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Fecha: 04/05/2023
Concierto de voces
En el escenario de la poesía de los 80 convergen otras voces que corresponden a
autores de generaciones anteriores como las del 50.
La obra es parte de aquello que Adoum llama “poesía viva”.
Autores como Efraín Jara, el mismo Adoum, Filoteo Samaniego, Carlos Eduardo
Jaramillo, Euler Granda, publicarán textos que van a fortalecer su obra anterior.
En el caso de Adoum, libros como su antología personal No están todos los que son,
publicada en España en 1979, donde incluye Poemas en postespañol (1979),
tuvieron gran influencia en el medio.
Lo mismo sucedió con textos de Jara como su Sollozo por pedro jara (1978), por
todo lo que como escritura innovadora e innovándose implica y connota.
La poesía de Granda, que adscribe a los postula
dos de la poesía concreta que irrumpe en la década de los 50 en Brasil, siempre ha
buscado reinventar una lengua que desestabiliza a la lengua del prestigio, la del
poder.
Tanto entre la década del 80 y el 90, la obra de estos poetas va a convivir junto a la
de los nuevos y a la de los autores que, si bien su obra se ha gestado en los 70, es en
la siguiente que dan a conocer sus textos, los cuales resultarán significativos en lo
que tiene que ver con la apertura de nuevas líneas, andariveles, por donde va a
transitar el discurso lírico.
Éste establecerá diferencias o superación ante aquello que eran las características
(según Hernán Rodríguez Castelo) de la poesía de 30 años atrás:
- renuncia al “discurso amplio y sostenido”
- “la elocuencia” y “las largas tiradas”
- “abundancia retórica facilitona y explicitante”
- “el sentimentalismo –lo dionisiaco sin lo apolíneo–: el cartelismo barato, la
avaricia por no perder ripio para dar mensaje social; lo cual termina por
llevar a la chatura y la insignificancia”.
Destacan en este proceso autores como Iván Carvajal, Javier Ponce, Julio Pazos,
Jorge Dávila Vázquez, e Iván Oñate, quien en 1977 había publicado En casa del
ahorcado, texto que inserta, a nivel de recursos, lo que poco tiempo después
copará la escena lírica nacional.
A ellos se suma la presencia de Sara Vanegas.
La obra de Carvajal, como la de Ponce e Iván Oñate, tendrá incidencia en los
nuevos autores que constituyen, lo que Mario Campaña denomina “la
constelación”, y cuyo escenario estará en los mismos 80 y 90.
La propuesta de Ponce, armada con una estrategia discursiva que reivindica el
lugar y el espacio de la palabra (porque fue a través de ésta que el conquistador
instauró sus rituales de desprecios y exclusión) fluye de manera intensa y
avasalladora.
Ponce conmueve y desconcierta, a la vez que se interpela e interroga al poder y a
la historia siempre manida que éste construye desde lo que es, de principio a fin,
el ámbito del poema.
El narrador cuencano Jorge Dávila Vázquez da a conocer en 1974, un texto que
hoy no puede pasar desapercibido por las vertientes que abrió en una década de
transiciones: Nueva canción de Eurídice y Orfeo.
En 1977 Iván Oñate publica En casa del ahorcado, título cuya resonancia de
inmediato nos traslada al universo narrativo de Pablo Palacio.
Desde este libro, Oñate construirá un orbe donde (de ahí la resonancia
palaciana), lo descarnado del verbo es la afirmación de todo lo que el sujeto
moderno sólo puede proyectar desde el subsuelo de su realidad.
Poemar (1987) marca el retorno del narrador Iván Egüez a la lírica.
En el texto de 1987, El olvidador (1992) y Libre amor (1999), Egüez profundiza
en esos temas, siempre buscando estrategias que le permitan alcanzar aquello
que la antipoesía suele sugerir de manera reveladora.
En 1983, la guayaquileña Maritza Cino Alvear publica Algo parecido al juego;
en 1987 A cinco minutos de la bruma, en 2000 Infiel a la sombra y en 2008
Cuerpos guardados.
La década de los 90 se abre con un libro que presentará una variante en lo que
respecta a la concepción que había imperado, entre nosotros, a la hora de armar
una antología.
Jorge Enrique Adoum publica Poesía viva del Ecuador, siglo XX. Diferente
porque las razones que mueven al antólogo no son académicas ni didácticas.
Lo que destaca de este trabajo, es evidenciar qué obra, qué poesía no ha perdido,
a lo largo de un siglo, esa condición de ser y estar viva, por tanto, de mostrarse
vigente.
En la década de los 90, la “constelación” de poetas crecerá considerablemente.
Sus discursos, o las líneas temáticas descritas por Adoum afectaron, en parte, a
los poetas de los 60 y 70.
Las características de la poesía ecuatoriana de finales del siglo XX e inicios del
XXI, coparticipan de las que en paralelo se están produciendo en América
Latina.
En estas bandas o líneas de sentido (tanto locales como continentales) está
incursa la poesía de Alexis Naranjo, Ramiro Oviedo, Pablo Yépez y Edwin
Madrid, los dos últimos contemporáneos de los autores de Posta poética.
Ramiro Oviedo, desde Serpencicleta (1995) y Esquitofrenia (2000), ha sabido
ahondar en un mundo que es una mixtura, quizás reflejo de su lugar de origen,
donde se fusiona la predilección por los lenguajes de lo marginal, debidamente
replanteados para evitar su ilegibilidad, así como por los del mundo letrado.
A partir de 1987 Edwin Madrid dará a conocer el grueso de su obra con su
logrado poemario ¡Oh! Muerte de pequeños senos de oro.
Desde estos años, la presencia de la mujer cada vez será más significativa y
vital.
Así como será motivo de su discurso lo erótico, lo sexual y el cuestionamiento
continuo a su rol en una sociedad cuyo poder masculino la había relegado.
Temas que irán cobrando fuerza hasta convertirse en un asunto en el que
la apertura para asumir el erotismo les permitirá superar los tabúes que
antes se impusieron como medida limitante.
Tiempo en que María Aveiga da conocer Bajo qué carne nos madura (1987), Oc
(1993) y en 2000 Puerto Cayo.
Por esos años Margarita Laso publica Queden en la lengua mis deseos (1994),
Erosonera (1995), El trazo de las cobras (1997), textos que en 2002 reunirá en
el volumen Poesía.
En estos trabajos la escritura de Laso se adentra, es parte de los misterios del
cuerpo, desde una palabra que se convierte en la prueba de toda tentación.
María Fernanda Espinosa transgrede los formatos de la convencionalidad o
prejuicios sociales y culturales en torno a la condición de mujer, para expresar
aquello que los cuerpos de los amantes construyen con la harina del deseo y la
pasión.
La cuencana Catalina Sojos indaga en torno a lo erótico, así como en las derrotas
del desamor, en textos breves donde las metáforas resplandecen desde lo que son
los propios sacrificios del placer, la eclosión de los cuerpos.
Aleyda Quevedo se da a conocer con el libro colectivo Tres testigos textuales
(1989), luego con su libro personal La actitud del fuego (1994), al que hay que
sumar Algunas rosas verdes (1996, Premio Nacional “Jorge Carrera Andrade”),
Espacio vacío (2000) y Soy mi cuerpo, 2007.
Propuestas plurales de los 90