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1. Empatía para conectar. Una anécdota que recuerda Carlin, corresponsal durante varios años de The
Independent en Sudáfrica, es la habilidad de Mandela –le sucede lo mismo a Bill Clinton– para recordar
el nombre de todas las personas que ha conocido. Sin duda, es un plus añadido a cualquier liderazgo,
que hace sentir importante a la persona a la que tiene enfrente. Un líder no intimida, acoge. Y eso lo
consiguió con creces: cuando en 1994 fue elegido presidente de Sudáfrica reunió a la clase política
mundial en los Edificios de la Unión en la capital del país, en el mismo lugar que durante 84 años había
sido la sede del gobierno blanco, que había privado a los negros de sus derechos.
2. Inmensa paciencia. La precipitación y las miras cortoplacistas suelen ser malas consejeras, sobre
todo en tiempos adversos. Mandela se rebeló contra la tiranía, soportando los años de encierro con
paciencia. Y cuando salió a la calle alzó el puño, solo uno, en un gesto claramente desafiante. Tenía
todavía mucho por lo que luchar. Su liberación era solo un paso y quedaba mucho camino por recorrer
para acabar con la división racial. Eso sí, cinco años más tarde cuando ganó las elecciones y el éxito ya
era tangible, levantó los dos puños. Se había convertido en el líder de todas las razas.
3. Capacidad para perdonar. Cuando salió elegido presidente de la nación, fue sabio al saber perdonar
a los blancos, que durante años fueron sus enemigos. Se rodeó, sin resentimiento alguno y con máximo
respeto, de colaboradores que habían trabajado con el anterior gobierno. Ese respeto, que se
manifestaba de forma natural sin necesidad de ningún servicio de coach alrededor, tuvo como
resultado una fidelidad absoluta de todos aquellos que trabajaron a su lado.
4. Mandato con caducidad. Nada más salir elegido presidente le puso fecha al momento de su salida.
Un mandato de cinco años y nada más. Un líder tiene que saber cuando irse, seguramente para poder
hacerlo por la puerta grande. Esta decisión supone un ejercicio absoluto de las fortalezas y de las
debilidades de cada uno. Sabía que no era imprescindible y era conocedor de sus limitaciones. Cuando
finalizara su primer mandato, en 1999, ya tendría 81 años y sus capacidades ya no serían óptimas para
desempeñar el cargo. La historia le tenía reservado el indiscutible puesto de líder moral.
5. Aprender de los errores. La vida de Mandela estuvo plagada de fracasos y de errores, sobre todo a
nivel personal, pero hizo que no se volvieran en su contra. Supo afrontarlos con transparencia y con
unos inquebrantables principios. Aprendió de los fallos –de hecho su primer discurso como hombre
libre fue, como recuerda John Carlin, un auténtico fiasco–, y lo mismo que los acontecimientos
posteriores a su salida de prisión. Aprendió e hizo aflorar su integridad, coraje, además del encanto, el
poder de persuasión y su cautivadora sonrisa. Un líder ha de saber sonreír.
6. Cautela y generosidad. Al igual que hizo con los afrikáner, los fieles del anterior gobierno, a los que
respetó y mantuvo en sus puestos, ya que sostenía que lo único que la gente desea es paz y seguridad
para sí misma y para los suyos, fue cauteloso con los cambios, sobre todo en lo concerniente a la
modificación de símbolos, monumentos y nombres de calles del anterior régimen de apartheid. No
quiso, a pesar de todo lo que había sufrido, humillar a sus compatriotas blancos, y mostró una gran
comprensión por los valores afrikáners.
Bibliografía:
https://es.wikipedia.org/wiki/Nelson_Mandela
https://cincodias.elpais.com/cincodias/2013/12/06/sentidos/1386363700_651319.html