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LA MUERTE: Narrativa

Horacio Quiroga, El almohadón de pluma (Uruguay)


1a. Lee algunos datos biográficos de Horacio Quiroga, que muestran hasta qué punto
la muerte y la tragedia lo persiguieron durante toda su vida. Decide cuáles son fal-
sos (F) y cuáles verdaderos (V). Después, comprueba el resultado con tu profesor.

V F

Nace el 31 de diciembre de 1878 en Salto (Uruguay), una ciudad de


provincias a 500 kilómetros de Montevideo.

El 14 de marzo de 1879, muere su padre en presencia de toda la fa-


milia, cuando regresaba de una cacería; al bajar de la lancha, se le
disparó su propia escopeta hiriéndolo mortalmente en el pecho.

En 1896, su padrastro, que se había quedado paralítico y afásico a


Las palabras que no se lleva el viento © Santillana Educación, S. L.

causa de un derrame cerebral, se suicida con una escopeta, apoyán-


dose el cañón en la barbilla y disparando con los dedos del pie.

En 1902, Horacio Quiroga mata accidentalmente con una pistola a su


gran amigo Federico Ferrando.

En 1910, mueren dos de sus hermanos, Pastora y Prudencio, este úl-


timo a causa de de unas fiebres tifoideas.

En 1915, se suicida Ana María Cirés, su joven mujer y antigua alumna


suya, después de seis años de matrimonio.

El 18 de febrero de 1937, después de estar cinco meses ingresado en


un hospital de Buenos Aires, se le diagnostica un cáncer gástrico in-
curable. Al día siguiente, Quiroga es encontrado muerto en su cama.
Se había suicidado con cianuro.

2a. Lee el fragmento final de El almohadón de pluma y comenta su contenido con un


compañero. ¿Podrías dibujar a ese animal monstruoso?
–Pesa mucho– articuló la sirvienta, sin dejar de temblar. Jordán lo levantó; pesaba
extraordinariamente. Salieron con él, y sobre la mesa del comedor Jordán cortó
funda y envoltura de un tajo. Las plumas superiores volaron, y la sirvienta dio un
grito de horror con toda la boca abierta, llevándose las manos crispadas a los ban-
dos: sobre el fondo, entre las plumas, moviéndose lentamente las patas velludas,
había un animal monstruoso, una bola viviente y viscosa. Estaba tan hinchado que
apenas se le pronunciaba la boca.
Noche a noche, desde que Alicia había caído en cama, había aplicado sigilosa-
mente su boca –su trompa, mejor dicho– a las sienes de aquella, chupándole la
sangre. La picadura era casi imperceptible. La remoción diaria del almohadón ha-
bía impedido sin duda su desarrollo, pero desde que la joven no pudo moverse, la
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Horacio Quiroga, El almohadón de pluma

succión fue vertiginosa. En cinco días, en cinco noches, había vaciado a Alicia. Es-
tos parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual, llegan a adquirir en cier-
tas condiciones proporciones enormes. La sangre humana parece serles particular-
mente favorable, y no es raro hallarlos en los almohadones de pluma.

1b. Horacio Quiroga es uno de los padres del cuento contemporáneo, junto con escri-
tores de la talla de Edgar Alan Poe o Julio Cortázar. Lee algunas ideas de su Decá-
logo del perfecto cuentista que te pueden ayudar en la siguiente tarea.

–No empieces a escribir sin saber desde la primera palabra adónde vas.
–Toma los personajes de la mano y llévalos firmemente hasta
el final, sin ver otra cosa que el camino que les trazaste.
–No pienses en los amigos al escribir, ni en la impresión que causará
tu historia. Cuenta como si el relato no tuviera interés más que para

Las palabras que no se lleva el viento © Santillana Educación, S. L.


el pequeño ambiente de tus personajes, de los que pudiste haber sido uno.
De ese modo se obtiene la vida en un cuento.

1c. ¿Qué habéis aprendido? Según Horacio Quiroga, si queréis escribir un buen cuento,
¿qué es lo que no debéis hacer? Escribidlo y, después, comentadlo con la clase.

3a. A partir de ahora, vais a trabajar en parejas. Os proponemos que escribáis un


cuento cuyo final y personajes ya conocéis: están en el fragmento de El almoha-
dón de pluma que habéis leído en 2a. Seguid el siguiente esquema de trabajo:

Preparación de materiales Escritura Revisión

Los personajes Borradores Dejar reposar el texto


Caracterización psicológica Redactar uno cada uno (mínimo 1 día)
Descripción física Leerlos en voz alta Leer el relato por
Relación entre ellos Redacción definitiva separado
El lugar Seleccionar fragmentos Hacer comentarios
Dónde ocurre la historia Ordenar las acciones y valoraciones
Descripción del lugar Seleccionar las palabras Corrección
Ambiente Repasar cada frase Gramatical
El argumento Ortográfica
Qué sucede Pasar a limpio
Cómo se llega a ese final

3b. Repartid a la clase una copia de vuestro cuento para que lo puedan leer en casa.
La próxima semana vais a dedicar toda una clase a comentar esas lecturas.

2b. Para terminar, haced en clase una lectura colectiva del cuento completo de Hora-
cio Quiroga (p. 252). ¿Qué os ha parecido?

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SELECCIÓN DE TEXTOS

Horacio Quiroga, El almohadón de pluma


Su luna de miel fue un largo escalofrío. Rubia, angelical y tímida, el carácter duro
de su marido heló sus soñadas niñerías de novia. Lo quería mucho, sin embargo, a
veces con un ligero estremecimiento cuando volviendo de noche juntos por la ca-
lle, echaba una furtiva mirada a la alta estatura de Jordán, mudo desde hacía una
5 hora. Él, por su parte, la amaba profundamente, sin darlo a conocer.
Durante tres meses –se habían casado en abril– vivieron una dicha especial.
Sin duda hubiera ella deseado menos severidad en ese rígido cielo de amor, más
expansiva e incauta ternura; pero el impasible semblante de su marido la conte-
nía siempre.
10 La casa en que vivían influía no poco en sus estremecimientos. La blancura del pa-
tio silencioso –frisos, columnas y estatuas de mármol– producía una otoñal impre-
sión de palacio encantado. Dentro, el brillo glacial del estuco, sin el más leve ras-
guño en las altas paredes, afirmaba aquella sensación de desapacible frío. Al
cruzar de una pieza a otra, los pasos hallaban eco en toda la casa, como si un lar-
15 go abandono hubiera sensibilizado su resonancia.
En ese extraño nido de amor, Alicia pasó todo el otoño. No obstante, había con-
cluido por echar un velo sobre sus antiguos sueños, y aún vivía dormida en la casa
hostil, sin querer pensar en nada hasta que llegaba su marido.
No es raro que adelgazara. Tuvo un ligero ataque de influenza que se arrastró insi-
20 diosamente días y días; Alicia no se reponía nunca. Al fin una tarde pudo salir al
jardín apoyada en el brazo de él. Miraba indiferente a uno y otro lado. De pronto
Jordán, con honda ternura, le pasó la mano por la cabeza, y Alicia rompió en se-
guida en sollozos, echándole los brazos al cuello. Lloró largamente todo su espan-
to callado, redoblando el llanto a la menor tentativa de caricia. Luego los sollozos
25 fueron retardándose, y aún quedó largo rato escondida en su cuello, sin moverse
ni decir una palabra.
Fue ese el último día que Alicia estuvo levantada. Al día siguiente amaneció des-
vanecida. El médico de Jordán la examinó con suma atención, ordenándole calma
y descanso absolutos.
30 –No sé– le dijo a Jordán en la puerta de la calle, con la voz todavía baja. –Tiene una
gran debilidad que no me explico, y sin vómitos, nada… Si mañana se despierta
como hoy, llámeme en seguida.
Al otro día Alicia seguía peor. Hubo consulta. Constatose una anemia de marcha
agudísima, completamente inexplicable. Alicia no tuvo más desmayos, pero se iba
35 visiblemente a la muerte. Todo el día el dormitorio estaba con las luces prendidas
y en pleno silencio. Pasábanse horas sin oír el menor ruido. Alicia dormitaba. Jor-
dán vivía en la sala, también con toda la luz encendida. Paseábase sin cesar de un
extremo a otro, con incansable obstinación. La alfombra ahogaba sus pasos. A ra-
tos entraba en el dormitorio y proseguía su mudo vaivén a lo largo de la cama,
40 mirando a su mujer cada vez que caminaba en su dirección.

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Pronto Alicia comenzó a tener alucinaciones, confusas y flotantes al principio, y


que descendieron luego a ras del suelo. La joven, con los ojos desmesuradamente
abiertos, no hacía sino mirar la alfombra a uno y otro lado del respaldo de la ca-
ma. Una noche quedó de repente mirando fijamente. Al rato abrió la boca para
45 gritar, y sus narices y labios se perlaron de sudor.
–¡Jordán! ¡Jordán!– clamó, rígida de espanto, sin dejar de mirar la alfombra.
Jordán corrió al dormitorio, y al verlo aparecer Alicia dio un alarido de horror.
–¡Soy yo, Alicia, soy yo!
Alicia lo miró con extravío, miró la alfombra, volvió a mirarlo, y después de largo
50 rato de estupefacta confrontación, se serenó. Sonrió y tomó entre las suyas la ma-
no de su marido, acariciándola, temblando.
Entre sus alucinaciones más porfiadas, hubo un antropoide, apoyado en la alfom-
bra sobre los dedos, que tenía fijos en ella los ojos.
Los médicos volvieron inútilmente. Había allí delante de ellos una vida que se aca-
55 baba, desangrándose día a día, hora a hora, sin saber absolutamente cómo. En la úl-
tima consulta Alicia yacía en estupor mientras ellos la pulsaban, pasándose de uno a
otro la muñeca inerte. La observaron largo rato en silencio y siguieron al comedor.
–Pst… –se encogió de hombros desalentado su médico–. Es un caso serio… Poco
hay que hacer…
60 –¡Sólo eso me faltaba! –resopló Jordán. Y tamborileó bruscamente sobre la mesa.
Alicia fue extinguiéndose en subdelirio de anemia, agravado de tarde, pero que
remitía siempre en las primera horas. Durante el día no avanzaba su enfermedad,
pero cada mañana amanecía lívida, en síncope casi. Parecía que únicamente de
noche se le fuera la vida en nuevas olas de sangre. Tenía siempre al despertar la
65 sensación de estar desplomada en la cama con un millón de kilos encima. Desde
el tercer día este hundimiento no la abandonó más. Apenas podía mover la cabe-
za. No quiso que le tocaran la cama, ni aunque le arreglaran el almohadón. Sus te-
rrores crepusculares avanzaron en forma de monstruos que se arrastraban hasta la
cama y trepaban dificultosamente por la colcha.
70 Perdió luego el conocimiento. Los dos días finales deliró sin cesar a media voz. Las
luces continuaban fúnebremente encendidas en el dormitorio y la sala. En el silen-
cio agónico de la casa, no se oía más que el delirio monótono que salía de la ca-
ma, y el rumor ahogado de los eternos pasos de Jordán.
Murió, por fin. La sirvienta, que entró después a deshacer la cama, sola ya, miró
75 un rato extrañada el almohadón.
–¡Señor!–llamó a Jordán en voz baja–. En el almohadón hay manchas que parecen
de sangre.
Jordán se acercó rápidamente y se dobló a su vez. Efectivamente, sobre la funda,
a ambos lados del hueco que había dejado la cabeza de Alicia, se veían manchitas
80 oscuras.
–Parecen picaduras– murmuró la sirvienta después de un rato de inmóvil observa-
ción.
–Levántelo a la luz–le dijo Jordán.

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SELECCIÓN DE TEXTOS

La sirvienta lo levantó, pero en seguida lo dejó caer, y se quedó mirando a aquél,


85 lívida y temblando. Sin saber por qué, Jordán sintió que los cabellos se le erizaban.
–¿Qué hay?– murmuró con la voz ronca.
–Pesa mucho– articuló la sirvienta, sin dejar de temblar.
Jordán lo levantó; pesaba extraordinariamente. Salieron con él, y sobre la mesa
del comedor Jordán cortó funda y envoltura de un tajo. Las plumas superiores vo-
90 laron, y la sirvienta dio un grito de horror con toda la boca abierta, llevándose las
manos crispadas a los bandós: –sobre el fondo, entre las plumas, moviéndose len-
tamente las patas velludas, había un animal monstruoso, una bola viviente y vis-
cosa. Estaba tan hinchado que apenas se le pronunciaba la boca.
Noche a noche, desde que Alicia había caído en cama, había aplicado sigilosamen-
95 te su boca –su trompa, mejor dicho– a las sienes de aquélla, chupándole la sangre.
La picadura era casi imperceptible. La remoción diaria del almohadón había impe-
dido sin duda su desarrollo, pero desde que la joven no pudo moverse, la succión
fue vertiginosa. En cinco días, en cinco noches, había vaciado a Alicia.
Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual, llegan a adquirir en
100 ciertas condiciones proporciones enormes. La sangre humana parece serles parti-
cularmente favorable, y no es raro hallarlos en los almohadones de pluma.
(pp. 124-128)

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