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LOMO

11 mm

«Un veraz, agudo, irreverente y divertido ensayo sobre la


OTROS TÍTULOS RELACIONADOS Cincuenta años del libro más odiado condición de la mujer pequeñoburguesa en Occidente.»
por el movimiento feminista Del prólogo de Arcadi Espada

La psicóloga germano-argentina Esther Vilar se hizo célebre en EDICIÓN

El

Esther Vilar
los años setenta por atreverse a invertir radicalmente el incipiente ESPECIAL
discurso feminista sosteniendo que el auténtico oprimido en
nuestras sociedades industrializadas es el hombre.
HOMBRES ANIVERSARIO
Y MUJERES:
El varón domado desarrolla esta provocadora tesis que asegura

varón
¿QUÉ NOS DICE LA
NEUROCIENCIA? que las mujeres explotan en su beneficio todo un sistema de
René Ecochard dominación sobre los hombres mediante su poder seductor.
Deusto, 2023 Vilar afirma que, a la manera de Pávlov con sus perros, las
mujeres domestican a los hombres usando el sexo como Esther Vilar (Buenos Aires, Argentina,
herramienta de manipulación, hasta volverlos completamente 1935) es una escritora, socióloga y médica

domado
dependientes y sumisos. germano-argentina. Antes de dedicarse a
escribir, estudió Medicina en la Universidad
Ofreciendo el coito a intervalos regulares como contraprestación
de Buenos Aires y, en 1960, fue becada
y recurriendo al chantaje emocional, las mujeres consiguen
para continuar sus estudios en la República

El varón domado
que los varones trabajen para ellas y carguen con todas las
Federal Alemana. Un año después, Esther
responsabilidades. Y, a la vez, logran que sus víctimas no sólo
HOMBRES se casó con el autor alemán Klaus Wagn,
Por qué el hombre moderno no se sientan humilladas y engañadas, sino que se perciban
unión que terminó en divorcio. Tras esto,
lo está pasando mal, por qué es como los auténticos dominadores.
un problema a tener en cuenta la autora diría: «No rompí con el hombre,
y qué hacer al respecto
En una época de asfixiante corrección política, una obra que sólo con el matrimonio como institución».
Richard V. Reeves
afirma que «para la mujer, el amor sirve de pretexto para la
Deusto, 2023 Es autora de la trilogía El varón domado
explotación comercial; para el hombre, de excusa emotiva para
(1971), El varón polígamo (1974) y Modelo
su existencia de esclavo» resulta mucho más polémica que para un nuevo machismo (1977), así como
cuando fue publicada. de los ensayos Viejos (1981), El encanto de
La reedición de El varón domado, cincuenta años después de su la estupidez (1987) y Prohibido pensar (1998).
publicación original, es una invitación a atreverse a pensar fuera
de los dogmas de la ideología de género.

NADIE NACE EN
UN CUERPO
EQUIVOCADO

Esther Vilar
Éxito y miseria de
la identidad de género
José Errasti y Marino
Pérez Álvarez
Deusto, 2022

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Traducción
#ElVarónDomado de Silvia Yusta Diseño de cubierta: Sylvia Sans Bassat

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El varón domado

ESTHER VILAR
Traducción de Silvia Yusta

EDICIONES DEUSTO

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Título original: Der Dressierte Mann
Título original: Fossil
Título original: Fossil Future:
Future: Why
Why Global
Global Human
Human Flourishing
Flourishing Requires
Requires More
More Oil,
Oil, Coal,
Coal,
and
and Natural
© Esther Gas—Not
Vilar,
Natural Less
1971 Less
Gas—Not

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del prólogo:
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ofArcadi Espada, 2023
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Sumario

Prólogo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17

1. De la felicidad de los esclavos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23


2. ¿Qué es el hombre? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 27
3. ¿Qué es la mujer? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 35
4. El horizonte femenino . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 43
5. El bello sexo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 51
6. El universo es masculino . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 59
7. Su estupidez hace divina a la mujer . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 69
8. Trucos de doma . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 75
9. Doma mediante el autodesprecio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 83
10. Glosario . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 91
11. Las mujeres son insensibles . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 95
12. El sexo como recompensa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 101
13. La libido femenina . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 109
14. La doma a través de la argucia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 117
15. La comercialización de las plegarias . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 125
16. Autodoma . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 133
17. Los hijos como rehenes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 141
18. Los vicios femeninos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 151
19. La máscara de la feminidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 161

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8 · El varón domado

20. El mundo profesional, un coto de caza . . . . . . . . . . . . . . . . . 171


21. La mujer «emancipada» . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 179
22. Women’s liberation movement. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 187
23. ¿Qué es el amor? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 205

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1
De la felicidad de los esclavos

El MG amarillo limón derrapa. La joven al volante lo de-


tiene con cierta temeridad, se baja y descubre que la rue-
da delantera izquierda está pinchada. Sin perder un ins-
tante, adopta las medidas oportunas para repararla: dirige
su mirada hacia los coches que pasan, como si esperara a
alguien. Ante esta señal internacionalmente estandariza-
da de indefensión femenina —mujer débil defraudada
por la tecnología masculina—, no tarda en detenerse una
furgoneta. De un simple vistazo, el conductor detecta el
problema. Con un tono tranquilizador, le dice: «Esto lo
arreglamos en un momento» y, mostrando su propia de-
terminación, le pide a la mujer el gato. No le pregunta si
ella misma puede cambiar la rueda, ¿para qué?, ya sabe
que no puede (ella tendrá unos treinta años, viste a la
moda y va maquillada). Como no encuentra el gato, él va
a por el suyo y, de paso, trae consigo el resto de sus herra-
mientas. Cinco minutos más tarde, la nueva rueda ya está
montada y la pinchada a buen recaudo en su lugar corres-

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24 · El varón domado

pondiente. Tiene las manos manchadas de grasa. La mujer


le ofrece un pañuelo bordado que él rechaza con educa-
ción. Siempre guarda un trapo viejo en su caja de herra-
mientas para estas ocasiones. La mujer le da las gracias
con efusividad y se disculpa por su «típica impericia fe-
menina». Si él no se hubiera detenido, le dice, probable-
mente se habría quedado ahí plantada hasta el anoche-
cer. Él no contesta, pero cuando ella entra en el coche,
cierra galante la puerta y a través de la ventanilla bajada
le aconseja que sustituya pronto la rueda pinchada. Ella
asegura que esa misma noche pedirá a su mecánico habi-
tual que se encargue de hacerlo. Y se aleja.
Mientras recoge sus herramientas y se vuelve al coche,
el hombre lamenta no poder lavarse las manos en ese mo-
mento. Al haber estado cambiando la rueda sobre barro
húmedo, sus zapatos tampoco están todo lo limpios que
cabría esperar en alguien con su profesión: es comercial.
Además, tiene que darse prisa si quiere llegar a tiempo a su
próxima cita. Arranca el motor. «Mujeres —piensa—, la
una más tonta que la otra». Y se pregunta qué habría he-
cho ésta si él no hubiera pasado por allí en ese momento.
Pisa el acelerador y conduce más rápido de lo habitual para
compensar el retraso. Al rato, empieza a tararear. En cierto
modo, se siente feliz.

La mayoría de los hombres se habría comportado exacta-


mente igual en la misma situación, la mayoría de las mu-
jeres también. Sin titubear, por el mero hecho de que él es
un hombre y ella es algo completamente distinto, la mujer

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De la felicidad de los esclavos · 25

se servirá del trabajo de un hombre cada vez que se pre-


sente la oportunidad. ¿Qué otra cosa podría haber hecho
esta mujer más que esperar? Lo único que le han enseña-
do es que cuando tiene una avería, debe recurrir a un
hombre. En cambio, el hombre, que ha prestado un servi-
cio a un completo desconocido de forma rápida, experta y
gratuita, ha estropeado su ropa, puesto en peligro la con-
clusión de un negocio e incluso a sí mismo por conducir a
gran velocidad, aparte de cambiar la rueda, podría haber
reparado una docena de averías más. Y lo habría hecho. Se
formó expresamente para eso. ¿Y por qué debería apren-
der una mujer a reparar un coche cuando la mitad de los
seres humanos, los hombres, ya saben hacerlo y además
están dispuestos a poner sus habilidades a disposición de
la otra mitad?
Las mujeres dejan que los hombres trabajen para
ellas, piensen por ellas, asuman todas sus responsabili-
dades. Las mujeres explotan a los hombres. Y, sin em-
bargo, los hombres son fuertes, inteligentes e imaginati-
vos; las mujeres, en cambio, débiles, tontas y carentes de
imaginación. Entonces, ¿cómo es posible que sean las
mujeres las que se aprovechan de los hombres y no al
revés?
¿Será que la fuerza, la inteligencia y la imaginación no
son requisitos indispensables del poder, sino de la sumi-
sión? ¿Acaso el mundo no lo gobiernan los capaces, sino
aquellos que no sirven para otra cosa, es decir, las mujeres?
Y si eso es así, ¿cómo consiguen las mujeres que sus vícti-
mas no se sientan traicionadas y humilladas, sino como lo
que en modo alguno son, como los amos y señores? ¿Cómo

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26 · El varón domado

consiguen las mujeres infundirles ese sentimiento de feli-


cidad cuando trabajan para ellas, esa sensación de orgullo
y superioridad que los incita a alcanzar logros cada vez ma-
yores?
¿Por qué nunca se desenmascara a las mujeres?

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2
¿Qué es el hombre?

¿Qué es el hombre? El hombre es un ser humano que traba-


ja. Con su trabajo se mantiene a sí mismo, a su esposa y a los
hijos de su esposa. Una mujer, en cambio, es un ser humano
que no trabaja o sólo lo hace de forma esporádica. Durante
la mayor parte de su vida no se mantiene a sí misma ni a sus
hijos, no digamos ya a su marido.
Cualquier cualidad que una mujer encuentre útil en un
hombre, la califica de masculina; todas las demás, sin utili-
dad ni para ella ni para nadie, las considera afeminadas.
Para tener éxito con las mujeres, el hombre debe tener un
aspecto masculino, es decir, en perfecta sintonía con su úni-
ca razón de ser, el trabajo. Su complexión debe ser tal que le
permita cumplir en todo momento cualquier tarea que se le
encargue.
Salvo por la noche, cuando la mayoría de los hombres
lleva pijamas de rayas de colores con uno o dos pares de
bolsillos, los hombres visten una especie de uniforme de co-
lor gris o marrón confeccionado con un material duradero

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28 · El varón domado

capaz de resistir la suciedad. Esos uniformes o trajes, que


así se los llama, suelen tener hasta diez bolsillos que le per-
miten al hombre tener siempre a mano los utensilios más
imprescindibles para su trabajo. En cambio, como la mujer
no trabaja, su ropa tanto de día como de noche carece de
bolsillos.
En los eventos sociales se permite al hombre vestir de un
color menos sufrido, el negro. El peligro de ensuciarse en
estas ocasiones no es tan grande y, además, el negro realza
aún más el colorido vestuario de la mujer. Se agradece, sin
embargo, la presencia ocasional de hombres ataviados con
traje de etiqueta verde o incluso rojo: refuerzan la masculi-
nidad de los hombres de verdad presentes.
El resto del aspecto del hombre también se adapta a su
situación. Su estilo de corte de pelo es tal que le basta con
un cuarto de hora en la peluquería cada dos o tres semanas
para mantenerlo arreglado. Rizos, ondas o tintes no son
aconsejables; no harían más que entorpecer en su trabajo,
que a menudo le obliga a estar en el exterior, si es que no lo
desempeña directamente al aire libre. E incluso si los lleva-
ra y le quedaran bien con total certeza no aumentarían su
éxito con las mujeres, porque éstas, a diferencia de los hom-
bres, nunca juzgan a los hombres por criterios estéticos. Los
hombres que optan por cortes de pelo más personalizados,
al cabo de un tiempo suelen constatar eso por sí mismos y
regresan a una de las dos o tres variantes de los peinados
masculinos estándar, cortos o largos. Lo mismo ocurre con
la barba. Sólo los hombres hipersensibles, generalmente in-
telectuales que pretenden aparentar robustez mental a tra-
vés de un crecimiento descontrolado del vello facial, llevan

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¿Qué es el hombre? · 29

barba completa al menos durante un tiempo. Las mujeres


lo toleran porque les resulta un indicio nada desdeñable de
su constitución y, por tanto, de la naturaleza particular de
su utilidad: muestra en qué ámbito laboral es más fácil usar
a esos hombres, a saber, en el de los intelectuales neuró-
ticos.
Por lo general, al hombre le basta con tres minutos de
maquinilla eléctrica por la mañana para mantener a raya la
barba. Para el cuidado de la piel, sólo agua y jabón. Sólo se
le exige que exhiba su rostro limpio y sin maquillaje para
que cualquiera pueda ver cómo es. En cuanto a sus uñas, ha
de llevarlas tan cortas como lo requiera su trabajo.
Salvo la alianza de boda, señal de que una mujer ya usa
a ese hombre en concreto para un fin particular, un hombre
realmente varonil no lleva ornamentos. El reloj de pulsera,
grande y funcional, con calendario y resistente al agua y a
los golpes, no puede considerarse un adorno. Casi siempre
es un regalo de la mujer para la que trabaja.
La ropa interior, las camisas y los calcetines del hombre
viril se han estandarizado hasta tal punto que, como mu-
cho, difieren de un hombre a otro en la talla. Pueden com-
prarse en cualquier tienda sin apenas perder tiempo. Sólo
en la elección de las corbatas tendría el hombre cierta liber-
tad, pero como no está acostumbrado a la libertad en nin-
guna de sus formas, deja esta elección a la mujer; y de paso,
también la del resto de su indumentaria.

Pese a lo mucho que los hombres se asemejan por fuera


—un observador de otro planeta asumiría que pretenden

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30 · El varón domado

parecerse entre sí como dos gotas de agua—, la forma en


que evidencian su masculinidad, es decir, su utilidad para
los propósitos de las mujeres, es, a la fuerza, muy diferente:
como las mujeres casi nunca trabajan, necesitan a los hom-
bres para todo.
Hay hombres que a las ocho de la mañana sacan cuida-
dosamente su lujoso automóvil del garaje. Otros acuden a
su lugar de trabajo una hora antes conduciendo un turismo
de gama media. Mientras que otros cogen el autobús, el tren
o el metro cuando aún es noche cerrada para dirigirse a la
obra o a la fábrica en la que trabajen, llevando bajo el brazo
un viejo maletín con un mono de trabajo y un par de boca-
dillos para desayunar. Por azares del destino, un destino
despiadado, son siempre estos últimos, los más humildes,
quienes acaban explotados por las mujeres menos atractivas.
Como a las mujeres lo único que les interesa de los hombres
es su dinero, y a los hombres de las mujeres su aspecto físico,
en su entorno son siempre los hombres con mayores ingre-
sos los que se llevan a las mujeres más deseadas.

Independientemente de a qué se dedique un hombre en su


día a día, siempre tendrá algo en común con el resto: pasa
sus días de manera denigrante. No lo hace pensando en sí
mismo, en su propia supervivencia. Con un esfuerzo mucho
menor sería más que suficiente, al fin y al cabo, los hombres
no dan importancia al lujo. Lo hace en beneficio de otros y
eso le hace sentirse inmensamente orgulloso. Tiene fotos
de su mujer y sus hijos sobre su escritorio y las muestra
siempre que puede.

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¿Qué es el hombre? · 31

Cualquiera que sea su actividad profesional, ya sea ha-


cer números, curar enfermos, conducir un autobús o dirigir
una empresa, el hombre forma parte, en todo momento, de
un engranaje gigantesco e implacable diseñado exclusiva-
mente para explotarle al máximo, y permanece a su merced
hasta el final de sus días.
Quizá hacer números y comparar unas cantidades con
otras resulte interesante, pero ¿durante cuánto tiempo?
¿Toda una vida? Ciertamente no. ¡Qué emocionante debe
de ser conducir un autobús por toda la ciudad! Pero ¿el
mismo autobús con la misma ruta y en la misma ciudad, día
tras día, año tras año? Sin duda debe de resultar excitante
tener poder sobre la multitud de empleados de una gran
empresa. Pero ¿y si descubres que en realidad eres su pri-
sionero y no su señor?
A los juegos que jugábamos de niños, ¿seguimos jugan-
do de adultos? Evidentemente no. Ni siquiera de pequeños
jugábamos siempre a lo mismo, sólo hasta aburrirnos. Pero
el hombre es como un niño que tiene que jugar a lo mismo
durante el resto de su vida. La razón es obvia: desde el mo-
mento en que se elogia más su habilidad en uno de esos
juegos que en los demás, se le obliga a especializarse en él.
Como con ese «don» puede ganar más dinero que haciendo
cualquier otra cosa, se ve condenado a dedicarse a él de por
vida. Si en el colegio se le daban bien los números, se pasará
la vida entre números, ya sea de contable, matemático o
programador, porque ahí reside su máximo potencial labo-
ral. Se dedicará a hacer cálculos, a comparar cifras o a tra-
bajar con máquinas que tabulen números, pero jamás se le
ofrecerá la posibilidad de decir: «Hasta aquí, estoy harto.

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32 · El varón domado

Quiero hacer algo diferente». La mujer que lo utiliza nunca


le permitirá buscar algo realmente distinto. Azuzado por
esta mujer, es posible que emprenda una lucha feroz contra
sus rivales para ascender a través de la jerarquía de conta-
bles y llegue a gerente o director de banco. Pero ¿no es exce-
sivo el precio que paga por mejorar su salario?
A un hombre que cambia de modo de vida, es decir, de
profesión —pues vida y profesión son sinónimos para él—,
se le considera poco fiable. Si lo hace más de una vez, la so-
ciedad lo expulsa y acaba por quedarse solo. Y es que la
sociedad son las mujeres.
El miedo a tal consecuencia ha de ser considerable. Un
médico, al que de pequeño le encantaba enredar con rena-
cuajos en tarros de conservas, ¿por qué si no se iba a pasar
toda la vida abriendo úlceras repugnantes, inspeccionando
excrementos humanos de todo tipo y relacionándose día y
noche con gente tan repulsiva que espantaría a cualquiera?
Un pianista, que no era más que un niño al que le gustaba
improvisar melodías, ¿por qué otro motivo tocaría por ené-
sima vez el mismo nocturno de Chopin? Y un político, que
lo es simplemente porque en el patio del colegio descubrió
por casualidad un puñado de tretas para manipular al resto,
¿se pasaría, ya en la edad adulta, décadas soltando infinitas
frases insustanciales en su papel de funcionario de segun-
da? ¿Realmente disfruta haciendo todas esas muecas, gesti-
culando y haciéndose el tonto ante toda la charlatanería de
sus rivales políticos? Seguramente en algún momento soñó
con una vida distinta. E incluso si llegara a convertirse en
presidente de Estados Unidos, ¿no habría pagado un precio
demasiado alto?

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¿Qué es el hombre? · 33

No, cuesta imaginar que a los hombres les gusta hacer lo


que hacen y no sienten deseos de cambiar. Lo hacen porque
están domados. Toda su vida no es más que una lúgubre
sucesión de reflejos condicionados propios de un animal
amaestrado. Un hombre que ya no domina tales artificios,
cuya capacidad de ganar dinero se ha reducido, se convierte
en un «fracasado» y lo pierde todo: esposa, familia, hogar,
el sentido de la vida, en definitiva, toda sensación de segu-
ridad.
Lógicamente, también se podría argumentar que un
hombre que ha perdido su capacidad de ganar dinero se li-
bera de forma automática y estaría encantado con ese final
feliz. Pero la libertad es lo último que desea. Funciona, como
veremos más adelante, siguiendo el principio del «placer en
la falta de libertad». Una libertad vitalicia le resultaría aún
más terrible que la esclavitud perpetua.
En otras palabras, el hombre siempre está buscando a
alguien o algo que le esclavice, pues sólo como esclavo se sien-
te a salvo. Y casi siempre escoge a una mujer. Pero ¿quién o
qué es esa criatura que le esclaviza, a la que debe esa vida
vejatoria, que le explota mediante todas las artimañas posi-
bles y con la única que se siente seguro?

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