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“Somos la yema de los dedos del Estado”


Leandro Montaña, preceptor de la Escuela de Comercio N° 24, “Dalmacio Vélez Sársfield”. Ciudad
Autónoma de Buenos Aires.

Leandro Montaña no reniega de su trabajo de preceptor ni siente que sea un cargo de pasaje hacia otro destino.
Jefe de preceptores del Comercial 24 de la Ciudad de Buenos Aires, con su equipo de colegas se propusieron la
desafiante tarea de desplazar los estereotipos de vigilancia asociados con su rol: “Siempre decimos: tenemos la
opción de hacer algo y de no hacer nada, nos van a pagar lo mismo de las dos maneras. ¿Por qué lo hacemos?
Porque estamos más contentos”. El objetivo, ayudar a construir “un lugar en el que esté bueno estar”

Ana Abramowski

En 1992, la Escuela de Comercio N° 24 “Dalmacio Vélez Sársfield” dejaba de ser exclusivamente de señoritas, y,
para convertirse en un colegio mixto, requería incorporar preceptores varones. Por aquel entonces, Leandro
Montaña tenía 22 años, trabajaba en el Poder Judicial y estudiaba Profesorado en Letras. Al enterarse de la
vacante, se fue a inscribir en el listado de aspirantes y a los pocos meses ya se desempeñaba como el primer
preceptor varón del establecimiento.

Luego de algunos vaivenes e interrupciones, en 2013 Montaña está a punto de recibirse de Profesor en Letras
en el Instituto Superior del Profesorado “Dr. Joaquín V. González”: “Me llevó 20 años terminar la carrera. Ahora
tengo una propuesta para ser adscripto de una materia, pero lo estoy pensando. Para mí va a ser difícil tomar
horas, porque tendría que dejar un cargo y eso reduciría mi sueldo actual. Pero yo no reniego de mi trabajo de
preceptor, yo no siento que sea rebajarse”. Esta última apreciación es clave en el abordaje de su labor: “Siempre
me llamó la atención que el puesto de preceptor se considere un cargo de pasaje. Muchos dicen: ‘estoy acá
porque estoy estudiando, pero después me voy a dedicar a otra cosa’. Y eso hace que nuestra actividad de
devalúe”.
Hace 20 años que Leandro Montaña trabaja en el mismo colegio del barrio La Paternal de la Ciudad Autónoma
de Buenos Aires. Durante más de 15 años lo hizo como preceptor “raso” y desde 2010 asumió la jefatura: “Pasé
varios años viendo cómo era la actividad. Al principio, y por lo que me pedían, creía que la tarea se reducía a
mantener la disciplina y el orden del aula y a decirles a los chicos: ‘vos sentate, vos sacate esa remera’. Había
que hacer poner de pie a los estudiantes cuando entraba el profesor, garantizar que hubiera tizas, mapas, libros;
tomar asistencia y que en la pizarra estuviera el listado de los ausentes. Éramos más o menos sirvientes del
docente, sin ningún tipo de voz ni voto ni nada”.

En lugar de soñar con dedicarse a otra cosa, Montaña y sus compañeros comenzaron a preguntarse: “Estamos
todo el día acá, todos los días, ¿cómo es posible que dejemos pasar la oportunidad de hacer algo?” Las
pequeñas dimensiones del Comercial, la disposición de las aulas en U, sin pasillos ni ramificaciones, hacían de
esta escuela un lugar tan sencillo de controlar que resultaba inminente que los preceptores diversificaran sus
tareas.

Con el apoyo de los directivos, los preceptores del Comercial 24 con Leandro Montaña como jefe se propusieron
la desafiante tarea de desplazar los estereotipos de vigilancia asociados con su rol: “Siempre decimos: tenemos
la opción de hacer algo y de no hacer nada, nos van a pagar lo mismo de las dos maneras. ¿Por qué lo
hacemos? Porque estamos más contentos”.

Festejar

Las actividades organizadas por el equipo de preceptores comenzaron en 2010, cuando se acercaba el
cumpleaños número 60 de la escuela: “Lo primero que hicimos fue la ‘campaña de la llave’ −recuerda Montaña−.
Decidimos hacer una placa de bronce por el aniversario del colegio y, para ello, pusimos un buzón para juntar
llaves. Cuando la caja se llenó la llevamos a la Escuela Técnica El Plumerillo, en Pompeya, que tiene fundición.
En un mes ya teníamos la placa”.

Luego se organizó la fiesta en el Club Saber: “es un club muy tradicional del barrio, allí cantó Gardel, por
ejemplo”, explica el preceptor y continúa: “Empezamos a investigar cómo era el barrio hace 60 años, la música
que se escuchaba. En esa época, uno de los artistas más famosos era Feliciano Brunelli, un acordeonista que
tocaba en fiestas. Entonces conseguimos que vinieran dos acordeonistas de La Tablada. También asistieron ex
alumnos que tocaban la guitarra y una murga de otro colegio. Armamos una celebración a la que vino la
Directora del Nivel Medio del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, supervisores, las familias, los chicos”.

En la fiesta se proyectó un corto: “Era sobre una alumna de los años ‘50 que, por quedarse dormida, aparecía
hoy en el colegio. A la chica le llamaba la atención que hubiera varones y cómo se vestían y se comportaban sus
compañeros. Ella entraba diciendo ‘perdón, llegué tarde porque el 84 no pasó’. Esa es una línea de colectivos de
aquella época, pero que ya no existe. También había

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agregados de la radio de los años ‘50”.

Un lugar en el que esté bueno estar

“Hace un tiempo, ordenando archivos del colegio, encontramos un expediente de hace 25 años que se iniciaba
con la siguiente frase: ‘en este colegio de 700 señoritas’. Ahora tenemos la mitad de alumnos de aquella época y
de ambos sexos”, relata Montaña y ensaya motivos para explicar el descenso de la matrícula: “El colegio se fue
haciendo mala fama en el barrio. Había directivos muy punitivos y la escuela se fue volviendo muy expulsiva
para muchos chicos. Así empezó el círculo de llenar matrícula con alumnos que venían fracasando de otros
colegios. El Comercial está rodeado por tres escuelas primarias, pero no tenemos chicos de esas escuelas,
porque cuando terminan 7° grado no se inscriben acá. A esta escuela vienen chicos de la zona de San Martín o
del Partido Tres de Febrero”.
Ante este panorama, la siguiente meta del equipo de preceptores fue trabajar para elevar la matrícula. Para ello
diseñaron un proyecto de actividades llamado “articulación primaria – secundaria” que ingresó al Plan de Mejora:
“Lo pensamos como un trabajo doble. Por un lado, lograr que dentro del colegio esté bueno estar. Por otro lado,
conseguir cambiar esa mala fama del colegio hacia afuera”, detalla el preceptor.

Dentro de las actividades hacia adentro organizaron “el día del idioma”: “Invitamos a embajadores de los países
de los idiomas que se enseñan en el colegio: inglés y francés. Vino la vicecónsul de Estados Unidos y la
agregada cultural de Portugal. Después vinieron padres hablantes de guaraní y dos profesores de quechua del
laboratorio de idiomas de la UBA. Hicimos una mesa en el patio y todos los alumnos se sentaron alrededor.
Nosotros queríamos que los chicos interactuaran con los invitados y se engancharon mucho”.

Continúa Montaña: “Por otro lado, hacia afuera, hicimos visitas a las primarias del barrio. Llevamos folletos y
proyectamos cortos fílmicos. Los cortos los hicimos con una filmadora digital que llegó a la escuela por un
proyecto del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires”. El preceptor comenta que el primer corto que realizaron
salió seleccionado entre los cinco que se pasaron en la muestra de la escuela Vieytes del 2010. Y luego aclara:
“Tanto en 2011 como en 2012 fuimos a la muestra de media del Vieytes como equipo de preceptores”.

El preceptor explica que para realizar los cortos trabajaron con los chicos en las horas libres: “La orden, en la
hora libre, siempre fue que el preceptor estuviera parado y el chico sentado. Por un tema de responsabilidad.
Eso fue mutando; ahora el preceptor está en el aula y se forma un semicírculo de chicos conversando o jugando
a algo”. Otra actividad que realizan en las horas libres es el cine móvil: “Usamos el proyector del colegio, unos
parlantes grandes y un disco rígido externo cargado de películas. Cuando hay hora libre llevamos el cine móvil al
aula”.

Talentos

“Nuestra intención es lograr que al pibe le guste estar en el colegio”, insiste Leandro Montaña. Para ello, el
equipo de preceptores ideó la muestra de los talentos. “Vimos que ya se replicó en otros colegios de la Ciudad
de Buenos Aires. La muestra se realiza el 20 septiembre, tratando de reemplazar las recreaciones que se hacían
por el día del estudiante, que eran adentro del aula y con el profesor. El primer año, fuimos por las aulas a
contarles la propuesta a los alumnos. Sabíamos que tal chico patinaba, el otro cantaba, entonces les dijimos si
querían participar. Así se fue armando una lista de todos los chicos que tenían ganas de mostrar lo que sabían
hacer. Hoy ya es una tradición, y dos meses antes los alumnos ya se están preparando”. Montaña repasa
mentalmente los números presentados y dice: “En la primera muestra, el plato fuerte fue una banda de rock de
uno de los alumnos de esta escuela. En la última, tres preceptoras y dos profesoras hicieron ‘Las Primas’.
Ensayaron las coreografías y se disfrazaron. Esa fue la frutilla; fue magnífico”.

Por otra parte, pensando en generar un sentimiento de comunidad, los preceptores recuperaron una práctica que
estaba dejando de usarse en la escuela secundaria: la foto grupal. “Lanzamos la idea, hablamos con los
directivos, con la gente de cooperadora y tuvimos la aceptación del 50% del alumnado. Hicimos alrededor de 200
fotos. El día que se tomaba la foto los chicos venían bien vestidos, se maquillaban. Y el momento de la entrega
fue una fiesta: todos firmándose las fotos. Se retomó algo que se había perdido”.

El libro

Leandro Montaña cuenta que la intención del equipo de preceptores es realizar una publicación: “hay muy pocas
cosas escritas sobre preceptores. Nosotros queremos hacer nuestro libro, que en una parte estén relatados
nuestros proyectos y en la otra la historia de los preceptores y de las reglamentaciones, destacando cómo fue
mutando nuestra función. Ahora tenemos este libro artesanal −dice señalando una carpeta anillada compuesta de
textos y fotos−

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y queremos que nuestro trabajo quede asentado”.

El preceptor, entusiasmado, comienza a describir el contenido del libro: “En 1816, cuando Manuel Belgrano creó
las cuatro escuelas famosas después de la Batalla de Salta decía cómo debía ser un preceptor. Claro, en aquel
momento preceptor era sinónimo de maestro de primaria. También vimos en una noticia de un diario de Entre
Ríos que a Marcos Sastre se lo llama preceptor siendo maestro de escuelas rurales. Entonces notamos cómo
nuestra actividad era puramente docente y luego se fue transformando hasta convertirse en ‘la policía’ del
colegio. Hoy somos otra cosa y tenemos que reivindicar ser otra cosa”.

“Ojala que con el libro podamos inscribir una definición nueva de preceptor, a lo mejor cambiar el nombre
−continúa Montaña−. ‘Preceptor’ tiene esa impronta de la dictadura. Las reglamentaciones durante aquella época
eran todas punitivas y disciplinarias, después, con el avance de la democracia, eso fue cambiando. En libros
como Ciencias Morales, de Martín Kohan o La otra Juvenilia, el preceptor era el que marcaba a aquellos
estudiantes que el militar se iba a llevar. Sin ir tan al extremo, nuestra actividad durante muchos años fue
básicamente controlar. Es muy difícil para los directivos, para los profesores y hasta para nosotros mismos,
desplazar esa idea. Por más que nosotros hayamos mostrado que podemos hacer muchas otras cosas viene el
profesor y nos dice: ‘necesito que saquen a Fulano porque está haciendo lío’.”

Otra concepción de preceptor

“Yo creo que somos, no digo tutores, pero tenemos que inventar un término que vaya por ahí. Nosotros decimos
que somos los tutores naturales porque, sin proponérnoslo, el chico viene a contarnos sus cosas, viene a buscar
apoyo”, plantea Montaña y agrega: “Nosotros estamos siempre ahí: recibiendo al chico, al que viene llorando,
golpeado, angustiado, con hambre”.

A Montaña se le ocurre otra definición: “Nosotros somos la yema de los dedos del Estado. De hecho, también
nos toca encontrar y hacer algo con chicos abusados. En 2012 vinieron dos o tres chicos con moretones y
nosotros fuimos los primeros en identificar estas situaciones y dar aviso”.

Otra tarea cotidiana de los preceptores es la mediación y la firma de acuerdos: “Cuando detectamos algo,
llamamos a los chicos a preceptoría. Les pedimos que conversen, que digan qué pasó, y se firma el acuerdo:
Fulano y Mengano vinieron tal día a preceptoría, pasó tal cosa, dijeron tal cosa y se comprometen a no agredirse
ni acá ni en ningún lugar del país. Hasta ahora tuvimos 100% de éxito”, cuenta Montaña y remarca que una de
las tareas principales de los preceptores es “intentar crear una atmósfera más amable para los chicos”.

Para 2013 están proyectando armar una Red de preceptores: “vamos a hacer tarjetitas, una para cada colegio de
la Ciudad de Buenos Aires, y las vamos a dejar en el palomar de cada supervisión dirigidas al jefe de
preceptores. La idea es intercambiar experiencias, ver qué hacen unos, qué hacen otros. Es probable que lo
instrumentemos como una red de correos o un foro”, relata sonriente Leandro Montaña. Su mueca es de
satisfacción. Sabe que tanto a las escuelas como a ellos mismos les hacen mejor los preceptores que, antes que
añorar dedicarse a otra cosa, encuentran gratificante su tarea.

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