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SUICIDIO Y VÍCTIMAS DE ACOSO

ESCOLAR
1. Justificación

El suicidio es un problema de salud pública de carácter mundial que atenta de


manera directa contra la vida de las personas, estimándose alrededor de
800.000 muertes al año, sin hacer distinciones entre regiones ni por condiciones
socioeconómicas (Organización Mundial de la Salud [OMS], 2019). Este
fenómeno abarca todos los rangos de edad, afectando a personas de cualquier
grupo etario, aunque se observa en los últimos años un incremento en la
realización de conductas suicidas por parte de la población infantojuvenil (OMS,
2019; Mosquera, 2016), siendo una etapa caracterizada por cambios de carácter
físicos, sociales y psicológicos.

La conducta suicida se ha encontrado presente a lo largo de los años en la


historia de la humanidad, siendo estudiado por grandes autores como Durkheim,
que trató el tema en su obra El suicidio de 1897. En la actualidad, los datos
muestran la gravedad del problema que continúa suponiendo el suicidio en la
sociedad, siendo un fenómeno multifactorial que engloba aspectos psicológicos,
sociales, biológicos, ambientales y culturales como la desesperanza, los intentos
de suicidio y los conflictos (OMS, 2014), siendo el acoso escolar y las
consecuencias derivadas del mismo, un posible factor de riesgo para la aparición
de conductas suicidas.

El acoso escolar es una problemática de carácter social y de salud pública que


como expone la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la
Ciencia y la Cultura (UNESCO, s.f.), vulnera el derecho humano fundamental de
la educación de muchos menores en todo el mundo, estimando en los datos
recogidos en su informe Behind the numbers: Ending school violence and
bullying (2019) que la incidencia del acoso escolar a nivel mundial es del 32%.

Es un fenómeno no contemporáneo que tiene como principal escenario el centro


educativo, adquiriendo en las últimas décadas, una mayor visibilización y
concienciación por parte de la sociedad debido al avance de las nuevas
tecnologías. Este avance ha posibilitado el conocimiento y la sensibilización de

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la población acerca de las graves consecuencias que el acoso escolar deja en
los agentes implicados en él, así como en el sistema educativo y en el resto de
la sociedad, la cual debe reflexionar sobre el papel que toma la violencia en la
vida de las personas.

Sin embargo, observando la prevalencia existente del acoso escolar en la


actualidad, se puede deducir que las medidas adoptadas no están consiguiendo
resultados efectivos a nivel global. Las actuaciones de detección y prevención,
deben estar orientadas hacia la consecución de intervenciones integrales en las
que se involucre a las familias, los centros educativos y a la sociedad al
completo. Sin embargo, los/as profesionales de los centros, en ocasiones
presentan grandes carencias en torno al conocimiento del acoso escolar y su
adecuada intervención, requiriendo del trabajo en coordinación de otros
profesionales competentes en la materia para la consecución de este objetivo
(Save the Children, 2016), encontrándose los/as trabajadores/as sociales entre
ellos.

Por lo tanto, debido a la gravedad existente en torno al acoso escolar y el suicidio


en menores, así como la necesidad de una mejor actuación en torno a la
prevención de ambos fenómenos, en el presente trabajo de revisión bibliográfica
se realizará un análisis de las características del acoso escolar, los agentes
implicados en el proceso y las diferentes consecuencias de carácter psicosocial
que consigo trae esta problemática. A su vez, se expondrá la estrecha relación
existente entre el acoso escolar y el suicidio, con el objetivo de concienciar y
sensibilizar a la sociedad sobre la preocupante situación presente en los centros
educativos y la urgencia de medidas adecuadas de prevención.

Por último, se pretende reivindicar el trabajo tan importante e invisibilizado que


realizan los/as trabajadores/as sociales en el ámbito educativo en materia de
prevención del acoso escolar, analizando sus funciones y exponiendo la
necesidad de intervenciones de carácter integral y multidisciplinar.

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2. Marco teórico e introducción
2.1. Acoso escolar

El conflicto es parte de la vida, y en el ámbito escolar es un aspecto que debido


a la fuerte socialización que se produce, se da en muchas ocasiones. Es una
situación producida como consecuencia de la diversidad de pensamientos e
ideales existentes entre las personas, que no tiene por qué suponer algo
negativo para los agentes implicados en él. Sin embargo, es una situación que
puede acabar convirtiéndose en un problema de alta gravedad debido a la
manera en la que las personas menores de edad lo resuelven. Muchas de ellas
muestran escasas habilidades en torno a la resolución de conflictos de una
manera pacífica, y terminan estableciendo una serie de conductas agresivas con
respecto a los demás, que pueden acabar desencadenando lo que se conoce
como acoso escolar.

El acoso escolar, a pesar de ser un fenómeno presente en los centros educativos


a lo largo de los años, no es hasta la década de 1970, cuando se comienza a
investigar en profundidad, teniendo a Olweus como uno de los investigadores
pioneros. Este autor definió el bullying como:

una conducta de persecución física y/o psicológica que realiza un alumno


o alumna contra otro, al que escoge como víctima de repetidos ataques.
Esta acción, negativa e intencionada, sitúa a la víctima en una posición de
la que difícilmente puede escapar por sus propios medios. (Olweus, 1983,
como se citó en Carbonell, Sánchez y Cerezo, 2014, p.427).

Las agresiones se caracterizan por presentar una clara intencionalidad de


acosar, amenazar, asustar y en definitiva causar daño a otra persona indefensa,
desarrollándose un fuerte desequilibrio de poder y siendo el centro educativo, el
principal y más visible escenario en el que ocurre este tipo de violencia entre
iguales (Save the Children, 2016).

Obtener datos completos sobre el acoso escolar en los centros educativos de


España es una tarea complicada debido al amplio número de centros y alumnos

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existentes. Sin embargo, varias investigaciones han realizado estudios sobre
este aspecto para conseguir una mayor aproximación al fenómeno que acontece
en los centros educativos, encontrándose entre ellas la asociación Save the
Children, que junto a la Agencia Española de la Cooperación Internacional para
el Desarrollo, publicó en el año 2016 un informe denominado “Yo a eso no juego”
en el que se realizaba una encuesta a 21.500 menores, de edades comprendidas
entre los 12 y 16 años de Educación Secundaria Obligatoria, obteniendo una
serie de datos muy interesantes y relevantes para el tema objeto de este trabajo.

Los resultados de las encuestas mostraron que un 9,3% de los encuestados


sufrieron acoso escolar y que un 6,9% fueron víctimas de ciberacoso, siendo
víctimas de ambas modalidades un 3,7% de los encuestados. Extrapolando
estos porcentajes al conjunto de la población, se observa el alarmante número
de víctimas de acoso escolar y ciberacoso elevado a 111.000 y 82.000 menores
de edad respectivamente. A su vez, muestra que existe una mayor prevalencia
de víctimas de acoso escolar y ciberacoso en chicas con unas tasas de 10,6% y
8,5% respectivamente frente a un 8% y 5,3% de chicos que han sufrido
respectivamente acoso y ciberacoso escolar. Por otro lado, este informe muestra
la cantidad de menores que se corresponden con el perfil de agresores en
España, reconociendo haber acosado a alguien en las encuestas realizadas, un
5,4% de los encuestados, así como un 3,3% haber ciberacosado a alguien,
siendo 64.000 y 39.000 los alumnos de ESO en España que se reconocen como
acosadores y ciberacosadores respectivamente (Save the Children, 2016).

Los datos obtenidos en este informe, muestran la magnitud del problema


existente en España en torno al acoso y ciberacoso escolar, siendo un problema
que lejos de presentarse como un fenómeno unicausal, engloba una multitud de
aspectos de carácter individual, social, familiar y cultural. Entre los principales
factores de riesgo, se encuentran no presentar una alta popularidad, (Andrews
et al., 2016, Berger, 2012; Wolke, Woods, y Samara, 2009, como se citó en
Suárez, Álvarez y Rodríguez, 2020), no tener adecuadas habilidades sociales
(Cook, Williams, Guerra, Kim y Sadek, 2010) y presentar alguna diferencia con
respecto al grupo por razones de etnia, raza, género, religión, etc. (De la Plaza
y González, 2019).

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Por otro lado, al hablar de acoso escolar, es fundamental remarcar que es un
fenómeno que puede adoptar y manifestarse de diversas formas, mediante
agresiones físicas, verbales, sexuales, sociales y mediante ciberacoso.

En relación al acoso físico, se realiza a través de conductas agresivas contra la


víctima y/o sus pertenencias de manera directa mediante acciones como
empujar, robar, dañar materiales, etc. (Caballo, Arias, Calderero, Salazar y
Irurtia, 2011), mientras que el acoso verbal es aquel realizado mediante insultos,
amenazas, apodos, menosprecios, burlas, etc., y el acoso sexual es aquel
realizado mediante relaciones o tocamientos de carácter sexual sin
consentimiento (González, Peña y Vera, 2017; Polo, León y Gozalo, 2013)

Por otro lado, el acoso social, menos conocido, pero con unas consecuencias
muy graves para las víctimas, es aquel cuya principal acción reside en la
exclusión social y en conductas en las que se ignora e impide la participación de
las víctimas en diversas actividades, provocando su aislamiento social. Con
respecto al acoso psicológico, es aquel que atenta de manera directa a la
autoestima de la víctima mediante actitudes de persecución, manipulación y
chantaje, entre otras, encontrándose muy presente en todas las formas de acoso
escolar existentes. (González, et al., 2017; Cuesta, 2016).

Por último, se encuentra el ciberacoso, un acto deliberado de agresión que


ocasiona un daño intencional a la persona que lo sufre y que surge en las últimas
décadas caracterizado por realizarse a través de medios electrónicos o digitales
como el teléfono móvil o las redes sociales, adoptando diferentes formas
(insultos electrónicos, suplantación, ciberpersecución, etc.). Lo que diferencia a
este tipo de acoso del acoso tradicional es que el acosador puede adoptar un
perfil anónimo y realizar esta conducta en cualquier momento del día, ya que no
es necesario mantener un contacto físico con la víctima, teniendo estos actos
una mayor visibilidad y una mayor duración en el tiempo debido a su
permanencia en la red. (Sánchez et al., 2016).

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2.2. Agentes del acoso escolar

Se distinguen tres principales agentes que participan en el proceso de acoso


escolar: la víctima, el agresor y el espectador. A pesar de la inexistencia de un
perfil único debido a las diferencias existentes entre los individuos y las
condiciones en las que se produce el acoso, la literatura existente ha expuesto
una serie de características y rasgos comunes de carácter individual, familiar,
escolar y social de ellos.

Por un lado, las conclusiones derivadas de la revisión bibliográfica sistemática


realizada por De la Plaza y González (2019), exponen que presentar
sentimientos relacionados con la inseguridad, la ansiedad y la culpa, así como
tener una autoestima baja y ser introvertido, son potenciales factores de riesgo
relacionados con adquirir el rol de víctimas de acoso escolar. A su vez, exponen
como factores de riesgo presentar estrategias pasivas y emocionales de
afrontamiento, y padecer una baja aceptación en el grupo, un bajo apoyo social
y una escasa red de amistades, siendo factores sociales que terminan
desembocando en una situación de aislamiento social.

Otras investigaciones muestran la existencia de una relación entre ser víctima


de acoso escolar y factores emocionales y afectivos como la tristeza, la
vergüenza, la desesperanza, con factores relacionados a las relaciones
interpersonales y con factores relacionados con la autoestima, asociando por
otro lado a los agresores con el consumo de sustancias, con factores
emocionales como la ira, el nerviosismo, y el resentimiento y con
comportamientos de carácter antisocial, una alta impulsividad y escasas
habilidades sociales, de empatía y autocrítica (García, Pérez, Espelt y Nebot,
2013; Felipe, León y Fajardo, 2013; Castro, 2011).

Por otro lado, hay estudios que demuestran la importancia existente en torno al
papel que juegan las familias en el proceso del bullying, destacando como
factores de riesgo tanto para agresores como para víctimas la existencia de
problemas relacionados con la comunicación familiar, la presencia de ambientes

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familiares conflictivos y estilos educativos autoritarios, así como el uso de la
disciplina física (De la Plaza y González, 2019).

Tabla 1. Factores de riesgo del acoso escolar.

Víctimas Víctimas Víctimas Agresores Agresores


Individual Familiar Social Individual Familiar
Inseguridad. Problemas en Ser Consumo Problemas en
Ansiedad. torno a la percibido esporádico de torno a la
Culpa. comunicación como cannabis. comunicación
Baja autoestima. familiar. diferente Ira y rabia. familiar.
Introversión y Ambientes con Aburrimiento. Ambientes
timidez. familiares respecto al Nerviosismo e familiares
Estrategias conflictivos. grupo. irritabilidad. conflictivos.
pasivas y Estilos Baja Resentimiento. Estilos
emocionales de educativos aceptación Agresividad. educativos
afrontamiento. autoritarios. grupal. Comportamiento autoritarios.
Tristeza y Uso de la Bajo antisocial. Uso de la
depresión. disciplina apoyo Alta disciplina
Vergüenza. física en el social. impulsividad. física en el
Desesperanza. ámbito Escasa Escasas ámbito
Inferioridad. familiar. red de habilidades familiar.
Hipersensibilidad amistades. sociales, de
a las opiniones y empatía y
actitudes ajenas. autocrítica.

Nota. Extraído de: De la Plaza y González (2019); García et al., (2013); Felipe et al., (2013);
Castro (2011).

Adoptar alguno de los roles expuestos, puede desencadenar consecuencias a


corto y largo plazo, alterando el desarrollo personal y educativo de los menores
y repercutiendo en su vida adulta, ya que las conductas y sentimientos
mencionados anteriormente pueden extrapolarse a otros ámbitos de la vida de
la persona como la laboral, doméstica y social.

Se puede ver aumentado el riesgo en las víctimas de padecer tanto desórdenes


emocionales como ansiedad, miedo, depresión, soledad, un descenso en la
autoestima y estrés, así como trastornos mayores como trastornos psicóticos y
del sueño, encontrándose la posibilidad por otro lado, de la aparición de ideas y
conductas de carácter suicidas. Mientras que, en los agresores, puede
desencadenarse una falta de empatía y comprensión moral, además de

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problemas académicos como absentismo escolar y el incremento de
sentimientos relacionados con la insensibilidad y la crueldad. (Oñate y Piñuel,
2006; Vanderbilt y Augustyn, 2010; Vázquez, 2015; Donoghue y Meltzer, 2018;
Vergara, Gordon, Cosby y Hope, 2018, como se citó en De la plaza y González,
2019).

Por último, con respecto a los espectadores, los estudios revisados coinciden en
el importante papel que tienen en el proceso del acoso escolar, pudiendo
transformar el curso del fenómeno, disminuyendo la frecuencia en la que ocurre
mediante el apoyo y ayuda a la víctima, o aumentándolo reforzando las actitudes
del agresor (Salmivalli, Voeten y Poskiparta, 2011).

Varios estudios han realizado distinciones en cuanto a los tipos de espectadores


según la función que presentan en el fenómeno del acoso escolar y Ccoicca
(2010), siguiendo este parámetro, diferenció a los espectadores en pasivos,
antisociales, reforzadores y asertivos.

Según este autor, los espectadores pasivos son aquellas personas conocedoras
de la situación que no verbalizan ni denuncian el acoso por miedo a convertirse
en las próximas víctimas, mientras que los espectadores antisociales son
aquellos alumnos altamente influenciables que realizan un acompañamiento a
los acosadores en las agresiones. Con respecto al espectador reforzador, se
corresponde con aquellos alumnos que participan en la agresión de manera
indirecta, observándola, aprobándola e incitando a que se cometan dichos actos.
Por último, los espectadores asertivos son aquellos que se encuentran en contra
del agresor o agresores haciéndoles frente en ocasiones y apoyando a las
víctimas.

Los espectadores no son ajenos a las consecuencias que el acoso escolar trae
consigo, siendo un fenómeno que puede repercutir también en su salud mental
y futuras relaciones sociales mediante el desarrollo de sentimientos de culpa,
sumisión, ansiedad, insolidaridad, miedo, pérdida de empatía y desensibilización
con respecto al dolor ajeno (Acevedo y Cuellar, 2020).

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Estos agentes pueden terminar por realizar valoraciones de carácter positivo
hacia las conductas violentas y modelar su propia conducta, llegando a colaborar
con los agresores y albergando el riesgo de adoptar el rol de acosador mediante
el proceso conocido como contagio social. Aunque no es el único caso que se
puede dar, ya que una misma persona puede adoptar más de un rol dentro del
proceso de acoso escolar, teniendo un mayor riesgo de presentar una
sintomatología psicopatológica que aquellas personas que únicamente
presentan un rol o que no han participado en el fenómeno.
(Felipe et al., 2013).

2.3. Suicidio

Muchas personas a lo largo de la vida atraviesan una serie de crisis y situaciones


estresantes como rupturas, conflictos, pérdidas, problemas económicos y
laborales, discriminación, acoso, etc., a las que hacen frente sin estrategias y
habilidades de resolución y afrontamiento adecuadas, desencadenando una
serie de desajustes emocionales severos que aumentan las probabilidades de
que estas personas desarrollen ideas y comportamientos de carácter suicida
(OMS, 2019).

El suicidio es un problema multifactorial y complejo de salud pública y mental


que consiste en acabar con la propia vida de manera voluntaria mediante el uso
de armas de fuego, ingestión de plaguicidas, ahorcamientos, etc., provocando
consecuencias psicológicas, sociales y económicas en los sujetos que cometen
el acto, en sus allegados y en el conjunto de la comunidad (OMS, 2014). Es un
fenómeno al que rodea una fuerte estigmatización, llegando a convertirse en un
tema tabú en la sociedad, en muchas ocasiones por temor a que ocurra lo que
se conoce como el efecto imitación (Navarro, 2017).

Existen diversas conductas e ideas relacionadas con el suicidio, encontrándose


entre ellas, el suicidio consumado, el suicidio frustrado, los equivalentes suicidas,
la ideación suicida y la tentativa de suicidio, estimando la OMS (2014) que se
efectúan 20 intentos de suicidio por suicidio consumado.

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Figura 1. Las diversas formas del suicidio

Nota. Extraído de Echeburúa (2015).

La gravedad del problema, se ve reflejado en los datos existentes en torno al


fenómeno, observándose en los últimos años un incremento de la problemática,
cobrándose 800.000 vidas al año en todo el mundo y afectando de manera
preocupante a la población infantojuvenil, siendo el suicidio la tercera causa de
muerte en personas entre 15 y 19 años (OMS, 2019). Con respecto al ámbito
nacional, como muestran los resultados de la Tabla 2 , se observa en los datos
obtenidos por el Instituto Nacional de Estadística (INE) en relación a las
defunciones por suicidio en España en el año 2018, que existe una mayor
prevalencia de suicidios en hombres menores de 15 años y de 15 a 29 años que
en mujeres de ese mismo grupo etario (INE, 2018). Por otro lado, los últimos
datos recogidos por el informe del Estado de Salud de la Población de la
Comunidad de Madrid en el año 2016 exponen que el número de muertes en la
Comunidad de Madrid en el año 2015 por suicidio se corresponde con un total
de 327 fallecidos, habiendo una clara diferencia en cuanto a sexos,
encontrándose 225 hombres frente a 102 mujeres que se suicidaron.

Tabla 2. Defunciones a causa de suicidio por edad y sexo

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Hombres Mujeres
Menores de 15 De 15 a 29 años Menores de 15 De 15 a 29 años
años años
4 203 3 65

Nota. Extraído de INE (2018).

La magnitud del problema ha provocado un mayor estudio sobre su causalidad,


demostrándose la existencia de una multitud de factores de riesgo individuales,
sociales, familiares, ambientes y culturales existentes en torno a las conductas
e ideas suicidas en la población infantojuvenil.

Los antecedentes familiares de suicidio, la pérdida y ruptura de vínculos sociales,


haber sufrido abuso físico, sexual o emocional, así como bullying en el centro
educativo son potenciales factores de riesgo. Por otro lado, se ha estudiado que
emociones y sentimientos relacionados con la impulsividad, el sufrimiento, el
estrés, la agresividad, la rabia y la frustración, la soledad y el aislamiento, la
vulnerabilidad, la culpa, la depresión, la anhedonia y la desregulación emocional
se asocian a un mayor riesgo de ideación y comportamiento suicida en jóvenes,
encontrándose el intento previo de suicidio como el factor de riesgo más
importante de suicidio en la población general (Cha et al., 2018; García, 2020;
OMS, 2014; Gutiérrez, 2013).

Por otra parte, estudios transversales relacionan la alta ideación y tentativa


suicida con niveles bajos de habilidades sociales, apoyo social, optimismo,
autoestima y control de impulsos, así como con altos niveles de desesperanza y
depresión, siendo el apoyo social y las habilidades sociales un factor protector
ante la realización de tentativas suicidas (Sánchez, Muela y García, 2018).

Es fundamental remarcar a su vez, la gran influencia que presenta el ámbito


familiar en este fenómeno ya que estudios empíricos arrojan en sus resultados
la existencia de una relación entre la ideación suicida y los estilos parentales en
adolescentes, exponiendo la importancia de un estilo parental comunicativo
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afectivo como reductor de las probabilidades de desarrollar ideas suicidas (Pérez
et al.,2013). Por último, los resultados de un modelo explicativo psicosocial
realizado mediante un estudio transversal, constatan la relación existente entre
el funcionamiento familiar y la integración escolar como posibles factores de
riesgo para la ideación suicida, transformándose en factores protectores cuando
actúan de manera adecuada (Sánchez, Villarreal, Musitu y Martínez, 2010).

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