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Corazón Abierto Mente Lúcida Thubten Chodron
Corazón Abierto Mente Lúcida Thubten Chodron
ISBN: 978-84-15912-65-1
© Edición Digital • 2013
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Corazón abierto, mente lúcida
Thubten Chodron
EDICIONES DHARMA
Índice
Prólogo
Introducción y visión de conjunto
Parte I
El planteamiento budista
Parte II
1. Renacimiento
Transmigrar de una vida a otra.
2. Karma
Causa y efecto.
3. Existencia cíclica
La noria de los problemas que se repiten.
Parte IV
1. La naturaleza búdica
Nuestra bondad innata.
2. Nuestra preciosa vida humana
Aprovechar una buena oportunidad.
Parte V
La compasión en la acción
Glosario
Dedicación
Prólogo
20 de febrero de 1990
Introducción y visión de conjunto
D
rante su visita en 1989 a los Estados Unidos, Su Santidad el
Dalai Lama, ganador ese mismo año del Premio Nobel de la
Paz, se dirigía, sin embargo, a la sincera inquietud en la que vive
el hombre de la sociedad moderna, diciendo:
D
urante la introducción al primer curso de budismo al que asistí,
el maestro dijo: “Buda enseñaba a sus discípulos diciéndoles: no
aceptéis mis enseñanzas simplemente por respeto hacia mí;
analizadlas, examinadlas del mismo modo en el que un orfebre
analiza el oro, frotándolo, cortándolo y fundiéndolo. Vosotros
sois personas inteligentes, y deberíais pensar sobre lo que escuchéis en este
curso. No lo aceptéis ciegamente”.
Me relajé. “Bueno”, pensé: “Nadie va a presionarme para creer en algo,
ni me van a condenar si no me lo creo”. A lo largo del curso se nos animaba
a hablar y debatir sobre los diferentes temas. Agradecí este planteamiento,
ya que concordaba con mi tendencia natural a analizar y explorar cualquier
materia desde distintos puntos de vista.
Esta es la propuesta budista. Se respeta y se alienta nuestra inteligencia.
No existe ningún dogma que hay que seguir ciegamente. De hecho, somos
libres de elegir cualquiera de las enseñanzas del Buda que se ajusten a
nuestro momento presente, dejando a un lado, de momento, las demás; pero
sin criticarlas. Las enseñanzas del Buda se pueden comparar a un granbufé.
Nos puede apetecer degustar un plato, y a otra persona otro distinto. No
tenemos la obligación de comerlo todo, ni tenemos por qué elegir lo que
escoja nuestro amigo.
Del mismo modo, dentro de las enseñanzas del Buda, podemos sentirnos
atraídos por una materia o una técnica de meditación, mientras que otra
distinta puede resultar importante para nuestro amigo. Deberíamos aprender
y practicar de acuerdo con la capacidad que poseamos en ese momento, de
manera que podamos mejorar la calidad de nuestra vida. Así, llegaríamos a
entender gradualmente las enseñanzas que al principio nos parecían difíciles
o de escasa importancia.
Este planteamiento abierto es posible debido a que el Buda describió
nuestra experiencia humana y trazó las líneas maestras para mejorarla. El
no creó nuestra situación, ni inventó el sendero a la Iluminación. El habló
de nuestra experiencia y del funcionamiento de la mente, así como de
modos prácticos y realistas de tratar con nuestros problemas cotidianos.
Describiendo nuestras dificultades y sus causas, Buda explicó también el
modo de eliminarlas. Nos habló de nuestra gran capacidad humana y de
cómo desarrollarla. Depende de nosotros el descubrir a través de la lógica y
de nuestra propia experiencia, la verdad que mostró. Así, nuestras creencias
estarán bien fundadas y serán estables.
El budismo se centra, no tanto en Buda como persona, o en sus
seguidores, –la sanga–, como en el darma; es decir, en las enseñanzas y las
realizaciones. Buda Shakiamuni que vivió hace dos mil quinientos años en
India, no siempre fue un ser iluminado. De hecho, fue una persona común,
como nosotros, con los mismos problemas y dudas que nosotros. Se
convirtió en un buda descubriendo el camino a la Iluminación.
De la misma manera, cada uno de nosotros poseemos la capacidad de
llegar a ser personas compasivas, experimentadas y sabias. La distancia
entre el Buda y nosotros no es inabarcable, por ello, nosotros también
podemos convertirnos en budas. Cuando creemos las causas para la
Iluminación, acumulando potencial positivo y sabiduría, entonces,
espontáneamente, nos iluminaremos. Muchos seres ya lo han hecho.
Aunque a menudo hablamos de buda, aludiendo a Buda Shakiamuni, de
hecho existen muchos seres iluminados.
Buda Shakiamuni es respetado porque purificó su contínuo mental de
cada uno de los oscurecimientos y desarrolló completamente sus cualidades
positivas. Buda ha realizado lo que nosotros aspiramos a realizar; y sus
enseñanzas, tal y como quedan perfiladas en este libro, nos muestran el
camino para superar nuestras limitaciones y desarrollar totalmente nuestra
capacidad. Él nos ha ofrecido su sabiduría, y nosotros somos libres de
aceptarla o no. Buda no exige nuestra fe y lealtad, no se nos condena si
mantenemos puntos de vista diferentes.
Buda nos aconsejó ser muy prácticos y buscar el sentido, el significado,
sin distraernos en especulaciones inútiles. Ofreció el ejemplo de un hombre
herido por una flecha envenenada. Si antes de consentir que le quitaran la
flecha este hombre insistiera en saber el nombre y la ocupación de la
persona que se la lanzó, la marca de la flecha, el lugar donde fue fabricada,
y el tipo de arco que fue utilizado, este hombre moriría antes de conocer las
respuestas. Para él, el punto decisivo es tratar la herida y prevenir nuevas
complicaciones.
De igual modo, mientras estemos enredados en el ciclo de nuestros
problemas mentales y físicos, si nos apartamos de nuestro propósito por la
especulación intelectual sobre materias irrelevantes, a las cuales
posiblemente no seamos capaces de dar respuesta en el momento actual,
estaremos actuando de un modo insensato. Es mucho más sabio tratar con
lo que es importante.
Para superar nuestras limitaciones y desarrollar nuestra belleza interior,
existe un proceso gradual que hay que seguir. Primero escuchamos o
leemos, para aprender una materia. Después, reflexionamos y pensamos
sobre ella. Utilizamos la lógica para analizarla, y examinamos lo que vemos
en la vida de la gente que nos rodea. Finalmente, integramos este nuevo
conocimiento en nuestro ser, de tal modo que se convierta en parte de
nosotros.
La esencia de las enseñanzas del Buda es sencilla, y podemos practicarla
en nuestra vida cotidiana: deberíamos ayudar a los demás tanto como fuera
posible, y cuando no sea posible, deberíamos evitar dañarlos.
Esto es compasión y sabiduría. Esto es sentido común. No es ni místico
ni mágico, ni es irracional o dogmático. Todas las enseñanzas del Buda
están en concordancia para capacitarnos a desarrollar la sabiduría y la
compasión e integrarlas en nuestra vida cotidiana. El sentido común no se
discute intelectualmente; se vive.
A las enseñanzas del Buda se les llama “el camino medio” porque están
libres de los extremos. Tal y como la autoindulgencia es un extremo, del
mismo modo lo es la automortificación. El propósito del darma consiste en
ayudar a relajarnos y a disfrutar la vida, aunque no en el sentido habitual de
dormir e ir a fiestas. Aprendemos a relajar las emociones destructivas, y
aquellas que nos impiden ser felices. Aprendemos a disfrutar la vida sin
apegarnos, sin obsesionarnos ni preocuparnos.
Existe una antigua creencia de que para ser religioso o “santo” debemos
negarnos la felicidad. Eso es incorrecto. Todo el mundo quiere ser feliz, y
sería maravilloso que todos lo fuéramos. Pero resulta útil comprender qué
es la felicidad.
En budismo aprendemos los diferentes tipos de felicidad que somos
capaces de experimentar. Posteriormente, buscamos las causas de la
verdadera felicidad, de tal modo que podamos estar seguros de que nuestros
esfuerzos nos proporcionarán los resultados apetecidos. Finalmente,
creamos las causas para la felicidad. La felicidad, –y también la tristeza–,
no se cruzan en nuestro camino por casualidad o accidente, ni se deben a
que logremos apaciguar a algún ser superior imaginario. Como todas las
cosas, en el universo la felicidad surge debido a causas específicas. Si
creamos las causas para la felicidad, la felicidad resultante llegará. Este es
un proceso sistemático de causa y efecto que se explicará en capítulos
posteriores.
La meta en el budismo es la sencillez, la claridad y la espontaneidad.
Una persona con estas cualidades es extraordinaria. Con la simplicidad,
dejamos atrás la hipocresía y el egoísmo, así permitimos que el amor
imparcial y la compasión crezcan en nuestra mente. Con claridad
abandonamos la confusión de la ignorancia, reemplazándola con la
percepción directa de la realidad. Con espontaneidad, no estaremos
influidos más tiempo por los pensamientos impulsivos, sino que
naturalmente conoceremos los modos más apropiados y efectivos de
beneficiar a los demás en cualquier situación.
Desarrollando la sabiduría y la compasión, nos sentiremos más
contentos y sabremos lo que es importante en nuestra vida. En vez de
batallar con el mundo con una mente insatisfecha que continuamente quiere
más y mejor, transformaremos nuestra actitud de modo que en cualquier
lugar en el que nos encontremos, seremos felices y capaces de dotar a
nuestras vidas de significado.
Algunas personas piensan que el budismo nos enseña a ser pasivos y a
apartarnos de los demás. Este no es el entendimiento correcto de las
enseñanzas del Buda. Aunque resulte ventajoso distanciarnos de las
concepciones erróneas y de las emociones mal manejadas, eso no significa
que vivamos sin energía ni propósito. ¡De hecho es lo contrario! Libres de
la confusión, seremos más brillantes y estaremos más atentos. Nos
interesaremos auténticamente por los demás. Aunque seamos capaces de
aceptar cualquier situación adversa que nos encontremos, trabajaremos
activamente para beneficiar a aquellos que nos rodean.
Tres recipientes defectuosos
Buda utilizó la analogía de los tres recipientes defectuosos para explicar
cómo eliminar los obstáculos para el aprendizaje. El primer recipiente está
al revés, es decir, boca abajo. No se puede verter nada en su interior. Esto es
análogo a leer libros de darma mientras se ve la televisión. Estamos tan
distraídos que muy poco de lo que leemos llega al interior de nuestra mente.
El segundo recipiente defectuoso tiene un agujero en su base. Puede llegar
algo a su interior, pero no permanece. Podemos leer el libro con atención,
pero si un amigo después nos pregunta de qué trata el capítulo, no lo
podemos recordar. El tercer recipiente defectuoso está sucio. Incluso si
vertemos leche fresca en él, y permanece ahí, se vuelve imbebible. Esto es
similar a filtrar lo que leemos a través de nuestras preconcepciones e ideas.
No entenderemos la materia correctamente porque ha quedado oscurecida
por nuestras falsas interpretaciones.
Puede resultar difícil dejar a un lado nuestras preocupaciones, porque a
veces no somos conscientes de que nuestras ideas son parciales o
interesadas. Sugiero que tratemos de entender cada tema en su contexto, sin
reinterpretarlo; así, de este modo encajará en otro sistema con una mente
fresca. Cuando hayamos comprendido el darma bien, en su propio contexto,
entonces seremos más certeros al observar su correspondencia en el campo
de la psicología, la ciencia, o cualquier otra filosofía o religión.
Este libro no está escrito por una erudita para un grupo de intelectuales,
sino por una persona que quiere compartirlo con otra. Exploraremos no sólo
lo que el Buda enseñó, sino también cómo aplicarlo a nuestras vidas. Para
hacerlo, no necesitamos llamarnos “budistas”, ya que la búsqueda de la
felicidad a través de una vida significativa es universal. Intentaremos
observar nuestras vidas con sentido común y claridad, como seres humanos
buscando la felicidad y la sabiduría. Este es el planteamiento budista.
Parte II
Trabajar con las emociones
de un modo efectivo
1. ¿Dónde está la felicidad?
Observar de cerca nuestra experiencia.
E
l budismo describe nuestros problemas y sufrimientos, sus
causas, el camino para liberarnos de ellos, y el estado resultante
de gozo una vez que cesan todas las experiencias indeseables. El
budismo es una aproximación a la vida que nos ayuda a actuar
eficazmente y de forma compasiva. Contiene prácticas que
remedian nuestras actitudes perturbadoras y nuestros problemas cotidianos.
En el transcurso de un día, experimentamos muchas emociones.
Algunas, como el amor auténtico y la compasión, son valiosas. Otras, como
el apego, el enfado, la estrechez mental, el orgullo y la envidia, alteran
nuestra paz mental y nos conducen a actuar de un modo que molesta a los
demás. En los capítulos de esta segunda parte del libro examinaremos estas
actitudes perturbadoras desvelando algunos antídotos que las pacifican y las
transforman.
Todas las actitudes perturbadoras se basan en la suposición innata de que
la felicidad y el sufrimiento provienen de fuera de nosotros mismos. Parece
como si fueran las personas o las cosas la causa de nuestra felicidad o de
nuestra tristeza. De este modo, confiamos en que los objetos externos, con
los que entramos en contacto a través de nuestros cinco sentidos –la vista, el
oído, el olfato, el gusto, el tacto– nos hagan felices. Concebimos la idea de
que la dicha se encuentra establecida “ahí fuera”, en ese objeto, lugar o
persona. En consecuencia, intentamos procurarnos ciertas cosas y estar
cerca de determinadas personas. De la misma manera, intentamos evitar
todo aquello –personas y objetos– que nos hace sentirnos infelices porque
parece que nuestra infelicidad proviene de ellos.
El punto de vista de que la felicidad y la infelicidad provienen de los
objetos y las personas del exterior nos coloca en una situación difícil porque
nunca podremos controlar por completo a las personas y los objetos que nos
rodean. Intentamos obtener todo lo que queremos, pero nunca tenemos
bastante. Continuamente decepcionados, buscamos más y mejor, o lo que
pensamos que nos va a traer felicidad. Pero, ¿conocemos a alguna persona
rica que sea feliz? ¿Sabemos de alguien que esté completamente contento
con sus amigos y familiares?
De la misma manera, pensamos que cuando tenemos un problema es
debido a alguna persona u objeto externos. Atribuimos nuestros trastornos
emocionales al modo en que nuestros padres nos trataron cuando éramos
jóvenes. Culpamos de nuestra insatisfacción actual a nuestros jefes,
empleados, parientes o profesores. Desearíamos que las personas que nos
rodean aprendieran a tratarnos mejor. Los otros no son lo que queremos que
sean, y nos sentimos continuamente frustrados en nuestros intentos por
hacerles cambiar.
Nuestras vidas se vuelven muy complicadas porque intentamos que el
mundo sea como quisiéramos que fuera. Por desgracia, ¡el mundo no
coopera! Nuestros planes y nuestros sueños se realizan sólo parcialmente, si
es que lo hacen de algún modo. Aunque seamos capaces, por algún tiempo,
de influir sobre la acciones de los demás, no podemos dictar lo que piensan
y sienten. Cuando obtenemos lo que queremos, nos sentimos extasiados; y
si no es así, nos deprimimos. Como yoyós emocionales subimos y bajamos
según la persona o el objeto con que nos encontremos. Para confirmarlo,
únicamente necesitamos echar un vistazo al número de cambios de humor
que hemos experimentado en un día como hoy.
Sin embargo, una vez que realicemos un examen de nuestras
experiencias cotidianas, veremos que ni la felicidad ni la infelicidad existen
o se producen en los objetos externos o en las personas. Si así fuera, todos
percibiríamos el exterior y reaccionaríamos ante las cosas de la misma
manera, ya que estaríamos percibiendo lo que está “ahí fuera”,
independientemente de nosotros mismos.
Pero, no a todos nosotros nos gustan las mismas cosas o las mismas
personas: a una persona le atrae la música pop, y a otra no. Tampoco nos
gusta lo mismo toda la vida; así, por ejemplo, cuando éramos más jóvenes
nos encantaban los tebeos, pero ahora como adultos los encontramos
aburridos. Esto nos demuestra que nuestras experiencias con las personas o
las cosas dependen de nuestra manera de observarlas y relacionarnos con
ellas.
Así, si modificamos nuestras interpretaciones y la forma en la que nos
relacionamos con las cosas y las personas, podemos cambiar nuestra
experiencia de ellas. Podemos reconocer nuestras proyecciones, nuestra
sobrestimación y subestimación con respecto a las personas y las cosas, y
después corregir esas interpretaciones erróneas. De esta manera, nos
relacionaremos de un modo más realista y nos sentiremos más satisfechos.
Si nos apartamos de las falsas ideas que nos conducen al apego, al enfado,
al orgullo, a la envidia y a estados de estrechez mental, nos relacionaremos
con las demás personas y con nuestras posesiones de un modo más
equilibrado.
2. Eliminar el dolor del apego
Vivir una vida equilibrada.
Ciertas ideas erróneas básicas alimentan nuestro apego. Estas son: (1)
que las cosas, las personas y las relaciones no cambian; (2) que nos pueden
proporcionar felicidad duradera; (3) que son puras; y (4) que poseen una
esencia real y brillante.
Estas ideas erróneas funcionan siempre que estamos apegados a algo o a
alguien. Para examinarlas con mayor profundidad, utilicemos como
ejemplo nuestro cuerpo.
Cambio: lo ineludible de envejecer
Aunque intelectualmente sepamos que no siempre seremos jóvenes, en
el fondo de nuestra mente y de un modo innato pensamos que no
envejeceremos nunca. Así, cuando miramos las fotos que nos tomaron años
atrás, nos sorprendemos de lo mucho que hemos envejecido. Nuestro
cabello es más gris, o tal vez no tenemos tanto pelo y nuestra piel no es tan
suave. A pesar de todas las cremas antiarrugas, los colorantes de pelo y los
métodos que empleamos contra la caída del cabello, nuestro cuerpo se
debilita y se vuelve menos atractivo, lo que nos causa preocupación y hace
que nos sintamos infelices.
Además, no nos sentimos tan jóvenes ni con tanta energía como
solíamos tener. Aunque podamos hacer ejercicio y, por consiguiente, tener
en estos momentos mucha energía, cuando éramos más jóvenes esa energía
se encontraba ahí de un modo natural. Ahora sentimos que nuestro cuerpo
modera el ritmo y que debemos trabajar con él para sentirlo en forma.
Algunas personas se sienten muy desdichadas ante lo inevitable de
envejecer. La cultura occidental, con la importancia que da a todo lo que es
joven y atractivo, dispone el escenario para el descontento y la
preocupación. Idolatramos nuestra juventud, es decir, aquello que estamos
en un continuo proceso de perder.
Si de un modo realista reconociéramos y aceptáramos la naturaleza
cambiante de nuestro cuerpo, la infelicidad debida al envejecimiento
disminuiría. Nuestro cuerpo envejece a cada momento que pasa, y no hay
modo de impedirlo. Necesitamos meditar sobre esto, no sólo pensarlo
intelectualmente sino aceptarlo de corazón. Si pensamos en lo ineludible del
envejecimiento mientras somos jóvenes, no nos sorprenderá cuando suceda.
¿Nos proporciona nuestro cuerpo una felicidad
duradera?
Un segundo error sobre nuestro cuerpo consiste en pensar que nos
proporciona una felicidad duradera. Estamos excesivamente apegados a la
idea de sentirnos sanos. Algunas personas miman su cuerpo para
mantenerlo bien, y se preocupan cuando tosen o se resfrían. Tal apego a
nuestra salud es un inconveniente para las personas que nos rodean. Es la
causa de que nos sintamos deprimidos o enfadados, lo que retrasa nuestra
recuperación.
Aunque a nadie le gusta sentirse enfermo, nuestro cuerpo es propenso a
la enfermedad. ¿A quién conocemos que no haya estado enfermo? Si
mentalmente podemos aceptar la fragilidad de nuestro cuerpo, entonces
cuando llegue la enfermedad estaremos más capacitados para aceptarla.
Entonces, aun cuando estemos enfermos seremos capaces de tener una
mente feliz. Una actitud positiva nos ayudará, espontáneamente, a sentirnos
mejor.
¿Es nuestro cuerpo puro y atractivo?
Otro error básico sobre nuestro cuerpo consiste en pensar que es
intrínsecamente puro y atractivo. Así nos apegamos a la idea de parecer
atractivos. Cuando tenemos una buena apariencia física, sentimos que
somos dignos de consideración, y utilizamos esta apariencia para atraer a
los demás. Creemos que gustaremos si poseemos un cuerpo atractivo o
atlético, y que nos ignorarán si no es así.
Aunque una parte de nosotros piensa que nuestro cuerpo es
intrínsecamente puro, el apego a nuestra apariencia hace que nos sintamos
perpetuamente insatisfechos con él. Podemos emplear una variedad de
productos, dietas y ejercicios para hacer que nuestro cuerpo parezca bello,
pero este deseo nunca queda completamente satisfecho. Incluso las más
hermosas mujeres y los hombres más apuestos no están satisfechos con su
cuerpo. Sentimos que nos sobra carne donde no debería sobrarnos o que nos
falta donde no debería ser así. Aunque otros nos digan lo atractivos o lo
bien que estamos, nunca nos sentimos contentos con nuestro cuerpo.
Pero, ¿cuál es el propósito de la vida humana? ¿Consiste en parecer
bellos sólo por fuera, o en mejorar nuestra mente y abrir nuestro corazón de
modo que seamos más bellos interiormente? Todos nosotros nos hemos
encontrado con personas que no son físicamente atractivas pero que irradian
cualidades internas de paciencia y apertura que atraen a la gente hacia ellas.
Las cualidades que hacen a las personas hermosas en su interior son más
importantes y duraderas que la belleza física, pero estas cualidades no
aparecen por casualidad sino porque la gente las cultiva. Contemplar esto
nos ayudará a clarificar la relación con nuestro cuerpo.
Por supuesto que debemos intentar estar sanos y vestirnos con elegancia,
pero hemos de hacerlo sin apego. Una inquietud desmedida sobre la
apariencia hace que nos sintamos infelices. Ser muy atractivo puede
acarrearnos problemas añadidos, como podemos observar por la vida de
muchas celebridades. Si reconocemos que poseer un cuerpo atractivo no
elimina nuestros problemas ni nos proporciona la felicidad última, haremos
que desaparezca el apego a la idea de sentirnos bellos o estar bien
formados. Nos sentiremos menos inseguros y más contentos con lo que
somos. Al reconocer que la belleza interior es más importante, la
cultivaremos y tendremos más amigos porque nuestro carácter habrá
mejorado.
Nuestro cuerpo no posee una verdadera esencia
El último error básico consiste en creer que nuestro cuerpo posee una
verdadera esencia. Sin embargo, si lo examinamos cuidadosamente veremos
que es, únicamente, un cúmulo de átomos. Los científicos dicen que el
espacio diáfano que existe en el cuerpo es más amplio que la superficie que
se encuentra ocupada por átomos. Además estos átomos están en continuo
movimiento.
Así, cuando buscamos una entidad sólida, inalterable, que llamamos “mi
cuerpo”, no podemos encontrar ninguna. No existe un fenómeno estático
permanente que podamos identificar como nuestro cuerpo. También, y
porque lo que denominamos “mi cuerpo” es simplemente una acumulación
de átomos en una formación particular, nuestro cuerpo no es una entidad
inmanente. Ni es por sí mismo atractivo o feo.
Estos cuatro falsos conceptos, –que el cuerpo es inalterable y nos
procura una felicidad duradera; que es intrínsecamente puro y posee una
esencia real que se puede hallar– exageran las cualidades de nuestro cuerpo.
Esta es la causa de que nos apeguemos a la idea de ser perpetuamente
jóvenes, sanos y bien parecidos. Tal apego hace que nos sintamos
insatisfechos y ansiosos.
¿Qué otro modo existe de relacionarnos con nuestro cuerpo? Al
principio puede parecer inconcebible que haya otro modo que no sea el
estar apegado a él. A pesar de todo sí hay otra forma y ésta consiste en
pensar lo siguiente: “Puedo dotar a mi vida de significado mejorando mi
carácter, ayudando a las personas que me rodean y contribuyendo al bien
social. Mi cuerpo es el vehículo que me permite hacer esto; por tanto, debo
mantener mi cuerpo sano y aseado no por mi propio deseo egoísta, sino
para utilizarlo en beneficio de los demás”.
Esta forma de pensar puede parecer al principio extraña, pero si nos
acostumbramos a ella, llegará a ser nuestra forma natural de pensar.
Alcanzaremos un punto de vista más relajado sobre nuestro cuerpo, y nos
sentiremos más contentos por ello.
El camino hacia la satisfacción
El apego sienta las bases para la insatisfacción porque con
independencia de cuánto tengamos siempre buscamos más y mejor. Nuestra
sociedad explota esta codicia y descontento diciéndonos que la moda de la
temporada anterior se encuentra anticuada o que los electrodomésticos del
año pasado están desfasados. Pero muy pocas personas se pueden permitir
todo lo que suponen que deben poseer. Incluso si podemos comprar muchas
cosas, al cabo de un tiempo se quedan anticuadas, o se rompen, o sentimos
la necesidad de obtener más y mejores objetos porque todo el mundo los
tiene. Esto puede hacernos sentir continuamente inseguros.
Por el contrario, si pensamos: “Lo que poseo es suficientemente bueno”,
entonces nuestra mente estará relajada. Esto no significa que no podamos
adquirir nunca nuevos objetos o que nuestra sociedad no deba avanzar
tecnológicamente. No hay nada negativo en comprar cualquier bien que
necesitemos, o en adquirir un nuevo modelo que resulte más eficaz, siempre
que podamos permitírnoslo. Pero nuestra mente se sentirá más relajada si
estamos contentos con lo que tenemos, tanto si nos podemos permitir el
comprar algo nuevo como si no. Como dijo el Buda:
Siguiendo al apego
nunca se halla satisfacción.
Quienquiera que lo venza,
con sabiduría alcanza el gozo.
A
todos nosotros nos gustaría tener sentimientos positivos hacia los
demás. Sabemos que el amor es la raíz de la paz en el mundo.
¿Qué es el amor y cómo lo podemos desarrollar? ¿Cuál es la
diferencia entre amar a las personas y estar apegado a ellas?
El amor es el deseo de que los demás sean felices y de que
posean las causas de esa felicidad. Al haber reconocido de un modo realista
la bondad de los demás así como sus defectos, el amor se concentra en su
bienestar. No tenemos motivos ocultos para satisfacer nuestro egoísmo;
amamos a los demás sencillamente porque existen.
El apego, por otra parte, exagera las buenas cualidades de los demás y
nos crea ansia de ellos. Cuando estamos en su compañía, somos felices;
cuando estamos separados de ellos, nos sentimos tristes. El apego está
arraigado en expectativas sobre lo que los demás deberían ser o hacer.
¿Es el amor como generalmente se entiende en nuestra sociedad,
verdadero amor? Antes de conocer a las personas, nos parecen extrañas y
nos sentimos indiferentes hacia ellas. Después de conocerlas pueden
convertirse en seres queridos hacia quienes sentimos emociones intensas.
Observemos más de cerca cómo las personas se convierten en amigos.
Generalmente nos sentimos atraídos hacia las personas, bien porque
poseen cualidades que valoramos o porque nos ayudan. Si observamos
nuestros propios procesos mentales, notaremos que buscamos ciertas
cualidades específicas en los demás. Algunas de ellas son cualidades que
nos parecen atractivas, y otras son aquellas que tienen un valor con respecto
a nuestros padres, o a la sociedad en que vivimos. Examinamos en alguien
su apariencia, su educación, su situación financiera y su posición social. Si
lo que valoramos son las habilidades musicales o artísticas, entonces nos
fijaremos únicamente en las personas que posean estas cualidades. Si lo que
consideramos importante son las habilidades atléticas, nos sentiremos
atraídos por las personas que las hayan desarrollado. Así cada uno de
nosotros busca distintas cualidades en los demás y utiliza distintos criterios
para evaluarlas.
Si las personas poseen las cualidades que se encuentran en nuestro
“catálogo interior”, las valoramos. Pensamos que son buenas personas,
dignas de consideración. Nos parece que son grandes personas en sí mismas
y por sí mismas, sin conexión con la evaluación que nosotros hacemos de
ellas. Pero de hecho, porque tenemos ciertas preconcepciones acerca de las
cualidades que son deseables y de las que no, somos los únicos que
atribuimos a las personas el concepto de valiosas o dignas de consideración.
Así mismo, consideramos a los demás según se relacionan con nosotros.
Si nos ayudan, nos elogian, hacen que nos sintamos seguros, escuchan lo
que decimos y nos cuidan cuando estamos enfermos o deprimidos, las
consideramos buenas personas. Esta es una visión muy parcial, ya que las
juzgamos únicamente por el modo en que se relacionan con nosotros, como
si fuéramos la persona más importante en el mundo.
Generalmente pensamos que si los demás nos ayudan son buenas
personas; mientras que si nos dañan son malas personas. Si la gente nos
anima, es maravillosa; si anima a nuestro enemigo, es detestable. No es su
estímulo lo que valoramos sino el hecho de que esté dirigido a nosotros. Del
mismo modo, si la gente nos critica, está equivocada o es desconsiderada.
Si critican a alguien que no nos gusta entonces consideramos que son
personas juiciosas. No ponemos objeción a sus críticas, a no ser que se
dirijan a nosotros.
El proceso por el cual discriminamos a las personas no está basado en un
criterio objetivo. Está determinado por nuestras propias preconcepciones de
lo que es estimable y de cómo esa persona se relaciona con nosotros. Bajo
este criterio subyace la suposición de que nosotros somos muy importantes
y, por tanto, si los demás nos ayudan y reconocen nuestro sistema de
valores, entonces son maravillosos en sí mismos y desde sí mismos.
Una vez que hemos juzgado a ciertas personas como buenas, cuando las
vemos nos parece que su bondad proviene de ellas. Sin embargo, cuanto
más desarrollemos nuestra atención, mejor reconoceremos que estamos
proyectando esta bondad sobre ellos.
Si ciertas personas fueran objetivamente valiosas y buenas, entonces
todos los demás las verían del mismo modo. Pero alguien que nos gusta
puede desagradar a otra persona. Esto sucede porque cada uno evalúa a los
demás basándose en sus propias preconcepciones y prejuicios. Las personas
no son maravillosas por sí mismas y desde sí mismas, independientemente
de nuestro juicio sobre ellas.
Al proyectar la bondad sobre ciertas personas, nos formamos unas
concepciones fijas sobre quiénes son, que nos llevan a apegarnos a ellas.
Algunas personas nos parecen casi perfectas, y anhelamos estar con ellas.
Cuando deseamos estar con las personas que nos hacen sentir bien, nos
convertimos en yoyós emocionales: si estamos con esas personas nos
sentimos animados; y si no, nos sentimos tristes.
Además, elaboramos preconcepciones de lo que serán nuestras
relaciones con estas personas creando expectativas sobre ellas. Cuando no
corresponden a nuestras expectativas, nos sentimos decepcionados o
enfadados. Queremos cambiarlas de modo que se adapten a lo que nosotros
pensamos sobre ellas. Pero nuestras proyecciones y expectativas provienen
de nuestra propia mente, no de las otras personas. Nuestros problemas no
surgen porque los otros no sean lo que pensamos que eran, sino porque
erróneamente pensamos que eran algo que no son.
Por ejemplo, después de que Jaime y Susana llevaran casados unos años,
Jaime decía: “Susana no es la misma mujer con la que me casé. Cuando nos
casamos era muy amable, y estaba muy interesada en mí. Ahora es muy
distinta.” ¿Qué ha sucedido?
Lo primero es que la personalidad de Susana no es algo predeterminado.
Ella está continuamente cambiando en respuesta al ambiente que la rodea y
a sus pensamientos y sentimientos internos. Es poco realista esperar que
Susana sea la misma todo el tiempo. Todos nosotros crecemos y
cambiamos, experimentando altibajos.
En segundo lugar, ¿podemos asumir que siempre sabremos quién es la
otra persona? Cuando Jaime y Susana se estaban conociendo antes de
casarse, cada uno construía un concepto de quién era el otro. Pero esa
concepción era solamente una concepción. No era la otra persona. El
concepto de Jaime sobre Susana no era Susana. Sin embargo, y porque
Jaime no era consciente de esto, se sorprendía cuando aparecían distintos
aspectos de la personalidad de Susana. Cuanto más fuerte era el concepto
sobre ella, más infeliz se sentía cuando no actuaba de acuerdo con su
concepción.
¡Qué extraño pensar que conocemos completamente a otra persona! Ni
siquiera nos conocemos a nosotros mismos ni los cambios que
experimentamos. Ni siquiera llegamos a entender ni una milésima parte
sobre la otra persona. La falsa idea de creer que alguien es quien pensamos
que es, complica nuestras vidas. Por otra parte, si somos conscientes de que
nuestro concepto es sólo una opinión, entonces seremos mucho más
flexibles.
Por ejemplo, los padres pueden formarse una opinión de la personalidad
de su hija adolescente, y sobre cómo debería comportarse. Cuando su hija
se comporta mal, los padres se sienten conmocionados y se producen las
riñas familiares. Sin embargo, si los padres entendieran que su hija es una
persona en continuo cambio, como ellos mismos, entonces no tendrían una
reacción emocional tan fuerte hacia su comportamiento. Con una mente en
calma, libre de expectativas, los padres podrían ser más eficaces en la
educación de su hija.
Cuando otras personas actúan de una manera que no corresponde con la
concepción que tenemos sobre ellas nos sentimos decepcionados o
enfadados. Podemos intentar halagarlas para que vuelvan a ser quienes
esperamos que sean. Podemos criticarlas, intentar dominarlas, o intentar
que se sientan culpables. Cuando hacemos esto nuestra relación se deteriora
aún más y nos sentimos tristes.
Las fuentes de sufrimiento y de confusión son nuestras propias
proyecciones parciales y las expectativas egoístas que atribuimos a otras
personas. Éstas constituyen el fundamento del apego. El apego sobrestima a
nuestros amigos y familiares y se aferra a ellos. Nos abre la puerta a la
irritación y el enfado posteriores. Cuando nos vemos separados de nuestros
seres queridos, nos sentimos solos; cuando se encuentran de mal humor,
nosotros nos sentimos ofendidos. Si fallan y no logran aquello con lo que
habíamos contado, nos sentimos traicionados.
Para evitar las dificultades causadas por el apego, debemos ser
conscientes de cómo funciona. Entonces podremos prevenirlo, corrigiendo
nuestras falsas preconcepciones sobre los demás y no proyectando unas
nuevas. Recordaremos que las personas están continuamente cambiando y
que no poseen una personalidad predeterminada. Si tenemos presente que es
imposible estar siempre con nuestros seres queridos, no nos sentiremos
perturbados cuando estemos separados de ellos. Más que sentirnos abatidos
porque no estemos con ellos, nos alegraremos de corazón por el tiempo que
pasamos juntos.
Te amo si...
“El amor controlado” no es amor porque sus hilos están atados.
Pensamos, “te amo si...” y añadimos nuestras condiciones. Nos resulta
difícil cuidar a otros sinceramente sino cumplen ciertos requisitos, los
cuales tienen que centrarse en torno al beneficio que deben
proporcionarnos. Además, somos, a menudo, veleidosos con respecto a las
cualidades y el comportamiento que deseamos de los demás. Un día
queremos que nuestra amada se muestre como una persona con iniciativa, y
al día siguiente queremos que se comporte como una persona dependiente.
Lo que llamamos amor es, con frecuencia, apego; una actitud
perturbadora que sobrestima las cualidades de la otra persona. De esta
manera nos apegamos a esa persona pensando que nuestra felicidad
depende de ella. El amor, por otra parte, es una actitud abierta y relajada.
Queremos que alguien sea feliz por el simple hecho de existir.
Mientras que el apego es una manifestación incontrolada y sentimental,
el amor es directo y poderoso. El apego oscurece nuestro juicio y nos
convierte en personas parciales que ayudan a sus seres queridos y que
desprecian a aquellos que no les gustan. El amor clarifica nuestra mente y
nos lleva a valorar una situación pensando en el mayor beneficio de cada
cual. El apego se basa en el egoísmo, mientras que el amor se funda en el
aprecio hacia los demás.
El apego valora las cualidades superficiales de los otros: su apariencia,
su inteligencia, su talento, su posición social y así sucesivamente. El amor
ve más allá de estas apariencias superficiales y descansa en el hecho de que
las demás personas son simplemente como nosotros, es decir, desean la
felicidad y quieren evitar el sufrimiento. Cuando nos encontramos con
gente poco atractiva, desaliñada, ignorante, sentimos rechazo porque
nuestra mente egoísta desea conocer gente atractiva, pulcra y con talento. El
amor, por otra parte, no evalúa a los demás por estas pautas superficiales y
mira más adentro. El amor reconoce que, a pesar de la apariencia de los
demás, su experiencia es similar a la de uno mismo. Todos buscamos ser
felices y evitar el sufrimiento.
Este es un aspecto importante que determina si nos sentimos alienados o
conectados con aquellos que nos rodean. Cuando estamos en un lugar
público, miramos a la gente y pensamos: “Ese está muy gordo; aquella
camina de un modo gracioso; ese otro tiene una expresión verdaderamente
desagradable; aquella otra parece arrogante”. Desde luego no nos sentimos
muy cercanos a los demás si permitimos que nuestros pensamientos
negativos entresaquen sus faltas.
En el momento que nos damos cuenta que estamos pensando de este
modo, debemos hacer una pausa y observar a las mismas personas con otra
mirada: “Cada una de estas personas tiene su propia experiencia interna.
Cada una de ellas sólo quiere ser feliz. Yo sé lo que es eso porque yo me
encuentro en la misma situación. Todas ellas quieren apoyo, amabilidad, o
incluso una sonrisa de los demás. Ninguno disfruta con la crítica o la falta
de respeto. Son exactamente igual que yo”. Si pensamos de este modo,
surge el amor, y en vez de sentirnos distantes de los demás, nos sentimos
unidos a ellos.
El apego hace que nos sintamos posesivos respecto a las personas
cercanas a nosotros. Alguien es mi esposa, esposo, hijo, o padre. A veces
actuamos como si las personas fueran nuestras posesiones, y por esa razón
nos atribuimos el derecho a decirles cómo deben vivir sus vidas. Sin
embargo, no poseemos a nuestros seres queridos. No se posee a una persona
como si fuera un objeto.
Al reconocer que no poseemos a los demás, el apego disminuye. Esto
abre la puerta al amor que atesora genuinamente cada ser humano. Pero ello
no quiere decir que no podamos ofrecer consejo a otros e incluso
comentarles cómo influyen sus actos sobre nosotros, siempre y cuando
respetemos su integridad como individuos.
Satisfacer nuestras necesidades
Cuando estamos apegados no somos libres emocionalmente sino que
dependemos y nos aferramos a otra persona para realizar nuestras
necesidades emocionales. Tememos perder a esa persona hasta el punto de
pensar que nos sentiríamos incompletos sin ella. Nuestro concepto se basa
en poseer una relación particular: “Yo soy el esposo, la esposa, el familiar o
el hijo de fulanito de tal”. Este grado de dependencia no nos permite
desarrollar nuestras propias cualidades. Además, cuando somos
excesivamente dependientes nos preparamos para la depresión porque
ninguna relación puede durar para siempre. La separación se producirá de
un modo u otro, o bien al final de nuestra vida o incluso antes.
La falta de libertad emocional arraigada en el apego puede obligarnos a
cuidar al otro antes que arriesgarnos a perderle. Nuestro afecto carece de
sinceridad porque se basa en el miedo. O tal vez deseemos ayudar a nuestra
amada para asegurarnos su afecto. Podemos mostrarnos superprotectores,
temerosos de que algo inesperado le suceda, o sentirnos celosos cuando
sienta afecto hacia otras personas.
El amor es más desinteresado. En vez de preguntarnos de qué manera
puede satisfacer mis necesidades esta relación, pensaremos: “¿Qué puedo
darle al otro?” Aceptaremos que es imposible que los demás puedan
eliminar nuestros sentimientos de pobreza emocional e inseguridad. El
problema no estriba en que los otros no satisfagan nuestras necesidades
emocionales, sino que nosotros sobrevaloramos nuestras necesidades y
esperamos demasiado.
Por ejemplo, quizá pensemos que no podemos vivir sin alguien a quien
nos sentimos particularmente unidos. Esto es una exageración. Nosotros
tenemos nuestra propia dignidad como seres humanos; no necesitamos
aferrarnos a otros como si fueran la fuente de toda felicidad. Es útil recordar
que hemos vivido la mayor parte de nuestras vidas sin estar con nuestra
persona amada. Más aún, otras personas viven muy bien sin él o sin ella.
Sin embargo, esto no significa que debamos suprimir nuestras
necesidades emocionales o volvernos distantes e independientes porque eso
no solucionaría el problema. Tendremos que descubrir nuestras necesidades
irreales y lentamente tratar de eliminarlas. Algunas necesidades
emocionales pueden ser tan intensas que no podamos superarlas de
inmediato. Si intentamos suprimirlas o fingimos que no existen, podríamos
sentirnos ansiosos o inseguros. En este caso, podemos intentar satisfacer
estas necesidades a la vez que trabajamos gradualmente para dominarlas.
El problema esencial es que, más que amar, buscamos ser amados.
Anhelamos ser entendidos por otros más que entenderles. Nuestro sentido
de inseguridad emocional proviene de la ignorancia y del egoísmo que
oscurece nuestra mente. Seremos capaces de desarrollar confianza cuando
reconozcamos la capacidad interna que poseemos para convertirnos en
personas completas, satisfechas y amorosas. Al descubrir la capacidad que
nos permite alcanzar las magníficas cualidades de un ser iluminado,
desarrollaremos un sentimiento de confianza preciso y verdadero. Entonces
trataremos de incrementar nuestro amor, compasión, generosidad,
paciencia, concentración y sabiduría e intentaremos compartir estas
cualidades con los demás.
La inseguridad emocional hace que busquemos continuamente algo en
los demás. Nuestra amabilidad hacia ellos está contaminada por la
motivación oculta de querer recibir algo a cambio. Sin embargo, cuando
descubramos lo mucho que hemos recibido de los demás, trataremos de
devolverles su amabilidad y nuestros corazones se vincularán
estrechamente al amor. El amor enfatiza el dar más que el recibir. Al no
encontrarnos atados por los aferramientos y expectativas con respecto a los
demás, estaremos abiertos, seremos amables y participativos, a la vez que
mantendremos nuestro propio sentido de la integridad y la autonomía.
El sentimiento de apego quiere tanto que otros sean felices que nos
obliga a presionarlos para que hagan lo que pensamos que les hará felices.
No les permitimos elegir porque sentimos que sabemos qué es lo mejor para
ellos. No les dejamos que hagan lo que les haría felices, ni aceptamos que a
veces se sientan infelices. Tales dificultades surgen a menudo en las
relaciones familiares.
El amor desea intensamente que los demás sean felices. Sin embargo,
este deseo queda equilibrado por la sabiduría, al reconocer que la felicidad
de los demás es algo que también depende de ellos. Podemos guiarles, pero
nuestro ego no se involucrará cuando lo haga. Si les respetamos, les
permitiremos aceptar o no nuestro consejo y nuestra ayuda. Curiosamente,
cuando no presionamos a otros para que sigan nuestro consejo, se muestran
más abiertos a escucharlo.
Bajo la influencia del apego estamos atados a otros por nuestras
reacciones emocionales. Cuando son agradables con nosotros nos sentimos
felices. Cuando nos ignoran o nos hablan con dureza, lo tomamos como
algo personal y nos sentimos infelices. Pero pacificar el apego no significa
que nos volvamos duros de corazón. Más aún, sin apego habrá espacio en
nuestros corazones para un afecto genuino y para un amor ecuánime hacia
los demás. Estaremos activamente comprometidos con ellos.
Dominar el apego no significa que dejemos de tener amigos; de hecho,
estas relaciones de amistad serán más estrechas debido a la libertad y el
respeto en las que estarán basadas. Nos interesaremos en igual medida por
la felicidad y la tristeza de todos los seres, simplemente porque habremos
realizado que todas las personas deseamos la felicidad y no el sufrimiento.
Sin embargo, nuestro estilo de vida e intereses personales pueden resultar
más compatibles con los de ciertas personas. Debido a las estrechas
relaciones que hemos mantenido en vidas pasadas, en esta vida nos
resultará más sencillo comunicar con unas personas que con otras. En
cualquier caso, nuestras amistades se basarán en intereses mutuos y el deseo
de ayuda recíproca en el camino hacia la Iluminación.
Cuando las relaciones finalizan
El apego va acompañado por la preconcepción de que las relaciones
duran para siempre. Aunque podamos saber intelectualmente que esto no es
cierto, anhelamos profundamente estar siempre con las personas que
amamos. Este aferramiento hace la separación incluso más difícil porque
cuando un ser amado muere, o se aleja, sentimos como si una parte de
nosotros se perdiera.
Esto no significa que la aflicción sea negativa. Sin embargo, será de
utilidad reconocer que el apego es a menudo la causa del pesar y la
depresión. Si nuestra propia identidad está muy confundida con la de otra
persona, al separarnos nos sentiremos deprimidos. Cuando rehusamos
aceptar profundamente, de corazón, que la vida es transitoria, nos
preparamos para experimentar aflicción con la muerte de nuestros seres
queridos.
En el tiempo del Buda una mujer enloqueció de ansiedad por la muerte
de su hijo. Histérica, llevó el cadáver de su amado hijo al Buda y le rogó
que le resucitara. Buda le pidió primero que le trajera unas semillas de
mostaza de un hogar en el cual no hubiera muerto nadie.
Las semillas de mostaza se podían encontrar en cualquier hogar en India,
sin embargo, no pudo hallar ninguna casa en la que no hubiera muerto
nadie. Con el tiempo, la madre aceptó de corazón el hecho de que la muerte
es algo que afecta a todas las personas, de esta manera el dolor por la
pérdida de su hijo disminuyó.
Logrando llevar nuestro entendimiento sobre la impermanencia del
pensamiento al corazón, sabremos apreciar el tiempo que pasamos con los
demás. En lugar de codiciar más, cuando no sea posible lograrlo, nos
alegraremos de corazón por todo lo que compartimos con otros en el
presente. De este modo, evitando el apego, nuestras relaciones se
enriquecerán.
4. Controlar el enfado
Transformar el miedo y la adversión.
T
e encuentras trabajando en un proyecto, sin inmiscuirte en los
asuntos de nadie, cuando una compañera se acerca y te dice que
eres un incompetente. Te comenta que el importante trabajo que
te había confiado lo has hecho mal. Al escuchar sus duras
palabras, surge el enfado lentamente pero con vigor, en tu cuerpo
y en tu mente. Te pones de mal humor y le dices que no tiene derecho a
hablarte de esa manera. Vencido por el enfado, dices lo primero que te viene
a la mente, incluso sabiendo que lo que dices no es totalmente cierto. Tu
compañera te responde igualmente a gritos y, muy pronto, todo el mundo se
entera de lo que está sucediendo.
Generalmente, cuando estamos enfadados, o nos sentimos heridos, nos
vemos como víctimas de las acciones agresivas de otros. Nos creemos
personas inocentes que, injustamente, tienen que cargar con lo peor de las
acciones de otros. Nos sentimos heridos o enfadados porque pensamos que
los demás están equivocados o son malvados. Tanto el enfado como el
sentimiento de dolor rechazan aceptar lo que ha sucedido.
Muchas personas viven con una “mentalidad de víctima”, sintiéndose
continuamente desamparadas, maltratadas y temerosas. Sin embargo,
cuanto más entendemos el funcionamiento de nuestra mente y el
fundamento de la ley de causa y efecto dentro de nuestro continuo mental,
mejor entenderemos que nuestras interpretaciones actuales, así como
nuestras acciones pasadas, han jugado un papel vital en la evolución de
nuestras experiencias. Somos de alguna manera responsables de lo que nos
está ocurriendo. Sabiendo esto, tomamos entonces la responsabilidad de
actuar adecuadamente para mejorar nuestra situación.
Como ayuda para entender las situaciones desagradables y calmar
nuestro enfado, podemos hacernos algunas preguntas clave. Al analizar
nuestra interpretación, podemos preguntarnos: “¿Estoy percibiendo la
situación con precisión? ¿Es el enfado una reacción apropiada?”.
Considerando el funcionamiento de causa y efecto, nos preguntamos, “¿Por
qué me sucede esto a mí? ¿Me encuentro a mí mismo en repetidas
ocasiones en situaciones similares?” Si es así, ¿por qué? Observemos estos
dos puntos con mayor detenimiento.
Cuestionar nuestras interpretaciones
¿Estamos percibiendo la situación con precisión? ¿Cómo surge el enfado
en nosotros? Cuando alguien nos reprocha nuestros defectos, nos parece
como si el sufrimiento nos llegara desde la otra persona. Sus palabras son
dolorosas en sí mismas y por sí mismas y nosotros percibimos,
sencillamente, el dolor inherente a ellas.
Si esto fuera cierto, seríamos capaces de localizar el dolor en las
palabras. Tu compañera dice: “¡Tú eres un incompetente!” ¿Dónde está la
sensación desagradable? ¿Dónde está el dolor? ¿Está en el “tú”? ¿Está en
“eres”? ¿Está quizá en la palabra “incompetente”? Su voz diciendo “Eres un
incompetente” retumba en tus oidos. ¿Se encuentra esa sensación
desagradable en esas ondas de sonido que vibran en el aire? Si estuvieras
dormido y te insultara ¿te sentirías disgustado? Si te lo dijera en mongol
(asumiendo que no conocieras esta lengua)
¿te sentirías herido?
¿Cómo surge el sufrimiento que causan los insultos? No es debido
solamente a que nuestros oídos perciban las ondas de sonido de una voz,
sino también porque entendemos su significado. Pero este significado no es
doloroso en sí mismo y por sí mismo, porque si las palabras “Eres un
incompetente” estuvieran dirigidas a alguien que no nos gustara, no
resultarían desagradables a nuestros oídos.
El sufrimiento proviene de pensar: “¡Ella me está hablando a mí! ¡A mí!
¿Cómo se atreve a hablarme a mí de este modo?”, “yo” y “mí” se hacen
más grandes cuanto más pensamos en lo sucedido. Vemos la situación
desde una perspectiva –mi perspectiva– y pensamos que es así como existe
en realidad. Pensamos que nuestro parcial punto de vista es objetivo.
Cualquier situación posee muchas perspectivas desde las que puede ser
observada. Cuando miramos una taza desde arriba, la forma parece distinta
que cuando la miramos de lado. Sería difícil probar que las visiones de
nuestra mente egocéntrica son las únicas correctas. Pensar de este modo
aminora nuestro enfado.
Otra forma de dominar nuestro enfado consiste en recordar que los
insultos que la otra persona nos dirige podrían tener su causa en otro suceso
ajeno a nosotros. Tal vez ella tenga dificultades en algún aspecto de su vida,
y suceda que seamos la persona con quien desahoga su enfado. No tiene
nada contra nosotros, por tanto no hay razón para tomarlo de un modo
personal y sentirnos enfadados.
¿Es el enfado una reacción apropiada? La persona que nos ha insultado
es un ser consciente como nosotros que quiere ser feliz y evitar problemas.
El método que utiliza puede ser erróneo, pero su deseo es el mismo que el
nuestro: ser feliz. Si ampliamos nuestra perspectiva y nos olvidamos de
nosotros mismos por un momento, veremos a un ser humano infeliz que se
siente enfadado y molesto. Nosotros sabemos lo que significa sentirse
infeliz. Sabemos lo triste que se siente en estos momentos, ¿por qué
enfadarnos con alguien que es infeliz? Debería ser objeto de nuestra
compasión.
Si verdaderamente cometimos un error y alguien nos lo muestra, ¿por
qué enfadarnos? Si alguien nos dice que tenemos una nariz en medio de la
cara, no nos sentimos descontentos porque lo que está diciendo es cierto.
De igual modo, si alguien da cuenta de nuestro error, lo que dice es cierto.
El error es nuestro y le debemos una disculpa. Nos está mostrando cómo ser
mejores. Por otra parte, si nos está acusando injustamente, ¿por qué
enfadarse? Si alguien nos dijera que tenemos cuernos en la cabeza, no nos
enfadaríamos porque sabemos que no es cierto.
A menudo nos enfadamos cuando sucede algo que consideramos
indeseable. Pero ¿de qué sirve este enfado? Si podemos cambiar la
situación, entonces, adelante, ¡hagámoslo! No hay necesidad de enfadarse.
Es muy útil pensar de este modo cuando nos enfrentamos con problemas e
injusticias sociales. Mejor que enfadarse se puede intentar luchar para
solucionar estos casos; es más inteligente trabajar con calma para mejorar la
sociedad.
Por otra parte, si la situación no se puede cambiar, el enfado es
igualmente inútil. Una vez que nos hemos roto la pierna no podemos
devolverla a su estado original. Toda la corrupción del mundo no se puede
solucionar en un año. Enfadarnos por algo que no podemos cambiar nos
hace sentirnos desgraciados. Preocuparse o temer algo que no ha sucedido
nos inmoviliza. Shantideva escribió en “A Guide to the Bodhisattva Way of
Life”:
L
a estrechez mental es una actitud que no quiere aceptar una nueva
idea o situación. Nos convierte en personas estrictas, parciales y
defensivas. Aparece, por ejemplo, cuando ciertos temas de
conversación controvertidos surgen durante la cena. Debido a esa
estrechez mental, reaccionamos como un avestruz: queremos
“esconder la cabeza en la tierra” y no examinar ninguna nueva idea que
pueda agitar nuestras tercas concepciones.
Tal actitud acarrea muchos problemas en nuestra vida. Si repasamos la
historia, podremos observar lo perjudicial que ha resultado para el
desarrollo de la humanidad el hermetismo mental. Ese tipo de mentalidad
cerrada hizo que la gente se opusiera a la investigación científica en la Edad
Media. El miedo, atributo de esa mentalidad cerrada, fue el causante de que
la población europea ignorara el asesinato de millones de personas
inocentes bajo el régimen nazi. La estrechez mental pasa por alto los
prejuicios raciales, religiosos y sexuales.
Al observar la realidad con una mentalidad cerrada, nos encontramos
con la idea preconcebida de que hemos resuelto todo y no queremos
sentirnos agitados por nuevas ideas. Tenemos el miedo sutil de que si el
castillo de arena de nuestra visión del mundo se hiciera añicos, debido a una
nueva idea, nos encontraríamos perdidos. Por consiguiente, preferimos ser
obstinados y no escuchar; u olvidarnos de ello y ver la televisión;
dedicarnos al juego, o emborracharnos. Queda claro que el hermetismo
mental nos convierte en personas rígidas y desagradables.
Al comprender los peligros de una actitud mental cerrada, nos
esforzaremos por desarrollar un enfoque inteligente respecto a las nuevas
ideas y acontecimientos. Pondremos atención a las nuevas ideas y las
analizaremos de una manera lógica, inteligente e imparcial. Escucharemos
las nuevas ideas y proposiciones con la intención de mejorar nuestros
conocimientos y así contribuir a la paz del mundo y al desarrollo humano.
Independientemente de la aceptación o rechazo de una idea, siempre
aprenderemos algo al examinarla con inteligencia y nuestro entendimiento
se volverá más claro.
Ser una persona de mentalidad abierta no significa, sin embargo, que
tengamos que aceptar cada nueva idea que nos encontremos. Este tipo de
mentalidad mimética resulta tristemente verificable en el “supermercado
espiritual” que existe en la actualidad en Occidente. La apertura mental
tampoco significa que deseemos de un modo desesperado ser tan modernos
que debamos despreciar nuestra herencia cultural y seguir ciegamente
cualquier nueva idea o planteamiento.
Con una mente abierta seremos tolerantes. Después de haber examinado
lógicamente una idea y de haber buscado la evidencia que le confiere
validez, si no estamos de acuerdo con ella, podemos aún sentirnos
tranquilos e incluso amistosos con cualquier otra persona que sí defienda
ese planteamiento. Estar en desacuerdo con una idea no significa que
debamos odiar a una persona que la acepte. Además, las ideas de las
personas cambian. Podemos apreciar lo que otros dicen –ya sea razonable o
disparatado– porque esto nos desafía a pensar y de este modo nuestra
sabiduría se desarrolla.
Al encontrarnos en la mesa frente a una persona que nos habla de una
nueva materia o concepto, podemos compartir la conversación, con la
alegría de aprender, más que con una actitud sentenciosa, que previamente
ha decidido que la otra persona está equivocada. Nos permitiremos a
nosotros mismos escuchar, reflexionar, crecer y compartir, mientras
reexaminamos nuestras ideas previas.
Esta actitud de apertura resultará beneficiosa en muy diversas
circunstancias; así, por ejemplo, contribuirá a mejorar la atmósfera en el
trabajo de tal modo que seremos capaces de alentar a nuestros compañeros,
a nuestro jefe y subordinados a reavivar proyectos olvidados y sugerir
futuras mejoras. Con una mente abierta, podremos entonces evaluar sus
ideas y trabajar junto a ellos para beneficiarnos mutuamente. Aunque un
jefe siga poseyendo autoridad, dejará de ser autoritario.
No tenemos que defender nuestras ideas o creencias. No hay nada en
ellas que las haga intrínsecamente nuestras. Si alguien critica nuestros
planteamientos no significa que seamos estúpidos. No tendríamos que
temer quedar mal por ello, más bien deberíamos reevaluar nuestro enfoque
y cambiar de opinión. El temor a parecer estúpidos, si se prueba que
nuestras ideas son erróneas, proviene de nuestro interés por mantener una
buena reputación, lo cual se antepone a nuestro deseo por discriminar lo
verdadero de lo falso. Con una mente abierta veremos cada nueva idea o
situación como una oportunidad de aprender y de compartir con los demás.
6. Observaciones con presición
Antídotos para el falso orgullo.
E
l orgullo es una concepción, un modo de ver las cosas, por el que
exageramos una cualidad que poseemos –fuerza física o belleza,
educación, clase social o talento– y que nos conduce a
considerarnos superiores a los demás.
Esta actitud conlleva muchos inconvenientes. Bajo la
influencia del orgullo, tratamos de asegurarnos que otros se enteren de lo
buenos que somos. Hablamos de nuestros logros; buscamos impresionar a
los demás para ganar elogios, reputación y dinero. El orgullo provoca que
miremos desde arriba a aquellos que pensamos que carecen de nuestras
buenas cualidades.
Cuando la presunción nos domina, resultamos realmente patéticos. Si
fuéramos honestos con nosotros mismos, veríamos que bajo el disfraz no
creemos que somos realmente buenos. Para convencernos de lo contrario
intentamos desesperadamente persuadir a los demás de que poseemos
ciertas cualidades que son excelentes. Pensamos que si otros consideran que
somos importantes es que debemos serlo. En el fondo, todos nosotros, seres
comunes, tenemos una pobre imagen de nosotros mismos, ni siquiera la
persona con aspecto distinguido que según el modelo mundano personifica
el éxito, se siente lo bastante bien. Cuando nos resulta difícil admitir nuestra
propia inseguridad, la enmascaramos con el orgullo.
¿Cómo es posible que personas que parecen tener éxito no se sientan
bien consigo mismas? Ellos, como nosotros, buscan en el exterior la
autoafirmación, el elogio, y el reconocimiento. Así ignoramos nuestra
capacidad para llegar a ser sabios y compasivos. Aunque busquemos en el
exterior la felicidad y el amor propio, estas cualidades sólo pueden ser
verdaderamente alcanzadas mediante un desarrollo interno.
El orgullo nos hace actuar de forma ridícula: alardeamos de apariencia
física pareciendo a menudo estúpidos a los ojos de los demás. Criticamos
libremente a los otros y después nos desconcierta que la gente no quiera
compartir nuestra compañía. Tratamos a los demás injustamente y más
tarde protestamos porque no hay armonía en la sociedad. Cuando las
personas se sienten orgullosas y descuidan los sentimientos de los demás,
rompen la armonía de grupo.
Aunque la gente orgullosa exige el respeto de los demás, el respeto no se
puede forzar. De hecho, la sociedad respeta a aquellos que son humildes.
Ninguno de los agraciados con el Premio Nobel de la Paz es frívolo y
arrogante. Cuando Su Santidad el Dalai Lama recibió este gran premio en
1989, no se lo atribuyó a sí mismo sino a la actitud sincera y altruista y a las
acciones que emanan de la compasión.
Podemos respetar a todo el mundo. Las personas que son más pobres,
menos cultas, o tienen menos talento que nosotros poseen en realidad
muchas cualidades y capacidades de las que nosotros carecemos. Cada ser
humano merece ser respetado, simplemente porque tiene sentimientos.
Cada persona merece al menos ser escuchada. Los que son arrogantes no
pueden apreciar esto y son condescendientes e intolerantes. Las personas
confiadas son amables, humildes y aprenden de todos. De este modo, crean
una atmósfera de armonía y respeto mutuo entre los demás.
El orgullo es uno de los principales obstáculos para incrementar la
sabiduría y desarrollar las capacidades internas. Al creerse a sí mismas
cultas, excelentes y con talento, las personas orgullosas se vuelven
autocomplacientes. Ni quieren ni pueden aprender de otros. Su orgullo les
sume en un estado de inactividad.
Confiar en uno mismo
A menudo se confunde la confianza en uno mismo con el orgullo, a la
vez que la persona asocia la humildad a un pobre concepto de sí misma. Sin
embargo, actuar con arrogancia no significa que nos sintamos seguros, y ser
humilde no quiere decir que tengamos una pobre imagen de nosotros
mismos. Las personas con confianza son también humildes porque no
tienen nada que defender o demostrar al mundo.
Nos resulta muy difícil analizarnos con objetividad. Tendemos a
infravalorarnos o a sobrestimarnos, oscilando entre los pensamientos
extremos de que o bien somos inútiles y antipáticos o bien somos
fantásticos. En ninguno de los dos casos hacemos una evaluación precisa de
nosotros mismos porque todos poseemos algunas cualidades positivas así
como ciertos rasgos de nuestra personalidad que necesitamos mejorar.
No podemos eliminar nuestros defectos ocultándolos o compitiendo con
otros arrogantemente para probar que somos mejores; pero podemos
reconocer honestamente nuestras debilidades y tratar de corregirlas. De
igual modo, la seguridad en uno mismo proviene no de proclamar
vanidosamente nuestras cualidades sino de examinar nuestras habilidades y
capacidades y desarrollarlas.
En este sentido, será útil recordar que poseemos la capacidad de llegar a
ser un buda, es decir, aquella persona que ha eliminado todos los
oscurecimientos y que ha desarrollado completamente todas las cualidades
beneficiosas. Esto puede sonar al principio como una afirmación extraña;
pero a medida que comencemos a entender la naturaleza de buda y el
sendero a la Iluminación, nuestra convicción y su validez se incrementarán.
El capítulo “La naturaleza de buda”, y el apartado “El sendero a la
Iluminación”, clarificarán este punto. Esta preciosa naturaleza búdica
representa nuestro noble linaje. No se pierde nunca, y nadie nos la puede
arrebatar. Sabiendo esto, tendremos una base estable y realista para confiar
en nosotros mismos.
Podemos aceptarnos tal y como somos y tener fe en nuestra capacidad
para llegar a ser personas más amables e inteligentes. Esta visión
equilibrada de nosotros mismos nos proporciona espacio mental para
apreciar y respetar a los demás porque todos los seres humanos poseen
ciertas cualidades dignas de consideración. Las personas seguras de sí
mismas son capaces de admitir lo que no saben, y se sienten
consecuentemente felices y deseosas de aprender de otros. De esta manera,
sus buenas cualidades y conocimientos se incrementan.
Cuando poseemos buenas cualidades, los demás las perciben de un
modo natural. No tenemos necesidad de proclamarlas. Mahatma Gandhi es
un buen ejemplo de ello. Vivía y se vestía con sencillez y, en vez de
alabarse a sí mismo, se mostraba siempre respetuoso con los demás.
Aunque evitaba difundir sus virtudes, su triunfante trabajo y grandeza como
ser humano se hicieron evidentes a los ojos del mundo.
Pacificar el orgullo
¿Qué técnicas podemos emplear para contrarrestar el orgullo? Como el
orgullo es una actitud equivocada y limitadora, si desarrollamos una visión
amplia podremos ver la situación de un modo más realista. De este modo,
reduciremos nuestro orgullo.
Por ejemplo, si somos orgullosos debido a nuestra educación,
necesitamos entonces comprender que todos nuestros conocimientos se
deben al amable esfuerzo de nuestros profesores. Cuando nacimos éramos
completamente ignorantes e incapaces, siquiera de alimentarnos a nosotros
mismos, o de pedir lo que necesitábamos. Todo lo que sabemos –incluso
saber hablar o poder atarnos los zapatos– lo debemos a la amabilidad de
otros que nos han enseñado. Entonces, ¿por qué sentirse orgulloso? Sin el
cuidado y la atención de los demás, sabríamos muy poco y tan sólo
habríamos desarrollado unas pocas habilidades. Pensar de este modo nos
libera del orgullo.
Del mismo modo, si nos sentimos orgullosos porque tenemos dinero,
podemos recordar que el dinero no ha sido siempre nuestro. Si proviene de
nuestra familia, o de una herencia, resultará más adecuado mostrar gratitud
hacia esas personas que alimentar nuestro propio orgullo. Aunque nosotros
hayamos ganado ese dinero, de cualquier modo estos ingresos provienen de
otros, ya sea de nuestros empresarios, o bien de nuestros empleados, o quizá
de nuestros clientes. Gracias al empresario que nos dio el empleo, o a
nuestros empleados que ayudaron a que el negocio prosperara, tenemos
ahora dinero. En este sentido, estas personas han sido muy amables con
nosotros.
Puede que no estemos acostumbrados a recordar la amabilidad de los
demás de este modo, pero si pensamos en ello vemos que es razonable.
Aunque sintamos que hemos triunfado a pesar de los deseos insanos de
algunos otros, de hecho nuestro solo esfuerzo no ha sido suficiente para
procurarnos el éxito. Dependemos de los demás. Sabiendo esto, las
personas inteligentes sienten gratitud –no orgullo– hacia los demás.
Podemos sentirnos orgullosos de nuestra juventud, belleza, fuerza, o
valor, pero estas cualidades son impermanentes. Quizá pensemos que
seremos jóvenes, bellos, fuertes o atléticos durante un largo tiempo, pero
estos son atributos fugaces. Aunque las arrugas no aparezcan de repente,
vamos envejeciendo segundo a segundo, vamos perdiendo los dientes uno a
uno, y gradualmente nuestros cuerpos pierden su belleza.
Nuestra sociedad intenta impedir el envejecimiento ocultándolo; pero,
de hecho, ese que hoy es un vigoroso deportista irá envejeciendo poco a
poco hasta llegar el día en que ya anciano se sentará en la grada apoyándose
en un bastón. La que hoy es una hermosa reina llegará inevitablemente a
convertirse en una dama encorvada. ¿De qué podemos sentirnos orgullosos
cuando vemos que nuestros cuerpos van envejeciendo paulatinamente?
Si nuestros cuerpos son capaces y atractivos, podemos apreciar estas
cualidades sin ser presuntuosos. Del mismo modo podemos alegrarnos de
corazón de cualquier talento, buena fortuna o conocimiento que poseamos,
pero sin ser altivos ni presuntuosos. En vez de ser orgullosos, utilizaremos
cualquier cualidad que poseamos para beneficiar a los demás.
Con el fin de dominar el orgullo con respecto a nuestra propia
inteligencia, basta, tan sólo, con que contemplemos cualquier materia
compleja que no conocemos. Al hacerlo reconoceremos nuestras
limitaciones y automáticamente el orgullo se disipará. Con una visión más
equilibrada de nosotros mismos, utilizaremos nuestra energía para
mejorarnos y ayudar a los demás.
7. De la envidia a la alegría
Desprenderse de un corazón dolido.
C
uando nos sentimos celosos, no podemos soportar la felicidad, la
riqueza, la reputación, el talento y las cualidades de los demás.
Queremos destruir su felicidad y sus cualidades y reivindicarlas
para nosotros mismos. Podemos enmascarar nuestros celos o
racionalizarlos, pero cuando nos despojamos de estas
protecciones, vemos lo repulsivas que resultan.
La envidia puede envenenar nuestras relaciones. Sentimos celos de otra
persona porque se encuentra con nuestra persona amada. La envidia surge
en el ámbito laboral cuando alguna otra persona pasa a ocupar el puesto que
deseamos. Cuando otra persona puede jugar al fútbol mejor que nosotros,
toca mejor la guitarra, lleva ropas más elegantes, o ha sido admitida en un
colegio de mejor categoría, nos sentimos celosos. La envidia está implicada
en muchos conflictos fronterizos entre naciones y en la falta de armonía
entre los partidos políticos dentro de un mismo país.
A veces nuestra envidia es tan intensa que no podemos dormir por la
noche o concentrarnos en nuestro trabajo. La envidia nos lleva a decir o a
hacer cosas que destruyen el bienestar y la felicidad de los demás. Nos
convierte en personas falsas y poco honradas.
La envidia, a veces, se basa en la interpretación incorrecta de una
situación egocéntrica en extremo, la envidia piensa: “Mi felicidad es más
importante que la de cualquier otra persona. No puedo tolerar que otra
persona posea la felicidad que quiero para mí”.
El antídoto consiste en mirar la situación con una mente más abierta,
considerando no sólo nuestra propia felicidad, beneficio y pérdida, sino
también la de los demás. Se puede producir un profundo efecto en nuestra
mente cuando recordamos que los demás también desean la felicidad, es
decir, se sienten contentos cuando obtienen bienes y buenas oportunidades,
cuando disfrutan de la compañía de personas agradables, y cuando reciben
elogios.
Si alguien recibe algo bueno, ¿por qué no alegrarse de corazón? A
menudo nos decimos: “¡qué maravilloso sería si los demás fueran felices!”
En este momento una persona se siente feliz, y ni siquiera hemos tenido que
hacer nada. No tiene sentido sentirse desgraciado a causa de la envidia.
No siempre tenemos que ser los mejores ni tener lo mejor. Un niño llora,
discute, e intenta estropear la diversión de su compañero de juego, cuando
éste tiene algo que él no posee. Como adultos somos responsables de dar un
buen ejemplo a los niños, y de favorecer la armonía dentro de la sociedad,
por tanto, será beneficioso el permitirnos ser felices y alegrarnos de corazón
de la buena fortuna de los demás. De este modo, tanto nosotros como los
demás seremos felices.
Por ejemplo, a un compañero nuestro le ascienden a un puesto que
pensamos que merecíamos. Si el hecho lo observamos únicamente desde
nuestro punto de vista nos sentiremos desgraciados y celosos. Los celos no
hacen feliz ni a la otra persona ni a nosotros mismos. Y tampoco se logra
nada pues la envidia no hace posible que esa persona se vea privada de su
ascenso y lo consigamos nosotros. Si recordáramos que la otra persona se
siente feliz por su ascenso nos gustaría unirnos a su alegría, nos
regocijaríamos de su buena fortuna. Entonces, los dos seríamos felices.
Resulta más sencillo corregir nuestra actitud irreal de envidia cuando
atañe a algo pequeño: por ejemplo, alguien recibe un regalo y nosotros no.
Es más difícil regocijarse de la felicidad de otro cuando ello implica una
pérdida para uno mismo.
Tomemos como ejemplo una relación de pareja en la que uno de los
miembros es infiel. Si reaccionamos sintiendo celos, y después gritamos,
maldecimos e incluso llegamos a golpear a la otra persona, no aliviaremos
el sufrimiento de nuestros celos, ni convenceremos a nuestra pareja de que
le beneficiaría permanecer a nuestro lado. Permitir que el fuego de los celos
continúe ardiendo, nos convierte en personas inquietas, desgraciadas y
vengativas. Además, probablemente diremos o haremos algo que provocará
en la otra persona aversión hacia nosotros, lo que impedirá la
reconciliación.
Aunque no perdonemos este comportamiento infiel, si podemos
permanecer en calma, no experimentaremos tanto sufrimiento. Con esta
actitud dejaremos una puerta abierta a la disculpa y podremos mantener una
vía abierta a la comunicación; de esta manera, los dos nos sentiremos
contentos cuando posteriormente nos encontremos.
Resumiendo, liberarnos de la envidia significa liberarnos de nuestra
propia tortura interior. Alegrarnos de corazón de las buenas cualidades y de
los éxitos del prójimo nos proporcionará felicidad tanto a nosotros mismos
como a los demás.
8. Atrapar al ladrón
Reconocer las actitudes perturbadoras.
N
ecesitamos practicar la atención y la alerta introspectiva para
reconocer las actitudes perturbadoras cuando tortuosamente
aparecen en nuestra mente. Una vez que hayamos tomado la
determinación de actuar, hablar y pensar de un modo
beneficioso, la alerta impedirá que nos distraigamos. La alerta
interior nos hace conscientes de lo que estamos haciendo, diciendo y
pensando, y si nota una actitud perturbadora, nos avisa del peligro. La
tradición budista Kadampa de Tíbet nos dice:
N
uestra personalidad se compone de diversos factores, algunos
de los cuales son contradictorios entre sí. A veces somos
cariñosos, y otras malévolos. A veces somos orgullosos y
rechazamos los consejos; en otras ocasiones somos curiosos y
estamos deseando aprender. No poseemos una personalidad
determinada ya que nuestras características pueden cambiar. Según nos
vamos habituando a las actitudes constructivas y nos vamos alejando de las
perjudiciales, nuestro carácter mejorará.
Las actitudes perturbadoras no son intrínsecamente parte de uno mismo.
Son como nubes que cubren la inmensidad y la claridad del cielo y, por eso,
pueden cambiar y desvanecerse. Dichas actitudes, ya que están basadas en
interpretaciones erróneas y proyecciones personales, no se pueden sostener
una vez que hemos realizado su falsedad. Así como se incrementa nuestra
sabiduría y compasión, del mismo modo disminuyen las actitudes
perturbadoras.
Esto no sucede por el mero hecho de desearlo o de rezar por ello. Sucede
cuando hemos creado las causas para que suceda. Según vamos dominando
gradualmente las actitudes perturbadoras en nuestra vida cotidiana, emerge
de una manera natural un estado mental sereno. Nosotros somos los
responsables. Tenemos el control. La naturaleza clara de nuestra mente está
siempre ahí esperando revelarse, y se manifestará cuando las nubes de las
actitudes perturbadoras se disipen. Esta es nuestra belleza humana; este es
nuestro potencial.
Buda dijo que nuestras actitudes perturbadoras tienen en común dos
factores: la ignorancia y el egoísmo. No entendemos ni quiénes somos ni
cómo existen los demás fenómenos. Esto es la ignorancia. Debido a la
ignorancia, ponemos un énfasis desproporcionado en nosotros mismos, en
el yo, en el mí, y en lo mío. Esta actitud egocéntrica nos acarrea muchos
problemas, aunque aparentemente proteja nuestro bienestar.
La filosofía de la mente del egocentrismo se basa en las siguientes
premisas: “Yo soy lo más importante. Mi felicidad es lo más crucial, y mi
insatisfacción es lo primero que hay que eliminar.” Esto, dicho así, es algo
que parece obvio, incluso bastante pueril, pero si examinamos nuestros
propios pensamientos tal vez nos encontremos con que muchas de nuestras
acciones están motivadas por la siguiente actitud: “en estos momentos lo
más importante es mi felicidad.”
Ésta es una actitud habitual que hemos desarrollado desde nuestro
nacimiento (¡tal vez incluso antes!). Aunque los niños no sean capaces de
racionalizarlo, cuando lloran, no sólo lo hacen porque sienten su estómago
vacío, sino porque están deseosos de obtener “su felicidad instantánea”.
Nuestra sociedad alimenta la mente egoísta y nos enseña a buscar nuestra
propia felicidad casi a cualquier precio. Aunque la competitividad no
necesita ser egoísta, la mayoría de las veces lo es. Porque, ¿con qué
frecuencia nos alegramos de corazón cuando otra persona o equipo
demuestra ser mejor que nosotros?
Nos enseñan a manipular y a engañar para obtener lo que queremos y, a
no ser que sea descubierta, vivimos ocultando nuestra deshonestidad. El
gran número de políticos así como de altos cargos de la administración que
tienen que afrontar demandas judiciales ilustra esto que estamos diciendo.
Sin embargo, más que señalar alegremente con el dedo a estas personas,
deberíamos mirar en nuestro interior para ver si nosotros actuamos de un
modo similar.
Como adultos somos más engañosos que los niños porque
enmascaramos nuestras actitudes egoístas con modales corteses y aparente
consideración hacia los demás. Pero, en el fondo, nos valoramos a nosotros
mismos de un modo supremo y los demás ocupan siempre el segundo lugar.
Algunas personas creen que los seres humanos somos egoístas por
naturaleza y piensan que uno mismo y su egoísmo son inseparables como lo
son el perfume y su fragancia. Esta visión egoísta que hemos mantenido
durante tanto tiempo nos hace ver al ser humano de ese modo. Y, como
somos egocéntricos como los niños, diremos que esta actitud es natural y
continuaremos siendo egoístas hasta que hagamos un esfuerzo por cambiar.
Sin embargo, esto no significa que el egoísmo sea una parte inseparable
de nosotros. Si así fuera, ¿cómo podrían algunos de los líderes religiosos
haber amado a los demás más que a sí mismos? ¿Cómo podría una madre
amar a su hijo más que a sí misma? ¿Por qué las personas arriesgan sus
vidas para salvar a otros?
Si fuéramos intrínsecamente egoístas, no existiría modo alguno de
adiestrarse en un amor imparcial y compasivo hacia todos. Sin embargo, ese
método existe. Muchas personas, a lo largo de los tiempos, han triunfado en
la tarea de transformar sus actitudes y amar de verdad a los demás más que
a sí mismos.
Si el egoísmo fuera una parte inherente a nosotros mismos, el punto de
vista de la mente egoísta sería una forma precisa y beneficiosa de
relacionarnos con el mundo. Pero como veremos, no lo es.
El egoísmo puede disminuir y finalmente ser eliminado de nuestro
continuo mental. Primero debemos reconocer las desventajas de la actitud
egocéntrica. Una vez que estemos convencidos de que esta actitud es la
causa de todos los problemas no buscados, investigaremos entonces cómo
opera y lo eliminaremos.
El pensamiento egocéntrico parece ser nuestro amigo, ya que busca en el
exterior nuestro propio beneficio; nos protege de los daños y asegura
nuestra felicidad. Pero, ¿es cierta esta afirmación? Siempre que se produce
un conflicto entre dos personas, dos grupos o dos países, está presente el
egoísmo. Cada parte protege sus propios intereses, pensando que son más
justos que los de su adversario. Entonces, se hace cada vez más difícil
lograr el compromiso, la cooperación, y el perdón.
Por ejemplo, en un conflicto familiar, si no podemos imponer nuestros
criterios nos sentiremos contrariados. Si logramos imponerlos, podremos
sentirnos temporalmente “felices”, pero en el fondo no estaremos contentos
con lo que dijimos o hicimos para conseguir que la situación se resolviera
como nosotros queríamos. El egoísmo desenfrenado no nos convierte en
personas mejores y más respetables, aunque pueda proporcionarnos un
cierto poder temporal. ¿Cómo se puede esperar que los demás crean en
nosotros profundamente si nos amamos a nosotros mismos más que a
nadie?
Otra desventaja de la mente egoísta es que hace que nuestros problemas
parezcan más importantes de lo que son. Tenemos una pequeña dificultad,
pero al contemplarla repetidamente, el problema crece y crece hasta que no
podemos pensar en nada más. “¡Mi examen es tan crucial!”. “¡Mi jefe me
exige tanto!”. Nuestra preocupación por los pequeños problemas hace que
estos tomen enormes proporciones con consecuencias terribles. Nos
quejamos; no podemos dormir; puede que comencemos a beber y a tomar
drogas o incluso puede que tengamos una crisis nerviosa. La actitud
egocéntrica se convierte en poco tiempo en un imán que sólo atrae
problemas hacia uno mismo.
La “lógica” de la actitud egoísta
El primer dogma de la mente egoísta es que uno mismo es el centro del
universo, lo más importante; aquel para quien su felicidad y su
insatisfacción son lo más crucial. ¿Por qué me siento el más importante?
“Porque yo soy yo”, dice la mente egoísta; “Yo no soy tú”.
Siento que soy el centro del universo (aunque soy muy discreto para
decirlo públicamente). Así lo sientes tú; del mismo modo que lo sienten
muchas otras personas. Pero sentirlo simplemente no lo prueba.
¿Qué prueba tenemos de que nuestra felicidad es lo más importante?
¿Mi dolor de muelas es más fuerte que el tuyo? ¿Es el placer que obtengo
de la comida, mayor que el que obtiene un mendigo? Si lo examinamos
lógicamente, ¿puede cualquiera de nosotros decir que la felicidad y la
tristeza que experimenta es más intensa o importante que la de otros?
Podemos sentirlo así porque seamos el cabeza de familia, el director de
la compañía o una persona habilidosa y con talento, por eso creemos que
somos más importantes que los demás. Sí, así es, pero sólo porque tenemos
una mayor responsabilidad de servir y ayudar a los demás debido a nuestra
posición. Sin embargo, eso no significa que nuestra felicidad sea mejor y
nuestra tristeza peor que la de los demás. El sabio indio Shantideva dice en
“A Guide to the Bodhisattva’s Way of Life”:
E
n muchos países y culturas la gente cree en el renacimiento:
nuestra vida presente es sólo una vida en una serie de vidas.
Aunque nuestra existencia presente parezca tan real y tan segura,
no durará para siempre. Nuestras vidas tienen un final. La
muerte, sin embargo, no significa el fin de nuestra existencia,
sino una transición en la que nuestra mente abandona su cuerpo actual para
reencarnarse en otro.
Algunos fenómenos, como por ejemplo las flores o las montañas, se
pueden conocer directamente a través de nuestros cinco sentidos: la vista, el
oído, el olfato, el tacto y el gusto. Para conocer otros fenómenos recurrimos
a la lógica. Por ejemplo, no podemos ver el fuego a una distancia
considerable, pero podemos deducir su existencia por el humo. Para
conocer otros fenómenos dependemos del testimonio de personas expertas
en diversas materias. Por ejemplo, aunque nosotros mismos no hayamos
realizado ciertos experimentos científicos, aceptamos las conclusiones de
científicos serios que sí los han realizado.
Los siguientes temas –renacimiento, karma y existencia cíclica– no se
pueden conocer a través de los sentidos. No podemos ver la mente de una
persona abandonando su cuerpo y entrando en otro. Y tampoco podemos
ver las consecuencias a largo plazo de una acción en particular.
Nuestros ojos no pueden detectar todas las variadas formas de vida del
universo. Estas materias tienen que ser analizadas a través de la lógica y
escuchando las experiencias de personas expertas. Entonces podremos
tomar nuestra propia decisión sobre si, por ejemplo, el renacimiento, el
karma y la existencia cíclica se producen o no.
Investigar y pensar sobre el renacimiento, sobre el principio de causa y
efecto, y sobre la existencia cíclica lleva tiempo. Cuando nos acercamos a
estas materias, es aconsejable dejar a un lado temporalmente cualquier
preconcepción que podamos tener sobre cómo y por qué llegamos a la
existencia; escuchar, leer y reflexionar con una mente abierta; hablar de
estos temas con otras personas con un espíritu investigador que busca
conocer la verdad; y experimentar con las teorías del renacimiento y del
karma, aceptándolas provisionalmente para después observar si pueden
explicar los fenómenos que previamente nos resultaban inexplicables.
Personas que recuerdan
Aunque la mayoría de nosotros somos incapaces de recordar nuestras
vidas anteriores, existen algunas personas que poseen esa habilidad.
Escuchar sus experiencias puede ayudarnos a entender el renacimiento.
Los tibetanos poseen un sistema de búsqueda, comprobación e
identificación de las reencarnaciones de maestros espirituales realizados.
Me gustaría compartir con vosotros las historias de cómo fueron
reconocidos dos maestros espirituales tibetanos, a quienes conozco
personalmente.
Inmediatamente después de que el XIII Dalai Lama, líder político y
religioso de Tíbet, falleciera en 1933, ciertos signos indicaron el lugar
donde aparecería su futura encarnación: una vez muerto en la postura de
meditación y con la cabeza erguida, ésta giró en dirección nordeste; un
hongo extraño creció junto a la columna del nordeste en la habitación donde
se encontraba su cuerpo; y en el nordeste del cielo de Lhasa, la capital de
Tíbet, apareció el arco iris junto a nubes auspiciosas.
El maestro espiritual que era entonces el regente de Tíbet se dirigió a
Lhamo Latso, un lago situado en las cumbres montañosas donde la gente
tiene a menudo visiones. Sobre la superficie del lago vio aparecer las tres
letras tibetanas A, KA y MA y un paisaje. En el paisaje sobre una colina
aparecía un monasterio de tres pisos con el techo de oro y jade; y un camino
que conducía a una casa en la que se veía una hilera de tejas de color
turquesa alrededor del tejado. En el patio había un perro blanco con
manchas de color pardo.
Posteriormente, un grupo de búsqueda disfrazado de mercaderes fue
enviado en una supuesta expedición mercantil a Amdo, en el nordeste de
Tíbet. En Tíbet, los viajeros se proveen de víveres y refugio gracias a los
granjeros de los pueblos por los que pasan. Según se aproximaba el grupo a
una granja un perro les ladró desde el patio. Entonces los viajeros se dieron
cuenta de que la casa se ajustaba a la descripción hecha por el regente; y
que el lugar donde el pueblo estaba situado correspondía a las letras que
aparecieron en el lago: era Amdo, cerca de Kumbum y el monasterio allí
emplazado se llamaba Karma (KA y MA) Shartsong.
Cuando el jefe de la expedición, disfrazado de sirviente, entró en la
cocina un niño saltó a su regazo. El muchacho comenzó a jugar con el
rosario que el jefe llevaba colgado alrededor de su cuello y le reconoció
como maestro del Monasterio de Sera. El niño identificó también al oficial
del gobierno caracterizado como el jefe de la expedición de comerciantes, y
se dirigió a todos ellos hablándoles en el dialecto de Lhasa, conocido por el
anterior Dalai Lama, pero ignorado por los niños de familias comunes, y
por la gente de Amdo.
Posteriormente identificó un bastón así como los implementos de ritual y
las gafas del anterior Dalai Lama, que habían sido colocadas entre otras
similares. De esta manera, el niño llegó a ser reconocido como el XIV Dalai
Lama, que es actualmente el líder político y espiritual de los tibetanos.
La historia del Venerable Lama Zopa Rimpoché es también
extraordinaria. Durante más de veinte años, el Lama de Lawudo, Kunzang
Yeshe, llevó a cabo con diligencia su práctica espiritual en retiro solitario en
una cueva situada en una zona remota de Solokumbu, en Nepal. Los
vecinos del pueblo le pidieron que les ayudara en la educación de sus hijos,
y él prometió que en el futuro construiría una escuela para los jóvenes
monjes del lugar. Sin embargo, continuó con su práctica solitaria y falleció
en la postura de meditación alrededor de 1945.
En 1946 nació un niño en Thami, un pueblecito situado al otro lado del
río del escarpado desfiladero de Lawudo. Siendo aún un bebé adquirió la
costumbre de salir gateando de la casa en dirección a Lawudo. Su hermana
recuerda cómo tenía que correr una y otra vez detrás del bebé para evitar
que pudiera herirse en los caminos de la montaña. Un día el niño empezó a
hablar y dijo a sus padres: “Soy el Lama de Lawudo y quiero ir a mi
cueva”.
Más tarde fue reconocido como la encarnación del Lama de Lawudo y le
llamaron Zopa Rimpoché. Una de sus primeras acciones como adulto fue
fundar un monasterio en el valle de Kathmandú, principalmente para los
jóvenes monjes de la zona de Solokumbu. A pesar de su ajetreada vida, de
la atención que presta a sus innumerables discípulos, así como de sus
frecuentes viajes a Occidente, Zopa Rimpoché aún da la impresión de ser
un meditador de las montañas. “Lleva su cueva consigo cuando viaja”,
comentamos sus estudiantes entre bromas. De hecho, puede dormir sentado
durante apenas una hora, y fácilmente entra en meditación mientras
mantiene una charla con sus discípulos.
Pero recordar vidas pasadas no es un don exclusivo de maestros
espirituales realizados. Muchos niños también las recuerdan. Francis Story
ha investigado a fondo este tipo de casos, y los ha relatado en el libro
titulado “Rebirth as Doctrine and Experience”. En 1964, por ejemplo, el
niño de cuatro años de edad, Sunil Dutt, que había nacido en el pueblo de
Barelly, en India, les dijo a sus padres que él era la reencarnación de Seth
Krishna, que había sido el propietario de una escuela en Budaun, India. Sus
padres le llevaron al lugar y el niño reconoció de inmediato el edificio y
demostró que lo conocía perfectamente. Se dirigió a la oficina del director y
se sintió consternado al encontrar allí a un extraño. De hecho, el director
que Seth Krishna había nombrado había sido destituido. El niño advirtió
que el cartel que llevaba su nombre sobre la fachada del edificio no estaba
en su lugar habitual, e indicó el sitio donde dicho cartel había estado
emplazado anteriormente.
De camino hacia el molino de aceite de Shri Krishna, el muchacho llamó
a un sirviente por su nombre; también reconoció a la hermana mayor de
Seth Krishna y a su cuñado, y además identificó a Seth Krishna en una
fotografía de grupo. Su encuentro con la viuda de Seth fue especialmente
conmovedor. El niño le preguntó por un determinado objeto religioso que
pertenecía a la familia y reconoció el guardarropa de su vida anterior.
Francis Story ha verificado la información de otras muchas
investigaciones relativas a innumerables casos de recuerdos de vidas
pasadas. En el libro titulado “Twenty cases suggestive of reincarnation” el
doctor Ian Stevenson también ha recopilado casos de personas que
recuerdan sus vidas anteriores.
La televisión australiana, en un programa titulado “Rebirth”, mostró al
público con pruebas documentales el caso de una persona que recordaba
una de sus vidas previas. Hipnotizada, Helen Pichering, quien nunca había
salido de Australia, recordaba haber sido el doctor escocés James Burns
durante el siglo XIX e hizo una descripción del colegio médico al que había
asistido.
Con posterioridad, Helen viajó con el equipo de investigación y dos
testigos del programa a la ciudad donde recordaba haber vivido. En los
archivos de esta ciudad constaba que un doctor llamado James Burns había
vivido allí justo en la época que ella había mencionado. Helen reconoció el
lugar donde se encontraba cierta taberna, quedando asombrada por los
cambios que se habían realizado en el establecimiento.
Los investigadores le vendaron los ojos y la llevaron a Aberdeen, donde
se encontraba el colegio médico en el que había estudiado. Tras llegar a la
ciudad le quitaron la venda, y orientándose por sí misma, les condujo
directamente y sin dudar al colegio médico. De camino, Helen les indicó el
lugar donde había estado situada la antigua Seamen’s Mission. Cuando se
revisaron los archivos de la ciudad, se confirmó esta información.
Según entraban en el colegio médico, Helen tuvo una extraña sensación;
era claramente un choque emocional. Sabiendo hacia donde se dirigía, llevó
a los demás por todo el colegio. A veces, Helen comentaba que la estructura
del edificio era diferente en tiempos del doctor Burns, y cuando el grupo
consultó al historiador local, éste confirmó este dato. El historiador le
preguntó sobre el trazado de las distintas plantas del colegio tal y como
estaban diseñadas ciento cincuenta años atrás, y sus respuestas fueron
correctas. Tanto uno de los testigos como el historiador, que no creían en el
renacimiento, se quedaron sorprendidos y admitieron que sólo mediante una
teoría como la de la reencarnación podían explicarse cómo Helen Pichering
conocía tantos detalles sobre la vida del doctor Burns.
¿Cómo sucede?
¿Cómo sucede el renacimiento? ¿Qué es lo que renace? Para entenderlo,
primero debemos comprender la naturaleza de nuestro cuerpo y de nuestra
mente, y qué es lo que se entiende por “vida” en un sentido espiritual, no
biológico.
El término “nuestra mente” se refiere a cada una de nuestras mentes
individuales. El singular “mente” se utiliza por una cuestión de estilo. No os
confundáis porque no somos partes de una gran mente. Cada uno de
nosotros posee su propio continuo o corriente mental. Aunque en general
tanto “mente”, como “corriente mental” y “continuo mental” se utilizan
alternativamente, los dos últimos términos subrayan la continuidad de la
mente fuera del tiempo.
Cada uno de nosotros tenemos un cuerpo y una mente. Mientras
permanecen juntos, decimos: “estoy vivo”. La muerte se produce cuando
cuerpo y mente se separan.
Nuestro cuerpo y nuestra mente son entidades diferentes, cada una con
su propio continuo. Nuestro cuerpo es una sustancia material, una entidad
física compuesta de átomos y moléculas. Podemos verlo, oírlo, olerlo,
degustarlo y tocarlo. Podemos examinar partes de este cuerpo en un
microscopio y analizar sus funciones químicas y eléctricas.
Sin embargo, nuestra mente es muy distinta. No es el órgano físico del
cerebro, sino la parte de nosotros que experimenta, percibe, reconoce y
reacciona emocionalmente a nuestro entorno. Es decir, el término “mente”
no hace referencia al intelecto, sino al aspecto congnitivo y de la
experiencia. Se trata de nuestra conciencia. Como no está compuesta de
materia física, nuestra mente no puede medirse con instrumentos
científicos. No podemos ver, oír, oler, degustar o tocar nuestra mente.
Mientras que nuestro cuerpo está compuesto por átomos y es, por
naturaleza, una entidad física, la mente carece de forma y es consciente.
En budismo, la mente se define como “claridad y conocimiento”. La
mente es clara en el sentido de que refleja o ilumina los objetos. Todos los
fenómenos –rosas rojas, dulces fragancias, sonidos e ideas– pueden surgir
en nuestra mente. La mente tiene consciencia de ello, lo percibe, o está
vinculada a estos objetos. La mente es la simple función de claridad y
consciencia, que permite el surgir de los objetos y que está vinculada a
ellos.
Como ni la psicología ni la ciencia poseen una definición concisa de lo
que es la mente o la conciencia, y puesto que tendemos a pensar en todas
las cosas como si tuvieran una base molecular, puede parecer extraño al
principio pensar sobre nuestra conciencia como una entidad sin forma. Pero
si nos sentamos silenciosamente y observamos las cualidades de claridad y
consciencia, llegaremos a tener un nuevo entendimiento de lo que es la
mente.
Mientras estamos vivos, nuestro cuerpo y nuestra mente están unidos y
se afectan mutuamente. Sin embargo, son entidades diferentes. Cuando
vemos una margarita, las neuronas de nuestro sistema nervioso reaccionan
bajo ciertos modelos químicos y eléctricos. Sin embargo, ni las sustancias
físicas ni las reacciones químicas ni eléctricas son la consciencia de la flor.
El órgano sensorial de la vista, el sistema nervioso y el cerebro son las
bases físicas que permiten a la mente percibir y experimentar la margarita.
Nuestro amor por un ser querido es una experiencia de conciencia.
Aunque suceden reacciones químicas y electrónicas en nuestro sistema
nervioso en el momento en que nos sentimos enamorados, las moléculas en
sí mismas no están experimentando esa emoción. Si el amor fuera
solamente un conjunto de funciones químicas, entonces podríamos crearlo
en un tubo de ensayo. Por tanto, las reacciones químicas y eléctricas no son
el amor, aunque pueden suceder al mismo tiempo que la conciencia
experimenta amor.
Como el cuerpo y la mente son entidades separadas, cada una de ellas
posee su propio continuo. Debido a que el cuerpo es material y físico, su
causa perpetuante –lo que se transforma en realidad dentro de nuestro
cuerpo– es sustancia física. Nuestro cuerpo es el resultado del esperma y el
óvulo de nuestros padres. Del mismo modo, la continuación de nuestro
cuerpo actual después de la muerte también será física en su naturaleza: un
cadáver que se descompone.
Nuestro cuerpo funciona sometido al principio de causa y efecto. Tal y
como es hoy, nuestro cuerpo depende del cuerpo que tuvimos ayer. Aunque
no esté constituido exactamente por los mismos átomos que poseía ayer –
nuestro cuerpo tomó alimentos y eliminó desechos– es aún una
continuación del cuerpo que teníamos ayer. Podemos remontarnos al origen
de nuestro cuerpo presente hasta el feto dentro del útero y finalmente hasta
el esperma y el óvulo de nuestros padres. El esperma y el óvulo poseen cada
uno su propio continuo, que a su vez están producidos por una serie de
causas. La ciencia no ha identificado el primer momento de la materia
física, y de hecho es incluso cuestionable si tal momento existe. La materia
y la energía cambian de forma, aunque la suma de las dos ni aumenta ni
disminuye.
Como la mente es simple claridad y consciencia y no está hecha de
átomos, su causa perpetuante es también no-atómica y de la naturaleza de la
claridad y el conocimiento. Nuestra mente presente depende de nuestra
mente de ayer; y esa, a su vez, depende de la mente de anteayer, y así
sucesivamente; de este modo podemos remontar el continuo de nuestra
mente. Como nuestra mente es un continuo que está constantemente
cambiando, podemos experimentar nuevas cosas cada momento así como
recordar lo que nos ha sucedido en el pasado.
Llegados a un punto, no podemos recordar más allá. Aún así, sabemos
que cuando éramos niños teníamos una conciencia porque podemos ver que
los que ahora son niños tienen mente. Nuestra mente de niño era la
continuación de nuestra mente cuando éramos un feto, y así sucesivamente
hasta el momento de la concepción; cada momento de la mente es el
resultado del momento anterior de esa mente.
En el momento de la concepción, ¿de dónde venía la mente al unirse el
esperma y el óvulo? Como hemos visto, cada momento de la mente es una
continuación del momento anterior. Del mismo modo, la mente que se unió
con el óvulo fertilizado era también una continuación del momento previo
de la mente. No fue producida por el esperma y el óvulo, porque la mente es
una entidad diferente de las sustancias materiales que constituyen el cuerpo.
Los budistas creemos que nuestra mente no fue creada por otro ser o por
Dios porque la conciencia no puede ser creada de la nada. Más aún, nos
preguntamos: ¿por qué tendría que crearnos un dios? Seguramente no existe
razón para crear sufrimiento o incluso crear seres que poseen la capacidad
de degenerar de la perfección al sufrimiento. Los budistas creemos que si la
causa es perfecta, el resultado también debería serlo; por tanto, la creación
de un dios perfecto debería ser perfecta. Si los seres creados poseen la
capacidad de degenerar, entonces no son perfectos.
Ya que cada momento de la mente es producto de un momento previo, la
única causa lógica de la mente en el instante de la concepción es un
momento previo en ese mismo continuo. Así, nuestra mente existía antes de
entrar en este cuerpo en particular. Hemos tenido vidas previas, cuando
nuestra mente vivía en otros cuerpos.
Después de la muerte, aunque la materia física del cuerpo se
descompone, la mente no lo hace. La continuidad de nuestra corriente
mental toma renacimiento en otro cuerpo. Cada momento de la conciencia
causa el momento siguiente. Por tanto, como la causa (el momento de la
conciencia en el momento de la muerte) existe, el resultado (el momento
siguiente de la conciencia) existirá. Nuestro continuo mental no cesa
cuando el cuerpo deja de funcionar.
En el momento de la muerte nuestro sentido de la conciencia burda, –la
cual nos permite ver, oír, oler, degustar, y tocar– y nuestra conciencia
mental burda, que piensa y concibe, se disuelven en una conciencia mental
extremadamente sutil. Esta conciencia mental extremadamente sutil
abandona nuestro cuerpo actual y entra en un estado intermedio.
Buda explicó que en el estado intermedio tomamos un cuerpo sutil
similar al cuerpo burdo físico que tomaremos en el siguiente renacimiento.
En un período de siete semanas todas las causas y condiciones para el
futuro renacimiento se unirán y renaceremos en otro cuerpo. En este nuevo
cuerpo aparecerán otra vez todas las consciencias burdas, es decir, las
consciencias de la vista, el oído, el olfato, el gusto, el tacto, y el
pensamiento, las cuales se vinculan espontáneamente a su nuevo entorno.
Cuando renacemos, nuestro continuo mental se une a un nuevo cuerpo,
de modo que no renacemos en un ser que ya está vivo, puesto que los seres
vivos poseen su propio continuo mental. Al principio de esta vida, nuestra
mente entró en el huevo fertilizado del útero de nuestra madre. No entró en
un bebé de un mes, porque ese niño ya tenía una mente.
Cada persona posee una continuo mental individual. No somos
fragmentos de una “mente universal”, porque cada uno de nosotros tenemos
nuestras propias experiencias. Eso no significa que estemos aislados y que
no exista ninguna relación entre nosotros, porque a medida que
progresemos en el camino llegaremos a realizar nuestra unidad e
interdependencia. Aun así, cada uno poseemos un continuo mental que
puede remontarse en el tiempo hasta el infinito.
La conciencia muy sutil que va de un cuerpo al siguiente, de una vida a
otra, no es el alma. “Alma” implica una entidad predeterminada, real e
independiente que es la persona. Sin embargo, la conciencia es dependiente
y siempre cambiante y por eso es calificada como continuo o corriente
mental.
Una corriente o un río está cambiando continuamente; a veces es
estrecho, y otras veces ancho; a veces fluye tranquilamente sobre un ancho
valle, y otras baja como un torrente sobre rocas y desfiladeros. El cauce y la
corriente que vaya tomando el río a lo largo de su curso dependerá de su
cauce y corriente anteriores así como de las peculiaridades del terreno que
va recorriendo. A pesar de todos los cambios que experimenta, un río es
algo continuo que tiene el mismo nombre a lo largo de todo su recorrido.
De la misma manera, la mente o conciencia cambia continuamente.
Algunas veces se encuentra tranquila, y otras se vuelve agitada. A veces se
encuentra en un cuerpo humano, y en otras ocasiones toma otras formas
físicas. Lo que le sucede a nuestra mente en una vida en concreto depende
de las acciones que creó y motivó en vidas pasadas. Aunque nuestra mente
esté constantemente cambiando, como un río, se la considera como algo
continuo.
¿Cuándo comenzó todo el proceso? Según el enfoque budista, no existe
un momento inicial de la mente. Cada momento de nuestra mente surge
porque existe una causa para ello, el momento previo de la mente. No existe
un primer momento. Nadie ha dicho nunca que tuviera que existir un primer
momento, antes del cual no hubiera mente. De hecho, tal cosa sería
imposible, porque ¿cómo podría un primer momento de la mente ser creado
sin la existencia anterior de su causa, un momento previo?
La idea de un retorno sin principio puede resultar difícil de comprender
en un primer momento, pero si recordamos la sucesión de números que
aprendíamos en clase de matemáticas resultará más fácil comprenderlo.
¿Existe un número más alto?
¿Existe un fin en la sucesión de números ya sea por el lado positivo o
negativo? Sea cual sea el que nombremos como primer o último número,
siempre se puede añadir uno más. No existe ni principio ni fin. Es similar a
nuestro continuo mental.
De hecho, Buda dijo que era estéril intentar encontrar un primer
momento de la mente o el origen de nuestra ignorancia. Echaríamos a
perder nuestra preciosa vida en una especulación inútil sobre algo que
nunca existió. Lo ventajoso es tratar con nuestra situación actual y trabajar
para mejorarla.
¿Por qué la mayoría de nosotros no podemos recordar nuestras vidas
previas? Esto sucede porque nuestra mente está oscurecida por la
ignorancia y por las impresiones negativas que hemos creado en el pasado.
Pero no es sorprendente que no podamos recordar nuestras vidas anteriores;
tampoco a veces nos acordamos del lugar donde hemos puesto las llaves o
lo que cenamos el 5 de febrero de 1970. Que no recordemos algo no
significa que no exista. Tan sólo quiere decir que nuestra mente está
oscurecida.
Con frecuencia la gente se pregunta de dónde preceden los “nuevos”
continuos mentales a medida que la población mundial aumenta. Los budas
y meditadores realizados que han purificado su mente y desarrollado la
concentración en un punto aseguran que existen otras formas de vida en el
cosmos.
Al morir estos seres que habitan en otros universos, se reencarnan en
nuestro planeta. También nosotros podemos renacer en otros planetas. Del
mismo modo, los animales que están a nuestro alrededor pueden
reencarnarse en formas humanas. Así se explica el incremento de la
población mundial.
Según el planteamiento budista, las plantas no tienen mente. Aunque son
seres vivos, ya que crecen y se reproducen, no tienen vida consciente.
Aunque las plantas responden a los estímulos del medio ambiente, esto no
significa que tengan mente. También el imán atrae a las limaduras de hierro.
Una vez que hayamos despejado la ignorancia y los oscurecimientos de
nuestro continuo mental, podremos distinguir qué formas son conscientes y
cuáles no lo son.
Intentarlo
Aunque puede que no estemos totalmente convencidos de la existencia
de vidas pasadas y futuras, podemos “intentarlo” en el sentido de examinar
si el renacimiento puede explicar o no otros fenómenos que anteriormente
no hubiéramos entendido.
A menudo los padres observan cómo sus hijos ya desde temprana edad,
muestran una personalidad diferente los unos de los otros. En una misma
familia un niño puede ser tranquilo y sentirse contento, mientras que otro
puede ser inquieto. Un niño puede habitualmente perder los nervios,
mientras que otro en la misma situación no se siente irritado.
¿Por qué tales rasgos de la personalidad aparecen incluso a una edad tan
temprana? ¿Por qué algunos rasgos de nuestra personalidad son tan fuertes
y están tan arraigados? Es cierto que las influencias genéticas y el ambiente
se encuentran presentes. Según la perspectiva budista, también están
presentes otras influencias, por eso no parece que entremos en esta vida
como si fuéramos un libro en blanco. Portamos rasgos de la personalidad y
modelos de conducta habituales de vidas pasadas.
El renacimiento podría explicar, por ejemplo, por qué un niño en
concreto muestra aptitudes desde una temprana edad hacia la música o las
matemáticas. Si estamos familiarizados con una materia específica o hemos
desarrollado bien un talento en particular en vidas pasadas, entonces en esta
vida podrá fácilmente aparecer una inclinación hacia esa materia. Una
mujer me contó que desde muy temprana edad su hijo se interesaba por la
música y que conocía los nombres de los compositores de ciertas piezas.
Ningún otro miembro de la familia poseía el conocimiento o interés por la
música y la afinidad de su hijo la desconcertaba. Tal vez el niño fuera
músico en una vida anterior.
Muchos de nosotros hemos tenido experiencias “ya vividas”. A veces al
visitar un lugar por primera vez tenemos la fuerte sensación de haber estado
en ese lugar anteriormente. Esto podría ser una recognición subliminal de
un lugar en el que habríamos estado en una vida previa.
Probablemente también hemos tenido la experiencia de encontrarnos con
personas y sentirnos muy atraídos hacia ellas sin ninguna razón aparente.
Instantáneamente nos sentimos relajados y nos encontramos hablando con
ellas de asuntos personales. Esto indicaría que podríamos haber sido amigos
íntimos en vidas anteriores.
La mayor parte de la gente necesita tiempo para reconstruir los distintos
elementos de la evidencia que sugieren la existencia de vidas pasadas y
futuras. Al principio, no obtendremos un entendimiento claro del asunto y
probablemente surgirán muchas preguntas. Necesitamos aprender,
reflexionar y discutir la evidencia de los pros y los contras del renacimiento.
Para algunas personas esto exige el valor de perder las preconcepciones que
han ido adquiriendo desde su infancia e investigar el renacimiento. Pero
esto es muy valioso: a través del examen de esta materia con una mente
abierta a la lógica y a la evidencia, nuestra inteligencia y entendimiento se
expandirán.
2. Karma
Causa y efecto.
E
l renacimiento que tomamos después de abandonar nuestro
cuerpo depende de nuestras acciones previas. Esto se debe al
funcionamiento del principio de causa y efecto: el karma y su
resultado. Esto significa que nuestras acciones crean las causas
de lo que llegaremos a ser; y lo que somos ahora es el resultado
de las causas creadas previamente.
Karma significa acción, y se define como las acciones intencionadas de
nuestro cuerpo, palabra y mente: lo que hacemos, decimos y pensamos.
Estas acciones dejan unas impresiones y tendencias en nuestro continuo
mental. Cuando estas impresiones y tendencias se encuentran con las
condiciones adecuadas, afectan a nuestra experiencia.
La discusión sobre el karma –las acciones y sus resultados– es
compatible con la ciencia y la psicología. Físicos, químicos y biólogos
investigan el funcionamiento del principio de causa y efecto a un nivel
físico. Estudian las causas que producen un fenómeno y los resultados de la
interacción de ciertos elementos de un modo determinado. Los psicólogos
buscan las causas de los desajustes mentales y los resultados que pueden
lograrse aplicando determinados tratamientos. El budismo también
investiga el principio de causa y efecto pero de un modo más sutil.
Considera que el principio de causa y efecto funciona a un nivel mental, no
físico. Además, el budismo considera el principio de causa y efecto en
relación a una serie de vidas.
El hecho de que nuestras experiencias sean el resultado de nuestras
acciones no quiere decir que se haya establecido un sistema de castigo y
recompensa. Cuando una flor crece de una semilla, no es ni la recompensa
ni el castigo de la semilla. Es sencillamente un resultado. Del mismo modo,
cuando decimos que nuestras acciones traen como consecuencia nuestras
experiencias futuras, entendemos éstas como el resultado de nuestras
acciones y no como una forma de recompensa o castigo.
Buda no fijó una serie de mandamientos cuya infracción justifique el
castigo. Ya que Buda no tiene ningún deseo de que experimentemos dolor,
nunca nos juzgaría o nos condenaría. Nuestras peores experiencias surgen
como consecuencia de nuestras propias acciones.
Newton no creó la ley de la gravedad; sencillamente describió su
funcionamiento. Del mismo modo, Buda no creó la ley de causa y efecto o
karma. Describió lo que había visto una vez eliminados todos los
oscurecimientos de su continuo mental.
Podemos pensar que es injusto experimentar en esta vida el resultado de
lo que hicimos en vidas anteriores; sin embargo, no es realmente una
cuestión de “justicia” o “injusticia”. No decimos que sea injusto que los
cuerpos físicos caigan hacia abajo y no hacia arriba, porque sabemos que
nadie inventó la gravedad. La gravedad no se debe a la arbitrariedad de
nadie sino que es la forma en que los fenómenos se comportan
naturalmente. De la misma manera, nadie inventó el principio por el cual si
perjudicamos a otros en el presente, tendremos problemas en el futuro. Este
es simplemente el resultado natural que surge de esa causa.
Como nosotros creamos las causas, nosotros experimentamos los
resultados. Buda no puede llegar al interior de nuestra mente y hacernos
pensar o actuar de forma diferente. Puesto que Buda posee una compasión
infinita, si fuera capaz de salvarnos, ya lo habría hecho. Nuestros profesores
pueden enseñarnos el abecedario, pero nosotros debemos aprenderlo. Ellos
no pueden aprenderlo por nosotros. De la misma manera Buda describió lo
que hay que practicar y lo que hay que dejar de hacer, pero somos nosotros
los que debemos actuar sobre este planteamiento. Buda no puede hacerlo
por nosotros.
La belleza de la capacidad humana consiste en que nosotros somos
responsables de nuestra propia experiencia. Viviendo en el presente
creamos nuestro futuro. Nosotros poseemos la capacidad de determinar
quiénes seremos y lo que nos sucederá, asegurando así la felicidad tanto
para nosotros mismos como para los demás. Para llevarlo a cabo debemos
asumir nuestra responsabilidad y utilizar nuestra capacidad humana.
Cómo funciona el principio de causa y efecto
El principio de causa y efecto posee cuatro características
fundamentales: (1) el karma es definitivo; esto es, las acciones positivas
traerán con certeza resultados felices y las acciones negativas traerán
resultados no deseados; (2) el karma es expansivo: una pequeña causa
puede acarrear un gran resultado; (3) si no se crea la causa de una
determinada acción, no se experimentará su resultado; (4) las impresiones
que quedan en el continuo mental debido a nuestras acciones no se pierden.
La primera característica del karma es que las acciones constructivas
traen resultados felices y las destructivas proporcionan experiencias no
deseadas. Las acciones no son intrínsecamente buenas o malas en sí
mismas, pero se consideran positivas o negativas según si traen felicidad o
sufrimiento como resultado. Si se plantan semillas de manzanas, crecerá un
manzano, pero no un peral. De la misma manera, si se realizan acciones
positivas, éstas traerán como consecuencia felicidad no sufrimiento.
Cuando se experimenta sufrimiento, éste está causado por las acciones
negativas, nunca por las positivas. Buda dijo:
Por supuesto que lo mismo se aplica para las acciones positivas. Puede
que no recibamos buenos resultados de inmediato, pero cuando se reunan
las condiciones que hagan madurar esas impresiones positivas, éstas traerán
su resultado. Deberíamos estar satisfechos de crear causas positivas y saber
que madurarán en el futuro. Sentirse impaciente por el resultado que tiene
que venir no hace que llegue antes.
Es importante recordar esto cuando estamos comprometidos con una
práctica espiritual. Alcanzar la Iluminación no es como comprarse una
hamburguesa. Tenemos una tendencia a la impaciencia y queremos la
Iluminación de modo inmediato. Pero, nos sentiremos decepcionados si
pensamos que vamos a alcanzar la Iluminación después de hacer una
práctica durante un corto tiempo. Que nuestras impresiones positivas
maduren es algo que requiere tiempo. Es necesaria una práctica extensa
para transformar nuestra mente.
Una acción que está completa con sus tres partes –la motivación, la
acción en sí misma, y la consumación de la acción– puede influir en cuatro
aspectos de nuestra experiencia: (1) en el cuerpo que tomemos en vidas
futuras; (2) en lo que nos suceda mientras estemos vivos; (3) en los rasgos
de nuestra personalidad; y (4) en el entorno en el que vivamos.
En primer lugar, nuestras acciones influyen en el tipo de cuerpo que
tomaremos en vidas futuras. Las acciones beneficiosas proporcionan
renacimientos agradables, mientras que las acciones destructivas producen
renacimientos desagradables. Por ejemplo, un buen renacimiento tal y como
el que tenemos ahora, es el resultado de las acciones positivas que hemos
realizado en vidas pasadas. Las semillas de las acciones positivas previas
atrajeron a nuestro continuo mental a renacer como seres humanos en
circunstancias afortunadas.
Del mismo modo, si alguien actua negativamente –por ejemplo, su
conducta sexual es imprudente y desconsiderada– entonces deja una
impresión negativa en su continuo mental. En el momento de la muerte, si
esa persona muere con mucha ansiedad, esto actúa como una condición
cooperante que capacita a la impresión de su acción destructiva a traer su
resultado. Su mente es atraída hacia un cuerpo con una forma de vida
desafortunada. Como la acción causal fue destructiva el resultado será un
renacimiento desafortunado.
Nuestras acciones previas afectan a lo que nos sucede durante nuestras
vidas. Por ejemplo, si somos generosos en una vida, experimentaremos
prosperidad en vidas futuras. Si robamos, en nuestras vidas futuras
afrontaremos condiciones económicas difíciles. Resulta útil ser conscientes
de esto porque nos da una mayor perspectiva del por qué ocurren las cosas
y el modo en el que suceden.
Nuestras acciones anteriores también influyen en los rasgos de nuestra
personalidad actual. La persona que habitualmente critica y denigra a otras,
fácilmente lo hará de nuevo en vidas futuras. Aquélla que ha adiestrado su
mente en el amor y la compasión estará inclinada hacia estas actitudes en el
futuro.
Algunas actitudes y reacciones surgen espontáneamente dentro de
nosotros. Por ejemplo, algunas personas se sienten fácilmente ofendidas.
Otras en el fondo se sienten inclinadas a denigrar a los demás. Algunas
personas son consideradas hacia otras. Todas estas reacciones habituales y
variadas suceden porque en el pasado estos pensamientos y acciones nos
resultaban familiares.
Aunque estemos influidos por estas tendencias negativas del pasado,
estas tendencias se pueden cambiar desarrollando en su lugar otras más
positivas. Alimentando nuestras tendencias positivas éstas se
incrementarán, de este modo modelaremos nuestra personalidad mejorando
nuestros rasgos.
Finalmente, nuestras acciones influirán en el ambiente en el que
nazcamos. En los últimos años la gente se ha vuelto más consciente de la
influencia de nuestras acciones en nuestro entorno. Cuando deterioramos el
ambiente con un propósito egoísta, nos estamos dañando a nosotros
mismos. La avaricia por obtener un mayor beneficio nos conduce a los seres
humanos a actuar de un modo que daña directamente nuestro entorno.
Respetar la vida conduce a la moderación y como consecuencia tener un
lugar más placentero donde vivir.
Los textos budistas enfocan desde otra perspectiva el efecto de nuestras
acciones sobre el ambiente. Por ejemplo, las escrituras dicen que actuar de
un modo destructivo trae como resultado renacer en un medio desagradable,
mientras que actuar constructivamente trae como resultado renacer en
paisajes agradables y climas favorables.
¿Predeterminación?
El funcionamiento del principio de causa y efecto no está
predeterminado. No es el destino. Si estamos atentos y somos conscientes
de nuestras acciones, podemos elegir. Si somos negligentes y hacemos,
decimos y pensamos cualquier cosa que se nos ocurra, entonces no
estaremos utilizando nuestra capacidad de elección; no estaremos
aprovechando nuestra capacidad humana.
Una vez que se realiza una acción, su resultado no queda grabado sobre
hierro. El principio de causa y efecto significa que los fenómenos están
sometidos a un proceso de dependencia recíproca. En este proceso se da
cierta flexibilidad; somos capaces de influir en cierta medida en la
maduración de una impresión. Por ejemplo, si purificamos una acción
negativa impediremos que nos traiga el resultado no deseado. Por el
contrario, si nos enfadamos destruiremos el potencial para que la acción
positiva traiga su resultado.
Sólo la mente de un buda omnisciente posee la capacidad para conocer
por completo el modo exacto en el que una determinada acción madura y la
manera en que nuestras acciones pasadas traen un resultado concreto en
nuestra vida actual. Las escrituras budistas dan unas pautas generales sobre
los resultados de ciertas acciones. Sin embargo, en situaciones concretas, el
resultado exacto puede variar dependiendo de otras causas y condiciones.
Si una acción trae un pequeño o gran resultado depende de la naturaleza
de la acción en sí misma; de cómo fue hecha; de quién la hizo; de la fuerza
de la motivación; de la frecuencia con que se realizó, y de si es una acción
arrepentida y purificada posteriormente. Todos estos factores influirán en el
resultado. Además, la manera en que muera la persona tiene que ver con la
impresión que madura y con el resultado que conlleva. El karma no está
predeterminado ni funciona de acuerdo a principios estrictos e invariables.
Supongamos que Enrique va a cazar y mata un venado. Esta acción le
acarreará con seguridad sufrimiento en el futuro. Sin embargo, otros
factores diversos influirán en el suceso.
¿Intentó conscientemente amarrar al animal a un poste para después
matarlo, o fue a cazar con un interés muy vago? ¿Se sentía feliz Enrique
después de matar al venado, o sintió algún remordimiento? ¿Purificó la
impresión negativa que quedó en su continuo mental? ¿Mata animales con
frecuencia? Cuando Enrique murió, ¿sentía enfado o pensaba en las
cualidades de los seres nobles? ¿Hicieron sus amigos y parientes acciones
positivas y oraciones en su beneficio? Tales factores influyen en el
resultado específico que proviene de su acción.
En toda acción existen muchos matices. Sólo un buda posee la habilidad
suficiente para conocer exactamente qué tipo de acción pasada o qué
combinación de acciones conlleva un resultado concreto en nuestra vida
actual.
La ley natural del karma no es una excusa para evitar ayudar a los
demás. Cuando somos testigos de las desgracias que padecen otros,
podemos llegar a decir irrespetuosamente: “Oh, ese es su karma. Si le
ayudo estaré interfiriendo con su karma”. Esta es una preconcepción falsa y
una pobre excusa de nuestra propia pereza. Si nos atropellara un coche y
permaneciéramos tendidos sobre la carretera, y un peatón dijera: “Ese es tu
karma. No voy a ayudarte. Tienes que sufrir tu karma negativo”;
¿cómo nos sentiríamos?
Cuando otros están en la miseria, debemos ayudarles porque son seres
vivos iguales a nosotros. De hecho, si no se la prestamos, estaremos
creando la causa para no recibir ayuda cuando la necesitemos. De acuerdo
con el pensamiento budista, tenemos la responsabilidad moral y social de
ayudar a los demás. No somos individuos independientes y aislados sino
que estamos interrelacionados y, a pesar de diferencias superficiales, somos
muy parecidos.
Tampoco la ley de causa y efecto es una razón para despreciar a los
demás. No es correcto pensar: “La gente hambrienta del mundo debe haber
dañado a otros en el pasado. Esa es la razón de que estén sufriendo ahora;
son malas personas y se merecen lo que tienen”.
Esa forma de juzgar muestra falta de dignidad e implica que nosotros
también somos personas negativas ya que en ocasiones también sufrimos.
Esto es incorrecto. Si examinamos nuestra vida, veremos que a veces las
actitudes negativas se llevan lo mejor de nosotros mismos. Aunque puede
que no queramos gritar a nuestra familia, perdemos el control y lo hacemos.
Otras veces calumniamos deliberadamente a alguien y sólo más tarde
comprendemos el alcance de nuestra acción y nos arrepentimos por lo que
hemos hecho. En ninguna circunstancia nos gustaría que nos juzgaran como
“malvados” o “perversos”. Es cierto que cometimos errores y que
experimentaremos sus dolorosos resultados, pero eso no significa que
seamos individuos perversos. Nuestras actitudes perturbadoras simplemente
se apoderaron de nosotros en ese momento.
Tal y como sentimos compasión hacia nosotros mismos y queremos que
los demás nos perdonen cuando actuamos negativamente, así también
deberíamos tener una actitud de perdón hacia los demás. El resentimiento y
la venganza no modifican el daño que nos han hecho. Del mismo modo,
resulta inapropiado el sentimiento de orgullo y condescendencia hacia los
que sufren infortunios. Cuando estamos en dificultades, apreciamos la
ayuda de los demás. De la misma manera cuando otros sufren la desgracia,
es nuestra responsabilidad humana ayudarles lo mejor que podamos.
Cuando vemos que personas poco honradas poseen muchas riquezas o
que personas bondadosas mueren siendo aún jóvenes, podemos dudar de la
ley de causa y efecto. Sin embargo, la ley de causa y efecto opera de una
vida a otra. Muchos de los resultados experimentados en esta vida son
resultados de acciones previas creadas en el pasado, y muchas de las
acciones realizadas ahora madurarán en vidas futuras.
Según el enfoque budista, la riqueza de gente poco honrada es el
resultado de su generosidad en vidas pasadas. Su actual falta de honradez
está creando la causa para que sean estafados y vivan en la pobreza en el
futuro. La gente bondadosa que muere joven está experimentando el
resultado de acciones negativas, –tales como matar–, de vidas pasadas. Sin
embargo, su bondad presente crea las impresiones en su continuo mental
para tener felicidad en el futuro.
Purificar y cambiar
Es cierto que todos nosotros hemos cometido errores de los que ahora
nos arrepentimos. Sin embargo, no estamos irremediablemente condenados
a experimentar los resultados de esas acciones. Si se planta una semilla en
la tierra, finalmente crecerá, a menos que sea quemada o arrancada.
Mientras tanto podemos retrasar su crecimiento privándola de agua, de
fertilizantes y de luz solar. De la misma manera, podemos purificar nuestras
acciones negativas y así no nos acarrearán resultados dolorosos. Si no
somos capaces de hacer esto, podemos al menos aplazar o debilitar sus
efectos poniendo en práctica el proceso de purificación, que consta de
cuatro estadios.
Purificar por medio de los cuatro poderes oponentes es muy importante
ya que impide un futuro sufrimiento y alivia la culpa o el sentimiento de
pesar que en la actualidad experimentamos. Purificando nuestra mente
somos capaces de entender mejor el darma, nos sentimos más tranquilos y
podemos concentramos mejor. Los cuatro poderes oponentes que se utilizan
para purificar las impresiones negativas son: (1) arrepentimiento; (2) toma
de refugio y generación de una actitud altruista hacia los demás; (3)
remedio concreto y práctico; (4) determinación de no volver a cometer
dicha acción.
En primer lugar, reconocemos y nos arrepentimos de la acción
destructiva realizada. Recriminarse a uno mismo y sentir culpa son dos
actos inútiles; son simplemente una forma emocional de torturamos. Con un
arrepentimiento sincero, por el contrario, reconocemos que hemos cometido
un error y nos arrepentimos de haberlo realizado.
El segundo poder oponente es el de la confianza. Generalmente, nuestras
acciones destructivas se producen en relación con los objetos sagrados –
buda, darma y sanga– o con respecto a otros seres. Para restablecer una
buena relación con los objetos sagrados confiamos en ellos tomando
refugio, e intentando que ellos nos sirvan de guía. Para tener una buena
relación con otros seres, generamos una actitud altruista y dedicamos
nuestro corazón a convertirnos en budas para ser capaces de beneficiales de
la mejor manera posible.
El tercer paso consiste en realizar en la práctica alguna acción de
remedio. Esta puede ser cualquier acción positiva que beneficie a otros. Los
textos budistas apuntan algunas acciones específicas que ayudan a purificar
las impresiones negativas; escuchar enseñanzas, leer libros de darma, hacer
ofrecimientos, recitar los nombres de los budas, recitar mantras, hacer
estatuas o pinturas de seres sagrados, imprimir textos de darma, meditar,
etc... El remedio más poderoso consiste en meditar en la vacuidad. En el
capitulo sobre la sabiduría se explicará cómo llevar a cabo esta meditación.
En el cuarto paso tomamos la determinación de no volver a actuar de
nuevo de esa manera. Con frecuencia y por hábito nos dejamos llevar por
acciones tales como criticar a otros o chismorrear. Sería poco realista decir
que no lo volveremos a hacer jamás. Por eso, es más sabio determinar un
período de tiempo en el que intentaremos no repetir la acción en absoluto
mediante el esfuerzo de la atención continua sobre este punto.
Los cuatro poderes oponentes deben aplicarse repetidamente. Hemos
actuado muchas veces de un modo perjudicial, así que, naturalmente, no
podemos esperar contrarrestar de inmediato todas estas acciones. Cuanto
más enérgica sea la aplicación de los cuatro poderes oponentes, más
poderosa será la purificación. Es bueno practicar la purificación con los
cuatro poderes oponentes cada noche antes de ir a dormir. Esto contrarresta
cualquier acción destructiva que hayamos cometido durante el día y nos
ayuda a dormir tranquilamente.
En la actualidad, nuestra mente es como un campo baldío. El proceso de
purificación es similar a quitar las piedras, los trozos de cristales rotos, y
todo aquello que impide el cultivo de ese campo. Acumular un potencial
positivo actuando positivamente es similar a fertilizar y regar. Después
podemos plantar las semillas escuchando enseñanzas cultivándolas a través
de la contemplación y la meditación. Con el tiempo aparecerán los frutos de
las realizaciones.
Debemos actuar para mejorar nuestras vidas y alcanzar la Iluminación.
Aunque podamos emplear a alguien para limpiar nuestra casa y colocar los
nuevos muebles, no podemos emplear a nadie para que limpie nuestra
mente e instale en ella compasión y sabiduría. Sin embargo, si realizamos
estas acciones, les seguirán, con toda seguridad, resultados beneficiosos.
3. Existencia cíclica
La noria de los problemas que se repiten.
L
a situación en la que existimos se denomina existencia cíclica o en
sánscrito “samsara”. Esta existencia describe un ciclo de
problemas periódicos en el que continuamente nacemos,
experimentamos distintos tipos de situaciones conflictivas durante
nuestras vidas, y morimos. Ninguna fuerza exterior, ni ningún ser
nos mantiene encadenados a esta existencia cíclica. El origen de nuestros
problemas reside en nuestra propia ignorancia: no entendemos quiénes
somos ni la naturaleza de los fenómenos que nos rodean.
Según la filosofia budista, poseemos un concepto erróneo de nosotros
mismos y del mundo que nos rodea, debido a que no somos conscientes de
nuestra propia naturaleza. Pensamos que las cosas existen de un modo que
no es real. Nos equivocamos pensando que somos una entidad permanente,
concreta, y hallable. Entonces, nos encariñamos con este “yo real” ilusorio.
De la mañana a la noche el pensamiento de nuestra mente es: “Yo quiero
felicidad y mi felicidad es lo más importante”. Pensamos y actuamos como
si fuéramos el centro del universo: “Mi felicidad y mi sufrimiento”, siempre
están presentes en nuestra mente ocupando el primer lugar. Nuestro interés
hacia los demás queda siempre relegado en virtud de nuestro propio interés.
Desarrollamos apego y enfado hacia los demás porque no entendemos la
naturaleza última de las personas y los fenómenos. Nos apegamos a las
personas y a las cosas que nos benefician y sentimos aversión hacia todo
aquello que parece amenazar nuestra felicidad. Pasamos nuestra vida en
este ciclo de deseos y aversiones. Nuestra mente es como un yoyó, que
emocionalmente asciende y desciende sin cesar.
Según transmigramos de una vida a otra también experimentamos esta
oscilación. Y puesto que en el curso de nuestras vidas hemos actuado
alternativamente de un modo positivo y negativo, a veces renacemos en
vidas en las que padecemos mucho dolor y otras veces en vidas en las que
disfrutamos de una gran felicidad. Nada es estable. No existe seguridad, ni
garantía de que vayamos a disfrutar una felicidad continuada, aunque esto
sea lo que todos queremos.
Actuamos bajo la influencia de nuestra ignorancia y así creamos karma.
Cuando entendemos el principio de causa y efecto intentamos actuar
positivamente. Cuando ignoramos este principio, nuestra mente cae con
facilidad bajo la influencia de actitudes perturbadoras, tales como el apego,
el enfado, los celos, el orgullo, el hermetismo mental..., lo que nos lleva a
actuar negativamente. Estas acciones dejan unas impresiones en nuestro
continuo mental, que influyen en nuestra experiencia.
En el momento de la muerte nuestro sentido de las distintas consciencias
pierde su capacidad para funcionar al tiempo que nuestra consciencia
mental se vuelve cada vez más sutil. Esto puede resultar desconcertante
porque estamos acostumbrados a vivir en este cuerpo al que estamos muy
apegados. Cuando en el momento de la muerte sentimos que nos estamos
separando de nuestro cuerpo anhelamos permanecer en él. Cuando
finalmente comprendemos que la separación es inevitable, codiciamos otro
cuerpo.
Estos dos factores, el deseo y la codicia, son las condiciones que causan
que las impresiones de algunas de nuestras acciones previas maduren. Esta
es la causa de que nuestra mente se sienta atraída hacia una forma de vida
particular y de que renazca en otro cuerpo. De este modo, transmigramos;
de una vida a otra.
Ninguno de estos renacimientos es eterno. Tomamos distintos cuerpos
según las causas que hemos creado, y experimentamos el resultado tanto
tiempo como exista la energía causal. Una vez que se agota el karma,
abandonamos ese cuerpo para tomar otro. Algunos de estos renacimientos
pueden prolongarse durante un largo tiempo, pero ninguno de ellos dura
para siempre.
Algunas personas mantienen una opinión muy idealista sobre el
renacimiento. Creen que después de la muerte nos encontramos en algún
lugar en el espacio desde el que miramos hacia abajo pensando: “Mmm,
quiero nacer de esa madre y de ese padre”. No sucede de ese modo. No
elegimos conscientemente. Nuestro continuo mental es impulsado hacia
otro cuerpo por el poder de nuestras actitudes y acciones perturbadoras.
Encontramos un cuerpo atractivo, y codiciamos poseerlo; de ese modo, nos
encontramos a nosotros mismos en otra vida, y la existencia cíclica
continúa.
Otras personas piensan que cada renacimiento es como un examen:
renacemos en una situación concreta para aprender cosas especificas. Esta
visión implica que existe algún plan preconcebido; es decir, o bien alguna
otra persona decide lo que necesitamos aprender o bien nosotros mismos
somos conscientes de ello. No es este el caso. Hemos nacido en un cuerpo
determinado porque se han unido las causas y condiciones para que ello
sucediera. No existen en nuestras vidas lecciones preparadas de antemano.
Si aprendemos o no de nuestras experiencias depende de nosotros.
Otras formas de vida
Según el pensamiento budista, existen seis tipos de formas de vida en el
ciclo de los problemas periódicos y constantes. Las tres formas de vida
afortunadas son: la vida humana, la semi celestial, y la celestial. Las tres
menos afortunadas son: la vida de los animales, las formas de vida que
experimentan continua frustración y aferramiento, y las formas de vida que
experimentan dolor y miedo continuos. Ciertas personas encuentran
dificultades para creer que las seis formas de vida puedan existir, ya que
sólo podemos observar la vida humana y la vida animal. ¿Cómo podemos
saber que existen los otros tipos de vida?
Cuando comencé mis estudios budistas, también encontré difícil creer en
la existencia de otras formas de vida. Entonces recordé que nuestros
sentidos no son capaces de percibir todo lo que existe. Las águilas, por
ejemplo, pueden ver cosas que los humanos no podemos; los perros pueden
oir sonidos que nosotros no percibimos. Los humanos no podemos ver los
átomos directamente, ni alcanzamos a comprender la formación y
existencia de otros planetas y sistemas solares. Al reconocer la limitación
de nuestros sentidos y el alcance actual del conocimiento científico,
comencé a pensar que podrían existir otras formas de vida, de las que no
tenemos consciencia.
Otra vía que me ayudó a considerar la posibilidad de la existencia de
otras formas de vida se basó en la observación de la amplia variedad de
estados de ánimo, percepciones y comportamientos que tenemos como
seres humanos. Por ejemplo, a veces estamos contentos, somos pacientes y
nos sentimos indulgentes. Tanto lo que nos rodea como la gente con quien
nos encontramos nos parece muy agradable debido a este estado de calma
mental. Incluso, si alguien trata de provocarnos, ignoramos esta
provocación, y bromeando y charlando con esa persona hasta pasamos un
buen rato.
Ahora, tomemos como referencia ese estado mental, amplifiquémoslo y
proyectémoslo hacia el exterior de modo que se convierta en nuestro
ambiente y en nuestro cuerpo. Esta es la forma de vida de un ser celestial.
En otras ocasiones, nos sentimos muy enfadados y fuera de control. A
veces nuestra ira es tan grande que, aunque nadie nos moleste, buscamos a
alguien con quien enojarnos. Nuestro enfado se mezcla con cierta paranoia
y nos volvemos hipersensibles y miedosos sin razón alguna. Cambia la
forma en que percibimos a las personas y las cosas que nos rodean de modo
que nos parece que otros están intentando dañarnos, incluso aunque no sea
así. Imaginad que ese estado mental iracundo y paranoico se intensifica y se
proyecta al exterior para convertirse en nuestro cuerpo y en nuestro
ambiente. Esta es una forma de vida de miedo y sufrimiento.
Al pensar en nuestro cuerpo y nuestro ambiente como manifestación de
nuestros estados mentales, podemos comprender la existencia de otras
formas de vida. Tal y como las acciones positivas nos atraen hacia
renacimientos positivos, las actitudes negativas se manifiestan en vidas
desafortunadas. Todo lo que experimentamos –felicidad o sufrimiento–
proviene de nuestra propia mente.
Hay gente que se pregunta por qué los animales están incluidos en los
tres tipos de renacimiento desafortunado. Algunos animales son inteligentes
y amables. Existen animales que viven en mejores condiciones que algunos
humanos. Los seres humanos tienen, en general, una capacidad destructiva
mucho mayor que cualquier animal. Los animales sólo matan cuando es
necesario; no fabrican bombas atómicas que pueden destruir a la
civilización.
Aunque todo esto es cierto, también hemos de tener en cuenta que los
seres humanos poseemos un potencial y una inteligencia específicos que
pueden proporcionar mejores resultados que los de un animal, siempre que
se empleen sabiamente. Un gato no puede entender nuestro consejo de dejar
de matar ratones y compadecerse de ellos, ni un delfín puede comprender
las enseñanzas sobre la naturaleza última de los fenómenos. La vida
humana es especial en el sentido de que nos resulta más fácil que a los
animales evitar las acciones negativas y realizar las positivas.
Aunque se considera que los animales poseen un renacimiento inferior,
eso no significa que los humanos debamos explotarlos y maltratarlos. El
budismo, por el contrario, mantiene que todas las formas de vida deben ser
respetadas, cuidadas y tratadas adecuadamente.
¿Cómo pueden aquellos que renacen como animales volver de nuevo a
la vida humana? En vidas previas, cuando eran humanos, actuaron positiva
y negativamente. Las impresiones de todas esas acciones permanecen en su
continuo mental. Al final de esa vida humana, quedó impresa en su mente
una huella negativa lo que hizo que esa persona renaciera como animal.
Para los animales es difícil cultivar actitudes positivas y actuar en
consecuencia. Sin embargo, los animales pueden recibir impresiones
positivas por escuchar oraciones y recitaciones de textos de darma, o por
caminar alrededor de monumentos o templos budistas. Gracias al contacto
con un objeto poderoso y virtuoso, queda en su mente una impresión
beneficiosa. Esto es similar a la imagen subliminal de “come palomitas” en
una pantalla de cine. No tenemos consciencia de ella pero tiene un impacto
en nuestra mente.
En el continuo mental de los animales se retienen las impresiones
positivas creadas mientras eran humanos. Cuando la energía kármica de ser
animal se agote –renacer, tanto en reinos inferiores como superiores es
temporal, no eterno–, entonces es posible que las impresiones positivas
maduren favoreciendo así un posible renacimiento como seres humanos.
Buda describió con compasión la existencia de las distintas formas de
vida para hacernos conscientes de los posibles efectos a largo plazo de
nuestras acciones. Sabiendo esto, estaremos atentos a lo que pensamos,
decidimos y hacemos, y dedicaremos nuestro tiempo a desarrollar nuestras
buenas cualidades. Como el Buda señaló:
H
emos observado que nuestra vida es un ciclo constante de
problemas periódicos. También hemos determinado cuáles son
sus causas: la ignorancia, las actitudes perturbadoras que surgen
de ella, y las acciones motivadas por estas actitudes. Entonces,
“¿pueden las personas que están confusas, apegadas y
enfadadas alcanzar el estado de buda? ¿Existe una salida de la existencia
cíclica? Si es así,
¿cuál es la vía?”
En efecto, es posible liberarnos de este ciclo de problemas periódicos.
Podemos efectivamente alcanzar un estado de paz duradera y de gozo, en el
que seremos capaces de utilizar todas nuestras buenas cualidades para
lograr el beneficio de los demás. Esto es posible porque poseemos en
nuestro interior la naturaleza de buda: nuestra bondad indestructible.
Además, tenemos una preciosa vida humana que nos ofrece la oportunidad
de actualizar nuestra naturaleza búdica. Abordaremos estos asuntos en los
dos capítulos siguientes.
¿Habéis estado alguna vez en la cima de una montaña contemplando un
cielo completamente claro y despejado? La sensación de espacio, de calma
y de claridad es impresionante e inspiradora. Sin embargo, en una ciudad,
cuando miramos hacia arriba, nuestra visión queda limitada por los
rascacielos colindantes, y por las nubes y la contaminación que oscurecen el
cielo. No es el cielo el que ha cambiado: el cielo sigue siendo puro, vacío y
luminoso, sin embargo, no somos capaces de apreciarlo porque nuestra
perspectiva no es la adecuada y porque las nubes y la contaminación nos
impiden una visión clara.
La naturaleza de nuestra mente es similar. En su grado último es pura e
inmaculada. Las nubes que nos impiden ver la naturaleza real de nuestra
mente son las actitudes perturbadoras, como el apego, el enfado y la
ignorancia, así como las impresiones de las acciones realizadas bajo su
influencia.
El cielo y las nubes no son la misma entidad; no están inseparablemente
unidos. Las nubes y la contaminación pueden oscurecer nuestra mente de
modo temporal pero también pueden desaparecer dejando el cielo claro y
despejado. De igual forma, nuestras actitudes perturbadoras y las
impresiones de las acciones creadas por ellas no son la naturaleza última de
nuestra mente sino que pueden ser purificadas y eliminadas para siempre.
Esto nos permitirá percibir la realidad y unificarnos con nuestra naturaleza
como el espacio.
¿Cómo sabemos que las actitudes perturbadoras y las impresiones no
son de la naturaleza de nuestra mente? Si el enfado, por ejemplo, fuera de la
naturaleza de nuestra mente, siempre estaríamos enfadados. Las
impresiones kármicas no son tampoco de la naturaleza de nuestra mente
porque, como ya hemos explicado, se pueden purificar y eliminar.
¿Es posible eliminar nuestro enfado para siempre? Sí, podemos hacerlo
porque el enfado es una mente falsa, es decir, una actitud basada en una
idea falsa. El enfado se manifiesta cuando proyectamos cualidades
negativas sobre las personas y los objetos. También surge cuando no
interpretamos acertadamente determinadas situaciones y así terminan
pareciéndonos dañinas. Otras veces nos dejamos absorber tanto por nuestras
propias proyecciones que las confundimos con las cualidades de otras
personas y nos enfadamos si no responden como nosotros presuponemos
que deben hacerlo. El problema estriba en que no somos conscientes de este
proceso, y creemos erróneamente que la persona descortés e insensible que
percibimos en virtud de nuestras proyecciones previas tiene una existencia
real.
Gracias al desarrollo de la sabiduría, llegaremos a reconocer que un
enemigo externo es una proyección exagerada de nuestra propia mente
errónea. En este preciso momento, desaparecerá nuestro enfado de un modo
espontáneo ya que la sabiduría y la ira –que es por naturaleza ignorante– no
se pueden manifestar al mismo tiempo. Por medio del cultivo de nuestra
sabiduría podemos eliminar nuestro enfado por completo.
Las actitudes perturbadoras tales como el enfado, la envidia y la
presunción se pueden eliminar porque se basan en el fundamento erróneo de
las proyecciones equivocadas. Las cualidades positivas tales como la
paciencia, el amor, y la compasión tienen una base válida porque reconocen
las buenas cualidades que poseen todos los demás seres. Así tales actitudes
no sólo no desaparecen de nuestro continuo mental sino que se pueden
desarrollar de un modo ilimitado.
Todos los seres tenemos la posibilidad de llegar a ser budas porque cada
uno de nosotros posee dos clases de capacidades búdicas. Una de ellas es la
naturaleza última de nuestra mente, esto es, el modo en el cual existe
nuestra mente. Este fenómeno es una negación, una ausencia o carencia de
entidad de la existencia fantasiosa de nuestra mente. La segunda capacidad
corresponde a un fenómeno afirmativo. Se refiere a la naturaleza
convencional de nuestra mente y a sus cualidades.
A la naturaleza última de nuestra mente se la denomina potencial búdico
natural. Es como el inmenso y puro espacio vacío; es decir, nuestra
naturaleza última está vacía de todas las formas no reales de existencia. Está
vacía de todas las proyecciones de ser inalterable o independiente. Nuestras
mentes están libres de la existencia intrínseca. Esto se explicará en el
capítulo sobre la sabiduría.
La naturaleza última de nuestra mente está libre de las actitudes
perturbadoras. No tiene ni principio ni fin y nada puede destruirla. Nadie
puede quitárnosla. Esta naturaleza vacía de nuestra mente es el derecho que
nos otorga el nacimiento. Sabiendo esto, tendremos confianza, porque
podemos convertirnos en budas.
Ahora nuestra naturaleza búdica se encuentra oscurecida por las
actitudes perturbadoras. A medida que la vayamos purificando por medio
de la práctica del sendero, nuestra naturaleza búdica se irá haciendo más
evidente.
La segunda capacidad búdica consiste en el desarrollo de nuestro
potencial búdico, lo que hace referencia tanto a la naturaleza convencional
de nuestra mente –su claridad y consciencia– como a los estados mentales
positivos tales como la compasión.
La mente es una entidad sin forma que no está compuesta por átomos ni
por una sustancia material. La mente es clara en el sentido de que da
claridad a los objetos y es consciente porque posee la habilidad de conocer
o percibir las cosas.
Tanto el enfado como la compasión son estados de la mente y por eso
son claros y conscientes. Esta naturaleza de claridad y consciencia es una de
nuestras capacidades evolutivas búdicas. Sin embargo, el enfado en sí
mismo no es parte de nuestro potencial de buda porque se basa en una falsa
concepción que puede ser eliminada.
Por el contrario, la compasión no se basa en falsas proyecciones y, por
tanto, se puede desarrollar infinitamente. De igual forma los otros estados
mentales que perciben los fenómenos con precisión –el amor, la paciencia,
la confianza, el no-apego, la consideración hacia los demás, el esfuerzo
gozoso– pueden cultivarse sin límite. Estas buenas cualidades, que ya
existen en nosotros, se desarrollarán a medida que avancemos en el sendero.
Al final de éste, se transformarán en la mente del buda que llegaremos a ser.
Por esta razón, se denominan también la naturaleza evolutiva de buda. El
sabio indio Dharmakirti dijo:
P
uede que a veces nos sintamos deprimidos porque nos parece
como si nuestra vida no tuviera dirección o porque tal vez
creamos que existen muchos obstáculos para hacer de ella algo
significativo. Sin embargo, cuando consideremos la libertad y las
oportunidades que tenemos, nos quedaremos sorprendidos y nos
sentiremos llenos de alegría. Entenderemos que la depresión es un estado
que se produce debido a nuestro hermetismo mental. Cuando reconozcamos
nuestras oportunidades nos sentiremos automáticamente más felices.
Como seres humanos, poseemos inteligencia para entender el mundo
que nos rodea. A pesar de las muchas maneras en que a veces
infrautilizamos nuestra inteligencia, poseemos, sin embargo, la capacidad
para emplearla de manera beneficiosa. El progreso tecnológico y material
no constituye la única forma de hacer uso de nuestro potencial humano.
Aunque la tecnología haya solucionado muchos problemas, ha creado
también otros nuevos. Por ejemplo, algunos países han alcanzado un alto
nivel de vida, y sin embargo sus ciudadanos no son completamente felices,
aún sufren enfermedades de tipo mental, preocupaciones y conflictos, tanto
personal como colectivamente.
Esto sucede porque no hemos eliminado las causas básicas de nuestras
dificultades: la ignorancia, el enfado y el apego. Mientras padezcamos estas
actitudes perturbadoras, aunque disfrutemos de condiciones favorables, no
nos sentiremos contentos. Según el enfoque budista, el modo más
beneficioso de utilizar nuestra inteligencia consiste en desarrollar el
altruismo y la sabiduría que conoce la naturaleza última. Al pacificar
nuestra mente, nos sentiremos felices donde quiera que vayamos y seremos
capaces de crear un ambiente más tranquilo.
Desafortunadamente, la mayoría de los seres humanos no somos
conscientes de nuestras capacidades, y consecuentemente no las
desarrollamos. A menudo no sabemos apreciar nuestra inteligencia como es
debido. En otras ocasiones nos sentimos desalentados al observar cómo
algunas personas utilizan su inteligencia erróneamente. Sin embargo,
cuando realicemos que nuestra inteligencia puede hacer nuestra vida y la de
otros más feliz, entonces tendremos energía, y alegría, y estaremos
inspirados para hacer uso de nuestras capacidades.
No sólo somos seres humanos, sino que la mayoría de nosotros tenemos
nuestros sentidos intactos. Podemos ver y oír, lo cual nos proporciona un
gran acceso al mundo exterior y además nos facilita el aprendizaje del
camino gradual a la Iluminación. Más aún, nuestro cerebro funciona bien,
por tanto tenemos una gran capacidad para aprender, pensar y meditar. Nos
ocurre con tanta frecuencia el hecho de no apreciar estos dones
debidamente que si por un momento consideramos lo que significa tener
algunos sentidos como el del oído, la vista o la inteligencia dañados,
comprenderemos lo afortunados que somos.
Esto no significa que los ciegos y los sordos no puedan progresar en el
camino hacia la Iluminación. Pueden hacerlo, porque poseen
verdaderamente las dos capacidades de la naturaleza de buda. Sin embargo,
es más fácil aprender el darma cuando nuestros sentidos están intactos.
Aquellos de entre nosotros que podamos ver y oír bien deberíamos apreciar
nuestra buena fortuna.
Además, vivimos en un mundo donde existen las enseñanzas del Buda.
Buda no solo describió el camino, sino que sus enseñanzas se han
practicado y transmitido ininterrumpidamente hasta nuestros días de
maestro a discípulo, durante más de dos mil quinientos años. Si las
enseñanzas del Buda hubieran sido prohibidas por razones políticas o
hubieran sido distorsionadas por buscadores de fama y fortuna, hoy no
tendríamos la oportunidad de practicarlas. Sin embargo, eso no ha ocurrido,
y hoy tenemos acceso a muchas tradiciones budistas.
Han existido y, aún en la actualidad, existen muchos grandes maestros
que han actualizado las realizaciones del camino. Su experiencia prueba que
se pueden alcanzar la liberación y la Iluminación y que el camino enseñado
por Buda Shakiamuni trae los resultados deseados. También muchos
grandes maestros espirituales están vivos hoy, y ellos pueden guiarnos y
actuar como buenos ejemplos.
Somos afortunados de vivir en un lugar donde podemos contactar con
maestros y enseñanzas espirituales. Tenemos libertad religiosa, por tanto
podemos aprender y practicar nuestra fe. Imaginad lo terrible que sería si
tuviéramos el intenso deseo de desarrollar nuestro potencial espiritual, pero
viviéramos en un país sin libertad religiosa. Ahora tenemos la oportunidad
de ir a centros budistas, aprender a meditar, escuchar conferencias y hacer
retiros. Tenemos acceso a maestros cualificados, así como a libros, casetes,
videos y transcripciones de conferencias budistas.
Por nuestra parte, estamos interesados en nuestro desarrollo personal y
en hacer nuestra vida significativa para los demás. Esta apertura es una
cualidad positiva que deberíamos apreciar en nosotros mismos. Muchas
personas no tienen tales inclinaciones y nunca analizan el significado de la
vida y de la muerte. Aunque lo que buscan es felicidad, pasan su vida
creando acciones destructivas, es decir, causas que crearán circunstancias
desafortunadas en el futuro. Como nunca estuvieron interesados en eliminar
sus oscurecimientos y desarrollar sus capacidades, tales personas mueren
con pesar y arrepentimiento. Aunque no podemos confiadamente decir que
nuestras vidas están en orden y nuestras mentes en paz, podemos apreciar
que tenemos el interés y la inclinación de crecer en esa dirección.
Algunas personas pueden tener tales inclinaciones, pero carecen de las
condiciones materiales y económicas para proseguir con sus objetivos
espirituales. Si estuviéramos muriéndonos de hambre, sin hogar y
desamparados, nos resultaría más difícil practicar porque tendríamos que
cuidar primero nuestra condición física. Sin embargo, la mayoría de
nosotros tenemos una situación material relativamente cómoda en la cual
podemos aprender y practicar. Aunque puede que no nos sintamos
económicamente seguros, si comparamos nuestra situación con la de otros
nos daremos cuenta de que somos verdaderamente afortunados.
Debemos comprender que vivimos cerca de otros que tienen similares
inclinaciones hacia un desarrollo personal así como la inclinación de servir
a los demás. Estos amigos espirituales son un gran apoyo para nuestra
práctica, porque podemos discutir lo que aprendemos y compartir nuestras
experiencias con ellos. Esto resulta a la vez ameno y necesario, porque a
veces nos sentimos descorazonados o confusos y nuestros amigos del darma
nos ayudan a reavivar nuestra energía. Somos afortunados de tener estos
amigos, o de vivir en un lugar donde podemos encontrarlos.
Además, las comunidades de monjes y monjas con los votos completos
–la sanga– nos ofrecen un buen ejemplo a seguir. Aunque puede que no
queramos tener el mismo estilo de vida que ellos tienen, podemos
beneficiarnos de su ejemplo, y su experiencia y su conocimiento del
camino.
Si nos paramos a pensar un momento y evaluamos las buenas
circunstancias que poseemos en esta vida, estaremos sorprendidos y nos
sentiremos alegres. Es importante considerar las ventajas de nuestra
situación actual porque entonces no sólo dejaremos de apreciarlas
indebidamente sino que las utilizaremos de un modo significativo. Si
únicamente pensamos en los obstáculos y en las carencias de nuestra vida
tan sólo estaremos creando una espiral hacia la depresión. La depresión nos
impide utilizar nuestras buenas cualidades, pues no somos capaces de
reconocerlas ya que se encuentran totalmente sumergidas en ese
sentimiento de lástima que tenemos hacia nosotros mismos. Esta es una
triste pérdida de la capacidad humana. Pero podemos neutralizarla
recordando nuestras buenas cualidades y oportunidades.
Si nuestro potencial búdico, –que es como el oro–, permanece sumido en
las impurezas de las emociones perturbadoras y en las huellas de las
acciones y si la naturaleza de nuestra mente –que es como el espacio–
permanece invisible detrás de las nubes de los oscurecimientos es algo de lo
que solamente nosotros somos responsables. Esta es la belleza de nuestra
vida humana: poseemos las capacidades que han estado con nosotros desde
el tiempo sin principio y tenemos la perfecta oportunidad de comprenderlas
y desarrollarlas en esta vida. El Buda enseñó el darma con gran compasión,
es decir, mostró los métodos para actualizar nuestras capacidades. Tenemos
el apoyo y la ayuda de la sanga para guiarnos. Pero nosotros mismos
debemos actuar. Solamente entonces progresaremos en el sendero hacia la
felicidad.
Utilizar nuestra vida para seguir el sendero
Existen varias formas de utilizar nuestra vida para progresar a lo largo
del sendero hacia la felicidad. Aunque todos en el presente queremos ser
felices, si atropellamos y codiciamos la felicidad, ésta se nos escapará. Por
otra parte, si estamos contentos con lo que tenemos y al mismo tiempo nos
preparamos para el futuro, nos sentiremos más felices ahora y en el futuro.
Una forma de progresar a lo largo del camino consiste en utilizar las
actividades cotidianas para poner en práctica, momento a momento, nuestro
planteamiento budista. Cuando nos despertamos en vez de pensar: “¿Qué es
lo que tengo que hacer hoy?” o “Quiero una taza de café”, podemos pensar
de este otro modo: “Voy a tratar de no dañar a los demás en la medida en
que me sea posible, y voy a tratar de ayudarles tanto como pueda”. Es un
simple pensamiento, pero empezar el día de esta forma revoluciona nuestro
modo de vida. Este pensamiento de apreciar a otros y abstenernos de
perjudicarles nos proporciona una motivación positiva y una dirección clara
en todas las actividades del día. Si alguna emoción nos perturba durante el
día, podemos recordar nuestra primera motivación. Esto nos ayuda a actuar
de forma beneficiosa y nos permite evitar el enfado, el orgullo y la envidia.
Además, a lo largo del día, podemos cultivar nuestra motivación
teniendo presente el siguiente propósito: “Voy a actuar por el beneficio de
los demás. Aspiro a disminuir mis limitaciones y a desarrollar mis
capacidades completamente para ser capaz de ayudar a otros de forma más
eficaz”. De este modo, podemos transformar en positivas, acciones que de
otra manera resultarían insignificantes en el sendero hacia la Iluminación.
Una acción puede ser realizada en distintos momentos con diferente
motivación. Según nuestra motivación, seremos felices o infelices y nuestra
acción será valiosa o no.
Por ejemplo, podemos limpiar la casa a regañadientes, deseando todo el
tiempo que este desagradable trabajo ya estuviera hecho de modo que
pudiéramos dedicarnos a hacer algo más interesante. En este caso concreto
no nos sentimos muy felices y nuestra acción de limpiar es una acción
neutral, ni constructiva ni perjudicial. Por otra parte, si pensamos: “Sería
estupendo limpiar la casa, así mi familia podría disfrutar de un ambiente
agradable”; entonces nos sentiremos felices de barrer y pasar la aspiradora.
Además, si imaginamos que estamos limpiando las actitudes perturbadoras
de la mente de todos los seres conscientes, entonces, fregar el suelo puede
convertirse en una meditación. De este modo nuestra acción se vuelve
constructiva, dejando una impresión positiva en nuestro continuo mental.
Si generamos una buena motivación por la mañana y la reflejamos a lo
largo del día, nos encontraremos con que el deseo de ayudar a los demás y
no dañarles surge más fácilmente y se vuelve más sincero. El sendero a la
Iluminación es lento y gradual y se desarrolla día a día. Cada mañana y
cada momento del día es una oportunidad para vivirlas.
Una segunda forma de utilizar nuestra vida en el camino hacia la
Iluminación consiste en prepararse para la muerte y para las vidas futuras.
Aunque algunas personas duden que pensar en la muerte resulte
beneficioso, en realidad sí lo es, porque así podemos prepararnos para ella.
Pensar que algún día moriremos no es morboso sino realista. La muerte es
terrible sólo cuando no poseemos un método para relacionarnos con ella
adecuadamente.
Sin embargo, si sabemos cómo prepararnos para la muerte y qué hacer
cuando ocurra, entonces no sentiremos miedo. De hecho, puede ser motivo
de gran alegría. Si ahora hacemos nuestra vida beneficiosa, no tendremos
nada de que arrepentirnos cuando llegue su fin. Seremos capaces de morir
tranquila y felizmente.
El método básico de prepararnos para la muerte y para las vidas futuras
consiste en evitar las acciones perjudiciales y realizar las positivas. Esto se
refiere concretamente a evitar las diez acciones negativas (ver el capítulo
sobre ética) y vivir de acuerdo con los valores éticos. También hemos de
cultivar un corazón bondadoso hacia los demás y hacer todo lo que
podamos para ayudarles.
El tercer modo de hacer nuestra vida significativa es más expansivo.
Mientras que al principio nos preparamos para las vidas futuras, ahora nos
dirigimos hacia la liberación de los renacimientos no controlados y de sus
constantes problemas periódicos. Más allá de esto, podemos alcanzar la
Iluminación completa de un buda, en la cual todos los oscurecimientos han
sido eliminados y se han desarrollado totalmente todas las buenas
cualidades. La liberación se obtiene practicando la conducta ética, la
concentración meditativa y la sabiduría, que constituyen los denominados
adiestramientos superiores. Cuando éstos se combinan con la intención
altruista de lograr la Iluminación para beneficiar a todos los seres, entonces
se alcanza la Iluminación.
Éstas pueden parecer metas muy elevadas, pero poseemos la
oportunidad de alcanzarlas. A veces, subestimamos lo que podemos hacer y
limitamos nuestras metas de manera innecesaria. Si consideramos que todos
los grandes maestros del pasado y las personas a quienes admiramos
poseyeron una vida preciosa como la nuestra, entonces reconoceremos
nuestro propio potencial para lograr lo que ellos hicieron. Es importante que
reconozcamos nuestro potencial y nos regocijemos en él. Como dijo el
yogui indio Aryadeva:
Metas a lo
largo del Métodos para lograrlas
camino
L
a principal y primera realización del camino es la determinación
de liberarse de todos los problemas e insatisfacciones. Ésta surge
al reconocer que nuestra situación presente no es completamente
satisfactoria y que somos capaces de experimentar una mayor
felicidad. De este modo tomaremos la determinación de liberarnos
a nosotros mismos de una mala situación para aspirar a una mejor.
Algunas personas utilizan la palabra “renuncia” para referirse a la
determinación de ser libre. Este es un término que induce a error porque
renuncia sugiere automortificación y ascetismo. De hecho, tanto en
sánscrito como en pali ese término no posee tal significado.
La determinación de ser libre es una actitud. No significa que tengamos
que abandonar a nuestra familia y nuestro trabajo para ir a vivir a una cueva
y comer ortigas. La determinación de ser libre es una llamada de cambio
con respecto a nuestra actitud. El estilo de vida que elijamos es otro asunto.
En otras palabras, nuestra apariencia externa no es importante, pero
nuestra vida interior sí lo es. Llevar una vida ascética no significa
necesariamente que uno no esté interesado en los placeres mundanos; una
persona podría vivir en una cueva y sin embargo soñar despierta con
suculentas comidas y coches deportivos. El problema no se encuentra ni en
las posesiones materiales ni en las demás personas. El problema reside en
cómo nos relacionamos con ellas.
La determinación de ser libres consta de dos niveles. El primero consiste
en liberarse de las dificultades de las vidas futuras y obtener renacimientos
felices. El segundo consiste en liberarse de todos los renacimientos
incontrolados dentro de la existencia cíclica y alcanzar la liberación.
¿Por qué debemos prepararnos para las vidas futuras? ¿Qué pasa con
nuestra vida presente? He aquí las razones. En primer lugar, prepararnos
para las vidas futuras hace nuestra vida presente automáticamente más feliz.
Para crear las causas para la felicidad en las vidas futuras, necesitamos vivir
éticamente. Cuando evitamos matar, robar, llevar una vida sexual
imprudente, mentir, calumniar, proferir palabras hirientes, charlar de forma
banal, codiciar lo ajeno, actuar con malicia así como tener visiones
erróneas, nos volveremos más amables de una manera natural. Nos
llevaremos mejor con los demás, y les gustaremos y confiarán en nosotros
porque habremos dejado de dañarles. También nos liberaremos del
arrepentimiento y de la culpa y tendremos un mejor sentido del propósito
interior.
En segundo lugar, prepararse para el futuro no es algo tan raro. La
mayor parte de la gente se prepara para la vejez, a pesar de que es posible
que no lleguen a ella. Por otra parte, la preparación que hagamos para las
vidas futuras nunca se echará a perder porque nuestra mente continuará
después de la muerte.
En tercer lugar, puede que nuestra vida presente no dure tanto, y nuestras
vidas futuras comiencen pronto, porque no sabemos cuánto tiempo
viviremos. También, y puesto que nuestra vida actual es corta comparada
con la duración de las vidas venideras, es inteligente prepararse para las
vidas futuras.
Las desventajas del apego
El apego es una actitud que exagera las buenas cualidades de una
persona u objeto y se aferra a él; este es el principal obstáculo para
desarrollar la determinación de ser libre. La mayoría de nosotros estamos
básicamente preocupados por la felicidad de nuestra vida presente.
Buscamos felicidad para gratificar nuestros sentidos. Siempre queremos ver
objetos hermosos o personas guapas y atractivas, oír música que nos guste o
escuchar palabras de elogio, oler perfumes maravillosos, degustar comida
deliciosa y tocar objetos agradables. Continuamente dividimos el mundo
entre lo que nos atrae y lo que nos repele. Estamos apegados a lo que
consideramos agradable y tenemos aversión hacia cualquier cosa que
juzgamos desagradable. Con esa perspectiva tan limitada, a nuestra mente
le falta el espacio para considerar la felicidad de las vidas futuras o el gozo
de la liberación.
La búsqueda de la felicidad de forma exclusiva en esta vida trae como
consecuencia el resultado opuesto. Actuaremos de forma egoísta siempre
que tratemos de asegurar los objetos a los que estamos apegados y librarnos
de los que nos producen aversión. Estas acciones perjudiciales crean
problemas inmediatos al tiempo que van sedimentando en nuestro continuo
mental impresiones que generarán experiencias desagradables en vidas
futuras.
Por ejemplo, ¿por qué criticamos con ira a otras personas? Apegados a
nuestra propia felicidad, arremetemos contra los que pueden destruirla. En
ese momento, no nos importa si herimos sus sentimientos. A veces
criticamos a otros para sentirnos poderosos o para vengarnos. Cuando
triunfamos, nos sentimos felices: ¡He logrado decirles lo que pensaba! ¡Son
unos miserables! Pero, ¿qué clase de persona somos cuando nos
regocijamos y manifestamos satisfacción por la miseria de otros?
Cuando actuamos negativamente, nos sentimos muy confusos. Si
robamos no estamos a gusto con nosotros mismos. No podemos dormir bien
y nos encontramos ansiosos por si nos descubre la policía. Si tenemos
relaciones extramaritales, nos preocuparemos, mentiremos y pondremos
excusas para ocultarlo. La relación con el cónyuge se deteriorará y
perderemos su confianza. Nuestros hijos empezarán a sospechar que algo va
mal, y se sentirán inseguros y perturbados. Nos perderán el respeto.
Además de los problemas que estas actividades ocasionan en el momento,
dejan impresiones en nuestro continuo mental. Estas impresiones son la
causa de que nos encontremos con situaciones infelices en el futuro.
Cuando estamos apegados a la felicidad de esta vida, tendemos a
exagerar la importancia de ciertas cosas. Por ejemplo, pensamos: “Tengo
que ganar tanto dinero para sentirme feliz”. Mientras no ganemos esa
cantidad nos sentiremos insatisfechos. Sobrestimamos la importancia del
dinero –ignorando todas las cosas buenas de nuestra vida–; nos volvemos
obsesivos y sólo pensamos en acumularlo. Además, en el caso de que
logremos ese nivel de vida, nuestro apego conlleva nuevos problemas:
sentimos miedo de que otros roben nuestro dinero o nos preocupamos de
que la gente nos quiera sólo por nuestra cuenta bancaria. Otro motivo de
preocupación son las fluctuaciones del mercado de valores: si la bolsa baja,
nos deprimimos.
De las desventajas del apego ya hemos hablado extensamente en los
capítulos “Eliminar el dolor del apego” y “Amor contra apego”, por lo tanto
no las repetiremos aquí. Sin embargo, hemos de subrayar que Buda nos
alentó a examinar nuestra propia experiencia para determinar si los placeres
sensuales procuran la felicidad tal y como se cree o no es así. También
matizó que el problema subyace no en los objetos en sí mismos sino en el
apego hacia ellos.
Si no entendemos adecuadamente las palabras de Buda, podemos
confundirnos y desarrollar la idea de que hemos de evitar radicalmente el
disfrute de los placeres sensuales o de los seres queridos. Entonces, cuando
tratamos de dejar de anhelar a esa persona u objeto, nos enfrentamos a una
difícil disyuntiva: nuestras emociones dicen: “Quiero esto”, y nuestro
intelecto responde: “¡No, eso te perjudica!”. Esa batalla interna es inútil. En
vez de librar esa lucha, podemos tomarnos un respiro, examinar nuestra
vida y concluir que el apego hace que nos sintamos insatisfechos e infelices.
Con esa prueba irrefutable de sus desventajas no querremos vernos por más
tiempo en el apego.
La felicidad ahora y en el futuro
Una vez que hayamos entendido los inconvenientes del apego,
tomaremos la determinación de liberarnos del aferramiento a la felicidad de
esta vida y a todos los sufrimientos que trae consigo. Desde luego, aún
querremos ser felices aquí y ahora, pero no estaremos obsesionados con
obtener todo lo que pensamos que necesitamos o queremos. Además,
reconoceremos la importancia de desarrollar una preparación adecuada para
las vidas futuras.
El método principal para preparar las vidas futuras y eliminar la
confusión de la vida presente consiste en observar el principio de causa y
efecto –karma–. Para ello, hemos de abandonar las acciones perjudiciales y
practicar las acciones beneficiosas.
Para conseguir el principio de causa y efecto debemos adiestrarnos en
las técnicas para dominar el apego burdo, el enfado, la envidia, la
ignorancia, la duda engañosa y el orgullo. Aunque la sabiduría que realiza
la vacuidad es el camino último para dominar estas actitudes perturbadoras,
para nosotros los principiantes, la meditación en la impermanencia es en
general un buen antídoto.
La meditación en la impermanencia nos hace tener presente que todas
las personas, objetos y situaciones cambian cada momento. No permanecen
igual. Meditar sobre la impermanencia nos ayuda a no exagerar la
importancia de lo que nos sucede. Por ejemplo, si estamos apegados a
nuestro coche nuevo y nos enfadamos porque alguien lo ha abollado,
podemos pensar: “Este coche está siempre cambiando. No durará siempre.
Desde el día que salió del taller, se ha estado deteriorando continuamente.
Puedo disfrutarlo mientras esté aquí. Pero no necesito preocuparme cuando
esté estropeado, porque la naturaleza del coche es cambiante”.
Hay gente que generaliza este principio y lo interpreta como una
concepción del mundo. Esto les lleva a afirmar lo siguiente: “Como todas
las cosas cambian, no existe nada por lo que vivir”. Es cierto que ni las
personas que ahora queremos vivirán siempre ni las posesiones o
situaciones que ahora nos preocupan durarán eternamente. Esa es la
realidad en la que vivimos, y no puede ser alterada. Sin embargo, la
impermanencia significa que pueden pasar nuevas cosas. La impermanencia
permite a un indefenso bebé crecer hasta convertirse en una persona adulta.
La impermanencia significa que nuestro amor, nuestra compasión, nuestra
sabiduría y nuestras habilidades se pueden incrementar.
Cada emoción perturbadora posee también un antídoto particular. Para
dominar el apego, hemos de considerar los aspectos más desagradables del
objeto al que nos aferramos para equilibrar la sobrestimación que hacemos
de sus cualidades. Con respecto al enfado, podemos recordar que, como
nosotros, los demás quieren ser felices y quieren evitar el sufrimiento. Pero,
como las personas que se enfadan se encuentran confusas, no pueden
recordar este pensamiento y dañan a otros seres. Si somos capaces de
entender las situaciones en las que se encuentran los demás seres y
recordamos la bondad que nos han demostrado, desarrollaremos la
paciencia y el amor como respuesta al daño que nos han causado.
Alegrarnos de corazón de la felicidad de los demás, de sus buenas
cualidades y de sus virtudes, es el remedio para la envidia. Estudiar y
contemplar el darma cura la ignorancia. La meditación en la respiración nos
libera del parloteo y de la turbulencia de la duda mental engañosa. El
orgullo se remedia contemplando una materia extremadamente difícil,
porque entonces nos daremos cuenta de lo poco que sabemos. Otro remedio
para el orgullo consiste en recordar que todo lo que sabemos o tenemos
procede de los demás, por tanto no existe razón para sentirse orgulloso por
ello.
Calmar estas actitudes perturbadoras y desarrollar el desapego no
significa que tengamos que regalar todo nuestro dinero y vivir como
mendigos. Necesitamos dinero para funcionar en la sociedad. No existe
nada intrínsecamente bueno o malo respecto al dinero. Lo que importa es
desarrollar una actitud equilibrada hacia él. Disfrutar de unos ingresos
elevados es algo positivo, pero si no es así no por ello hemos de sentirnos
infelices ni fracasados. Cuando tengamos dinero, nos sentiremos felices de
compartirlo con otros. No intentaremos comprar amigos o jactarnos de
nuestros recursos y, por tanto, no sospecharemos de los motivos de aquellos
que nos ofrecen su amistad. Como no estaremos obsesionados con tener
unos ingresos elevados, no estafaremos a otros en los negocios ni los
engañaremos con el fin de ganar más dinero. La gente confiará en nosotros
y no nos sentiremos avergonzados de nuestras acciones.
Del mismo modo, no existe nada intrínsecamente negativo en tratar de
obtener una buena educación o un buen trabajo. Si son o no beneficiosos
dependerá de nuestra motivación. Si estudiamos y nos adiestramos en
cualquier materia con la motivación de ser capaces de ofrecer servicio a los
demás, nuestra mente estará serena y estudiar se convertirá en una acción
beneficiosa. Así vemos que nuestro deseo de hacer bien nuestros exámenes
y nuestros trabajos no proviene de ansiar una buena reputación o de hacer
ostentación de nuestra riqueza sino de la aspiración de querer dominar
cualquier materia con el fin de mejorar nuestra sociedad.
El budismo no se opone al progreso tecnológico y material. En realidad,
el progreso puede mejorar la vida de muchas personas. Sin embargo, el
budismo subraya la necesidad de equilibrar los intereses materiales y
espirituales, porque el progreso externo por sí solo no hace del mundo un
lugar más agradable. Las sociedades modernas tienen graves problemas
sociales y mucha gente se siente infeliz. Si desarrollamos la energía nuclear
pero carecemos de un sentido moral para discriminar su utilización, ello
producirá más perjuicio que beneficio. Si vivimos en sociedades ricas y
altamente tecnificadas pero nos encontramos esclavizados por nuestros
deseos y nuestra ira, no podremos disfrutar de lo que tenemos.
Por eso, el budismo afirma que el progreso material debe ir unido al
desarrollo interno. Necesitamos unos valores morales que sirvan de
fundamento a una concepción ética que proyecte un sentido de
responsabilidad hacia el bienestar de los demás. Necesitamos un corazón
cálido y tolerante unido a la sabiduría. Entonces podremos disfrutar los
avances tecnológicos mientras minimizamos los efectos secundarios no
deseados.
Puede parecer paradójico, pero cuanto menos apegados estemos a los
placeres finitos de esta vida, más feliz y tranquila será nuestra existencia.
Estar desapegado no significa que “no sintonicemos” con la vida y que no
disfrutemos de ella. En realidad es todo lo contrario, porque sin apego nos
sentiremos menos ansiosos y más serenos. Esto nos permite relacionarnos
con nuestro entorno y con los demás de una manera más natural y
cuidadosa. Según vayamos liberándonos del desesperado apego a nuestra
felicidad cotidiana, nos sentiremos más capaces de disfrutar de todo lo que
nos rodea.
Bajemos de la noria
El primer nivel dentro de la determinación de ser libres requiere la
aspiración a liberarse de los renacimientos desafortunados y de las acciones
negativas que causan estos renacimientos. Pero, ¿resuelve todos nuestros
problemas asegurarnos un buen renacimiento? ¿Encontraremos una
felicidad perfecta e infinita en cualquier renacimiento que tomemos?
Cuando analizamos cómo podrían ser nuestras vidas futuras,
descubrimos que tanto si renacemos como un ser humano dotado con todos
los dones y libertades como si nos encarnamos en un ser celestial dotado
con la capacidad de disfrutar de fantásticos placeres sensuales, estos
renacimientos no son eternos. Es seguro que en esas vidas también
tendremos que encarar ciertos problemas. Asegurar un buen renacimiento
es, por tanto, un método sustitutorio para evitar un sufrimiento mayor.
Ayuda durante un tiempo, pero la felicidad última no se puede encontrar en
ningún renacimiento dentro de la existencia cíclica.
Es como ir montado en una noria que nunca se detiene: ascendemos y
descendemos continuamente. Estamos atrapados en la noria y obligados a
dar vueltas tomando un renacimiento tras otro sin ninguna elección.
Mientras estemos bajo la influencia de la ignorancia y de las actitudes y
acciones perturbadoras no seremos libres.
Al observar esta situación pensaremos: “Puede que haya muchas cosas
agradables que ver desde la noria, pero en realidad resulta aburrido”.
Comprenderemos que no existe nada en ningún reino de la existencia que
sea tan valioso como para apegarse a ello. Todos los placeres de la
existencia cíclica son temporales, pero el apego a cualquiera de ellos no
compensa el hecho de que tengamos que estar continuamente soportando el
nacimiento y la muerte.
Pensar de este modo nos conduce al segundo nivel dentro de la
determinación de ser libres. Así, reflexionaremos: “Es grato obtener buenos
renacimientos, pero mientras nazca en cualquier lugar de la existencia
cíclica, voy a experimentar problemas y dificultades sin elección. Esta es
una situación totalmente insatisfactoria. ¡Quiero liberarme de ella!”
Deseamos un estado de paz y felicidad infinitos libre de cualquier
circunstancia indeseable. Al entender que todas las dificultades de la
existencia cíclica están causadas por la ignorancia, las actitudes
perturbadoras y las acciones realizadas bajo su influencia, buscaremos un
método para liberarnos de ellas y alcanzar el nirvana: el estado de
liberación y felicidad. El gran erudito tibetano Lama Tsong Kapa escribió
en “The Foundation of all Good Qualities”:
U
na vez que hemos comprendido el gran potencial que poseemos,
nos interesamos en desarrollarlo adecuadamente. ¿Qué acciones
son beneficiosas? ¿Cuáles oscurecen nuestra belleza humana e
interfieren en nuestro progreso espiritual y, por tanto, deberían
abandonarse?
La respuesta la encontramos en la ética.
La visión del budismo sobre la ética deriva del vínculo entre nuestras
acciones y sus efectos. Las acciones son “positivas” cuando traen felicidad
tanto para nosotros como para los demás. Como queremos felicidad y no
sufrimiento, resulta inteligente aprender el funcionamiento del principio de
causa y efecto y vivir de acuerdo con él. Al comprender los resultados que
producen ciertas acciones, estaremos mejor capacitados para decidir cómo
deseamos actuar.
Como línea maestra, Buda aconsejó que evitásemos diez acciones que
destruyen nuestra felicidad y la de los demás. Tres de ellas son físicas:
matar, robar, y mantener una conducta sexual imprudente o poco
aconsejable. Otras cuatro son verbales: mentir, calumniar, insultar, y
conversar de un modo frívolo. Y tres son mentales: codiciar las posesiones
ajenas, pensar con malicia y mantener visiones erróneas.
Las tres acciones físicas
Matar se refiere a tomar la vida de cualquier ser consciente. Ésta es la
más grave de las diez acciones negativas porque es la más dañina para los
demás. Tanto los seres humanos como los animales aman su vida por
encima de todas las cosas. A veces, se nos pueden presentar situaciones
difíciles en las que matar puede parecer beneficioso; por ejemplo, nuestro
país entra en guerra; una persona o animal amenaza con herir a nuestro hijo;
nuestra casa está infectada de termitas. Si pensamos de una forma creativa,
encontraremos otras soluciones distintas que no nos fuercen a tomar la vida
del otro. La diplomacia más que las armas puede detener al agresor,
mientras que engañar al animal amenazante, o golpearle para dejarle
inconsciente puede detener el peligro. Debemos evitar siempre que sea
posible tomar la vida de otros.
Tanto el aborto como la eutanasia son temas difíciles. Desde una
perspectiva budista, ambos tienen que ver con la interrupción de la vida. Sin
embargo, raramente se dispone de una respuesta clara y definitiva para cada
caso concreto. Tales situaciones desafían tanto nuestra inteligencia como
nuestra compasión. Debemos pensar en profundidad sobre las ventajas y
desventajas que presentan las distintas alternativas para nosotros mismos y
para los demás y después hacer lo que sintamos que es mejor.
Robar es tomar lo que no nos es dado. Este supuesto va desde el robo a
mano armada hasta tomar prestado algo de un amigo y no devolverlo.
Evitar pagar los impuestos u honorarios que deberíamos pagar es otra forma
de robo, así como llevarse objetos del lugar de trabajo para nuestro uso
personal.
Con el deseo de evitar el uso indebido de la propiedad ajena prestaremos
mayor atención hacia nuestras actitudes y acciones con respecto a las
propiedades de los demás. Esto resulta muy útil y ayuda a evitar muchos
conflictos con las personas que nos rodean. Además, confiarán en nosotros
y estarán siempre dispuestas a prestarnos cualquier cosa que necesitemos. Y
tampoco sentirán miedo de que sus cosas desaparezcan cuando nos
encontramos en su casa.
El comportamiento sexual incorrecto se refiere principalmente al
adulterio: si nos encontramos implicados en una relación –no importa si
estamos casados o no– y mantenemos una relación sexual con alguna otra
persona; si somos solteros pero nuestra pareja mantiene una relación con
alguna otra persona, esto representa también una conducta sexual
imprudente. Por otra parte, deberá evitarse toda actividad sexual que pueda
contagiar cualquier tipo de enfermedad o aquella que pueda producir daño
tanto a nosotros mismos como a los demás.
Las cuatro acciones verbales
Mentir consiste en decir deliberadamente lo que sabemos que no es
cierto. Aunque mentir es básicamente una acción verbal, también puede
convertirse en una acción física si utilizamos cualquier gesto con esa
intención. La mentira no sólo dañará nuestras vidas futuras, sino que
también destruirá nuestras relaciones actuales. Si mentimos, los demás no
nos creerán ni siquiera cuando digamos la verdad.
A veces, nos encontramos en situaciones delicadas donde sabemos que
decir la verdad puede dañar los sentimientos de otra persona. Por ejemplo,
nuestros amigos nos invitan a cenar y nos preguntan si estamos disfrutando
de la cena. Pensamos que la comida no es muy buena, pero se sentirían
heridos si se lo dijéramos. Sin embargo, si contestamos diciendo: “Aprecio
verdaderamente tu cariño e interés al preguntarme por la cena. Se nota que
esta comida está hecha con amor”. Estaremos expresando sinceramente
nuestra gratitud al mismo tiempo que evitamos mentir sobre el sabor de la
comida.
Si una persona enfadada pistola en mano nos pregunta:
¿Dónde está Patricia? Podríamos poner en peligro la vida de Patricia si
respondemos la verdad. Lo mejor sería evitar la pregunta o dar una
respuesta irrelevante. Como en todos los casos donde estén en juego las
diez acciones no virtuosas, tenemos que utilizar nuestro sentido común.
Calumniar a otros se hace con frecuencia debido a la envidia. Por
ejemplo, deseamos obtener un ascenso y criticamos a nuestros compañeros
ante el jefe. O si nuestro mejor amigo es ahora amigo de otra persona,
podemos intentar romper su relación. Motivados por la envidia, decimos a
cada uno todo lo negativo que el otro ha manifestado. Se consideran
calumnias todas aquellas palabras que rompen la armonía que debe
prevalecer en las relaciones humanas o impiden una posible reconciliación.
Las repercusiones negativas de la calumnia resultan evidentes. Los
demás descubrirán que estamos dispuestos a separarles de sus seres
queridos y dejarán de ser amables. Tendremos fama de “problemáticos” y
rechazarán cualquier relación con nosotros.
Insultamos a los demás cuando gritamos enfadados, criticamos
maliciosamente a otros y nos reímos de ellos. También proferimos insultos
cuando provocamos a alguien con la intención de dañarle, o si le tratamos
como si estuviera loco. A veces las palabras más desagradables pueden
decirse con una sonrisa, y así ocurre cuando “inocentemente” decimos algo
que sabemos que puede herir la sensibilidad de otra persona.
Aunque parte de nosotros podamos sentir que estamos justificados al
blasfemar, si observamos con detenimiento podemos hacernos las siguientes
preguntas: ¿nos sentimos felices con nosotros mismos cuando actuamos
así? Aunque podamos gritar hasta conseguir ganar la discusión, ¿después
nos sentimos bien con nosotros mismos? ¿Qué clase de persona somos si
nos alegramos cuando avergonzamos a alguien o le hacemos parecer
estúpido o inepto? Si examinamos más detenidamente cómo hablamos a los
demás, descubriremos por qué otros a veces no quieren estar en nuestra
compañía. Sin embargo, si fomentamos el respeto hacia los demás, y nos
interesamos por sus sentimientos, no sólo estaremos desarrollando nuestro
amor propio, sino que también otros se sentirán atraídos hacia nosotros.
Al hablar de manera frívola perdemos nuestro tiempo y creamos
perturbaciones en la mente de los demás. Aunque carezcamos de tiempo
para asistir a una conferencia sobre darma o para visitar a un pariente que
está enfermo, casi nunca nos falta el tiempo para hablar de estrellas de cine,
de deportes, sobre lo que están haciendo los vecinos, o sobre los últimos
modelos de coches y modas. Más tarde, estamos muy cansados para meditar
o prestar atención a lo que nos confía nuestro hijo o esposa, pero podemos
permanecer durante horas comentando chismes de lo más diverso.
A veces, cuanto más hablamos sobre un problema, más importante
parece. Lo que comenzó como una pequeña dificultad se agranda en nuestra
mente, a pesar de que nuestro amigo nos haya mostrado su apoyo y nos
haya asegurado que la persona con quien discutimos está equivocada. Más
tarde, cuando nuestro amigo se lo cuenta a otra persona, que además se lo
cuenta a otras, el pequeño problema se vuelve enorme.
Esto no significa que no debamos hablar sobre nuestros problemas o
confiarlos a los demás. En muchas ocasiones resulta útil conocer el punto
de vista de otra persona sobre una situación. Pero, cuando buscamos el
consejo de nuestro “amigo”, lo que queremos es únicamente revalidar
nuestra propia posición en vez de buscar soluciones al problema. Es
entonces cuando la conversación se deteriora para convertirse en charla
frívola.
Bromear, reír, y pasarlo bien no es algo “malo”. Desalentar la charla
frívola es una llamada de atención para desarrollar buenas motivaciones a la
hora de hablar con la gente. Si reímos y hablamos sólo para nuestro
entretenimiento no estamos haciendo uso de nuestra vida en toda su
magnitud. Por otra parte, al interesarnos por alguien que está deprimido,
podemos intentar levantar su ánimo, riendo y hablando por hablar. A veces
necesitamos relajarnos para poder comprometernos de nuevo en el trabajo.
Es entonces cuando podemos hablar con amigos, siempre teniendo en
cuenta que no debemos perturbar la mente de nadie con lo que digamos.
Las tres acciones mentales
Nadie sabe, necesariamente, cuándo cometemos alguna de las tres
acciones mentales negativas. Sin embargo, éstas dejan tendencias negativas
en nuestra mente. Codiciar las posesiones de otros es algo que sucede
cuando nos damos cuenta de que deseamos la posesión ajena, y planeamos
cómo obtenerla. Podemos pensar: “Dejaré caer una indirecta sobre lo bonito
que sería si me lo regalara. O quizá podría halagarla y de este modo me
haría un regalo”. La codicia nos quita la serenidad y nos puede conducir a
actuar o a hablar destructivamente. Nos sentiríamos más felices si nos
adiestráramos para poder estar contentos con nuestras posesiones y nos
regocijáramos en la fortuna de los demás.
La malicia consiste en cultivar el deseo y el pensamiento de dañar a otro.
Esto se nos da bastante bien. Podemos idear un intrincado plan para
vengarnos de cualquier mal que nos hayan causado, o podemos pensar
fríamente qué es lo que debemos decir para herir a alguien y “ponerle en su
sitio”. A veces ni siquiera somos conscientes de que nuestra mente está
imbuída de pensamientos maliciosos. Necesitamos observar nuestros
pensamientos cuidadosamente para saber cuándo estamos deseando el daño
de otros o regocijándonos en su infortunio.
Mantener visiones erróneas significa negar la existencia de algo que
existe o afirmar la existencia de algo que no existe. Esto se aplica a
importantes materias que conforman toda nuestra perspectiva sobre la
existencia. Por ejemplo, si pensamos: “No existe el renacimiento”, y con
una actitud de estrechez mental rechazamos escuchar la opinión de otros,
entonces habremos caído en una visión errónea, ya que estamos explorando
nuevas ideas y estamos abiertos a los razonamientos de los demás. Cuando
alguien mantiene una perspectiva filosófica o ética errónea decimos que
tiene visiones erróneas.
Cuando nos abstenemos de involucrarnos en las diez acciones negativas,
estamos automáticamente practicando las diez beneficiosas. A medida que
vamos siendo más conscientes de nuestro comportamiento, nuestra vida y la
vida de las personas que nos rodean se volverán más serenas. Las religiones
del mundo comparten una visión de la conducta ética que gira en torno a la
renuncia a estas diez acciones negativas.
Cambiar nuestra conducta lleva tiempo. Primero tenemos que aprender a
reconocer las acciones perjudiciales específicas que cometemos. A menudo,
no somos conscientes de lo que pensamos, decimos o hacemos, porque
estamos ocupados, o distraídos, o nos mostramos orgullosos o desatentos. A
veces no reconocemos hasta años más tarde que hemos herido a alguien.
Después de reconocer las acciones destructivas, se requiere esfuerzo
para no repetirlas de nuevo. Esto es más duro de lo que parece, porque si
habitualmente actuamos de un modo determinado, sólo el poder del deseo
no será suficiente para cambiar nuestro comportamiento. Debemos entender
profundamente los inconvenientes de este comportamiento y prestar una
atención continua para tratar de evitarlo. Se pueden encontrar muchas
técnicas en las enseñanzas budistas para cambiar nuestras acciones
negativas. Es útil estudiarlas y practicarlas en la vida diaria. Al principio,
puede que no tengamos mucho éxito, pero con un esfuerzo sereno y
perseverante, podemos cambiar. En este proceso de cultivarse a uno mismo
resulta importante ser paciente.
Ciertas personas quieren alcanzar realizaciones espirituales, pero cuando
les interesa, parlotean sobre temas irrelevantes y critican a la gente que no
les gusta. Aún así, quieren realizar prácticas de meditación avanzadas y
alcanzar poderes extraordinarios.
De hecho, no están creando las causas para obtener realizaciones. Si no
podemos controlar nuestra acciones más burdas
–lo que decimos y hacemos a los demás– ¿cómo podemos esperar
cambiar nuestra mente si ésta es la fuente de todas nuestras acciones? Es
mucho más fácil controlar lo que decimos y hacemos que controlar nuestras
emociones y actitudes negativas. Así comenzamos eliminando las tres
acciones negativas físicas y las cuatro verbales. Simultáneamente nos
esforzaremos para evitar las tres acciones mentales destructivas. Con este
fundamento estaremos preparados para comprometernos en prácticas más
avanzadas. Buda dijo:
Benevolente y ético, con el potencial positivo
que emana de sus acciones,
el sabio siempre encuentra felicidad
aquí y en el más allá.
4. Alimentar el altruismo
El corazón abierto del amor y la compasión.
L
a segunda realización principal del camino es la intención altruista
de alcanzar la Iluminación para beneficiar a todos los seres. En
sánscrito este término recibe el nombre de “bodichita”; en español
dicho término posee varias traducciones: mente despierta, mente
“bodi”, corazón consagrado, y pensamiento de Iluminación. Las
personas que poseen esta motivación –bodisatvas– poseen un amor y
compasión hacia los demás tan desinteresado, imparcial e intenso que
buscan alcanzar la Iluminación para beneficiar a todos los seres, sin
excepción, del modo más perfecto.
Vivimos en un universo lleno de toda clase de seres. A pesar de tener
cuerpos distintos y experiencias diferentes, somos muy similares. Todos
nosotros tenemos problemas y estamos bajo el influjo de actitudes
perturbadoras. Todos morimos y renacemos una y otra vez. Cada uno de
nosotros tiene el mismo deseo profundamente arraigado de ser feliz y de
evitar cualquier tipo de dificultad.
¿Cómo podríamos justificar el trabajar solamente para nuestro propio
beneficio, al comprender que todos viajamos en el mismo barco? A todos
los seres conscientes sus problemas y sufrimientos les hacen sentirse tan
infelices como a nosotros los nuestros. ¿Cómo podemos decir que nosotros
somos más importantes que otras personas? ¿Qué lógica o razón existe para
que nos amemos constantemente más a nosotros mismos que a los demás?
Si pensáramos democráticamente veríamos que uno mismo es solamente
uno, mientras que el número de seres restante es infinito. Si comparamos la
felicidad de una persona con la felicidad de todos los seres, no parece justo
estar durante más tiempo interesados solamente en nuestro propio bienestar.
No podemos seguir un camino espiritual buscando solamente nuestra propia
felicidad. Tenemos que ayudar también a los demás a encontrar la felicidad.
Resulta difícil beneficiar a los demás cuando nuestra mente es parcial.
Tenemos la tendencia a que nos gusten más unas personas que otras e
incluso llegamos a apartarnos de nuestro camino con la intención de
ayudarlas. Somos severos con personas que consideramos desagradables y
no nos gustan. Según percibimos y categorizamos a los demás como
amigos, enemigos o extraños, y respectivamente generamos apego, aversión
o apática indiferencia hacia ellos, nos resultará más difícil beneficiarles.
Primero necesitamos generar amor y compasión ecuánime hacia todos ellos.
El fundamento del amor consiste en realizar que los demás no son
inherentemente nuestros amigos, enemigos, o extraños. Un amigo se puede
convertir en un extraño o en un enemigo. Estas relaciones cambian con el
tiempo y las circunstancias. Podemos encontrar muchos ejemplos de ello
con sólo observar nuestra propia vida. Ya que nuestras relaciones con los
demás son cambiantes carece de sentido situarlas en rigurosas y sólidas
categorías que sólo generan fuertes sentimientos de apego, aversión o
indiferencia.
Si tuviéramos una perspectiva más amplia veríamos lo arbitrario que
resulta etiquetar a las personas como amigos, enemigos y extraños. Alguien
nos da hoy mil dólares y se convierte en nuestro amigo. Mañana nos
abofetea y se convierte en nuestro enemigo. Otra persona nos abofetea hoy
y nos da mil dólares mañana. ¿Cuál de las dos personas es el amigo y cuál
es el enemigo?
Amigo y enemigo son dos distinciones arbitrarias, que dependen del
momento y las circunstancias, y del etiquetar a una persona como “amigo”
o “enemigo”. Si pudiéramos recordar las relaciones que hemos mantenido
con todos los seres conscientes tanto en nuestras vidas pasadas como en la
actual, veríamos que todos ellos en distintos momentos han sido amigos,
enemigos y personas extrañas.
Generalmente, consideramos como buena persona y amigo real a aquel
que es amable con nosotros y está de acuerdo con nuestras opiniones. De
alguien con quien no nos llevamos bien pensamos que es una mala persona
y un enemigo real. Pero ambas personas poseen cualidades positivas y
negativas. Sencillamente ocurre que sólo vemos unas cuantas cualidades de
cada persona, y las enfatizamos pensando que ese es el carácter de esa
persona.
Nuestra visión de los demás es muy subjetiva. ¿Por qué cierta persona
nos parece maravillosa, cuando esa misma persona le resulta desagradable a
otro? Esto sucede porque nosotros observamos a esa persona desde un
punto de vista, mientras que la segunda la observa desde otro distinto. En
realidad esa persona posee cualidades y debilidades.
Si nos adiestramos en generar una visión más completa de los demás
entonces dejaremos de sentirnos decepcionados si nuestros seres queridos
no satisfacen nuestras expectativas. Reconoceremos y aceptaremos sus
debilidades. Nuestra intolerancia y falta de respeto hacia personas que
previamente juzgamos como antipáticas disminuirá porque seremos
conscientes de sus buenas cualidades. Y aunque en cierto momento no
seamos el objeto de su bondad, entenderemos que sí son bondadosas con
otras muchas personas.
Si consideramos todos los aspectos de las personalidades de los demás y
somos conscientes de la naturaleza cambiante y subjetiva de las relaciones,
nos encontraremos mucho más equilibrados en nuestros sentimientos hacia
ellos. Sin las espinas del apego, la aversión y la apática indiferencia,
nuestros corazones estarán más abiertos a todos los seres conscientes.
La bondad de los demás
Sobre la base de la ecuanimidad hacia todos los seres, podemos cultivar
el amor y la compasión. El primer paso para generar amor y compasión
consiste en recordar la bondad de los demás.
Todo lo que tenemos depende de la bondad de los demás. Nuestro
alimento ha sido cosechado, transportado y a menudo cocinado por otros.
Nuestras ropas están confeccionadas por otros. Nuestro hogar depende de la
amabilidad y los esfuerzos de muchos otros: arquitectos, ingenieros,
trabajadores de la construcción, fontaneros, electricistas, pintores,
carpinteros, etc... Si observamos con atención entenderemos que todo lo
que disfrutamos proviene de la labor de los demás. Algunos dicen: “pero en
ocasiones esta gente no hace bien su trabajo, son irresponsables y
contaminan el medio ambiente. Incluso si hacen su trabajo bien lo hacen
por dinero y no porque quieran ayudarnos”.
Esto es correcto. Pero lo curioso es que nos gusta considerar bien a los
demás y desarrollar cariño hacia ellos, sin embargo cuando empezamos a
considerar lo que han hecho por nosotros, surge otra parte de nuestra mente
murmurando; “Sí, pero...” y entonces enumera sus errores.
Y en realidad es cierto. Algunas personas cometen errores y acciones
dañinas ya sea intencionada o inintencionadamente; pero lo hacen lo mejor
que pueden, dadas sus circunstancias físicas y mentales. Si ciertas personas
están perjudicando a los demás y cometiendo errores graves, deberíamos
intentar remediar la situación. Sin embargo, podemos hacerlo sin
enfadarnos con ellos.
Uno de mis maestros, Lama Yeshe, solía decir: “Estas personas tienen
buena motivación. Incluso la gente que daña a los demás o que trabaja
imprudentemente intenta simplemente ser feliz. Dada su propia ignorancia
y confusión, hacen lo que consideran que está bien”.
Puede que la gente trabaje por dinero, sin intentar ser amables con los
demás. Pero la cuestión no consiste en preguntarse por qué trabajan, sino en
observar que nosotros nos beneficiamos de su esfuerzo. Sin considerar si
trabajan por dinero o reputación, el hecho es que si no hicieran su trabajo,
nosotros estaríamos peor.
Alguien puede decir: “Yo pago a la gente por su trabajo, por tanto tan
sólo hacen el trabajo para el cual son empleados.
¿Cómo puede considerarse eso amabilidad?”. Incluso cuando pagamos a
gente para que haga un trabajo, aún así nos estamos beneficiando de su
esfuerzo. Además, el dinero que les pagamos no es nuestro. ¡Nosotros no
nacimos con montones de dinero! El dinero que poseemos fueron otros los
que nos lo dieron. Si no fuera por la amabilidad de la persona que nos
ofreció el empleo, o de nuestros clientes, ¿cómo tendríamos dinero?
Cuando nacimos no teníamos nada. Ni siquiera podíamos alimentarnos o
protegernos a nosotros mismos del frío o del calor. Gracias a los cuidados
de nuestros padres no morimos cuando éramos niños.
Tal vez podamos creer que somos personas inteligentes y cultas pero,
¿de dónde proceden estas cualidades? Nuestros padres nos enseñaron a
hablar, y gracias a nuestros profesores adquirimos muchos conocimientos
en distintas materias. Aunque cuando éramos niños no sabíamos apreciar lo
que nuestros padres y profesores hacían por nosotros, si miramos atrás,
comprenderemos que nos prestaron una gran ayuda.
Algunas personas fueron maltratadas en su niñez o experimentaron
horribles situaciones como refugiados o víctimas de guerra. ¿Cómo pueden
considerar a los demás como personas bondadosas cuando el daño que han
recibido ha sido tan devastador?
En primer lugar, podemos recordar a las personas que han sido
bondadosas con nosotros: un trabajador refugiado, un profesor, un
compañero o una persona de otro país cuya sonrisa transmitía
entendimiento y atención; todos nosotros hemos sido objeto, al menos en
alguna ocasión, de la bondad de otro ser. Es útil recordar incluso los más
pequeños ejemplos de la amabilidad de los otros, porque eso ablanda
nuestras heridas y devuelve a nuestro corazón la capacidad de devolver el
afecto recibido.
Entonces podemos analizar si la persona o las personas que nos han
dañado lo han venido haciendo continuamente. Tal vez hayamos vivido
experiencias neutras o incluso positivas con ellas; si es así, recordarlas nos
ayudará a comprender que aquellos que nos dañaron no son personas
absolutamente perversas.
Además podemos pensar que aquellos que nos dañaron actuaron de ese
modo debido a su propia confusión e ignorancia. Aunque solamente querían
ser felices, utilizaron los medios erróneos y se dañaron a sí mismos y a
nosotros. Al pensar de esta manera podremos comenzar a perdonarlos y a
curar nuestras heridas emocionales.
Corazón abierto
Los budistas creemos que la bondad de los demás adquiere su auténtico
valor al realizar que hemos tenido muchas vidas y en cada una de ellas
hemos encontrado gente que ha sido amable con nosotros. No siempre
hemos estado con las personas que ahora están cerca de nosotros. En vidas
pasadas hemos tenido todo tipo de reacciones con cada uno de los otros
seres. Aunque no lo recordemos en nuestra vida actual, en nuestras vidas
anteriores muchas veces hemos sido padres e hijos de todos los seres
conscientes.
Al principio esto puede parecer extraño, pero cuando consideramos el
significado de las infinitas vidas que hemos vivido, realizaremos que ya
anteriormente nos hemos encontrado con todos los seres conscientes. En
esas vidas previas los que entonces eran nuestros padres fueron muy
bondadosos con nosotros. Incluso nos beneficiaron cuando no eran nuestros
padres.
Al contemplar esto en profundidad, sentiremos un aprecio y gratitud
inconmensurable hacia los demás. Al pensar en cualquier ser, éste aparecerá
inexpresablemente bondadoso ante nuestros ojos. Desearemos sinceramente
devolver su bondad. Desde nuestro corazón, desearemos que todos los seres
conscientes sean felices. Esto es amor.
Este corazón abierto lleno de amor nos hace sentir el gozo. Pero, ¿cómo
nos sentimos cuando somos egoístas? Nuestros corazones están temerosos,
tensos e inquietos. ¿Ayuda el egoísmo a obtener felicidad? Nuestra actitud
de autoestima nos lleva a fingir que nos cuidamos a nosotros mismos
cuando nos decimos: “Si no me cuido a mí mismo en primer lugar, ¿quién
lo hará por mí? En este mundo tengo que mirar por mi propio bienestar
antes que por el de cualquier otra persona”.
En realidad, esta actitud nos destruye. Si analizamos nuestras
experiencias, nos daremos cuenta de que cada vez que nos encontramos en
conflicto con los demás está en juego el egoísmo. Cada vez que actuamos
negativamente, estamos creando la causa para nuestra propia desgracia
futura. Detrás de esta actitud se encuentra la mente de la autoestima.
Cuando somos perezosos, exigentes o ingratos, nos encontramos bajo la
influencia de la actitud egoísta. ¿Por qué entran los países en guerra? ¿Por
qué surgen los conflictos familiares? ¿Por qué hay personas que abusan de
las drogas, del alcohol, del poder o de la riqueza? La respuesta siempre se
reduce al egoísmo. A que cuidamos más de nosotros mismos que de los
demás. Una técnica muy efectiva para disminuir la actitud egoísta en el
momento en que aparece consiste en imaginarnos a nosotros mismos
rodeados de mucha gente. Esto nos recordará que compartimos el mundo
con otros. Entonces en vez de identificarnos con nuestro viejo yo, ¿cómo
aparecemos ante los ojos de los demás? ¿Somos tan importantes como
habíamos pensado anteriormente?
En realidad, existe un solo “yo”, mientras que los otros son
innumerables. Por tanto, ¿es justo que me preocupe únicamente por mi
propio bienestar? ¿Es correcto considerar que mi felicidad es más
importante que la de los demás? Pensar de este modo nos ayuda a poner la
situación en la perspectiva adecuada.
Esto no significa que seamos malas personas porque a veces nos
mostremos egoístas. La actitud de autoestima es una de las nubes que
oscurecen el cielo claro de nuestra mente. No deberíamos identificarnos
erróneamente con el egoísmo, porque si lo hacemos tan sólo agravaremos el
insulto con el daño. En este caso, estamos determinados a contrarrestar el
egoísmo porque nos perjudica a nosotros mismos y a los demás.
Por el contrario, el gran beneficio proviene de amar a los demás. Ellos
serán felices y nosotros también lo seremos. Además, con cuidado y afecto
hacia los demás, actuaremos de un modo positivo. Esto trae como
consecuencia nuestra felicidad para vidas futuras. Tanto nuestras relaciones
como nuestro entorno serán más armoniosos. Al estimar a los demás tanto
como a nosotros mismos, nuestra mente se volverá noble y progresaremos a
lo largo del camino hacia la Iluminación. El gran erudito indio Shantideva
dijo:
U
na vez que hemos desarrollado la determinación de ser libres y
la intención altruista de alcanzar la Iluminación para beneficiar
a todos los seres, ¿cómo actualizamos estas aspiraciones? Para
liberarnos de nuestras dificultades del ciclo de los problemas
periódicos, Buda dijo que debemos erradicar su causa raíz; la
ignorancia que se aferra a un yo verdaderamente existente, a un yo que
existe de un modo independiente. Esto se logra ganando sabiduría, que es la
tercera realización del camino. Lama Tsong Kapa subrayó la importancia de
la sabiduria en “The Three Principles of The Path”:
E
n tibetano la palabra “meditación” tiene la misma raíz verbal que
los términos “habituarse” o “familiarizarse”. Así en la meditación
nos esforzamos por habituarnos a modos valiosos de observar el
mundo. También buscamos familiarizarnos con una visión
precisa de la realidad, de modo que podamos eliminar todas las
concepciones falsas y las actitudes perturbadoras.
La meditación no consiste simplemente en poner nuestra mente en
blanco, libre de todo pensamiento. No hay nada de especial en este estado
libre de todo pensamiento. Los pensamientos hábilmente dirigidos pueden
ayudarnos, sobre todo en los niveles iniciales de meditación. Finalmente
necesitamos trascender las limitaciones de los conceptos. Sin embargo,
hacerlo no significa que entremos en un estado aletargado y vacío de
pensamiento. Significa percibir la realidad clara y directamente.
En primer lugar, debemos escuchar las enseñanzas sobre cómo meditar y
sobre qué meditar. La meditación no significa simplemente sentarse con las
piernas cruzadas y los ojos cerrados sino que se trata de dirigir la mente
hacia un objeto positivo y de cultivar actitudes beneficiosas. Necesitamos
escuchar las enseñanzas de un maestro cualificado para aprender a llevar a
cabo la práctica de un modo correcto.
En segundo lugar, tenemos que reflexionar sobre estas enseñanzas, ya
que debemos entender una materia antes de poder habituarnos a ella. Esta
reflexión se puede llevar a cabo hablando de las enseñanzas con nuestros
amigos y maestros del darma. También se puede hacer a solas, sentados en
la postura de meditación.
Después de alcanzar una cierta comprensión intelectual de la materia, la
integramos en nuestra mente por medio de la meditación. Al familiarizar
nuestra mente con ciertas actitudes y puntos de vista, –tales como el amor
ecuánime o la sabiduría que comprende la realidad–, estos surgen de un
modo espontáneo en nuestro interior.
Existe una posición de meditación clásica. Nos sentamos con las piernas
cruzadas sobre un cojín de modo que la espalda quede más elevada que las
piernas. Los hombros deben quedar nivelados y la espalda recta, como si
una fuerza imaginaria nos elevara desde la coronilla. Las manos se colocan
en el regazo, justamente debajo del ombligo. La mano derecha se sitúa
sobre la izquierda y los dedos pulgares se tocan. Los brazos ni presionan
contra el cuerpo ni sobresalen de él, sino que buscan una posición relajada.
La cabeza está ligeramente inclinada, y la boca cerrada con la lengua
tocando levemente el paladar.
Los ojos se encuentran ligeramente abiertos para impedir la
somnolencia, pero no miran a nada en especial. La mirada se inclina hacia
abajo y se enfoca relajadamente en la punta de la nariz o en el suelo. La
meditación se realiza totalmente con la consciencia mental, no con la
consciencia visual. Durante el periodo de meditación no deberíamos
intentar “ver” nada con nuestros ojos.
Resulta positivo meditar por la mañana antes del comienzo de las
actividades cotidianas ya que la mente está entonces más fresca. Al generar
actitudes beneficiosas durante la meditación matutina, nos encontraremos
más atentos y calmados durante el día. La meditación por la noche también
ayuda a asentar la mente, y a “asimilar” todo lo ocurrido durante el día
antes de ir a dormir.
Las sesiones de meditación no deberían ser demasiado largas al
principio. Elegid un tiempo que sea razonable acorde con vuestra capacidad
y vuestro horario. Es importante ser regular en la práctica de la meditación
porque la repetición regular es necesaria para familiarizarnos con las
actitudes beneficiosas. Meditar quince minutos cada día es más beneficioso
que meditar tres horas un día y no practicar nada el resto de la semana.
Ya que la motivación determina si lo que hacemos es beneficioso, resulta
sumamente importante cultivar una motivación positiva antes de comenzar
a meditar. Si comenzamos cada sesión de meditación con una motivacion
fuerte, nos resultará más fácil concentrarnos. Antes de poner nuestra
atención en el objeto de meditacion deberíamos pensar durante unos
minutos en los beneficios que la meditación nos aporta tanto a nosotros
como a los demás.
Resulta muy valioso generar la intención altruista de la siguiente
manera: “Sería maravilloso que todos los seres conscientes fueran felices y
se vieran libres de todo tipo de dificultades. Me gustaría hacer esto posible
mostrando a otros el camino a la Iluminación. Pero mientras mi propia
mente carezca de claridad, no puedo evitar que los demás se encuentren
desamparados. Por eso, quiero mejorarme –eliminando mis oscurecimientos
y desarrollando mis capacidades– de modo que pueda ofrecer un mejor
servicio a los demás. Por esta razón, voy a hacer esta sesión de meditación,
la cual constituirá un paso más a lo largo del camino”.
Dentro del budismo existen muchas meditaciones. Básicamente, éstas se
dividen en dos categorías: la de aquellos que alcanzan el estado de
“samatha” o serenidad mental estable, y la de aquellos que desarrollan
“vipasana” o visión superior. Buda dijo en el sutra “Revealing the Thought
of Buddha”:
U
n entendimiento general de las tres realizaciones principales del
camino nos otorga un excelente fundamento para tomar refugio
en los budas, en el darma y en la sanga. Cuando poseamos la
determinación de liberarnos de los conflictos, buscaremos un
guía que nos muestre cómo hacerlo. Cuando amemos
genuinamente a todos los seres, buscaremos a alguien que nos muestre el
modo más eficaz para beneficiarlos. Como reconocemos que la realización
de vacuidad es la clave para liberarnos a nosotros mismos y de conducir a
los demás a la liberación, anhelaremos recibir las instrucciones correctas
para poder meditar en vacuidad.
Los budas, el darma y la sanga son las Tres Joyas de Refugio. Los budas
son todos los seres que han alcanzado la Iluminación; el darma representa
las realizaciones y enseñanzas que nos guían hacia la liberación; y la sanga,
en su sentido más estricto, se refiere a todos aquellos que han actualizado
esta sabiduría liberadora realizando la vacuidad directamente.
Tomar refugio en los budas, en el darma y en la sanga es la puerta para
entrar en el camino. Tomar refugio implica tomar la responsabilidad de
nuestra propia experiencia. Nuestra felicidad y sufrimiento provienen de
nuestras actitudes y nuestras acciones. Si no hacemos nada para cambiarlas,
nuestra situación no cambiará. Sin embargo, necesitamos aprender a
transformar nuestras actitudes y acciones; necesitamos que los demás nos
muestren el camino para desarrollar nuestras cualidades. Los demás no
pueden hacer el trabajo por nosotros, porque sólo nosotros podemos
cambiar nuestra mente. Tomar refugio significa buscar la guía de los budas,
el darma y la sanga con la confianza de que podemos mejorar y con la
creencia de que ellos nos guiarán en la dirección adecuada.
En este capítulo estudiaremos las cualidades de las Tres Joyas de
Refugio –los budas, el darma y la sanga– y expondremos la pregunta tan
frecuentemente formulada: “¿Creen en Dios los budistas?” A continuación
examinaremos las razones por las cuales las personas toman refugio, y
analizaremos el significado de la confianza o fe. Los modos en que las Tres
Joyas pueden beneficiarnos se explican utilizando la anología de Buda
como un doctor, del darma como la medicina que nos prescribe, y de la
sanga como la enfermera que nos cuida. Finalmente haremos una
descripción de la ceremonia de Toma de Refugio.
Las Tres Joyas
¿Qué cualidades poseen los budas, el darma y la sanga que los hacen
objetos de refugio fiables?
Los budas han completado el camino a la Iluminación y por ello son
capaces de mostrarnos el camino. Si queremos ir a Hawai, debemos seguir
las instrucciones de alguien que haya estado allí; de otro modo puede que
tengamos problemas. Como el viaje a la Iluminación es un asunto aún más
delicado, es esencial que nuestros guías lo hayan experimentado.
Buda Shakiamuni es el buda histórico que vivió hace dos mil quinientos
años en India. (Pertenecía al clan de los Shakia, su nombre de familia era
Gotama y su nombre personal Sidarta). Existen otros seres que también han
alcanzado la Iluminación. Cuando se habla de “El Buda” generalmente se
hace referencia a Buda Shakiamuni. Sin embargo, no deberíamos pensar en
él como alguien que se encuentra separado de los demás budas, puesto que
todos ellos poseen las mismas realizaciones.
Al ser omniscientes, los budas conocen espontáneamente el modo más
hábil de guiar a cada ser hacia la Iluminación. En los sutras se cuentan
muchas historias sobre cómo el Buda llevó a la Iluminación a personas cuya
mente estaba incluso más oscurecida que la nuestra.
En una de estas historias se cuenta cómo un hombre era tan estúpido que
no podía ni siquiera recordar las dos palabras que su tutor intentaba
enseñarle. El tutor, disgustado, decidió echarle. Este hombre encontró para
su fortuna a Buda Shakiamuni, quien le ofreció la tarea de barrer el patio
contiguo a la sala donde se reunían los monjes. Buda aconsejó al hombre
que mientras barría pensara mentalmente: “Elimina la suciedad, elimina las
manchas”. Pasado un tiempo, el hombre comprendió que la suciedad y las
manchas a las que se refería el maestro contenían un doble sentido: la
suciedad aludía a los oscurecimientos mentales, a la liberación, y las
manchas se referían a los oscurecimientos, a la Iluminación completa. De
este modo, el hombre alcanzó el entendimiento del sendero y finalmente se
convirtió en un arhat, es decir, un ser liberado. Si Buda posee la habilidad
de ayudar a alguien de esta manera, entonces es seguro que es capaz de
guiarnos a nosotros.
Los budas poseen una compasión infinita y ecuánime hacia todos los
seres, por tanto podemos estar seguros de su continua ayuda. Los budas no
son seres comunes que ayudan a sus amigos y dañan a sus enemigos, o que
ayudan a alguien cuando les resulta agradable, o que dejan de beneficiar a
alguien si están de mal humor. Más aún, los budas ven más allá de nuestras
diferencias y debilidades superficiales y tienen el deseo constante e
imparcial de prestarnos ayuda a cada uno de nosotros.
La habilidad de un buda para beneficiar a los demás no está limitada por
la ignorancia. Sin embargo, un buda no puede hacer que alguien actúe de un
modo determinado. Ni tampoco pueden los budas contrarrestar nuestro
karma. No pueden borrar las impresiones kármicas de nuestro continuo
mental o impedir su maduración si todas las condiciones necesarias están
presentes. Los budas pueden guiarnos, enseñarnos e inspirarnos, pero
nosotros somos los únicos que podemos controlar nuestros pensamientos,
palabras y acciones.
Los budas benefician por igual a todos los seres tal y como el sol brilla
en todas direcciones sin discriminación o restricciones. Sin embargo, los
rayos del sol no pueden entrar en un recipiente que se encuentre en posición
invertida. Si el recipiente descansa sobre un costado podrá entrar un poco
de luz. Si está boca arriba la luz entrará a raudales.
Del mismo modo, los seres conscientes poseemos distintos niveles de
receptividad a la influencia iluminadora de los budas en función de nuestras
actitudes y acciones. Un buda beneficia a los demás espontáneamente y sin
esfuerzo, pero la capacidad de recibir es algo que depende de nosotros. Si
no intentamos remediar el apego, el enfado y la estrechez mental, no
podremos recibir la inspiración de los budas. Sin embargo, cuanto más nos
adentramos en el camino con mayor espontaneidad se abre nuestra mente
para recibir la ayuda y la inspiración de los budas.
Debido a que nuestras mentes se encuentran oscurecidas por las
actitudes perturbadoras y el karma, no podemos comunicar directamente
con la mente omnisciente de un buda. Por eso, y debido a su compasión, los
budas se manifiestan en distintas formas para guiarnos.
Una de estas formas es el cuerpo del gozo. Este es el cuerpo sutil que
toma un buda para enseñar a los altos bodisatvas en las tierras puras. Las
tierras puras son lugares establecidos por varios budas, donde los
practicantes avanzados pueden completar su práctica libres de obstáculos.
Sin embargo, de momento, nuestras mentes están tan implicadas con las
cosas materiales que no hemos creado aún las causas para nacer en las
tierras puras. Por eso, y debido a su compasión, los budas se manifiestan en
cuerpos burdos, que aparecen en nuestro mundo para comunicarse con
nosotros. Por ejemplo, un buda podría manifestarse como nuestro profesor,
o como un amigo del darma. Un buda incluso podría tomar la forma de un
puente o de un animal, o podría tomar la forma de una persona que nos
criticara con el fin de hacernos tomar consciencia de nuestro enfado. Sin
embargo, los budas no anuncian lo que están haciendo y raramente los
reconocemos.
He aquí una muestra de cómo los budistas alaban las magníficas
cualidades de Buda Shakiamuni que vivió hace dos mil quinientos años en
India:
M
uchos signos de buen augurio saludaron al príncipe Sidarta,
que había nacido de la pareja real de Kapilavastu en el siglo
VI a. de C. En el cielo aparecieron arcoiris, los animales
estaban tranquilos y existía una gran felicidad por todo el
territorio. Antes de su nacimiento, su madre había tenido
muchos sueños auspiciosos, y el niño era verdaderamente singular. Al poco
de nacer dio siete pasos y declaró que ese sería su último renacimiento.
Desde temprana edad el príncipe Sidarta sobresalía en materias
intelectuales y en las pruebas atléticas. Vivía muy protegido por su padre
que le prohibió aventurarse más allá de las puertas de palacio. Se casó y
tuvo un hijo; vivía disfrutando de los deleites de la vida cortesana.
Pero el príncipe quería saber cómo vivía el resto de la gente; sin que sus
padres lo supieran, abandonó el palacio en varias ocasiones en compañía de
su auriga. Para su horror, en sus salidas, tropezó con varias visiones
inesperadas: por primera vez en su vida vio a un hombre enfermo, a un
anciano y a un cadáver. El cochero explicó al conmocionado príncipe que
todos los seres sin distinción están sometidos a la enfermedad, la vejez y la
muerte.
En otra de sus salidas el príncipe Sidarta se encontró con un mendigo
errante. Aprendió que esta persona sin recursos estaba buscando un
verdadero entendimiento de la vida y la liberación a sus dificultades.
Después de estas experiencias, el príncipe comenzó a reconsiderar el
propósito de su propia vida.
Sidarta empezó a sentirse descontento con los placeres palaciegos.
Deseaba encontrar una solución a los problemas de la vida, así como las
respuestas a sus preguntas sobre la vida y la muerte. Incapaz de tolerar por
más tiempo la frivolidad sin sentido de la vida de palacio, decidió dedicar
su vida al cultivo del espíritu. Una noche abandonó el palacio, se deshizo de
su ropa y sus adornos y se convirtió en un mendigo.
Aunque estudió con los mejores maestros de meditación de la época y
aprendió todo lo que éstos podían enseñarle, aún no había descubierto la
naturaleza de la realidad, ni había encontrado la forma de escapar de la
existencia cíclica. Entonces, durante seis años de angustia, buscó las
realizaciones a través del ascetismo. Cuando comprendió que mortificando
su cuerpo no conseguía la purificación de su mente, abandonó esta práctica.
Finalmente, sentándose bajo un árbol “bodhi” en el pueblo de Bodhgaya –
situado en el norte de India–, tomó la determinación de no levantarse hasta
haber alcanzado la total Iluminación.
Durante su meditación tuvo que hacer frente a muchos obstáculos, tanto
internos como externos. Pero al alba del día de la luna llena del cuarto mes
lunar, consiguió liberar su mente de todos los oscurecimientos
desarrollando toda su capacidad humana. Se convirtió en un buda
completamente iluminado.
Durante cuarenta y cinco años enseñó por todo el norte de India y lo que
hoy es parte de Nepal. Hombres y mujeres deseaban tomar los votos de
ordenación con Buda Shakiamuni y así comenzó la sanga de monjes y
monjas. También hubo muchos laicos que estudiaron con Buda y tomaron
los llamados cinco preceptos (no matar, no robar, no tener relaciones
sexuales incorrectas, no mentir y no tomar intoxicantes). Los seguidores
laicos donaban a la sanga espacios donde vivir, y les proporcionaban
alimentos, ropas y medicinas. La sanga vivía con sencillez, practicaba
correctamente y enseñaba el darma.
Después de varios años, Buda volvió a Kapilavastu a enseñar el darma a
su familia. Su hijo se convirtió en monje y su tía, que le había cuidado
después de la muerte de su madre, se hizo monja. Asimismo su esposa entró
a formar parte de la sanga. Su padre, el rey, al igual que el resto de la corte,
también siguieron las enseñanzas de Buda.
Buda cambió la sociedad india en muchos sentidos. Rechazaba el
excesivo ritual alentando a la gente a comprender las ceremonias en las que
participaban. Buda no aceptaba el sistema de castas en el que se basaba la
sociedad india y lo prohibió entre sus seguidores. En la sociedad india la
mujer quedaba relegada únicamente a los asuntos domésticos y poseía muy
poca libertad. Sin embargo, Buda reconoció la habilidad de la mujer para
alcanzar la liberación y las alentó a que tomaran el camino “de la vida sin
hogar” de las monjas. Aleccionó a la sanga para que funcionara de un modo
democrático, creando un modelo social que al final cambió la forma incluso
de gobierno secular de la época.
Desde entonces, la vida y la filosofía de Buda han tenido una notable
influencia en todo el mundo. Ello condujo a Mahatma Gandhi, que liberó a
India del colonialismo británico, a decir:
No tengo ninguna duda en declarar que debo mucho a la inspiración
que me ha aportado la vida del Iluminado... Su amor, ese amor
ilimitado que dirigía tanto a la más inferior forma de vida, como a los
seres humanos. A su insistencia en la pureza de la vida.
Propagación del budismo
Poco después de que Buda pasara al paranirvana, quinientos arhats
encontraron y recitaron sus discursos con el fin de preservarlos y
sistematizarlos. Estos sutras fueron memorizados y transmitidos oralmente
durante siglos, hasta que fueron escritos en Ceilán (Sri Lanka) alrededor del
siglo II antes de Cristo, formando el Canon Pali de la tradición Theravada.
Buda dio otras enseñanzas durante su vida que fueron transmitidas en
privado de maestro a discípulo en los primeros siglos después de su muerte.
Se dice que algunas de estas enseñanzas, los Prajna-Paramita Sutras, fueron
escondidas hasta que las circunstancias propiciaran su expansión. Siglos
más tarde, fueron restablecidas por el erudito Nagaryuna. Estos sutras
Mahayana, escritos en sánscrito, comenzaron a aparecer en el primer siglo
antes de Cristo y rápidamente se hicieron populares.
En el siglo VI aparecieron los manuscritos de los tantras, otro conjunto
de enseñanzas de Buda. Según la tradición Vajrayana, estas enseñanzas
fueron transmitidas por Buda durante su vida. Debido que eran demasiado
avanzadas para mostrarlas públicamente, fueron transmitidas en secreto de
maestro a discípulo durante siglos. Incluso las llevaron a otros lugares con
el fin de protegerlas.
Después de la muerte de Buda, sus enseñanzas se fueron expandiendo
rápidamente a través de la India, Pakistán y Afghanistán. Hoy en día se
pueden apreciar vestigios de esta gran civilización budista en las cuevas de
Ajanta y Ellora en India con sus elaboradas esculturas y pinturas, así como
en Bamiyan (Afghanistán) –donde se esculpieron enormes figuras de Buda
en la falda de una montaña–. Durante esa época de esplendor se
establecieron en India universidades monásticas que fueron durante siglos
centro del pensamiento intelectual. En la actualidad se pueden visitar en
Bihar las ruinas de Nalanda, la primera de estas universidades.
La práctica activa de las enseñanzas de Buda desapareció de la cultura
india después del siglo XII, cuando el budismo fue virtualmente destruido
por la invasión musulmana. Sin embargo, el influjo budista permaneció en
la cultura india, hasta el punto de que en años recientes un gran número de
“intocables”, se han convertido al budismo. En la actualidad esta cantidad
se ha incrementado hasta unos seis millones.
Otro gran grupo de budistas en India lo constituye la colonia de
refugiados tibetanos. Después de 1959, miles de tibetanos, incluyendo a Su
Santidad el Dalai Lama, huyeron a India escapando del gobierno comunista
chino que había invadido su país. El gobierno indio ha prestado una notable
ayuda a los refugiados para que pudieran preservar las enseñanzas y las
instituciones religiosas que habían sufrido en Tíbet una severa represión por
parte de los invasores.
India ha sido el país desde donde el budismo se expandió por toda Asia.
Así en el siglo III a. de C. la doctrina budista comenzó a arraigar en Ceilán
(Sri Lanka) con la llegada de los primeros misioneros. Desde India y
Ceilán, el budismo fue expandiéndose por Thailandia y Birmania
descendiendo por la península suroriental asiática. Las enseñanzas iban
llegando en oleadas; primero se difundió la tradición Theravada, después el
Mahayana y finalmente el Vajrayana. En el siglo VII, la doctrina llegó a
Indonesia, donde se construyó la famosa estupa de Borobundur. En la
mayor parte del sureste asiático –Thailandia, Birmania, y Camboya– la
tradición Theravada fue la que más arraigó y es la que más se practica en la
actualidad. Sin embargo, en Vietnam se encuentran las tradiciones
Theravada, Ch’an (Zen) y la denominada Tierra Pura. En Malasia e
Indonesia, el budismo perdió influencia después de las invasiones
musulmanas del siglo XIV. Sin embargo, durante el siglo pasado emigrantes
chinos contribuyeron a su resurgimiento en la moderna Malasia y Singapur,
donde en la actualidad se encuentran presentes varias tradiciones. En
Indonesia existen pequeños grupos de practicantes budistas.
Alrededor del siglo III a. de C. el budismo se extendió por los reinos de
Asia Central viajando a lo largo de la ruta de la seda. Las enseñanzas de
Buda llegaron a China desde Asia Central y también por mar desde India,
país al que habían viajado peregrinos chinos con el fin de recoger distintas
escrituras para ser traducidas al chino. En el siglo IV el budismo ya había
arraigado totalmente en China.
A lo largo de los siglos se iban llevando a China muchos sutras pero no
se sistematizaban. Por eso, después de un tiempo surgió la confusión sobre
cómo armonizar las aparentes discrepancias entre los sutras y su puesta en
práctica. Para resolver esta dificultad, surgieron pequeños grupos cada uno
de ellos dirigido por un monje cualificado. Cada grupo se centraba en un
sutra o en un grupo de sutras en particular. Así se fueron desarrollando en
China distintas tradiciones budistas. Las tradiciones de la Tierra Pura y
Chán (Zen) se convirtieron en las más populares. Las enseñanzas de las
primeras escuelas de budismo y del Vajrayana también viajaron a China,
pero no obtuvieron demasiada difusión.
En el siglo IV comenzó la difusión desde China hacia Corea. Desde allí
se extendió a Japón, donde el budismo quedó firmemente establecido en el
siglo IX. En la actualidad existen en Japón varias tradiciones budistas: la
Tierra Pura, el Zen, el Nichiren y el Shingon, que es una tradición tántrica.
Desde China, el budismo también se expandió hacia el sur entrando en
Vietnam.
El budismo entró inicialmente en Tíbet en el siglo VII desde Nepal y
China. Padmasambhava, el gran yogui indio, llegó a Tíbet en el siglo IX y
con su llegada el budismo se expandió rápidamente. Después de un famoso
debate entre el erudito indio Kamalashila y su opositor chino que proponía
la tradición Ch’an, los tibetanos eligieron la tradición budista que provenía
de India como fuente y punto de referencia para el aprendizaje del budismo.
En Tíbet surgieron cuatro grandes tradiciones budistas, procedentes de
diferentes linajes de enseñanzas, aunque la manera de practicarlas es
similar. Desde Tíbet, el budismo se extendió a Mongolia, al norte de China
y a ciertas áreas de la Unión Soviética, así como a lo largo de la región del
Himalaya.
Aunque el rey Ashoka envió misioneros budistas a Grecia en el siglo III
a. de C., el budismo no fue realmente conocido en Occidente hasta el siglo
pasado.
Curiosamente parece haber indicios de que los “años perdidos” de la
vida de Cristo los pasó en India. En un monasterio de Ladakh, al norte de
India, se encontró un manuscrito que hablaba de un joven que estudió allí y
más tarde volvió a su propio país. Las fechas y las descripciones del texto
concuerdan con las de la vida y figura de Jesús, pero será necesaria una
investigación histórica antes de poder determinar una conclusión. Sin
embargo, existe una sorprendente semejanza entre las enseñanzas de Jesús
sobre el amor y la compasión y las de Buda.
En el siglo XIX algunos intelectuales occidentales se interesaron en las
enseñanzas de Buda, y la filosofía budista comenzó a impartirse en las
universidades. En los últimos años los occidentales han mostrado un
creciente interés por el budismo, y en la actualidad todas las tradiciones
budistas más importantes tienen templos y centros en la mayoría de los
países occidentales.
El budismo ha inspirado a muchos occidentales tanto intelectual como
espiritualmente. La sociedad moderna occidental aprecia las técnicas de
meditación que Buda enseñó para calmar la mente. Estas técnicas están
inspiradas por las claras enseñanzas budistas sobre cómo desarrollar el
amor y la compasión. Intelectualmente, las personas se sienten estimuladas
por el enfoque lógico y de mentalidad abierta del budismo.
Además, el planteamiento budista es similar al método científico y su
visión del mundo armoniza con los descubrimientos científicos. El
psicoanalista y filósofo social germanoamericano Erich Fromm dijo:
B
uda, que era un maestro muy cualificado, impartió una gran
variedad de enseñanzas idóneas para personas de intereses e
inclinaciones distintas. No se espera que todo el mundo practique
de la misma manera; por ello, los budistas ven con agrado la gran
riqueza de sus tradiciones así como la diversidad de las religiones
del mundo.
Aunque el budismo es una de las religiones más antiguas, nunca ha
habido una guerra en su nombre o por su doctrina. El sectarismo se
considera sumamente destructivo, porque decir que una tradición es buena y
otra mala es criticar la enseñanza que Buda dio a un grupo de personas en
particular.
Eso no quiere decir que el debate entre las tradiciones o incluso entre
dos practicantes de la misma tradición no sea beneficioso. El debate budista
se hace con la motivación positiva de enriquecer el entendimiento de los
participantes. Cuando se ven inmersos en un debate, los estudiantes piensan
más profundamente y suprimen los errores tanto personales como los de su
compañero. Así, los maestros budistas alientan a sus estudiantes a
cuestionar y discutir sus enseñanzas.
Los recién llegados suelen estar confusos por la variedad de las
tradiciones budistas. Por tanto, a continuación exponemos una breve
explicación de ellas, aunque no hace justicia a la riqueza de las tradiciones.
Si bien es cierto que existen muchas tradiciones budistas, aquí sólo
expondremos las prácticas de las más notables: Theravada, Tierra Pura, Zen
y Vajarayana.
Theravada
La tradición Theravada o Tradición de los Antiguos, enfatiza dos
prácticas de meditación: samatha (serenidad mental) y vipasana (visión
superior). La práctica de la serenidad mental desarrolla la concentración,
haciendo cesar el torrente de pensamientos discursivos y engendrando la
capacidad de concentrarse en un solo punto, es decir en el objeto de
meditación. El flujo de entrada y salida de la respiración es el objeto
primario que se utiliza en esta meditación; desarrollar la concentración en la
respiración conduce a un sereno asentamiento del estado de la mente.
La visión superior se cultiva a través de las cuatro atenciones: observar
el cuerpo, los sentimientos, la mente y los fenómenos. Uno gana visión en
su impermanencia, en su naturaleza conflictiva y en la carencia de identidad
propia.
Otra práctica, como es la meditación en un corazón bondadoso, se hace
para desarrollar un sincero deseo por el bienestar y la felicidad de todos.
Además, la tradición Theravada favorece que se respeten ciertos preceptos:
ya sean los cinco preceptos del laico o los votos de un monje a monja.
En los intermedios entre las sesiones de meditación, los practicantes
Theravada realizan la meditación caminando. Caminan muy despacio,
manteniendo en todo momento la atención. Esta es una técnica muy útil
para anclarse al momento presente y desarrollar la atención, lo que está
sucediendo aquí y ahora.
La tradición Theravada persiguen alcanzar el estado de arhat, es decir, la
liberación de la existencia cíclica.
La Tierra Pura
La tradición Tierra Pura se funda sobre la práctica del Buda Amitaba
para lo que hay que recitar su nombre y meditar en él. Los practicantes de
esta tradición buscaban renacer en Sukhavati, la Tierra Pura de Occidente,
donde se encuentran disponibles todas las condiciones necesarias para la
práctica. Al renacer allí, serán capaces de completar el camino y alcanzar el
estado de buda sin obstáculos.
Para renacer en Sukhavati, los practicantes de la Tierra Pura imaginan a
Amitaba, contemplan sus cualidades iluminadas y recitan su nombre.
Además, intentan vivir éticamente y desarrollar la intención altruista. Para
ganar la necesaria serenidad mental utilizan la concentración en un punto
sobre la imagen visualizada de Amitaba, y para desarrollar la visión
superior analizan la naturaleza última de Amitaba y de sí mismos.
Las tradiciones Tierra Pura, Ch’an (Zen), y Vajrayana son todas
tradiciones Mahayana. Por tanto, los practicantes persiguen convertirse en
budas, y se dan los preceptos del bodisatva a todos los que lo desean. En la
actualidad, las prácticas de Tierra Pura y Zen se combinan en muchos
templos.
Zen
El Zen subraya que todos los seres poseen la naturaleza de buda. Así, si
alguien supera la falsa conceptuación y realiza la naturaleza vacía de la
mente, se convertirá en buda en esta misma vida. Los practicantes Zen
meditan en la respiración y también en la mente.
La tradición Zen se enriquece con historias cortas que sirven de ejemplo
y de objeto de contemplación en la práctica. Una de ellas cuenta las
incidencias que surgen en un retiro de meditación dirigido por el maestro de
Zen, Bankei.
Un estudiante es sorprendido robando y se informa del hecho a Bankei
con la petición de que tal estudiante sea expulsado. Bankei ignora tal
petición. El hecho vuelve a suceder y el maestro lo ignora de nuevo.
Enfadados, los estudiantes presentan una petición en la que manifiestan su
decisión de abandonar el retiro a menos que el ladrón sea expulsado.
Bankei, el maestro, decide entonces reunir a sus estudiantes y les dice:
“Vosotros sois inteligentes. Sabéis lo que está bien y lo que está mal. Podéis
ir a estudiar a cualquier otro sitio si queréis. Pero este pobre estudiante ni
siquiera diferencia entre el bien y el mal. Si no le enseño yo, ¿quién lo hará?
Quiero que él se quede aquí, aunque el resto se vaya”.
En ese momento, el estudiante que había robado comenzó a llorar.
Nunca volvió a tener el deseo de robar.
Dentro del Zen, existen dos tradiciones. El Soto Zen subraya la práctica
de “sencillamente sentarse” para desarrollar la serenidad mental y la visión
superior dentro de las funciones de la naturaleza de la mente. Por otra parte,
los practicantes del Rinzai Zen meditan sobre koans, es decir, meditan sobre
dichos incomprensibles al intelecto y a las emociones comunes. Entender
un koan requiere liberar la mente de las visiones ordinarias. Un ejemplo es
el siguiente:
A los practicantes del zen se les alienta a realizar trabajos físicos, ya que
consideran que así se puede aplicar en las actividades cotidianas lo que se
aprende con la meditación. El zen utiliza también la expresión artística
como una oportunidad para desarrollar la atención. En este ambiente se han
desarrollado las exquisitas prácticas de la ceremonia del té, y de los arreglos
florales.
En los lugares de China donde se practica el Ch’an, los monjes y monjas
son célibes. Sin embargo, en Japón el gobierno quiso que la sanga se casara,
y en la segunda mitad del siglo pasado se ordenó la abolición del
requerimiento de celibato. Así, en Japón, los sacerdotes zen pueden casarse,
porque su sistema de votos es distinto al de otras tradiciones budistas.
Vajrayana
El Vajrayana o Tantra es practicado por los budistas tibetanos y también
por la tradición japonesa Shingon. La práctica del Vajrayana se basa en las
tres realizaciones principales del camino: la determinación de ser libre, la
intención altruista, y la sabiduría que realiza la vacuidad. El Vajrayana es
una rama del Mahayana, la cual a su vez se basa en la tradición Theravada.
Si una persona quiere practicar Tantra no puede pasar por alto las prácticas
iniciales comunes del vehículo Theravada y del Mahayana general, y
directamente empezar a practicar el camino del Vajrayana. Si uno ignora las
tres realizaciones principales y en su lugar piensa con una actitud
fantasiosa: “Voy a practicar el Vajrayana porque es la forma más elevada y
más rápida de alcanzar la Iluminación”, entonces la práctica personal no
traerá los frutos deseados.
Este es un punto importante, porque en estos días mucha gente está
fascinada con la idea de desarrollar poderes especiales y buscan el Tantra
por esa razón. Sin embargo, tal motivación no es la adecuada. La práctica
del Vajrayana no se dirige al desarrollo de poderes mundanos ni a obtener
fama de forma fácil. Se hace para alcanzar la Iluminación y así ser capaces
de beneficiar a los demás con mayor eficacia.
Para emprender la práctica Vajrayana nuestra mente tiene que estar bien
entrenada en las prácticas preliminares. Estas incluyen la meditación en la
muerte y en la impermanencia, en las Cuatro Nobles Verdades, en la
determinación de ser libre, en la intención altruista y en la sabiduría que
realiza la vacuidad. Al adiestrarnos, en primer lugar, en las meditaciones
básicas, nos convertimos en el recipiente adecuado para recibir la
autorización de practicar el camino del Tantra.
Uno entra en el Vajrayana recibiendo una autorización (a menudo
llamada iniciación) de un maestro cualificado. Durante la iniciación el
maestro da instrucciones sobre cómo meditar, y los discípulos realizan la
meditación. El mero hecho de sentarse en el suelo y beber agua bendita no
significa que uno esté tomando la iniciación. El propósito de toda iniciación
consiste en ayudar a los estudiantes a establecer una conexión con una
manifestación particular de buda e introducirles en la práctica de
meditación de ese buda. Es sumamente importante mantener los votos y los
compromisos tomados durante cualquier iniciación.
Después de la ceremonia, uno pide al maestro cualificado instrucciones
sobre los votos y compromisos que se han tomado en la iniciación. También
se puede pedir enseñanzas sobre la práctica de meditación. Uno recibe una
sadhana, que es un texto ritual con las visualizaciones, alabanzas y
meditaciones de ese buda, y el maestro espiritual nos da las instrucciones
sobre ella. Al recibir estas instrucciones, uno se encuentra capacitado para
hacer la meditación correctamente.
El Vajrayana enfatiza el desarrollo de una autoimagen positiva. Así
como en la vida ordinaria, si no podemos imaginarnos lo que significa
graduarse en la escuela no sólo no lo haremos sino que ni siquiera lo
intentaremos, si no podemos imaginar cómo es convertirse en un buda
nunca llegaremos a ser un buda. Las visualizaciones que se hacen en la
práctica del Vajrayana nos ayudan a desarrollar una auto-imagen positiva y
a expandir nuestra motivación altruista.
En el Vajrayana existen diversas técnicas de meditación. Ciertas
prácticas preliminares purifican las impresiones negativas y sirven de base
para el desarrollo de las capacidades positivas. La recitación de mantras
calma la mente y ayuda al desarrollo de la concentración. Dentro del
Vajrayana también existen técnicas para el rápido desarrollo de la
concentración en un punto y para hacer que se manifieste un estado mental
sumamente sutil que realiza la vacuidad. El Vajrayana asimismo incluye la
transformación de la mente y el proceso de renacimiento en el camino a la
Iluminación.
Todas estas meditaciones se basan en el entendimiento de los tres
aspectos principales del camino. Al practicar el camino gradual a la
Iluminación, podremos eliminar totalmente todos los engaños de nuestra
mente y transformarlos en la mente de un buda. Por tanto, mediante el
perfecto desarrollo de la compasión, la sabiduría y los medios hábiles
seremos capaces de beneficiar a los demás considerablemente.
Parte VII
La compasión en la acción
La compasión en la acción
H
asta aquí hemos hablado de los nuevos planteamientos en la
vida y en nuestras relaciones con los demás. Para que esta
forma de pensar tenga validez, debe relacionarse con nuestra
vida diaria. Este libro no ha sido escrito para demostrar ciertos
conocimientos intelectuales, sino para ofrecer algunas ideas que
puedan ser útiles y hagan más valiosa nuestra vida.
Como Su Santidad el Dalai Lama dice continuamente, el elemento clave
de una vida feliz y de una sociedad armoniosa es la compasión. La
compasión, esencia de las enseñanzas de Buda, es también alentada por
todas las religiones del mundo.
La compasión es la comunicación honrada y directa con los demás; es la
habilidad de entender a los demás y ayudarles espontáneamente de la
misma manera que nos ayudamos a nosotros mismos. Como el sentido del
“yo” y del “otro” disminuye, la compasión se impregna de humildad.
Porque el deseo de liberar a los demás de las condiciones insatisfactorias es
fuerte, la compasión es valiente.
Su Santidad el Dalai Lama es el ejemplo de estas cualidades. Durante
una conferencia en 1989 con psicólogos y otros profesionales
especializados en prestar ayuda a los demás, sorprendió a todos por su
humildad. A veces respondía a preguntas difíciles diciendo: “No lo sé. ¿Qué
piensa usted?” En un mundo donde los famosos se consideran a sí mismos
como autoridades, el respeto de Su Santidad hacia las opiniones ajenas, así
como su actitud de apertura para aprender de ellos, muestra una brillante
alternativa.
De igual manera, el Dalai Lama vive una compasión valiente. Su país,
Tíbet, lleva ocupado por los comunistas chinos desde 1949. En 1959, Su
Santidad, y miles de tibetanos, se vieron forzados al exilio. La Revolución
Cultural infligió una destrucción masiva a la sociedad tibetana, a su religión
y a su pueblo. Sin embargo, Su Santidad aconseja continuamente a los
tibetanos: “no os enfadéis con aquellos que destruyeron vuestro hogar. Son
seres vivos que quieren ser felices como nosotros. La oposición violenta no
remedia la situación”.
Mientras que se muestra compasivo hacia aquellos que han ocupado
Tíbet, Su Santidad es, sin embargo, valiente en su lucha por remediar la
difícil situación de su pueblo. Está buscando activamente una solución
pacífica que satisfaga a los chinos y a los tibetanos. Así vemos en su vida la
armoniosa combinación de compasión, humildad y valor.
Podemos aplicar el ejemplo del Dalai Lama a nuestras propias vidas.
Cada situación con la que nos encontramos nos proporciona una
oportunidad para practicar la compasión en la acción. Comenzamos con las
personas que nos rodean –nuestros familiares y amigos, nuestros colegas o
compañeros de clase, con la gente que vemos en el supermercado y en la
calle– y desplegamos nuestro cuidado y preocupación hacia todos los seres
conscientes.
Cuando alguien se nos cruza en la carretera, en vez de insultarle
enfadados, podemos ponernos en lugar de esa persona. A veces también
nosotros hemos sido conductores desconsiderados, generalmente porque
estábamos preocupados por algún asunto importante. Los demás no son
distintos de nosotros. Tal y como queremos que disculpen nuestros errores,
también nosotros podemos perdonar los errores ajenos.
Podemos aprender a aplicar el afecto que sentimos por nuestros
familiares y amigos hacia los demás. Queremos que nuestros padres e hijos
sean felices. Los demás puede que no sean nuestros parientes, pero son los
padres y los hijos de otros. Ellos, como nosotros, también son padres e hijos
sólo que el pronombre posesivo que los describe es diferente: son “suyos”
en vez de “nuestros”. Una vez que reconocemos lo arbitrario de estos
niveles (“lo mío” y “lo de los demás”), nuestro amor y compasión puede
desplegarse imparcialmente hacia los demás. De este modo, los
sentimientos de alienación y las barreras entre la gente desaparecen.
¿Cómo podemos amar a las personas que son consideradas “malvadas”
por la sociedad? No hay nadie que sea malo por naturaleza y de una forma
absoluta. Toda persona tiene el potencial para convertirse en buda. Las
nubes de su confusión, su ira incontrolada y su deseo oscurecen su bondad
inicial.
Amar a un criminal, por ejemplo, no significa que le permitamos que
continúe dañando a otros. La compasión es necesaria tanto hacia las
víctimas como hacia los autores de acciones perjudiciales. Deberíamos
detener a los autores de acciones destructivas puesto que éstas causan su
propio futuro sufrimiento. Así, sin odio ni venganza, podremos extender
nuestra ayuda a las distintas partes en una situación negativa.
Tener compasión en la misma medida hacia todos los seres no significa
que descuidemos a nuestros familiares y amigos. Hay personas que se
implican tanto en la mejora de la sociedad que sus propios hijos desarrollan
problemas debido a la falta de guía paterna. Es fácil considerar a los que
tenemos cerca como un regalo. Sin embargo, no debemos olvidar que
nuestros familiares y amigos son seres a quienes también podemos
beneficiar.
Favorecer el crecimiento de nuestra compasión día a
día
El decirnos a nosotros mismos que tenemos que ser pacientes y
compasivos no significa que hagamos que esas actitudes surjan en nuestra
mente. Necesitan ser cultivadas deliberadamente, con tranquilidad. Por eso,
es importante reservar cada día el “tiempo” y la “calma” necesarios para
trabajar con nuestro bienestar interno.
Unos cuantos minutos de tranquilidad por la mañana nos permiten tomar
la motivación de no dañar a los demás y de ayudarles tanto como nos sea
posible durante el día. Un tiempo de calma por la noche nos da la
oportunidad de repasar y “asimilar” los acontecimientos del día. La
observación de nuestras acciones ante lo sucedido durante el día, nos
ayudará a conocernos mejor. Podemos entonces darnos cuenta de que
somos muy sensibles a las críticas o que no actuamos con naturalidad
cuando nos piden ayuda. Es el momento de preguntarnos si queremos
continuar teniendo estas actitudes y sentimientos. Si no es así, podemos
aplicar las técnicas sugeridas en este libro para cambiarlas.
No es necesario que exista una división dualista entre la dedicación que
prestamos a cultivarnos en la quietud y nuestras actividades con los demás.
Solos reflexionamos sobre nuestras vidas y acciones y determinamos cómo
queremos actuar con los demás. En el trabajo integraremos y practicaremos
el resultado de estas reflexiones. Más tarde pensaremos con tranquilidad
sobre lo que sucedió en el trabajo, aprenderemos de nuestras experiencias y
tomaremos nuevas determinaciones para el futuro. De este modo, nuestro
tiempo de quietud para la práctica del darma y nuestras actividades diarias
se complementarán recíprocamente. Crecemos desde y en cada una de ellas.
La firmeza es importante en el cultivo de uno mismo. Es mucho mejor
reservar diez minutos cada día para meditar que hacerlo cinco horas una vez
al mes. Sin embargo, resulta muy valioso ser capaces de pasar unos cuantos
días o semanas cada año haciendo retiro de meditación. En ese tiempo
somos capaces de profundizar en el proceso de desarrollo personal.
En la sociedad moderna las personas tienen una vida muy ocupada, por
lo que resulta relativamente fácil olvidarse del cultivo de uno mismo. Sin
embargo, si establecemos claramente nuestras prioridades, reservar tiempo
para la reflexión interior se hace más fácil. Por ejemplo, consideramos todas
las actividades en las que podamos estar implicados y las enumeramos por
orden de importancia. De este modo, logramos la claridad y la fuerza que se
necesita para arreglar nuestro horario cotidiano de una manera más
manejable.
Es más importante proponernos metas realistas para nuestra práctica
espiritual y no esperar un cambio inmediato en nuestra actitud. Las
condiciones externas en las sociedades modernas pueden cambiar
rápidamente, pero nuestras actitudes y hábitos no. Es necesaria la paciencia
tanto con nosotros mismos como con los demás. Si somos sentenciosos y
severos con nosotros mismos, seguramente seremos también de ese modo
con los demás. Pero esa actitud no ayuda al cambio ni al nuestro ni al de los
demás. Si somos pacientes y nos amamos, iremos mejorando poco a poco.
Del mismo modo, si tenemos esas actitudes hacia los demás, no seremos
exigentes o impacientes.
El equilibrio es esencial. A veces necesitamos ampliar nestros límites.
En otras ocasiones necesitamos quietud y absorber lo que hemos aprendido.
Tenemos que ser sensibles a nuestras necesidades en cualquier momento en
particular y actuar en consecuencia. Encontrar el camino medio entre los
extremos –que pasan por empujarnos a hacer más de lo que somos capaces
o, por el contrario, ser autoindulgentes y perezosos–, es un desafío
continuo.
Según vayamos siendo más hábiles a la hora de equilibrar nuestras
actividades, será más fácil evitar que nos “consumamos”. Los que
desempeñan profesiones relacionadas con la ayuda humanitaria y las
personas con vidas muy ocupadas han de hacer frente al peligro que
conlleva el exceso de dedicación.
A veces es duro decir: “No, lo siento, aunque el proyecto es muy
valioso, no puedo ayudarte en estos momentos”. Puede que nos sintamos
culpables o perezosos como si estuviéramos dejando a alguien en la
estacada.
Sin embargo, intentar abarcar más de lo que somos capaces no nos
ayuda a nosotros ni a los demás. Necesitamos evaluar nuestras capacidades
con precisión. A veces puede que seamos capaces de comprometernos en
muchos proyectos. Otras veces, necesitaremos estudiar y reflexionar. Si nos
tomamos este tiempo, nos sentiremos frescos y seremos capaces de pasar un
tiempo de mayor calidad con los demás. Como aconsejaba uno de mis
maestros, Lama Yeshe:
Actitudes perturbadoras: aquellas actitudes tales como la ignorancia, el apego, el orgullo, la envidia
y la mentalidad cerrada, que perturban nuestra paz mental y nos impulsan a actuar de forma
perjudicial respecto a los demás.
Amor: deseo de que todos los demás logren la felicidad y sus causas.
Apego: aquella actitud que exagera las buenas cualidades de una persona o cosa aferrándose a ella.
Arhat: aquella persona que ha alcanzado la liberación, quedando así libre de la existencia cíclica.
Bodichita: ver intención altruista.
Bodisatva: aquella persona que ha desarrollado de forma espontánea la intención altruista.
Buda: cualquier persona que ha purificado todos los engaños y desarrollado todas las buenas
cualidades. Las alusiones a “Buda” hacen referencia a Buda Shakiamuni, que vivió hace dos mil
quinientos años en India.
Capacidad positiva: impresiones de acciones positivas, que originarán felicidad en el futuro.
Compasión: deseo de que todos los seres se liberen del sufrimiento y de sus causas.
Determinación de ser libre: actitud que aspira a liberarse de todos los problemas y sufrimientos y a
alcanzar la liberación.
Darma: en sentido genérico hace referencia a la doctrina y enseñanzas de Buda. Específicamente
alude a las realizaciones del camino y a la consecuente cesación del sufrimiento y de sus causas.
El Noble Sendero Óctuple: sendero que conduce a la liberación. Las ocho ramas que pueden
clasificarse según los tres adiestramientos superiores son: acción verbal, acción corporal, forma de
vida, atención, concentración, visión, realización, y esfuerzo correctos.
Existencia cíclica: alusión al renacimiento incontrolado bajo la influencia de las actitudes
perturbadoras y las impresiones kármicas.
Existencia inherente o independiente: cualidad falsa y no existente que proyectamos sobre personas y
fenómenos; existencia independiente de causas y condiciones, de partes, o de la mente que nomina el
fenómeno.
Falta de entidad autoexistente: ver vacuidad.
Iluminación (Estado de buda): el estado de un buda. Es decir, el estado resultante de haber eliminado
para siempre del continuo mental todas las actitudes perturbadoras, las impresiones kármicas y sus
máculas, y de haber desarrollado plenamente las buenas cualidades y la sabiduría. El estado de un
buda es sinónimo de liberación.
Imputar: dar una etiqueta o nombre a un objeto; atribuir significado a un objeto.
Intención altruista (bodichita): la mente dedicada a alcanzar la Iluminación para poder beneficiar a
todos los seres de la manera más efectiva.
Karma: acción intencionada. Nuestras acciones dejan impresiones en nuestro continuo mental que
causan nuestras experiencias.
Las Tres Joyas: los budas, el darma y la sanga.
Las tres realizaciones principales (los tres aspectos principales del sendero): la determinación de ser
libres, la intención altruista y la sabiduría que realiza la vacuidad.
Los adiestramientos superiores: la práctica de la ética, de la concentración meditativa y de la
sabiduría. Practicando estos tres adiestramientos alcanzamos la liberación.
Liberación: estado que resulta después de haber eliminado todas las actitudes perturbadoras y el
karma que nos hace renacer en la existencia cíclica.
Mahayana: tradición budista que afirma que todos los seres pueden alcanzar la Iluminación. Subraya
en particular el desarrollo de la compasión y de la motivación altruista.
Mantra: serie de sílabas consagradas por un buda que expresan la esencia del camino completo a la
Iluminación. Los mantras pueden ser recitados durante la meditación para calmar y purificar la
mente.
Meditación: modo de habituarnos a las actitudes positivas y a las perspectivas precisas.
Naturaleza de buda (potencial búdico): los factores que permiten a todos los seres alcanzar la
Iluminación completa.
Nirvana: cesación del sufrimiento y de sus causas. Liberación de la existencia cíclica.
Realización: profundo entendimiento que se vuelve parte de nosotros y cambia nuestra perspectiva
del mundo. Cuando, por ejemplo, alcanzamos la realización del amor, la forma en que sentimos y nos
relacionamos con los demás cambia drásticamente.
Sabiduría que realiza la vacuidad: actitud que entiende correctamente la manera en que existen las
personas y los fenómenos. Es decir, la mente que realiza la vacuidad de la existencia inherente.
Sanga: cualquier persona que realiza la vacuidad directamente y no conceptualmente. En un sentido
genérico, sanga se refiere a la comunidad de monjes y monjas que mantienen los votos completos. A
veces se utiliza haciendo alusión a todos los budistas.
Serenidad mental: habilidad para mantener la concentración solamente en el objeto de meditación
con una mente flexible y llena de gozo.
Sufrimiento (dukha): cualquier condición insatisfactoria. No se refiere únicamente al sufrimiento
físico o mental, sino que incluye todas las condiciones conflictivas.
Sutra: una enseñanza de Buda; sagrada escritura budista. Los Sutras se encuentran en todas las
tradiciones budistas.
Tantra: escrituras que describen la práctica Vajrayana.
Theravada: Tradición de los Antiguos. Esta tradición budista está extendida por el sureste asiático y
por Sri Lanka.
Tierra pura: lugar establecido por un buda o bodisatva donde todas las condiciones llevan a la
práctica del darma y a alcanzar la Iluminación. El budismo de la Tierra Pura es una tradición
Mahayana que subraya los métodos para renacer en la tierra pura.
Tomar refugio: confiar el propio desarrollo espiritual a la guía de los budas, del darma y de la sanga.
Vacuidad: carencia de existencia independiente o inherente. Esta es la naturaleza última o realidad de
todas las personas y fenómenos.
Vajrayana: tradición budista Mahayana muy difundida en Tíbet; también conocida en Japón.
Visión superior (vipasana): sabiduría que discrimina enteramente todo fenómeno. Va unida a la
serenidad mental y nos capacita para analizar el objeto de meditación y simultáneamente permanecer
concentrados exclusivamente en ese objeto. La visión superior elimina la ignorancia.
Zen (Ch’an): tradición budista Mahayana ampliamente extendida en China y Japón.
Dedicación
Ojalá “Corazón abierto, mente lúcida” beneficie a muchos seres conscientes. Ojalá fructifiquen la
bondad, la compasión y un corazón tierno, en el interior de toda persona que vea, toque o hable sobre
este libro. Y, ojalá que sean estos, la causa de que muchos otros desarrollen un corazón bondadoso.
De este modo, ojalá que todos disfruten de una satisfacción plena y una paz duradera; y ojalá que,
finalmente, puedan alcanzar la Iluminación.
EDICIONES DHARMA
Apdo. 218
03660 Novelda (Alicante)
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EDICIONES DHARMA pertenece a la
Fundación para Preservar la Tradición Mahayana