Está en la página 1de 25

La provincia bizantina de Spania

A comienzos del siglo V se produjeron las principales migraciones


germánicas a través del Rin que modificaron el mapa y la realidad de los
territorios que por aquel entonces estaban todavía en manos del Imperio Romano
de Occidente. La escasa militarización del limes renano-danubiano, causada
por la falta de dinero procedente de las arcas públicas del Estado imperial para
mantener guarniciones permanentes estacionadas en la frontera llevó a que las
ciudades localizadas en las provincias limítrofes con los pueblos germanos
tuvieran que mantener económicamente a esas escasas guarniciones (B.
Ward-Perkins, 2007: 39).

Con este panorama nos situamos en el 31 de diciembre del año 406, cuando un
grupo compuesto por suevos, alanos y vándalos asdingos y silingos
penetraron en el Imperio a través del río Rin, en las proximidades de la ciudad
de Maguncia (D. Álvarez, 2016: 27). Como ya sabemos, posteriormente se irán
abriendo paso una mayor cantidad de pueblos germánicos que se diseminarán
por el resto de los territorios de Europa occidental, creando sus propias
entidades políticas sobre los restos de un moribundo Imperio Romano de
Occidente, desparecido ya a partir del año 476.

Así, nos encontramos que para el siglo VI la totalidad de Europa Occidental


está controlada por distintos grupos de gentes germánicas, incluyendo la
Península Ibérica, controlada de forma efectiva por los visigodos tras su derrota
contra los francos en la batalla de Vouillé (507).

Paralelamente, y al otro lado del mar Mediterráneo, el Imperio Romano de


Oriente no ha perecido a las migraciones germánicas, siendo el único
remanente que queda del Imperio Romano. No obstante, los habitantes de este
Imperio Romano Oriental no se consideran ajenos a Roma, sino que se siguen
denominando a sí mismos Rhomaioi (J. Vizcaíno, 2007: 33). Este matiz, que se
mantendrá durante toda la Edad Media, resulta imprescindible para entender que
tanto el intento de conquista de la Península Ibérica como el de otras antiguas
partes del Imperio Romano se enmarca en un proyecto destinado a recuperar lo
que los romanos orientales consideraban como su propio territorio.

La Renovatio Imperii

El proyecto de renovatio imperii debe ser entendido no tanto como un


auxilio al Occidente, sino como una forma de evitar el paso a Oriente de los
pueblos germánicos ya asentados en los antiguos dominios romanos. De
hecho, desde un comienzo los emperadores orientales no titubearon a la hora de
reconocer a los reyes que gobernaban en Hispania, Italia o Galia (J. Vizcaíno,
2007: 35). No obstante, también debemos tener en cuenta que a esta “indiferencia”
los distintos reyes germánicos respondían reconociendo la autoridad del
emperador de Constantinopla. Este pragmatismo variará según los
acontecimientos sacudan a los diferentes entes políticos.

Los bárbaros, por su parte, intentarán relacionarse con el Imperio de muy


distintas formas. Reyes como Teodorico el Grande (493-526) adoptarán el título
de Flavius, e incluso se representarán a sí mismos con un aura romana.
Medallón del rey ostrogodo Teodorico el Grande (B. Ward-Perkins, 2007: 116)

Las razones que llevaron a Bizancio a emprender esta política de recuperación de


los antiguos territorios del Imperio de Occidente son, tal y como comenta J.
Vizcaíno (2007: 37), variados y que responden a diferentes necesidades: factores
ideológicos, económicos y de recuperación del consenso social.

Dentro del factor ideológico, cabe mencionar el peso que tiene la concepción
justinianea de una monarquía universal. Justiniano entiende que su poder, lejos
de ser únicamente terrenal, lo es también divino. El propio emperador hace
hincapié en la divinidad de la monarquía (J. Vizcaíno, 2007: 38), presentándose a
sí mismo como una especie de nuevo líder de la cristiandad. De hecho, el factor
religioso adquirió un gran protagonismo durante la renovatio imperii, puesto que
las campañas estuvieron envueltas en un aire sacro de recuperación y
restauración de la fe, arrebatada por los bárbaros. Esta política de propaganda
fue más fuerte durante el comienzo de las hostilidades contra los vándalos,
relajándose con el paso del tiempo cuando las campañas se dirigieron contra
ostrogodos y visigodos. Añadido a esto, no es nada desdeñable la idea
de restauración del Imperio Romano, de renacimiento de lo antiguo (J. Vizcaíno,
2007: 43).

En lo referido al apartado económico, hay que tener muy presente cuáles eran
los territorios que habían caído bajo el “yugo bárbaro”. Tanto la Galia, como
Hispania e Italia, y en especial el norte de África ya no estaban sometidas a la
autoridad imperial. Todos estos territorios suponían una gran fuente de ingresos,
pues si bien no estaban tan poblados como las provincias orientales, sí eran
fuentes no solo de tributos, sino de ricos cultivos que llenarían las arcas y
despensas del Imperio. Asimismo, el Mediterráneo se encontraba cortado a
causa de la piratería vándala, ejercida por estos desde la antigua Cartago y que
azotaba en especial al Mediterráneo occidental, pero también cada vez más al
oriental. Si Constantinopla lograba hacerse de nuevo con el control de los mares,
podría restaurar el comercio a lo largo del Mare Nostrum, lo que se traduciría
en una bendición para las arcas.

Este proyecto también ha de ser enfocado desde la perspectiva de una, cada vez
más, patente debilidad del emperador. Es por eso por lo que el peso que tiene
el factor de recobrar popularidad es para J. Vizcaíno (2007: 43) tan importante.
Teniendo en cuenta que la renovatio imperii se enmarca en los años posteriores
a la rebelión de Nika, en la que gran parte de Constantinopla se alzó contra el
emperador, y solo una durísima actuación de los milites imperiales logró impedir
el derrocamiento y linchamiento de Justiniano, no es descabellado pensar que
esta política de hostilidad hacia afuera de las fronteras obedezca a un intento
de devolver el prestigio a una institución muy deteriorada. Esa empresa común
para todos los Rhomaioi sería una válvula de escape que serviría a la vez que,
para recuperar territorios, para calmar los ánimos de los opositores a
Justiniano. No obstante, este enfoque acabaría teniendo poco seguimiento,
especialmente cuando las campañas fueron ampliándose y haciéndose cada vez
más largas, acabando por asumir la oikoumene bizantina que podían vivir sin
los latinos (J. Vizcaíno, 2007: 44).
Conquistas de Justiniano (J. Vizcaíno, 2007: 34)

La expedición a Spania

Previa a su llegada a Hispania, los bizantinos acometieron contra los vándalos,


establecidos en el norte de África desde el año 429, fecha en la que el rey
Genserico se hizo con dichos territorios. Las tropas vándalas fueron derrotadas
por Belisario el 13 de septiembre del año 533 en un suburbio de Cartago (Historia
de las guerras, III, 18, 8), lo que para Gelimer, el último rey vándalo, supuso
la derrota total de sus huestes y la pérdida de su tesoro, que acabó cayendo
en manos bizantinas al poco tiempo. Posteriormente los bizantinos
fueron tomando progresivamente los restantes territorios vándalos en África,
así como las islas Baleares. Uno de los puntos de inflexión previos al salto a
Hispania fue el control de la ciudad de Septem, la actual Ceuta.

Respecto a la conquista de Ceuta, las fuentes no dejan claro su afiliación anterior


a la toma bizantina. Isidoro de Sevilla nos habla en un momento de los intentos
por parte de los godos de tomar la ciudad en el año 547, controlada por los
bizantinos (HG, 42):
“Después del éxito de tan feliz victoria (la conquista de Ceuta), los godos tuvieron
una actuación falta de previsión al otro lado del Estrecho. En efecto, habiéndolo
atravesado para ir contra los soldados (del emperador bizantino) que después de
haber rechazado a los godos, invadieron la ciudad de Ceuta, cuando estaban al
asalto de dicha fortaleza y en lo más fuerte del combate, depusieron las armas, al
llegar el domingo, para no profanar el día sagrado con la guerra. Aprovechando,
por tanto, los soldados esta ocasión, se lanzaron repentinamente contra el ejército
asaltante y, cercándolo por todas partes, causaron en él tal destrozo, que ni uno
siquiera sobrevivió que escapara al desastre de tal derrota”.

Este pasaje no nos confirma la dominación goda previa de la ciudad, por lo


que podríamos asumir que las tropas romanas orientales se apoderaron de la
ciudad que o bien estaba en manos de los vándalos o bien se había mantenido
independiente. Aun así, no sabemos cuándo se apoderan los bizantinos de
Ceuta, pues para el año 536 ya habían comenzado su invasión de la península
itálica, en poder de los ostrogodos. Lo que sí sabemos es que la política
bizantina para recuperar los antiguos territorios del Imperio Romano de Occidente
no solo se limitó al uso de la espada, sino que se valieron de la diplomacia y
acuerdos con otras facciones para desestabilizar al reino visigodo.

Esto nos ha quedado reflejado gracias a Procopio (Historia de las guerras, V, 8-


10), que nos ofrece una visión de las relaciones que había entre el reino franco y
los bizantinos:

“Por este motivo (la guerra gótica de Italia) precisamente nos hemos visto
obligados a emprender la guerra contra ellos, y nos parece razonable que vosotros
nos ayudéis a llevar adelante dicha guerra, la cual se convierte para vosotros en
nuestra causa común debido a la fe ortodoxa, que rechaza las creencias de los
arrianos, así como también por la hostilidad que ambos pueblos sentimos hacia
los godos”.
Este relato apoya la idea de que los bizantinos instigaron y apoyaron los
ataques francos al reino visigodo. Uno de esos ataques, acaecido
en 541, arrebató a los visigodos la Provenza y acabó con las tropas francas
frente a los muros de Zaragoza (P. Fuentes, 1996: 29), pero gracias a la
habilidad militar de Teudiselo (sucesor de Teudis en el trono godo) la ciudad logró
salvarse y los francos emprendieron la retirada. Así pues, vemos que
Justiniano utilizaba hábilmente la enemistad que había entre los propios pueblos
germánicos, que en el caso de los visigodos y los francos no se remontaba mucho
tiempo atrás, ya que los primeros perdieron a uno de sus reyes en batalla contra
los francos a principios del mismo siglo.

Teudis (531-548), sin embargo, no se dio por vencido, y decidió propinar un


golpe al expansionismo bizantino, algo que acabó francamente mal como se
ha mencionado anteriormente. El rey godo para más inri, falleció al poco de
verse derrotado en Ceuta, en el año 548, y fue sucedido por su exitoso general
Teudiselo (548-549). El nuevo monarca tan solo reinó un año y medio (J.
Orlandis, 1988: 65), pues fue muerto en una conjura de unos nobles visigodos.
No hemos de olvidar que tanto Teudis como Teudiselo eran ostrogodos, y
habían servido a Teodorico el Grande, por lo que los nobles visigodos no eran
muy proclives a acatar las leyes de un rey de otra tribu. Pero ambos reyes
supieron contestar al poder bizantino, pues, aunque no le consiguieron
derrotar ni expulsar del otro lado del Estrecho, bajaron el foco político de
Barcino (Barcelona) al sur peninsular, lo que para autores como R. Sanz (2009:
240) se debe a una intención de evitar tanto un asalto militar bizantino que les
cogiera por sorpresa, como, y esto es lo más importante, tener controlada a la
nobleza hispanorromana de las grandes ciudades de la Bética, religiosa y
políticamente más inclinada a Constantinopla.

Tras esto llegamos al momento clave de la actuación bizantina en Hispania.


Tras la muerte de Teudiselo se cierra el denominado como “intermedio
ostrogodo”, un periodo que se inició a la muerte de Amalarico (último rey y
miembro de la dinastía goda de los Baltos). La muerte de Teudiselo dejaba al
reino visigodo en una situación comprometida, pues carecía de una dinastía de
raigambre para hacerse con las riendas del reino. En este momento asciende al
trono Ágila (549-555), que se apoyó en varios nobles godos y en aristócratas
emeritenses. No obstante, pronto tuvo que enfrentarse a otro noble
visigodo, Atanagildo (551-567), proclamado rey en Sevilla en 551 con el apoyo
de la aristocracia de Sevilla. En esta situación de inestabilidad en el reino
visigodo vio Justiniano una oportunidad para actuar en suelo hispano. Pronto
los godos de Atanagildo solicitaron ayuda a los bizantinos, que gustosos se la
concedieron. Jordanes (Getica, LVIII, 303) nos relata que fue enviado a Hispania
el patricio Liberio en respuesta a la ayuda solicitada por Atanagildo. Lo que no
nos cuenta Jordanes es el tamaño de la fuerza expedicionaria enviada por
los bizantinos, aunque debemos suponer que debió ser algo considerable.
El desembarco de tropas bizantinas debió de tener lugar en algún lugar
indeterminado del fretum Gaditano, actuación lógica teniendo en cuenta que la
ciudad de Ceuta se encontraba bajo dominio bizantino como sabemos.

La intervención no se limitó únicamente a una ayuda a los godos de


Atanagildo, sino que los bizantinos aprovecharon la coyuntura para
establecerse en Hispania, logrando incorporar una extensa franja costera que
abarcaba desde Cádiz hasta Denia (R. Barroso, J. Morín e I. Sánchez, 2018: 13).
Se supone, aunque no es del todo seguro, que el dominio bizantino se limitaba
esencialmente a la costa mediterránea entre las ciudades que hemos citado,
aunque es probable que se adentrara algunos kilómetros tierra adentro.

La ocupación del territorio no ocurrió en poco tiempo, variando además


la intensidad de la presencia dependiendo de las zonas. Así, ciudades
como Córdoba se mantuvieron independientes y ajenas al control bizantino,
mientras que otras sí que tuvieron una relación más favorable hacia los
griegos. Este es el caso de ciudades costeras, célebres por su actividad
comercial como la propia Ceuta o Cartagena (J. Vizcaíno, 2007: 56). En lo
referido a la población aristócrata hispanorromana, si bien se ha defendido
tradicionalmente que debió ser más afín a Bizancio por razones religiosas,
hoy en día hay dudas de si realmente hubo dicha relación de amistad. En lo
relativo a fiscalidad puede que prefiriesen el control bizantino al visigodo,
pues el centro de poder griego se encontraba más alejado de Hispania, lo que
haría más difícil un control férreo de los impuestos. Pero, por otra parte,
el Imperio estaba más organizado y su administración más avanzada, lo que
en cuestiones de autonomía habría perjudicado a los aristócratas, mientras
que el aparato visigodo era bastante menos sofisticado (J. Vizcaíno, 2007: 56).

Para asegurar el control del territorio conquistado y aumentar aún más los
dominios del imperio constantinopolitano, sabemos que refuerzos bizantinos
desembarcaron en Cartagena y se dispersaron por las actuales provincias
de Murcia, Alicante, Almería y Málaga hacia el año 555. Tras el final de la guerra
entre Atanagildo y Ágila y el establecimiento bizantino, sabemos que
las autoridades bizantinas gobernaban desde Denia hasta Ossonoba, y que
su área de poder incluía ciudades de la talla de Carthago
Nova, Ilici (Elche), Sagontia (Gigonza) o Asidonia (Medina Sidonia) (R. Barroso,
J. Morín e I. Sánchez, 2018: 19).
Extensión de la Spania bizantina (J. Vizcaíno, 2007: 48)

A la muerte de Justiniano en el año 565, le sucedió su sobrino Justino II (565-


578), que tuvo que hacer frente a los embates de Atanagildo en su intento por
recuperar los territorios conquistados por los bizantinos.

Atanagildo murió en 567 y fue sucedido por un interregno de cinco meses en los
que las diferentes familias de notables godos discutieron sobre quién debía
ocupar el trono visigodo, pues el monarca había fallecido sin heredero varón y
sus dos hijas, Brunegilda y Galsuinda, habían casado respectivamente con
Sigeberto I de Austrasia y Chilperico I de Neustria (R. Barroso, J. Morín e I.
Sánchez, 2018: 21). Los bizantinos fueron incapaces de aprovechar esa
situación de vulnerabilidad del reino godo para intentar ampliar sus dominios,
pues el Imperio lastraba una economía desgarrada por numerosos años de
campañas militares, tanto en Hispania como en África e Italia.

Este periodo coincidió además con la época dorada del reino visigodo, ya que
es en estos momentos cuando Leovigildo sube al trono de Toledo y comienza
su proyecto de unificar la Península Ibérica bajo un mismo poder político. Los
bizantinos no pudieron impedir los movimientos del monarca visigodo, conocedor
de la penosa situación que atravesaba el emperador bizantino, quien durante sus
primeros años de reinado tuvo que enfrentar diferentes conflictos con los
persas sasánidas, la invasión lombarda del norte de la recién tomada Italia y
al acoso de las tribus norteafricanas como los mauri, que de hecho mataron
al prefecto de África en el año 569 (Chr, 3, 2).

Así pues, la presencia bizantina en la Península se paralizó, y los griegos no


fueron capaces de aumentar el terreno tomado previamente. Bien es cierto que
los bizantinos no manifestaron intención de expandirse, seguramente no por falta
de interés, sino por falta de capacidad. Hay que tener presente que, si bien la
primera invasión no debió de contar con un gran número de tropas, habida cuenta
de la inexistencia de un control político y militar godo en la Bética que pudiera
suponer una resistencia a la intervención bizantina, el número de tropas para este
momento no debía de superar los cinco mil hombres en toda la provincia bizantina
(J. Arce, 2007: 108). De esos cinco mil guerreros la inmensa mayoría se
encontrarían concentrados en determinadas plazas fuertes de importancia
como Cartagena, mientras que el resto estarían desplegados en zonas de frontera
que fuesen vulnerables.

Administración bizantina de Spania

Cuando los bizantinos se apoderaron del sureste peninsular fundaron una nueva
provincia conocida como Spania. No obstante, ha habido varios debates en torno
al estatus que adquirieron dichos dominios en el mapa territorial romano-oriental.
Esto nos lo ha aclarado una inscripción procedente de la ciudad de Cartagena y
fechada hacia 589 o 590, durante el reinado del emperador Mauricio (582-602),
en la que se nos dice que el patricio Comenciolo era magister militum
Spaniae (P. Fuentes, 1998: 307).

Lápida de Comenciolo. Museo Arqueológico de Cartagena.

La constitución de la provincia debió darse hacia el 555, cuando los avances


militares y conquistas en la Península terminaron. Spania estaba compuesta de
esta forma por los territorios del sureste peninsular y del archipiélago balear.
Integrada dentro del exarcado de Cartago, junto con Carthago
Proconsularis, Byzancium, Numidia Proconsularis, Numidia, Mauritania
Prima, Mauritania Secunda y Sardinia (P. Fuentes, 1998: 309), Spania dependía
de esta forma del exarca cartaginés. No obstante, y ante su carácter de territorio
limítrofe, el magister militum Spaniae, quien además ostentaba el título de dux
provinciae, podía tomar decisiones tanto militares como políticas de forma
unilateral, como se nos desprende de las actuaciones que tuvieron los tres dux
et magister militum Spaniae conocidos: Liberio (551-554), Comenciolo (589-
602) y Cesáreo (614-616).

Las funciones de estos gobernadores no se ceñían únicamente al plano militar,


sino también civiles, como se desprende la intervención de estos en las murallas
de Cartagena (J. Vizcaíno, 2007: 66).
Esta “independencia” se podía deber, tal y como se extrae de las reflexiones
hechas por P. Fuentes (1998: 309-310), a la lejanía que tenía Spania tanto con
Cartago como con Constantinopla, lo que, unido a la constante amenaza
visigoda, habría dado a los gobernadores de Spania una mayor capacidad de
actuación a la hora de realizar campañas militares o de suscribir acuerdos de paz
con los visigodos. Esto también se observa en el caso de la provincia de Sardinia,
cuyos gobernadores también ostentaron esta mayor autonomía (P. Fuentes, 1998:
310).

Desconocemos por completo si en Spania se constituyeron ducados, algo que sí


encontramos en otros territorios anexionados durante la política de renovatio
imperii como es el caso de África, que llegó a tener cinco, o Italia, dividida en
cuatro (J. Vizcaíno, 2007: 66). Puede ser que, ante la poca porción de territorio
controlado y unos fondos insuficientes, Spania subsistiera con
una organización territorial dependiente únicamente de un dux.

Las fuerzas enfrentadas: los ejércitos bizantino y


visigodo

El ejército bizantino situado tanto en la prefectura de África como en Spania, se


hallaba compuesto por excubitores, cuyo número sería sin duda bajo, y que eran
miembros de la guardia imperial; varios regimientos de foederati, es
decir, tropas bárbaras al servicio del emperador; algunos contingentes
de socii, nativos de otras naciones aliados del Imperio; pero
fundamentalmente, eran los milites comitatenses los que engrosaban
mayormente las filas del ejército acantonado en Spania, y que eran tropas
regulares tanto de caballería como de infantería (P. Fuentes, 1998: 325). A
estos comitatenses habría que añadir un número indeterminado, aunque no sería
muy elevado, de bucellarii, cuerpos privados de generales y oficiales
bizantinos. Para proteger el limes de los ataques de tribus enemigas, bereberes
en el caso de la prefectura de África, se constituyeron cuerpos de limitanei,
un cuerpo reclutado entre la masa campesina que guarnecían las fortalezas
estratégicas del territorio imperial.

La división del ejército bizantino durante este periodo pasó de las antiguas
divisiones romanas, legio o cohors, a una nueva denominación como eran
los numerus (P. Fuentes, 1998: 325). Estos se componían de 500 hombres,
nominalmente, ya que en la práctica podían ser entre 200 y 400 soldados (P.
Fuentes, 1998: 325). Estos numerus se subdividirían a su vez en centurias y
decurias, cada una al mando de sus respectivos oficiales.

Los ejércitos provinciales, como era el caso del acantonado en Spania, estaban
bajo las órdenes de un dux. Estos comandarían toda clase de tropas,
desde comitateneses, pasando por bucellarii, y llegando incluso a comandar sobre
todas las personas que fuesen armadas (hoplitai) (P. Fuentes, 1998: 326).

En Spania, la estrategia bizantina se centró, ante la tremenda escasez de


tropas, en formar una línea de fortificaciones situadas en el limes con el reino
godo. Esto, unido a las ciudades amuralladas de la costa, formó un limes de
profundidad, en el que tropas de comitatenses guarnicionaban los castra (P.
Fuentes, 1998: 311).

En lo que se refiere al ejército del reino visigodo de Toledo, podemos decir que
para los siglos VI-VIII estaríamos ante un ejército protofeudal, en palabras de J.
Arce (2011: 128). Esto se debe a que los aristócratas que ostentaban una tierra
dada por la monarquía debían responder proporcionando al ejército real sus
mesnadas de siervos para las campañas militares.

Al igual que el ejército del reino de Tolosa, el ejército visigodo del siglo VI y VII era
un ejército compuesto fundamentalmente por dos clases de tropas: la thiufa -
unidades de 1.000 hombres- y las guarniciones de las ciudades y plazas
fuertes. Debemos entender que la mayoría de las tropas del ejército visigodo las
compondrían mesnadas reclutadas a la fuerza de entre los siervos de los
aristócratas y magnates cuando el rey llamaba a las armas. Así, las únicas tropas
profesionales serían la propia aristocracia, los primates, fideles, y
los gardingos, o guardia personal (J. Arce, 2011: 124).

Thiufado visigodo. Álbum de la caballería española (1861)

El rey convocaba a las tropas mediante la regalis ordinatio por la cual se fijaba
el momento en que debía reunirse el ejército (F. Gallegos, 2011: 52). Esta
movilización se llevaba a cabo mediante los servici dominici del monarca,
quienes llevaban la orden a los diversos thiufadi, al mando de mil hombres. Sus
subordinados eran los quinquegentanii, centenarii y decani (J. Arce, 2011: 124).
Desconocemos si se llevaba a cabo un llamamiento automático todos los años,
aunque es de suponer que, durante los periodos de mayor actividad bélica, como
fueron sin duda las campañas contra los soldados imperiales, se emitiría
una regalis ordinatio prácticamente de forma anual. No obstante, y en caso de
ataque enemigo, los dux de cada provincia podían reunir ejércitos sin ser
necesaria la acción del monarca, tal y como se plasma en la ley emitida por
Wamba en 673 por la cual, y en caso de necesidad, todos los hombres, ya sean
clérigos o laicos, que se encuentren en un radio de menos de cien millas del lugar
donde se haya producido o bien la rebelión o bien cualquier ataque, deberán
alistarse para el combate de forma rauda (J. Arce, 2011: 125-126).

En lo referido al control de la guarnición de las ciudades, estas estaban bajo el


control de un comes civitatum, quien se encargaba tanto del mando de las tropas
como de asegurar su abastecimiento. Por encima de este estaba el dux de la
provincia, que aglutinaba bajo su mando a todas las tropas provinciales.

De esta organización concluimos que el ejército visigodo, si bien no tuvo un


cambio radical en lo que a unidades y mando se refiere tras su expulsión de
Aquitania, sí modificó sustancialmente su forma de hacer la guerra. A partir
del siglo VI nos encontramos con un ejército mucho más defensivo, focalizado
en la lucha en las fronteras y en la defensa de plazas fuertes, algo que se aprecia
en la escasez de testimonios de época que nos hablen de batallas campales. Esto
se desprende de ese sistema de reclutamiento forzoso, que aseguraba un
ejército numeroso pero inferior en calidad y profesionalidad a otros como
podía ser el bizantino o el franco. Este tipo de ejército se hizo, si cabe, aún
más endeble cuando Ervigio promulgó una ley en 681 por la que se ordena a
todos sus duces, comites y gardingi que acudan con al menos una décima
parte de sus esclavos a las campañas (J. Arce, 2011: 127). Para Orlandis (1988:
248) esto es un síntoma de que la decadencia del reino godo para fines del siglo
VI, algo que para J. Arce (2011: 127) tuvo más que ver con los constantes intentos
de usurpación y no tanto con el sistema de reclutamiento.
La guerra grecogótica: el caso de Spania

Durante el reinado de Leovigildo (568-586) los godos establecieron una


estrategia para encerrar a los bizantinos e intentar contenerlos. Lo primero
que hizo el rey visigodo fue limitar la presencia bizantina únicamente al litoral,
echando a los soldados de Constantinopla de las zonas del interior. Ejemplo que
tenemos en la conquista de Asidonia por Leovigildo (Chr, 570, 2), en la que un
habitante de la ciudad llamado Fromidanco (nombre de origen godo) abrió las
puertas a las tropas de Toledo. Así Leovigildo fue poco a poco retomando
algunas plazas importantes como Córdoba en 572 y su conquista de la
Oróspeda en 577, donde terminó de aplacar a unos rustici rebeldes y que fue
incorporada al reino godo. Este territorio estaría comprendido por parte de las
actuales provincias de Murcia, Albacete, Valencia y Cuenca. Así, los bizantinos
se vieron acorralados por los godos, que pasaron a concentrar una mayor
cantidad de fuerza militar en la ciudad de Valencia (R. Barroso, J. Morín e I.
Sánchez, 2018: 32) con la intención de presionar los dominios bizantinos del
levante.

La Oróspeda se ha visto como una especie de estado tapón, una tierra de nadie
o “tierra de todos” como señala J. Vizcaíno (2007: 121), que haría de marca entre
el reino godo y los dominios bizantinos. Esta zona no sería tanto como un estado
cliente dependiente de Bizancio, sino como un conjunto de ciudades a cuya
cabeza habría unos nobles levantiscos decididos a oponerse al dominio visigodo.

No obstante, la situación se complicó para Leovigildo, pues en el año 580 su hijo


mayor Hermenegildo se rebeló contra él, apoyado por la ciudad de Sevilla.
Rápidamente el infante godo estableció vínculos diplomáticos con los
bizantinos, que como era de esperar se situaron al lado de la rebelión. Así
también inició conversaciones diplomáticas con el reino franco de Austrasia, pues
Hermenegildo era cuñado y suegro de Brunegilda y Childeberto II
respectivamente, y con el reino burgundio de Gontrán (R. Barroso, J. Morín e I.
Sánchez, 2018: 34). Sin embargo, los bizantinos decidieron no intervenir, pues
Leovigildo les pagó un total de 30.000 sólidos para que retirasen su apoyo a
Hermenegildo (Historia Francorum, V, 38). Durante este momento nos consta que,
además, ciudades como Asidonia dejaron de estar en manos godas, aunque
desconocemos exactamente la razón. Se pudo deber o bien a parte de ese pago
efectuado por Leovigildo, o parte del acuerdo al que llegó Hermenegildo con los
bizantinos para que estos les prestaran su ayuda. Sea como fuere,
tanto Asidonia como Barbi no constan en la lista del III Concilio de Toledo (R.
Barroso, J. Morín e I. Sánchez, 2018: 34).

La presencia bizantina en la Península que con toda seguridad inquietaba y


molestaba a los monarcas godos nunca debió suponer una prioridad en su
política exterior. Lejos de realizar constantes campañas militares e intentar
expulsar a las tropas del emperador del sureste hispano, se limitaron a organizar
en determinadas ocasiones algunas incursiones y ataques a pequeña escala
para tomar plazas y fortalezas de importancia en manos bizantinas. Esto lo
debemos ver como una muestra de que a pesar de que los visigodos superaban
en número a los soldados griegos, eran incapaces de expulsarlos de sus
ciudades, cuya población era, con casi toda probabilidad, aliada de
Constantinopla. Debemos suponer además que los conflictos derivados de la
ocupación bizantina no debieron ser (salvo el citado ataque a Ceuta) peleas que
involucraran a grandes efectivos ni asedios a gran escala, pues no hay
fuentes (ni bizantinas ni godas) que nos hablen sobre estos enfrentamientos.
Contraste significativo si tenemos en cuenta que por esta misma época los godos
se empleaban al máximo en sus campañas para retener las incursiones francas
en la frontera Narbonense (HG, 54):

“Realizó también gloriosamente la guerra contra los pueblos enemigos, apoyado


en el auxilio de la fe. Logró, en efecto, un glorioso triunfo sobre casi sesenta mil
soldados francos, que invadían las Galias, enviando contra ellos al duque Claudio.
Nunca se dio en España una victoria de los godos ni mayor, ni semejante; pues
quedaron tendidos en tierra o fueron cogidos prisioneros muchos miles de
enemigos, y la parte del ejército que quedó, habiendo logrado huir
inesperadamente, perseguida a retaguardia por los godos hasta los límites de su
reino, fue destrozada. Dirigió sus fuerzas también muchas veces contra los abusos
de los romanos y contra las irrupciones de los vascones; en estas operaciones
parece que se trataba más que de hacer una guerra, de ejercitar a su gente de un
modo útil, como en el juego de palestra.”

Durante el reinado del propio Recaredo (586-601) se recurrió más al uso de la


diplomacia que al de la espada. Entendemos esta posición si nos situamos en
el contexto de conversión al catolicismo realizado a partir del III Concilio de
Toledo. El monarca visigodo no quería enemistarse con Constantinopla ni con
la Santa Sede, habida cuenta de que ya profesaban la misma religión, cosa que
no ocurría con anterioridad. Así, personajes como Liciniano de Cartagena jugaron
un papel de importancia. Este último era obispo de Carthago Spartaria, y como tal
obedecía y dependía de Constantinopla. Aun así, mantuvo una relación epistolar
y personal con Eutropio, obispo titular de Valencia y consejero de Recaredo, que
le llevó a morir prematuramente, fruto según se dice de un envenenamiento
mientras estaba en la corte de Constantinopla para rendir cuentas por su presunta
inclinación por los visigodos (R. Barroso, J. Morín e I. Sánchez, 2018: 51). El temor
bizantino es no solo comprensible, sino también lógico, pues temían que, fruto de
esa conversión al catolicismo de los godos, sus obispos de Spania se vieran
tentados de obedecer a Toledo, lo que habría provocado el colapso de sus
dominios peninsulares.

Sin embargo, Recaredo pronto reparó que la diplomacia no surtía efecto con
Bizancio, que estaba decidida a mantener su presencia en Hispania. Por
ende, a partir de 595 el monarca godo se volcó más en fortalecer la presencia
militar en zonas como Valencia y Minateda (Albacete), lugar este último donde
se crea un nuevo obispado, la sede episcopal de Eio, a fin de reemplazar la
perdida sede de Cartagena. A esta sede se unió la fundación de la sede
de Begastri (Cehegín) en 610 tras la conquista de la ciudad por Gundemaro.
Ambas con el objetivo de cortar las posibles comunicaciones de Cartagena con el
interior de la provincia de la Oróspeda.

Los frutos de más conquistas para los godos se hicieron esperar, pues a pesar de
que Witerico (603-610) acometió en numerosas ocasiones contra las
posesiones bizantinas en la costa levantina, no consiguió expulsar a los
soldados imperiales (HG, 58). Muy probablemente esto se debió a las excelentes
defensas bizantinas, que se centraron fundamentalmente en aguantar en las
plazas fuertes y los recintos amurallados, y a la actuación de la flota bizantina, que
sin problema podía traer refuerzos de África e Italia.

Para paliar este último asunto, los visigodos decidieron que había que crear
una marina de guerra lo suficientemente potente como para enfrentarse a
Bizancio. Así, durante el reinado de Sisebuto (HG, 70) se creó ese
primer germen de flota visigoda. Lo que desconocemos es el lugar donde estaría
estacionada dicha flota. Para la lucha contra los bizantinos debemos suponer que
se encontraría en el Mediterráneo, pero se han propuesto dos lugares: o
bien Santa Pola, la antigua Portus Ilicinatus o bien la ciudad de Valencia (R.
Barroso, J. Morín e I. Sánchez, 2018: 75).

Durante su reinado, Gundemaro (610-612) se vio favorecido por la inestabilidad


política y militar que sufría el Imperio Bizantino ante la amenaza de persas y
ávaros, aprovechó para llevar a cabo una serie de campañas bélicas que
culminaron con triunfos para los visigodos, que seguramente se hicieron con
la ciudad de Sagunto, tal y como atestiguan las fuentes numismáticas, pues
sabemos de un triente de ceca Sagunto acuñado durante el reinado de
Gundemaro (J. Vico, 2006: 334).

El punto de inflexión se produjo durante el reinado de Sisebuto (612-621),


cuando este monarca se comprometió a acabar con la presencia bizantina en
suelo hispano. Por Isidoro (HG, 61) sabemos que llevó a cabo hasta dos
expediciones contra los griegos, arrebatándoles varias ciudades. Incluso,
estableció relaciones diplomáticas con el rey lombardo Adaloaldo, con la intención
de unir fuerzas contra los bizantinos. No obstante, y a pesar de lograr estos
éxitos, el monarca firmó un tratado de paz con los imperiales, aprovechando
el caos que había supuesto para los bizantinos la toma de Jerusalén en 614 por
los sasánidas (J. Vizcaíno, 2007: 80).

Asimismo, y gracias al registro numismático, conocemos que durante su reinado


se abrió una nueva ceca en Barbi, la actual Antequera, que por su localización
pudo haber servido tanto de punta de lanza contra el territorio bizantino como lugar
de abastecimiento monetario para el pago de las tropas godas (A. Rodríguez
Peinado, 2018: 31). No obstante, ni Sisebuto ni su hijo Recaredo
II (621) lograron expulsar a los bizantinos del territorio peninsular, asunto que
quedaría en manos del siguiente monarca, Suintila.

Tremís del tipo “cruz sobre gradas” acuñado en Toledo durante el reinado de Leovigildo.

Durante el reinado de Suintila (621-631) se redoblaron los esfuerzos por expulsar


a los bizantinos de las costas hispanas. Suintila era un personaje procedente de
la esfera militar y que había destacado como dux en campañas contra los
vascones y rucones durante el reinado de Sisebuto, y muy probablemente también
formó parte de las expediciones contra los bizantinos de las que hemos hablado
antes. Con este monarca se repite el patrón numismático visto con Sisebuto,
encontrando una gran cantidad de moneda acuñada en Mentesa y Acci, La
Guardia y Guadix respectivamente. Este numerario iría a costear la guerra contra
Constantinopla. La expulsión la podemos fechar en el año 625, cuando
Suintila llevó a cabo una última campaña contra los bizantinos (HG, 62).
Sabemos que las últimas ciudades en ser tomadas fueron Ilici y Cartagena,
siendo la primera rendida sin oponer resistencia, mientras que Cartagena fue
arrasada por las tropas godas (R. Barroso, J. Morín e I. Sánchez, 2018: 92).

A pesar de que la expulsión ha sido algo apoyado por la práctica totalidad de los
historiadores, hay voces discordantes en este asunto. Es algo comúnmente
aceptado que la última ciudad en caer fue Cartagena, mientras que las Baleares
se mantuvieron bajo control griego hasta su conquista por los musulmanes.

Se presume que Cartagena fue destruida, presumiblemente debido a que su


población opuso una férrea resistencia al sitio visigodo, insuflada por el hecho de
que unos años antes se le retirara la condición de sede metropolitana (R. Barroso,
J. Morín e I. Sánchez, 2018: 93). Aun así, en Cartagena se han encontrado
registros arqueológicos de origen bizantino que datan del siglo VIII (F. López,
2009: 182), y la sede episcopal no fue restaurada, sino que tal y como se había
hecho en tiempos de Gundemaro se mantuvo la sede metropolitana en Toledo
y los nuevos obispados de Eio y Begastri.

F. López (2009: 182) sostiene que Cartagena se mantuvo bajo dominio


bizantino, tal y como atestiguan los restos cerámicos encontrados en la ciudad
posterior a la destrucción de la misma por las tropas visigodas, y porque las
ciudades sobre las que tenía control el dux Teodomiro eran Lorca, Mula,
Valentila, Orihuela, Alicante y Bigastro, estando todas ellas situadas de
forma que rodean a Cartagena como si de un cinturón de fortificaciones se
tratase.

De lo que tenemos constancia plena es de que durante el reinado de Egica y


Witiza, los bizantinos intentaron una vez más invadir las costas hispanas
con una flota que fue repelida por el propio Teodomiro. Este testimonio lo
encontramos en la Crónica mozárabe del 754 (R. Barroso, J. Morín e I. Sánchez,
2018: 121):

“Teodomiro quien, en diversas partes de Hispania, no pocas muertes provocó a


los árabes y que, largo tiempo contenidos, pide pactar una paz con ello. Pero ya
bajo los reyes de los godos Egica y Witiza obtuvo la palma de la victoria sobre los
griegos, quienes navegando habían penetrado en su patria”.

Tras este hecho, Bizancio no volvió a posar sus ojos sobre la Península
Ibérica, pues poco tiempo después serán los musulmanes quienes
desembarcarán en las costas hispanas, conformando una realidad política
nueva que terminó desplazando al reino visigodo.

Conclusiones

El paso del Imperio Bizantino por Hispania condicionó en gran medida el desarrollo
del reino visigodo de Toledo. A la propia amenaza militar que supuso la presencia
de contingentes griegos en un primer momento hay que sumar la política
diplomática de desestabilización que promovió Constantinopla entre la población
católica hispanorromana y para con los monarcas francos. Unido a esto, el
comercio marítimo se cerró prácticamente por completo para los godos hasta
mediados del siglo VII, y duramente pudo ser retomado por la inestabilidad
creciente al otro lado del Mediterráneo debido a la expansión musulmana. No
obstante, esa rivalidad constante entre ambos reinos propició a su vez una mayor
independencia y fortalecimiento de la monarquía visigoda, así como la
configuración de la ciudad de Toledo como urbs regia y sede metropolitana con el
objetivo de asemejarse a la Constantinopla imperial en esa pugna entre el rex
gothorum y el basileus bizantino.

Bibliografía citada

Fuentes

Gregorio de Tours. Brehaut, E. (1916). Historia Francorum. Nueva York: Columbia


University Press.

Isidoro de Sevilla, Historia gothorum. Rodríguez Alonso, C. (1975). Las historias


de los Godos, Vándalos y Suevos de Isidoro de Sevilla. León: Centro de Estudios
e Investigación “San Isidoro”.

Jordanes. Sánchez Martín, J.M. (2001). Origen y gestas de los godos. Madrid:
Cátedra.

Juan de Bíclaro. Chronicon.

Procopio. García Romero, F. A. (2007). Historia de las guerras. Madrid: Editorial


Gredos.

Bibliografía

Álvarez Jiménez, D. (2016). El reino pirata de los vándalos. Sevilla: Editorial


Universidad de Sevilla.

Arce, J. (2007). Bárbaros y romanos en Hispania: (400-507 A.D.). Madrid: Marcial


Pons.

Barroso Cabrera, R., Morín de Pablos, J., Sánchez Ramos, I. M.


(2018). Thevdemirvs dvx el último godo: el ducado de Aurariola y el final del reino
visigodo de Toledo. Madrid: AUDEMA.
Fuentes Hinojo, P. (1996). La obra política de Teudis y sus aportaciones a la
construcción del reino visigodo de Toledo. En la España Medieval, 19, pp. 9-36.

Fuentes Hinojo, P. (1998). Sociedad, ejército y administración fiscal en la provincia


bizantina de “Spania”. En Studia historica, 16, pp. 301-330.

Gallegos Vázquez, F. (2011). El ejército visigodo: el primer ejército español.


En Reflexiones sobre poder, guerra y religión en la Historia de España, pp. 15-56.

López Sánchez, F. (2009). La moneda del reino visigodo de Toledo: ¿por qué?
¿para quién? En Mainake, 31, pp. 175-186.

Rodríguez Peinado, A. (2018). La circulación monetaria en el reino visigodo de


Toledo (Trabajo de Fin de Máster). Universidad Complutense de Madrid.

Sanz Serrano, R. (2009). Historia de los godos. Una epopeya histórica de


Escandinavia a Toledo. Madrid: La esfera de los libros.

Orlandis, J. (1988). Historia del reino visigodo español. Madrid: Ediciones Rialp.

Vico Monteoliva, J., Cores Gomendio, M. C. y Cores Uría, G. (2006). Corpus


nummorum visigothorum. Madrid: RAH.

Vizcaíno Sánchez, J. (2007). La presencia bizantina en Hispania (siglos VI-VIII).


La documentación arqueológica. En Antigüedad y Cristianismo, 24.

Ward-Perkins, B. (2007). La caída de Roma y el fin de la civilización. Pozuelo de


Alarcón: Espasa Calpe S.A.

También podría gustarte