Está en la página 1de 9

EJEMPLO DE COMENTARIO DE MAPA

1. Fase previa de preparación y observación:


- Observa de forma general el documento, su leyenda y su título.
- Reúne el material necesario para el ejercicio (apuntes, libro, etc.). Realiza una
observación detenida del mapa cartográfico.
- Observa el tipo de representación, la leyenda, las magnitudes y la fuente.
2.- Análisis y clasificación previa, en lo que supone:
2.1 Indicar si se trata de un mapa o un plano (escala inferior a 1:2000)
2.2 Indicar clase de mapa: físico, administrativo o político, económico.
2.3 Marcar las zonas o núcleos y regiones geográficas que refiere.
2.4 Analizar la leyenda del mapa y los símbolos empleados.
2.5 Indicar la cronología y temporalidad del mapa. ¿De qué época es?

Se trata de un mapa de naturaleza política que refleja la situación política y la


distribución de fronteras territoriales en el continente africano entre los años 1885 y 1914,
es decir, entre la Conferencia de Berlín que avanza los criterios del reparto de África y las
vísperas del estallido de la Gran Guerra en Europa en el verano de dicho año.

En la leyenda del mapa se puede observar por colores las posesiones de los distintos
países europeos y en líneas con flecha la dirección que cada uno de estos toma en la
colonización del continente.

En el mapa se aprecia gráficamente la intensidad del proceso de reparto y


colonización de África llevado a cabo por las potencias imperialistas de Europa en el
período anterior a la Primera Guerra Mundial y durante el último cuarto del siglo XIX.

3. Descripción del mapa. Supone determinar su naturaleza según su tipología temática:


3.1 Mapas políticos mostrando las fronteras entre Estados o su evolución; también supone
la delimitación del ámbito espacial y temporal de la temática tratada por el documento
cartográfico y el descifrado de sus símbolos y claves:
- Comprender los límites geográficos presentes (Estados, continentes, mares,
islas ...);
- Apreciar las fronteras definidas y las divisiones territoriales fijadas;
- Reconocer los nombres de ciudades, regiones, ríos, montañas o accidentes
naturales impresos; aislar las pistas cronológicas sembradas;
- Entender los restantes símbolos gráficos que indican fenómenos particulares.

El mapa se centra en el continente africano y Madagascar, y el primer rasgo que destaca


en es la práctica ausencia de estados y territorios independientes en el continente.
La casi totalidad de África está en poder y bajo el control de potencias coloniales
europeas. Sólo el pequeño estado de Liberia, en el extremo occidental, y Abisinia, en el
oriental, escapan a esa condición y se mantienen como estados libres e independientes.
El resto del territorio se halla sometido y dominado por una u otra potencia
europea, ya sea mediante una administración colonial directa o mediante la fórmula del
protectorado (en la que se mantiene un gobierno indígena bajo supervisión de la metrópoli
protectora).
Las líneas de color naranja, verde y rojo expresan las líneas del avance colonizador
francés, inglés y alemán, respectivamente. La república francesa avanza desde Argelia,
por el desierto del Sahara, y desde la desembocadura del río Senegal, en la zona
occidental del continente, hasta el África Occidental, y desde Gabón hacia el África
Ecuatorial y el sur de Sudán. El imperio británico sigue la línea del río Nilo, desde el
Mediterráneo oriental hasta el sur del Sudán y desde la costa índica de Zanzíbar hasta
Uganda, igualmente, desde la desembocadura del río Níger avanza hacia el interior, pero
se ve frenado por Francia en el África Ecuatorial y por Alemania en Camerún. Al sur,
desde ciudad de El Cabo intenta alcanzar Uganda, viéndose limitado por el Congo Belga,
y el África Oriental germana. Por su parte, Alemania avanza por Camerún, África del
Sudoeste (actual Namibia) y África Oriental (actual Tanzania), viéndose limitado en su
avance por Inglaterra y Francia.

4.- Análisis del tema e ideas centrales del mapa. Como en casos análogos, analizar el
mapa es diseccionar sus partes componentes para distinguir las zonas reflejadas en el
plano:
- Análisis de los fenómenos o hechos que se representan en el mapa: rutas
comerciales, distribución de recursos, tratado de paz, fases de una guerra, límites de
un reino o imperio en uno o varios momentos históricos, etc.
- Áreas centrales y periféricas;
- Focos de actividad destacados;
- Contorno y, en su caso, evolución espacial de los fenómenos tratados;
- Mutaciones y cambios experimentados en los lindes y límites, etc.
Se trata, en fin, de una especie de reconocimiento cartográfico para apreciar las
subunidades y términos aislables en el conjunto espacial reflejado.

Sin duda alguna, Gran Bretaña y Francia son las dos potencias coloniales que mayor
presencia importancia tienen en el escenario africano. Los dominios británicos se
concentran básicamente en la parte oriental, donde casi forman una columna continua
que cruza el continente desde el extremo norte hasta el extremo sur: desde Egipto, que se
convirtió en protectorado británico en 1882, hasta la Unión Sudafricana, que fue creada
tras la victoria británica en la guerra de 1899-1902 contra los boers (antiguos colonos
holandeses).
Por el contrario, las posesiones francesas se concentran en el África noroccidental, donde
forman un núcleo bastante compacto que abarca desde los territorios mediterráneos
(Argelia, provincia desde 1830; Túnez, protectorado desde 1881) hasta las posesiones
atlánticas y del Golfo de Guinea (Senegal desde 1857; Gabón desde 1886).

Al margen de esas zonas de implantación preferentes, ambas potencias tienen colonias


en áreas más alejadas y dispersas: Gran Bretaña posee Gambia, Sierra Leona, Costa de
Oro y Nigeria en la costa occidental atlántica, mientras que Francia dispone de la isla de
Madagascar y la Somalia francesa en el flanco oriental que bordea el océano Índico.

Las restantes potencias imperialistas europeas presentes en África ocupan una extensión
colonial mucho menor que la de Gran Bretaña y Francia. Alemania controla desde
1883-1885 cuatro áreas dispersas e inconexas en la vertiente centro-sur del continente:
Togo, Camerún y el territorio actual de Namibia (en el oeste atlántico) y Tanzania (en el
este). Esta última colonia alemana tiene la particularidad de impedir que se materialice la
columna de colonias británicas. Portugal mantiene su antigua presencia en Angola y
Mozambique, que data de los inicios de la época moderna (aunque no ha logrado su
unión territorial debido a la oposición británica en 1890). Bélgica domina el gran territorio
en torno a la cuenca del río Congo desde 1885, en gran medida gracias a la iniciativa
particular de su rey Leopoldo II (que tuvo el territorio en régimen de propiedad privada
hasta 1908). Italia se expande por Eritrea y Somalia (desde 1889) y por Libia (desde
1912). Y España tiene posesiones coloniales en el Golfo de Guinea (Río Muni, desde
1843) y en la costa atlántica y mediterránea (los protectorados de Río de Oro o Sáhara
Occidental, y el norte de Marruecos o Rif, desde 1884 y 1912, respectivamente).

5.- Explicación o comentario del mapa. Consiste básicamente en dar cuenta del contexto o
la situación histórica que traduce el mapa y de las razones para su cristalización efectiva. Es
una labor que exige necesariamente referirse a personajes, procesos, coyunturas, sucesos e
instituciones que no aparecen formalmente en el mapa pero que, sin embargo, fueron
parte de las fuerzas históricas que conformaron esa realidad espacial. Por tanto, como en
otros casos documentales, la información cartográfica exige salir fuera de ella misma para
realizar una interpretación y exposición de las condiciones históricas que dan su sentido y
significado al propio mapa. Y, por supuesto, la exposición e interpretación habrá de ser
sintética y ajustada, sin utilizar el documento cartográfico como mero pretexto para
desarrollar un tema relacionado sólo de algún modo indirecto con él.

El reparto de África consumado por las potencias europeas durante la segunda mitad del
siglo XIX y los primeros años del XX es una de las manifestaciones más visibles del
fenómeno histórico denominado Nuevo Imperialismo. En virtud del mismo, a partir de las
décadas finales del siglo, la presencia colonial de las potencias europeas se extendió
rápidamente a un ritmo vertiginoso por todo el mundo no occidental (África, Asia y
Oceanía). En el caso de África, que antes de 1884 era un continente casi desconocido y
donde la presencia europea se ceñía a una franja estrecha en las zonas costeras, el
fenómeno del Nuevo Imperialismo significó que en un plazo de menos de treinta años los
europeos pasaron a controlar y dominar el 90% de la superficie continental.

Los motivos y medios del Nuevo Imperialismo están relacionados con las
transformaciones operadas en algunos países europeos durante la segunda mitad del
siglo XIX. En particular, fue el resultado combinado de la plena industrialización y
desarrollo económico que experimentaron estos países, de los grandes avances
tecnológicos y científicos paralelos, y de la consolidación o formación de Estados
nacionales poderosos y conscientes de sus posibilidades y ambiciones.

Así, por ejemplo, el fuerte crecimiento capitalista de mediados de siglo potenció la


expansión imperial para lograr colonias que fueran centros suministradores de materias
primas escasas y valiosas (algodón, caucho, madera, frutos tropicales, minerales, etc.),
mercados reservados para la inversión de capital y para la venta asegurada de bienes y
mercancías nacionales, y zonas de emigración preferente para la creciente población
metropolitana excedentaria. Compartían esa creencia en la inevitabilidad de la
colonización de “mundos inferiores y atrasados”) políticos tan diferentes como el
conservador Joseph Chamberlain en Gran Bretaña (“El imperio es el comercio”), el
republicano Jules Ferry en Francia (“La cuestión colonial es para los países abocados por
la naturaleza de su industria a una gran exportación, como es la nuestra, la cuestión
misma de los mercados”).

Las ideologías nacionalistas y las rivalidades entre estados nacionales promovieron


igualmente esa expansión colonial como vehículo de una política de prestigio y
autoafirmación o bien por motivos geoestratégicos y de seguridad militar (evitar que otro
país ocupara determinado espacio o controlara una ruta marítima). Por último, los
recientes avances tecnológicos e industriales dieron una superioridad indiscutible:

a. El barco de vapor permitió remontar las corrientes de los ríos hacia el interior y
penetrar en las cuencas hasta entonces inaccesibles (barcos provistos además de
cañones utilizables desde cubierta: la cañonera):

b. La industria química descubrió en la quinina el profiláctico idóneo contra la


malaria (disponible desde finales de los años 40);

c. El rifle de retrocarga (1866) y la ametralladora (1884) hizo inútil la resistencia


del arco y la flecha indígenas. Como señala el historiador Daniel R. Headrick, desde
entonces (década de 1880), «cualquier soldado europeo de infantería podía disparar
tendido, sin ser visto y en cualquier clima, ráfagas de 15 disparos por segundo sobre
blancos a 800 metros de distancia.

Una vez que los medios instrumentales estuvieron disponibles y los exploradores
hubieron abierto la ruta y allanado el camino (como fue el caso del misionero David
Livingstone, descubridor de las cataratas Victoria en el río Zambeze en 1855), la
conquista y colonización pudo desarrollarse con enorme rapidez e intensidad. Y las
resistencias indígenas fueron aplastadas con enorme dureza y eficacia, dada la
desproporción de fuerzas en presencia. Un relato oral muy difundido en el África
subsahariana lo relata con crudeza y sencillez, a raíz de la dramática experiencia sufrida
por el Congo bajo la administración del rey Leopoldo:

“Primero el hombre blanco trajo la Biblia. Luego, vino con escopetas y a


continuación con cadenas; después, construyó una prisión y, por fin, obligó a los
nativos a pagar impuestos.”

No iba desencaminado el autor del poema ni sus cultivadores orales, porque el caso
congolés fue un ejemplo extremo pero no tan atípico de lo que significó la imposición del
dominio colonial en territorios de un nivel de desarrollo muy atrasado y donde las
estructuras estatales eran en gran medida embrionarias y subsidiarias respecto a las
estructuras tribales y gentilicias. Bajo la apariencia de una labor misionera y humanitaria,
el Congo belga del rey Leopoldo se convirtió en una inmensa cárcel en la que la población
nativa fue obligada a trabajar en régimen de semi-esclavitud, bajo el estímulo del látigo y
las mutilaciones de castigo, sometida al control de una fuerza pública que semejaba un
ejército de ocupación y con una doctrina oficial abiertamente racista y despreciativa que
tenía en el rey su primer formulador: «Al tratar con una raza formada por caníbales
durante milenios, es necesario utilizar los mejores métodos para sacudir su ociosidad y
hacer que se den cuenta de la santidad del trabajo». Sería realmente «el corazón de las
tinieblas» de África descrito en la novela homónima de Joseph Conrad (1899).

Para imponer cierto orden en el suculento reparto, las potencias europeas se reunieron en
la Conferencia de Berlín de 1884-1885, en la que se decidió que sólo la ocupación
efectiva del territorio africano podía dar título de legitimidad a la colonización por parte de
un país reclamante. Fue en ese foro diplomático en el que el rey Leopoldo consiguió
adquirir “mi parte de este magnífico pastel africano”, según su propia confesión posterior.
A partir de entonces, se desarrolló una súbita carrera de las potencias imperialistas para
repartirse el continente según líneas de expansión acordes con sus intereses. Sólo dos
zonas quedaron libres de ese reparto colonial por razones bien diferentes:

1. Liberia, formada en 1822 por colonos norteamericanos negros retornados a


la “tierra prometida” como hombres libres y convertida de facto en un protectorado
de Estados Unidos;

2. Etiopía (entonces llamada Abisinia), cuyo rey Menelik II consiguió frenar la


ambición anexionista italiana desde Eritrea al derrotar a sus tropas en la batalla
de Adua (1896).

Por lo que respecta al resto del continente, Gran Bretaña intentó dominar las áreas
próximas a las rutas marítimas que comunicaban la metrópoli imperial en las Islas
Británicas con su gran colonia de la India y sus dominios más alejados en Australia y
Nueva Zelanda. Por eso implantó su protectorado en Egipto, para dominar el vital Canal
de Suez, e intentó constituir una columna continua de colonias que comunicase El Cairo
con Ciudad del Cabo (como fue la ambición del empresario y colonizador Cecil Rhodes).

La pretensión británica chocó con la intención francesa de constituir un cinturón de


colonias africanas desde el Atlántico hasta el mar Rojo, poniendo en contacto terrestre
Senegal y la Somalia francesa. El conflicto alcanzó su punto álgido en 1898 durante la
crisis de Fashoda (Sudán), que se saldó con la prudente retirada francesa y el
reconocimiento tácito de la hegemonía británica en el Sudán.

De todos modos, la pretensión británica de formar una columna continua no pudo


materializarse por la intervención de Alemania en la zona de los grandes lagos de
Tanganika. De hecho, Alemania, que llegaba tarde al reparto imperialista, no sólo
pretendió conjurar los planes británicos sino también crear un cinturón colonial que uniese
su África oriental con África del sudoeste y el Camerún alemanes. La negativa británica y
francesa a ese proyecto permitió la instalación o supervivencia en la zona de colonias de
potencias europeas menores: el Congo belga y las colonias portuguesas de Angola y
Mozambique.

De igual modo, la rivalidad anglo-francesa posibilitó la expansión colonial de Italia y


España, como estados amortiguadores y “colchón” de seguridad entre esas grandes
potencias: el Marruecos español evitó que Francia tuviera acceso al otro lado del Estrecho
de Gibraltar dominado por los británicos, en tanto que Libia separaba convenientemente
el Túnez francés del Egipto británico.

6.- Conclusión: con síntesis de contenido y valoración e interpretación personal.

En conclusión, el mapa de África en 1914 refleja fielmente ese proceso de expansión


imperialista europeo que se prolonga durante la segunda mitad del siglo XIX y alcanza su
máximo apogeo en vísperas de la Primera Guerra Mundial. Tampoco cabe olvidar que la
rivalidad imperialista en África, sobre todo el contencioso franco-alemán en Marruecos en
1905 y 1911, será uno de los catalizadores de la política de alianzas de las potencias
europeas que conducirá finalmente al crucial conflicto armado de 1914-1918.

En cuanto al papel y función del imperialismo decimonónico en la historia universal, cabría


terminar recordando el ecuánime y ponderado juicio de Léopold Sengor, poeta de la
negritud, filólogo y presidente del Senegal entre 1960 y 1980:

“La colonización tiene su faceta positiva y su faceta negativa. Por una parte, es
evidente que ha favorecido el desarrollo de un proceso natural de totalización del
mundo. En este sentido, gracias a la colonización se ha ido creando, siglo tras
siglo, la civilización entendida como universal. Sin embargo, por otra parte, la
explotación que implica el hecho colonial, hace de él un fenómeno nefasto. ( ... )
Hasta mediados del siglo XIX, los árabes y europeos organizaron el comercio
humano llamado «trata de negros». (...) El mal causado al África negra es el más
terrible que jamás se haya causado a una etnia. Y, sin embargo, insisto en el
hecho de que la colonización ha comportado algo positivo en el sentido de que a
los pueblos africanos nos ha permitido entrar en el mundo moderno. El proceso
colonizador nos ha aportado aspectos culturales que, a pesar de ser extranjeros,
cabe considerar fecundos.”

BIBLIOGRAFÍA DE AMPLIACIÓN TEMÁTICA

COQUERY-VIDROVITCH, Catherine y MONIOT, H. África negra de 1800 a nuestros días


(Barcelona, Labor, 1985).

COMELLAS, José Luis. Los grandes imperios coloniales (Madrid, Rialp, 2001).

COSME ROMÁN, Mª y ROIG ZAMARREÑO, Carmen. África también tiene una historia
(Barcelona, Icaria, 1998).

DAVIDSON, Basil. Historia de África (Barcelona, Folio, 1992).

FERRO, Marc. La colonización. Una historia global (Madrid, Siglo XXI, 2000).

FIELDHOUSE, David K. Los imperios coloniales desde el siglo XVIII (Madrid, Siglo XXI,
1984). - Economía e imperio. La expansión de Europa, 1830-1914 (Madrid, Siglo
XXI, 1990).

HEADRICK, Daniel R. Los instrumentos del Imperio. Tecnología e imperialismo europeo


en el siglo XIX (Madrid, Alianza, 1993).

HOCHSCHILD, Adam. El fantasma del rey Leopoldo. Codicia, terror y heroísmo en el


África colonial (Barcelona, Península, 2002).

ILIFFE, John. África. Historia de un continente (Madrid, Akal, 2013).

KIERNAN, Victor G. Esplendor y ocaso de los imperios europeos, 1815-1960 (Madrid,


Ministerio de Defensa, 1990).

LICHTHEIM, George. El imperialismo (Barcelona, Altaya, 1997).

PEÑAS ESTEBAN, Francisco Javier (ed.). África en el sistema internacional. Cinco siglos
de frontera (Madrid, Catarata, 2000).
PERTIERRA DE ROJAS, José Fernando. La expansión imperialista en el siglo XIX
(Barcelona, Akal, 1988).

WESSELING, Henry L. Divide y vencerás. El reparto de África, 1880-1914 (Barcelona,


RBA, 2010).

También podría gustarte