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1. Enojado(a) y resentido(a) 0 1 2 3
6. No tiene amigos(as) 0 1 2 3
7. Dolores de estómago 0 1 2 3
8. Pelea 0 1 2 3
13. Difícil de controlar en las tiendas o mientras se hacen las compras del
0 1 2 3
mercado
31. Irritable 0 1 2 3
34. Las cosas siempre tienen que ser hechas de la misma manera 0 1 2 3
59. Tiene dificultad para jugar o entretenerse sin hacer mucho ruido 0 1 2 3
1. Desafiante 0 1 2 3
6. Es un(a) perfeccionista 0 1 2 3
8. Excitable, impulsivo(a) 0 1 2 3
10. Insolente 0 1 2 3
42. Tiene dificultad para jugar o entretenerse sin hacer mucho ruido 0 1 2 3
53. Las cosas siempre tienen que ser hechas de la misma forma 0 1 2 3
TND
TEA
HIPERACTIVIDAD
INATENCION
IMPULSIVIDAD
OTROS SINTOMAS
(1) Seis (o más) de los siguientes síntomas de DESATENCIÓN han persistido por lo menos durante 6
meses con una intensidad que es desadaptativa e incoherente en relación con el nivel de desarrollo:
a) A menudo no presta atención suficiente a los detalles o incurre en errores por descuido en las tareas
escolares, en el trabajo o en otras actividades.
b) A menudo tiene dificultades para mantener la atención en tareas o actividades lúdicas.
c) A menudo parece no escuchar cuando se le habla directamente.
d) A menudo no sigue instrucciones y no finaliza tareas escolares, encargos, u obligaciones, en el
centro de trabajo (esto no se debe a comportamiento negativista o a incapacidad para comprender
instrucciones).
e) A menudo tiene dificultades para organizar tareas y actividades.
f) A menudo evita, le disgusta o es renuente en cuanto a dedicarse a tareas que requieren un esfuerzo
mental sostenido (como trabajos escolares o domésticos).
g) A menudo extravía objetos necesarios para tareas o actividades (por ejemplo, juguetes, ejercicios
escolares, lápices, libros o herramientas).
h) A menudo se distrae fácilmente por estímulos irrelevantes.
i) A menudo es descuidado en las actividades diarias.
(2) Seis (o más) de los siguientes síntomas de HIPERACTIVIDAD-IMPULSIVIDAD han persistido por lo
menos durante 6 meses con una intensidad que es desadaptativa e incoherente en relación con el
nivel de desarrollo:
Hiperactividad
a) A menudo mueve en exceso manos o pies, o se remueve en su asiento.
b) A menudo abandona su asiento en la clase o en otras situaciones en que se espera que permanezca
sentado.
c) A menudo corre o salta excesivamente en situaciones en que es inapropiado hacerlo (en
adolescentes o adultos puede limitarse a sentimientos subjetivos de inquietud).
d) A menudo tiene dificultades para jugar o dedicarse tranquilamente a actividades de ocio.
e) A menudo está en marcha o suele actuar como si tuviera impulsado por un motor.
f) A menudo habla en exceso.
Impulsividad
a) A menudo precipita respuestas antes de haber sido completadas las preguntas.
b) A menudo tiene dificultades para guardar turno.
c) A menudo interrumpe o se inmiscuye en las actividades de otros (por ejemplo, se entromete en
conversaciones o juegos).
1- Introducción
No resulta extraño encontrar conductas desafiantes o de oposición a lo largo de un ciclo evolutivo
“normal” de cualquier niño. En la mayoría de los casos, si no existen factores de riesgo añadidos, la
propia educación de los padres y demás agentes socializadores (escuela, etc.) suelen reconducir estas
manifestaciones hacia conductas normalizadas.
Sin embargo, hay un grupo de niños en los que esta conducta es perseverante en el tiempo y presenta
una magnitud o forma que no se corresponde con lo esperado por su edad o cultura. Es, entonces,
cuando podemos estar delante de un trastorno clínico.
La conducta de oposición puede tomar diferentes formas, desde la pasividad extrema (no obedecer
sistemáticamente mostrándose pasivo o inactivo) a sus formas más extremas, es decir, verbalizaciones
negativas, insultos, hostilidad o resistencia física con agresividad hacia las figuras de autoridad, ya sean
los propios padres, maestros o educadores.
La conducta desafiante y de oposición de inicio temprano suele ser persistente y puede ir asociado a
diferentes tipos de patología infantil y adolescente. En la adolescencia y posterior vida adulta, el niño
con antecedentes negativistas u oposicionistas es un claro candidato a desarrollar un trastorno de la
personalidad antisocial si no conseguimos regular antes estas manifestaciones.
En definitiva, siguiendo a algunos autores (Barkley, 1.997): “La presencia de conducta desafiante por
oposición, o agresión social, en niños es la más estable de las psicopatologías infantiles a lo largo del
desarrollo y constituye el elemento predictor más significativo de un amplio conjunto de riesgos
académicos y sociales negativos que el resto de las otras formas de comportamiento infantil desviado.”
Por todo ello, no se trata de un trastorno más, sino uno de los problemas de conducta clínicos más
serios en niños. De no abordarse de forma rigurosa y eficaz, condena a quien lo sufre a una probable
carrera de problemas sociales, legales y de marginación.
Los comportamientos negativistas y desafiantes se expresan por una terquedad persistente, resistencia
y mala tolerancia a las órdenes, negativa a comprometerse, ceder o negociar con adultos o
compañeros. Igualmente hay una tendencia deliberada a sobrepasar los límites o normas establecidas,
aceptando mal o culpabilizando a otros de sus propios actos.
La hostilidad puede dirigirse hacia las figuras de autoridad pero, también, hacia los compañeros. Se
manifiesta molestando deliberadamente a los otros sin causa aparente o por motivos insignificantes. En
estos episodios suelen aparecer insultos o palabras despectivas hacia las otras personas pero sin llegar
aún a la agresión física. En el caso que se supere este umbral y se produzcan conductas abiertas de
agresión a otro, estaríamos, probablemente ante un trastorno disocial.
Como señala el DSM-IV-TR: “Los comportamientos perturbadores de los individuos con un trastorno
desafiante por oposición son de una naturaleza menos grave que aquellos individuos con un trastorno
disocial y normalmente no incluyen agresión hacia personas o animales, destrucción de la propiedad o
un patrón de robos y engaños.”
Pese a que puede darse una evolución desde el TDO en la infancia hacia un trastorno disocial en la
adolescencia, ambos trastornos se consideran independientes a pesar de que existe entre ellos un
evidente solapamiento y una relación evolutiva y jerárquica.
Los síntomas del TDO, suelen ser más evidentes en las interacciones con personas a quienes el sujeto
conoce bien (familiares, compañeros, etc.), por lo que pueden no manifestarse durante la exploración
clínica. Por otra parte, los sujetos con este trastorno suelen no considerarse a sí mismos negativistas o
desafiantes, sino que justifican su comportamiento como una respuesta a exigencias o circunstancias
externas no razonables.
Debe tenerse en cuenta, pero, que el diagnóstico de TDO no debe hacerse si los síntomas ocurren
exclusivamente durante el transcurso de un episodio psicótico o del estado de ánimo.
Destacar, también, que el TDO presenta una alta comorbilidad con el T.D.A.H. Las directrices del DSM-
IV, especifican que debería considerarse este diagnóstico cuando las conductas de oposición son
secundarias a los problemas de falta de atención e impulsividad.
A. Un patrón de comportamiento negativista, hostil y desafiante que dura por lo menos 6 meses,
estando presentes cuatro (o más) de los siguientes comportamientos:
1. a menudo se encoleriza e incurre en pataletas
2. a menudo discute con adultos
3. a menudo desafía activamente a los adultos o rehusa cumplir sus obligaciones
4. a menudo molesta deliberadamente a otras personas
5. a menudo acusa a otros de sus errores o mal comportamiento
6. a menudo es susceptible o fácilmente molestado por otros
7. a menudo es colérico y resentido
8. a menudo es rencoroso o vengativo
Nota: Considerar que se cumple un criterio sólo si el comportamiento se presenta con más frecuencia de la
observada típicamente en sujetos de edad y nivel de desarrollo comparables.
Respecto a las variables de los padres, la inmadurez, la falta de experiencia con respecto a la educación o
unos modelos coercitivos y violentos suelen estar presentes en las familias de estos niños. También se
señalan, los conflictos maritales (en especial si hay malos tratos), la labilidad emocional, la depresión
materna y presencia de psicopatología parental.
Otro factor de riesgo relevante en los trastornos negativistas, oposicionistas y agresivos, en general, es el del
abandonamiento del niño en la primera infancia por parte de los padres. Los lazos afectivos(apego) no
establecido en las primeras etapas del desarrollo constituyen un elemento desestabilizador del
temperamento infantil incipiente. Ello unido a una vulnerabilidad genética (historia de enferemedad mental en
la familia biológica) podría explicar gran parte de la sintomatología.
Así, pues, las familias desestructuradas que viven en entornos empobrecidos y de marginación social
suponen un riesgo añadido para los niños que viven en ellos, si bien, el trastorno puede darse en cualquier
estrato social.
Finalmente, respecto a la influencia de factores genéticos, antes apuntados, destacar que algunos estudios
en hijos adoptivos y gemelos han concluido que el riesgo de desarrollar un trastorno de conducta aumenta en
la descendencia de padres con historia previa de trastorno disocial de la personalidad. Se habla también de
una vulnerabilidad cromosómica ya que se ha relacionado la conducta violenta con anomalías cromosómicas
XYY y XXY, pero no todos los individuos con estas alteraciones presentaban dichas conductas.
Por otra parte, su mayor prevalencia en el grupo masculino, hizo pensar a muchos investigadores su posible
relación con los niveles de testosterona. Si bien existe esa relación, no ha podido establecerse en niños
prepúberes.
A nivel neurológico parece que se da un déficit serotoninérgico y noradrenérgico lo que se traduce en una
respuesta psicológica deficiente a los estímulos aversivos y, por tanto, una disminución de la habilidad para
aprender a impedir la agresividad.
5- Evaluación
La evaluación a nivel psicológico del T.D.O. comprende distintos instrumentos con el objetivo de cribado
diagnóstico, determinación de la gravedad de las manifestaciones conductuales y poder establecer una línea
base sobre la que comparar los resultados de una posible intervención.
Evidentemente debe comprender medidas del funcionamiento del niño en su medio natural, es decir, casa,
escuela, etc. A tal efecto son necesarios cuestionarios específicos para padres, maestros y, también, según
la edad del niño, los autoinformes.
Quizás uno de los puntos más delicados de la evaluación es el de determinar si el niño presenta los criterios
necesarios y/o suficientes para el diagnóstico. Hay que recordar que este trastorno presenta alta
comorbilidad con otros trastornos de la conducta y con el TDAH.
6- Tratamiento
Pese a que la mayor parte de los estudios publicados, respecto al tratamiento del trastorno que nos ocupa,
se han centrado en las técnicas conductuales y/o cognitivo-conductuales, no disponemos de resultados
concluyentes al respecto, si bien, están documentadas mejoras sustanciales respecto a la situación de no
tratamiento o placebo.
La dificultad de establecer unas líneas generales de intervención reside en el hecho de que en el origen del
problema confluyen, con frecuencia, diferentes factores de riesgo con distinto peso en cada individuo.
Debemos avanzar desde unos principios generales hacia una perspectiva más individualista que nos haga
entender las circunstancias especiales, únicas, que generan las respuestas particulares de cada caso.
Los grandes ejes que tenemos que valorar, antes de intervenir, comprenden desde los antecedentes de
salud mental de los padres biológicos, los estilos educativos y de relación en el seno de la familia, y la
consideración de factores sociales de riesgo pasados y presentes (familias desestructuradas, entornos
marginales, abandono o desatención en la infancia).
La gravedad y manifestación del trastorno será función directa de la presencia de los diferentes factores de
riesgo. Cuantos más elementos se sumen, más difícil será su tratamiento y peor el pronóstico.
Muchas veces, el terapeuta no podrá cambiar algunos de los factores externos que inciden sobre la
patología, pero sí puede modificar la forma en que el sujeto los percibe y responde ante ellos, en especial si
cuenta con el apoyo de los padres.
Desde el enfoque cognitivo-conductual, las estrategias de elección para el tratamiento, incluyen una doble
vía:
a) Entrenamiento de padres
b) Intervención con el niño
a) Entrenamiento de padres
Es evidente que los primeros en padecer las consecuencias del trastorno son los propios padres. El malestar
que se genera suele ser importante y se consolidan métodos de interacción coercitivos o negativos. No es de
extrañar, pues, que parte del tratamiento se dirija a proporcionar recursos a los padres para regular y atenuar
toda la sintomatología disruptiva.
El entrenamiento no tan solo comprende la enseñanza de estrategias para controlar las conductas negativas
sino también de reforzar las positivas. En definitiva, se trata de aprender a ser más eficientes con el niño
desarrollando nuevas habilidades y eliminando los métodos ineficaces.
Puede ser necesario también, en algunos casos, proporcionar recursos a los padres para mejorar la
vinculación con sus hijos (ver: Trabajando la vinculación afectiva con nuestros hijos).
Uno de los programas modelo para el entrenamiento de padres es el desarrollado por Barckey (1.997)
denominado: “Niños desafiantes: Manual Clínico para la evaluación y entrenamiento de padres”.
El programa de entrenamiento se estructura en 10 pasos y comprende una lista de objetivos, materiales
necesarios, un esquema de los procedimientos y tareas para casa.
Según estudios efectuados, el programa de Barckley sería más efectivo cuando los padres lo aplican a niños
de entre 2 y 12 años que no tienen problemas graves de agresividad.
Una de las ventajas de estos métodos estructurados es que pueden ser enseñados colectivamente a un
número determinado de padres con lo que los costes se reducen.
Hay que tener cuenta, pero, que uno de los retos más importantes durante y después de la terapia, será que
los niños entrenados en estas técnicas sean capaces de generalizarlo o aplicarlo en el ambiente exterior.
Para asegurar el éxito de su aplicación externa, conviene incluir en el programa de tratamiento, la práctica en
vivo (Kazdin, 1.990). Se trata en definitiva de motivar al niño para que utilicen sus habilidades recién
adquiridas en situaciones de la vida real. Para ello deberemos contar con la complicidad y ayuda de los
padres, el propio terapeuta y de otras personas externas. Es importante asegurar unos primeros éxitos para
mantener un buen nivel de motivación en el niño y su interés para seguir intentando aplicar recursos
alternativos a los que le han creado problemas.
Según el caso, podemos intentar también complementar la intervención con técnicas de Relajación.
A. Un patrón repetitivo y persistente de comportamiento en el que se violan los derechos básicos de otras
personas o normas sociales importantes propias de la edad, manifestándose por la presencia de tres (o más)
de los siguientes criterios durante los últimos 12 meses y por lo menos de un criterio durante los últimos 6
meses:
Destrucción de la propiedad
8. Ha provocado deliberadamente incendios con la intención de causar daños graves
9. Ha destruido deliberadamente propiedades de otras personas (distinto de provocar incendios)
Fraudulencia o robo
10. Ha violentado el hogar, la casa o el automóvil de otra persona
11. A menudo miente para obtener bienes o favores o para evitar obligaciones (esto es, "tima" a otros)
12. Ha robado objetos de cierto valor sin enfrentamiento con la víctima (p. ej., robos en tiendas, pero sin
allanamientos o destrozos; falsificaciones)