerse en el problema de la reverentia antiquitatis, el clasicismo de
Justiniano, que ha suscitado un interesante debate, en tanto no todos los autores reconocen esta
supuesta tendencia arcaizante, limitando en algún caso ese clasicismo sólo al campo jurídico,
frente al ductus cultural de la época, que se considera contrario a ser favorable a lo antiguo, y
que, por tanto, restringirían el alcance de la obra restauradora imperial43. No en vano, las durí-
simas medidas contra la disidencia religiosa, en especial contra los paganos, que supusieron el
cierre de la milenaria Academia de Atenas; o como resultado mismo de las campañas, que en
la provincia considerada tradicionalmente bastión de la Iglesia latina, África, se implante una
administración griega; en tanto en la cuna de la romanidad, Italia, desaparezca definitivamente
el senado y tenga lugar el éxodo de las familias aristocráticas, hacen cuando menos paradójico
el sentido del proceso restaurador44.
Con todo, independientemente de cuáles fueron los frutos —en gran parte no deseados—,
que las medidas puestas en marcha acabaron dando, testimonios como el de Procopio resultan
reveladores como reflejo de un sentir más amplio apegado a la tradición, pues, este mismo, tras
cantar las campañas del emperador en sus obras precedentes, entre las más feroces críticas que
le dedica en su Historia Secreta, lo considera un «innovador diabólico»,
», ««propenso a cambiarlo
todo»45. No faltan otras voces en la misma dirección, como la de Agatías, que pone en boca del
lazo Eetes, la acusación a «un rey taimadísimo que disfruta desbaratando lo que siempre se ha
mantenido estable» (III 9, 6).
En ese sentido, si bien, como decimos, los resultados no fueron siempre los esperados, y
algunas veces incluso, acabaron provocando justo aquello que trataba de evitarse46, parece que
podemos admitir un proyecto de Renovatio global, que, sin discusión en el aspecto legal, también

41 CALDERONE, 1993, p. 723-748, y CAMERON, 1993a, p. 993


42 A dicho binomio se confían la summa rei publicae tuitio en la Constitución «Summa rei publicae» (de Ius-
tiniano codice confirmando), 7-IV-529. Vid. así BONINI, 1979, p. 13-14, recordando también que no se trata de una
idea nueva, sino proclamada por oradores y poetas desde tiempos de César y Augusto, que encontramos de nuevo más
tarde, por ejemplo en Claudiano (370-404).
43 Sobre esta cuestión, vid. SCHINDLER, 1966 y WIEACKER, 1970, con los posicionamientos críticos de
RICCOBONO, 1931, p. 237-284 y LEMERLE, 1975.
44 Vid. así CAMERON, 1998, p. 119-120.
45 A este respecto, PÉREZ MARTÍN, 2003, p. 5, con bibliografía. Sobre la cita del autor de Cesarea, vid.
Historia Secreta, VIII, 26, si bien son recurrentes las críticas en esta dirección, elocuentes sobre el rechazo que supone
el desvío de la tradición (VI, 21: «... siempre quería introducir cambios en todo y, por decirlo todo de una vez, se
convirtió en el más grande corruptor del orden establecido»; y XI, 1: «Tan pronto como Justiniano se hizo cargo del
imperio, consiguió confundirlo todo, pues introdujo en el estado cambios que antes habían estado prohibidos por la
ley y erradicó a su vez por completo las costumbres que regían hasta entonces, como si hubiera asumido el hábito
imperial con el objeto de que todo cambiase y mudase el hábito»). En este sentido, innovación parece ser una palabra
con connotaciones peyorativas, de tal forma que ni en el pensamiento culto ni en el popular, parece haber hueco para
el concepto de progreso, o cambio continuo, como señala BROWNING, 1971, p. 89.
46 La misma renovación urbana que trata de impulsarse acaba viéndose afectada por las medidas contra el
paganismo, que suponen la condena a la ruina de los edificios donde se rendía culto a los antiguos dioses. Vid. a este
respecto, VALLEJO GIRVÉS, 1993a, p. 38, con bibliografía.

41
con menor grado de unanimidad harían de Justiniano patrono de las letras o inspirador de un
renacimiento artístico clasicista47.
Igualmente, en el plano político, como vimos, esa idea de renovatio en nada resulta ajena
al contexto, de tal forma que, no habiéndose perdido la idea del Imperio, como muestran las
mismas relaciones entre los pueblos germánicos y Oriente, el renacimiento siempre planeó, hasta
que consiguió ponerse en práctica.
Así, aunque algunas fuentes sí hablan de la caída del Imperio Romano, desechando toda
esperanza de restauración, como el Chronicon del comes Marcelino, o también la Vita di San
Severino del monje Eugipio, la misma idea de Imperio es especialmente resistente. Descon-
cierto, conmoción, son sentimientos que ya provoca Adrianópolis48 y que especialmente suscita
el saqueo de Roma del 41049, mas, sin embargo, se trataba de una desesperanza súbita y no
de una conciencia real de que todo hubiera llegado a su fin, pues, como afirmará San Agustín
recogiendo ese sentimiento, «Roma no perece, Roma recibe unos azotes; Roma no ha perecido,
tal vez ha sido castigada, pero no aniquilada»50. No es, por tanto, imposible, un renacimiento,
una renovatio, en la que depositan sus esperanzas tanto paganos como cristianos.
De este modo, en el mundo cultural cristiano del siglo V aún domina la idea de una Roma
eterna, una Roma que, tan antigua como el mundo, sólo caerá si la naturaleza invierte su curso.
Los males no dejan de ser sino un «azote temporal»51, frente a los que, por necesario, existe
la idea de un renacimiento, un retorno a la pureza, desprendiéndose de la corrupción de los
tiempos cercanos, como mostrará el agustinismo a través de alegorías como la del trillo o la
almazara mística. La Roma senescens, como dirá Prudencio (348-415) rejuvenece con la fe
cristiana52.
Pero además, también la idea de un ordo renascendi la encontramos en el mundo cultural
pagano desde tiempo atrás, en autores como Rutilio Namaciano (c.410), que incide en la especial
facultad que tiene Roma para engrandecerse en la infelicidad, incluso para surgir de nuevo53.
La idea de Renovatio Imperii planea incluso entre los invasores, si podemos creer el tes-
timonio de Orosio, según el cual, el rey godo Ataulfo, viendo la imposibilidad de destruir el
Imperio y crear un nuevo Imperio godo (la Gothia en lugar de la Romania), se dedicará a
restaurar el propio Imperio Romano54. Posteriormente, como hemos visto, también Teodorico

47 CAMERON, 1998, p. 120 y KITZINGER, 1977. Insiste en la idea de renovatio global, que afecta por igual
a la reconquista occidental, la unidad religiosa, la codificación de las leyes, el terreno moral, las obras públicas, el arte
o la literatura, BROWNING, 1971, p. 89.
48 AMBROSIO, Expositio in Luc X, 10 y 14; T II, pp. 160-161, Tissot.
49 ZÓSIMO v, 37-51 ; Olimpiodoro, frs 7,11. El mismo S. Jerónimo ( In Ezechielem prophetam I , praef PL
25,15) afirma : «Pero cuando la más brillante antorcha de la tierra se apagó, cuando el Imperio romano fue herido en
su misma capital; cuando para hablar más exactamente, la tierra entera recibió un golpe mortal con esta sola ciudad,
yo me quedé mudo (..)».
50 AGUSTÍN, Sermo 81, 8-9; PL 38, 504-508.
51 AGUSTÍN, CD, I,9.
52 PRUDENCIO, Contra Symmachum, 2,655: «¡Yo os saludo, príncipes famosos, hijos /de nuestro emperador
victorioso, con quien toda extenuación/ dominé en renacimiento, y de nuevo enrubiarse vi/ mis canos cabellos! ¡Que
envejezca todo lo perecedero/ según las leyes: a mí me regalan los tiempos un nuevo siglo, / y una larga vida me enseña
a despreciar la muerte».
53 PASCHOUD, 1967, p. 289.
54 OROSIO, Historia adversus paganos, 7, 43,4 ss. A este respecto, vid. STRAUB, 1954, quien considera que
en realidad los planes de caudillo no iban tan altos.

42
seguirá hablando del unicum imperium, de tal forma que, Casiodoro, en sus Variae, glosa sus
intentos por renovarlo.
La idea de renovatio, de restitución, recuperación o renacimiento, no es así nueva en el reinado
justinianeo, de la misma forma que, en Bizancio, será recurrente a lo largo de su trayectoria55.
Es constante a lo largo de la Historia que cuando existe disconformidad con el panorama con-
temporáneo, bien se trate de subvertir completamente las estructuras a través de la revolución; o
bien, como vemos ahora, volver la vista hacia una «edad dorada», hacia el mundo de los maiores
donde se deposita la virtus, postulando la restauración.
Por todo ello, no extraña que el emperador, admirando la grandeza moral de los antiguos
romanos, se considere descendiente de Rómulo, de César, Augusto y Constantino, y así, en el
deseo de situarse en la línea de la continuidad histórica romana, adopte una pomposa titulatura
imperial, verdadera expresión de su objetivo de restauratio Romani imperii, con el que la Roma
senescens, rejuvenece56.
No extraña así tampoco que la primera expedición militar impulsada en este programa, saldada
con la conquista del reino vándalo, se cierre celebrando al regreso de Belisario a Constantinopla
en 534 con un magno desfile de triunfo, a la manera de los antiguos conquistadores57.
Se trata, a fin de cuentas, de una mezcla de continuidad y cambio, o mejor, de un cambio
basado en la continuidad, en buena parte resumido en las palabras con las que el senado cons-
tantinopolitano recibe al sucesor de Justiniano, Justino II: «Vuelven tiempos pasados y una edad
nueva» (Coripo, In laud. Iust., IV, 138).

2.2.1.2. La Renovatio como medio para recuperar el consenso social y la popularidad

Fundándose en la evolución que acabamos de ver y planeando ya desde antes, lo cierto es


que la idea de Renovatio Imperii pasa a convertirse en un topos de la propaganda imperial,
especialmente a partir de la rebelión Nika del 532, de tal forma que, si bien respondiendo a
convicciones ecuménicas, la expedición contra el reino vándalo, y por tanto, la puesta en marcha
del proceso de expansión o recuperación territorial, trataba igualmente de restaurar la reputa-
ción muy erosionada del emperador tras la rebelión, que había puesto de manifiesto la violenta
oposición de parte de la población hacia la política justinianea 58.
Con todo, no obstante, si bien entre los sectores hostiles a la política imperial, además de
la plebe, destacaban grandes familias que habían visto reducidos sus contingentes de esclavos,
merced al fomento de las manumisiones que realiza Justiniano59, parte de esa oposición esta-
ba suscitada por la misma adhesión imperial a la «tendencia occidental», que le granjeaba el
resentimiento de la otra opción que polariza la vida política oriental, con dudas incluso entre

55 Vid. así PÉREZ MARTÍN, 2003, p. 1-28; o por cuanto se refiere al arte, ELVIRA, 1990, p. 419-429.
56 PRINGSHEIM, 1930, p. 549-587; WORP WORP, 1982, p. 199-223; y BONINI, 1987, p. 27. Acerca de esa titulatura,
basta con ver la inscriptio de la Constitutio Cordi del 16 de Noviembre de 534 (De emendatione codicis Iustinianei et
secunda eius editione), donde el emperador aparece como Imperator Caesar Flavius Iustinianus, Alamanicus, Gotticus,
Francicus, Germanicus, Anticus, Alanicus, Vandalicus, Africanus, pius, felix, inclytus, victor ac triumphator, semper
Augustus, senatui urbis Constantinopolitanae S.
57 Mc CORMICK, 1986, p. 124-129.
58 CAMERON, 1998, p. 123.
59 GONZÁLEZ FERNÁNDEZ, 1997a, p. 193-237.

43
los círculos más allegados al emperador, como Juan de Capadocia o el cronista Procopio de
Cesarea60.
Ante un panorama interno marcado por las disensiones, el exterior aparecería como una
válvula de escape, con la posibilidad de llegar al consenso ante la definición de una empresa
común, de un enemigo común, ante el cual sería necesario el esfuerzo conjunto. Se explotarán
además una serie de valores populares, un legado esplendoroso, del que todos forman parte.
Así, la propaganda imperial denunciará las vejaciones que sufren los cristianos de África o
Italia, para vencer la apatía de la opinión pública, reacia a aventuras en Occidente ante el recuerdo
del desastre de la expedición de Basilisco y la necesidad de esfuerzos en el frente oriental. Se
presentará la nueva expedición como una empresa sagrada para liberar a los hermanos cristianos,
cumpliendo también con la obligación de apostolado del credo cristiano, expandiendo la fe entre
los infieles para mayor gloria del Creador.
Para los más timoratos, la empresa se envuelve además en una aureola mística, pues, si
recordamos los sueños proféticos citados, que la propaganda imperial se encarga en extender,
no se trata de un salto al vacío, sino de ser el «instrumento divino» para un proyecto cuyo éxito
se asegura desde el principio.
La misma reverentia antiquitatis, la identificación con un pasado glorioso y, Deo propitio,
un futuro continuista en glorias, en perpetuación del poder supremo61, también se convierte en
otro factor con el que fomentar un mayor consenso.
Con todo, la mayoría de autores consideran que escaso fue el éxito en esta dirección, no
venciendo una amplia apatía e incomprensión, cuando no abierto rechazo, hacia la aventura oc-
cidental. Poco a poco, ya durante la misma etapa justinianea, se irá asumiendo que la oikoumene
bizantina podía existir sin el mundo latino62.

2.2.1.3. Fundamento económico

Entre estos fundamentos, no podemos olvidar el peso de lo económico. En efecto, apostar


por algo beneficioso se hace más atrayente, despejando recelos, aún vivos por el recuerdo del
estrepitoso fracaso de Basilisco contra los vándalos, que repercutió en las arcas orientales.
Y es que, a este respecto, la investigación se pregunta si el emperador esgrimió los funda-
mentos anteriores a modo de cortina de humo para «mezquinos propósitos», pretendiendo llenar
las arcas imperiales mediante la recuperación del cobro de la rica annona de África y el control
del tráfico comercial en el Mediterráneo63.
En esta línea, se argumenta que el proyecto tenía más interés en el Mediterráneo que en
la reconstrucción integral del antiguo Imperio Romano, cuestión que no sabemos si obedeció
únicamente a la estrategia económica, centrada en el dominio de franjas costeras que alejaran
el problema de la piratería y dieran el control de las transacciones en el recuperado Mare Nos-
trum; o fue únicamente resultado de la imposibilidad material de abarcar más, si consideramos

60 Sobre la «tendencia occidental» de Justiniano, JONES, 1964, p. 271; y BONINI, 1987, p. 12. En cuanto
a la polarización de la vida política bizantina, AHRWEILER, 1975, p. 17-18, quien sintetiza el dilema en la fórmula
«Constantinopla con Roma, o Constantinopla sin Roma».
61 Vid. así la Constitutio Summa rei publicae (de Iustiniano codice confirmando) 7-IV-529,
62 A este respecto, VALLEJO GIRVÉS, 1993, p. 24-25; y 2002, p. 72.
63 GÖRRES, 1907, p. 517, a raíz de la intervención imperial en Hispania.

44
el testimonio de autores como Juan de Lido, que afirma que el emperador pretendía emular a
Trajano en las fronteras del Norte64.
Se trata de una cuestión que afecta, además, plenamente a la presencia bizantina en Spania,
pues su limitado alcance territorial ha llevado a plantearse si fue únicamente resultado de un
interés en la protección de las reconquistadas provincias norteafricanas; o quizá en cambio, fruto
de un interés per se, cuyo reducido territorio sería consecuencia de las circunstancias, o tal vez,
de un interés circunscrito a la intensa vida comercial y económica de las provincias litorales65.
Lo cierto es que también han sido otros los argumentos que han llevado a relativizar el
peso de lo ideológico como motor del proceso, subrayando el de lo económico, sea el caso de
la animadversión con la que la población cristiana recibe a los milites, a esa «misión sagrada»
de expansión de la fe cristiana y recuperación del poder legítimo, quizá rechazo de un talante
más centralizador y rígido por parte de los bizantinos66, quizá consecuencia de que ahora los
componentes nacionales sean más fuertes que la herencia imperial67, o quizá, simplemente,
conciencia de que tras la fachada misional, las campañas persiguen fines económicos, como,
de hecho, denuncian Procopio en su Historia Secreta y tal vez también Agatías68, o igualmente,
tampoco la misma presión fiscal que los milites pondrían en práctica una vez recuperados los
territorios, llega a desmentir del todo69.

2.2.2. Condicionantes de la proyección imperial

En el análisis de los fundamentos de la empresa de restauración justinianea, debemos dife-


renciar entre los específicos del reinado del emperador y los gestados ya de forma previa, como
es el caso de la concepción ecuménica. Lo que explica que tanto aquellos provoquen un efecto
inmediato, como que éstos últimos lo hagan ahora, sin haberlo provocado antes, es el mismo

64 JUAN DE LIDO, De magistratibus , II, 28. Sobre el problema, vid. VALLEJO GIRVÉS, 1993a, p. 26, seña-
lando el carácter retórico del autor; y GONZÁLEZ BLANCO, 1991b, p. 38,
65 GARCÍA MORENO, 1972, p 127-154, y MATEU y LLOPIS, 1947, p. 314.
66 SALVADOR VENTURA, 1986, p. 69-74.
67 TEILLET, 1984.
68 En general, el escritor de Cesarea es bastante crítico con la política justinianea, como deja ver en múltiples
pasajes (DAHN, p. 286-313), poniendo en boca de otros acusaciones de ambición desmedida y avaricia (II 2, 12), que
él mismo dirigirá al emperador sin ningún tipo de tapujos en las Anekdota. Para Agatías, la investigación debate acerca
de su posicionamiento, no del todo claro en uno de sus pasajes: ««Ayudar a la patria, defender las leyes ancestrales
y no dar tregua alguna persiguiendo con toda energía a los que las quieren destruir, esto sí sería sagrado y honroso
en extremo. Pero aquellos que por codicia y por odio irracional, sin mediar causa justa alguna, invaden la tierra de
otros que nada criminal han hecho contra ellos, esos son unos seres malvados y soberbios que desconocen lo que es
la justicia y que menosprecian la indignación de la divinidad ante sus acciones» (Historias, II, 1, 10). A este respecto,
a pesar de que ciertos autores hayan visto tras las palabras de este último autor una animadversión hacia la empresa
expansiva justinianea, amparada en que escribe su obra en los reinados de los monarcas sucesivos Justino II y Tiberio,
en nuestra opinión poco puede desprenderse de crítica hacia aquella, pues, en este caso, los imperiales no hacen sino
recuperar unos territorios que consideran propios y no «tierra de otros», y además no lo hacen «sin mediar causa justa
alguna» sino impulsados por toda una serie de agravios. Sobre la polémica, vid. CATAUDELLA, 2003, p. 420-421.
69 STROHEKER, 1965, p. 219, hace hincapié en la dureza de la opresión fiscal, en la que luego insistiremos a
la hora de tratar el posicionamiento de la población peninsular hacia los milites. Con todo, parece que la importancia
del factor económico en la movilización de la empresa justinianea fue escasa, como señala VALLEJO GIRVÉS, 1993a,
p. 36.

45
hecho de que concurran juntos en este momento, dándose también una serie de circunstancias
que hacen factible su puesta en práctica.
Si la misma personalidad del emperador se puede considerar ligada estrechamente a la idea
universalista, que bajo él adquiere la más completa plasmación, y por tanto debemos incluirla
dentro de ese factor ideológico que ya citamos; entre las circunstancias que motivan más di-
rectamente que tan arriesgada empresa sea posible, hemos de citar el mismo estado del actor
agente colectivo, la situación del Imperio Oriental.
A este respecto, podemos señalar que éste goza ahora de una buena situación como para
comprometerse en este proyecto, gracias a que durante la etapa precedente, durante el siglo V,
se ha producido un fortalecimiento del gobierno civil y una creciente prosperidad económica,
pareja al manteniendo en buen estado de las estructuras administrativas y militares70.
Así las cosas, tres factores parecen ser los últimos requisitos para la puesta en marcha de los
objetivos del emperador, los de tipo social, económico y político-fronterizo71. En el momento
en el que todos convergen en la misma dirección, es posible abandonar la política pragmática
hasta entonces mantenida y dar respuesta a unos casus belli, que, a juicio de algunos autores,
habida cuenta de lo madurado del proyecto y hasta de su cierta inevitabilidad, son simples
pretextos. Serán así, la respuesta a la deposición de Ilderico por parte de Gelimer, en el caso
vándalo; el deber de protección y la venganza del asesinato de la reina Amalasunta, en el caso
ostrogodo; y la petición de ayuda por parte de Atanagildo en su lucha contra el monarca Agila,
en el caso visigodo.

2.2.2.1. El factor social

Ya hicimos referencia a él cuando tratamos los fundamentos, y al igual que entonces, de


alguna forma parece ser el que cuenta con menos peso en la movilización, siendo pocos los
autores que lo consideran como verdadero motor y no como obstáculo. No hay que perder de
vista la fuerte oposición al emperador por parte de diferentes sectores de la sociedad oriental,
como da cuenta la misma Revolución Nika.
Mientras que la mayoría de autores considera que ese descontento no logró evitarse con la
empresa restauradora, y aún incluso se acrecentó por la primacía social de la tendencia oriental,
que no veía con buenos ojos los despilfarros en las inciertas aventuras occidentales ante la nece-
sidad de centrarse en los propios problemas internos; también se ha señalado que precisamente
para hacer frente a dicha oposición, la misma empresa renovadora, al menos la campaña vándala,
se presentaría como medio para recuperar la popularidad perdida72.

2.2.2.2. El factor económico

Si no tenemos certeza acerca del protagonismo del anterior factor, si su consideración pesó
y de qué forma en la puesta en marcha del proyecto, en cambio el panorama parece claro para
el factor económico.

70 CAMERON, 1998, p. 69.


71 Seguimos así el análisis de VALLEJO GIRVÉS, 1993a, p. 23-34, quien los incluye simplemente como relativos
a la situación de Oriente en este momento.
72 Sobre ambas consideraciones del factor social, vid. respectivamente, CESA, 1981, p. 389-409; y BROWN,
1989, p. 182-183.

46
Considerando este último, la empresa era totalmente asumible, ya que se disponía de unas
arcas saneadas, gracias especialmente a la política del emperador Anastasio, quien habría de
dejar, a decir de Juan Lido y Procopio, unas reservas impresionantes para la época, cifradas
en varias decenas de miles de libras de oro por el primero, y tres mil doscientos centenarios,
320.000 libras de oro, por el segundo73.
En este sentido, junto al papel del emperador y la coyuntura que éste genera, es el mismo
Imperio el que goza de buena salud, habiendo registrado un aumento de población y una inten-
sificación de las actividades agrícolas, que incluye la puesta en cultivo de terrenos áridos. Del
mismo modo, al contar con una producción mercantil la economía oriental no dependía sólo de
la producción esclavista, a diferencia de Occidente, de tal forma que cuando esta última entre
en crisis, aquella no recibirá un asesto brutal de la magnitud al sufrido por la otra pars74.
Se daba, por tanto, un terreno idóneo para mantener a buen ritmo de la capacidad recaudato-
ria, que ahora une también la política fiscal de Juan de Capadocia, con nuevos impuestos como
la famosa «tasa sobre el aire»75, arrojando un saldo positivo, capaz de sustentar la iniciativa
justinianea, aun a pesar de las sangrías provocadas por la costosa diplomacia que desarrollaba,
costeando la paz con los persas o manteniendo a raya a los bárbaros76.

2.2.2.3. El factor fronterizo

La tendencia «oriental» que en la vida política bizantina se opone a la «occidental», garante


del proyecto restaurador, abogaba por la concentración de todos los esfuerzos en las fronteras,
con la pretensión de articular una sólida defensa, capaz de soportar futuras embestidas. Cierta-
mente, existían motivos para la alarma.
Así, el reino de los sasánidas, tras largos decenios de cierta calma, vuelve a mostrarse es-
pecialmente peligroso durante el reinado de Cosroes I (531-579), con el cual, no obstante, se
puede firmar una pax aeterna en 532, que poniendo fin a las luchas iniciadas en 527, deja ver
la activa diplomacia bizantina y sus procedimientos diversos, que incluyen acuerdos, espionaje
y propaganda religiosa, sanciones económicas, un refinado sistema de sobornos o el pago de
tributos y subsidios77.
Comoquiera que sea, despejado el peligro oriental momentáneamente con una tregua que se
intenta eterna, también se privaba a la tendencia oriental de los argumentos más firmes para la
oposición a la política imperial. Ahora, gracias a dicha paz, y a que las incursiones de eslavos
y búlgaros en los Balcanes no resultaban aún muy preocupantes, el emperador Justiniano tiene
las manos libres para la puesta en marcha de la Renovatio Imperii. África primero, e Italia
después, abren el camino hacia el extremo Occidente, donde también los milites se harán con
parte de Hispania (fig. 2).

73 JUAN LIDO, De mag. III, 51; y Procopio, Historia Secreta, XIX,7, trayendo la noticia a colación para mos-
trar el derroche provocado por las campañas de Justiniano. Vid. acerca de las reformas económicas, nuestro apartado
dedicado a la documentación numismática.
74 STAERMAN, 1976.
75 Son las multas debidas a las civitates por infracciones de las normas sobre distancia entre los edificios,
BONINI, 1979, p. 126-127.
76 JONES, 1964, p. 411-469; y DURLIAT, 1990.
77 MAIER, 1984, p. 61-62.

47
48
Figura 2: La Spania bizantina
2.3. LA INCORPORACIÓN DE SPANIA

Tomadas ya Septem y las Baleares en el mismo momento en el que se lanza la expedición


contra el reino vándalo, con posterioridad un contingente militar posiblemente bajo el mando
del octogenario patricio Liberio, desembarcaría en la costa hispana en 552, respondiendo a la
llamada de Atanagildo, a la sazón enfrentado con el rey visigodo Agila78. Se completaba con
ello, la incorporación de Spania al Imperio79.
Aunque se tiene certeza acerca de la causalidad y coordenadas temporales de los hechos, no
la hay tanta sobre su desarrollo integral, muy especialmente por cuanto se refiere al componente
espacial, con una incertidumbre que ya en los inicios, momento en el que es difícil señalar el
lugar exacto de desembarco e itinerarios de los milites, será una constante a lo largo de toda la
etapa de su dominio, durante el que no es posible acotar la extensión exacta de la zona situada
bajo su directa soberanía.
Así, aun cuando se ha llegado a proponer que Cartagena fuese el lugar de este desembarco,
parece ser que habría que situarlo más bien en la costa del Estrecho, fácilmente alcanzable
desde Septem, y más cercano sin duda, al teatro de operaciones de las luchas entre Atanagildo
y Agila. Con todo, tampoco hay que olvidar que las filas bizantinas habrían de engrosarse con
un nuevo contingente, que, en este caso, sí parece que hubo de desembarcar en Cartagena, hacia
el año 55580.
Dentro de la causalidad general que rodea el proyecto expansivo, la anexión del Mediodía
hispano, no tanto ya de Septem y las Baleares que podemos considerar ligadas a la primera
expansión vándala, ha hecho también a los autores preguntarse por las causas concretas de la
intervención en este territorio81. No en vano, la limitada extensión de éste, los escasos recursos
que se le destinaron, que explican en parte también su prematura pérdida, o las prácticamente
nulas menciones de las fuentes, todo ello agravado en su comparación con las otras provincias
incluidas en el proyecto restaurador, hace plantearse seriamente los motivos de la intervención
imperial en el territorio hispano.
La investigación ha considerado de forma diversa estos hechos, tomándolos bien como in-
dicativos de un desinterés por el territorio hispano, que motiva su conquista sólo en función de

78 Para algunos, el hecho de que el patricio octogenario encabezara la misma empresa, máxime cuando su
inexperiencia en el campo militar ya había llevado a sustituirlo por el magister militum Artabano, así como la escasez
de contingentes con la que contó ésta, no son sino muestra del escaso interés que la administración bizantina puso en
la «aventura» hispana, a juicio de estos autores, sólo parcialmente victoriosa, por el apoyo de la población local, habida
cuenta de la precariedad descrita que hacía que ésta tuviera un carácter «devaluado» (MORFAKIDIS, 2002, p. 650).
En cualquier caso, existen dudas acerca de la dirección por parte de este noble romano, que contaba con 85 años en el
momento de desembarco hispano, vid. al respecto, VALLEJO GIRVÉS, 1993 a, p. 105.
79 Remitimos a la monografía de M. VALLEJO GIRVÉS (1993a), para poder seguir adecuadamente los acon-
tecimientos. Por nuestra parte, en estas líneas tratamos únicamente una serie de cuestiones puntuales a nuestro juicio
importantes para comprender el carácter del registro arqueológico de la presencia bizantina.
80 THOMPSON, 1971, p. 372-376. Desembarco que no estaría bajo la dirección de Liberio, ya en Constanti-
nopla, donde participará en 553 en el V concilio de Constantinopla, para morir un año más tarde. Vid. STROHEKER,
1965, p. 212. Por lo demás, si ésta es la fecha que siguen defendiendo hasta nuestros días autores como M. Vallejo,
otros también se han pronunciado por el año anterior, caso de GARCÍA MORENO, 1996c, p. 28
81 Son así, por orden cronológico, los trabajos de SALVADOR VENTURA, 1986, p. 69-73; VALLEJO GIRVÉS,
1993a, p. 41-47; GARCÍA MORENO, 1996b, p. 101-119; LOUNGHIS, 1998; y MORFAKIDIS, 2002, p. 641-652,
donde se recogen las ideas que expondremos a continuación, con el debido soporte bibliográfico.

49
objetivos que no radican en él; bien como fruto de unas circunstancias que, aun a pesar de existir
un interés en éste similar al que se da al resto, acabarían deparando un destino diverso.
En la primera dirección, se han señalado toda una serie de motivos, que actuando ya de
forma conjunta, ya de forma aislada, motivaron la incorporación del territorio hispano a pesar
de que éste en sí resultaba secundario. Entre ellos, podemos citar así el militar, dictado bien
por el intento de proteger de cualquier ofensiva las reconquistadas posesiones africanas, lo que
podría tener su confirmación en el previo papel que se había dado a Septem respecto al mismo
territorio hispano, así como en la misma extensión geográfica de los dominios hispanos, volcados
a África; o ya bien, el de abortar cualquier posibilidad de apoyo visigodo a la última resistencia
ostrogoda, motivación más discutible, para la que no faltan argumentos en ambas direcciones,
pues, si bien se puede objetar que para tal cometido se habría proyectado un alcance territorial
más septentrional; también se puede considerar que, en cambio, habría bastado para éste un
contingente vigilante, aun en una zona algo periférica para tales intereses.
Algunos autores apuestan decididamente por considerar la motivación militar vinculada a la
defensa de las posesiones africanas, señalando como argumentos probatorios de tal cometido, en
tanto indicativos del desinterés por el territorio hispano per se, y por tanto, de su simple papel
secundario, el hecho de que nunca se sobrepasaran los límites de sus establecimientos iniciales,
ni se realizaran ofensivas en profundidad, circunstancias que llevan a calificar los hechos como
algo episódico, carente de significación profunda82.
Sin llegar a los extremos de esta posición crítica, tan relativizadora con la presencia bizantina
en el territorio hispano, otros autores consideran que ésta vendría motivada muy especialmente,
por la pretensión de controlar la ruta atlántica, pues, como luego veremos, la documentación
escrita y material prueba los intereses comerciales bizantinos en dicha área. No obstante, en este
caso creemos sólo factible que hubiera actuado como motivación complementaria y no exclusi-
va, pues, si ya la misma magnitud de los contactos con la zona atlántica lleva a cuestionarse el
alcance del interés por ella, también la conquista simplemente de la región del estrecho hubiera
bastado para tal fin, en tanto las comunicaciones serían perfectamente posibles siguiendo la costa
norteafricana, con las posesiones bizantinas de Septem y Tingi, y de aquí enlazar con puntos
como Iulia Traducta, para abrirse ya las puertas del mercado del Guadalquivir.
Como decíamos, existe también una segunda línea de interpretación que aboga por las cir-
cunstancias a la hora de explicar la suerte dispar de los territorios occidentales incorporados a
la órbita bizantina, insistiendo en que Hispania inicialmente había merecido una consideración
similar al resto, sin quedar en un segundo plano, en tanto en ella se daban cita una serie de
características que también la hacían atractiva83.
Así, por ejemplo, entre ellas se ha insistido en la existencia de un estímulo económico, ya
no únicamente en lo referente a la apertura del mercado atlántico, sino en la concurrencia de
otras bondades, entre las que, relativizando el papel de la legendaria riqueza minera a tenor de
la situación en la que se encontrarían las explotaciones en el momento del desembarco de los
milites, destacaría el componente comercial84.

82 ARCE, 2002, p. 25-33.


83 HILLGARTH, 1991, p. 297-306.
84 Señala esa riqueza minera STROHEKER, 1965, p. 214, si bien, como luego veremos en el apartado dedi-
cado al problema de la producción, el panorama había cambiado considerablemente. Un mayor número de autores ha
insistido en cambio en los motivos comerciales, así entre otros, GARCÍA MORENO, 1972, p. 150-151; y SALVADOR
VENTURA, 1986, p. 69-71.

50
Tampoco hay que olvidar, como vimos, que en la misma motivación de la empresa restauradora
en Occidente, ese tipo de razones parecen haber sido secundarias, pesando en mayor medida
las creencias del emperador y su intento de conseguir la unión política de la Cristiandad85. De
aceptarlo, no obstante, su plasmación fue precaria, pues, si bien otros territorios ahora también
incorporados, como la Mauritania Caesariensis, se lleva a cabo una verdadera expansión mi-
sionera católica, como sabemos a través de autores como Juan de Biclaro86; en nuestro territorio
ese factor religioso parece estar amortiguado en grado sumo, a tenor de las escasas fundaciones
religiosas de las que tenemos noticia, tanto a través de la documentación textual como de los
restos arqueológicos.
Con todo, dentro de esta línea, algunos autores consideran que la conquista de la totalidad
de Hispania sí pudo encontrarse entre los planes del emperador, siendo un deseo frustrado
por el retorno de la plaga en 558 y otra serie de acontecimientos negativos, que supusieron la
imposibilidad de destinar mayores esfuerzos, ante una población y unos efectivos diezmados87.
Así, el mismo análisis de la documentación escrita refleja el deseo de de recuperar todo el Me-
diterráneo Occidental, y dentro de éste, la misma Península Ibérica, al igual que seguramente
Galia, quizá, si seguimos estos mismos textos, por cuanto se refiere a la primera, más que nada
por radicar en ella una de las Columnas de Hércules, con un significado simbólico para la
empresa restauradora88.
No faltan tampoco aquellos autores que mantienen una postura intermedia, cuestionando
el propósito de incorporación más amplia, para considerar que, de haberse dado, habría de
abandonarse bien pronto ante un nuevo rumbo, que consagra los esfuerzos únicamente a una
política de contención, tendente a defender los enclaves portuarios garantes de la seguridad de
la navegación por el Mediterráneo89.
Lo cierto es que se trata de una cuestión compleja, acerca de la que es difícil dar una respuesta
cierta, si bien, la marginalidad de los territorios hispanos en las fuentes bizantinas, donde se citan
de forma anecdótica90, y el reducido volumen material que del período se conoce actualmente,
llevan a considerar con prudencia la presencia de los milites en Spania y sus fundamentos,
aceptando, si ya no una apriorística consideración secundaria por parte de la administración
imperial, una situación que, de facto, sin excluir motivaciones profundas, acabaría dándosela
en función del problemático contexto.
En efecto, de la lectura de las fuentes, se desprende la idea de un Imperio extenuado. El
mismo Justiniano, aún en momentos en los que hace constar sus triunfos, deja ver la impresión
de desbordamiento, y por ello resalta también treguas incluso con enemigos no excesivamente
peligrosos, en un momento en el que el monarca desea cerrar tantos frentes abiertos91.

85 GARCÍA MORENO, 1996b, p. 101


86 Se trata de la conversión de los Garamantes y los Maccurites, como recoge FONTAINE, 1967, p. 95.
87 TREADGOLD, 1995, p. 17 y 205.
88 VALLEJO GIRVÉS, 2002c, p. 39-75, esp. p. 44.
89 DÍAZ, 2004, p. 43-44.
90 VALLEJO GIRVÉS, 2002c, p. 40.
91 Novella 1, Proem.: ««Ahora que estamos ocupados con todas las preocupaciones del Imperio, no podemos
pensar en asuntos menores, ahora que los persas están tranquilos, los vándalos y moros sometidos, los cartagineses
han recuperado su libertad antigua y los tzanos se han convertido por primera vez en súbditos del poder de Roma
(una bendición sin precedentes que Dios ha regalado a los romanos sólo en nuestro reino)...nos acosan sin embargo
una multitud de problemas individuales y planteados por nuestro súbditos...»

51
Los relatos de Procopio, Agatías o Coripo, informan con más precisión de tal estado de
cosas.
Así, en el frente oriental, precisamente coincidiendo con la preparación de la campaña his-
pana, finaliza la tregua firmada en 545 (Procopio, Guerras II 28, 11), planteándose su onerosa
renovación en 552, que de hecho provocará objeciones en amplios sectores de la población
(Procopio, Guerras VIII 15). Si ya el conflicto había supuesto la destrucción de Antioquía y
la devastación de las provincias de Mesopotamia y Siria, en tanto que el mantenimiento de la
tregua el libramiento de 5000 libras de oro anuales, es necesario considerar además el desgaste
que seguirá conllevando la guerra lázica, en la Cólquide, hasta el 562, como narra Agatías.
No mucho mejor es la situación en los territorios recuperados en Occidente. Así, en el
frente africano, a la victoria frente a los vándalos, siguieron las rebeliones de mauri, Estotzas,
Gontaris o Antalas hasta el 548 (Procopio, Guerras IV, 15 ss), momento en el que «a los que
sobrevivieron de entre los libios, que eran pocos y extremadamente pobres, les ocurrió que,
por fin y a duras penas, pudieron disfrutar de una cierta paz» (Procopio, Guerras IV 28,52),
lamentablemente rota de nuevo en el 563, con nuevas hostilidades. Se había pasado así de la
provincia que «exultaba de alegría, adornada de renovadas guirnaldas», (Coripo, Iohann. III,
69-70), a la «agotada África» (Coripo, Iohann. III, 125), que «ha perdido sus propios recursos
en las guerras» (Coripo, Iohann., VI, 246), convirtiéndose en «una tierra exhausta» (Coripo,
Iohann., VII, 197), de habitantes «desdichados» (Coripo, In laudem Anast., 37)92.
En el caso de Italia, donde al ejército bizantino «empezaron a irle las cosas mal un día
tras otro» (Procopio, Historia Secreta IV, 42), la guerra contra los godos se demora durante 18
años, hasta el 553 (Procopio, Guerras VIII 35, 33-38), si bien, como apunta Agatías (I 1, 1), a
pesar de que «a todos les pareció que se habían acabado las guerras en Italia; (..) era sólo el
principio», estando pendiente la recuperación de Brescia y Verona (563) y sucediéndole después
la invasión longobarda con Alboino en el 568.
Los hunos, con sus oleadas de 540, y sobre todo, de poco antes e inmediatamente después
de la incorporación de Spania, en 551 y 558 (Procopio, Guerras VIII; Agatías, V 11ss) también
supusieron constantes quebraderos de cabeza, de tal forma que «hasta tal punto de infortunio
habían llegado los asuntos de Roma que incluso en los alrededores de la propia ciudad impe-
rial se estaban sufriendo atrocidades a manos de unos pocos bárbaros» (Agatías, V 13,5)93.
Sabemos con ello que Belisario, obligado por las circunstancias, «volvió a ceñirse la coraza»
(Agatías V 15, 8).
Junto a tales complicaciones, en la obra del autor de Cesarea es constante igualmente la
crítica a la mala gestión de diversos mandos y sus negativas consecuencias94.
En semejante contexto, es fácil comprender que el emperador «agotó los ingresos del arrui-
nado fisco» (Coripo, In laud. Iust., 269), creciendo las dificultades para pagar a las tropas, lo
que, ante la miseria de éstas, acabó provocando violentas revueltas (Coripo, Iohann., VII, 50-

92 Sobre la «postración» africana, con su habitual tono demoledor, podemos destacar también el testimonio de
Procopio, en su Historia Secreta XVIII, 1-12. Las distintas fuentes insisten en el impacto de las rebeliones posteriores
a la conquista, así también Jordanes (Getica,, 172): ««Aunque poco después hubo de lamentarse durante algún tiempo
por causa de una guerra civil en la que resultó devastada por la deslealtad de los moros».
93 La crónica de Agatías insiste en el pánico callejero (V 14, 6-8), ya que «tan terriblemente grandes eran los
peligros que previsiblemente se avecinaban» (V 15, 1), todo lo que lleva incluso a retirar los adornos de los templos
extramuros (V 14, 8-9)
94 SIGNES CODOÑER, 2000, p. 35, n. 66.

52
95)95. Son tales complicaciones las que hacen que Justiniano sea tildado como «Creador de la
miseria» en la descarnada crítica de Procopio (Historia Secreta VIII, 33).
Como colofón, el azote de la peste (Procopio, Guerras II, 22-23), con sucesivas pulsaciones
desde 542, pues, «en cierto modo, nunca había desaparecido por completo» (Agatías, V 10),
maremotos (Procopio, Guerras VIII 25, 16-23; Agatías II,16) o los terremotos del 551, 554 y
557, tan cercanos a la fecha de la expedición hispana y sus intentos de consolidación (Agatías,
II 15 y V, 3)96 completan un panorama harto difícil para que ésta pudiera fructificar.
Así, aunque es necesario no perder de vista la intención moralizante de los autores, y la
retórica que acompaña sus palabras, tras éstas emerge la impresión de cierto abatimiento, ya
que «hay ahora tal acumulación en todas partes de guerras y revueltas en las ciudades y las
plagas se suceden de manera persistente» (Agatías V 10, 5-6)97.
Son los años en los que Justiniano parece abandonar su sueño, como recoge Agatías (V, 14,
1-4), y a los que poco después, tras su muerte, las fuentes aludirán como un «mundo extenua-
do»98.
Con el paso del tiempo, además, salvando puntuales coyunturas, las cosas no hicieron sino
complicarse, como ocurre en el frente balcánico, con la amenaza de ávaros y eslavos. El des-
entendimiento progresivo de los asuntos occidentales por parte de los sucesivos emperadores,
más comprometidos en la salvaguarda del corazón del imperio, es otro factor a añadir en la
poca fortuna que correrán aquellos99.
En función de este contexto, no extraña que, exceptuando el momento inicial en el que los
soldados orientales pudieron ocupar un espacio mayor al inicialmente acordado con Atanagil-
do, como muestra la firma del segundo tratado del que nos informa el Papa Gregorio Magno,
así como eventuales reforzamientos, del tipo del que tiene lugar bajo el mandato del magister
militum Comitiolus, los milites Romani a lo largo de su permanencia en Spania no parecen
interesados en ampliar de forma sustancial sus posesiones territoriales. Es significativa así la
actitud que se mantiene respecto a las peticiones de ayuda frente a Leovigildo tanto por parte
del rey suevo Mirón, como igualmente del mismo hijo de aquel, Hermenegildo, acontecimientos
cuyo aprovechamiento habría permitido ampliar los dominios imperiales. Con todo, la respuesta

95 RAVEGNANI, 2007, p. 107-109, recoge los numerosos episodios.


96 Entre ellos, tenemos que destacar sobre todo el de diciembre del 557, que sucede a dos previos en ese mis-
mo año (Malalas, 18.123-128 y Teófanes, A.M. 6049-6051), en un momento en el que, sin embargo, el frente hispano
habría precisado todas las atenciones necesarias, dada su reciente incorporación. A este respecto, no hay que pasar por
alto la magnitud de la catástrofe, en tanto la misma capital, como recoge Agatías, recibió un duro golpe: «No mucho
antes de estos sucesos se abatió de nuevo sobre Bizancio la terrible desgracia de un terremoto que destruyó la ciudad
y la arrasó por completo. Fue, sin duda, más grande y peor, creo, de lo que nunca antes había sido, tanto por la furia
como por la duración de los temblores. Y lo hicieron todavía más pavoroso la época del año y la violencia de los
acontecimientos posteriores» (Historias V, 3, 1). El impacto fue tan grande que a partir de entonces se conmemoró una
liturgia de súplica (CROKE, 1981).
97 Acerca del carácter del texto de Agatías, vid. CAMERON, 1970, p. 49-50.
98 Es recurrente así su cita en Coripo, quien, si bien dentro del tópico laudatorio de la felicium temporum re-
paratio que planea en su panegírico al sucesor de Justiniano, Justino II, parece describir un panorama no muy distante
del real. Vid. así In laudem Iustini, I, 80; I, 185, I, 254. En el caso hispano, de forma concreta, la impresión habría de
ser recurrente, dado el momento especialmente funesto que se atraviesa entre los años 577-590, por la incidencia de
ciertas catástrofes naturales (GARCÍA MORENO, 1986, p. 181).
99 Acerca del contexto mediterráneo a lo largo del período de ocupación de los milites en Spania, vid. VALLEJO
GIRVÉS, 1993.

53
es similar, ignorándose en el primer caso la embajada sueva100, y en el segundo, a pesar del
interés inicial, mediada la embajada de Leandro de Sevilla a Constantinopla, se acaba abando-
nando a su suerte a Hermenegildo, aceptando incluso el subsidio de Leovigildo a cambio de
la abstención101. Bien es cierto que, tras esta decepcionante inhibición, tanto más chocante por
cuanto la causa católica de Hermemegildo había sido esgrimida por la misma Constantinopla
en su empresa expansiva, han de verse los problemas del Imperio en otras áreas territoriales,
muy especialmente ahora en la Italia amenazada por los longobardos102, mas no por ello deja de
ser evidente el posicionamiento secundario que el Imperio da a los dominios hispanos frente a
éstos, en los que decide concentrar su atención prioritaria, destinándole sus mayores esfuerzos.
Por otra parte, ese posicionamiento secundario tampoco impedirá sacar un considerable rédito
político a estos acontecimientos, ya que en casos como el de Hermenegildo, se logra el cese
de las hostilidades de Leovigildo hacia la zona imperial, la no distracción de merovingios en el
deseado apoyo frente a los longobardos, y aun el remate perfecto, un rehén, Atanagildo, hijo de
Recaredo y de la princesa franca Ingondia, que, llevado a Constantinopla, puede ser utilizado
en las relaciones tanto con los visigodos como con los merovingios103.
La práctica ausencia de referencias a nuestro territorio en las fuentes bizantinas, más que a
una manipulación de los textos104, es también, como dijimos, indicativa de la consideración que
merece el extremo occidental del Mediterráneo a la administración imperial, y especialmente a
la opinión pública, que, por la percepción de «semi-fracaso» en la aventura hispana, va dejando
éstos cada vez más al margen de la «Comunidad Romana»105.
Así, el conjunto de la Spania bizantina recibe un tratamiento muy insuficiente por parte
de los autores orientales, la mayoría de las veces sólo citando el territorio, especialmente
Gadeira y Septem, en digresiones de carácter geográfico. Hasta tal punto llega esta limita-
ción, que tan sólo Agatías menciona de pasada la presencia de los milites Romani en nuestro
ámbito o Procopio la nueva fortificación y erección de una iglesia dedicada a la Madre de
Dios en Septem106.
Pocos más son los testimonios, de tal forma que, cualquiera de ellos, aun mínimo, ha de
destacarse. Ocurre así por ejemplo, con la cita que el médico Alejandro de Tralles hace de un
curioso remedio hispano contra la epilepsia, que, al parecer, el hermano del famoso Antemio

100 Sobre ésta, vid. VALLEJO GIRVÉS, 1994b, p. 61-69.


101 VALLEJO GIRVÉS, 2002b, p. 97.
102 Al respecto, vid. el interesante artículo de VALLEJO GIRVÉS, 2002b, p. 96-97.
103 Vid. así VALLEJO GIRVÉS, 1999b, p. 270-277.
104 En efecto, no falta algún autor, como Lunguís, quien considera que ese práctico silencio en realidad ha de
atribuirse a una falsificación y manipulación de los textos por parte de los detractores de la política justinianea y de la
vocación ecuménica del Imperio, conectando con la llamada donatio constantini, considerada invención de Roma (s. VIII)
y del mundo carolingio, según la cual, Constantino, antes de fundar Constantinopla, habría sido bautizado por el Papa
a condición de que le cediese la administración de la parte occidental del Imperio. Se trataba así de un planteamiento
que deslegitimaba la política occidental justinianea, fundamentando el cesaropapismo romano, algo que, curiosamente,
llegó a ser aceptado por los bizantinos, contando con la máxima aceptación durante la dinastía macedonia en los siglos
IX y X. Vid. al respecto, MORFAKIDIS, 2002, p. 652.
105 VALLEJO GIRVÉS, 2002c, p. 46, señalando que la «marginalidad hispana» se hace muy evidente ya desde
época de Justino II.
106 Respectivamente, ambas citas (Agathias, V, 13, 7-8) y (Procopio, De Aedificis, VI, 7, 14), son recogidas en
el estudio sobre la imagen de Spania en la literatura bizantina, realizado por VALLEJO GIRVÉS, 2002c, p. 39-75.

54
arquitecto de Santa Sofía, conocería no durante la conquista justinianea de Hispania, sino dos
décadas antes, en el contexto de las campañas de Belisario en el ámbito africano107.
Igualmente, a título de curiosidad, no falta alguna otra referencia indirecta. Así, se ha señalado
que las descripciones que Procopio traza en el De Aedificiis de las realizaciones justinianeas
en las orillas del Bósforo y el Cuerno de Oro, parecen hacerse eco de los pasajes en los que
Polibio, relata la conquista de Cartagena por Escipión108.
Dentro de estas citas, también hay que destacar la mención en la Descriptio Orbis Romanis
de Jorge de Chipre, de un desconocido Mesopotamenoi, que ha tratado de ponerse en relación
con la geografía de la zona bizantina hispana109.
Comoquiera que sea, de todos estos indicios parece desprenderse la percepción de una
concepción periférica de los dominios hispanos, por otro lado comprensible, dada la lejanía
geográfica. En este contexto, no disponemos de documentos que corroboren el conocimiento
de otros aspectos de Hispania en el Imperio, como el culto a la mártir Leocadia, cuya passio
hispana de finales del siglo VI o principios del siglo VII, sitúa tanto en Italia como en «Bizan-
tium», término éste último, referente a la capital imperial110.
No acaban aquí, en cualquier caso, las peculiaridades de la presencia imperial en Spania.
Así, también desde el punto de vista histórico, son varias las diferencias entre la conquista
de parte del territorio hispano y las de los territorios norteafricano e italiano. La más notable
es que, frente a los dos últimos casos, Justiniano llega a firmar un tratado con Atanagildo,
con el implícito reconocimiento de la legalidad de la soberanía visigoda sobre un antiguo
territorio imperial, mientras que los otros dos monarcas germánicos depuestos por los milites
justinianeos, el vándalo Gelimer y ostrogodo Witiges, lo habían sido tras una derrota com-
pleta. Insistiendo en esa diferenciación hay que recordar que incluso los monarcas depuestos
fueron capturados y llevados a Constantinopla, donde el primero de ellos, en el preceptivo
desfile de triunfo, es además obligado a realizar la ceremonia de proskynesis, muestra de su
tratamiento no como soberano independiente, sino como usurpador contra el orden legal, la
soberanía romana111.

107 Remedio que consistiría en una bebida o tónico que tenía como base el polvo de cráneo de asno. Vid. el
interesante artículo de VALLEJO GIRVÉS, 2002d, p. 815-826.
108 Como así señala ROUSSEAU, 1998, p. 127.
109 En efecto, a partir de la etimología del término, se ha llegado a sugerir que éste hiciese referencia al territorio
de Cartagena, comprendido entre dos cursos de agua, en este caso dos mares, el Mediterráneo y el Mar Menor. Se aduce
para ello, que precisamente el equivalente árabe del término griego, Al-Yazira, fue utilizado por algún autor árabe para
referirse a los alrededores de la ciudad. Con todo, existen muchas otras interpretaciones, que van desde aquellas que
piensan en una identificación con la región del Estrecho de Gibraltar, o de aquella otra entre los ríos Júcar y Guadalquivir,
hasta las propuestas que consideran que habría que ver en el término, un posible gentilicio, correspondiente al origen
de una guarnición bizantina estacionada en Spania. Hasta tal punto resulta problemático el término, que hay incluso
quienes zanjan la discusión, pensando en una equivalencia con Metagonitai, topónimo norteafricano. Recoge extensa-
mente la problemática, VALLEJO GIRVÉS, 1993a, p. 365-366. Por nuestra parte, nuestro trabajo apenas ha incidido
en esta cuestión como para decantarnos por una u otra propuesta, en tanto nosotros mismos hemos tenido igualmente
ocasión de comprobar lo extendido del topónimo en función de su etimología. Así, también localizamos, por ejemplo,
otro Mesopotamio en tierras bizantinas incluidas dentro de la restauración justinianea, en concreto en Sicilia, pasado el
cabo Pachino (antiguo cabo Passero), correspondiendo a un «refugium»» o ««plagia» costera entre la desembocadura del
Dirillo y la del Hypparis, quizá identificable con la localidad de Maconi (LAGONA, 1980, p. 122-123).
110 Passio Sanctae Leocadie, 3, 3, 12, citado por VALLEJO GIRVÉS, 2002b, p. 99, n. 63.
111 VALLEJO GIRVÉS, 2002b, p. 92.

55
Por otra parte, otro de los puntos de análisis que debemos tener en cuenta a la hora de con-
siderar la empresa justinianea en el territorio hispano, es la respuesta que la sociedad peninsular
da a ésta.
Por cuanto se refiere a la población hispanorromana, a pesar de las iniciales simpatías que
cabe suponer, lo cierto es que pesa un sentimiento de antipatía hacia el emperador, previo incluso
a la intervención de los milites, debido al general rechazo que en las iglesias occidentales suscita
Justiniano, tenido como hereje por su posicionamiento respecto al Concilio de Calcedonia y la
condena de los llamados «Tres Capítulos». En nuestro caso concreto, hay que recordar de hecho
la condena expresa de la Iglesia hispana, especialmente en el caso del edicto de 544112.
En el lado opuesto, a la hora de valorar el recibimiento de los milites, también hay que considerar
la escasa implantación visigoda en la zona que llegan a ocupar, en tanto, al parecer, tan sólo en
los momentos inmediatamente anteriores a la conquista, existe una preocupación por asentarse en
ésta, como muestra el interés de Teudis por controlar la zona del Estrecho, sólo ya en el momento
en el que se observa el rápido avance bizantino en la vecina costa norteafricana113.
Parece ser que la respuesta sería distinta según la ciudad, y más concretamente, según el
tejido social que constituyera ésta. De esta forma, si la aristocracia fundiaria de Corduba habrá
de mantener una tenaz resistencia similar a la mantenida frente a los visigodos, que le permitirá
en ambos casos garantizar su autonomía, los comerciantes que de forma mayoritaria habrían
de integrar la sociedad de Cartagena o Septem, al igual que sus homólogos norteafricanos114,
pudieron recibir el desembarco bizantino sin demasiada hostilidad, y aun con agrado, habida
cuenta de que con éstos, dispondrían de un régimen fiscal más favorable. No debemos olvidar,
que la administración imperial había suprimido bajo el reinado de Anastasio, el gravamen im-
puesto al comercio, la collatio auri lustralis, (chrysargirion), sin embargo sí mantenida en el
reino visigodo115. Con todo, de este grupo hemos de excluir a los judíos, dado que verían con
desagrado la posibilidad de verse afectados por una legislación imperial más restrictiva hacia
ellos que la visigoda, al menos en este primer momento116.
Ilustrativo de las diferentes respuestas que aun dentro de una misma ciudad habría de darse
al desembarco de los milites, es el caso de Cartagena. Así, en ésta, si bien la presencia previa
de comerciantes orientales, los tradicionales lazos con la región norteafricana, ahora ya incor-
porada, o la ausencia de datos materiales que hagan pensar en un episodio destructivo, parecen
indicar que la respuesta no hubo de ser hostil, hay indicios para considerar que tampoco gozó
del beneplácito del conjunto de la población, como muestra la huída del Dux Severiano junto
con sus cuatro hijos hacia la capital hispalense, y no sin embargo hacia la más cercana Córdo-
ba, mostrando quizá el apoyo expreso de la familia a la monarquía visigoda117. Se ha señalado
a este respecto, que las propiedades fundiarias de la familia pudieron ser confiscadas por los
milites118, y de hecho, los sucesos habrían de marcar a la familia, como vemos sobre todo en el

112 Sobre esta cuestión, vid. VALLEJO GIRVÉS, 2000, p. 273-283.


113 GARCÍA MORENO, 2001a, p. 675.
114 Así, Coripo destaca el regocijo con el que los mercaderes acogen el desembarco imperial (Iohann. III, 331-332).
115 Vid. VALLEJO GIRVÉS, 1993 a, p. 36 y 431, citando los estudios del profesor García Moreno, en donde se
hace referencia a este particular.
116 En efecto, las cosas cambiarían con posterioridad, ya con el reinado de Mauricio, más permisivo que los
monarcas visigodos Recaredo, y sobre todo, después, Sisebuto (VALLEJO GIRVÉS, 1993 a, p. 433-434 y 444).
117 GARCÍA MORENO, 1995, p. 556.
118 Como parece desprenderse de la Regula de San Leandro, 31, vid. así GARCÍA MORENO, 1995, p. 556

56
caso de uno de sus vástagos, Isidoro, en adelante debatido entre el amor a la antigua Roma y
la desconfianza hacia las ambiciones hispánicas de la nueva Roma119.
Aunque la respuesta de los comerciantes, excluyendo quizá a los judíos, hubo de ser favorable
a la implantación de los milites, más controvertida sería en cambio la posición de otros grupos
sociales, como la aristocracia latifundista hispanorromana. En este sentido, aunque tradicional-
mente se ha venido insistiendo en su carácter probizantino en función de la afinidad religiosa,
salvando no obstante las diferencias ya citadas, parece que antes que estas consideraciones,
en su posicionamiento tuvieron que primar los factores de tipo economico-social, inclinando
quizá a una actitud favorable dada la existencia de un sistema impositivo más relajado por la
lejanía del centro de gobierno, frente al sistema administrativo visigodo que podría reducir su
autonomía; o quizá en cambio hacia una negativa, si ese grado de autonomía sólo podría estar
garantizado por la administración visigoda, frente al poder centralizador del aparato burocrático
del Imperio120. Parece ser que esta última pudo ser la opinión dominante, máxime cuando se
contaba con la perspectiva de ver lo ocurrido en otros territorios occidentales incorporados por
los milites, África e Italia, comprobando así el destino que bajo la misma administración habría
de correr su autonomía121. No en vano, el mismo aspecto tributario no tuvo que resultar baladí,
pues, si bien suponía aspectos positivos como la mencionada abolición de la collatio lustralis,
también incluiría otros que no lo serían tanto, como vemos en África o Cerdeña, donde la ac-
tividad impositiva fue inmediata a la misma incorporación, desatando protestas por su cuantía,
como nos cuenta Procopio, al considerar los ciudadanos que los impuestos no resultaban «ni
moderados ni soportables»122. Los saqueos que acompañan las luchas, y las extorsiones que les
siguen, ambas propias de contextos bélicos, y sobre las que tan frecuentemente se hacen eco
las fuentes, completarían igualmente un cuadro, en el que se haría difícil mantener la imagen
de liberadores123.

119 Vid. así el clásico, FONTAINE y CAZIER, 1983, p. 349-400. Acerca de las contradicciones isidorianas,
FONTAINE, 2000a, p. 29.
120 Son las posturas de Fontaine y García Moreno, respectivamente, recogidas por VALLEJO GIRVÉS, 1993 a,
p. 437; e Idem, b, p. 117, quien se decanta por esta última.
121 VALLEJO GIRVÉS, 1993 a, p. 439-441.
122 Acerca de la rapidez para el cobro, el autor de Cesarea nos muestra por ejemplo lo que ocurre con Cerdeña:
«De esta forma, llegó Cirilo a Cerdeña y les mostró la cabeza de Tzazón a los habitantes del lugar y recuperó ambas
islas y las obligó al pago del tributo a la autoridad imperial romana» (Bell.Vand. II, 5.4-5). Igualmente, el mismo
Procopio se hace eco de las protestas que habrían de suscitar: «..con la misión de que les impusiesen a los libios los
tributos según la proporción que correspondiese a cada uno, los cuales, sin embargo, no les parecieron a aquellos
que fuesen ni moderados ni soportables» (Bell. Vand.II, 8.25). Encontramos, de hecho, un cuadro siniestro acerca de la
actuación de estos logotetas en África e Italia, que, sin duda influido por la visión tendenciosa del escritor, contendrían
algo de verdad (Historia Secreta, XVIII, 1-15).En la misma dirección, las constantes referencias a la honestidad, frente
al fraude, etc., contenidas en la legislación justinianea, dan cuenta de lo extendido que tuvieron que estar ciertos abusos,
a los que se pretende poner freno a través de un aumento de los salarios. Vid. así en torno a esta cuestión, GONZÁLEZ
FERNÁNDEZ, 1997a, p. 165-179.
123 Así, tenemos noticias de violentos saqueos tanto en África como en Italia (Procopio, Bell.Vand. I 16, 1-8;
I, 20,16; y Bell. Goth. I 10, 29). Coripo (Iohann.V, 405-421 y 464-493), refiriendo una de las acciones del ejército de
Juan Troglita en el norte de África, es uno de los autores que menos escatima en describir la crueldad a la que podían
degenerar estas acciones, donde «ni la edad, ni el sexo inocente apacigua sus espíritus». En el mismo marco de sobe-
ranía imperial también son frecuentes las exacciones, como cita por ejemplo, Agatías (Historias IV, 22), en el caso de
Oriente, donde refiere la rapacidad de Juan el libio; o Procopio (Bell. Goth. III 17, 10-23), dando cuenta de los abusos
cometidos por la guarnición de Roma durante el asedio godo del año 546. Sobre estos problemas, vid. RAVEGNANI,
2007, p. 132-136.

57
Para Spania no falta algún otro testimonio acerca de posibles resistencias a los milites. Es el
caso de la toma de Asido por Leovigildo en 571, que se atribuye por Juan de Biclaro (Chron.,
571,3) a la traición de un posible vecino de la misma, Framinadeo, lo que hace pensar, si la
localidad se encontraba en manos bizantinas y no era simplemente otro ejemplo de indepen-
dentismo al modo de Córdoba, que pudo haber sectores de la población con antipatía hacia los
milites, a cuya soberanía tratarían de escapar124.
Rechazo expreso, sin matices, es en cambio, lógicamente, lo que suscita la intervención
imperial en el lado visigodo, tras un momento inicial, después del cual se generará un conflicto
militar extendido hasta las primeras décadas del siglo VII. Con todo, este mismo no impide que
se lleve a cabo un importante proceso de influencia cultural, en diversos campos, como en la
organización administrativa o los usos ceremoniales de la monarquía toledana, muy especialmente
a partir de Leovigildo, quien, creando un boato cortesano y esbozando el concepto de teocracia,
se proclama imperator Hispaniae, independiente de Bizancio125.
En el mismo orden ideológico, en este caso por contraste u oposición, también la ocupación
bizantina dará lugar a que Isidoro conciba el ideal de una nueva Hispania, o lo que es lo mismo,
una nueva ideología hispánica126.
Estas influencias se darán en múltiples campos, como la liturgia, beneficiada al parecer,
tanto por la misma conquista imperial, como por la embajada de Leandro a Constantinopla,
que supondrán, absorbida previamente la influencia antioquena y alejandrina, la recepción de
la bizantina, concretada en la solemnidad del rito y en otros aspectos como el uso del credo, el
trisagio o el sancta sanctis127.
Menor es en cambio la influencia ejercida en otros campos como la literatura, pues, de la
misma forma que se ha señalado que la cultura latina del momento no es sino la cultura greco-
rromana heredada de la Antigüedad, sobre todo en el sentido de una erudición clásica, o mejor
todavía, eclesiástica, también la literatura griega conocida de la época es igualmente, antigua,
y no bizantina128.
De forma amplia, es necesario relativizar el impacto cultural, pues tampoco la presencia
bizantina habría de suponer una mayor difusión del griego, al igual que ocurre en Italia, no
llegándose a operar una helenización, por la primacía de la lengua latina, dado tanto el sustrato
cultural como la mayor unión con el África bizantina129. Resulta elocuente que las mismas élites
intelectuales desconozcan la lengua griega, como vemos con el obispo de Cartagena en época

124 Así lo propone DÍAZ, 2004, p. 58.


125 RIPOLL LÓPEZ, 1988, p. 359. Más adelante, en los apartados referentes a la administración, o también a la
orfebrería áulica, trataremos sobre esta problemática bizantinización del ceremonial visigodo, que para autores como
Arce, no deja de ser un mito historiográfico, apoyado en datos controvertidos.
126 FONTAINE, 2000a, p. 30
127 FERNÁNDEZ JIMÉNEZ, 2005, p. 165-176.
128 Vid. sobre esta cuestión, con bibliografía, BRAVO GARCÍA, 2002, p. 134-136 y 140-141. Con todo, también
se ha indicado la posibilidad de que llegaran a Hispania algunas obras bizantinas, como el Panegírico de Justino II, de
Coripo, ya que en éste se inspira la intervención de Recesvinto en el VIII Concilio de Toledo (653), o cuatro de sus
versos se citan en el Ars grammatica de Julián de Toledo (680-687). Precisamente, a partir de estas evidencias, también
se sugiere la llegada de la obra quizá durante el reinado de Leovigildo (RAMÍREZ TIRADO, 1997, p. 251-252). Por
nuestra parte, creemos que se trata de una propuesta ante la que debemos mantener la cautela.
129 Señalan así la falta de esa helenización en el caso de Italia, RICHÉ, 1988, p. 146 o GUILLOU, 1975-
1976, p. 56-57. Para los casos africano e hispano, vid. respectivamente, Cameron, 1993b, p. 153-165 y DÍAZ y
DÍAZ, 1982, p. 82.

58
bizantina, Liciniano, mostrando una situación general, de la que ni el mismo Gregorio Magno,
que pasó seis años en Constantinopla, se libraría130.
A tenor de cuanto sabemos, el impacto de la ocupación bizantina en la situación cultural del
Mediodía hispano parece haber sido modesto. Una de las cartas que el obispo Liciniano remite al
papa Gregorio Magno aporta datos sobre esta cuestión, reflejando en la dificultad que denuncia
para encontrar individuos doctos capaces de ser formados, un deficiente panorama cultural131.
Con todo, por cuanto se refiere a este ambiente cultural, se ha señalado que en la Spania
bizantina de la segunda mitad del siglo VI, se sitúa uno de los prerrenacimientos periféricos que
preceden el Renacimiento isidoriano. En cualquier caso, el mismo hecho de que éste, al contrario
de lo que se podría pensar, no se manifieste tanto en la fachada mediterránea hispana, como sí
en ciudades visigodas como Mérida, abierta a la influencia bizantina dentro de esa expansión
por la fachada atlántica que también favorecerá una penetración por el valle del Guadiana o al
Norte, hasta Braga y Galicia132, es sintomático del escaso impulso experimentado en la zona
sujeta directamente a la soberanía imperial.
Así las cosas, todos estos aspectos y aquellos otros extraídos del balance de la documenta-
ción material, muestran que para Spania, al igual que para Italia, la época bizantina no se puede
considerar una edad de oro, quizá de hecho, sólo dada como tal en uno solo de los territorios
incluidos en el proyecto expansivo justinianeo, África, de forma limitada ya en época justinianea,
y aún mucho más, en el reinado de Mauricio133.
De este modo, a tenor de cuanto iremos viendo, si bien hay que rechazar parte de la visión
tendenciosa transmitida por Procopio en su Historia Secreta, lo cierto es que más que a la edad
de oro que refieren algunos autores, la realidad que se reconstruye para la Spania bizantina parece
acercarse más a esa otra «edad de hierro» de la que habla Coripo (In laud. Iust., III, 76)134.

130 GONZÁLEZ FERNÁNDEZ, p. 295-296. Igualmente, sobre la escasa repercusión del griego en nuestro
territorio, BRAVO GARCÍA, 1989, p. 365-366.
131 GONZÁLEZ FERNÁNDEZ, 1995, p. 293-295. Dificultades que, aun teniendo presente la carga retórica de
este tipo de escritos, han llevado a hablar incluso, de «hundimiento sociológico de la cultura», como hace GONZÁLEZ
BLANCO, 1986, p. 60. También vid. FONTAINE, 2000a, p. 99. De ese mismo panorama quizá sólo se librarían per-
sonalidades aisladas como el mismo prelado cartagenero, que, en función de sus escritos, lleva a pensar en la posible
existencia en la ciudad, de una biblioteca, como indica GONZÁLEZ FERNÁNDEZ, 1995, p. 288 y 295, señalando
también la posibilidad de que existiese una escuela episcopal.
132 Acerca del citado renacimiento, FONTAINE, 1972, p. 157. Sobre el fenómeno emeritense, ARBEITER,
2000, p. 261. A este respecto, no hay que olvidar que, por ejemplo, en el caso de la plástica generada en esta ciudad,
se llega a defender la actividad de artesanos orientales, como señala CRUZ VILLALÓN, 1985, p. 37. Por lo demás,
comentando el conjunto epigráfico griego, DE HOZ, 2007.
133 Vid. respectivamente sobre la valoración para los casos italiano y africano, ZANINI, 1998, p. 100 y
BELKHODJA, 1970, p. 55-65. Para el caso africano, el análisis de las fuentes da cuenta del proceso. Así, por ejemplo,
si nos centramos en Coripo, contemporáneo a las campañas hispanas, podemos ver como se pasa del regocijo inicial
(«La pobre África exultaba de alegría, adornada de renovadas guirnaldas», Iohann. III, 69-70), a la pronta decepción,
que lleva a lamentarse de la situación de la «agotada África» (Iohann. III, 125; VI, 248-249). La opulenta provincia
ha pasado a ser, como veremos al finalizar el reinado de Justiniano, un territorio necesitado de ayuda constante, de tal
forma que los «desdichados africanos» son referidos entre aquellos a los que beneficia la labor del cuestor y jefe de la
cancillería imperial Anastasio (Coripo, In laud. Anast., 36-41).
134 Somos conscientes de que ambos términos se enmarcan en el tópico laudatorio de la felicium temporum
reparatio, que de hecho inspira la composición de Coripo en honor de Justino. No obstante, empleamos su lenguaje,
con una misma intención metafórica.

59
No en vano, resulta sintomático que Spania no se cite entre las victorias que recuerdan los
autores, y sólo únicamente en la enumeración de los frentes abiertos y los esfuerzos de una
administración incapaz por dar respuesta a todos, con un «ejército que ya no bastaba para la
magnitud del Imperio» (Agatías, V 13, 7-8).
Si atendemos a la documentación textual, la empresa hispana, condicionada por las cir-
cunstancias, no es así una de las victorias de las que jactarse, como las que adornan la vajilla
áurea del emperador Justiniano (Coripo, In laudem Iust., III, 110-126), o decoran su túnica una
vez muerto (Coripo, In laudem Iust., I, 275-294), sino una de las «cargas» a las que el Imperio
apenas puede atender.
La documentación material disponible, como iremos viendo, parece corroborarlo, con cierta
impresión de provisionalidad.

60

También podría gustarte