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EMMANUEL KANT (s.

XVIII)
ÉTICA FORMAL
1. El planteamiento transcendental

Como en su epistemología, Kant adopta en su ética un enfoque transcendental. Así como comienza el
idealismo transcendental con el supuesto de que la física de Newton es auténtica ciencia, así también
comienza su ética con el supuesto de que todos los seres humanos tenemos conciencia moral. Y así como
en su epistemología se pregunta ¿qué podemos conocer?, su ética se pregunta ¿qué debemos hacer? Las
facultades que nos permiten conocer son la sensibilidad y el entendimiento, cada una con sus elementos
transcendentales que nos hacen conocer solo el fenómeno y no el númeno. La facultad responsable de
decirnos qué debemos hacer es la voluntad, que es responsable de proponerse fines.

En su epistemología, en planteamiento transcendental no consiste en conocer el universo sino en


identificar los elementos que hacen posible hacer ciencia, conocimiento universal y necesario. Esto solo
es posible analizando el lenguaje de la ciencia, compuesta por juicios que describen hechos. Esta es la
razón por la que la epistemología se centra en analizar los tipos de juicio, llegando a la conclusión que la
ciencia está compuesta por juicios sintéticos a priori. En ética, el planteamiento transcendental no
consiste en identificar en qué consiste la bondad sino en identificar las condiciones que hacen posible que
una acción sea moral universal y necesariamente.

Puesto que la moralidad no describe, sino que prescribe acciones, el objetivo de la ética es analizar los
diferentes tipos de imperativos que prescriben acciones. En el fondo, la ética kantiana elabora una teoría
de los imperativos para identificar cuáles de ellos expresan una auténtica prescripción moral, una que
mande siempre, universal y necesariamente.

2. La teoría de los imperativos

La teoría kantiana de los imperativos distingue dos grandes tipos de prescripciones: hipotéticas y
categóricas. Un imperativo es hipotético cuando ordena una acción como medio para un fin superior. Solo
te ordena una acción si quieres conseguir un fin superior. Su carácter prescriptivo es condicional. No
ordena universal y necesariamente, no ordena siempre. Por ejemplo, `no asesines a nadie si no quieres ir
a la cárcel´ o `no mientas si quieres que la gente confíe en ti´. Que nos sintamos mandados a obedecer
estos imperativos depende de lo que deseemos. Si realmente no nos importa ir a la cárcel o que no confíen
en nosotros, estos imperativos no nos ordenan nada, no nos dan una razón suficiente para seguirlos. Son
solo un medio para un fin.

A su vez, Kant distingue dos tipos de imperativos hipotéticos: problemáticos y asertóricos. Son
imperativos problemáticos los que ordenan una acción como medio para un fin y podemos no querer ese
fin (como en los ejemplos anteriores). Los imperativos asertóricos prescriben una acción como medio par
un fin que no podemos no querer porque es un fin de la naturaleza humana, como `como de manera sana
para que puedas sobrevivir´. Para Kant, estos imperativos hipotéticos no son realmente morales porque
no ordenan incondicionalmente. Solo ordenan si se cumple una condición. No expresan moralidad porque
no son universales ni necesarios. En el fondo, solo describen un nexo causal: mentir es la causa de que la
gente no confíe en ti. No surgen de la voluntad, solo describen cómo funcionan las cosas.

Un imperativo categórico, por el contrario, no dice `haz esto si quieres esto otro´. Simplemente dice `haz
esto´. Solo los imperativos categóricos surgen de la voluntad porque somos nosotros los que elegimos
algo como un fin en sí mismo. Solo los imperativos auténticamente categóricos son morales porque nos
ordenan independientemente de las consecuencias de la acción.

3. Ética formal: la máxima o intención

El problema ahora es el siguiente: ¿qué es lo que hace a un imperativo categórico? ¿Qué es lo que da al
imperativo el poder de mandar incondicionalmente? Según Kant, no es el contenido o lo que el imperativo
prescribe sino la forma o cómo lo prescribe. Por eso a la ética de Kant se le llama forma.

En última instancia, lo que realmente importa de una acción en términos morales es la intención con la
que se realiza, por qué se realiza. Y esto tiene cierto sentido. Supongamos que yo creo que mi deber moral
es ayudar a aquellos menos afortunados que yo. Compro comida y la distribuyo entre los pobres.
Desgraciadamente, la comida que distribuyo está contaminada y varios niños hambrientos mueren. Me
siento fatal, pero ¿soy moralmente culpable? Intuitivamente, no. Mi intención era buena al margen de las
consecuencias de mi acción. Ahora, supongamos que intento asesinar a un tío mío millonario
empujándolo para que lo atropelle un autobús. Mi intención es terrible. Sin embargo, involuntariamente,
solo llego a tocarle un poco en el hombro y lo muevo de tal manera que evita que un niño caiga a la rueda
del autobús. El resultado de mi acción ha sido salvar a un niño. ¿Es mi acción moralmente loable? Por
supuesto que no. De nuevo, en términos morales, no son las consecuencias las que cuentan sino la
intención con la que se ha realizado la acción, que era beneficiarme de un asesinato. Kant está de acuerdo
con esta perspectiva e insiste en que, lo que importa moralmente hablando es la intención con la que las
acciones son realizadas. Las consecuencias son siempre irrelevantes.

Si esto es así, ¿cuál es la intención correcta? ¿Qué determina la moralidad de un acción? Según Kant,
siempre que realizamos una acción, estamos guiados por uno o varios principios llamados máximas. Una
persona avara podría actuar siguiendo la máxima `obra de manera que aumentes tu riqueza´, mientras
que un hedonista podría estar guiado por la máxima `obra de manera que aumentes tu placer´. En cada
caso, la máxima nos da la razón para actuar. Para Kant, no todas las máximas son propiamente morales.
De hecho, podemos obrar contra el deber, conforme al deber y por deber. Actuamos contra el deber
cuando hacemos trampas en un examen. Actuamos conforme al deber cuando no hacemos trampas
simplemente por las consecuencias, porque correríamos el riesgo de ser pillados. Actuamos por deber si
no hacemos trampas aunque supiéramos que no nos pillarían, independientemente de las consecuencias,
incondicionalmente.

Según Kant, una acción es genuinamente moral si la máxima es actuar por deber porque solo en ese caso
la máxima surge de nuestra voluntad y somos libres. La libertad consiste en actuar por deber, porque tu
eliges esa máxima al margen de sus consecuencias. En la medida en que las consecuencias influyen en tu
acción, no eres libre. Imperativos categóricos son aquellos cuya máxima es actuar por deber porque solo
actuando por deber el imperativo manda incondicionalmente, universal y necesariamente.

Tomemos el imperativo `no mientas´. Este imperativo puede ser hipotético o categórico. Si tu cumples el
imperativo por las consecuencias de ser mentiroso, entonces es hipotético; si estuvieras seguro de no ser
pillado, mentirías. No eres libre, tu decisión depende de algo externo. Tu acción no sería genuinamente
moral. Por el contrario, si cumples el imperativo independientemente de sus consecuencias (aunque estés
seguro de que no te pillarían), entonces actúas por deber y el imperativo es categórico. Tu acción es
auténticamente moral y eres libre porque es incondicional, no depende nada salvo de tu voluntad.

4. El test de la universalizabilidad

La cuestión: ¿cómo podemos saber cuál es nuestro deber moral para poder seguirlo? Para Kant, nuestra
razón nos ayuda examinando la universalizabilidad de nuestra máxima tomando como referencia el
siguiente imperativo: `obra de tal maneara que puedas querer que la máxima de tu acción se convierta
en una ley universal´. Dicho de otro modo, para que una acción sea moral, el principio inspirando mi
acción tiene que ser universalizable, tiene qu ser una máxima que todo le mundo pueda adoptar.

Esta primera formulación del imperativo categórico no ordena una acción concreta, no tiene contenido.
Es puramente formal, solo describe la forma, la condición que todo imperativo debería cumplir. Lo hace
incondicional y universal. Por ejemplo, supongamos el imperativo `roba siempre que quieras algo que no
puedas pagar´. Este imperativo no supera el test de la universalizabilidad. Si todo el mundo lo hiciera, la
misma idea de propiedad no tendría sentido. No podríamos describir a nadie con propiedad privada
porque todo el mundo tendría derecho a coger lo que quisiera, y robar sería imposible. Si tomamos el
imperativo `miente siempre´. Si todo el mundo miente siempre, no tendría sentido mentir porque nadie
creería lo que decimos. Mentir solo funciona si la gente es normalmente honesta. De nuevo, este
imperativo suspende el test de la universalizabilidad. Por el contrario, `di siempre la verdad´ sí pasa el
test. Un imperativo genuinamente categórico se aplica no solo a una persona particular o a un grupo. Se
aplica a todos por igual.

Esto nos lleva a la segunda formulación del test: `obra de manera que trates a los demás siempre como
un fin en sí mismo y nunca como un medio´. Por supuesto, es moralmente aceptable tratar a las cosas
como medios para un fin. No hay nada moralmente malo en utilizar un martillo para golpear un clavo. Sin
embargo, según Kant, no es moralmente aceptable usar a alguien solo como un medio para un fin. ¿Por
qué? Según Kant, los seres humanos son únicos en que solo ellos tienen conciencia moral. Solo ellos son
seres morales. Un robot no es libre porque todo lo que hace es resultado de un programa. Si un robot
programado termina por matar a alguien, nadie lo consideraría moralmente malo. No está en sus manos
hacer otra cosa.

Los seres humanos, sin embargo, son racionales y pueden saber cuál es su deber moral. Tienen conciencia
moral. Y esto es precisamente lo que les hace moralmente responsables. Y esto es precisamente lo que
les hace merecer un tratamiento distinto. Por supuesto, Kant no está sugiriendo que no deberíamos usar
a otros como un medio para un fin. Podemos usar a un fontanero para arreglar una avería en la cocina.
Lo que es moralmente inaceptable es usar a alguien únicamente como un medio para un fin, como si fuera
un martillo o una cosa.

5. El fundamento de la moral

Si cuando actuas no estás tratando a los demás como un fin en sí mismos, tu máxima no es universalizable
porque tú mismo podrías ser un medio para el resto de la humanidad, y no habría diferencia entre la
sociedad humana y los animales. La consecuencia de la ética formal de Kant es que el fundamento de la
moral no está en las emociones como creía Hume, sino en la libertad, en la autonomía de la voluntad.
Nuestras acciones son morales solo si actuamos por deber, si seguimos lo que nos diga nuestra propia
conciencia, si actuamos por deber, al margen de las consecuencias. Solo somos libres si actuamos por
deber, si la máxima de nuestra acción es un fin en sí mismo y no un medio para otro fin.

Ahora bien, obrar en conciencia significa ser valiente y pensar por uno mismo. ¡Sapere aude! El espíritu
de la Ilustración solo puede hacerse realidad si somos capaces de pensar por nosotros mismos, lo que
implica seguir una máxima universalizable y, en última instancia, tratar a la humanidad como un fin en sí
mismo. La dignidad humana radica en la moralidad, que a su vez radica en la libertad y la autonomía de
la voluntad. ¡Sapere aude! ¡Sé libre! ¡Atrévete a pensar por ti mismo! ¡Sé autónomo! ¡Haz tu deber!.

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