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Nunca antes generación alguna estuvo expuesta a tanta información. Debes leer los
clásicos, le repetían a uno de adolescente, cada generación debe traducir a sus clásicos,
dijo después José Emilio Pacheco, y con el paso del tiempo fue siendo menos probable
leer toda la poesía que estuvo antes de uno, no para seguir el camino de los clásicos sino
para, de alguna forma, buscar lo que ellos buscaron.
Agradezco profundamente la amabilidad de Juan Manuel Roca pues para esta muestra
ha preparado el prólogo Los nuevos poetas colombianos, dando un paseo por las
generaciones y tendencias de la poesía colombiana hasta llegar con los jóvenes aquí
reunidos.
Iván Trejo
Enero 2009
NUEVOS POETAS COLOMBIANOS
El lenguaje elusivo de Arturo hará un eslabón en un poeta del grupo de Mito como
Fernando Charry Lara y posteriormente en Giovanni Quessep, de manera evidente.
Borrón y cuenta nueva dicen estos poetas, particularmente a partir del libro vanguardista
de Luis Vidales, “Suenan Timbres”, de 1926, de cuyos poemas hizo eco la legendaria
antología que hicieron Borges, Huidobro e Hidalgo.
Hacia los años cincuenta aparecería el grupo que se reúne en torno a la revista “Mito”:
Jorge Gaitán Durán, Eduardo Cote Lamus, Héctor Rojas Herazo, el ya mencionado
Charry Lara, Álvaro Mutis, y dos figuras aisladas que hoy merecen la atención de los
poetas recientes: Carlos Obregón, que se fue muy temprano de Colombia y que se
suicidaría en España, y Óscar Hernández, olvidado en medio de galeras de tipografía.
Tras ellos viene el grupo “nadaísta”, con sus manifiestos contestatarios y sus acciones
repentistas e iconoclastas, dentro del cual destaca sin duda Jaime Jaramillo Escobar, de
pseudónimo X-504, un poeta de poderosa ironía y acentos singulares.
Insulares, sin grupo, dos coetáneos de los nadaístas, José Manuel Arango y Giovanni
Quessep, al unísono con un poeta coloquial de la misma estirpe de Óscar Hernández,
Mario Rivero, anunciarían, a pesar de los vínculos iniciales de este último con el grupo
nadaísta, una andadura individual, sin grupos ni manifestaciones colectivas.
Los poetas insertos en este volumen tienen como común denominador el solo hecho de
haber nacido a partir de los años setenta.
No voy a cometer el desafuero de emparentarlos uno a uno con sus antecesores, aunque
haya el rastro de lecturas de Rojas Herazo, de Vidales, de Mutis, de Arango, de Gaitán
y por momentos de Quessep.
De una parte está la poesía de María Clemencia Sánchez, que entrelaza una visión
amplia del mundo que le viene sin duda de su insatisfacción con una realidad unívoca y
parroquial, con “los cielos que nunca he sido”. Sus dos libros publicados dan testimonio
de una inquietante y bella poesía.
Felipe García Quintero, tan cercano en algunos momentos a José Manuel Arango sin
que esto lo haga mimético, es una suerte de animal rizófago, de esos seres que se
alimentan de raíces, de ahí su carácter reflexivo, la unión de poesía y pensamiento
siempre tan deseada. Su poema “El juego de mi padre” es una bella pieza, un aparato
verbal de singular y misteriosa eficacia.
Giovanny Gómez es otro poeta para el que no hay dicotomías entre la poesía de
imágenes y la poesía coloquial. Entrelaza esas dos supuestas orillas distantes a través
del río del lenguaje. Quizá lo hace porque sabe que “el tiempo fluye en pedazos/ y
arrecia impenetrable/ su rumorosa música”.
Santiago Espinosa habla desde los intersticios de la realidad pero no se somete a ella.
Tiene una voluntad inalienable por mezclar en su marmita muchos saberes: la filosofía y
la política, la música y la arquitectura, pero sobre todo el rastreo de otros mundos
anclados en el peor de ellos, un país que huye de sí mismo. Casas ilusorias, fantasmas,
adioses y campanas, desarraigos que van desde “las mesas que esperan” hasta el ojo
aventurero y corsario de Sir Walter Raleigh, todo merece ser sopesado por la lengua,
aún sabiendo con Borges que “la realidad no es verbal”.
En Robert Max Steenkist ronda siempre la presencia del otro y de lo desconocido, como
recordando a Lezama y la idea de que nuestra única identidad está, precisamente, en lo
desconocido. Nos recuerda de alguna manera que vivimos sin quererlo, bien como
condena o como festejo. De ahí la poderosa imagen que atrapa de las olas como suicidas
incesantes. La poesía de Steenkist expresa lo que se esconde y esconde lo que se ve, en
un juego de contrarios rico y diverso.
He aquí una antología de nuevos poetas colombianos que rebasan los tópicos: “aún los
perros sienten la necesidad de aullarle a la luna, pero eso no significa que sea poesía”,
decía, sabio como siempre, don Alfonso Reyes.
EL CARNICERO
La materia
“diáspora de estrella”,
es para Don Orlando
kilos
peso tibio entre las manos.
Y el tiempo, del negro al blanco,
le zumba al oído
como moscas en la tarde.
Como un árbol
que se abre camino en la mitad del mar,
la casa, su olvidado lenguaje de peldaños,
de redes y vacíos luminosos,
nació en el sueño del arquitecto.
VALSE TRISTE
EL OTRO
Pasa un hombre
el niño
que fue
lo mira
con rabia.
CUCHILLADAS
Podría tu nombre
iluminar otros ojos
la lluvia, su escándalo lejano
en los sucios ventanales,
traer algo distinto
a las derrotas.
Pero escucha, detente.
Ahora el niño que fuiste
deja en la mesa los juguetes
y mira el verde en las montañas
detenidamente.
UN REGRESO CUALQUIERA
Muy lejos
de la línea del paisaje que cerraba tu mundo
con sonrisa de verdugo
te llegará la certeza de que la quietud y la calma
que has inventado para alejarte del camino,
esa niebla,
sólo es otro frío revés de la puntada,
la mala maniobra del trapecista principiante
En esta noche,
Ciudad de canales y veneno,
hay un humo entre tus luces
y mis ojos.
Y no estoy solo.
Un cielo de cobre
se escurre
entre taxis vacíos y asientos empolvados;
entre la mujer que porta un abrecartas
y el suicida que estira la mano desde su gabán de cuello lato para saludar.
Mi gente astillada
cuenta las penas
que faltan para ser alguien.
PUERTOS
Aún hoy
Zarpada la barca hace siglos
Sorteamos galerías
para llegar a puertos desconocidos
sin quererlo
cavamos tumbas
detrás de las barreras del cielo
para que en el momento
en que los pozos griten
nadie sonría triste
repitiendo la misma mueca
sin eco
de esos viejos desdentados
PASO
PUERTO QUEBRADO
Si supieras
que el río no es de agua
y no trae barcos
ni maderos,
sólo pequeñas algas
crecidas en el pecho
de hombres dormidos.
Tú no sabes,
pero yo alguna vez lo he visto
hace parte de las cosas
que cuando se están yendo
parece que se quedan.
CASA DE PIEDRA
Era corriente
y deslucido
y mohíno
el ademán,
con que dábamos la espalda a la casa de piedra de mi padre
para ondear faldas floreadas
y de luz
en nuestro puerto desecado.
Pues el silencio,
que no el bullicio de los días,
atraviesa.
El silencio,
que son treinta y dos ataúdes
vacíos y blancos.
UN RINCÓN PARA QUEDARSE
Ya no requieras, María,
el alma de las cosas desprovistas,
que no son más que huesos de esta casa muerta.
Acuérdate María,
que tú eres la casa y las paredes
que viniste a derrumbar
y que la infancia es territorio
en que el espanto anhela
no sé qué oscuro rincón para quedarse.
MIEDO
Madre,
recógeme el sonido de la lluvia en el tejado del abuelo
cuéntame de las noches en que descubrí la sed por los
acantilados
y de cómo desprendiste el fuego de la luz
para permitirnos el encuentro con nuestros primeros
demonios.
Recuerda nuestra estancia eterna en los rincones de la casa
cuando aún llovían tardes grises en la arena
y la lluvia mohosa venía con Abril
y todavía no tenía miedo.
OLVIDADO PAISAJE
Sombra en sombra,
mi sombra,
que es la parte en mí donde más hurgas
y abres agujeros
que no sé coser
con este,
mi cuerpo de tocar.
LO QUE PIDO
CAMINO
Llovía.
Agudos nombres caían gravemente,
desde arriba entonados,
llamados a rodar por las aceras.
Pierde la casa,
salte del cauce,
llena los bolsillos de huidas,
mira pasar por ventanillas
tu cuenta pendiente de paisajes intocados.
Encuentra, de madrugada,
el grito interior de lo distante;
o de tarde,
la bola de lodo en el costado:
acumulación malsana de familias ovilladas
que te dieron en uso sus nombres,
ahora gastados, errantes.
Se asoman,
desde pequeñas cuevas,
los indicios del dolor;
veloces, burlan las miradas
y vuelven a ocultarse
en la piel del valle.
Busco un manantial
que bañe la pregunta adherida a mi historia.
Busco la vida recién nacida
y hallo la sed.
Sigo la senda del esternón.
LUCÍA ESTRADA
II
VI
y ayúdame a comprender
II
pacientes
sus manos me construyen
como tejiéndose a sí mismas
perpendiculares fabulosas
por las que resbala
un oro líquido
altas torres
mis ojos en la oscuridad
esperando acontecer
entrar en lo desconocido
es hilar un poco
en la rueca
de los acercamientos.
YOCASTA
Si preguntaras
a la Piedra
respondería con tu nombre:
el propio corazón
es el oráculo.
LUISA ACKERMANN
TIEMPOS
Nada responde
en estas ruinas donde el viento
es rumor de un corazón apagado
donde la desnudez tropieza
sin cuerpo que reconozca un nombre
sin saber qué alimenta esas pieles que ya soñaba yo
como si fueran las vestiduras
de los días que no habitarás nunca
A veces el poema
es una lengua extranjera
y nuestra voz no se acostumbra a esos balbuceos
donde dioses empalados nos recuerdan su carne
como niebla perdida en la noche.
COSTUMBRE
Barranquilla, 1977. Ha publicado seis libros de poesía y una biografía de Marie Curie.
Una antología de sus versos, con el título Poesía en sí misma (2007), fue publicada por
la Universidad Externado de Colombia. Su libro más reciente La vocación suspendida
(2008) recibió en España el VI Premio Internacional de Poesía Martín García Ramos.
En el año 2005 vivió en México con una Beca de Residencia Artística concedida por el
Ministerio de Cultura de Colombia y el Fondo Para la Cultura y las Artes de México
(FONCA). Sus poemas han sido traducidos al ingles, italiano, ruso, alemán y francés.
He venido a la tormenta,
al ruido espantoso de la estación del tren.
Aquí donde vivo nunca llegará el invierno
con sus hábitos curiosos,
ni tendré necesidad de poseer un hogar.
A veces salgo al muelle
y miro cómo rompe el alba sobre las olas,
cómo se funden color sobre color.
Demasiado pronto
el día abjura de su rumorosa vocación
y enmudece para hacerme hablar.
Desprecio el alarde festivo de la noche
y las ramas del roble
agitadas contra la tormenta.
Nada me obliga a la exclusión:
he vencido mi destierro.
LA VOZ ÍNTIMA
LA ERRANCIA Y LA PROXIMIDAD
Memorable
la mano de la Sierra
desciende oblicua y lenta
para sorprender a su presa,
como si fuese a ofrendarla al mar,
como ofrendándola a la angustia,
como si fuera a dejarla, pero luego no.
XXVI
¿quién vive?
XLVI
Ya no saber
Si lo que atraviesa el cielo
Y viene hacia tus ojos
Es un pájaro
O una piedra.
MONÓLOGO DEL FLAUTISTA DE HAMELIN
EL JUEGO DE MI PADRE
Mi casa, como la piedra, no posee vigas ni cimientos, sólo una mano empuñada la
sostiene.
Esta casa la he construido quitando ladrillos y entregando mis huesos al vacío que
resta.
Vivo en la casa que camino, la que acecho y me persigue como el gusano tras la
carne enferma.
Y —entre mí— pienso en el otro cielo que afuera de la casa me espera: mi cielo,
el que inventa la lluvia en un rincón de la calle.
Un cielo de aguas podridas. De ahogada luna turbia, salvada del lodo por la
mano del sueño.
Cielo mío de aguas podridas, sólo en tu carne brillan mis dientes caídos.
Cielo repentino de orín de invierno, ven a llenar con tu cuerpo mis manos vacías
de ciego sin tacto. Cielo mío de pájaro sin cielo. Cielo de agua de vientre.
Sobre mis palmas reposan. Beben el agua de mis ojos y mi lengua calla. La
dicha de ser su alimento no me alcanza.
Contrario de mí
si hablara ¿qué te diría?
YUKIO
Bajo la nieve
Está la sangre.
El signo alude
Al undécimo mes del año:
Inicio del regreso
Fiebre
Pavor
Belleza desangrada.
LINÓLEO DE ENERO
Para Fabián Rendón
I
Se detiene en el secreto del aire
Como si alguien la hubiera abandonado
A la luz de su silencio.
Se alza límpida
En la copa de su cielo ancho.
II
En la visión más clara de lo perdido
Que vuelve en esta hora transparente
A renovar el arrullo,
Oigo la vida que pasa
Como un Redoblante Furioso.
Deja en el oído
La oración de la corteza,
El árbol de una mañana feliz.
LIMOGES
¿Qué me espera
en la dirección
que no tomo?
Jack Kerouac
He aquí todos los cielos
que nunca he sido
la pesadilla de trenes en la noche
que no se mueven
igual que la risa del guardagujas
ensartando el hilo de sus días.
Esto dejaremos.
Esto y también
La canción del deseo
Que resiste.
Al descender al camino
En las horas inciertas
Del péndulo,
En el tálamo donde las
Flores se asientan
Sostenidas en su
Propio yelmo,
A decir lo que fue
O fuimos,
El vuelo inconfesable
Del ángel,
Nuestra voz primera,
El amor.
Esto y también
La sentencia de la mirada
Que recuerda.
Allí, en los ojos donde
Bebimos de la sombra
Más impronunciable
O lo que siendo
Dejamos de ser,
Irreducible árbol
Que cedemos al hambre
Para ser Urapán
En la raíz
De toda tierra.
JOHN GALÁN CASANOVA
ESCRITURAS, 1
Luego fueron
las palabras cotidianas
Entonces
te valdrías del papel
para salvar esas palabras urgentes.
Tantas manifestaciones,
tanta vida que ahora pretendo conjurar
al contacto con lo oscuro
de esta página en blanco.
ESCENAS DE PARQUE, 5
Las palomas,
como los días,
acuden a picotear de sus dedos.
ESCENAS DE PARQUE, 7
Emboscado en el ramaje,
el viento acecha a los transeúntes.
Un alborozo de hojas
bulle en los árboles.
En lo oscuro
la llovizna ronda
como pasos de pájaros
en el tejado.
Ellos saben
que aquí se les celebra todo
siempre y cuando traigan plata.
ANOCHE ACUDIÓ A MÍ
I
Anoche acudió a mi encuentro. Y he aquí que luchamos hasta rayar
el alba. Abatido por su desnudez, rendí mis armas y le confié mi cuerpo
como un secreto.
II
Doy testimonio de esto mientras saco a la puerta
el polvo de mi aposento. Vuelvo a mi humana condición:
siento envejecer las manos pegadas al palo de la escoba.
III
Entro a la ducha y sorprendo su cuerpo en el espejo.
El azar atraviesa mi costado con el amor imposible.
IV
En la oscuridad de mis deseos, lloro. Lloro porque mi alma
aún no regresa, porque la felicidad me ha dejado sin aliento,
porque esta noche también es bella e invita a celebrar nuevos
vínculos.
V
Para recibirla abrí todas las puertas, eché abajo los muros.
Y ahora no tengo dónde estar.
JOHN JAIRO JUNIELES
Sincé, Sucre, 1970. Autor de "Papeles para iniciar el fuego" poesía 1993, "Temeré por
mí al final de estas líneas" prosa poética 1995, y "Con la luz que me queda basta"
cuentos 1996. J.J. Junieles ha obtenido el Premio Metropolitano de Cuento de
Universidad Metropolitana, de Barranquilla, y el Premio Nacional de Cuento
Universidad Externado, Bogotá 1995.
LO AMADOR
En mi tierra los campesinos saben que los clavos ponen a parir los árboles. Esperan la
medianía del tronco, entonces clavan tres, o cuatro clavos viejos.
A los pocos días el árbol florece, entonces llega la cosecha de mangos,
naranjas y ciruelas.
¿Será que presienten la muerte y apremian los frutos de la vida?
Una conciencia venida del dolor, quizás, que hace crecer lluvias bajo las cortezas.
Algo saben estas manos sucias, que proclaman:
El que sabe, salvarse sabe.
Y uno parece escuchar a Schopenhauer, decirlo a su modo: Hasta los árboles, para
florecer, necesitan que los doble el viento.
Como las ánimas benditas en el Purgatorio de
una litografía de mi infancia, veo a los árboles alzar sus brazos acechando el rabo de las
nubes.
En un patio lejano, en el corazón de un tronco caído,
alguien talla un muñeco para que le sirva de compañía.
CABALLOS
DÉJÀ VU
Él trabaja en el puerto descargando los barcos que arriban llenos de peces, a veces
también los acompaña en la rutina de armar anzuelos e izar las redes.
*
Hay instantes, frente al mar, en que no está seguro si está viviendo una vida o
intentando recordar otra. Como si sus pies caminaran junto a una equívoca sombra.
Entonces, respira hondo varias veces, y se dedica a afilar el cuchillo.
*
No sabe que allá, en el fondo de las horas, alguna vez se llamó Miguel de Cervantes.
AL SALIR DE LA OFICINA
El hombre sale de la cueva vestido de harapos, con sus llagas envueltas en vendajes.
No sabe si es de día, no sabe si es de noche. La luz ha envejecido sobre el paisaje,
crecen sombras sobre los muros rotos, y altos bosques de humo forman nubes negras
como cosechas de moscas.
Cierra los ojos cuando pasa un viento de luto alzando el polvo, viene de allá, de ese
hueco donde dicen que hubo un mar. No hay nostalgia de unidad en estas ruinas que el
hombre observa con la uña rota de su mirada.
Los árboles quemados parecen contemplar al hombre y compadecerse: los peces
cansados de su sangre, las moscas de su pelo, la mirada de casa sola, su silencio de
manos llenas.
La memoria le da duro con su martillo, pero algo dentro no se rompe, algo duro como
su espalda de minero, que lo sostiene en mitad de la zozobra. El invierno también tiene
sus hojas, se dice.
Entonces regresa a su oscura cueva, a levantar nuevos muros en el fondo de la tierra, a
escribir en ellos las historias de sus mayores que todavía recuerda; y las líneas que dicta
su corazón agonizante: Algo nos borrará a todos, y no será la muerte.
EN MÉXICO D.F. MUERE UN MIMO