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La educación como factor de cambio social en la experiencia mexicana:

Los retos inmediatos.


En un trabajo previo, realizamos un repaso por las principales etapas y
acontecimientos históricos mexicanos destacando los principales cambios sociales
influenciados por la educación y concluimos que la misma como un proceso
íntimamente vinculado a dichos cambios sociales nos permite ponderar los aportes
de generaciones pasadas en la construcción del modelo educativo de calidad donde
se privilegian los valores como sistema de vida.
Posteriormente, analizamos los aspectos centrales de la sociedad y educación
actual para problematizar su evolución mediata, discutiendo brevemente la situación
actual de la sociedad y educación mexicanas, que nos conduce necesariamente al
abordaje de temas pendientes y emergentes de la sociedad y el rol de la educación
ante ellos, lo que nos motiva –y obliga metodológica y epistemológicamente- a
responder, entre otras, las siguientes interrogantes:
● ¿Cuáles son los cambios necesarios en la sociedad actual?
● ¿Cuáles son los cambios sociales posibles desde la educación?
Sin embargo, como ya lo establece Dewey (1937), el problema “no reside en si las
escuelas deben participar en la formación de una nueva sociedad sino en si deben
hacerlo ciega e irresponsablemente o empleando toda la inteligencia con la mayor
valentía y responsabilidad posibles” (citado por Niebles Reales, 2005), a fin de
impulsar la generación de cambio social con el apoyo de la educación en el futuro
inmediato de México.
Intentando dar respuesta a la primera de las preguntas, diremos que actualmente la
sociedad mexicana está inmersa -como prácticamente todas las del mundo- en una
“crisis” postpandemia derivada de su propia contextualización en la economía
global y la sociedad del conocimiento generadas por el enfoque neoliberal impuesto
en todo el globo terráqueo -y más allá, si consideramos el turismo aeroespacial y
la inmobiliaria del futuro con “ciudades” en la luna y marte que ya empiezan a
promoverse como negocios fuera del ´planeta-.
De acuerdo con Jurjo Torres (1998, 2019), diremos que las sociedades actuales
están muy orientadas a la producción (de mercancías) y reproducción (del sistema)
capitalistas, donde todo es visto como negocio (se compra y se vende; se emprende
individual o colectivamente, como empresa: entidad productiva con fines
generalmente lucrativos). Si a esta ecuación agregamos el aspecto tecnológico -sin
satanizarlo totalmente- describiendo objetivamente que provoca un distanciamiento
o ausencia de interacción humana “real” (hoy podemos ver “ridículamente” a 2 o
más personas “chateando” entre sí, cuando sólo les separan algunos centímetros
de distancia… en lugar de experimentar una “comunicación real”) y no hablemos de
la “inteligencia artificial” actualmente en pleno debate y sus impredecibles e inciertas
consecuencias.
Lo narrado hasta aquí sigue una lógica económica que promueve (y reconoce
implícitamente) el individualismo, ya que los logros son considerados el producto
del esfuerzo personal, sin apreciar los aportes o influencias del contexto social o
colectivo. Luego entonces, se busca la excelencia (ser mejor que los demás y a
veces a costa de los demás) y se practica la des-socialización (segregación),
contraria al discurso educativo que declarativamente busca la integración del
individuo para la vida en sociedad. Ello conduce, tácita y muy seguramente sin plena
conciencia de los docentes, a la desciudadanización de los seres humanos y a la
destrucción de la democracia como forma de vida.
Suponiendo, sin conceder, que lo descrito es una triste y desafiante “realidad”,
habría que cuestionarnos la efectividad y el éxito del sistema educativo y siguiendo
a Santos Guerra (2009) decir que “La escuela no sirve para nada”, como reza el
sugestivo título de Perrenoud ya que si dicha institución “… tiene dos cometidos
básicos. El primero consiste en desarrollar la solidaridad y el respeto al otro sin los
cuales no se puede vivir juntos ni construir un orden mundial equitativo. Mediante el
segundo pretende construir herramientas para hacer el mundo inteligible y ayudar
a comprender las causas y las consecuencias de la acción, tanto individual como
colectiva, tanto propia como ajena”, y parafraseando a los citados autores, si los
conocimientos adquiridos en la escuela y en la Universidad sirven para engañar más
fácilmente a los demás, para oprimirlos mejor y para manipularlos eficazmente,
“¿podríamos estar satisfechos de la tarea realizada en ellas? ¿No sería mejor no
contar con ellas?... Si los grandes triunfadores del sistema educativo, que son
quienes gobiernan los pueblos, no están muy preocupados porque disminuya en el
mundo la injusticia, el hambre, la opresión, la ignorancia y la miseria, ¿por qué
hablamos de éxito del sistema educativo?”
Reiterando pues, la suposición sin conceder, concluiríamos parcialmente como
respuesta a la pregunta inicial que se requiere de manera urgente modificar
sustancialmente el orden de cosas en México, es decir, educar verdaderamente a
la población estudiantil de todos los niveles y no sólo instruirla como mano de obra
calificada; lo que nos lleva a responder la segunda pregunta planteada en la parte
inicial.
En nuestra modesta opinión, para poder impactar significativamente una
transformación social desde el ámbito educativo, sus actores -principalmente los
profesores y quizá, en menor medida inicialmente, los estudiantes- deberíamos
adquirir plena conciencia del llamado curriculum oculto (Torres, 1998) a fin de
detectar sus relaciones con las producciones económicas, culturales y políticas,
identificando el significado social y las consecuencias o efectos no previstos
(concientemente) de las experiencias escolares; ya que una filosofía educativa con
gran énfasis en la reproducción del statu quo condiciona el análisis curricular.
Ello hace necesario que en la escuela (como una especie de “laboratorio social”)
sus integrantes con compromiso intelectual construyamos un entorno propicio para
la reflexión y el debate sin simulaciones, analizando los contenidos que se imparten
y cómo lo hacemos, con la idea de generar una reflexión de nuestros alumnos y
alumnas que les permita interpretar y comprender la realidad y los eduquemos para
poder intervenir como agentes de cambio conscientes en la transformación de las
esferas de la vida social, de manera solidaria, democrática y efectiva.
Asimismo, deben empezarse a instrumentar políticas y prácticas educativas que
atiendan a la diversidad social que se refleja en las aulas y tratar de contribuir a
evitar la segregación entre “nosotros” y “los otros” y la marginación, tanto dentro del
aula como su reflejo fuera de las instituciones educativas.
El reto, si bien no es fácil, mucho menos postergable. La tarea diaria de la docente
regida por la costumbre, la tradición, la rutina, propiciadas por la enorme carga de
trabajo, ya no digamos por la posible coerción, es un escollo para la reflexión
propuesta. Ello nos conduce a reclamar y exigir de la política educativa y de su
agente instrumentador, la administración educativa, la creación de condiciones más
adecuadas para convertir al docente en investigador reflexivo e innovador para
obtener la tan pretendida calidad educativa, entendida como alcanzar las cualidades
esenciales de esta noble tarea didáctico-pedagógica y no limitarla -como lo
demanda el mercado- a la simple satisfacción de las necesidades del cliente; sobre
todo una vez tomada conciencia plena de que en última instancia el referido cliente
es actualmente el capital en su expresión financiera.

Referencias:

Niebles Reales, Eleucilio. La educación como agente del cambio en John Dewey. Disponible en:
https://www.redalyc.org/pdf/937/93701003.pdf

Torres Santomé, Jurjo (1998). El curriculum oculto. Editorial Morata, Madrid, España.

“Educación neoliberal. El discurso de excelencia y las prácticas de des-socialización” - Jurjo


Torres (UNAM, Febrero de 2019).

La escuela no sirve para nada. Disponible en:


https://mas.laopiniondemalaga.es/blog/eladarve/2009/06/20/la-escuela-no-sirve-para-nada/

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