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JESUS ES CAPAZ DE HACER SALTAR TODOS LOS CERROJOS.

Pasaron ocho días. Ocho días de aquel fatídico viernes , en que los doce vieron morir a su Maestro..El grupo de los
discípulos está en una casa con las puertas cerradas. Cerrados a la luz, incapaces de asomarse (enfrentarse) a la vida,
al «y ahora qué»?. Atascados en sus recuerdos, tristezas y añoranzas.

Hablando en voz baja cuando fuera imprescindible decir algo, sin mirarse a los ojos. Incomunicados, aunque
estuvieran juntos. Un fracaso rumiado iba echando raíces amargas en el corazón. La noche era oscura (por dentro y
por fuera), no se esperaban un final así, un final en el que tenían mucho de qué avergonzarse. Estar "con las puertas
cerradas” es todo un símbolo. Es estar cerrados al diálogo, dándole vueltas a «lo que me ha pasado a mí»,

a lo que he hecho o lo que me han hecho, cerrados al encuentro con los otros, no querer saber nada de nada ni de
nadie; cerrados a la reflexión sobre lo que ha pasado sin intentar encontrarle algún sentido. No saber qué hacer, ni a
dónde ir, ni qué decir. Se sentían tan encerrados y enterrados como su maestro en el sepulcro. Pero estaban juntos.
Aunque faltara alguno, ¡estaban juntos!

El miedo que me hagan daño ¡otra vez!, el miedo a que me juzguen mal, el miedo a volver a ilusionarme y a soñar,
para no llevarme un nuevo chasco, el miedo a quedarme solo, a no tener fuerzas, a fracasar... Jesús entra y abre las
puertas. Igual que abrió las puertas de su sepulcro. Y su nueva vida -su Pascua- es contagiosa, se extiende, se
reparte, se multiplica. Si él ha salido de la oscuridad, también la luz tiene que llegar a los suyos.

Si él ya no está encerrado, es porque sabe cómo hacer saltar todos los cerrojos y pestillos. Y se pone ahí, en medio,
que es donde siempre ha querido estar. En medio de nuestros fracasos y en medio de la comunidad. En medio de
nuestra vida y de nuestras inquietudes. No está esperando que le vayamos a buscar. Es él quien viene, seguramente
cuando ni siquiera lo esperábamos, cuando le creíamos perdido para siempre. Y lo primero que hace es pacificarnos.
Hacernos descubrir que no está todo perdido. Que nuestros errores no son insalvables, si él pone en ellos su
misericordia.

Lo tendrá que hacer muchas veces, porque la tristeza, las sombras y el miedo se adueñan de nosotros muchas veces.

Y al pacificarnos nos hace capaces de pacificar y reconciliar a otros. El demonio de la violencia y del fracaso no tiene
nada que hacer ante su paz. El círculo vicioso de la venganza y la culpa ha quedado roto, y gracias a él también
nosotros lo podemos romper. Y ese corazón herido por odios, resentimientos y enemistades puede volver a amar,

y amar más, más fuerte, más intensamente, más generosamente. Todo esto será posible cuando recibamos, como un
soplo de aire fresco, el don de su Espíritu, de Él mismo.

PODEMOS PEDIRLE HOY AL RESUCITADO:

Entra Jesús, para que en nuestra comunidad, en nuestras casas, en nuestras cosas, se empiece a escuchar el rumor
de la vida, para que dejemos de ser tan incrédulos, y nos atrevamos a decir no que tú eres Dios y Señor, sino «mi
Señor y mi Dios».

Contigo en medio, irá cambiando el rostro de cada comunidad, d Nos invita a tocar las llagas, porque sólo palpando
con nuestras propias manos el sufrimiento de los hombres, podremos darnos cuenta de que siguen abiertas,
sangrantes hoy... en el cuerpo de sus hermanos de toda la Iglesia.

Con el Espíritu estaremos dispuestos a salir a la calle, y «armar lío»Llevaremos en los pies un anuncio misionero,
gozoso; en las manos, dones para repartir e intercambiar gratuitamente; en los ojos, mucha alegría y atención para
descubrir los pequeños signos y gestos de vida salpican cada día; con las manos entrelazadas, mucha solidaridad
hacia dentro y hacia fuera; en la boca cantares de alabanza a tu misericordia…y en la mochila, un encargo tuyo:
ofrecer alternativas a un mundo injusto; en el corazón, un susurro de adoración: “Señor nuestro y Dios nuestro”Y nos
mirarán todos con mucho agrado, al ver que nadie pasa necesidades. Y que damos testimonio con mucho valor.

Entonces habremos conseguido la victoria sobre el mundo con nuestra fe en el Resucitado.

Enrique Lamas de Noriega.

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