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AMINO DEL DESTIERRO

C uenta la historia que mandó llamar el Cid


a sus an1igos, parientes y vasallos y les con1u-
nicó que el rey le ordenaba salir del reino en el plazo de nueve
días. Y les dijo:
-Amigos, quiero saber cuáles de vosotros queréis venir
conmigo. Dios os lo pagará a los que vengá.is, pero igualrnente
satisfecho quedaré con los que aquí permanezcáis.
Habló entonces Álvar Fáfiez, su primo hern1ano:
-Con vos iremos todos, Cid, por las tierras deshabitadas y
por las pobladas, y nunca os fallarernos rnientras esten10s vivos
y sanos; en vuestro servicio e1nplearen1os nuestras 1nubs y
nuestros caballos, el dinero y los vestidos; sietnpre os servire-
mos como leales an1igos y vasallos.
Todos aprobaron lo que dijo Álvar Fáfiez y el Cid les agra-
deció mucho lo que allJ se había hablado.

13
- - - - - - - - - - - - - - - - - - - -~ Cantar primero

cierto que perdería sus bienes y también los ojos de la cara, e in-
cluso la vida y el alma. Gran dolor tenían aquellas gentes cristia-
nas; se escondían del Cid, pues no se atrevían a decirle nada.
El Campeador se dirigió a su posada, y al llegar a la puerta,
la encontró bien cerrada: por miedo del rey Alfonso así la te-
nían atrancada, y, a no ser que la forzasen, no la abriría nadie.
Los que iban con el Cid con grandes voces llamaron, los de
dentro no les respondieron una sola palabra. El Cid se acercó a
la puerta, sacó el pie del estribo y le dio una patada, pero no se
abrió la puerta, pues estaba bien cerrada.
Entonces una niña de nueve años apareció ante sus ojos:
-¡Oh, Campeador, que en buena hora ceñisteis la espada!5
El rey lo ha prohibido, anoche llegó su carta severamente cus-
todiada y debidamente sellada. No nos atreveremos a acogeros
por nada del mundo; si no, perderíamos los bienes y las casas,
e incluso los ojos de la cara. Cid, con nuestro mal, vos no ga-
náis nada. ¡Que el Creador os ayude con todas sus mercedes
santas!
Esto dijo la niña y se volvió para su casa. Bien vio el Cid
que no contaba con el favor del rey. Se alejó de la puerta, atra-
vesó Burgos, llegó a Santa María, y allí descabalgó; se hincó de
rodillas y rezó de corazón. Terminada la oración, enseguida el
Cid volvió a montar a caballo, salió por la puerta de la ciudad y
cruzó el río Arlanzón; al salir de la ciudad paró sobre un pedre-
gal, mandó plantar la tienda y luego bajó del caballo. Sabed.lo:
el Cid Ruy Díaz, el que en buena hora ciñó la espada, acam~ó
al aire libre con los caballeros que lo acompañaban, pues nadie
lo acogió en su casa; así pasó la noche el Cid, como si estuviese
en despoblado, en medio del campo.
5En buena hora ceñisteis la espada: que fue armado caballero en un buen momento
(por el influjo de las estrellas), es decir, que es afortunado.

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Cantar primero

EL CID CONSIGUE DINERO DE DOS JUDÍOS DE BURGOS

No se entretuvo Martín Antolínez. Entró en Burgos y en el cas-


tillo preguntó por Raquel y Vidas enseguida. Juntos estaban
echando cuentas de los dineros que habían ganado. Se acercó a
ellos Martín Antolínez y les habló con astucia:
-¿Dónde estáis, Raquel y Vidas, mis queridos amigos?
Querría hablar en secreto con ambos.
T Sin perder el tiempo, los tres se fueron a un lugar apartado.
-Raquel y Vidas, dadme ambos la mano, en señal del se-
creto de este nuestro trato, que para siempre os hará ricos y
nunca más estaréis necesitados. Sabéis que el Campeado r fue
enviado a por las parias 8 , trajo muchos y muy valiosos bienes:
de todos ellos se quedó con lo de más valor, por esto lo han
acusado. Tiene dos arcas llenas de oro puro. Ya sabéis que el
rey lo ha desterrado , así que ha dejado sus tierras, sus casas y
sus palacios. Las arcas no se las puede llevar, pues sería descu-
bierto, así que el Campead or las dejará en vuestras manos si a
cambio le prestáis una cantidad apropiada. No tenéis más que
coger las arcas y ponerlas a salvo, pero juradme ambos por
vuestra fe que no las registraréis durante todo este año.

- 1 ·t · musulmanes a los reyes cris-


ª Parias: tributo que pagaban algunos de os tem onos
tianos para no ser atacados.

17
Cantar primero

cuanto entraron, al Cid le besaron las manos. Sonrió el Cid, y


empezó a hablarles:
-Oh, don Raquel y don Vidas, ¿no os habréis olvidado de
mí? Ya me marcho de esta tierra, pues he caído en la ira del rey;
por lo que parece, tendréis algo de mis riquezas y no seréis per-
sonas necesitadas mientras viváis.
Raquel y Vidas le besaron las manos al Cid. Martín Antolí-
nez ya había acordado con ellos que por aquellas arcas le darían
seiscientos marcos y que se las guardarían, sin abrirlas, hasta fi-
nal de año; lo habían jurado por su fe, así que si incumplía n su
juramento , cometerían perjurio, y, además, el Cid no les daría
ni un céntimo del interés.
Dijo Martín Antolínez:
-Que carguen las arcas rápido, lleváoslas, Raquel y Vidas,
ponedlas a salvo; yo iré con vosotros, para traer los marcos,
pues el Cid ha de partir antes de que cante el gallo.
Deberíais haber visto qué gozo sintieron cuando cargaron
las arcas, pues, aunque eran muy fuertes, no las podían subir
sobre las bestias de carga. Se alegraban Raquel y Vidas con
aquellos tesoros, pues se veían muy ricos para toda su vida.
Raquel le besó al Cid la mano:
-¡Oh, Campeador, que en buena hora ceñisteis la espada!
De Castilla salís hacia tierras extrañas, ese es vuestro destino,
grandes serán vuestras ganancias, os pido, Cid, como regalo,
una hermosa pelliza10 morisca, forrada de seda roja.
-Así será -dijo el Cid-, tenedla por vuestra desde este
momento: si no os la trajese, descontadla de las arcas.
De vuelta a su casa tendieron una alfombra en medio de la
sala y sobre ella una sábana de hilo fino muy blanca. De una
º Pellíza: la piel o la pelliza era la prenda de abrigo de la época Y, por tanto, la que se
1

colocaba encima del brial, o vestido, y debajo del manto.

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Cantar primero

- ¡A ti, Dios, que cielo y tierra guías, te lo agradezco; tus


virtudes me protejan, gloriosa Santa María! Me voy de Castilla,
pues el rey me destier ra; no sé si volveré a ella en lo que me
queda de vida. ¡Vuestra virtud me ampare, Gloriosa, en mi sali-
da, y rne ayude y me socorra de noche y de día! Si así lo hicie-
rais y la suerte me fuera favorable, manda ré hacer buenas y

21
Cantar primero

DES PED IDA EN SAN PEDRO DE CARDEÑA

el Cid dirigía su
Ma rtín An tolí nez se volvió a Burgos mientras
caballo hacia San Pedro a tod a velocidad.
a, cua ndo el
Los gallos can tab an que rien do rom per el alb
am ent e le ser-
bue n Cam pea dor , con los caballeros que gus tos
n cristiano, re-
vían, llegó a San Pedro. El abad don Sancho, bue
a Jim ena con
zaba los maitines al filo del alba; allí estaba doñ
12

ador:
cinco ilustres damas rezando a San Pedro y al Cre
dor.
-T ú, que a todos guías, ayuda al Cid Campea
sup iero n la
En esto, llam aro n a la pue rta y enseguida todos
Sancho! Co n lu-
noticia. ¡Dios, qué alegre se puso el abad don
a recibir con
ces y con candelas se pre cip itar on al patio par
eno rme gozo al que en bue na hor a nació.
Sa nch o-,
-D oy gracias a Dios, Cid -d ijo el abad don
puesto que aqu í os veo y seréis mi huésped.
en deu da
-G rac ias , señ or abad, -d ijo el Ci d-, que do
vasallos; y com o
con vos. Ap orta ré com ida para mí y para mis
más adelante os
me voy desterrado, os daré cincuenta marcos, y
sarle gastos al
daré el doble, si me ma nte ngo vivo, no quiero cau
os entrego cien
mo nas teri o. Aq uí tenéis: par a doñ a Jimena,
hijas y a sus da-
marcos, par a que la sirváis este año, a ella, a sus
s brazos, os las
mas. Do s hijas dejo niñas, tomadlas en vuestro
a mi mu jer dad-
encomiendo a vos, aba d don Sancho. A ellas y
base u os falta-
les cua nto necesiten. Au nqu e este anticipo se aca
, pues por cada
se algo, dadles lo que necesiten, yo os lo ma ndo
marco que gastéis, yo daré cuatro al monasterio.
El abad se lo concedió con gusto.
la medianoche y el amanecer.
12
Maitines: oficio religioso q~e se celebra entre

23
-
cantar de_Ml° Cl9,_

. que con sus hijas estaba llegando cad


Doña J1mena, d . ' a Una
dama, ante el Campea or se hincó de rod·¡
en brazos d e una , . . t la_\
bundantes lagrimas, tristemente, le fue a b
y derraman d ª ° esar
las manos: b h .
-¡ Merced ,
Campeador, que en uena .
ora
. nacisteis'· ·P
1 or

alvados insidiosos, de nuestra tterra sois echado! ·M


0 bra de m , 1 er-
yo y
ced os pi·¿0 , Cid , noble
caballero! Aqu1 ,. , estamos ante vos
vuestras hijas, niñas pequeñas de pocos a~os, con estas damas que
1

me sirven. Ya veo que os dispone1s a partlf y que habremos de se-


pararnos en vida: aconsejadnos por amor de Santa María.
Alargó las manos el de la hermosa barba para coger en bra-
zos a sus hijas y se las acercó al corazón, pues las quería mucho.
Derramando abundantes lágrimas, exclamó entre suspiros:
-¡Ay, doña Jimena, mi honrada mujer, querida por mí tanto
como mi propia alma! Ya veis que tendremos que separarnos en
vida, yo me iré y vos os quedaréis. ¡Quieran Dios y Santa María
que tenga fortuna y vida suficiente para casar yo mismo a mis hi-
jas y para que vos, mujer honrada, seáis servida por mí!
Al buen Campeador le prepararon una gran comida. Tañían
con alegría las campanas en San Pedro. Cuando por Castilla
oían el pregón de cómo el Cid Campeador se iba desterrado,
unos y otros dejaban por él casas y posesiones. Ese mismo día,
en el puente del Arlanzón, se reunieron ciento quince caballe-
ros, todos preguntando por el Cid Campeador. Martín Ancolí-
nez se unió a ellos y se fueron para San Pedro, donde estaba el
que en buena hora nació.
, Cuan~º. el Cid de Vivar comprendió que estaba alcanzado
ma~ ~re srigio, pues su mesnada 13 crecía, cabalgó deprisa par,l
.
rec1b1rlos . Cuan d 1os tuvo a la vista,
° , '. To-
se empezo a sonreu.
13 M
esnada · compañí d . el rnan·
do del rey ~ d ~ ~ soldados Y de caballeros armados que servía baJO
e un senor importante.

24
Canta r primero

?ºs se -~cercaron a besarle la mano. Habló el Cid con su mejor


1ntenc1on:
-Yo ruego a Dios, Padre Espiritual, para que, antes de n10-
rir, os pueda recompe nsar a quienes dejáis por mí casas y here-
dades; el doble de lo que ahora perdéis habréis de cobrar.
Se alegraba el Cid porque había aumenta do su compañ ía y
se alegraron todos los demás que con él estaban.
Habían transcur rido ya seis días del plazo, quedaba n, sa-
bedlo, otros tres, no más. El rey había mandad o vigilar al Cid:
si cumplid o el plazo lo apresaba en su reino, ni con todo el oro
del mundo podría escapar. Al final del día, entrada la noche,
mandó reunir a sus caballeros:
-Oíd esto, varones: poco dinero traigo, pero os quiero dar
vuestra parte. Tened muy presente lo que debéis hacer: por la
mañana , con el canto del gallo, sin perder tiempo, mandad en-
sillar los caballos; las campanas de San Pedro tocarán a maitines
y el abad nos dirá la misa de la Santa Trinidad. Oída la misa,
nos pondrem os a cabalgar, que el plazo se acerca y mucho tene-
mos aún que andar.
Tal como lo mandó el Cid, lo harán todos. Iba pasando la
noche, ya se acercaba la mañana; con el segundo canto del ga-
llo, empezar on a ensillar. Tocaron a maitines. El Cid y su mujer
fueron deprisa a la iglesia. Doña Jimena se arrodilló en los esca-
lones del altar, rogando con su mejor oración al Creador que al
Cid Campea dor Dios lo librara del mal:
-¡Oh, Señor glorioso, Padre que estás en el cielo! Creaste
el cielo y la tierra y, después, el mar; creaste las estrellas, la luna
y el sol que nos calienta; te encarnaste en Santa Mar!a madre,
en Belén naciste, esa fue tu voluntad; pastores te glonficaron Y
alabaron, tres reyes de Arabia fueron a adorarte: Melchor, Gas-
par y Baltasar, y a ofrecerte oro, incienso y mirra, según tuvo-

25
Cantar de Mio fC~id~ - - - - - - - - - - - - - - - - - -

luntad; salvaste a Jonás, cuando cayó en el mar, salvaste a Da-


niel de los leones en aquella mala cárcel, salvaste dentro de
Roma al señor San Sebastián, salvaste a Santa Susana de la falsa
acusación· por la tierra anduviste treinta Y dos años, oh, Señor
Espiritual: haciendo milagros de los que todavía_ hoy habl~mos:
del agua hiciste vino y de la piedra pan, resucita ste a Lazara,
pues fue tu voluntad; por los judíos te dejaste prender , en el
monte conocido como Calvario te pusieron en la cruz, con dos
ladrones a los lados, uno que está en el paraíso y otro que no
entró allá; estando en la cruz muy gran portento hiciste: Longi-
nos, ciego de nacimiento, te dio con la lanza en el costado de
14
donde salió sangre que corrió por el asta hasta mancha r sus
manos, y acercándoselas a la cara abrió los ojos, miró a todas
partes y creyó en Ti, por lo que está libre del mal; en el sepulcro
resucitaste y fuiste a los infiernos, porque fue tu volunta d, que-
brantaste sus puertas y a los santos padres sacaste. Tú eres rey
de los reyes y padre de toda la humanid ad, en Ti creo y a Ti te
adoro con todo mi corazón y ruego también a San Pedro que
me ayude a rezar por el Cid Campea dor, para que Dios le libre
~el mal; ya que hoy nos separamos, que en vida nos vuelva a
Juntar.
. H~cha la oración, acabada la misa, salieron de la iglesia y se
d1spus1eron a cabalgar. El Cid abrazó a doña Jimena doña Ji-
me~a al Ci_? bes~ ,la m~no, llorando mucho y sin s~ber bien
que hacer. El volv10 a mirar a las niñas:
-Al Señor, Padre Espiritu al, os encomi endo, hijas; ahora
nos separamos, el reencuen tro solo Dios lo sab
Llorand o abundan tem ente como nunca see. ha visto, así se
separab an unos de otros ' como la una - d e 1a carne.

14 Asta: palo de una lanza , de una ba nd era ...

26
io~C
Cantar de M1~ g___ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ __;....___ ·- - ~....
2íd

EL CID CONQUISTA CASTEJÓN

· de noche Ya entrada la mañana seguían cabal


P asaron la sierra · -
gando por la loma abajo. En medio de un bosque maravilloso y
espeso mandó el Cid descansar y dar cebada a los caballos. Les
dijo a todos que quería caminar de noche; sus buenos vasallos lo
aceptaron de corazón y todos se dispusieron a hacer lo que man-
daba su señor. Para que nadie pudiese descubrir los, antes de
anochecer se pusieron a cabalgar y así avanzaron sin descanso.
En el lugar que llaman Castejón, que está junto al río Henares,
el Cid preparó una emboscada con los que le acompaña ban.
Toda la noche permaneció emboscad o el que en buena hora
nació, como le había aconsejado Minaya Álvar Fáñez:
-Oíd, Cid, que en buena hora ceñisteis la espada; puesto
que haremos caer a Castejón en nuestra emboscad a, vos os que-
daréis en la retaguardia con cien de nuestros hombres·, dadm ea
'd · .
m1 osctentos para u en vanguardia; con Dios y vuestra suerte,
obtendremos grandes ganancias.
Dijo el Campeador:
-Bien hablasteis, Minaya · Id vos con los dosc1entos· . que
. Sª1vad,orez, ca alleros sin tacha, y
b '
vayan
G r dÁ1 var
G Á1,varez
y Alvar
a in o arc1a, una valiente lanza Est b
que acompañen a M' A · ºs uenos caballeros,
tnaya. tacad con 1 , d . ,. d
por miedo. Que lle l . . va enria, no eJeis na a
guen as 1ncurs1 , b •
Guadalajara, y hasta Alcalá ones_mas a ªJº de Hita, por
que no dejen nada· ' Y que recoJan todas las ganancias,
' Y yo me q ued are' ª la zaga con Cien .
b res, conquistar é e . , . , d
hom-
,
. asteJon, que no
pe1igro os sucediera d l s servua e refugio. Si algun
.d urante a cor , enviadme .
gui a, ¡que en toda E _ rena, aviso ense-
preste.1 spana se va ª h a bl ar del socorro que os

30
_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ Cantar primero

Fueron nombrando a los que debían ir en las incursiones y


a los que con el Cid se quedarían en la retaguardia.
Rompió el alba y vino la mañana, ya salió el sol, ¡Dios, qué
hermoso asomaba! En Castejón todos se levantaron, abrieron las
puertas y salieron camino de sus trabajos y sus tierras. Todos se
marcharon y dejaron las puertas abiertas; poca gente había que-

31
Cantar de Mio Cid

dado dentro de Castejón y los que estaban fuera se habían des-


perdigado por el campo. El Campe ador sali~ entonc es de su es-
condite, y recorrió los campos sin contra tiempo s, apresando
moros y moras y el ganado que andaba alrededor. El Cid don
Rodrigo se dirigió, entonces, a la puerta de la ciudad; quienes la
vigilaban, cuando vieron el ataque, tuvieron miedo y la dejaron
sin defensa. El Cid entró por las puertas, con la espada desnuda
en la mano, mató a quince moros que encont ró y conqui stó
Castejón con su oro y su plata. Sus caballeros recogieron el bo-
tín y se lo entregaron al Cid, pues no querían nada de todo eso.
Mientras, los doscientos tres corrían en su incurs ión y sa-
quearon todas las tierras; hasta Alcalá llegó la bander a de Mina-
ya y desde allí se volvieron con el botín, río Henare s arriba, por
Guadalajara. Trajeron grandes ganancias: rebaño s de ovejas y
vacas, ropas y otras valiosas riquezas. La bander a de Minay a ve-
nía bien alta, para que todos la vieran, nadie se atrevió a asaltar-
los por detrás. Con este botín volvieron a Castej ón, donde el
Cid estaba, quien una vez domin ado el castillo, cabalgó con sus
soldados para recibir a los que venían de fuera. Con los brazos
abiertos, saludó a Minaya:
,-¡Venid, Álvar Fáñez, valiente lanza! Toda mi esperanza la
tenia en vos._ Que el botín que traéis se una a este, Minay a os
ofrezco la quinta' 5 parte del total si la queréis.
-,Mucho ?s lo agradezco, ilustre Campeador, muy satisfecho
estana el propio
,. rey. Alfan so, e1 caS t e11 ano, d e esta quinta parte
que me habe1s ofrecido. Yo, sin embargo renun . 1d 1
vo. A Dios, que está en lo alt ' c10 y os a evue -
• 1: h d o, prome to que hasta que yo no esté
1
sat1s1ec o e pe1ear con los m oros en e carnpo sobre n1i buen ca-

,sC!uinta: según las leyes medievales la .


qumto, correspondía al rey En el C ' quinta parte del botín, denominada quinta o
· • · antar será eI c·d
1 , como caudillo independiente,
quien disponga de ella.

32
Cantar primero

ballo, empleando la lanza y empuñando la espada, h as t a que por


el codo abajo no gotee la sangre delante de Rodrigo Díaz, el
ilustre luchador, no cogeré de vos ni una mala moneda. Hasta
que por mí ganéis algo de valor, quedaos vos con todo lo demás.
Todas las ganancias, pues, fueron allí reunidas. Consideró
el Cid, el que en buena hora ciñó la espada, que podrían llegar
allí las huestes del rey Alfonso para atacarle con sus mesnadas.
Mandó, entonces, repartir todo el botín y a los encargados del
reparto les dijo que lo hicieran constar por escrito. Buena for-
tuna les vino a sus caballeros, pues a cada uno de ellos les toca-
ron cien marcos de plata y a los peones justo la mitad; para el
Cid quedó la quinta parte. Allí no había a quien venderlo ni
regalarlo ni quería el Cid llevar consigo cautivos ni cautivas.
Habló con los de Castejón y mandó preguntar en Hita y en
Guadalajara por cuánto le comprarían esta quinta parte, aun
cuando no obtuviese gran beneficio de lo que pagasen. Ofrecie-
ron los moros tres mil marcos de plata, que agradaron al Cid; al
tercer día le fueron entregados sin falta.
Volvió a considerar entonces el Cid que en el castillo no ha-
bría refugio para todos sus acompañantes y que aunque po-
drían defenderlo, no tendrían suficiente agua:
-Los moros están en paz, pues tienen un trato firmado
con el rey Alfonso; aquí podría buscarnos el rey con s~ mesna-
da. Quiero irme de Castejón. Oíd, caballeros, oíd, Minaya, lo
que voy a decir no lo toméis a mal: en Castejón no nos podre-
mos quedar, pues el rey Al1onso esta' cerca Y vendrá a buscar-
r
.
·¡¡
nos, pero no quiero arrasar e1 casn o. ª
D ré libertad a cien
moros y a cien moras para que no a61 en m al de mí por lo que
. h
· guno queda por
les h e arrebatado. A todos os h e pagad 0 , nin
~ d mos a cabalgar, no
co6 rar; mañana por la manana nos pon re
querría yo luchar con Alfonso, mi señor.

33
Cantar primero

dejó una tienda plantada y levantó las otras, se fue Jalón abajo
con la bandera desplegada (llevando todos puestas las lorigas1Gy
envainadas las espadas), para tenderles una trampa. Los de Al-
cocer que lo veían, ¡Dios, cómo alardeaban!:
. -Le ha faltado al Cid el pan y la cebada; ha dejado una
tienda, a duras penas se lleva las otras; el Cid va como si huyera
derrotado. Asaltémosle y obtendremos un gran beneficio, antes
de que lo atrapen los de Terrer, que si no, no nos darán nada;
nos devolverá duplicadas las parias que él nos cobró.
Salieron de Alcacer con prisa desacostumbrada. Nuestro
Cid, cuando los vio fuera, hizo como que se escapaba, siguió
Jalón abajo cabalgando con los suyos.
-Se nos escapa la ganancia -decían los de Alcacer.
Todos, grandes y chicos, se lanzaron fuera con el ansia del
botín, sin pensar en lo que dejaban atrás; así dejaron abiertas
las puertas, sin nadie que las defendiera. El buen Campeador
volvió la cara y vio que entre ellos y el castillo había gran dis-
tancia, así es que mandó regresar al estandarte tras el cual sus
hombres espoleaban a sus caballos:
-¡Atacadlos, caballeros, a todos sin ningún temor! ¡Con la
ayuda del Creador, nuestra es la victoria!
Empezaron a luchar todos revueltos en medio de la lla~ura.
¡Dios, qué gran alegría en aquella mañana! Nuestro Cid y Alvar
Fánez se adelantaron, azuzando a sus buenos caballos, que ga-
lopaban a su gusto y se situaron entre los hombres y el castillo.
Los vasallos del Cid atacaron sin piedad y en un momento Y
poco espacio mataron a trescientos moros. Mientras dab~n
grandes alaridos los que luchaban en la emboscada, el Cid Y Al-
var Fáñez avanzaban hacia el castillo; con las espadas desnudas,
1s L . - - _---:- . d acero dispuestas en forma de
onga: armadura formada por pequenas laminas e
escamas.

35
~
1

Nuestro Cid con esta victoria se quedó en Alcocer y man-


dó a buscar la tienda que había dejado fuera.
Mucho disgustó a los de Ateca y tampoco agradó a los de
Terrer; y a los de Calatayud ya les estaba pesando. Así que en-
viaron un mensaje al rey de Valencia contándole que a uno
que llamaban el Cid Rodrigo Díaz de Vivar lo había desterra-
do el rey Alfonso y había venido a acampar cerca de Alcocer
en un lugar difícil de conquistar, que les había tendido una
trampa y que había conquistado el castillo. «Si no pones re-
medio, Ateca y Terrer perderás, perderás Calatayud, que no se
podrá salvar. Todo irá mal en la ribera del Jalón y lo mismo al
otro lado, en la del Jiloca».
Cuando lo oyó el rey Tamín, se preocupó mucho:

37
Cantar de Mio Cid~ - - - - - - - - - - - - - - - -

-Veo tres caudillos de moros a mi alrededor. No os deten-


gáis un momento, dos de vosotros id para allá. Llevad tres rnil
moros con sus armas de luchar y con la ayuda de los de la fron-
tera, apresadlo vivo y traédmelo aquí, que puesto que se metió
en mi tierra, me habrá de dar tributo.
Cabalgaron los tres mil moros con la intención de llegar
muy pronto y esa noche llegaron hasta Segorbe. Al día siguien-
te por la mañana volvieron a cabalgar, llegaron a Cella a des-
cansar. Llamaron a los moros de la frontera, que empezaron a
llegar con rapidez de todas partes. Salieron de Cella, la que lla-
man del Canal; anduvieron todo el día sin parar y llegaron esa
noche a Calatayud a descansar. Por todas aquellas tierras pasa-
ban pregonando su destino y muchas gentes se unieron a estos
dos caudillos, llamados Fáriz y Galve. Al bueno de nuestro Cid
iban a sitiar en Alcocer.

38
Cantar primero

SITIAN AL CID EN ALCOCER

Plantaron las tiendas y prepararon el aloJ·am·ien t o, mientras


·
crecían las tropas, que cada vez eran más numerosas y abun-
dantes. Los moros colocaron bastantes centinelas bien armados
de día Y de noche; había muchos centinelas y el ejército acam-
pado era muy numeroso.
A los del Cid empezó a faltarles el agua, así que sus mesna-
das querían presentar batalla, pero el que en buen hora nació
se lo prohibía con firmeza. En total, los tuvieron cercados más
de tres semanas.
Al término de la tercera, cuando iba a comenzar la cuarta,
el Cid se reunió con los suyos para deliberar:
-El agua nos han quitado, se nos va a acabar el pan. No
nos consentirán que nos escapemos de noche; sus fuerzas son
grandes para luchar contra ellos. Decidme, caballeros, qué de-
bemos hacer.
Habló primero Minaya, prestigioso caballero:
-De Castilla, la gentil, nos echaron hacia acá, si no lu-
chamos contra los moros, no nos ganaremos el pan. Somos
seiscientos y puede que alguno más, en el nombre del Crea-
dor, no pensemos en otra cosa que no sea combatirlos mañana
mismo.
-A mi gusto hablaste -dijo el Campeador-, Y esas pala-
bras os honran, como de vos cabía esperar.
Mandó echar fuera del castillo a todos los moros Y moras,
. ninguno
para que no supiese . 1 pas aron el día y la no-
este pan.
. . 1 ñana cuando el
eh e preparándose. Al día siguiente por a ma '
. . .d él iban ya estaban
so1se disponía a salir, el C1 y cuantos con . /" .
.d
arma d os. Hablaba nuestro C1 como a ora h me oire1s decir:

39
. Cid
cantar de Mio

dos fuera, que no se quede nadie salv d


Salgamos to . . o os
- rán la puerta. S1 monmos en el campo
nes que protege 1 b 11 ' en-
peo 1 ·110· si vencemos en a ata a, aumentare
trarán en e casn ' , . rnos
. y vos Pedro Bermudez, tomad m1 band
nuestra nqueza. ' ,. 1 1 d era;
. valiente la llevareis con ea ta , pero no av
como sois muy ' an-
,. con ella hasta que yo os lo mande.
ce1s
Besó la mano al Cid y fue a coger la bandera. Abrieron las
puertas, se lanzaron fuera; al verlo los centinelas se volvieron al
campamento. ¡Qué prisa tenían los moros al _volver para tomar
las armas! Con el ruido de los tambores la tierra parecía rom-
perse. Mirad cómo se armaban los moros y formaban rápi-
damente las filas. Llevaban los moros dos banderas principales,
y tantos estandartes mezclados que nadie los podría contar.
Avanzaban las filas de los moros, para atacar al Cid y a los su-
yos. El que en buen hora ciñó espada dijo:
-Quedaos quietas, mesnadas, aquí en este lugar, que no se
arranque ninguno hasta que yo lo mande.
Pero Pedro Bermúdez no pudo esperar más y con la bande-
ra en la mano empezó a espolear a su caballo:
-¡Que el Creador os proteja, Cid Campeador leal! Voy a
meter vuestra bandera en la fila mayor y veremos cómo la de-
fendéis los que tenéis el deber de hacerlo.
-¡No lo hagáis, por caridad! -dijo el Campeador. ·.
-¡Por nada lo he de dejar! -repuso Pedro Bermúdez, es-
poleando el caballo y metiéndose entre los enemigos.
Los moros le esperaban para arrebatarle la bandera, le gol-
pearon con fiereza, pero no lograron romperle la loriga. Dijo
entonces el Campeador:
-¡Ayudadle, por caridad!
• Los guerreros co locaron sus escudos delante d el cota ·· zón,
6ªJaron las lan 1 ca-
zas envue tas en los pendones, inclinaron 5tl5

40
Cantar p rimero

17
ras por encima del arzón , iban a atacar con todo el corazón.
Con grandes voces los llama ba el que en buena hora nació:
-¡Aracadlos_, caballeros, por amor del Creador! ¡Yo soy Ro-
drigo Díaz, el Cid Camp eador !
Todos acome tieron en las filas donde estaba Pedro Bermú-
dez, eran trescientas lanzas, todas con sus pendo nes y a tres-
cientos moros matar on de un solo golpe y otros tantos cuando
arremetieron al revolver para atrás.
Era digno de ver tantas lanzas bajar y subir, tantos escudos
perforar y traspasar, tantas lorigas romperse, tantos pendo nes
blancos salir rojos de sangre, tantos buenos caballos andar sin
sus jinetes. Los moros gritab an «Mahoma» y los cristianos,
«Santiago». En muy poco espacio había ya mil trescientos mo-
ros muertos.
¡Qué bien peleaba sobre su dorado arzón nuestro Cid Rodri-
go Díaz, el buen luchador! Minay a Álvar Fáñez, que fue señor
de Zurita; Martí n Antolínez, el burgalés ilustre; Muño Gustioz,
que con el Cid se crio; Martí n Muño z, el que mand ó en Monte -
mayor; Álvar Álvarez y Álvar Salvadórez; Galin do García, el
buen aragonés; y Félix Muño z, el sobrin o del Campeador, y to-
dos cuantos allí estaba n acudi eron en socorro de nuestr o Cid
Campeador y de su pendó n.
A Minaya Álvar Fáñez le matar on el caballo, enseguida lo so-
corrieron los guerreros cristianos. Como había roto la lanza, echó
mano a la espada; aunqu e luchaba a pie, iba dando buenos golpes.
t
Cuando lo vio el Cid Rodrigo Díaz, el castellano, se puso al coS ª-
do de un jefe moro que tenía un buen caballo Y le dio _tal golpe
con la espada, que lo cortó por la cintur a y arrojó el medio cuerpo
al Al,, F',...
campo, luego fue a darle el caballo a Minaya var anez:
n AfZón·
· Parte delantera de la silla de montar.

41
Cantar primero

buena barba. Con la capucha sobre la espalda, la espada en la


inano, vio cómo se acercaban los suyos:
-¡Gracias a Dios, a aquel que está en lo alto, porque he-
1110s ganado esta batalla!
El campamento moro saquearon enseguida los del Cid: es-
cudos, armas y otros ricos bienes, encontraron hasta quinien-
tos diez caballos. Gran alegría corría entre aquellos cristianos,
pues no echaron de menos a más de quince de los suyos. En su
castillo acogió el Cid a los moros que le servían e incluso man-
dó que les regalaran algo. Muy contento estaba nuestro Cid
con todos sus vasallos, dio a repartir todo este dinero y estas ri-
cas ganancias; cien caballos le correspondieron al Cid en su
quinta parte. ¡Dios, cómo pagó a todos sus vasallos, a los que
lucharon a pie y a los de a caballo! Lo dispuso muy bien el que
en buena hora nació, todos los que iban con él quedaron satis-
fechos.

, . . d h . de esta riqueza que el


-O1d, M1naya, m1 brazo erec 0 · l que os plazca.
Cr.eador nos ha dado, coged con vuestra mdano ºhemos ganado
· enviaros a Casn•11a para in
Qu1ero · f; rmar e que
°ha desterrado , quiero entre-
esta batalla; al rey Alfonso, que me

43
Ca ntar de~ o Ci d --
a ca ba llos , to d o s co n sus silla s y bie
mo resente treint arzones. n
1
gar e ca P s co lg an do d e los
espadad.. M .
areiados y con sendas 1n ay a A
.,
lvar Fáñez.
ap ' gu st o - IJ O
-L o haré yo con u n a bolsa llena d e oro
n u ó el C id -
-H e aquí -c o n ti e B ur gos pagad tnil _Y
M ar ía d
plata hasta el borde; en
y a m
S an
is
ta
hi ja s lo q u e sobre, q u e recen po/1u:
sas, dad a mi mujer da , se rá n da m as ricas. llli
ios m e d a vi
de noche y de día; si D

44
SIGUEN LAS CONQUISTAS DEL CID

TodL) preparado ya, Minaya se fue de madrugada y el Campea-


dor permaneció allí con su mesnada. Esta tierra era peligrosa y de
n1ticho riesgo para las personas; todos los días acechaban al Cid
los n1oros de las fronteras y otros moros de tierras más lejanas.
Cuando sanó el caudillo Fáriz, hablaron con él. Entre los moros
de Teca, los de Terrer y los de Calatayud, la ciudad más ilustre,
acordaron y firmaron esto: el Cid les vendió Alcacer por tres mil
marcos de plata. ¡Sí, el Cid Rodrigo Díaz vendió Alcacer! Con el
importe de la venta, ¡qué bien pagó a sus vasallos! Ha enriqueci-
do a caballeros y a peones, no encontraréis un pobre entre los su-
yos. ¡Quien a buen caballero sirve siempre vive con deleite!
Cuando el Cid se disponía a abandonar el castillo, los mo-
ros y las moras comenzaron a lamentarse:
-¡Ya te vas, Cid, nuestras oraciones te acompañarán! Agra-
decidos quedamos, señor, de tu forma de obrar.
Alzó el Cid su enseña -¡el Campeador se marchaba!-,
avanzó por el río Jalón abajo, dirigiendo su caballo siempre ha-
cia adelante. Al salir del valle, las aves le mostraron buenos pre-
sagios. Eso alegró a los de Terrer, y más aún a los de Calatayud,
aunque les pesó a los de Alcacer, que gran provecho habían
obtenido. El Cid siguió adelante y acampó en un cerro, muy
difícil de asaltar, que está junto a Monreal. Sometió a parias a
Daroca en primer lugar; después a Malina, que está al otro
lado; la tercera fue Teruel, que está más allá; en su mano tenía
también a Cella, la del Canal.
¡!)ios proteja a nuestro Cid Rodrigo Díaz en tierra de moros!
Alvar Fáñez Minaya había ido a Castilla para ofrecer al rey
treinta caballos. Los miró el rey y sonrió complacido:

45
. Cid
cantar de Mio

ñor os proteja, Minaya, ¿quién me los ofrec ;)


Q ue e1 se b h . e.
- .d R drigo Díaz, que en uena ora ciñó la es
-El C1 ° dillos moros; senor, ,., sus ganancias. son sPada b ·
y¡en ció a d os cau , o er-
h do rey env1a este presente, os ,besa los pies .
b. A vos, onra ' ,.
ias. que le otorgue1s vuestro favor, as1 el Cread Y
las manos para or os
protep.
Dijo el rey:
-Poco tiempo es para acoger al cabo de unas semanas a un
hombre desterrado, que ha perdido el favor de su señor. Pero,
pues procede de los moros, acepto este presente; e incluso me
alegro por el Cid que hizo este botín. Ademá~ a vos os perdo-
no, Minaya, que os sean devueltos honores y tierras.' Podéis en-
trar y salir, que tenéis mi favor, pero del Cid Campeado r yo no
os digo nada. Más os digo, Minaya: a todos los hombres bue-
nos y valientes de mi reino que quisieran ayudar al Cid, los
dejo libres de hacerlo sin que pierdan sus propiedades.
Le besó las manos Minaya Álvar F áñez:
-Gracias os doy, rey, como señor natural. Si nos concedéis
ahora esto, en adelante concederéis más.
-Id por Castilla, que os dejen cabalgar, sin ningún temor
id a reuniros con el Cid.
Ahora os quiero hablar del que en buena hora ciñó la espa-
da. Acampó en aquel cerro, que mientras que exista, sea de mo-
ros O de cristianos, será nombrado en los document os como el
cerr~ del Cid. Mientras estuvo allí, saqueó una gran extensión
de tierra, sometió a parias todo el valle del río Martín. Hast ª
~aragoza llegaban las noticias, que no gustaban a los moro~,
sino ~ue les apesadum braban profunda mente. Allí estuvo mas
de . quince sem anas. C uan d o vio . el prudente Campea d0 r que
M inaya tardaba 1 a1· , d noche;
d •, l en va ver, con todas sus gentes s 10 e
e¡o e cerro, lo abandonó todo, llegó más allá de Teruel, y

46
- Cantar primero

acanlpÓ en el pinar de Tévar. Fue saqueando todas estas tierras,


hasta llegar a Zaragoza, a la que sometió al pago de las parias.
Cuando hubo hecho todo esto, al cabo de tres semanas,
Minaya regresó de Castilla, y con él doscientos caballeros con
espadas e innumerables peones. Cuando el Cid vio aparecer a
Minaya, fue a abrazarlo rápidamente galopando en su caballo;
le besó la boca y los ojos. Minaya, que no le ocultaba nada, le
contó todo lo sucedido. El Campeador sonreía complacido:
-¡Gracias a Dios y a sus fuerzas santas, mientras vos viváis,
bien me irá a mí, Minaya!
¡Dios, qué alegre se puso aquel ejército con la llegada de
Minaya Álvar Fáñez, que les traía saludos de primos y de her-
manos y de las esposas que habían dejado atrás. ¡Dios, qué ale-

47
C~an ~t~ar primer o
__ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _____=::

EL CID SE ENFRENTA AL CONDE DE BARCELONA

El Cid don Rodrigo descendía de la sierra y entraba en el valle


carga do con grandes ganancias. Le llegó el mensaje del conde
don Ramó n, y el de Vivar le respondió:
-Dec id al cond e que no se lo tome a mal, que no llevo
nada suyo, que me deje ir en paz.
Repuso el conde:
-¡No será así! Lo de antes y lo de ahora, todo junto me lo
va a pagar, se va a enter ar el desterrado ese de a quién ha venido
a deshonrar.
Regresó el mens ajero lo más deprisa que pudo ; enton ces
comp rendi ó el Cid de Vivar que no lo iba a pode r evitar si no
era con una batalla:
-¡Ca balle ros, dejad el botín a un lado, armaos depri sa y
coged las armas! El conde don Ramó n nos quiere dar gran ba-
talla, viene con much a gente entre moros y cristianos, de nin-
guna de las mane ras nos va a dejar sin luchar. Com o están
detrás de nosotros, que sea aquí la batalla; apretad las cinchas a
los caballos y vestid las armaduras. Ellos vienen cuesta abajo y
solo llevan puestas las calzas, traen sillas de carrera y las cinchas
19
aflojadas; nosot ros cabalgamos en sillas gallegas y con botas
sobre las calzas, así que con solo cien caballeros venceremos a
esas mesnadas. Ante s de que ellos lleguen al llano, prese nté-
mosles las lanzas; por cada uno que hiráis, tres sillas de los su-
yos irán vacías. Hoy verá Ramó n Beren guer en este pinar de
T évar quién es al que ha perse guido para quita rle sus ganan -
Cias.
que las que
Sillas gallegas: sillas toscas y duras más adecua das para comba tir
19

traen los hombre s del conde de Barcelo na

49
Cantar de Mio Cid

estaban ya todos cuando terminó de h bl


Prepara dos a ar l
·¿ 1 mas en las manos y firmes sobre los caballos· e
C1 , as ar . ., . d l , Por l
cuesta ab a)·0 vieron venir el eJerc1to ,e os catalanes · Al fi1nal deª
1a cues ta , Ce rca ya del llano,
. .
mando atacar el Cid el q
' ue en
buena hora nació; así lo h1c1eron los su!?s con gusto y qué bien
emplearon los pendone s y las lanzas, h1nend o a unos, derriban-
do a otros.
El que en buena hora nació ganó la batalla y apresó al con-
de don Ramón. Allí ganó la espada Colada, que valía más de
mil marcos de plata, allí venció esta batalla a gran honra de sus
barbas. Apresó al conde y lo llevó a su tienda custodiado por
hombres de su confianza. Cuando salió de la tienda, los suyos
llegaban de todas partes y se alegró el Cid de las grandes ga-
nancias que traían. Gran comida le prepara ron al Cid don Ro-
drigo, pero el conde don Ramón la rechaza ba; le trajeron la
comida, se la pusieron delante, pero él se negaba a comer y los
despreciaba a todos.
-Come d, conde, este pan y bebed este vino -le dijo
nuestro Cid-; si hacéis lo que digo, dejaréis de estar cautivo;
si no, no volveréis a ver a nadie en vuestra vida.
-Come d vos, don Rodrigo , y descans ad -dijo el conde-
que no quiero yo comer, sino morirm e.
Hasta el tercer día no lo pudiero n convenc er; mientras ellos
se repartían las grandes gananci as, no consigu ieron hacerle to-
mar un bocado. Dijo entonce s el Cid:
. -Come d algo, conde, que si no coméis, no veréis a nadie;
s1.me com 1 ,. · do, os soltaré
P aceis com1en a vos y a dos de vuest ros
hidalgos y os concederé la libertad .
Cuando
. esto oyo' e1con d
e, empezó a alegrarse: .
-S1 hacéis Cid h b , . . 1 de 111 1
·d ' ' est0 que a e1s dicho por e resto
v1 a quedaré agradecido. '

50
., ~ ♦ -~ ~ ~
~]

~~
ed conde, y cuando hayáis comido a v
- Pues, Com , . :. os y a
otros d os Os daré la libertad; pero de todo lo que habeis perd'd
1 o
y yo he ganado en el ~ampo de ~atall~, sabed que no os voy a
dar nada, que lo necesito para m1 y mis vasallos, porque hemos
caído en desgracia. Con lo que vamos cogiendo de vos y de
otros nos vamos arreglando; como he incurrido en la ira del rey
y he sido desterrado, llevaremos esta vida hasta que Dios quiera.
El conde se animó y pidió agua para lavarse las manos.
Como la tenían preparada, se la dieron enseguida. ¡Con qué
gusto comió el conde con los caballeros que el Cid había elegi-
do! A su lado estaba el que en buena hora nació:
-Si no coméis suficiente, conde, que yo no quede satisfe-
cho, aquí nos quedaremos los dos y no nos separaremos.
El conde respondió:
-¡Comeré de buena gana!
Con los dos caballeros estuvo comiendo deprisa y el Cid se
quedó satisfecho porque vio que el conde don Ramón movía li-
gero las manos.
-Con vuestro permiso, Cid, ya estamos listos para mar-
char; mandad que nos den los caballos y cabalgaremos al ins-
tan te. Desde que soy conde no he comido tan a gusto, no
olvidaré nunca el placer que he tenido 0

Le_ dieron tres caballos de paseo m uy bien ensillados Ypara


e11os neos mane .1
. d os Y pie es. El conde don Ramón se coloco' en
med10 e los dos b 11 fi e
ad d' l ca ª eros. Hasta el final del campamento u
espe ir os el castellano:
-¡Os marcháis lib d ha-
béis deJ·ad I s· re, con e! ¡Os agradezco lo que rne
carme f' ·¡
º· 1 se os oc urnese
·
querer vengaros y vinieseis· ª bus-
' aci mente me d ,. do )'
0 bien me d • ,. po reis encontrar: pero, será luchan
,.
vareis algo.
eJare1s más d ' s lle-
e vuestros bienes o de los m10s 0

52
Can tar primero

-Estad tranquilo, Cid, estáis a salvo. Os he pagado tributo


para todo este año, y no se me ocurrirá venir a buscaros.
Espoleó el caballo el conde y empezó a andar, volvía la ca-
beza y miraba hacia atrás, con miedo de que el Cid se fuera a
arrepentir, cosa que el prudente Campeador no haría por nada
del mundo, pues nunca cometió traición alguna.
Ido el conde, volvió el de Vivar, se reunió con sus mes nadas
y con ellos se alegró de la extrao rd inari a y gran ga nancia qu e
habían conseguido, ¡sus hombres eran can ricos que ni sab ían lo
que tenían!

53

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