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La mayor parte de niños y niñas encuentran en su familia la protección, el afecto y la estimulación que
les son necesarios para una satisfactoria atención a sus necesidades y un adecuado desarrollo de su
personalidad y su integración social. Existen, sin embargo, niños, niñas y adolescentes cuyas
circunstancias familiares son muy diferentes, pues su hogar no es el lugar de la protección, sino del
maltrato por omisión (negligencia), por acción (maltrato emocional, físico, abuso sexual, etc.) o por una
combinación de ambos. Se trata de menores para los que nuestra legislación tiene prevista la puesta
en marcha de actuaciones protectoras de muy diverso tipo. En estos casos, la hipótesis primera debe
ser la de intentar modificar las condiciones del hogar y de las relaciones, de manera que no sea
necesaria la separación de su padre, madre y otras figuras de referencia. Sin embargo, cuando el
interés del menor (es decir, la garantía de la adecuada atención a sus necesidades) lo requiera, se
debe proceder a separarlo de ese entorno. Y, en este caso, las alternativas familiares deben ser
privilegiadas sobre las institucionales.
Las circunstancias familiares que dieron lugar a su separación pueden ser muy diversas. Así, hay
familias en las que la inadecuada atención a las necesidades de sus hijos o hijas obedece a crisis
transitorias, que pueden ser superables si se reciben las ayudas adecuadas. Hay otras en las que se
prevé también esa posibilidad, pero con mayor margen de incertidumbre respecto a la duración o al
éxito de las intervenciones. Existen también aquellas en las que la reintegración familiar no se ve como
viable ni en el corto, ni en el medio o largo plazo, pero en las que no se dan circunstancias que
permitan un cambio definitivo e irrevocable en el estatus jurídico de la filiación del menor por la vía de
la adopción. Están, finalmente, aquellas en las que estas circunstancias sí están presentes y que
llevan a la integración plena y para siempre, con cambio de filiación, en una nueva familia.
Para esta diversidad de situaciones no puede haber una única respuesta. Antes al contrario, cada una
de ellas requerirá de un enfoque diferente. Se debe distinguir, en primer lugar, entre la medida de
acogimiento familiar (donde no hay cambio de filiación, donde los contactos entre menores y sus
familias son una hipótesis verosímil, donde existe la posibilidad de que se produzcan cambios que
aconsejen modificar la situación) y la adopción (con cambio definitivo e irrevocable de filiación, sin
previsión de contactos del niño o la niña con su familia). Dentro del acogimiento, pueden darse
circunstancias muy diversas:
• El acogimiento puede ser simple (con previsión de reintegración a su familia) o permanente (sin
que esa previsión esté en el horizonte en el momento de optar por esta modalidad de
acogimiento). Puede ser también preadoptivo, en el caso de que el destino final sea la
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adopción, pero esta modalidad de acogimiento pertenece más al ámbito de la adopción que al
del acogimiento, por lo que no será objeto de análisis aquí.
• Puede darse en el interior de la red familiar del niño o la niña (acogimiento en familia extensa),
o bien en una familia que no guarda relación alguna con la de origen (acogimiento en familia
ajena).
• El acogimiento familiar puede referirse a un chico o chica cuyos problemas entran dentro de la
variedad esperable en este tipo de circunstancias, o puede referirse a un chico o una chica con
necesidades excepcionales, lo que reclamará el recurso a un acogimiento familiar más
especializado (llamado a veces acogimiento familiar profesionalizado).
El acogimiento familiar presenta, pues, una diversidad de opciones y circunstancias que no se dan ni
en las condiciones usuales de vida familiar, ni en la adopción. Para hacerlo un poco más complejo,
como ya se ha indicado antes, en la medida de acogimiento familiar hay una previsión de contactos
entre el niño o la niña y su familia que son particularmente importantes y necesarios en los casos en
que la reintegración a su familia sea una alternativa en el horizonte. Esto implica el establecimiento de
un régimen de visitas, el contacto más o menos frecuente con sus familiares, la necesidad de integrar
a la familia de origen dentro del plan de intervención profesional y dentro de las relaciones entre el
menor o la menor y su familia acogedora (preparación de las visitas, por ejemplo, o bien elaboración
posterior de las experiencias que en ellas hayan ocurrido). Todo lo anterior hace que la del acogimiento
familiar sea tal vez la medida más compleja dentro del sistema de protección de la infancia en situación
de riesgo o de desamparo. En las familias de riesgo sobre las que se está interviniendo para evitar una
separación, el foco se concentra en la intervención sobre su dinámica, sus relaciones, sus
capacidades, etc. Cuando se produce una adopción, el foco se pone sobre la integración en la nueva
familia, las relaciones, la construcción de la identidad adoptiva, la comunicación sobre la adopción... En
el caso del acogimiento familiar, sin embargo, los focos tienen que multiplicarse, pues las realidades a
iluminar y sobre las que intervenir son más numerosas (familia del menor, familia acogedora,
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relaciones entre la una y la otra) y frecuentemente más complejas (por ejemplo, relaciones entre la
abuela y su hija a propósito del hijo de ésta acogido por aquella).
Además, el horizonte temporal está cargado de mayor incertidumbre respecto a la evolución del caso,
a la duración de las relaciones, a lo que espera tras la finalización del acogimiento o tras la mayoría de
edad, etc. Todo ello explica que, en efecto, el acogimiento familiar sea una medida de protección
caracterizada por una especial complejidad.
El acogimiento residencial es una medida de protección mediante la que se proporciona a una persona
protegida un lugar de residencia y convivencia y una atención orientada a su desarrollo holístico y
comunitario.
4.Participación de los niños, niñas y adolescentes en las decisiones que les afecten,
asegurando la accesibilidad universal. Todas las residencias y hogares deberán disponer de órganos
internos de participación que permitan tomar parte en su gestión a toda la comunidad educativa.
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5.Ocio educativo, mediante la realización de una serie de actividades sociales, culturales,
deportivas, medioambientales y de tiempo libre que permiten el desarrollo holístico y comunitario del
niño, niña y adolescente, y que eduquen en hábitos de participación y en valores de compromiso e
inclusión social.
Atendiendo al número de personas que pueden ser acogidas, los centros de acogimiento residencial
se denominarán:
1.Específicos para problemas graves de conducta, denominación con la que se identificará a los
centros regulados en el en el capítulo IV del título II de la Ley orgánica 1/1996.