Está en la página 1de 4

CARTA DEL P. LLORENTE, S.J.

A UN JOVEN MISIONERO
AVE MARÍA se honra en publicar esta carta realmente inspirada
del gran misionero P. Segundo Llorente, S.J. El P. Llorente
permaneció cuarenta años misionero en Alaska. Falleció el 25 de
enero de 1989, en Lewistonldaho, USA, a los 82 años. Nosotros
hemos publicado textos del P. Llorente en diversas ocasiones. Hoy
nos complacemos en dar a conocer esta carta que es una síntesis de
su vida espiritual.
¿Quiere usted que le diga en confianza qué fue lo que me ayudó
a los comienzos de mi vida misionera para entregarme de lleno al
Señor?
Si le dijera que yo hoy no le niego nada al Señor, mentiría a
sabiendas. La vida de perfección es un continuo forcejeo cuesta
arriba, cayéndose y levantándose, pero procurando siempre subir.
Hay días de Tabor y hay días de «perros» en los que no sabe uno si
está poseído del demonio o es que lo va a estar, por más que allá en
la médula de los huesos del espíritu, confía uno que no lo está ni lo
va a estar.
Por Dios, no me tenga a mí por un alma «entregada de lleno».
Algunas veces creí vislumbrar que si vivo unos cuantos años más,
probablemente lo estaré, porque éste es mi anhelo. Pero, hoy por
hoy, ando a rastras enlodado hasta el cogote.
Me pregunta qué me ayudó y qué me estorbó. Para los anhelos
que tengo, me ayudó sencillamente el quererlo. El quererlo de
verdad. Y me estorbó la disipación reforzada por el intenso orgullo.
Mire, usted hágase cuenta que es un niño de dos años en los brazos
de Dios; si lo prefiere en los de Cristo más concretamente. Como
usted no se puede valer, necesita estar con Él de día y de noche,
desde hoy hasta las perpetuas eternidades. Donde está Jesús, allí está
María. Usted vive con Jesús y María. Va de los brazos del uno a los
del otro. Usted es el niño, es de la familia, es parte de la casa, es el
idilio de Jesús y María.
A usted le importa un bledo que haga frío o calor, que haya
guerras o que haya paces, que le duelan los riñones o que no sea más

1
que un grano en la nariz. Usted se despreocupa de si tiene amigos o
no los tiene, si le atienden o da la impresión de que quieren verle
bajo tierra. A usted no le importa que esté solo o acompañado,
tentado o mimado, en Japón o en Despeñaperros.
Usted vive única y exclusivamente para tener contentos a Jesús y
María. Con ellos tiene usted todas las caricias y mucho más que los
niños con sus madres. A ellos se lo cuenta todo, se lo dice todo, se
lo da todo, se lo ofrece todo.
Los comentarios que tenga que hacer sobre los vaivenes de la
vida, hágalos con ellos y ante el Sagrario, y a donde quiera que esté,
pues se les puede hablar sin mover los labios. Es decir, que usted
mata el orgullo haciéndose infante, pues comparado con Dios, es
usted un pelele que no sé cómo le tolera el Altísimo.
Pero resulta que tal vez es usted doctor en Teología o Filosofía.
Muy bien. Todo lo que sepa, todo lo que pueda hacer, póngalo a
disposición de Cristo. Mátese por darle gloria escribiendo todo lo
mejor que pueda, predicando lo mejor que sepa, enseñando lo más
sabiamente posible, catequizando lo más celosamente posible,
conversando con toda la discreción que pueda; pero interiormente
sea el niño indefenso en los brazos de Jesús y María.
Ofrézcase a Jesucristo totalmente y dígale que tiene permiso para
desmenuzarle entre sus divinos brazos si quiere. Hágase cuenta que
usted ya murió. Ya no hay mundo para usted. Es decir, nada del
mundo le puede atraer ni entretener, aunque si repeler. Deje que
Jesús haga de usted lo que quiera y no me venga con lamentos de
que las responsabilidades del nuevo estado de misionero le dan
ciertos escalofríos. Si fuera usted solo el que lo tuviera que hacer, sí
me lo explico. Pero procure usted tener contento a Jesús lo mejor
posible y ya verá como Él le lleva del brazo y todo le sale bien,
aunque le lleve del brazo al Calvario para desnudarte, crucificarle y
sepultarle. Mientras más viejo me hago, más sencillo se me hace el
negocio de la vida espiritual. Se viene a reducir a un punto: consolar
a Jesús agradándole en todos mis pensamientos, palabras y obras.
Claro que cada alma tiene sus peculiaridades, y el Espíritu Santo nos
lleva a cada uno por distintos vericuetos; pero todos ellos van

2
bordeando la gran carretera que lleva derecha al Corazón de Cristo
y es la que le dije: el punto aquél.
¿Que no se convierte nadie? Haga lo que está de su parte y
déjeselo a Dios. Y esta respuesta satisface a todas las preguntas que
nos atormentan.
¿Qué señales le dirán si anda por las ramas de este negocio? Si se
entristece cuando fracasa, si se vanagloria cuando triunfa, si busca
consuelo en los hombres, es decir, sólo en ellos, si las murrias le
traen a mal traer –nuestra patria es el cielo–, si le encogen los
temores sobre el porvenir –puede morirse esta noche–, si se
sorprende planeando para el porvenir sin consultar al Señor, como
si a fuerza de prudencia humana, de ciencia, de gabinete y de astucia
zorruna fuéramos a levantar una torre que llegase hasta el cielo sin
ayuda para nada de Dios.
Ya ve qué sencillo es todo. Usted vive en Jesús. Encaríñese
mucho con Él. Vaya a extremos en esto, que no lo son. Haga otro
tanto con la Santísima Virgen, que Ella le meterá en el Corazón de
Cristo.
El día que usted nos venga evocando derechos o con ínfulas de
hombre superior, ese día se estrella usted.
No fume jamás, ni tome rapé, ni se apoltrone en butacas, ni
prefiera unos alimentos a otros, ni una cama a otra, ni se queje de
nada ni contra nadie, ni chille si le dicen que tiene un cáncer que
será cuestión de unos meses para el ataúd. Ya le dije que usted ha
muerto. No resucite.
Una vez que se haya puesto usted en las manos de Dios
incondicionalmente, ya es usted libre. Hasta entonces, vivía usted
hecho un lío de cosas, turbado, mareado. Cuando lo haya dejado
todo en las manos de Dios, queda libre, es libre. ¡Viva la libertad! A
reírse tocan. A divertirse llaman. La vida entonces es incienso que
se quema y agrada a Dios. La muerte viene a ser más bien una
dormición en Dios. No hay juicio. Esa misma alma ya está juzgada
de muy atrás y puesta a la derecha.

3
No menciono la materia de los votos, porque no merece
explicación. Un niño de dos años ni siquiera piensa en desobedecer
ni en acaparar, ni mucho menos en impurezas. Y si hay niños
precoces que a los dos años se encabritan y quieren salir con la suya,
sea usted de esos niños que hablan en las vidas de los santos, que ya
a los dos años rezaban con las manitas juntas, que parecían serafines
humanos.
Estar en el Japón o en un calabozo ruso es lo mismo para el alma
entregada a Dios. Pida mucha humildad al Señor, que le haga sentir
esto. Ya lo sabe con el entendimiento, pero hay que gustarlo
internamente. Que se lo dé a sentir. Si lo siente una vez y se enciende
en ello y si encima derrama lágrimas que laven las del orgullo
metido en los huesos, entonces nunca se le olvidará del todo, aunque
a temporadas se le ponga muy borroso.
Mientras escribo, azota las ventanas de mi vivienda un temporal
de nieve que nos viene alegrando la vida todo este mes. Vivo pared
por medio del Sagrario. La nieve o el sol son lo mismo para mí, es
decir, me esfuerzo que sean lo mismo. Anímese mucho, pues, y
déjese de irse por las ramas. Vaya al tronco. Entrega total y absoluta
a Jesucristo.
Quiéralo, pídalo, practíquelo.
Akulurak, marzo de 1951

También podría gustarte