De la neurosis obsesiva tal como la sitúa Freud en su primera época, en
términos estructurales y de mecanismos psíquicos fundantes, dando cuenta de la particularidad de cada estructura, hallamos en la última enseñanza de Lacan un cambio de perspectiva. No basta con la estructura o con los síntomas “típicos”, como los refería Freud, sino que además es necesario poder avanzar a un más allá de la estructura, encontrando la “singularidad” de los modos de gozar de un sujeto llamado obsesivo, histérico, fóbico.
Del obsesivo encontramos como principal elemento de la estructura un sujeto
que “padece del pensamiento”. “Pensar de más” es un rasgo de los sujetos obsesivos, convirtiéndose en algunos casos en un síntoma. El sujeto obsesivo sufre de su pensamiento, lo estorban. Lacan define en su escrito Televisión del año 1973 al síntoma obsesivo como siendo del orden de “un pensamiento que estorba el alma”. Un pensamiento que muchas veces inhibe la acción, quedando en una rumiación del mismo pensamiento que reviste características de una imposición. Pero no es una imposición como lo sería en la psicosis, como un real no simbolizado que se impone. En la obsesión ese pensamiento puede ser significantizado: el sujeto obsesivo puede apelar a otro significante para darle sentido y desplegar así la cadena significante. En la psicosis, en cambio, este pensamiento adquiere estatuto de una certeza.
Asimismo, el obsesivo, que al igual que la histérica tiene necesidad de un
deseo insatisfecho, a diferencia de esta, resuelve la evanescencia de su deseo produciendo un deseo prohibido. Su deseo se presenta como siendo imposible, en tanto que siempre hace existir una imposibilidad para realizar lo que desea. Ello consiste en alejarse de los momentos y situaciones donde su deseo se pone en juego, desplegando una serie de prohibiciones, restricciones. Ejemplo de ello es un sujeto que en sesión dice: “me di cuenta que si llegaba con las cuentas para realizar el viaje que tanto anhelaba. Hace años que lo quiero realizar y por una cosa y la otra no lo realizo. Me di cuenta que yo genero las complicaciones, es más lo que uno se hace la cabeza que la realidad”.
El obsesivo no quiere saber nada de su deseo, por lo que se transforma en
deseo imposible. Necesita plasmarlo como imposible, ya que en el momento en que el obsesivo accede a su deseo, este se anula, paradojas del deseo. A su vez, no se plantea como la histérica el deseo como deseo del otro, sino más bien lo establece como: o su deseo o el Otro. Mónica Torres en su libro Clínica de las neurosis dirá que “el obsesivo se plantea una especie de opción: o el deseo o el Otro. Cada vez que él dice yo quiero se afirma en un querer que, en general, es contra el otro. Le parece que lo que si él quiere, también lo quiere el Otro, entonces, ya no se trata exactamente de su propio deseo, ya no le es tan propio”. En eso radica la obcecación o el capricho obsesivo, no es ni uno ni el otro. El obsesivo confunde la demanda con el deseo: lo que él supone de la demanda del otro es su interpretación. Jaques Alain Miller, en su escrito “Síntoma y fantasma” del libro Conferencias porteñas, dirá que “el obsesivo a diferencia del sujeto histérico que se ubica como Amo (produce un saber), se ubica voluntariamente como esclavo”. En el sentido de lo que tiene que hacer, tiene que hacer esto, aquello, siendo esclavo de sus propios mandatos. Por ejemplo, un sujeto que en sesión, quejándose de su padre, dice: “la gente es muy déspota, quieren que el otro haga todo, ya estoy cansado de cargarme con cosas de los demás, ahora tengo que ir a ver a mi padre, dejar en el colegio a mi sobrino al colegio, tengo que hacer tantas cosas”. Intervengo diciéndole que no hay peor déspota que uno mismo, intervención a partir de lo cual hablara en la próximas sesiones del déspota que lleva dentro. Esclavo de su pensamiento, incluso puede llegar a serlo de una mujer, como un sujeto que en varias sesiones comenta: “no sé qué hacer con esta mujer me hace pensar, no sé qué quiere, me dice una cosa pero yo entiendo otra, me hago preguntas y preguntas, por eso fue que consulto”.
Otro rasgo de estructura en la obsesión es el problema que tiene el obsesivo
con el tiempo. En la última enseñanza de Lacan, este problema del tiempo del obsesivo se traduce en un “gozar de la postergación del goce”. Hay un goce que se puede posponer, que es muy fácil de escuchar por ejemplo cuando dicen “lo voy a pensar”, “mañana lo resolvemos”. Todos estos rasgos de estructura constituyen en sí mismos modos de hacer con lo que hay, constituyéndose en modos defensivos frente con ese agujero en lo real.