Está en la página 1de 79

Raúl Garduño

y el tiempo de la
escritura
Itzel Patricia Ortega Hernández
Todos los derechos son un derecho común.
La propiedad intelectual es un bien común
El conocimiento es un derecho de toda la
humanidad en su conjunto y debe ser
compartido y divulgado libremente.
Queda a su entera disponibilidad este material
siempre y cuando se cite al autor y la fuente

Biblioteca Mundial de la Poesía


Colección: Latinoamérica
Director: Pedro Salvador Ale
Coordinador: Marco A. M. Medina
ISBN 978-841-003-045-3

Impreso en México
Printed in Mexico
Presentación

Esta nueva colección intenta dar la


visión de nuestros autores clásicos
latinoamericanos y contemporáneos
en lengua española. Cada libro va
acompañado de un breve ensayo
escrito por jóvenes conocedores
de la escritura poética de nuestro
continente.

Toda poesía impresa es una aventura,


como la del mismo hombre que
cada día emprende un viaje hacia
lo desconocido: incierta travesía
en un mundo convulsionado por
la decadencia humana y la falta de
rigor estético.

5
En los libros que se sumen estará
la afirmación de unidad que
viven, por encima de fronteras,
grupos, tendencias cibernéticas o
ideológicas, los poetas de nuestra
Patria Grande.

Con estas voces, Norte/Sur


y Ciudad digna, inician otra
navegación en busca del testimonio
de algo misterioso y deslumbrante
que aún conmueve a los poetas de
nuestra madre tierra: la Vida.

P.S.A.
Abril de 2017
Toluca, Estado de México

6
Raúl Garduño y el tiempo
de la escritura
Raúl Garduño fue un poeta de breve
pero contundente, aunque olvidada,
trayectoria. Formó parte, con apenas
22 años, junto con Alejandro Aura,
Leopoldo Anaya y José Carlos Becerra
de la antología Poesía joven de Méxi-
co, publicada en 1967 por Siglo XXI.
Fue propuesto, aunque finalmente no
incluido, para aparecer en la Antolo-
gía Poesía en movimiento, y a pesar de
su constante participación en revistas
y recitales desde muy joven, su muerte
en 1980, a los 35 años, nos dejó sólo
un libro publicado en vida Poemas por
el Gobierno del Estado de Chiapas en
1973.
Raúl Garduño nació el 20 de
noviembre de 1945 en la Ciudad de

7
México. Sin embargo, su infancia y
adolescencia transcurrieron en Chia-
pas; cuando sólo tenía seis meses de
edad su familia se trasladó a Comitán
y, posteriormente, a Tuxtla Gutié-
rrez. Desde muy joven mostró aptitu-
des para la declamación y gran interés
por la literatura. Publicó sus primeros
poemas en la Revista ICACH (Insti-
tuto de Ciencias y Artes de Chiapas)
a los quince años gracias a la amistad
entablada con Óscar Oliva, jurado de
un concurso de declamación estatal
en el cual, poco tiempo antes, había
obtenido el primer puesto. Al respec-
to comenta Elva Macías que “Oliva,
al felicitarlo, tuvo la grata sorpresa de
escuchar del niño declamador, severas
críticas a la composición del “Credo”
de López Méndez. Así iniciaron (…)
una amistad literaria importante (…)

8
durante los años de formación del jo-
ven” (Macías, 10). En 1962 regresó a la
ciudad de México donde formó parte
del taller literario de Juan José Arreola.
El taller, al cual asistieron alre-
dedor de cincuenta escritores durante
los cuatro años que duró (Mata, 202),
le permitió a Garduño ver su traba-
jo publicado en revistas como Pájaro
Cascabel, La cultura en México, El Corno
Emplumado, El Rehilete y Mester (Ma-
cías,11), ésta última, resultado del ta-
ller Arreola donde también publicaron
poetas como Abigail Bojórquez, José
Carlos Becerra, Jaime Sabines, Sal-
vador Elizondo, Elsa Cross, Thelma
Nava, Elva Macías, Alejandro Aura y
Homero Aridjis (Mata, 204). Las pu-
blicaciones de esos años le valieron la
consideración de José Emilio Pacheco
para participar en la antología Poesía en

9
movimiento, dirigida por Octavio Paz,
donde finalmente fue rechazado por
cuestiones de trayectoria. José Carlos
Becerra, el otro poeta joven propuesto
por José Emilio Pacheco tenía nada
menos que diez años más que Garduño
y un libro en prensa (Higashi, 18-20).
En 1967 figuró junto con Alejandro
Aura, Leopoldo Ayala y José Carlos
Becerra en la Antología Poesía joven
de México (Macías, 11; Higashi, 15).
La atención que recibió por parte de
la crítica con esa, su primera colabo-
ración de distribución masiva, ya que
Poesía Joven de México (1967) agotó su
primera edición de 3000 ejemplares en
10 meses (Higashi: 38) se centró en los
paralelismos con la obra de José Carlos
Becerra: “en ambos se nota la actitud
de sumergirse sin miedo, sin pregun-
tar si dará resultado el procedimiento;

10
pero en Garduño hay incongruencias
que rara vez admite Becerra en lo suyo.
Garduño participa de imágenes su-
rrealistas y se deja dominar por ellas;
Becerra no” (Villela, 64). La crítica
comparativa limitó la apreciación de
los elementos originales en la obra de
Garduño.
En 1973 el Gobierno del Es-
tado de Chiapas publica Poemas su
primer libro individual. Con dos reedi-
ciones, una en 1982 dentro de la colec-
ción Ceiba y otra en 1993 en Lecturas
Mexicanas del CONACULTA, ambas
con introducción de Elva Macías. Ale-
jandro Higashi comenta sobre este vo-
lumen que

los poemas de esta colección


eran extensos y versiculares, en
contra de la moda que se impo-

11
nía poco a poco del poema breve
con desenlace epifánico (al estilo
de los muchos que pululaban en
Poesía en movimiento) (…) en su
desarrollo, la sucesión de imáge-
nes inconexas al hilo de un se-
vero irracionalismo poético no
daba tregua ni reposo al lector y
terminaba por comprometer su
paciencia y el significado com-
pleto del poema (21)

Poemas, en sus tres recopilaciones


(1973, 1982 y 1993), se encuentra divi-
do en dos secciones “Las horas apren-
didas” y “El recinto donde duerme el
oro”. El criterio de selección seguido
por Garduño parece ser simplemente
acumulativo. Sin embargo, podemos
trazar una línea de temas que se man-
tienen constantes a lo largo de su obra:

12
la descripción del proceso creativo, su
dualidad (creación-destrucción) y el
tiempo de la escritura que se exploran
desde diferentes ángulos casi obsesiva-
mente y que retoma con mayor firmeza
en su segundo libro publicado póstu-
mamente.
Raúl Garduño murió en Tuxtla
Gutiérrez a los 35 años con un libro en
proceso. Este segundo libro cuyo título
tentativo, comenta Elva Macías, sería
Puerta de golpe no llegó a ser publicado
como se tenía planeado por Siglo XXI
Editores, pues el manuscrito se perdió
en los días anteriores a su muerte (Ma-
cías, 13; Álvarez, 7). Dos años después,
en 1982, aparece bajo el nombre de Los
danzantes espacios estatuarios publicado
por el Gobierno del Estado de Chiapas.
En la introducción, Francisco Álvarez
escribe que se trata de “una selección

13
de poemas basados en manuscritos
proporcionados por la familia de Raúl
Garduño y la recopilación de poemas
sueltos y publicados en varias revistas
literarias, cuyo orden permitió llegar
a un criterio para elegir las versiones
finales” (7). Si bien Francisco Álvarez
no ahonda en el criterio seguido para
la selección de los poemas que confor-
man el volumen se puede apreciar al
menos en dos de sus cuatro secciones,
“Los danzantes espacios estatuarios” y
“Caballo de espadas” unidad y cohesión
temática que contradicen en cierta me-
dida la selección miscelánea de poemas
que propone Álvarez. Parece tratarse
de poemas de largo aliento. Los temas
explorados en Los danzantes espacios es-
tatuarios continúan con las obsesiones
ya expresadas en su primer libro a tra-
vés de un tratamiento más sofisticado

14
y con una preocupación de raigambre
filosófica más marcada.
Se ha señalado la influencia
que ejerció, en los años de formación
de Garduño y su generación, a través
de Octavio Paz, (Higashi, 28-29) la
propuesta hermenéutico-fenomenoló-
gica de Heidegger cuya reflexión sobre
el ser, arroja como su único campo de
existencia real la posibilidad; lo otro en
contraposición a lo inmediato y presen-
te. Esa síntesis lograda por Heidegger
y su “torsión creativa”, como la llama
Evodio Escalante que consiste en “sa-
car un elemento de su espacio habitual
para colocarlo en un suelo distinto, lo
cual permite que surjan nuevas cone-
xiones de pensamiento que de otro
modo se antojarían imposibles” (36),
fue lo que fascinó a los intelectuales
mexicanos de mediados del siglo XX

15
y que a través de la influencia de Paz,
Montes de Oca y Efraín Huerta gene-
ró una ruptura con el pasado poético
nacional, comenzada por los Contem-
poráneos, cuyos poemas filosóficos de
largo aliento al estilo de “Primero Sue-
ño” de Sor Juana se construyen como
respuesta a una profunda angustia on-
tológica.
Octavio Paz, quien participó
en la tradición del poema filosófico,
dedica en El arco y la lira una sección
a la revelación poética que desde la óp-
tica heideggeriana sienta las bases de
los elementos constitutivos de la poesía
que, como la mística, intenta la unión
armónica de contrarios; Paz escribe que
“la experiencia poética, como la religio-
sa, es un salto mortal: un cambiar de
naturaleza que es también un regresar a
nuestra naturaleza original. Encubierto

16
por la vida profana o prosaica, nuestro
ser de pronto recuerda su perdida iden-
tidad; y entonces aparece, emerge, ese
‘otro’ que somos” (137). También ase-
gura que la poesía es “la revelación de sí
mismo que el hombre se hace a sí mis-
mo” (137) así, contingencia y finitud
son los dos valores paralelos que cons-
tituyen al hombre y que se propone es-
clarecer mediante la revelación poética
que es también un anhelo de infinitud.
La escritura es devenir, al igual que el
proceso de reconfiguración que em-
prende el lector; infinitud paradójica
pues su naturaleza es estatuaria ya que
el texto es un anclaje a cierta realidad
histórica y la hoja en blanco, el borde
del silencio como le llama Octavio Paz,
es una nada inmóvil repleta de infini-
tas posibilidades. Garduño da inicio a
“Los danzantes Espacios estatuarios”

17
con un reconocimiento del ser frente al
mundo que lo rodea:

¿Qué fecha es nunca?

Huyendo de no moverme en lo que


escribo

Portales y barrios que miran

bates formas errantes en copas de pe-


ces embriagados.

El abrupto sentimiento de encontrarse


ahí, de encontrarnos arrojados “a lo ex-
traño, infinitos e indefensos” (Paz, 144)
se manifiesta en estos versos de Gardu-
ño donde encontrarse ahí significa tam-
bién descubrir una falta de homogenei-
dad espacial, una clara “oposición entre
el espacio real que existe realmente y

18
todo el resto, la extensión informe que
nos rodea” (Eliade, 4). La contraposi-
ción de espacios interno-externo será
una constante durante todo el poema,
ya ensayada en Poemas:

Para el hombre que se ha visto girar en


el universo,

la calle debe de ser la más grande de sus

nostalgias

La ciudad será una presencia las más de

las veces caótica que desplaza esa diná-


mica original de la cual emergimos y

que la experiencia poética intenta de-

volvernos:

19
Algo entonces, si abrimos

la ventana del mundo,

camina: cien-pies,

garabato de las avenidas

y los altos edificios


donde el corazón salta como un sapo
sobre sus antecedentes

Esta vuelta a la dinámica origi-


nal encontró, en la poesía de Garduño,
su vehículo idóneo en el versículo pues,
como señala Meschonnic, “el lugar co-
mún de toda nuestra tradición cultural
griega y cristiana es que hay versos y
hay prosa, mientras que en la tradición
hebrea, de donde procede esta estruc-
tura, tan sólo existe el hablar y el can-
tar.” Este canto, presente sobre todo en

20
el hebreo bíblico, posee “una rítmica
precisa (...) y muy organizada” (16).
Así, desde Poemas, se observa la pre-
dilección del poeta por esta forma que
alcanza su madurez en Los danzantes
espacios estatuarios ya que esa vuelta a
la dinámica original se trata sobre todo
de un acto conciliatorio. Los danzantes
espacios estatuarios se construye como el
lugar de las “contradicciones comple-
mentarias” en que el poeta se afirma y
se niega a una misma vez, condenado a
“no llegar a su propia culminación esta-
tuaria” (Higashi 41), o como escribiera
Octavio Paz, un ser esto que también
es un ser aquello: el poema es ya en sí y
por sí un ser en estado último y al mis-
mo tiempo un ser incapaz concluirse.
Poemas, como retrospectiva,
nos permite entender el germen de
esta poesía de madurez que tristemen-

21
te permaneció como brote debido a
la repentina muerte de Garduño. Las
largas tiradas de versos que constitu-
yen los más de sus Poemas (aunque en
la segunda edición se añaden poemas
breves de estilo clásico como el soneto
en Estancias junto a Fidalma) se sujetan
entre sí mediante el uso de las figuras de
repetición y los paralelismos sintácticos
que serán, desde este momento y hasta
Los danzantes espacios estatuarios, dos
procedimientos básicos para Garduño.
En cuanto a los temas, mientras que en
Poemas se encuentra más preocupado
por la dicotomía creación-destrucción
que conlleva en sí el acto poiético, la
preocupación central de Los danzan-
tes parece ser el tiempo-espacio de la
creación. En Poemas encontramos,
aunque no tan sofisticadamente como
en Los danzantes, una suerte de con-

22
trarios complementarios que recaen en
la palabra y su relación con el poema.
Mientras que la palabra es semilla y “el
poema descubre su labranza”, la escri-
tura también es muerte; una suerte de
muerte constante e infinita. La imagen
del mar funciona como síntesis de esos
contrarios:
Jamás conocí el mar,
ese aposento donde la lluvia afila sus
uñas,
esa fortaleza que guarda una alta con-
versación,
ese alcázar sujeto a su libertad infinita.
El mar no abandona la poesía
de Garduño, en Los danzantes el mar
sirve como punto de enlace propicio
para la revelación poética:
escuchar en el castillo de la brisa de-
rramado
la luz sagrada que se desnuda

23
pronunciando malecones en los puen-
tes de las olas
entre las olas de la tarde y de la mañana.
El mar, encerrado en su infinita liber-
tad y devenir, permite la revelación
poética como puente que entrelaza lo
humano y lo poético; de los malecones,
sitio artificial, humano, al contacto con
la sucesión danzante de las olas. En
Poemas, Garduño utiliza la imagen de
la luz/lámpara para identificar a la pa-
labra, aquí, la palabra es la que se revela
frente al poeta en el espacio mismo de
la metáfora.
La disparidad de extensión en-
tre los versos de Poemas y Los danzantes
espacios permite reconocer en Los dan-
zantes una necesidad plástica por adue-
ñarse de la hoja en blanco: las tiradas
de versículos son cada vez más extensas
y a división de los versos por intensidad

24
expresiva, le permiten crear complica-
das estructuras sintácticas donde apa-
recen, a simple vista, yuxtaposiciones y
collages al modo de los surrealistas car-
gadas de aparentes disonancias léxicas.
Sin embargo, estas aparentes imágenes
irreconciliables forman en gran medi-
da el sello distintivo de la poética del
autor, no por el irracionalismo poético
que encarnan sino por la propuesta de
Garduño de rehabilitar este que somos
con ese otro que también somos.
Para este poeta, chiapaneco
por elección, no habrá diferencia en-
tre la búsqueda del ser o la búsqueda
de la poesía; ambas desembocan en
lenguaje y son ya, necesariamente ac-
tos creadores; poéticos y protéicos. La
palabra es luz y semilla; se siembra y
se cosecha; es árbol y camino. Condu-
ce al mar que se alza con su infinitud
carcelaria. Las formas representan esa

25
continuidad entre el espacio y el tiem-
po de los elementos a los cuales sujeta,
son la manifestación de un todo limita-
do en el que se produce la interrelación
de sus elementos; la poesía de Garduño
representa aquello que es y al mismo
tiempo, aquello por lo cual es, proceso y
resultado que implican una disolución
en el tiempo.

26
Álvarez, Francisco. Introducción a Los
danzantes espacios estaturarios. Tuxtla
Gutierrez: Gobierno del estado de
Chiapas. 1982.

Eliade, Mircea. Lo sagrado y lo profano.


Trad. Luis Gil. Madrid: Guadarra-
ma-Punto Omega. 1981.

Escalante, Evodio, Breve introducción


al pensamiento de Heidegger. Ciudad de
México: Universidad Autónoma Me-
tropolitana-Casa Juan Pablos. 2007.

Garduño, Raúl. Los danzantes espacios


estatuarios. Intr. Alejandro Higashi.
Ciudad de México: Malpaís ediciones.
2014.

Higashi, Alejandro. PM/XXI/360°.


Ciudad de México: Universidad Autó-
noma Metropolitana/ Tirant Humani-
dades. 2015.

27
Macías, Elva. “Puerta de golpe” en Raúl
Garduño, Poemas Consejo Nacional para
la Cultura y las Artes. 1993. (Tercera Se-
rie de Lecturas Mexicanas, 73).

Mata, Óscar. “Mester: Revista del


taller literario de Juan José Arreola”.
Temas y variaciones no. 25. Ciudad de
México. 201-225.

Meschonic, Henri. La poética como


crítica del sentido. Buenos Aires: Már-
mol-Izquierdo Editores, Buenos Aires.
2007.

Paz, Octavio. El arco y la lira. Ciudad


de México: Fondo de Cultura Econó-
mica. Ciudad de México. 2008.

Villela, Víctor. “Poesía Jóven” (Reseña).


Punto de Partida no. 11. 1968.

28
Poemas para anunciar un viaje

Ahora escribo,
pongo árboles y caminos frente a mis

pies

y comienzo a dar saltos

aplastando el corazón del tiempo.

Vine solo.
Solo el dolor del árbol me conduce

y mojadas palabras son repetidas por

duras rocas en lo alto.


Extiendo las manos

29
para recibir hojas y lluvias,
llanuras dispuestas como una blanca
muchacha
en el horizonte;
caminos estos
en los que ando como un desconocido.
No he oído cuando alguien ha dicho:
he ahí el camino que conduce al mar.

VI

A las alturas de la memoria viene el


mástil dorado
como la esbeltez de la tarde,
viene la campana que aprende nuestra
voz
la luna dentro de cajones avasallados.

Dolor disecado es el mío.

Hablo de plantas
que crecen en un ojo de vidrio,

30
hablo del cuarto redondo en que me
muero
y veo que así se van juntando lienzos,
ropas donde dejamos olvidadas
palabras.

31
Después del tiempo

Jamás conocí el mar,

esa mano cayendo como un sobresalto

en la noche,
esa roca inmensa pidiendo albergue en

nuestra casa,

esa denuncia de agua entrando

sordamente en la tierra.

Saliste de la arena,

te levantaste del tumulto como una

tibia promesa,

32
la luna era un sitio ajado por la

respiración del mundo,

las nubes no tuvieron palabra ante el

bálsamo de tu desnudez,

arribaste a un silencio nunca satisfecho


de tu peso de estrellas,

emergiste del descuido de las aguas,

la oscuridad era una aureola caída en

tu sueño.

Jamás conocí el mar,


ese aposento donde la lluvia afila sus

uñas,

esa fortaleza que guarda una alta

33
conversación,

ese alcázar sujeto a su libertad infinita.

Llegaste al abandono de tantos

recuerdos,
a la luna caída a tus pies, a la ventana

de espuma.

Juntos vimos la esperanza como un sol

ciertamente incoloro

y nos mojamos el rostro en ese

hojaldre que tú dijiste que era el mar.

Tu piel era una fina leyenda aprendida

por mi soledad,

34
el mar no era una sorpresa vencida

ante el descubrimiento,

el mar era un fuego devuelto a sus

orígenes de polvo.

Jamás conocí tal aglomeración de


miradas,

ese zafarrancho encendido como una

pasión,

esa pregunta que ya nadie hace sobre

sus barcos.

No más antecedente en tu llegada:

tenías la mirada al rescate de un

35
mundo hablado para ti,

tomabas la sal encogiéndote como un

rostro triste,

escamas donde la luz naciente hacía

nidos:
tu trenza dormía en mis manos como

la conclusión del deseo.

La madeja de silencio logró que nos

encontráramos

tomados de los ojos,

y algo escondido en el fondo de

nuestras bocas

36
hizo que cantáramos una canción alegre.

Miré tu desnudez, el hilo con que

bordabas el cielo,

el vaso en que bebiste el mar de un

solo sorbo,
¡ah tu cuerpo en la naturelaza,

contra la naturaleza como un rayo

contra la lluvia!

Aquí empecé a amarte como quien

primera vez entiende el mundo.


Entonces, la corteza de esos árboles

habló solamente para pronunciar tu voz,

los deberes de la tierra se abrieron

37
igual que pétalos prevenidos,

los árboles dejaron caer sus copas

sobre estaciones sedentarias,

los animales despertaron en el reino

que descubrimos,
y esas arenas,

esas hojas crujiendo ante la noche para

formar el día,
aquellos complicados abismos de agua,
aquellos ojos avanzando,
aquel tiempo cuyas confesiones más
secretas
eran guardadas en sacos de miel,
y de nuevo aquella actitud tuya, aquel
calor tuyo,
de nuevo tú y yo entrando en el cuarto
con un vivo pensamiento.

38
Entonces estuvimos solos mientras
pensábamos
o reíamos de nosotros mismos
y la noche siguió pendiente de la
medalla
que no llevabas en el pecho
y hubo un silencio que rompió la
lluvia
sobre la cual volaban barcas
y bebimos el mar
en las jícaras inmensas de la pequeña
ternura.

¡Ah frescas alianzas, palabras que no


necesitaron voz!
¡Ah semejanza de tu piel con la
sabiduría del camino!
¡Qué manojo de provincias airadas
arrastraban tus pies!

Crecimiento de árboles,
cedros marcados por una inscripción:
a nuestro estuvieron las profecías

39
de un rojo sol penetrando en las barcas
de piedra,
avanzamos en las aguas jamás turbias,
nos dolía una boca construída y
quebrada,
el Gran Ahigadi era en la tarde
empapada de sí misma,
el día arrojó brazos sobre la
destrucción,
la luna llegó y fue un anuncio ilegible,
entonces ¿qué pasó? preguntaste,
viste el derrumbe de nuestras labores
terribles,
nombres y fechas devueltos a su origen
de agua,
devueltos a esa acción furiosa,
a esa estampida donde no hay un solo
pájaro.

Nuestras costumbres eran tragadas por


el mar,
nuestros cuerpos fueron la única señal
de vida o muerte.

40
Sobre los árboles quejumbrosos
el día como último sobreviviente.

Sí, la gente se atropella bajo sus


edificios,
bajo sus torres que van a caer a penas
pasen unos minutos:
la boca del sol dispara aquí sus cobres
humillados,
la boca del sol dispara aquí sus piedras
de agua.
Te duele lo que desconocemos,
caminas a mi lado en la ciudad de
plata,
alzas la vista hacia los almacenes,
el neón es una sabiduría entendida a
tiempo,
a tiempo y junto al tiempo despiertas
y duermes,
duermes y despiertas con la misma
obsesión,
con la misma desnudez en tus senos
besados.

41
Inclinado a tu estatura el tiempo toma
forma de noche,
hay un labio que ya no habla,
hay una palabra con la redondez de
una fruta,
hay algo escondido en este nuevo mar…

Sí, esto de tomar un automóvil,


aquello de entrar al cuarto de hotel y
abrir la ventana
como si los dos abriéramos una caricia
desconocida…

Guardas el frío en la más grande de


tus miradas,
dices que el verano nunca indulgente
aplasta hojas en su escombro de
lluvias;
en harapos se acerca la alegría salida
del aire
y tú miras al través de otra ventana
y tomas mi mano y olvidas.
Oigo tu tristeza, el molino de tu sueño;

42
eres el amor cumpliendo con
disposiciones de otro mar,
eres una historia jamás terminada de
inventarse,
recuerdas tranvías y estanquillos,
miradas certeras,
partida y repartida de presencia,
y a veces, yo ya no sé cuándo,
quieres volver al lugar donde la noche
se abre como una sábana volcánica y
verdusca.

43
Cosas distraídas desde el verano

III
Para el hombre que se ha visto girar
en el universo,
la calle debe de ser la más grande de
sus nostalgias.

No tengo otro sentido sino el que


significa mirar.
Mirar solamente y que todo sea dicho,
como el lienzo del aire, el arco
amarillento
debajo de los pasos de nadie,
la palabra frente al pórtico de la
contemplación,
casa de música,
cuerpo de alhajas de agua,
láminas antiguas donde el sol ahora
piensa en su sombra.

44
Veo la naturaleza
y dejo que mi silencio le dé la razón
todos los días.
Si el hombre olvidara las piedras del
mundo
se perdería en la oscuridad y no vería
al dios torpe y lúcido
que marcha por los corredores del
tiempo
y devuelve alianzas en añicos
buscándose en lo alto y lejano de su
juego
mientras contempla, caída cierta tarde,
templos, sí, muros donde la razón cae
vencida
y todo es un espejo de luz.

No llamo a ninguna razón esta noche.


Llamo a la vida como el fruto acabado
de cortar
y le insisto por cosas que sólo a
nosotros incumben,
que sólo de nosotros nacen o parten,

45
y que a menudo
son como el abuelo que habíamos
enterrado
sin saber más, sin decir más…

46
Pista en las aguas

Me detengo en estas hojas blancas


parecidas a serias enfermeras
que exhiben mis órganos a los
paseantes.

Es ciega y sordomuda mi mano


que lanza su tumba por la dicha.
He olfateado la roca de los héroes,
he cruzado un pantano en cada espina,
mis ojos giran entre melindrosas de
hierro,
derribo esta historia
y soy la gran guerra de la otra,
te miro por ventanas y astros
que ahora son mis márgenes.

Aquí alcanzo la mirada de reyes


abrumados,
sostengo colinas al pie de la fatiga,
ruedo tras la alhóndiga de trigo
perfumado

47
donde duermo con la doncella del
vacío,
la diosa ecuestre
que derrama sobre mi rostro
lágrimas de reina enflatadas,
ahora que estoy cicatrizando
en la carne florar de los océanos
como en una danza de palacios
que atosigan los vestidos de madonas
celestes.
Ah yo habitaba el orbe incoloro
adonde los dioses iban a lavar sus
máscaras,
era el muelle lejano de su dolor tan
cerca.

Ofrezco a pleno sol esta noche


y hablo,
regreso en estas aguas
fundidas en las hermosas palabras del
Poeta.

48
Instancia
A Alejandro Aura

Tras la rueda de una noche


o al paso de la piel regresa el día,
recapacita el hombre,
reinician las hormigas el camino
hacia la luz que pone en pie al
recuerdo,
al leopardo sonante de la roca,
a la fuerte eternidad momentánea
contra el frío total de los muertos.

Algo entonces, si abrimos


la ventana del mundo,
camina: cien-piez,
garabato de las avenidas
y los altos edificios
donde el corazón salta como un sapo
sobre sus antecedentes
y la lengua llena de fugitivos

49
roza el cristal del muro despertado
por el chubasco del crimen.

Así el sueño elegido en el espanto


franquesa terrazas azuzadas
por las garras del aullido.
Dos ojos, los del hombre,
son la flor vencida en los hoteles
donde la conciencia impasible del
medio día
se instala en los pasillos
e ilumina
el pasaje de los huéspedes irreales,
la valija de su propia calavera
en el área que después será tumulto.

50
Propósito

Yo te mostraré el rumor,
el ruido del desarraigo,
las últimas noches de demasiada
sobriedad junto a Dios
en el antiguo revés de esta misma
palabra.

Entonces mirarás los transportes


innumerables
de ciertos vasos, ciertas cabezas
a orillas de los pliegos informes donde
la canción se recusa
y da en un punto del vacío
como un animal que jadea entre las
armas iluminadas
por su desnudez.

La canción es tuya.
Más tuya que los niños muertos
dentro de mi alma,

51
mucho más que la piel sin nombre
que tú descubrirás un día en el orificio
de sus ausencias,
en el recogimiento de sus palabras
deseadas, extraviadas.

Te la anuncio a punto de romper las


puertas de la frase,
a punto de mí mismo
en el resplandor de las guas más
intensas,
mientras destruyo todas las piezas,
desencajado, irreconocible, entre panes
y vidrios
que no vuelven.
Y más extrañamente todavía:
impasible ante el derrumbe de las
losetas
detrás de los ecos
y el juego final de la música,
donde hay un niño ciego,
con los ojos abiertos, mirándonos.

52
Puerta de infancia
A Carlos Castañón

De aquellos los primeros desastres


–restos de nuestro nacimiento
trasladados al pueblo de las flores–
sólo quedó la piedra,
la cabeza de la piedra en el corazón
desierto,
la alta ciudad que nos habita
como una puerta abierta al mar
(ojo de la cerradura,
melodía de guerra en nuestra causa)
y el viento, sólo quedó el viento,
las generaciones de inmensidades del
viento,
los cielos de nieve
como regiones de la memoria del
viento,
los cielos de nieve
como regiones de la memoria del
viento,

53
los dedos rojos del verano que nos
quemaba al viento.

Al pie del árbol,


junto al muro de las sombra,
frente al ahogado de la ventana,
el mundo es una boca torva,
una torva palabra.

54
¿Qué fecha es nunca?
Huyendo de no moverme en lo que
escribo.
Portales y barrios que miran
baten formas errantes en copas de
peces embriagados.
Y esto es caer,
mover los brazos atrozmente
en el interior de la sala estruendosa del
silencio,
vencer la manecilla de la arena
que viaja siglos de ciudades siegas,
nacer por lo que duele
en altamar de un barco hacia sí mismo,
escuchar en el castillo de la brisa
derramado
la luz sagrada que se desnuda
pronunciando malecones en los
puentes de olas
entre las olas de la tarde y de la
mañana,

55
cifrar, cifrar entonces en el traje
sanguiñoliento
el canto del infinito
y la imagen desfondada de la sonrisa,
recogerse, recogerse trabajosamente de
los frutos
que caen sin más corcel de la razón
que una roca,
sin más sol que el aturdimiento en la
tierra…

56
Mientras llega a mis labios el jardín
que ignoro,
mientras abro la caja marina que vuela
pensando en las aveas
y vuelo en mí mismo habitando los
ataúdes, pensando
lo que piensa la creación de las alas
desde el poles del viento entre los
dedos;
mientras cabeceo en el árbol pujante
de los bosques
y relato la voz del valle que atraviesa el
hábito desértico
y hay un siglo en las vastas antesalas
del pétalo que nace
para oír las doradas extenciones de
que procedo;
mientras se apoya levemente el día en
cántaros ígneos
y es el tiempo del mar que me fecunda
y es el vértigo del mar que me

57
antecede;
mientras cierro la escafandra
y asumo las edades de mi lecho hasta
dar con las campanas
con las torres como crestas furiosas de
lo que conformo;
mientras escucho la fulminación de la
primavera,
la labranza del verano que prepara en
mi costado
los árboles fuertes de la turbulencia;
enfrente, al fondo, hundida,
llena de ciegos por el sordo absuelto,
abriendo el ventanal que resurgió al
abismo,
hay una ciudad oscura, lenta, enviada a
los incendios.

58
Como un ciclón envainado en su
semilla
floto en la página de las
consternaciones.
Recojo las arenas que regresan a mi
nuca
para la detención de un sepelio
inmenso.
Profiero la noche y la noche crece en
lo que designo
y crece también y abunda y tiembla
feroz sin raíces,
sin la piel de la historia, demolido,
el techo fugitivo que me busca en las
afueras de la ciudad,
en las afueras del ojo de la ciudad
rodando
llena de crímenes y gritos,
como ruedan los poros de mi piel y
como ruedan mis manos
al lazar la avenida con un clave de

59
inmundicia,
sobremurientes de alguna aguja,
logradas entre ventanas que se
desploman
cuando escriben con alas batientes
ante el rumor expectante de los
asesinos,
cuando labran las hartas escalinatas
del ser que va al sol como una
vociferación del mar,
como una vociferación de la tumba
embrocada en el mar,
como el amor cuando es la noticia de
los destrozos
de sus más bellas embarcaciones.

60
No preciso de mí.
Muerte me sacará de la vida de la
muerte.
Será al amanecer –empuñado corazón
que se levanta-
y no podré continuar diciéndotelo
a ti que precisamente no existes,
mirando sin embargo cómo lo
ahuyentas,
cómo lo sobresacas de tu miedo en
plenas aguas,
en lo que oyes resquebrajarse,
empapado,
subterráneo de tu palabra en el
aguacero,
tiritando hasta tus incendios,
temblando de frío hasta Dios,
entelerido hasta sus cuencas de fuego.

Y no podré decir qué eres, costra,


túmulo de polvo,
noche escrita en el follaje de la calle

61
fugitiva.
No preciso de mí.

Humeante en este barrio, viudo,


desalegre,
tacteando el dormitorio entre los
sordos,
a la avenida-turba doy el número.
Cada cien años bebo mi nacimiento
y mi acción es aprisionada en las
peceras del instante
y un pretexto de mano es el ademán
de la luz.
Soy una torre transportada velozmente
por las comarcas del viejo horario.
Soy la página puesta a oscuras
en lo que habla de su costumbre de
cicatrices,
unas cuantas horas antes de los labios,
unas cuantas sobras antes de los
puentes,
unos cuantos sonidos antes de la vida.

62
No preciso de mí.
La idea es tratada por mi despojo.
Conozco el ocultamiento de los
ataúdes
en el cuarto más recóndito de nuestro
pasado:
velatorios allí persisten
y deudos petrificados gimen
sin poder arrancarse las punzadas de
sus estacas,
sin poder sostener más la tardanza de
la bella
que deshechizará las puertas.

No preciso de mí.

63
Algo que tenía sed
se adentraba en habitaciones extrañas,
escarbaba en el hueco de las tumbas,
empuñaba el resorte del tiempo
en oídos sangrantes
que tejían las fuentes de sus heridas.

Algo tenía sed


fatigaba las hendiduras solares
por las que el viejo niño corre en la
oscuridad.
El ruido combatiente en las hormigas
levantaba ciudades,
molduraba la boca de la experiencia,
narraba la historia de las aguas,
las convulsiones del día por sus cimas,
la lluvia empapando los labios del
amor,
el golpe de urgencia en los encuentros.

Algo que tenía sed

64
–Porque el agua al noveno mundo
entre sus orillas
decae en sus enjambres de formas
y va a dar al caserón del frío
y puebla el huelo de la estatua
y se vuelve un hombre en sus
márgenes de espejos–
embrocaba los mares buscando una
señal,
lanzando al sol gaviotas de una frase,
levantando yn párpado (planchón de
acero
de la eternidad), echando a andar
filones del níspero en la música,
atando a labios la barda de un
recuerdo
en la cual la vereda fuera ardiendo por
la fruta en una llaga.

Algo que tenía sed


–oído de las ramas ciega a ciega,

65
vientre marino por la noche antigua–
hervía en un aire de tijeras
al fondo de la sombra… La justicia
crujía
en las altas plantaciones de la espera,
todo ocupaba la orilla del abismo en
esta línea,
todo raíces-alas de los vuelos…

Algo, ahogado en los sedientos, el


mundo, el océano tragado por el
instante,
despertó sobre la piedra primera de los
sueños.

Porque el dolor es poder es la Palabra.

66
Breve noción de un sueño

Trotemos, trotemos sobre las ruinas


despavoridas.
A punto de caer, de desplomarme,
ardamos.

El Sol devora la inscripción sagrada.


La mano que se hizo mar está lista.
La tinta que no existe está lista.
El estero, el aguacero del nombre
del ave de los vuelos,
la mano desde viaje
que ondea lo que el
GRITO
de la llama lleva,
el cuerpo, sí, lo que no ha muerto
y zarpa en relojes descompuestos,
detenidos a la ruta cierta,
pegajosa de sangre
y lista

67
para la infancia que muerde líneas de
fierro.

Trotemos a punto de no saberlo.


La desplomada eternidad
sombrea una frente en alto en la raíz
del alba.

68
*Caballo de espadas.
La estructura de la palabra es el polvo
del crimen,
es la mirada que ya no pudo recobrar
la mirada,
es el nacimiento que no fue capaz de
morir.

Milenios turbio, roto, fugitivo,


encontré que dese polvo mirado por lo
inmóvil
nacía la imagen vertiginosa, el mundo,
la rueda de los siglos, el instante,
la orquídea de colapsos, la bella del
amor, la ira,
y caí,
rodé,
fui sobre el lomo de la bestia nocturna
que desplaza las eras, los soles,
rebumbios, lejanías,
hasta despertar en agua y sal

69
por los ojos del hombre.
Y supe que la canción es aire,
que la voz es lámpara,
que el poema descubre sus
labranzaspara vivirnos.

Y en el patio vacío de la sed


oí que oí la claridad de la oscuridad
y fui el presagio y la tarea de sus
huesos
y un recuerdo era un largo terror en
alaridos
y otro largo terror en alaridos
y otro largo terror en alaridos.

Sobre mi báculo de atmósfera un


hálito de la materia enfebrecida
pregunta qué pan se llama en donde
nada sé.

70
Así con la mordaza el mundo arde,
arden sus lenguas de peces
implacables,
arden las torres que suben al poema,
arden los ojos de los siglos
como una danza de ausencia entre las
brasas
y cae el tiempo,
cae el aire que husmea relleno de
cadáveres,
cae el agua del rostro entre sus
máscaras,
cae lo que se llama hacia arriba de
nuestra muerte,
cae la razón en un velorio de
sinrazones,
y amortigua el amor plazas antiguas,
amortigua el luto que abre la boca,
amortigua la herida que abre la hora
de su nacimiento,
amortigua la noche de la piel que

71
resbala en otra piel prendida,
y se iluminan águilas que desgarran
bosques ecuestres,
se iluminan palabras, áspas de lumbre,
se iluminan pájaros y crispa el celo de
sus llamas,
y una estampida surge,
una estampida es un hachazo que se
levanta,
una estampida se estrella en la
tempestad,
una estampida cifra lentamente la
cuenta de su prole.
El follaje aletea como la Palabra
azotando a sus bestias.

72
Habitamos la memoria, niñez de lo
que corre
en azor por la Palabra

y sus peces fugaces iguales a raíces,


sus piedras pequeñas bajo tablones de
lama.

Y van las aguas,


van gajos de agua del otro lado de la
sed,
y es nuestro alcance
más allá desta arena que resulta
por donde la sombra cae
por donde la belleza se arruina
hermosamente

73
Al borde de la memoria

Sueñas, la tentación del mundo lava


tus manos,
desata tus oídos, ofrece a la soledad
tus pasos,
tus alcaldías para la gracia de tan amada,
tus jardines enviados en sus mejores
pétalos
a la recepción milenaria de un instante.

Extranjera es la palabra de tu corazón.


Extranjera es la mano que escribe en
la frente del amor
las señales del día,
los témpanos de la muerte inexistente,
las estancias del río proceloso en la
raíz del tiempo.

Escribirlo es la llama de agua a mitad


de ti mismo.

74
Escribirlo desde tus hombros es
arrancarte
del cuerpo del sueño en casa del
quebrantado,
a la hora invencible del acabose de los
principios,
cuando surge la piel de amar
como un recuerdo sobre el rostro en
armas
y está en la mirada que no logras
enceguecer,
en el eco a caballo en que no puedes
detenerte.
Lo vas diciendo tras una lámpara
que se busca precaria en la sombra de
su fantasma.
Lo vas diciendo lleno de músicos
marineros
por la casa, por la playa que
desembarca,
por el ave en que se respira,

75
por la luz fugitiva
que toca en tu pecho aldeas remotas
desmenuzando demonios a orillas de
la tempestad.

76
ÍNDICE

Presentación ................................ 5
Raúl Garduño y el tiempo
de la escritura ............................... 7
Poemas para anunciar
un viaje ...................................... 29
Después del tiempo ................... 32
Pista en las aguas ....................... 47
Instancia .................................... 49
Propósito ................................... 51
Puerta de infancia ...................... 53
Breve noción de un sueño .......... 67
Al borde de la memoria ............. 74

77
Itzel Patricia Ortega Hernández
(Ciudad de México, 1992). Estudió
Letras Hispánicas en la Universidad
Autónoma Metropolitana- Iztapalapa.
Ha colaborado en diversas publica-
ciones, tanto impresas como digitales;
actualmente, en el proyecto de inves-
tigación internacional: Romancero,

78
Cancionero e Imprenta (Universitat
d’Alacant/ UAM-I), así como en el
proyecto de creación escénica GT, J
Rulfo (UAM-I).

79

También podría gustarte