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Índice
Sinopsis Capítulo 14
Capítulo 1 Capítulo 15
Capítulo 2 Capítulo 16
Capítulo 3 Capítulo 17
Capítulo 4 Capítulo 18
Capítulo 5 Capítulo 19
Capítulo 6 Capítulo 20
Capítulo 7 Capítulo 21
Capítulo 8 Capítulo 22
Capítulo 9 Capítulo 23
Capítulo 10 Epílogo
Capítulo 11 Siguiente libro
Capítulo 12 Sobre el autor
Capítulo 13 Créditos
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Sinopsis

Hunter está huyendo de un pasado que no quiere nada más que


olvidar. Se instala en su nueva vida en una nueva ciudad con una nueva
vecina sensual que sale a beber cada noche y parece tener un montón
de perverso sexo fantástico todos los días.

Fiona tiene más que unas cuantas cicatrices de su pasado,


pesadillas tan terribles que no puede estar en su propio apartamento por
las noches. Pasa sus días gimiendo como una estrella porno a sus llamadas
telefónicas y alzando paredes tan gruesas que nadie puede romperlas.

Eso es hasta que se sigue despertando por el nuevo chico ardiente


de al lado y se acerca a confrontarlo, enviándolos a ambos a territorio
inexplorado.

Cuando sus pasados vienen arremetiendo en su presente, ¿serán


capaces de curar las viejas heridas lo suficiente para dejarse entrar en la
vida del otro? ¿O hay daños que son simplemente demasiado difíciles de
superar?

Scars #1
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Uno

—O
h, sí cariño, ahí. Justo ahí. De esa forma. Mmmhmm. Sí,
cariño. Fóllame más duro —estaba gritando por el
teléfono. Gimiendo bien escandaloso, brusco, como
estrella porno. Apoyé las piernas en la cabecera, mirando mis recién
pintadas uñas de los pies. Rosa intenso. Extendí la mano, limpiando una
línea que se había corrido sobre mi piel—. Mierda. Oh, sí, maldición. Sí. Sí.
¡Sí!

Podía escuchar su masturbación violenta a través del teléfono. El


sonido húmedo y aplastante de su mano sacudiendo su pene mediocre. Él
estaba cerca. Siempre era fácil. Un pequeño jadeo pesado, una charla
obscena, luego un maullido incoherente y ya gritaba “mami” y se corría
por todo su pecho.

—Oh. Oh. Quiero sentir tu semilla caliente dentro de mí. Ahora,


cariño. ¡Ahora!

Colgué un minuto más tarde y sostuve una almohada sobre mi cara,


riendo. Intentaba no juzgar. En serio lo hacía. Todos tienen lo suyo. Los tipos
que no pueden correrse a menos que les digas los pedazos de mierdas
inútiles que son, cómo sus penes son las cosas más patéticas que hayas
visto jamás. Los tipos que necesitan que te azotes duro de modo que se
puedan imaginar que te estaban azotando porque eras una niña traviesa,
muy traviesa.

Luego había hombres como Bob. Bob con sus problemas de mami.
Bob a quien Freud hubiera amado. Bob con el complejo edípico. Bob que
secretamente quería follarse a su madre.
Intentaba no juzgar.

Pero es realmente difícil mantener una expresión seria cuando


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alguien está tirando furiosamente de su “pepino” y clama por su madre


con una voz de niño pequeño.
Esa mierda era graciosa.

Me levanté y fui a mi cocina pequeña, yendo directamente a la


máquina de café, los separadores de dedos con caras de panda
haciéndome arquear el pie torpemente mientras me movía agregando
granos y agua fresca en una taza.

No pasaba casi nada de tiempo en mi cocina, salvo para las


recargas de café cuando era demasiado temprano o demasiado tarde
para salir y conseguirlo en la cafetería más cercana. Mi horno ni siquiera
estaba conectado. Mi refrigerador no contenía casi nada, salvo leche
para mi café y restos de cajas de comida para llevar.

Aun así, había pasado mucho tiempo decorándola. Gabinetes


blancos. Paredes blancas. Encimeras de bambú. Limpia. Moderna. Tenía la
costumbre de necesitar las cosas ordenadas. La culpa es el infierno en el
que crecí.
Nunca fui una de esas chicas. Las chicas de los vestidos rosas, con
sus cabellos trenzados perfectamente, saltando la cuerda, inventándose
historias detrás de sus Barbie. No era la chica a la que leían cuentos para
dormir sobre un caracol que quería ser un triatleta. No era la chica a quien
le dijeron que podía ser de todo, cualquier cosa que quisiera ser.

Por lo tanto, después de algunas rondas de trabajos ocasionales sin


éxito… me convertí en una operadora de sexo telefónico.

—Tus padres estarían tan orgullosos —se burló mi abuela cuando le


dije. Para ser justos, solo le dije porque sabía que eso la enojaría. Sabía que
ofendería su sensibilidad. Era su vergüenza. Sin importar la basura humana
que fuera su hijo. Yo era la oveja negra. Era la desgracia.

Tomé una llamada de trabajo en su mesa esa noche, metiendo el


cuello de mi cerveza por mi garganta, ahogando mi voz, mientras daba la
mejor actuación de una mamada falsa que pude reunir. Supongo que
podría decirse que tengo un control bastante pobre sobre mis impulsos.
Pero la expresión de su rostro no había tenido precio.

Tomé mi café en mi pequeño balcón con mi camiseta manga larga


y ropa interior rosa. De todos modos, nadie me vería desde tan alto. No es
que me importara si pudieran. ¡Oh, no! ¡Hay una mujer en… ropa interior!
La gente debería controlarse. Mis piernas desnudas eran lo menos ofensivo
de mí.
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Se estaba volviendo frío. Caía el otoño con el olor a sus hojas
enmohecidas y humedad roñosa. Respiré profundamente, codiciosa por el
cambio. El calor de agosto nunca era bueno para mí. Pasando mis días
limpiando el sudor de mi frente y esperando que mi maquillaje no se
arruinara. Todo eso haciéndome sentir irritable y malhumorada.

Pero septiembre finalmente estaba liberando el verano y dejando


que el otoño tenga su reinado. Ya podía sentirme relajada. Mi cuerpo
hundiéndose en la renovación. Podía asumir de nuevo las calles de la
ciudad, caminar sin rumbo, gastar mucho dinero en ropa, zapatos y
maquillaje.

Miré hacia abajo a mis piernas, todavía pálidas. Había evitado el sol
como la peste. En parte porque era estúpido tostar tu piel en aras de la
vanidad y en parte porque el tatuaje de mi muslo aún se estaba curando.
Era un árbol negro y gris, con una enorme hacha sobresaliendo del tronco
con el proverbio “El hacha olvida, pero el árbol recuerda”. Había estado
esperando mucho tiempo para hacérmelo. Una vida en realidad. Y ahora
que estaba allí, no podía dejar de mirarlo. Probablemente era en parte por
lo que nunca quería usar pantalones.

Apoyé los antebrazos en la endeble barandilla que el mejor sentido


me decía que tenía que reemplazar antes de que cediera bajo mi peso un
día.

Por debajo, la ciudad estaba a la altura de su promesa. Gente


dando vueltas en tropel interminable. Hombres y mujeres en trajes, turistas
con sus cámaras, los vagabundos con sus latas o cajas de jabón. Nadie
importándole ni mierda nadie más. Sin jocosidad. Sin máscaras. Todos eran
simplemente unos idiotas orgullosos. Eran mi tipo de personas. Eran la razón
por la que me mudé a la ciudad en primer lugar.

Cuatro años y contando. Había recorrido un largo camino desde


aquellos primeros días con una mochila en mis brazos llena de ropa y el
poco dinero que tenía. Días de hambre fulminante, suciedad, frío y miedo.
Días de no tener techo, comida o seguridad. Días que aun así lograron ser
mejores de lo que estaba huyendo.

Un sonido a mi derecha me hizo girar. Un sonido que reconocí


porque era el sonido que hacía mi puerta corredera todos los días. Alguien
estaba abriendo la puerta del balcón del apartamento de al lado. Lo cual
era imposible. Porque había estado desocupado durante el pasado año y
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medio después que el último inquilino tuvo una sobredosis de heroína que
siempre estaba metiendo en sus venas. Tres días y el olor fue lo
suficientemente asqueroso como para enviarme al encargado y golpear
la puerta hasta que levantó su trasero alcohólico para comprobar las
cosas.

No creo que alguna vez hayan puesto un anuncio para el


apartamento desocupado.

Pero la puerta se estaba abriendo, y un hombre estaba saliendo al


pequeño espacio, a metro y medio de mí. Invadiendo mi pequeña
privacidad perfecta.

Él me miró. Y maldita sea, se suponía que no debía mirarme. Esas


eran las reglas de la ciudad. Pero él me estaba mirando.
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Dos
ra alto y ancho, los hombros como el de un apoyador de fútbol

E americano, y sólido en el medio. Con unos brazos que se


tensaban contra el material de su camiseta negra. Unos brazos
que, noté con un profundo sentido de apreciación, estaban cubiertos de
tatuajes. Tinta negra y gris. Llevaba unos jeans azules holgados, con el bulto
rectangular inconfundible de un paquete de cigarrillos en el bolsillo
delantero.

Tenía una fuerte mandíbula cuadrada que le formaba profundos


huecos bajo los pómulos. Su cabello, lo suficientemente largo como para
necesitar peinarse hacia atrás o meterlo detrás de sus orejas, era negro al
igual que las severas cejas sobre sus impactantemente ojos azules pálidos.
No había ni rastro de risa ni líneas de sonrisa. Sus labios no se veían del tipo
que encontrara la diversión fácilmente. De hecho, parecía que
probablemente pasaba todo el tiempo frunciendo el ceño. Medía un buen
metro noventa de pura intimidación.
Genial, mi nuevo vecino, el psicópata.

No es que pudiera esperar algo diferente en mi vecindario. En mi


edificio en particular. Hasta donde sabía, había un laboratorio de
metanfetamina en el piso inferior esperando estallar y llevarnos a todos con
él. Ese era el tipo de lugar en el que había establecido el campamento. A
propósito, en realidad. Podía pagar un lugar mejor. Los operadores de sexo
telefónico de hecho hacen buena plata.

—¿Solo vas a mirarme todo el día o vas a presentarte? —preguntó,


su voz un profundo sonido áspero.

Si se suponía que no debía mirarme, definitivamente no debía


hablarme. Los vecinos no llegaban a conocerse. No aparecían con un
pastel de bienvenida. Esa era la clase de cosas reconfortantes en las
ciudades pequeñas. Esta era una ciudad grande y mala.
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Y estoy jodidamente segura que no era la chica de al lado.


—Ninguna de las dos —dije, volviendo mi atención a la calle de
abajo. Los taxis amarillos acelerando y golpeando sus frenos. Las luces
cambiando y las enormes hordas de personas cruzando las intersecciones
al mismo tiempo.

—Sabes, si vas a seguir vistiéndome para mí —dijo y luché contra el


impulso de fulminarlo con la mirada—. Prefiero los tangas.

Luego escuché el doble silbido de la puerta abriéndose y


cerrándose.
Ese maldito.

Tomé un sorbo de café, completamente consciente de que él


probablemente estaba mirando furtivamente mi culo medio desnudo a
través de su puerta de vidrio, y no importándome particularmente.
Adelante, míralo. Tengo que pasar horas interminables corriendo en la
antigua cinta de correr en la sala de ejercicios improvisada del que se
jactaba el complejo para hacer que mi mierda se balancee justo en la
cantidad correcta. Por nada más que mi propia vanidad.

Así que, tenía un vecino nuevo. No importaba demasiado. Me


encargaba de ocuparme de mis propios jodidos asuntos. Agachaba la
cabeza si alguien entraba al pasillo al mismo tiempo que yo. No podría
señalar a nadie ni en una fila de identificación. Pero sabía cosas.

Así como que la pareja en el pasillo consistía en una esposa


dominante y un marido débil. El regañón de que era capaz la mujer era
impresionante. El hombre del otro lado de mi apartamento era un ermitaño
y tenía unos buenos ciento sesenta kilos. Hacía que le entregasen víveres a
la casa y hacía comidas para publicar en su pretencioso blog de comida
gourmet. La gente de abajo tenía tres adolescentes que tenían
interminables peleas fuertes todos los días.

Al final, no importaba que él fuera nuevo. Descubriría su problema lo


suficientemente pronto. Su hábito de drogas. Su tráfico de drogas que traía
consigo toda clase de tipos insalvables de los que tenía que estar
pendiente. Las mascotas. El psicótico golpeteo en las paredes. Cualquiera
que fuera su asunto, lo averiguaría tarde o temprano.

Regresé a mi apartamento. Mi sala de estar era de un color gris


pálido con tonos blancos. Sofá blanco. Mesita de centro blanca. Gabinete
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para el televisor blanco. El brillo se sentía limpio y seguro. Casi como un


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hospital en su escasez. No tenía uso para baratijas. Conseguía mis


novedades y arreglos de moda en línea. Y mantenía mi ropa abarrotada
en el lujoso y amplio armario que había sacrificado de unos cuantos metros
en mi ya pequeña habitación. No necesitaba mucho espacio para dormir.
Pero necesitaba espacio para colgar los vestidos sin fin, los jeans, las
camisas y los zapatos. Oh, los zapatos. Mi habitación en sí estaba pintada
con gruesas rayas horizontales grises y blancas, de diez centímetros de
grosor cada una. Me gustaba la línea de unión desde la sala de estar y el
pasillo.

Sin embargo, el interior de mi armario estaba pintado de un brillante


color amarillo crayón. Los zapatos estaban guardados en sus cajas en el
piso, dentro de cuatro cajones altos debajo del enorme sistema de clóset
que había comprado en línea. Los colores brillantes se extendían desde los
cajones y hacia abajo de los bastidores de alambre.

Me estiré, agarrando una camiseta sin hombro roja, unos jeans


negros de cintura alta, y un par de tacones de charol que coincidían con
la camisa. La noche llegaría pronto y necesitaba prepararme.

Los días estaban bien. Pasaba los días tomando llamadas, limpiando,
mirando en línea, viendo televisión. Me mantenía ocupada en los días. Era
más difíciles atravesar solas las noches en un pequeño apartamento con
los recuerdos haciendo que las paredes se cierren más y más. Recuerdos
que podían llenar una habitación y ahogarme en ellos.

Casi nunca me quedaba en casa. Nunca estaba “sin humor” para


salir. Sin importar si era un lunes por la noche. Sin importar que siempre
estuviera sola. No importaba. Tenía que salir y en una ciudad que nunca
duerme, siempre había algo que hacer.

Puse mi ropa en el tocador del baño, que en realidad no era un


tocador. Hice desmontar el típico armario cuadrado y lo reemplacé con
una larga mesa ovalada adornada con bordes festoneados que había
pintado con esmero en blanco y luego angustiada, volví a pintarla con un
tono azul pálido, y luego angustiada de nuevo volví a pintarla hasta que el
blanco se asomaba a través del azul. Hice que un hombre cortara el
agujero del lavabo y lo pusiera en su lugar frente a un enorme espejo del
piso al techo. Puse un pequeño taburete tapizado frente a él y lo usé como
un tocador para maquillarme, guardando todo en una caja blanca que se
abría en una docena de pequeños compartimentos. Las paredes eran del
mismo tono azul pálido que la mesa.
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Me enorgullezco de mi apartamento. Gasté mucho dinero


poniéndolo como quería. Incluso aunque nadie lo viera excepto yo.
Literalmente. Nadie más había puesto un pie en él en los dos años desde
que me mudé. Pero había algo en tomar algo tan feo como un maltrecho
apartamento en Nueva York y convirtiéndolo en tu propio santuario
personal que me provocaba un cosquilleo.

Agarré una toalla blanca y esponjosa, extendiendo la mano para


abrir el grifo en la ducha, luego me puse de pie frente al espejo y
comencé a quitarme la camisa, luego las bragas. Tenía cierto tipo de
atractivo. Con un metro setenta de muslos gruesos y una cintura pequeña.
Mis tetas eran la envidia de las chicas con las que iba a la escuela, altas y
redondas, lo suficientemente amplias como para llenar una blusa sin
hacerme quedar como un personaje de dibujos animados. Tenía el cabello
largo y rubio, cayendo en una masa de ondas hacia mi pecho, justo
rozando mis pezones. Mi cara era redonda y suave, con una pequeña
boca rosada y grandes ojos verdes. Mi mejor característica era mi piel.
Pura y lechosa. Impecable de forma natural.
Eso era, si podías mirar más allá de las cicatrices.

Mi mano descendió, tocando las cicatrices que envolvían mis


pechos por debajo. Bandas gruesas. Muy rosadas y suaves aún después de
todos los años. Las cicatrices son tan extrañamente suaves al tacto. Extendí
la mano hacia el lado exterior de mi muslo, aquel que no tenía el tatuaje, y
acaricié esas cicatrices. Esas cicatrices eran diferentes.

Algunas docenas de pequeñas líneas rectas en varias etapas de


curación. Violentos recordatorios rojos de por qué necesitaba salir por las
noches.

Había otras cicatrices. Las peores cicatrices. Viejas y casi del tono de
mi piel. Casi. Demasiado horrible para permitirme pensar en ellas. Aquellas
que evitaba mirar. O permitir que alguien más las vea.

Suspiré y me metí en la ducha, dejando que el agua caliente borrase


la creciente sensación de inquietud que estaba sintiendo. Me tomaría una
hora prepararme, secarme el cabello con una toalla, aplicar rímel y
delineador de ojos, vestirme. Para entonces debería ser lo suficientemente
tarde para salir a la calle. Conseguir algo para la cena. Tomar un poco de
café. Tal vez encontrar una banda tocando o una exhibición de arte o un
recital de poesía. Algo para distraerme por unas horas antes de que tuviera
que cambiar de táctica y entrar a un bar.
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Luego, daría la caminata de la vergüenza a casa a las 4 a.m. aún


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medio ebria un martes por la mañana. Lista para quitarme la ropa,


limpiarme el maquillaje y acostarme alrededor de las cinco. Para entonces
dormir hasta las once. Levantarme, tomar un café y prepararme para mis
llamadas del almuerzo. Mis chicos rapiditos.

Los chicos “te quiero debajo de mi escritorio chupando mi polla


mientras tengo una reunión”. Los chicos “quiero apoyarte contra la
máquina de fax y follarte por el culo”. En otras palabras, mis hombres de
negocios, de clase alta y casados. Esos tipos pagaban mi alquiler cada
mes.

Después el día sería un sinfín de llamadas vacías. Haría video


llamadas para mis clientes ejecutivos. Los corredores de bolsa. Los jueces.
Los directores ejecutivos. Los que pagaban hasta el último centavo para
que les diga cómo quiero mamarlos o follarlos hasta dejarlos sin sentido. O
diciéndome que me toque. Y yo fingiría jugar al ding-dong con mi clítoris
hasta que ellos se corrían impecablemente en un pañuelo. Esos tipos son
los que hacían posible mi obsesión por las compras y las noches
interminables.

Me puse los zapatos que me apretaban los pies y me obligaban a


tener dolores constantes toda la noche. Lo cual era bueno. De una
manera retorcida. El dolor siempre era una buena distracción. Podía
hundirme en él. Podía salvarme de engullir los últimos tragos de la noche. El
camino a casa sería tan insoportable que bloquearía todos los fantasmas.

Estaba a medio camino de mi puerta cuando escuché la de él


abrirse. Bajé la vista a mis pies, agarrando mis llaves en mi puño mientras
pasaba rápidamente junto a él. No estaba avergonzada. Al menos, nunca
solía avergonzarme de mis salidas nocturnas. Nadie prestaba mucha
atención. Y todos necesitaban sus propios tipos de bálsamos para sus
heridas. Era un hecho que la gente en los vecindarios malos generalmente
solo se aceptaba el uno al otro. No voy a juzgarte por consumir ácido para
olvidar si no me juzgas por beber demasiado para olvidar.

Pero me sentí avergonzada a medida que pasaba arrastrando los


pies junto a él.

Cuanto antes descubriera su defecto, mejor. Él no sería el tipo al azar


de al lado con los ojos penetrantes y los tatuajes estupendos. Él sería solo
otro inquilino jodido con el que podría sentirme normal.
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Página
Tres
o soporté tres días seguidos. Cosa que fue generosa.

L Especialmente para mí. Especialmente teniendo en cuenta lo


malhumorada que me estaba poniendo. Que me estaba
costando dinero porque estaba durmiendo más allá del mediodía.

El nuevo tipo comenzó a golpear y golpear la pared alrededor de las


seis y media todas las mañanas. Y no me refiero a ese tipo de golpes. Los
golpes con los gemidos y los gruñidos. Podía dormir a través de una maldita
orgía al otro lado de la pared. No, este era el sonido de martillos sobre
clavos, madera y Dios sabía qué más. Intenté dejarlo pasar. También había
hecho más que la cantidad de mejoras necesarias desde que me mudé.
Pero tuve la decencia de hacerlo a mitad del maldito día cuando nadie
aspiraba dormir.

Intenté enterrar mi cara en mi almohada. Intenté encender el


televisor. Encendiendo la música. Intenté todo lo que estaba en mi poder
para no perder el control. Para no tener que ir allí.

Pero a la tercera mañana, estaba completamente agotada y


ninguna cantidad de café compensaría este tipo de falta de sueño.

Me arrastré de la cama con mis pantalones de pijama de seda


blanca y su camiseta sin mangas a juego, abrí la puerta de mi
apartamento y avancé enfurecida a la puerta de al lado. Estaba
golpeando violentamente la puerta, haciéndola temblar en su jamba y
una de las letras de cobre se inclinó fuera de lugar.

—Mantengan la calma —escuché desde adentro, seguido de


algunos portazos y unos pies arrastrados. La puerta se abrió sin el sonido del
deslizar de una cerradura. Lo cual en cualquier vecindario era tonto, en el
nuestro era una muerte segura. Abrió la puerta, manteniendo una mano
sobre ella y mirándome. Vi sus ojos bajar a mis pechos, los pezones
sobresaliendo descaradamente del material delgado y frío. Típico.
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Entonces sus ojos encontraron los míos—. ¿Qué?


¿Qué? ¿QUÉ? ¿Eso era con lo que iba a empezar? Bueno, iba a
decirle qué.

—Los malditos golpes —dije, pasando una mano por mi cabello


salvaje. Él se quedó allí mudo, arqueando una ceja como si fuera a
necesitar más que eso—. Son las 6:45 de la mañana. —Más del
arqueamiento de su ceja—. Estoy tratando de dormir —agregué,
esperando que eso hiciera que el idiota entendiera el punto.
Una sonrisa burlona jugó en el borde de sus labios.

—No es mi culpa que seas un vampiro —dijo, encogiendo un hombro


y cerrándome la puerta en la cara.

Sé que no debería ofenderme por la grosería. Demonios, soy grosera.


Especialmente con mis vecinos. Pero estaba cabreada. ¿Cómo se atreve?
No iba a dejarlo ir. No podía dejarlo ir. Iba a estar jodidamente exhausta
para salir esa noche y entonces todo tipo de cosas malas iban a suceder.

Sin embargo, tenía una ventaja sobre este tipo: una puerta
desbloqueada. Agarré la perilla y la abrí, entrando en su apartamento y
agarrando todos los martillos que pude encontrar en su improvisada
estación de trabajo: una pieza de madera contrachapada sobre unos
viejos caballos de sierra de metal mientras él observaba los planos frente a
sí en esa misma mesa. Giró su cabeza hacia mí a medida que le robaba
sus herramientas, su rostro impasible.

Me fui tan rápido como llegué, con tres martillos agarrados a mi


pecho mientras volvía a mi apartamento, cerrando las cuatro cerraduras,
arrojando las herramientas al fregadero de la cocina y volviendo a la
cama. Lo esperé. Una parte de mí esperando que tuviera un martillo extra
escondido en algún lugar para que así continuara golpeando, solo con
más ganas. Pero no sucedió. En cambio, me encontré con que era mucho
más fácil lidiar con el sonido de una sierra manual. De hecho, lo encontré
casi relajante y me dormí fácilmente, despertando sintiéndome algo
menos parecido a un zombi a las doce y cuarto. Lo cual no era tan malo.
Todavía podía conseguir tres buenas llamadas durante el almuerzo.

Me levanté de la cama, puse a preparar café y agarré mi teléfono


de trabajo en una caja de color rosa brillante que presumía: ¡La línea
erótica NO PARA DE SONAR!
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Me reí cuando hice el pedido especial en línea. Ebria a las cinco de


Página

la mañana de un miércoles.
Cuatro
a chica de al lado tenía mucho sexo. Quiero decir, mucho

L sexo. Sobre todo durante el día. Al mediodía y hasta alrededor


de las cinco, cuando se interrumpían los gemidos, quejidos y la
charla obscena, y podía oír cómo se duchaba y activaba el estéreo
mientras se vestía para salir. De nuevo.
Cada noche.

Intentaba no juzgar. A cada uno, lo suyo. Todos lidiamos con nuestra


mierda de diferentes maneras. Me entierro en el trabajo y medio me mato
en el gimnasio. Trabajo en mi apartamento nuevo. Ella folla sin parar y
bebe casi hasta el olvido todas las noches de la semana, llegando a las
cuatro o cinco de la mañana, sus tacones resonando en el linóleo del
pasillo.

Desde que me mudé hace tres días, no he podido dejar de pensar


en ella. Y no eran sus hábitos de bebida. O su alocado deseo sexual.
Eran sus ojos.

Desde el primer día en que abrí la puerta del balcón y la vi en el suyo


en su ropa interior bebiendo café, había estado invadiendo mis
pensamientos. Cuando ella se giró para mirarme con esa carita tan
delicada y grandes ojos verdes, ya estaba deshecho. ¿Qué hombre no era
fanático de un par de ojos verde esmeralda?

No importaba que fuera grosera y antisocial. Demonios, yo era


grosero y antisocial. Era parte del atractivo de este lugar. Nadie iba a
pedirme que recoja su correo ni riegue sus plantas. A nadie le importaba lo
que hacía con mi tiempo. Si fuera una mujer de mediana edad o un tipo
gordo, probablemente solo habría inclinado mi cabeza hacia ellos cada
vez que los sorprendiera en el balcón o en el pasillo.

Su lenta y despreocupada inspección hacia mí cuando me fijé en


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ella me había obligado a abordarla.


“Ninguna de las dos”. Esas palabras habían estado clavadas en mi
cabeza desde entonces. No solo las palabras, el tono en que las dijo.
Como si no le importara ni mierda lo que pensara de ella. Cosa que me
pareció refrescante. No era una perspectiva común en las mujeres. Al
menos no en mi experiencia.

La escuché entrar a tropezones esta mañana alrededor de las cinco,


todavía con el pequeño vestido negro, medias de red color tostado y
botas hasta los muslos. Pude oír las botas golpeando el piso tan pronto
como cruzó su puerta. Luego algunos pasos arrastrados y silencio. Era mi
nuevo despertador.

Tal vez una parte de mí se sentía un poco culpable por martillar


temprano en la mañana. Pero durante los primeros días, no hubo quejas.
Ningún golpe en la pared. Ni insultos mandándome al carajo.
Nada. Así que pensé que ella tenía el sueño profundo.
Cuando me acerqué para ver quién estaba golpeando como un
lunático en mi puerta, ella había sido la última persona que estaba
esperando. Y se veía tan loca como un maldito avispón con su pijama de
seda blanca. Por su cabello parecía haber pasado la última hora y media
dando vueltas alrededor de su cama en lugar de dormir. Sus ojos lucían
pequeños y rojos. Casi era doloroso de ver.

Una parte de mí tal vez se sintió un poco mal. Tal vez. La otra parte
estaba demasiado enfrascada en lo que estaba trabajando para que me
importe ni mierda. No era mi problema que fuera una fiestera
empedernida.

Pero, maldita sea cuando abrió la puerta y entró furiosa, tomando


todos mis martillos como una demente… necesité todo lo que tenía para
no inclinarla sobre mi mesa de trabajo improvisada y hacerla gritar todas
esas cosas obscenas que gritaba a otros chicos durante el día. Una buena
y sólida follada era justo lo que necesitaba. Pero ella se había ido antes de
que incluso pudiera en realidad sopesar la idea, cerrando con un portazo
para mayor énfasis. Pude haber sido rencoroso y buscar en mi caja de
herramientas y usar uno de mis otros martillos. Pude haber hecho eso.

Pero eso me robaría la diversión de ir allí en algún momento en el


futuro cercano y recuperar mis cosas.
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En general, había sido bueno mudarme incluso si el vecindario, el
edificio y el apartamento estuvieran a varios eslabones por debajo de lo
que estaba acostumbrado. Era una ciudad bastante cara.

Cualquiera esperaría una rebaja. Pero había mucho trabajo y


siempre me gustó un buen proyecto de mejoras para el hogar. En el último
lugar donde viví, había pasado años reformándolo como quería. Siempre
me gustó la idea de arreglar las cosas con mis manos.
Cuando recuperara mis martillos.

Su sincronización en realidad no estaba mal. De todos modos


necesitaba ducharme y ponerme a trabajar.

Agarré mi billetera y mis dos maletas negras de metal con mis pistolas
firmemente aseguradas dentro y salí por la puerta. Me perdería el
programa porno de hoy en el apartamento de al lado. Lo cual era
decepcionante. Esa mujer tenía una charla sucia bastante inventiva.
A veces era francamente divertido.
Una vez había relinchado como un caballo en medio de todo.
Tuve que entrar a mi baño para reírme en privado.
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Cinco
Me arrojé en la silla de mi pequeña mesa de comedor, descansando
mi cara entre mis manos. Odiaba a los clientes nuevos. Era bueno porque
nunca se sabía quién iba a ser un regular y, por lo tanto, un ingreso estable,
pero una vez dicho esto, aprender las perversiones de un hombre nuevo
siempre era una hazaña. ¿Era su novia? ¿Era su callejera? ¿Era una manía?
¿Debía ser azotada y ser poseída? ¿Debía ser la que azote y posea?
¿Quería que fuera obscena o dulce?

—Sí —murmuré, escuchando sus gruñidos frustrados—. Sí, cariño.


Justo ahí. Así mismo. —Podía escuchar su aliento entrecortado y tuve la
horrible comprensión que en realidad estaba llorando—. ¿Estás bien?
Escuché unos sorbidos en el otro extremo.
—Maldita sea, la extraño muchísimo —lloró.
Entonces, hoy aparentemente… soy la terapeuta.

Es sorprendente cuántos hombres llamaban por una azotada rápida


y terminaban sincerándose. Necesitaban contarme sobre cómo sus
esposas nunca les permitían seguir follándoselas. Cómo perdieron su deseo
sexual después de los niños. O cómo se sienten como monstruos porque se
excitan sexualmente con personajes de dibujos animados. Algunos de mis
clientes más habituales llamaban y tenían una sesión de pajas rápidas y
luego querían hablar conmigo durante media hora sobre lo horrible que
fue su última cita.

A setenta y cinco centavos por minuto, ganaba fácilmente dos mil


por semana. Especialmente, considerando que era independiente y no
tenía intermediarios, la mayor parte de ese dinero estaba yendo
directamente a mi bolsillo. Y solo trabajaba a tiempo parcial.

—¿Puedes enviarme una de tus bragas? —preguntó un chico nuevo


después de haber terminado de llorar.
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—¿Disculpa? —pregunté, sentándome más erguida.


—Unas bragas. ¿Me puedes enviar unas de tus bragas? Así…
después de usarlas. —No es de extrañar que su novia lo hubiera dejado.
Probablemente lo atrapó hurgando en su ropa sucia y oliendo sus bragas.
Oh, los huele bragas—. Te pagaré por ellas.
—Por supuesto que lo harás.

—¿Cuánto costará? ¿Cómo hacemos esto? —preguntó, sonando


emocionado.

—Cincuenta dólares por par —le dije, pensando en la cifra


fácilmente. Sabía que era una cosa. Cuando tu trabajo es retorcido, tienes
que mantenerte informada de las tendencias y las tasas. Por lo general,
puedes hacer unos buenos setenta y cinco o cien dólares por un par de
bragas usadas.

Por encima de todo, tenía buen sentido comercial. Incluso si mi


negocio no era tradicional. Sabía lo que estaba haciendo. Y siempre
estaba lista para sacar provecho a las ideas nuevas. Las fotos de mis pies
costaban cinco dólares cada una. Especialmente cuando hacía cosas
diferentes con ellos. Los empapaba, los ponía lindos o remojados, los
sumergía en miel o jarabe de chocolate. A los chicos fetichistas de pies les
encantaba eso.

Así que estaba más que un poco feliz con la idea de una nueva
empresa comercial. Podía conseguir bragas a bajo precio. Usarlas por un
día… tal vez dos. Y luego enviarlas. Cincuenta dólares más envío.

—Más envío —agregué—. Y lo manejaríamos como manejamos estas


llamadas. Ingresa a mi cuenta, pero en lugar de facturar por tiempo,
puedes simplemente transferir el dinero cada vez que quieras un par.
—De acuerdo. Y voy a… agregar una nota con una dirección.

—Genial, Tony —dije, ya pensando en las compras que tendría que


hacer. La actualización que tendría que hacer a mis perfiles. E informar a
todos mis clientes—. Sí. Ujum. Lo sé. Fue realmente bueno. ¿Hablamos
mañana? ¿Qué tal a… la una de la tarde? Estupendo. Sí. Mmhmm. Adiós.

Comprobé la hora, sabiendo que probablemente tendría al menos


una llamada más antes de que los hombres regresaran a casa con sus
familias. Fui a mi armario, eligiendo un atuendo. Agarré un vestido de
20

lunares, medias negras, una chaqueta de piel sintética negra y unos


tacones negros y gruesos.
Página
—¿Hola? —dije por teléfono, deslizando mis pantalones por mis
piernas—. Hola… Danny —añadí, poniendo los ojos en blanco—. No
mucho. Solo quitándome la ropa para poder tomar una ducha.
Mmmhmm, Danny. Soy una chica muy, muy sucia.
Metí la mano en la ducha y abrí el grifo.

—Oh, sí. Me estoy mojando toda por ti. ¿Te gusta eso? —Pasé por
debajo de la corriente de agua, manteniendo mi parte superior del cuerpo
lejos del agua—. Sí, mi chichi está tan mojada por ti. —Literalmente, me
hacía llamar a mi vagina “chichi”. ¿Qué clase de daño les hicieron los
padres a este tipo? No era de extrañar que tuviera que llamar y hablar
conmigo—. ¿Quieres tocarla y ver? Sí, me quedaré quieta mientras la
inspeccionas. Sí.
—Eso se siente bien, ¿verdad, dulzura? —preguntó, sonando ronco.

A Danny le gustaba que actuara virginal. Oh, el fetiche virgen.


Siempre yendo fuerte. Todo hombre quiere ser el primero, el único. Tal vez
porque piensan que si la chica no tiene ninguna referencia para
comparar, entonces no sabrían que ellos eran completamente
insatisfactorios. Él quería que los dos tuviéramos quince años y que nos
tocáramos por primera vez. Me quería insegura. Excitada, pero temerosa.
Era un equilibrio cuidadoso de alcanzar.
Hago un sonido de lloriqueo.

—Está bien, eso se siente bien —murmura—. Me gusta cómo te


sientes. Quiero sentirte por dentro —dice y sé que está cerrando los ojos.
Entrando en el juego—. Voy a poner mi dedo dentro de tu chichi —dice.
Pauso un segundo, y luego otro gemido.

—Ouch —le digo, descartando el conocimiento de que un dedo


probablemente no duele cuando tienes quince años y que has estado
metiendo tampones allí todos los meses durante los últimos tres años.
Entonces—: Ohhh —sonando sin aire, sorprendida, eufórica ante la nueva
sensación. Las operadoras de sexo telefónico deben saber cómo montar
un espectáculo.

—Estás lista para mí —dice y niego con la cabeza. Oh sí, un dedo


dentro por dos segundos y ella está lista para tu polla. Así es como
funciona, definitivamente—. Voy a poner mi vara dentro de ti. Y va a doler.
21

Solo un poco, lo prometo. —Pero él no quiere que parezca que solo duele
Página
un poco. Él quiere que grite como si hubiera metido su puño allí. Así que lo
hago, el sonido resuena en las paredes de la ducha.
—¡Ow, ow, ow, ow! ¿Danny? —grito, sonando confundida.

—Estás bien. Lo peor ya pasó. —Ja. Ni de broma. Chicos estúpidos—.


Oh, estás tan caliente y apretada. ¿Sientes cómo tu chichi me agarra tan
fuerte?

Entonces todo lo que hace es gruñir a medida que se pone


realmente en marcha, imaginando que su puño es mi coñito apretado y
está penetrando violentamente en él. Al principio suelto jadeos, medio
dolidos, mitad en sorpresa, luego se convierten rápidamente en gemidos.
Gruñidos. Suplicas. Un “¡Oh!” agudo y dramático, y he terminado. Y sus
manos están todas pegajosas.

—Oh, nena —dice, volviendo a su voz normal de adulto—. Te vuelves


mejor y mejor.

—Bueno, gracias, cariño —lo arrullo. Siempre dulce y servicial—. Ya


sabes —continuó, girándome para que el agua corra por mi espalda fría—,
si quieres las bragas de hoy, puedo arreglarlo.
Una pausa. Lo atraigo. Anzuelo, línea, y pesca.
—Son unas lindas bragas blancas, ¿no?
Claro que lo son.
—Por supuesto.
—Genial… ¿cómo las consigo?
Una hora más tarde, y pronto a ser cien dólares más rica, salí por la
puerta y me dirigí a la ciudad. Bragas baratas. Necesitaba un montón de
bragas baratas. Todas de diferentes estilos y colores. Bikinis blancos, tal vez
con un pequeño lazo para mis amantes virginales. Tangas rojas, moradas y
rosas para los tipos algo normales. De encajes. De seda.

Si cronometraba bien las cosas, podía tener más de uno listo todos
los días. Podía usar un par para entrenar. Podía usar otro para estar en la
ciudad por las noches. Tal vez incluso un tercer par para dormir. Quién
sabe. No estaba exactamente segura de cuán fuerte era el olor que
estábamos buscando en esto. Pero si sudaba lo suficiente y tal vez me
22

excitaba un poco aquí y allá… tal vez funcionaría. ¿Quién dejaría pasar la
Página

oportunidad de usar su vibrador con más frecuencia y llamarlo negocio?


Regresé a mi apartamento alrededor de las siete y media, con una
gran bolsa de bragas en la mano. Unos buenos treinta pares. Sería
suficiente para comenzar. Ver cómo iban las cosas. Si valía la pena a largo
plazo.

Cada paso en la caminata, en el ascensor, al otro lado del pasillo


me llenaba de más y más temor. Nunca paraba en casa. Ni siquiera para
cambiar los zapatos cuando mis pies estaban sangrando. No cuando
estaba oscuro. Oscuro en mi apartamento. Oscuro en mi cabeza.

Pero no podía salir exactamente a un bar con una bolsa llena de


innombrables.

Destrabé mis cerraduras, encendiendo la luz, ignorando la sensación


de estrangulamiento en mi garganta. Estaba bien. Yo estaba bien. Solo
tenía que dejar la bolsa en mi habitación y salir de nuevo. Acababa de
cerrar mi armario cuando alguien golpeó mi puerta. Fuerte, insistente, un
golpe que casi la saca de las bisagras.

Mi corazón voló a mi garganta. Esa era una expresión tan cursi y


usada, y hasta odié pensarlo. Pero eso fue exactamente lo que sentí. Sentí
como si se hubiera librado de mi caja torácica y se hubiera disparado
hacia mi esófago. Así era cómo se sentía el miedo. La clase de terror que
venía de las puertas siendo golpeadas con monstruos al otro lado. La clase
de terror que surgía de la experiencia.

Retrocedí hacia mi habitación, mis piernas chocando con el borde


de mi cama y haciéndome volar en ella. Estaba atrapada. No había otra
forma de salir del apartamento. Y eso era estúpido. Eso era algo que
nunca antes había considerado. La necesidad de una salida de incendios.
Estúpida, estúpida de mí.

—Abre, Dieciséis —llamó una voz vagamente familiar. No era la voz a


la que le tenía miedo. No era aquella que me traía recuerdos. Era la voz de
mi molesto vecino ruidoso. ¿Qué demonios podía querer?

—Vete a la mierda —llamé, caminando hacia la sala de estar,


observando la puerta como si pudiera romperse en cualquier momento. Él
era lo suficientemente grande como para hacer que eso suceda.

—Abre o la sacaré de las bisagras —dijo y sabía que lo decía en


serio.
23

—¿Con qué herramientas? —grité de vuelta, pensando en los


Página

martillos que todavía estaban en mi fregadero.


—Oh, dulzura, es increíble lo que se puede hacer con un
destornillador si sabes lo que estás haciendo.
Oh, demonios.

—Bien —refunfuñé, deslizando las cerraduras, pero dejando la


cadena puesta y abriendo la puerta lo suficiente para verlo a través—.
¿Qué quieres, Catorce?

—Bueno, aquí está la cosa —comenzó, sus ojos azules claros


mirándome a través de la brecha de unos siete centímetros—, una zorra
demente irrumpió en mi apartamento y robó todos mis martillos.

Frustrada, agarré la cadena y la saqué. Principalmente porque


quería verlo realmente cuando lo pusiera en su lugar.

—No se trata de irrumpir si la puerta ni siquiera está cerrada —dije,


abriendo completamente la puerta.
—¿Crees que la ley lo vería de esa manera? —preguntó.
—Creo que la ley vería tu escandaloso ruido martillando a las seis de
la mañana como una completa violación a las ordenanzas de ruido —
respondí.

—Bien dicho —dijo, asintiendo y pensé que iba a retroceder. Pero


luego su brazo salió disparado y se estrelló contra la puerta, empujándola y
apartándome de su camino y entrando en mi vestíbulo.

—Fuera —gruñí prácticamente. Fuera. Él tenía que estar fuera.


Nunca dejaba entrar a nadie en mi espacio personal. A nadie. Y sin
embargo, allí estaba él, una gran mole de hombre que hacía que el
espacio se sintiera abarrotado y claustrofóbico. Lo necesitaba fuera. Fuera.
Fuera. Fuera. ¿Quién creía que era para irrumpir en mi espacio personal?
Una pequeña voz en el fondo de mi mente me susurró que tal vez
entonces no debí haber irrumpido en su apartamento en primer lugar. Pero
le dije a esa perra entrometida que se jodiera.

—Quiero mis cosas —dijo, mirando mi mano a medida que se dirigía


a mi cuello y se quedaba allí.
Incapaz en realidad de tomar aire correctamente.

—Bien —dije—. Están en el fregadero de la cocina. Solo tómalas y


24

vete.
Página
Él asintió hacia mí, avanzando a la cocina y escuché el chirrido
mientras sacaba los martillos del fregadero.

—Hiciste un montón de trabajo aquí —dijo, sonando impresionado—.


Te quedó muy bien —añadió, volviendo hasta mí. Pero no giró y se fue por
la puerta. Él caminó a mi lado, chocando mi hombro y moviéndose hacia
mi sala de estar—. Es muy… limpio.

—Gracias —dije entre dientes. Tenía que irse. Mi pecho se sentía


apretado.

Entonces se dirigió por mi pasillo, alcanzando el baño y encendiendo


la luz.
—Guau, esto está bien hecho. Me gusta la mesa. Eso es diferente.

A este punto, simplemente dejé de respirar. Literalmente. Nada


entraba o salía. Caminó hacia el pasillo otra vez, yo siguiéndolo
tontamente. Buscó la manija de la puerta de mi habitación y no pude
soportarlo más.

—¡No! —grité, empujándome entre él y la puerta, mirándolo, sin


importar si veía el pánico en mis ojos.

Solo necesitaba que se fuera. En ese mismo momento. No podía,


definitivamente no podía entrar a mi habitación.

—No —dije de nuevo, más necesitada, más patética. Odiándome


por eso—. Por favor.

Me miró por un largo minuto, sus ojos azules estudiando los míos. Al
final, retrocedió un paso, asintiendo.
—Está bien —dijo, girándose y caminando hacia la puerta—. Nos
vemos…

Agghh. ¿Una presentación? ¿De verdad? ¿No éramos lo


suficientemente íntimos para ser vecinos?

—Fiona —dije rindiéndome. Cuanto antes se fuera, más pronto


podría hacerme un ovillo. Era demasiado tarde para salir. Estaba
demasiado exaltada para que el alcohol se llevara los sentimientos.
Él asintió.
25

—Hunter —dijo. Abrió la puerta y salió al pasillo—. Nos vemos, Fee —


Página

añadió, cerrando la puerta.


Fui detrás de él y pasé todos los cerrojos, caminé hacia el baño y me
quité la ropa. Sentía una extraña anticipación en mi vientre, como al girar
muy rápido, como pasa cuando estás en un rápido paseo en carrusel. Así
era como siempre me sentía antes. Extendí la mano por debajo de la mesa
de mi tocador, buscando la sensación suave bajo mis dedos tanteando. Al
encontrarlo, mis uñas se clavaron en las esquinas y arrancaron la cinta, la
hoja de afeitar cayendo en mi mano.

Me senté en el suelo de baldosas frías en mi ropa interior, llevando mi


muslo sobre mi pierna tatuada, respirando profundamente y mirando mis
rasguños a medio curar. Esto ayudaría. Esto siempre ayudaba. Sangrar y
luego limpiar toda la evidencia por el desagüe.
26
Página
Seis

as bragas se vendieron bien. Una semana después y estaba

L volviendo a comprar. Resultó que dos veces al día con un


poco de ejercicio o acción con un vibrador era suficiente. Las
sellé en bolsas de plástico con una gran pegatina redonda en la parte
frontal con un beso marcado en lápiz labial. Diferentes tonos para
diferentes chicos.

No podía estar más feliz con un extra de setecientos dólares en mi


bolsillo cada semana. Literalmente no podría gastar ese tipo de dinero, sin
importar cuán lujosamente me mimara. Sin importar cuánto dinero gastara
en alcohol. Estaría ahorrando una buena cantidad para los días
complicados. Tal vez para algún otro camino profesional algún día. Tal vez
podía abrir mi propia tienda de juguetes sexuales o algo así. Algo que
fuera todo mío.

Me puse una tanga neón verde brillante, una petición especial, y me


vestí para mi noche. Era sábado. Necesitaba vestirme para impresionar si
quería entrar en cualquier lugar decente. Incluso conocer a todos los
porteros no iba a ayudar si aparecía luciendo como una mierda.

Agarré una minifalda con estampado de galaxias y una camiseta sin


mangas azul con una gran cremallera de metal en el centro. ¡Podías
literalmente alargar la mano, desatarme y saludar a las damas! Me puse un
par de brillantes tacones color rosa que combinaban con un puñado de
estrellas en la falda, até mi cabello hacia atrás y me dirigí hacia la puerta.
Me congelaría, pero nadie quería llevar una chaqueta a un club.

—Podrías venir a casa conmigo, nena —dijo un tipo, su aliento


caliente en mi oreja. Se había ofrecido a comprarme una ronda tres horas
antes. Lo rechacé. Siempre me negaba. Pagaba por mi cuenta. La
27

mayoría de los hombres esperan más que un cortés “gracias” cuando


Página

termina saliendo de su bolsillo.


—No —le dije, sintiendo que la habitación comenzaba a girar
suavemente. Este era el punto cumbre en la noche, la ligereza, los giros. El
comienzo de la noche iba de luchar contra los demonios y tratar de llegar
a la ebriedad perfecta. Pasaba toda la noche intentando conservar esa
clase de altura sin estrellarme o exagerar y terminar vomitando unos
cientos de dólares en el inodoro.

Era buena en eso. Y todo lo que quería hacer era bailar, perderme
en la música, perderme en la energía caldeada generalizada. Perderme
en el sexo palpitante en una habitación llena de personas que intentaba
echar un polvo. Porque eso era lo más cercano al sexo que tenía.
Este tipo iba a matar mi humor.

—Sabes que quieres. Has estado coqueteando conmigo toda la


noche.

No estaba equivocado. Coqueteo. Tiento. Me envuelvo en la nada


de mi compañía. Como no significa nada para mí, no podía significar
mucho para ellos. Tal es mi lógica alcohólica. La sobria yo sabe que no
debe molestar a un oso dormido. Y eso era exactamente lo que era un tipo
cachondo en un club.

—Lo siento —dije, alejándome de la mano que estaba tratando de


acariciar mi cuello—. No estoy interesada. —Caminé rápidamente hacia la
pista de baile, perdiéndome entre la multitud. Él podía encontrar a alguien
más. Aún más ebria. Más relajada. Más dispuesta a hacer un tipo diferente
de caminata de la vergüenza a casa que yo.

Empujé hacia el centro de la multitud, girando en círculos lentos, mis


caderas moviéndose sugestivamente alrededor, mis brazos en el aire.
Perdida. Dios, qué bueno era perderse. Dejé la pista para el relleno
ocasional, solo para volver en seguida. Hasta que sentí que el sudor
goteaba por mi cuello. Hasta que mis pies comienzan a doler más allá de
los efectos entumecedores del alcohol. Hasta que el lugar comenzó a
despejarse. Sugiriendo las tres de la mañana. Es entonces cuando la gente
más decente decidía volver a casa sola o con otra persona. Decidía que
habían tenido suficiente libertinaje y castigo hepático por una noche.

Regresé a la barra, asintiendo al barman que me sirvió dos tragos y


luego me entregó la cuenta que pagué, pero me senté y esperé con mis
tragos hasta que los necesité. Hasta que la niebla comenzó a despejarse.
28

Luego me tomé otro de golpe. El DJ comenzó a empacar sus cosas y la


Página

radio se encendió, el rock clásico reemplazando la basura de la casa que


hacía palpitar el cerebro. Vi como el barman limpiaba algunos vasos y
tapaba las botellas. Escuché a las últimas almas irse y uno de los porteros
entró y se sentó junto a unos dos dedos de whisky esperándole.

Era un hombre enorme. Un metro noventa de músculo y grasa que


podían atravesar una multitud como un ariete humano. Tenía la piel
marrón oscuro y un enorme pendiente de diamantes en uno de sus lóbulos,
pero los ojos más amables que jamás hubiera visto.
—Chica Alcohólica —dijo, asintiendo hacia mí.
—¿Qué más, Guy?

—Vas a necesitar un trasplante a este ritmo. Cambia al porro o las


pastillas, niña.

—Usé porros hace unos años —admití. Oh, el adorable olvido.


Desafortunadamente, el alcohol funcionaba mejor—. Y no soy una chica
de pastillas.

Él asintió, sosteniendo su whisky, así que choqué mi trago con su vaso


suavemente y engullí la ginebra, disfrutando del rápido ardor.

—¿Necesitas que te lleve a casa? Es tarde —agregó


innecesariamente.

—¿Ya está empezando a aclarar? —pregunté, sintiendo que la


noche había ido demasiado rápido como para que ya fuera de día.

—Otros quince más y verás el sol aparecer sobre los edificios —dijo,
sabiendo el trato. Venía a este bar dos veces por semana, todas las
semanas. Habíamos tenido esta conversación al menos cincuenta veces
antes.

—Está bien —dije, sintiéndome más cansada de lo que solía hacerlo.


Salté de mi taburete—. Entonces, creo que ya me voy —comenté,
pasando junto a él y colocando una mano sobre su hombro. Una rara
muestra de contacto físico para mí. Pero él siempre era bueno conmigo—.
Gracias por la oferta, Guy, pero me encargo esta noche. Vivo a solo una
cuadra.

—Ten cuidado —dijo, asintiendo—. Nada más que personas


desagradables salen tan tarde.
29

—Ni la mitad de desagradables que yo —le prometí, dirigiéndome a


Página

la puerta.
Avancé en la noche, lanzando mi cabeza hacia atrás para mirar el
cielo todavía oscuro, disfrutando del aire fresco en mi piel sobrecalentada.
Respiré hondo, el aire oliendo a humo de cigarro rancio, porro y vómito.
Una combinación familiar, casi reconfortante. De una manera repugnante.
Me volví y comencé mi camino a casa, mis llaves asomando de entre mis
dedos.

Era una caminata rápida. Y siempre disfrutaba de la tranquilidad. En


la ciudad que nunca duerme, el único momento en el que puedes estar
aunque sea un poco solo en las calles es entre las cuatro y las cinco de la
mañana. Puedes ver el taxi ocasional o la persona sin hogar. Tal vez incluso
un adolescente estúpido o dos. Pero, en general, era un buen tipo de
soledad.

Eso es hasta que sientes que alguien te agarra por la espalda justo
cuando estás a punto de entrar en tu edificio. Eso es hasta que necesitas
ayuda y no la tienes.

Grité, balanceándome con mi puño cerrado, pero una mano me


agarró de la muñeca y la atrapó sobre mi cabeza, aplastándola hasta que
mis llaves cayeron con un ruido sordo en el suelo. Y luego allí estaba él. El
chico del bar. El que quería llevarme a casa. Lo había descartado como
inofensivo. Estúpida, estúpida chica. Nunca aprendería.

—¿Crees que puedes hacer que me caliente y me moleste y luego


te levantas y me dejas, estúpida zorra? —Su aliento olía a vodka y
cigarrillos, de cerca era abrumador y nauseabundo—. ¿Tienes idea de
quién demonios soy? —exigió, con la cara lo suficientemente cerca para
sentir su saliva en mis mejillas.

Mi mano libre se inclinó tan atrás como lo permitía el edificio detrás


de mi espalda, balanceando y golpeando contra sus costillas. Pero resultó
un golpe débil y solo lo hizo gruñir y agarrar ese brazo y estrellarlo contra el
ladrillo detrás de mí. Él movió sus manos, tomando mis dos muñecas en una
de las suyas. Su otra mano se deslizó por un momento hacia mi garganta.

El pánico para mí era algo extraño. Como alguien que había tenido
problemas severos de ansiedad desde que tenía ocho años, tenía su
propio patrón extraño. Sus propios factores desencadenantes. No tener mi
lugar limpio. Tener personas en mi espacio personal. La noche en general.
Cosas específicas que sabía que no podía dejar pasar.
30

Pero en este momento, con la necesidad genuina de provocar una


Página

reacción de lucha o huida, mi cuerpo se sintió extrañamente calmado.


Casi entumecido. Podía culpar a la bebida, pero en realidad, me sentía
casi sobria. Mi cuerpo simplemente no quería enviarme una oleada de
adrenalina esta vez. Estúpido cuerpo confundido.

—Me importa una mierda quién eres —le grité, lo suficientemente


fuerte como para que el perro en el apartamento detrás de mí comience
a ladrar maníacamente. Podía oler el humo fresco y me pregunté si
alguien estaba lo suficientemente cerca como para escucharme si
gritaba.

Pero luego su mano se apretó alrededor de mi garganta y no pude


gritar si lo intentaba.

—Eres tan perra. Tienes suerte de que seas tan jodidamente bonita —
dijo, inclinándose más y aplastando sus labios en los míos.

Si pensé que el olor a vodka y cigarrillos era malo, el sabor era peor.
Cerré mis labios con fuerza, manteniéndolos firmes y prácticamente
imposibles de besar, pero él pareció inmutarse mientras presionaba su
boca contra la mía lo suficiente como para lastimarla. Sus dedos se
clavaron en mi garganta, haciendo que la respiración se quedara
atascada allí y mi rostro se sintiera extraño y hormigueante.

Justo cuando pensé que podría desmayarme felizmente, su mano se


deslizó más abajo, tocando la piel desnuda sobre la parte superior de mi
camisa. Sus dedos agarraron uno de mis pechos, apretando
dolorosamente.

—¡Para! —Logré decir atravesando mi garganta dolorida, mi voz


sonando ronca.
—Cállate. Te gusta —gruñó, su mano encontró la cremallera y tiró de
ella hacia abajo.

El aire frío golpeó mi piel desnuda cuando la cremallera se deslizó


más abajo, haciendo que mis pezones se endurecieran como si estuvieran
de acuerdo con su argumento. Su mano apenas comenzó a vagar sobre
mi pecho desnudo y sentí el pánico crecer. El pánico que,
irrazonablemente, tenía más que ver con las cicatrices feas debajo de mis
pechos que con que me violaran a metro y medio de la puerta de mi
casa. Su dedo estaba a punto de vagar sobre mi pezón cuando salió
apartado violentamente de mí, lanzado a metro y medio hacia atrás,
31

cayendo en la calle.
Página
Y entonces ahí estaba mi vecino. Catorce. Hunter. A horcajadas
sobre el hombre en medio de la calle, golpeando sus puños en la cara del
tipo con una especie de crueldad salvaje que no quería ver, pero
tampoco podía apartar la mirada. La sangre estaba en todas partes…
cubriendo la cara de los hombres, en la calle, en las manos y la camisa de
Hunter. En todos lados. Era increíblemente brillante y oscura al mismo
tiempo, el sol naciente haciéndolo parecer casi cinematográfico.

Parecía que planeaba golpearle la cara hasta que lo matara. Y a


juzgar por la mirada asesina en su rostro, estaba segura que él era
completamente capaz de hacer exactamente eso. Luego, tan pronto
como comenzó, se detuvo. Hunter se sentó sobre sus talones, respirando
con dificultad a medida que observaba al tipo durante un largo minuto.
Después se levantó lentamente, se inclinó y agarró al tipo, arrastrándolo
fuera de la carretera y dejándolo en la acera.

Se volvió hacia mí, sacando su teléfono celular de su bolsillo y


sosteniéndolo en alto. Tuve un segundo de confusión antes de que una luz
brillante resplandeciera y me di cuenta que me había tomado una foto.
Supuse que en caso de que la policía viniera buscando.
—Cúbrete, Dieciséis —dijo casualmente.

Quería hacerlo. En serio quería. Miré hacia donde estaba expuesto el


centro de mi pecho. Si mirabas lo suficiente, podías ver los bordes de las
cicatrices. Quería esconderlas, pero mis brazos se mantuvieron pesados a
mis costados. Mis ojos fueron a los suyos, en blanco. Me sentía tan
extrañamente en blanco.

Él exhaló un suspiro, acercándose un poco más y llegando a los dos


extremos de la tela, colocando rápidamente la cremallera en su lugar y
tirando de ella hacia arriba.

—Vamos, Fee —dijo, extendiendo un brazo, señalando hacia la


puerta—. Fee —dijo, chasqueando los dedos un par de veces junto a mi
oreja—. Espabílate. Necesito llevarte dentro.

Lo veía a través de una ventana. Como un programa de televisión.


Como si realmente no me estuviera hablando, sus palabras sonando
lejanas y borrosas. Se inclinó, agarrando mis llaves de la acera y
sosteniéndolas en su mano mientras lentamente comenzaba a tender la
mano hacia mí.
32
Página
El hecho de que no me alejara de él como si estuviera hecho de
fuego era un testimonio de lo aturdida que estaba en ese momento.
Porque uno de sus brazos se deslizó debajo de mis rodillas y el otro
alrededor de mi espalda, levantándome del suelo y sosteniéndome contra
su pecho. Sentí las sacudidas de mi cuerpo a medida que subía las
escaleras, la sensación de caída del elevador cuando llegamos al piso,
luego, cómo luchó por sostenerme y descubrir el funcionamiento de mis
complicados cerrojos.

Me llevó a mi apartamento, depositándome en el frío suelo del baño


y girándose para lavar la sangre de sus manos en el lavabo. Lo observé
mientras restregaba, mirando hacia sus manos a medida que lo hacía, su
cara impasible.

Me sentí caliente. Eso era lo único que rompió mi pequeño y


confortable entumecimiento. Estaba tan insoportablemente caliente. Me
agaché en el suelo, me volví de costado y me acurruqué ligeramente en el
frío.

El grifo del agua se cerró y lo escuché girar y acercarse, poniéndose


de rodillas detrás de mí. No me había dado cuenta que mi falda se había
subido hasta que sus dedos pasaron delicadamente a través de los cortes
aún punzantes en mi muslo.

—Oh, Fee —dijo, sonando insoportablemente triste para alguien tan


grande y cruel.

Cerré los ojos al saber que estaba mirando mis heridas y cicatrices
autoinfligidas. No podía procesar eso en ese momento. No podía lidiar con
esa vergüenza encima de todo lo demás. Tomé algunas respiraciones
profundas, sintiendo la sensación atrayente del sueño y rindiéndome a él.
33
Página
Siete

e desperté en el piso del baño. Lo cual no era

M completamente inaudito, aunque había pasado mucho


tiempo desde que sucedió eso. Lo extraño era la falta de
claridad. En mi cerebro. Como si tuviera resaca. No tenía resacas. No
bebería como bebía si despertara con un dolor de cabeza cegador,
sintiéndome seca todas las mañanas.

Me levanté del azulejo, sentándome y mirando alrededor con mis


ojos somnolientos. Me dolía la garganta, una extraña mezcla de dolor y
ardor. Levanté mi mano, notando el moretón alrededor de mi muñeca y
sintiendo un segundo de horror antes de que el recuerdo volviera. ¿Había
estado tan ebria que me había desmayado? ¿Y había sido… asaltada de
alguna manera? Bajé la mirada hacia mi camisa y tuve la imagen
cegadoramente brillante de sus manos bajando la cremallera.

Luego todo vino de regreso, haciéndome sentir un horrible cóctel de


ira, miedo, arrepentimiento y vergüenza que me mareó. Me arrastré por el
suelo hasta el taburete acolchado que estaba frente al lavabo, me
levanté y me miré en el espejo.
No era lindo.

Mi cabello, como de costumbre, incluso sin una cama en la que


rodar, era un desastre. Siempre tenía que luchar con mi cabello en los
confines de una coleta y aun así quedaban mechones ondulados
cayendo alrededor de mi cara. Mis labios parecían hinchados con un
toque púrpura debajo del rosa. Lo suficientemente fácil como para cubrir
con un poco de lápiz labial. Mi garganta estaba roja, morada y azul. Una
bonita banda arcoíris completamente en el frente, reduciéndose a huellas
dactilares visibles en un extremo. Mis ojos estaban inyectados en sangre.
34

Abrí el grifo, lavé mis manos, fingí ignorar las bandas azules alrededor de
Página

mis muñecas, y luego me froté la cara. Me cepillé los dientes furiosamente


para intentar quitarme su sabor.
Me puse de pie, notando que estaba descalza y completamente
confundida por cómo podría haber sucedido eso. Necesitaba un reloj y un
café. ¿Cuánto tiempo había perdido en realidad?

El olor a café recién hecho me golpeó tan pronto como entré en el


pasillo e instintivamente retrocedí un pie hacia el baño antes de tomar una
respiración profunda y darme cuenta que Catorce no debe haberse ido.

Hunter. Debería empezar a pensar en él por su nombre, ya que me


salvó de una violación bastante definitiva solo unas horas antes. Y luego
me trajo de vuelta a mi apartamento cuando estaba en una especie de
aturdimiento por el estrés postraumático. Donde me había puesto en el
piso y… oh, mierda. Él había visto las cicatrices de autolesión. Estupendo.
Eso era simplemente genial. Ahora iba a obtener su maldita simpatía. No
necesitaba esa mierda. Poco sabía, mis cuchillas clavándose en mi piel
eran mucho menos traumáticas que lo que me impulsó a hacerlo en
primer lugar.

Oh, bueno. Iba a tener que enfrentarlo tarde o temprano. Sería


bueno arrancar el vendaje de golpe y seguir con mi día. Tomaré un taxi a
casa a partir de ahora cuando regrese a casa por la mañana. No es gran
cosa. Crisis futuras evitadas.

Respiré hondo y me dirigí al pasillo, sin preocuparme por mi cabello


loco y el maquillaje embarrado en mis ojos. No estaba intentando
impresionar a mi vecino. Además, necesitaba enfrentarlo para poder
echarlo y prepararme para mi día.

Estaba en mi cocina, sentado encima de mi encimera, bebiendo


café de una de mis tazas y leyendo un periódico que definitivamente no
era mío.

—Solo siéntete como en casa —gruñí, alcanzando una taza de café


y llenándola.

—Compré algunos panecillos —dijo, señalando hacia la bolsa


marrón en la encimera—. No sabía de qué tipo te gustaba, así que escogí
una variedad.
Sentí que mis cejas se fruncían. Él… ¿salió y me compró panecillos?
¿Por qué diablos iba a hacer eso?
35

—¿Por qué?
Página
—No son gratis. Quiero pago con sexo —dijo, mirándome cuando no
me reí. Sus cejas se fruncieron mucho más sobre sus ojos como si no
pudiera entender por qué estaba preguntando eso.

Alcancé la bolsa, buscando en ella. Tal vez decía algo en cuanto a


la compañía que mantenía que un acto de bondad tan pequeño como
comprar el desayuno después de un evento algo traumático, era
impactante. Y como solo mantenía mi propia compañía… decía algo
sobre mí. Acerca de lo mal que estaba. Saqué un panecillo de huevo,
todo regordete y amarillo.
—Gracias —dije, las palabras sonando torpes en mi lengua.
Él asintió.
—Hay queso crema y mantequilla en esos pequeños contenedores
—dijo, haciendo un gesto hacia los contenedores de condimentos en la
encimera. Incliné mi cabeza mientras abría el panecillo y extendía la
mantequilla sobre él. Hunter me miró todo el tiempo, su cabeza inclinada
hacia un lado observándome, sin duda, como si no tuviera sentido. Sabía
que no—. ¿Estás bien? —preguntó después de que hubiera masticado un
pequeño bocado.

Me encogí de hombros. Evasiva. No del todo dispuesta a admitir que


estaba empujando los eventos de esta mañana a la bóveda con todos los
demás. Solo más cosas para ahogar en el fondo de una botella. Solo más
cosas para pasar mi vida huyendo en lugar de enfrentarla.
—He tenido mañanas mejores —dije, dando un sorbo a mi café.

—¿Eso es todo? —preguntó, casi enojado—. Hace cuatro horas,


estuviste a unos minutos de ser violada frente a tu casa y… ¿has tenido
mañanas mejores? —Ante mi mirada vacía, saltó de la encimera, caminó
hacia mí y agarró la taza de café de mis manos y la puso en la encimera
detrás de mí. Extendió la mano, deslizándola por encima de los moretones
en mi garganta, cerniéndose sobre mi piel por un momento
delicadamente. Supuse que vería si encontraba una reacción. Cuando no
lo hizo, presionó contra las marcas doloridas—. ¿En serio? ¿Esto no significa
nada para ti?

Por favor. Sería bueno si lo peor que me hubiera pasado fuera una
mano presionándose en mi garganta. Pero supongo que para la mayoría
36

de las mujeres… eso era bastante horrible.


Página

—No me lastimarás —dije en cambio, mirando sus ojos claros.


—¿Por qué dirías eso? Anoche le rompí la cara a un tipo. Justo frente
a ti. No tienes idea de lo que soy capaz.

Levanté la mano, mirando la mía como si no estuviera unida a mí


porque no podía estar haciendo lo que estaba haciendo. Descansé mi
mano sobre la suya en mi cuello. Solo el susurro de un toque. Pero un
toque, no obstante.

—Podrías ser capaz de muchas cosas —le dije, volviendo a mirarlo a


los ojos—, pero esto no.

Lo vi tomar una respiración. Lenta, estabilizadora. Su mano se


ablandó sobre mi piel, rozando los moretones suavemente antes de caer.
Mi propia mano cayó a mi lado.
—No. Nunca eso —coincidió, dando un paso atrás. Negó con la
cabeza, como despejando un pensamiento molesto—. Entonces, ¿estás
bien?
—Estoy bien —concordé.

Exhaló un suspiro por la nariz, corto, casi como un resoplido pero sin
el ruido.

—Estás completamente jodida, Dieciséis —dijo, agarrando su


periódico y saliendo de la cocina. Oí cerrarse la puerta antes de exhalar.
Completamente jodida. Él no tenía idea.

Pero eso no significaba que al menos no pudiera… intentar ser un ser


humano decente con él. Sobre todo porque hasta ahora no había sido
nada más que bueno conmigo. No todos debían mantenerse a distancia.
Me duché, atendí mis llamadas, empaqué algunas bragas, y salí
corriendo por la puerta alrededor de las cinco. Me perdería algunas
llamadas, pero tenía que regresar a casa y luego volver a salir antes de
que oscureciera. Esta noche especialmente.

Entré en la tienda sintiéndome extrañamente cohibida. Cosa que era


estúpida. Entre la asquerosa tormenta de atrocidades en mi infancia, recibí
una educación en modales. Ya sea que alguien que me conociera lo
creyera o no. Mi abuela me había sentado y sermoneado hasta
inculcarme las reglas de decencia de la sociedad. Tan irónico como eso
fuera en ese momento.
37
Página
Recordé la lección sobre los vecinos nuevos. Siempre debes ir y
presentarte. Lleva algo horneado. Pero solo si haces algo realmente
bueno, realmente memorable. Mi abuela decía esto, sabiendo
jodidamente bien que nunca había horneado nada en toda su vida.
Había sirvientes para eso. Pero su ama de llaves preparaba el mejor postre
de melocotón de este lado de la línea Mason-Dixon.

Pero si no estabas inclinada a la cocina, diría con una mirada muy


aguda hacia mí y mi madre, entonces deberías llevar una planta. Así,
cada vez que tuvieran que regarla, pensarían en ti. Lo cual era tan ridículo
incluso para mis oídos de nueve años que tuve que morderme la lengua
para no comentárselo.

Al final, elegí la maceta más masculina que pude encontrar: una


con una calavera blanca y elegí un cactus de tres puntas para plantarla
en ella. La chica en el mostrador estaba realmente dispuesta a
trasplantarla por mí y me pareció una tontería.

¿En serio era tan difícil hacer algo bueno? ¿Estaba tan jodida que
tenía que sentirme como una niña insegura cuando me salía un poco de
mi zona de confort?

Al final, no importaba cómo me sentía. Con la planta en mano, pasé


junto a las manchas de sangre secas que aún se encontraban en la
carretera y la acera, y entré en mi edificio, luego avancé por mi piso. Me
detuve frente a la puerta catorce, respirando profundamente, antes de
estirar el brazo y llamar a la puerta.
38
Página
Ocho

a maldita pareja al otro lado del pasillo fue lo que me

L despertó, discutiendo a las cuatro de la mañana como


maníacos. Me levanté con un suspiro y salí al balcón a fumar
un cigarrillo. Y es entonces cuando la vi. Caminando por la calle, ebria otra
vez, pero capaz de mantener una línea recta.

El hombre salió de la nada, golpeándola contra la pared y fuera de


mi vista. Debí haber reaccionado entonces. Pero con su vida sexual activa,
pensé que era uno de sus chicos sorprendiéndola con un sexo al aire libre
rápido y duro. No podía juzgarlos por eso. Parecía un buen momento.

Entonces la escuché gritar. Lo suficientemente fuerte como para que


los perros en el edificio se agiten.

—Me importa una mierda quién eres. —Y ya estaba corriendo. A


través de mi apartamento, en el ascensor que era demasiado lento en ese
tipo de situación, luego en la acera.

—Cállate. Te gusta —había dicho el chico, estirándose y tanteando


sus pechos.
Perdí el puto control.

Había sido tan bueno durante tanto tiempo, manteniéndome


tranquilo, manteniéndome alejado de situaciones que podían
desencadenar la ira devastadora que podía surgir en mi interior. Que tenía
problemas para reinar una vez que comenzaba. Pero en ese momento,
todo el control desapareció a medida que corría hacia él, agarrándolo
por la nuca y llevándolo a la calle.

Le dirigí a Dieciséis la más mínima de las miradas para asegurarme


que no estuviera herida, y entonces me volví como un lunático con el tipo,
39

me senté a horcajadas sobre su cintura y estampé mis manos en su cara.


Página

Olvidé lo bien que se sentía. Dios, qué bien se sentía. Sentir tus manos
estrellarse en la carne suave. Escuchar los huesos debajo de ti
chasqueando. No había ningún subidón así en el mundo. Al menos, no
para mí. No para alguien con mi historia.

Estaba sin aliento antes de que la alarma comenzara a sonar en mi


cabeza. Ruidosa. Chocante. Me senté sobre mis talones, mirando la carne
desgarrada, las cuencas y los labios hinchados. El lío de una cara
destrozada que había creado. Y no podía decir que odiara la vista.

Lo arrastré de vuelta a la acera con la plena realización de lo que


había hecho. Cuáles podrían ser las repercusiones si me atrapaban. Saqué
mi teléfono y tomé una foto de Dieciséis: sus ojos abiertos enormes y
asustados, las marcas que ya se formaban en su cuello, los labios
magullados e hinchados, la blusa abierta. Sería prueba suficiente de que el
malnacido recibió lo que el muy imbécil había encontrado.

Deslicé mi teléfono en mi bolsillo, intentando mantener mis ojos en su


rostro. Cuando ella no quiso, o no pudo, cubrirse, dejé que mis ojos caigan
por la menor cantidad de tiempo posible mientras la abrochaba. Luego
tuve que levantarla y cargarla a su apartamento. Era extraño ver a una
mujer como ella, una mujer que parecía tan ruda e intocable ser tan
completamente vulnerable.

La llevé al baño y la dejé en el suelo, girándome para lavarme la


sangre de las manos. Como lo había hecho innumerables veces antes.
Mirándola aclarar y girar alrededor del lavabo antes de irse por el
desagüe.

La escuché moverse y me volteé, mirándola girar sobre su costado,


acurrucándose. Su falda se levantó y todo su muslo izquierdo quedó a la
vista. Me arrodillé en el suelo detrás de ella, extendiendo la mano. Sin
poder evitar tocarlas. Las docenas de marcas rojas, rosadas y blancas de
una hoja descuidada y una mano que se odia a sí misma. Sabía que tenía
problemas, pero maldita sea.

Se llevaba más de lo que la mayoría de las personas pensaban para


decidir hundir una cuchilla en tu propia piel. La sensación de
autopreservación animalística es difícil de superar. Realmente necesitabas
el ímpetu del alivio para poder hacerlo tú mismo. Dieciséis tenía algunos
demonios. Y en lugar de enfrentarlos, ella los estaba enterrando. En todo el
sexo, en el alcohol, al cortar su propia carne. Estaba pasando su vida
40

castigándose a sí misma.
Página
Se durmió rápidamente en el suelo y no quería que despertara en su
cama, confundida y asustada por cómo había llegado allí. Así que la dejé
en el piso. Le quité sus zapatos antes de entrar en mi apartamento para
cambiarme a algo menos manchado de sangre antes de regresar.

Porque además de todo lo demás, no debería despertarse sola. No


después de ese tipo de noche. Me escabullí alrededor de las ocho para
comprar algo de comida después de echar un vistazo dentro de su
refrigerador. Regresé, comí un panecillo, preparé una cafetera y leí el
periódico. Claro que ella despertaría alrededor de las diez u once.

Pero salió unos minutos más tarde, luciendo exactamente tan


horrible como pensé que lo haría. El cabello le caía de su coleta, se le
corrió el maquillaje de los ojos hacia la línea del cabello, su garganta y
muñecas lucían magulladas dolorosamente.
—He tenido mañanas mejores.
Quiero estrangularla. En serio quería. Nunca había conocido a
alguien tan increíblemente frustrante en toda mi vida. Y había encontrado
un montón de personas que eran peor que un grano en el culo. Así que fui
hacia ella, tratando de obtener una reacción. Tratando de mostrarle que
lo que le había pasado era completamente un error. Pero me miró con
esos enormes ojos verdes y me dijo que no la lastimaría. Y maldición, por
supuesto, no la lastimaría. Pero ese no era el punto.

Ella no debería haber estado bien. De todas las cosas que debería
estar: conmocionada, enojada, horrorizada, herida, triste, vulnerable,
vengativa… “bien” no era una de ellas.

Pero, tal vez incluso por más jodida que estaba, era terca. Empujarla
no me iba a llevar a ninguna parte. Excepto tal vez bloqueado detrás de
una de esas enormes paredes que tenía a su alrededor. Y preferiría la
oportunidad de poder al menos volver a hablar con ella. No sé por qué. Tal
vez era solo el misterio que había en ella. Tal vez solo quería entenderla.

O tal vez solo tenía que salir a echar un polvo. No era propio de mí
obsesionarme con la chica de al lado. Probablemente todo el sexo ruidoso
y pervertido que tenía me estaba excitando con ella.

Llamaron a mi puerta en algún momento después de las seis de la


noche, un golpe ligero y vacilante. Así que sabía que no era la maldita
41

mujer de al lado. Nadie de mi pasado sabía dónde estaba, así que agarré
Página

un martillo de la mesa y fui a la puerta.


Entonces, allí estaba ella. Con unos muy apretados jeans azules y un
ajustado suéter dorado, sosteniendo un cactus en una maceta y luciendo
completamente petrificada.

—Dieciséis —dije como forma de saludo, inclinando mi cabeza hacia


ella.

Ella bajó la vista a sus pies por un segundo, metidos en un par de


botas de cuero marrón con tacones de diez centímetros. No sé cómo
diablos era capaz de usar esos zapatos rompe tobillos siempre que la veía
en todo el maldito momento.

—Yo… yo… eh… —¿Estaba tartamudeando? ¿En serio? ¿La chica


con el chip en el hombro y las paredes más altas que el Monte Everest
estaba nerviosa?—. Toma —dijo, empujando el cactus hasta que lo tomé—
. Es un… regalo de bienvenida al edificio y gracias por salvarme de la
violación.
—Guau, tienen toda una sección para eso, ¿eh? —pregunté,
tratando de aligerar el estado de ánimo.
Funcionó un poco. Ella bufó, sacudiendo la cabeza.

—Mira, sé que soy una perra y soy muy, muy mala con todo el asunto
de la interacción humana —comenzó, sus ojos verdes pareciendo aún más
grandes con su cabello recogido y trenzado por la espalda. Parecía más
joven, casi dulce—. Pero tengo modales. Y fuiste bueno conmigo…

—Es difícil para ti decir eso, ¿eh? —pregunté, viendo la expresión de


incomodidad en su rostro—. Considéranos a mano. No has sido asaltada y
tengo… un… cactus.
Ella sonrió entonces, una extraña y autocrítica sonrisa.
—Supuse que pensarías en mí cada vez que lo vieras.

Porque ella es espinosa, pensé y me reí, el sonido extraño para mis


oídos. ¿Cuándo fue la última vez que realmente me reí?
—Mierda, eso fue bastante inteligente, Dieciséis.

—Eso pensé —dijo, encogiéndose de hombros—. Bueno… um… solo


quería dejar eso. Tengo que ir…

—A prepararte para salir y beber otra vez —completé por ella, y juro
42

que vi un rastro de vergüenza cruzar su rostro—. Te diré algo —comencé,


Página
sin estar seguro de lo que iba a sugerir hasta que salió de mi boca—. ¿Por
qué no solo… pasas esta noche conmigo en su lugar?
Ella miró preocupada más allá de mí hacia el balcón.
—No. Eso no funcionará. Tú no entiendes.
—Entonces ayúdame a entender —sugerí.

Se pasó una mano por las cejas, con los hombros ligeramente
caídos. Una parte de mí quería decirle que no importa, que fuera a hacer
lo que sea que hiciera por las noches solo para que no siguiera luciendo
tan ansiosa como en ese momento.

—No puedo estar en casa por las noches —dijo antes de que
pudiera decirle que no tenía que decirme nada—. Como… cuando está
oscuro. No puedo estar en casa.

—¿Ni siquiera con compañía? —pregunté, más que un poco curioso


en cuanto a por qué una mujer adulta todavía, a todos los efectos, tenía
miedo de la oscuridad.

—No lo sé… nunca tengo compañía —dijo y puso los ojos en


blanco—. Fuiste la primera persona en estar en mi casa y solo entonces
porque…
—Me metí a la fuerza.
—Exactamente.

—Entonces, ¿cuál es el daño? Compraremos algunos comestibles


para esa nevera vacía que tienes. Cocinaré algo. Veremos una película.
Lo que sea. Dale un descanso a tu hígado. Quiero decir… ¿qué es lo peor
que puede pasar si estás en casa por la noche…? —comencé y sus ojos se
lanzaron inmediatamente hacia abajo. Avergonzada—. Oh —dije,
pensando en sus cortes. Entonces ese era el asunto. Las noches cuando no
salía. Lo cual, desde que me mudé, fue una. Esas noches, ella se cortaba—
. Bueno… lo que sea. No voy a juzgar.

Entonces levantó la mirada, sus ojos aliviados. Como si le hubiera


ofrecido un chaleco salvavidas cuando se estaba ahogando. Como si
nadie más hubiera aceptado nunca antes sus problemas ciegamente. Y
me di cuenta con un sentimiento de simpatía hacia ella que nadie
probablemente lo ha hecho alguna vez.
43
Página
—Ven aquí —le dije, mirándola, observándola cruzar la puerta. Y
supe que era un mal momento. Y supe que no deberíamos… pero maldita
sea, no podía evitarlo.
44
Página
Nueve

ba a besarme. Santo maldito infierno. En realidad iba a…

Ibesarme. Tengo que admitirlo, de todas las cosas que pensé que
podrían suceder cuando llamé a su puerta: gritar y discutir vinieron
a mi mente. Hacer planes para pasar el rato y ser besada ciertamente no
estaban en la lista de posibilidades.

Se acercó más, cerrando la puerta detrás de mí y haciéndome


retroceder contra ella lentamente. Sentí una extraña ligereza en mi
estómago. Un rápido, insistente e innegable revoloteo. Mi vecino me
estaba provocando unas malditas mariposas.

Sentí la puerta fría detrás de mi espalda, dura e inflexible. Me


presioné contra ella, esperando que me sacara de allí. Disolverme en ella.
Porque él estaba justo frente a mí, lo más cerca que podía llegar sin
tocarme y sus ojos parecían cargados y juro que todo lo que quería hacer
era fundirme con él.
Y eso era jodidamente aterrador.

Sus manos me rodearon, aterrizando en la puerta a cada lado de mi


cabeza. Se inclinó hacia mí, haciéndome inclinar mi cabeza hacia arriba
para mantener mis ojos en los suyos. Y me perdí en ellos. Su cuerpo se
movió lentamente hacia delante. Sus rodillas rozaron las mías, luego sus
muslos, su pelvis, su estómago, su pecho. Sus pies cubiertos por botas se
deslizaron entre mis talones, sosteniendo mis piernas ligeramente abiertas.
Bajó la cabeza mucho más y sentí su aliento cálido en mi mejilla.
¿Qué le estaba llevando tanto tiempo? Juro que todo mi cuerpo se
sentía como si estuviera al límite, como si estuviera esperando el toque.
Como si no sobreviviría si no lo conseguía. ¿Cuánto tiempo había pasado
45

desde que me besaron? Más tiempo del que quería pensar. ¿Años?
Página

Probablemente.
La última vez que recordaba fue en un bar la primera semana en
que me mudé a mi apartamento, algún tipo al azar que estaba más que
dispuesto a complacerme después de tomar demasiadas bebidas y
canciones sensuales en los altavoces. Lo agarré por la cara y lo atraje
hacia mí. Y recuerdo que fue frustrante y deficiente.

Respiré profundamente, observando a Hunter. Se inclinó


rápidamente, tomando mis labios en los suyos. Juro que chispas blancas
estallaron ante el contacto. Me escuché gimotear mientras él presionaba
más fuerte, tomando mi labio inferior entre los suyos y chupando. Sentí una
ráfaga de deseo desde mi vientre hacia abajo, haciéndome querer
apretar mis muslos entre sí. Pero sus pies los mantenía separados. Sus
dientes se clavaron en mi labio inferior, moviéndose ligeramente de ida y
vuelta. Mis brazos se alzaron, agarrándose a sus caderas, el mayor
contacto que sentí que podía iniciar.

Él gruñó, su lengua empujándose en mi boca. Sentí que mi cuerpo se


estremeció y sus brazos se movieron más abajo, rodeándome la espalda y
atrapando mis brazos a los costados. Estaba completamente a su merced
y me di cuenta, con más que un pequeño torrente de miedo, que estaba
completamente cómoda con eso.

Hunter atrajo mi cuerpo contra el suyo. Suspiré en su boca,


presionando mi lengua en la suya. Perdiéndome en las sensaciones. Sentía
como si flotara y me ahogara al mismo tiempo, como si estuviera
completamente sumergida pero libre. Así es cómo se sentía besar a Hunter:
libre. Después de una vida de encarcelamiento.

Sus dientes rozaron mi labio inferior y luego comenzó a plantar besos


suaves y rápidos sobre mis labios, antes de dejarme por completo.
Gimoteé y pude sentir su risa escapando como una brisa a lo largo del
puente de mi nariz. Apoyó su frente contra la mía, todavía sosteniéndome
contra él.

—Entonces… ¿pasta para cenar? —preguntó, exasperantemente


calmado mientras yo sentía que mi cuerpo estaba sumido en el caos total.

Sus brazos se deslizaron hacia abajo, luego me soltaron y abrió la


puerta, moviéndome con ella hasta que me aparté del camino. ¿Me
estaba echando? Parecía que el hijo de puta me estaba echando.

Después, cerró la puerta lentamente frente a mí y estuve segura de


46

eso. Me estaban echando. En serio, ¿qué demonios?


Página
Caminé de regreso a mi apartamento, abriendo la puerta,
cerrándola y luego colapsando contra ella.

Entonces… eso acaba de pasar. Me deslicé hasta el piso


lentamente, empujando mis piernas contra mi pecho y rodeándolas. Sentí
frustración unida a cada fibra de mi ser. Cada parte de mí estaba
deseando algo que sabía que no tendría. Cachonda, estaba cachonda,
pero esto se sentía como más. Esto se sentía más fuerte. Esto se sentía
abrumador.

Tal vez era porque me paso todo el tiempo negando la posibilidad


de tener relaciones sexuales. Mi cuerpo se acostumbró a no tenerlo. Ya ni
siquiera era un problema. Lidiaba la frustración física con la ayuda de mi
fiel vibrador.
Pero ahora pude probar lo que me había estado perdiendo, lo que
me había negado a mí misma. Y mi cuerpo estaba reaccionando con
años de necesidad reprimida. Mi piel se sentía como si estuviera zumbando
con ella. Presioné mis muslos entre sí por un segundo, una mano yendo a
mis labios. Si alguna vez hubo un beso para terminar con la hambruna, ese
era el único. El gran festín de un beso.

Lo cual era genial y todo eso, pero luego me echaron. Como una
puta común y corriente. Y eso era inaceptable. Escuché su puerta cerrarse
de golpe así como el timbre del ascensor y entonces me puse de pie y me
dirigí a mi habitación. Bien. Vete. Me quité mis zapatos y jeans, luego
alcancé mi mesita de noche.
Gracias a Dios por los vibradores.

Me acosté en la cama y la encendí, cerrando los ojos y tratando de


perderme en la sensación. Intentando aliviar el doloroso deseo. Pero diez
minutos después, lo llevé al baño, dejándolo en el lavabo y dejando correr
el agua sobre él. Mi O no iba a hacer ninguna aparición.
Culpaba a Hunter.

Volví a mi armario y elegí un atuendo rápido: un sencillo vestido


negro y ajustado, medias negras y un par de zapatos con lunares. No
volvería al mismo club en el que estuve anoche. Simplemente no se sentía
bien al respecto. Volvería eventualmente. Quizás en una semana o dos.
Además, generalmente no iba al mismo lugar dos noches seguidas.
47

Deshice la trenza en mi cabello, agarré mi billetera y fui a la puerta.


Página
—Eso es un poco demasiado elegante para pasta y películas, ¿no
crees? —preguntó Hunter, de pie ante la puerta abierta con una bolsa
marrón en el brazo.

Pensé que lo había cancelado. En serio lo hice. No habría pasado


por el trabajo de cambiarme si pensara que todavía nos íbamos a reunir
esta noche.
—No pensé que fuéramos hacer eso.

—¿Por qué? —preguntó como si estuviera genuinamente perplejo en


cuanto a por qué iba a pensar eso. Así que, besar a tus vecinos era
totalmente normal para él entonces.

Pues, bien. Podía seguirle el juego de “quién puede pretender que le


importa menos”. Y aún más… ganaría. He estado jugando a este particular
juego toda mi vida.
—Te escuché salir —dije, encogiéndome de hombros.

—Sí, para comprar comida, ¿recuerdas? —preguntó, levantando la


bolsa—. ¿Por qué no te pones algo que no parezca que trabajas en la
esquina y sales a ayudarme?

Puse los ojos en blanco, dejándolo pasar y cerrando la puerta.


Deslizando todos los cerrojos.

—Espero que puedas cocinar en el microondas. No tengo la estufa


conectada —le informé, volviendo a mi habitación.

¿Qué atuendo sería la mejor barrera absoluta entre él y yo y mi


deseo todavía palpitante? Me puse unos jeans ajustados y una inmensa
camiseta gris manga larga. Empujé mi cabello hacia atrás otra vez. Podría
no ser una cocinera, pero sabía que el cabello en la comida en general
era mal visto.

Cuando volví a la cocina, ya estaba hirviendo agua en la estufa. Al


otro lado de mi encimera había una variedad de verduras y hierbas, una
caja de pasta integral, un cartón pequeño de crema espesa y un
recipiente de plástico con queso parmesano.

—Enchufé tu estufa. Quiero decir… ¿en serio nunca has hecho


macarrones con queso aquí en…?
48

—Dos años —le dije, caminando hacia los tomates cherry.


Página

—¿Dos años? ¿Pides comida para llevar todas las noches?


—Y las mañanas. Y a veces por la tarde. ¿Entonces qué hago?
Me echó un vistazo por encima de su hombro.
—Corta esos tomates por la mitad.

—Oh, no —dije, sonando seria. Él se dio la vuelta, con las cejas


fruncidas—. No creo que pueda encargarme de algo tan complicado.
Podría… astillarme una uña o algo así —agregué, buscando un cuchillo en
el cajón—. Entonces, ¿qué estás haciendo?

—Estamos —me corrigió—, haciendo fetuccini Alfredo con tomates,


brócoli y champiñones.

Apenas media hora después, los dos estábamos sentados en el sofá


de la sala de estar, con alguna comedia al azar que él colocó en el
reproductor de DVD, con montones de pasta en nuestros platos sobre
nuestros regazos. Él incluso había traído bebidas para nosotros. Limonada.
Porque teníamos once años.

Tenía que admitir que la comida era probablemente la mejor que


había probado en meses. Y en realidad tampoco había requerido tanto
esfuerzo prepararla. Tal vez cocinar era un hábito que podía adquirir
después de todo. Hunter terminó su comida en cuestión de segundos,
luego se acercó y comenzó a robar los tomates de mi plato.
—No eres fanática, ¿eh? —preguntó, y se metió uno en la boca.
Arrugué mi nariz.

—Parecen estar deliciosos. Pero luego ves el interior y es blando y


baboso y… no.
Hunter rio, sacudiendo la cabeza.
—Entonces… ¿cómo va esto hasta ahora? ¿Con lo de no salir?

Eché un vistazo al reloj, eran apenas las ocho. Tenía otras ocho horas
para matar si quería pasar la noche sin más cicatrices de las que me
avergonzara.

—Hasta aquí todo bien. —Eché un vistazo a los otros dos DVD que
había traído—. Eso no va a funcionar.
Él se encogió de hombros.
49

—Hay otras cosas para matar el tiempo —dijo y sabía cuál era la
Página

sugerencia. Y sabía que tenía que cortarlo de raíz.


—¿Qué? ¿Trenzarnos el cabello entre sí y jugar MASH?

—Claro —respondió, sonriendo un poco—. Aunque, no creo que


termine en una mansión. —Sabía que debo haberle echado un vistazo
sorprendido porque sonrió—. Tuve muchas amigas en la escuela primaria.

—Claro que sí —comenté, enviándole una mirada incrédula—. Creo


que solo te metías bajo las sábanas con una linterna rezando para que
terminaras con Billy, no con John.
Ignoró todo lo que dije.
—¿Tienes hermanos?

—¿No nos conocemos lo suficiente para ser vecinos? —pregunté en


cambio, mirando la televisión.
Pero él solo me observó pacientemente hasta que cedí.
—Un hermano —respondí, sabiendo que había veneno en mi tono.
—¿Un punto sensible?
Resoplé, alcanzando mi limonada.
—Te sería difícil no encontrar un punto sensible.

Bajó la mirada por un segundo, pero la alzó con una mirada


diabólica en los ojos.
—Creo que encontré un punto antes que no estaba sensible.
Poco sabía. Tomé una respiración rápida.

—¿Hmm? —pregunté. Fingiendo ignorancia. No pasó nada. Nada


iba a suceder.

Una de sus cejas se alzó y supe que sabía en qué juego estábamos
metidos.

—¿Qué? ¿Necesitas que te lo refresque? —preguntó, inclinándose


hacia delante.

—No fue tan bueno la primera vez, Casanova —dije, alcanzando


nuestros dos platos y dirigiéndome a la cocina. Iba a ser una noche larga si
íbamos a estar así de cerca y no tocarnos. Y definitivamente,
50

absolutamente no nos tocaríamos. Limpié los platos y avancé al fregadero


deseando haber tenido la previsión de rechazar su oferta de pasar el rato
Página

juntos. Realmente no podía ver esto funcionando a largo plazo.


Quiero decir… ¿en realidad cuántas películas puedes sentarte y ver
en fila?

Lo escuché levantarse y caminar al baño. Exhalé el aliento que


había estado conteniendo hasta que recordé…

Hubo una fuerte y profunda carcajada detrás de la puerta cerrada y


llevé mis manos a mi cara, tocando mis mejillas demasiado calientes y
cerrando mis ojos al saber por qué se estaba riendo.
Mi vibrador todavía estaba en el lavabo donde lo dejé.
Maldita sea.
Después de acabarle de decir que el primer beso no fue tan bueno.

Así se hace, Fiona. Has perdido el juego por completo. Y para


completar hiciste el ridículo total. Buen trabajo. Oí la puerta crujir al abrir y
giré el grifo rápidamente en el fregadero, enjuagando los platos.
Ignorando su presencia persistente en la entrada. Rezando en silencio a un
Dios, en el que no creía, para que él no lo mencionara.
Por favor, deja que tenga un poco de tacto.

Para cuando había lavado y secado los platos, cuidadosamente los


había guardado, sentí que había pasado el tiempo suficiente como para
que no dijera nada. Se desvanecería después de tanto tiempo. Así que me
volví, con la cara tranquila, fingiendo que no me estaba muriendo un poco
por dentro.

Su rostro estuvo en blanco por un momento terriblemente largo. Y


luego sacó su mano de detrás de su espalda y allí en sus manos, en toda su
brillante gloria púrpura, estaba mi vibrador.

Si había un diablo, quería que hiciera un agujero en la Tierra en ese


preciso momento y me arrastrara al infierno. Preferiría pasar toda la
eternidad con Hitler apuñalándome en los ojos antes que tener que
enfrentar al hombre en mi cocina con mi vibrador en la mano.

Abrió la boca para decir algo y supe que era mi oportunidad para
intentar salvar al menos un poco de dignidad. Solo necesitaba hablar
primero.

—¿Para ti? —pregunté, tratando de sonar tranquila,


51

despreocupada—. Probablemente sugeriría un anillo para el pene. Pero si


Página

estás decidido a lo del vibrador, creo que uno menos… grueso


probablemente sea mejor. Creo que el culo puede ser un lugar bastante
doloroso para meter cosas de ese tamaño.

—Entonces, ¿este tipo solo… vive en el lavabo? —me preguntó


como si ni siquiera hubiera hablado, un hábito que estaba encontrando
increíblemente exasperante—. O quizás estabas un poco más que
impresionada con nuestro pequeño beso de lo que habías dejado ver.

¿Pequeño? ¿Un pequeño beso? Más bien un beso estremecedor,


desestabilizante. Pero él no iba a saber eso.
—No te halagues —dije, poniendo los ojos en blanco.

Sus ojos se oscurecieron, la media sonrisa burlona deslizándose de sus


labios y poniéndolos en una línea firme. De alguna manera, era aún más
sexy cuando no estaba sonriendo. Cosa que no estaba bien.
—Ven aquí —dijo, su tono profundo, firme.

No. No. De ninguna jodida forma. No, absolutamente, no iba a


caminar allí. Excepto que, incluso mientras pensaba eso, mis pies me
llevaron hasta él. Justo cuando estaba a un paso de él, se dio vuelta y
caminó hacia la sala de estar. Esperando que lo siga como un cachorrito
perdido. Cosa que no iba a hacer. Era una mujer fuerte, independiente, sin
rodeos. No iba a hacerlo.

Excepto que lo hice. Estaba en mi sala de estar, en el cojín junto a él


al que le dio unas palmaditas muy similares a las de un jodido perro. Pero
me senté, mirando la televisión que estaba en la pantalla de inicio de la
película, reproduciendo los mismos quince segundos una y otra vez. El ciclo
más molesto del mundo.

Él simplemente se sentó allí silenciosamente, mi vibrador aún en su


mano como si fuera algo tan inocuo como un control remoto en lugar de
algo que presionaba rutinariamente contra mis partes más traviesas. Cada
segundo que pasó hizo que mi cuerpo se pusiera más tenso, mis
pensamientos corriendo de aquí para allá y de vuelta cien veces.
—Oye, Fee —dijo finalmente, en voz baja, casi como una pregunta.

Me volteé para mirarlo automáticamente y lo encontré mucho más


cerca de lo que pensaba. Su mano libre se deslizó hasta la parte posterior
de mi cuello, masajeando por un segundo antes de agarrarlo y empujarme
52

hacia delante.
Página
Este beso fue diferente. Más lento. Esclarecedor. Persistente. Sentí la
tensión deslizarse de mis hombros a medida que sus labios susurraban sobre
los míos, tocando, retrocediendo, luego presionando un poco más fuerte.
Giré mi cuerpo hacia él y la mano en mi cuello me acercó aún más hasta
que nuestros pechos se tocaron. Apreté mis manos en los almohadones del
sofá, mis labios rogando más de lo que me estaba dando.

Presionó su cuerpo hacia delante, hasta que sentí que me hundía


contra la tela del sofá. Su cuerpo siguió al mío, su mano dejando mi cuello
para sostener su peso fuera de mí. Su cabeza se inclinó y sus labios se
movieron lentamente hacia mi cuello, tocando mi piel suavemente,
haciéndome arquearme hacia él. Mi cabeza cayó hacia atrás, dándole
acceso completo, mis ojos cerrándose. Su mano agarró el cuello de mi
camisa, tirando de ella hacia un lado para que así pudiera besarme a lo
largo de mi clavícula.

Casi encontré mi O en ese justo momento, al presionar sus labios en


la parte baja de mi clavícula. Sentí mis caderas empujar hacia arriba hacia
él, necesitando el alivio como nunca antes había necesitado algo. Un
extraño gemido estrangulado escapó de mis labios y él se detuvo,
sentándose lejos de mí. Su mano fue hacia mi entrepierna, alcanzando la
cremallera.

Casi salgo volando del sofá. Como si alguien hubiera tirado una
bomba. Como si hubiera otra persona en mi cabeza gritando “¡NO!” tan
alto como sus pulmones podían permitirse. No podía quitarme mis jeans.
Porque si él me quitaba los jeans, me tocaría. Y si me tocaba, las sentiría.
Las cicatrices. Y si era particularmente desafortunada, él vería lo que
deletreaban.

Si mi vida me había enseñado algo, era que tenía muy, muy mala
suerte.

Mi mano se estrelló contra la de él, pero mis palabras se quedaron


atascadas en mi garganta. Atrapados entre la mortificación y el deseo, mi
voz, mi cerebro y mi cuerpo no podían decidir qué decir.

Sus ojos se dirigieron a los míos, cargados de deseo por un momento


antes de darse cuenta del pánico en los míos.

—¿No? —preguntó, observando mi cara. Negué con la cabeza


53

enfáticamente de un lado a otro—. Está bien —dijo, inclinándose hacia


delante otra vez, tomando mis labios, lentamente, alimentando
Página
pacientemente mi deseo hasta un punto en el que superó la
preocupación.

Entonces lo sentí. Su otra mano se había movido, deslizando mi


vibrador por mi pierna y colocándolo entre mis muslos. Simplemente se
quedó allí por un minuto, haciendo que mi cuerpo se tensara en
anticipación. Haciéndome sentir suspendida en una nada indescriptible
por un segundo. Él levantó su cabeza de la mía, sus ojos azules abriéndose
lentamente a medida que encendía mi vibrador rápidamente.

Mis piernas salieron disparadas, una de ellas golpeando su cadera


en el proceso. Mis brazos se extendieron, agarrando la parte delantera de
su camisa y aferrándose como si mi vida dependiera de ello.
¿Había sentido esto antes?

Pero si era honesta, nunca antes me había sentido así cuando me


había encargado de mí misma. Tal vez era su presencia la que hacía
temblar mis muslos y arquear mi espalda desde el sofá. Quizás era Hunter
quien me hacía sentir que lo único que existía en el mundo eran las
sensaciones que me estaba dando.

Gemí y no fue como los gemidos que hacía para el trabajo. No se


parecía en nada al exagerado y chillón sonido de éxtasis que fingía para
los que llamaban. Este era un sonido silencioso y desesperado.
—¿Se siente bien, dulzura? —preguntó, con su propia voz más ronca.

—Sí —grité, retorciendo mis manos en su camisa. Dios, ya estaba


cerca.
—¿Qué tal esto? —preguntó, y comenzó a mover el vibrador en
círculos.

Mis muslos se cerraron alrededor de su cintura, mis dedos se clavaron


en su piel debajo de su camisa. Supongo que fue el cambio en el ritmo,
pero todo lo que estaba saliendo de mí eran ruidos estrangulados.
—Córrete para mí, nena —instó—. Déjate ir.

Y, con eso, lo hice. Un latido rápido y frenético se desató en el fondo


de mi ser y me hizo gritar en voz alta, levantándome y enterrando mi rostro
en su cuello a medida que mi cuerpo se estremecía. Él siguió trabajando el
vibrador en círculos, extendiendo hasta el último segundo el orgasmo ya
54

completamente abrumador.
Página
Mantuve mi rostro enterrado en su piel, respirando su aroma a jabón
y aserrín, parpadeando furiosamente por las lágrimas que noté que habían
encontrado su camino en mis ojos. El vibrador se apagó y luché por
desacelerar mi respiración.

—Bueno —dijo, tomando una respiración profunda—, eso mató unos


veinte minutos.

Retrocedí de golpe, mis ojos muy abiertos. Cuando vi la sonrisa


satisfecha en su rostro, rompí en un ataque de risitas. Literalmente. Como…
risitas de colegiala. No era una chica de risitas. Pero allí estaba yo en mi
sofá, en mi sala de estar, con un hombre corpulento encima de mí, un
vibrador todavía presionado en mi muslo, y estaba acurrucada sobre mi
costado con una mano sobre mi boca, riendo.
—Ahora todo lo que tenemos que hacer es, bueno, hacer eso…
unas veinte o muchas más veces y veremos el sol —agregó, apartándose
de mí y yendo hacia su lado del sofá.

Si lo hacíamos veinte veces más, estaría viendo el rostro de Dios. Me


volví a sentar, mis piernas sintiéndose pesadas y tambaleantes cuando las
puse en el piso frente a mí. Hunter se levantó silenciosamente y colocó otra
película en el reproductor, dejando el vibrador en medio de la mesita de
café como si fuera un lugar totalmente normal para eso, antes de volver a
acomodarse.

Unas horas más tarde, sentí que mis ojos se volvían intolerables y
cansados. Revisando el reloj, noté que eran apenas las dos de la
madrugada. Lo cual no era posible. No había manera de que estuviera tan
cansada a las dos de la mañana. Alcé las piernas en el sofá, volviéndome
ligeramente hacia un lado de modo que mi cara descansara sobre el cojín
del respaldo. No, no podía estar cansada. Pero lo estaba.

Mis ojos lucharon contra la pesadez por un largo tiempo y sentí que
mi cabeza caía hacia delante, luego la sacudía hacia atrás, intentando
mantenerme despierta. Tenía que permanecer despierta. Solo unas pocas
horas más. Podía hacerlo unas pocas horas más.

Mi cabeza cayó hacia delante otra vez y la retiré, mis ojos


encontrando a los de Hunter en mi cara.

—Está bien —dijo en voz baja, sus ojos también luciendo un poco
55

pesados—. Me quedaré. Hasta que salga el sol. Me quedaré. Puedes


Página

dormir.
Le creí.
Y luego me dormí.
56
Página
Diez

esperté sola. Parpadeé ante el sol brillando a través de las

D puertas de mi balcón, moviéndome a una posición sentada.


Eché un vistazo al reloj con una sensación de absoluta
incredulidad. Eran más de las siete de la mañana. Había dormido a lo largo
de la parte más oscura de la noche. Me senté allí por un momento, medio
esperando escuchar a Hunter arrastrando los pies. Oler el café siendo
preparado o el desayuno siendo cocinado. Pero no había nada.
Él se había ido.

Tomando una respiración profunda, me puse de pie, encogiéndome


de todos los dolores en lugares extraños por dormir en el sofá. Me dirigí a la
cocina, preparé café y regresé a mi habitación. Y es entonces cuando lo
escuché. No en mi apartamento, sino en el suyo. Martillando
constantemente tan fuerte como le placía.

Miré la pared entre nosotros, sonriendo un poco. Pero solo porque él


no podía verme. Porque no podía saber que había una sensación de
victoria en mí. Una sensación de relajación. Era lo más parecido a la
tranquilidad que podía recordar. Porque había dejado que me tocara, y
no había sentido que iba a derretirme en un charco de ansiedad. Lo había
tocado sin miedo a que pidiera más. Y luego me había dormido.
Caramba, había dormido. En mi propio apartamento. De noche.

Esto era lo más cercano a la felicidad que podría haber sentido


alguna vez.

Me duché, empaqué las bragas y empecé a atender llamadas con


mis ridículas braguitas negras de rayas y una sudadera negra.

—He sido una chica muy mala —dije tentadora en el teléfono,


57

recostada en mi cama y mirando al techo—. Sí, señor —acepté.


Página
—Voy a quitarte estas cuerdas y no vas a ir a ninguna parte. Porque
ahora eres mía —me gruñó—. Dilo.
—Ahora soy tuya —repetí.
—Buena chica. Ahora quítate las bragas y ponte sobre mi regazo.

—Sí, señor —coincidí, agarrando la regla de madera de mi mesita de


noche. Daría el sonido más cercano posible a unas manos cayendo sobre
la carne que podría conseguir.

—Voy a azotarte cuatro veces y me dirás cada vez que eres mía.
¿Entendido?

—Sí, señor —dije, conectando el teléfono al altavoz. Los dominantes


eran los más fáciles de complacer. Bueno, en el ámbito del sexo telefónico
claro está. Todo iba en acceder y responder “sí, señor”. Algunas marcas
rojas brillantes en mi piel durante un día o dos. En general, era un trabajo
fácil. No tenía que pensar en cosas sucias y más sucias para decir. Él me
decía qué decir.

—Uno —instruyó y golpeé la regla contra mi muslo, comenzando


lentamente a crear una sensación interna, tal vez disfrutando el golpear un
poco más de lo normal.
—Soy tuya —dije, claro. Confiada.
—Dos.

Más fuerte. Poniéndome un poco más caliente de lo que esperaba.


Apreté mis muslos contra la ráfaga de humedad.
—Soy tuya —dije de nuevo, sonando más entrecortado.

—Tres —instruyó, con la voz tensa. Él estaba cerca. Tenía que hacer
que las siguientes dos cuenten.

Respiré profundamente y giré. Mis caderas empujando hacia arriba y


sin aliento.
—Soy tuya. —Esta vez, apenas más que un susurro.

—Cuatro —dijo con los dientes apretados y supe que, al momento


en que la regla aterrizara, él se correría.
Levanté la regla aún más, golpeándola con un gemido.
58
Página
—Soy tuya —dije estrangulada, demasiado atrapada en mis propios
sentimientos para una llamada de trabajo.

Escuché su aliento atrapado y luego exhalado en un áspero gruñido,


seguido de algunos arrastres de pies en su extremo.

—Sé una buena chica y envíame esas bragas —dijo después de un


minuto. Aún exigente. Todavía dominante. No era un dominante a tiempo
parcial. Este hombre era el verdadero asunto. Yo solo era una de sus
sumisas cuando sus sumisas reales no estaban al alcance.
—Sí, señor —dije, colgando.

Había silencio en la pared entre nosotros y cambié de posición,


girando para que mis pies estuvieran apoyados en la cabecera.
Girándome para así poder mirar la pared. Como si pudiera ver a través de
ella. Verlo inclinado sobre su trabajo, sus bíceps temblando con cada
movimiento de sus brazos. Pero, en cambio, me estaba imaginando allí
tumbada, con mi culo en el aire y recibiendo los azotes que había estado
fingiendo hace un momento.

Mi mano se deslizó por mi cuerpo, tocando el material de mis bragas


y encontrando mi clítoris rápidamente. Todo era su culpa. Era su culpa que
me sintiera tan insaciable. Normalmente, una buena sesión conmigo me
duraría al menos uno o dos días.

Agarré la regla desde donde la había arrojado después de la


llamada. Cada vez que oía aterrizar el martillo, la balanceaba a medida
que trabajaba en círculos lentos sobre mi clítoris. Cerré los ojos,
hundiéndome en las sensaciones. Hundiéndome en la fantasía. En poco
tiempo estaba gimiendo. Lo cual no era algo que solía hacer cuando
estaba sola. Algunos pequeños gemidos, algunas respiraciones pesadas,
pero nunca gimiendo sin aliento. Pero esta vez venía de algún lugar en el
fondo mientras me alzaba lentamente hacia mi orgasmo.

En el otro extremo de la pared, el martillo se detuvo y mi regla cayó,


olvidada, al colchón. Mi mano se dirigió a mi pecho, jugueteando sobre el
pezón mientras me arqueaba fuera de la cama. Una imagen de Hunter
encima de mí, desnudo, mirando hacia abajo a mi piel desnuda como si
no hubiera nada de malo en ella cuando su mano se extendió entre mis
piernas… y entonces llegué, fuerte, gritando, a medida que rodaba a mi
costado, todavía acariciando mi clítoris hasta que estaba completamente
59

agotada.
Página
Me quedé allí por un largo tiempo después, acurrucada sobre mí
misma, mirando a mi pared. En cuestión de dos días, había cambiado
tanto. Pequeñas cosas según los estándares de la mayoría de la gente,
pero enormes para mí. La vida estaba cambiando para mí. Cosas que
había aprendido a aceptar como hechos básicos de mi vida habían
cambiado. Podía tener a alguien en mi apartamento sin un maldito
ataque al corazón. Podía pasar una noche en mi apartamento sin
cortarme. Podía ser tocada. Tal vez podía tener algún tipo de amistad con
alguien.
Eran grandes asuntos.

Salí de mi cama, cambiándome a un atuendo adecuado para un


domingo. Decidí por un vestido túnica ajustado color naranja oscuro,
medias marrones y tacones bajos marrones. El domingo era el día que
llamaba a mi abuela. El domingo era el peor día de la semana. Juro que
ella podía saber lo que estaba usando a través del teléfono. Si tenía
demasiado lápiz de labios. Si mi falda era demasiado corta.

No me quedaba en casa después del mediodía los domingos. Vestía


tacones bajos y ropa cómoda porque sabía que estaría fuera de casa
durante la mayor parte de dieciséis horas. No estaba de ninguna forma
apta para estar en casa con un lugar lleno de instrumentos afilados.

Agarré un suéter enorme de punto grueso marrón, mi billetera y mi


teléfono celular extra y salí de mi apartamento. No atendía las llamadas en
casa. Sentía que mancharían mi santuario perfecto con su horror.

Caminé por la calle, tomé un café y encontré el callejón más feo


que pude encontrar. Ese era el lugar para este tipo de llamada. Esta
llamada que hacía todas las semanas porque me habían chantajeado dos
años antes. Porque si no hacía la llamada todos los domingos, a tiempo, sin
importar qué… ella les daría mi dirección.

Y entonces mi vida cuidadosamente construida se derrumbaría por


completo.

Le pagué al vagabundo que vivía entre los dos restaurantes veinte


dólares para que se perdiera y volviera en exactamente veinte minutos
gritando como un maldito lunático. Porque siempre necesitaba un escape.
Porque no teníamos un acuerdo sobre cuánto tiempo tenía que
escucharla, pero nunca me atrevía a colgarle sin una excusa.
60
Página

Así de débil me dejaba una voz de mi pasado.


Inspeccioné una caja de huevos en la parte posterior y me senté,
marcando el número. Puse mi café en el suelo, llevándome la mano a la
boca como si pudiera bloquear las náuseas que sentía subiendo en mi
garganta.

—Que Dios esté contigo —contestó al teléfono, su voz aguda y juro


que podía sentirla reverberar en cada célula de mi cuerpo.

—Y también contigo —murmuré, moviendo mi mano de mi boca a


mis ojos.

—Fiona Mary —dijo, sonando sorprendida, aunque sabía que me


había estado esperando. Por supuesto que sí. En realidad no me había
dado ningún tipo de elección—. ¿Cómo estás en este esplendido
domingo?
Muriendo. Literalmente muriendo lentamente.
—Bien, abuela. ¿Cómo estás?

—Estupendo. Solo estupendo. Acabo de regresar del servicio con


John e Isaiah. —También conocidos como tu padre y hermano. En caso de
que lo hayas olvidado. Ese era el tono que ella usaba. Como si yo fuera la
mala—. ¿Cómo estuvo el servicio por allá?
Sí. Claro.

—No voy a la iglesia, abuela —dije, con la voz tensa. Porque no


estaba pensando en ella y en la religión. Estaba pensando en mi padre y
hermano. Me preguntaba si todavía estaban en su casa. Si estaban
escuchando. La idea hizo que la bilis se elevara lo suficiente como para
que casi me atragantara.

—“Porque tanto amó Dios al mundo, que nos dio a su Hijo unigénito,
para que todo aquel que en él cree, no se pierda, sino que tenga vida
eterna”.

—Sé que no iré al cielo, abuela. —Y no quiero estar allí si ustedes tres
entran de todos modos. ¿Qué clase de Dios permitiría eso?

—Nunca es demasiado tarde para arreglar eso —respondió, sin


esperanza en su voz. Estaba condenada al infierno y ella lo sabía. No había
salvación para mí. Pero ella era una mujer buena y fiel. Al menos tenía que
fingir que intentaba ayudarme a encontrar mi camino hacia la tal llamada
61

luz.
Página
—¿Cómo está el clima allí? —pregunté, cambiando de tema. Si no
dirigiera la conversación, iría a lugares con los que no podía lidiar.

—Aquí está hermoso. El follaje es encantador. Desafortunadamente,


toda la ciudad está poniendo esas decoraciones prohibidas de Halloween.
Definitivamente no quería que empezara con el tema del Halloween.
—¿Y cómo están las señoras en tu club de lectura?

—Maravillosas. Estamos trabajando en la organización de una fogata


para esas novelas románticas lujuriosas que siempre están llenando los
estantes en la biblioteca.

—Eso es genial, abuela —digo, mi voz hueca. Ella estaba de buen


humor. Esto no sería tan malo como esperaba. Creo que una parte de mí
estaba segura que debido a que me sucedieron algunas cosas buenas,
algo grande y feo tenía que seguir. Ese parecía ser el patrón habitual.
—¿Y cómo está el trabajo, Fiona Mary?
Trabajo. Ja. ¿Qué increíblemente gratificante sería decirle que me
había masturbado después de recibir una llamada de un hombre que se
masturbó mientras me escuchaba azotarme? Pero esa ya no era una
opción. Estaba jodida desde esa única cena en su mesa.

Desde entonces, me había atormentado para pensar en un trabajo


que ella pensara que era lo suficientemente respetable. No podía trabajar
en un banco porque la avaricia era un pecado. No podía servir mesas
porque no podía trabajar los domingos (sin importar que ella solía salir a
comer los domingos y hacía que la gente trabajara para alimentarla).
Eventualmente, decidí que trabajar en la recepción en la oficina de un
dentista serviría. Los doctores eran demasiado atrevidos. Había
demasiadas posibilidades de ver o escuchar algo que dañaría mi alma.
Pero no había nada remotamente sexual en los dientes. Así que trabajaba
con los dientes.

—Las cosas están ahora más ocupadas con los niños regresando a la
escuela. Muchos chequeos —comenté, tomando una respiración
profunda.

—Bien, eso es bueno. Una onza de prevención vale una libra de


sanación. Especialmente con los dientes que Dios te dio. Solo obtienes un
62

juego así que mejor cuídalos bien.


Página
—Cierto —coincidí. Siete minutos menos. Trece más. Podía hacerlo.
Podía superar esto. Podía tolerar cualquier cosa durante trece minutos.
—¿Y hay algún joven caballero respetable en tu vida?

Esta era una pregunta capciosa que había jodido respondiendo mal
al menos cuatro veces en el pasado. El truco era saber que mi abuela, de
hecho, quería que tuviera un joven caballero respetable en mi vida.
Porque era demasiado vieja para no estar casada. Porque el pecado solo
estaba esperando a mujeres susceptibles como yo. El diablo y sus orgías
solo están esperando que sea víctima de mi lujuria. Así que necesitaba
casarme. De la manera correcta. Una virgen con un vestido blanco en una
gran iglesia. Y luego tenía que acostarme como un pez muerto en la
noche de bodas y dejar que mi marido me folle con su pene medio erecto
y entre en mí para poder quedar embarazada rápidamente.

Pero… no podía estar saliendo con él por mucho tiempo. No


podíamos salir solos. Estar solos. Y él tenía que tener un trabajo que ella
encontrara aceptable. Y él tenía que ser bueno, un buen virgen temeroso
de Dios.

Hasta ahora, he salido con tres de estos hombres. Pero siempre


terminaba porque…
Uno entró al sacerdocio (JA esa había sido una mentira divertida).
Uno se había entregado al pecado y tuve que romper con él.
Y el último se fue a trabajar como misionero en África.

Estuve medio tentada a decirle que mi pequeño y dulce misionero


murió de ébola y estaba afligida. A ella le gustaría eso. Era bueno tener un
corazón roto en tu vida. Algo sobre fortalecer tu fe o alguna tontería como
esa.

—No, no ahora, abuela —dije en cambio, golpeteando mi cabeza


en el ladrillo a un lado de ella—. No he estado saliendo y socializando
mucho.
—Las manos intranquilas son el taller del diablo —advirtió.
—Lo sé, abuela.
—Espera un momento, Fiona Mary.
63

Siempre usaba mi nombre completo. Porque Fiona no era un nombre


Página

aceptable. Fiona era el nombre que mi madre me había dado porque mi


padre se negó a estar en la sala de partos. Porque se suponía que los
hombres no deberían estar involucrados en un acto tan sucio. Y mi madre,
mi pobre y dulce madre, había encontrado su coraje el tiempo suficiente
para garabatear un nombre no bíblico en mi certificado de nacimiento. Ni
siquiera puedo imaginar cuáles fueron las repercusiones de ese evento.
Porque se suponía que mi nombre era Mary. Se suponía que debía tener el
nombre de la madre virgen.

Poco sabían que terminaría siendo mucho más como la puta María
que la virgen María.

Pero, por alguna razón, nunca insistieron en que lo cambiara: mi


padre y mi abuela. Lo cual siempre me había parecido extraño. Ellos
tenían el poder. Mi madre no era más que una hormiga debajo de sus
zapatos. Pero me habían dejado con mi primer nombre, llamándome Fiona
Mary cada vez que me hablaban, o sobre mí, en su lugar.

Demonios, tal vez culpaban a mi horrible nombre como la razón por


la que resulté tan mal. Tan impía. Normalmente culparían a mi madre
como solían hacerlo siempre. Pero ella había muerto hace mucho tiempo.
Entonces tenía que ser el nombre.
—Fiona Mary, ¿sigues ahí?

—Sí, señora —respondí, mirando hacia la pequeña porción de cielo


sobre mi cabeza.

—Bien —hubo un extraño sonido difuso, como el que solías escuchar


cuando los teléfonos celulares se convirtieron por primera vez en algo,
cuando había una estática en las conexiones malas.

—Fiona Mary —dijo una voz diferente, más profunda, masculina.


Familiar. Tan jodidamente familiar. Era la voz que aún escuchaba en mi
cabeza en momentos oscuros. Era la voz que todavía irrumpía en mis
sueños—. Fiona Mary, es tu padre.

No mierda, Sherlock. Como si alguna vez pudiera olvidarlo. Sin


importar cuánto bebiera, cuántos tajos tallara en mi piel… nunca podría
olvidar.
—Abuela —dije en cambio, mi voz sonando borde.

—No te atrevas a colgar, Fiona Mary —advirtió ella con una voz que
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sabía que no estaba bromeando.


Página
Probablemente no debería haberme sorprendido. En realidad era
más impactante que esta fuera la primera vez que hiciera este truco.
Sabiendo que estaba completamente a su merced, sabiendo el poder
que tenía, sabiendo lo fácil que esto me iba a destrozar. Realmente era
una perra vengativa y monstruosa cuando quería serlo.

—Fiona Mary —dijo ella, su voz comprobando si la estaba


desafiando.
—Estoy aquí —respondí, con un graznido de voz.

Cambié de posición en mi caja de huevos, dejando que el lado de


mi cara tocara la pared y luego comencé a golpearla silenciosamente
contra los ladrillos.
—Sigue, John —alentó a mi padre cuando sentí un lado de mi cara
entre la ceja y la línea de mi cabello abrirse contra un pedazo de
hormigón entre los ladrillos.

—Fiona Mary —dijo de nuevo, su voz adquiriendo el borde que


recuerdo—. Tienes que parar toda esta tontería y pecado y volver a casa.
Tu abuela me contó sobre tu pequeño truco en su casa y estoy horrorizado
por tu comportamiento. No crie a una niña para que creciera y se
convirtiera en uno de los juguetes de Satanás. Abriendo tus piernas para
cada criatura con cuernos que se te cruce. Dejándolos penetrar en ti. Y
sodomizarte. Puta. Asquerosa puta del mal…

Sentí la sangre goteando por un lado de mi cara, goteando sobre mi


vestido. Al final del callejón, vi al vagabundo allí parado observándome,
sus ojos tristes. Sabías que eras una mierda patética e inútil cuando alguien
sin hogar se compadecía de ti. Al darse cuenta que lo había notado, gritó
como le había pedido. Cinco minutos antes y cinco demasiado tarde.
—Fiona Mary… ¿qué está pasando? ¡Fiona Mary! —gritó mi abuela.

—Me tengo que ir —dije, aturdida—. Me tengo que ir. Hablaré


contigo el próximo domingo. —Tan pronto como terminé de hablar, arrojé
el teléfono al suelo, viendo sus piezas romperse y extenderse por el suelo.

Estaba meciéndome. De ida y vuelta. Mis brazos estaban envueltos


en mi cintura como si pudieran mantenerme unida. Pero era demasiado
tarde. He estado hecha pedazos durante años. Vi algo en el suelo atrapar
la luz, brillando, atrayendo mi atención. Una pieza larga y dentada de
65

vidrio. Verde. Como si hubiera sido una botella de cerveza una vez. Extendí
Página
la mano sin pensarlo, acercándola rápidamente y enrollándome una de
las mangas.

Estaba posada sobre los hematomas descoloridos en mis muñecas,


apenas tocando mi piel. Lo necesitaba. Lo necesitaba como los fumadores
necesitan sus cigarrillos, como los adictos necesitan sus dosis. Lo necesitaba
como necesitaba el aire en mis pulmones. Porque, maldita sea, no podía
sentirme así. No después de tanto tiempo. No después de escapar. No
después de crear mi propia pequeña vida. Necesitaba sentirme mejor.
Necesitaba los cortes. Y la descarga de adrenalina y endorfinas que mi
cuerpo liberaría. Necesitaba sentirme mejor.

Empujé la punta en mi piel cuando sentí que una mano tocaba mi


brazo, sorprendiéndome lo suficiente para no seguir adelante. Levanté la
vista hacia los profundos ojos marrones del vagabundo. Vi el
reconocimiento allí. El dolor. La aceptación en él.

—No —dijo, su voz persuasiva—. No —dijo de nuevo cuando lo miré


inexpresivamente. Tomó el vidrio, quitándomelo de la mano y arrojándolo
hacia un rincón lejano. Suspiró al escuchar que se rompía contra el suelo.
Un sonido casi de alivio. Como si realmente le importara un comino si me
corto en pedazos—. No vale la pena —dijo, encogiéndose de hombros—.
Lo que sea que es. No vale la pena.

Lo valía. Tanto, muchísimo. Solo su voz, solo sus palabras fueron


suficientes para enviarme en espiral a una oscuridad que había estado
negando durante años. Era una niña cobarde otra vez. Era inútil. Oh Dios
mío, cómo creía en lo inútil que era. Cada vez que él lo decía, lo creía por
completo. Lo creía en algún lugar de mi médula. Era parte de mí, mi
inutilidad.

Solté un aliento estrangulado, llevándome las palmas de las manos a


los ojos y empujándolas dolorosamente. Guardando las lágrimas. Porque
no lloraría. Jamás lloraría otra vez. No por esto. No por ellos. Por él. Nunca.
Tomé aire profundamente, ansiosa por liberar la tensión, y me puse de pie.

—¿Quieres emborracharte? —le pregunté, esperando la pausa.


Siempre había una pausa. Pero él accedería. ¿Por qué diablos se negaría?
—De acuerdo —respondió.

Caminamos en silencio hasta el bar más cercano, un destartalado


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lugar de mierda que ni siquiera tenía una barra trasera. Pedí interminables
Página

tragos de vodka.
Bebí hasta que mi cuerpo no pudo soportarlo más. Luego corrí al
baño y dejé que todo vuelva a salir. Cuando regresé al bar, mi
vagabundo, mi pequeño salvador, mi compañero de copas se había ido.
Me encogí de hombros, sintiéndome demasiado mal para importarme, y
comencé a beber de nuevo.

Estaba en el dichoso olvido. Caminé a casa a tropezones, patética y


entumecida. Dejé caer las llaves cuatro veces tratando de abrir la puerta
cuando escuché que Catorce abrió.

—¿Qué diablos, Dieciséis? —preguntó, sonando tan atontado como


parecía. Echó un vistazo a mi cara y negó con la cabeza—. Jesús, Fee —
dijo, buscando mis llaves y abriendo la puerta él mismo.

De cerca, olía a consuelo. Como a jabón y aserrín. Como a él. Y yo


olía a vodka barato, cigarrillos viejos y vómito.

—Gracias —logré decir, sintiendo mi subidón hundiéndose en lo más


bajo en un tono que me hizo sentir inestable.

—¿Qué dem…? —dijo, su mano extendiéndose hacia mi rostro—.


¿Qué es esto? —preguntó, tocando la piel junto a mi ojo.

—Una pelea de bar —respondí balbuceante, hundiéndome en mi


apartamento—. Deberías ver al otro tipo. —Entonces cerré la puerta de
golpe y pasé los cerrojos. Porque no podía aceptar su amabilidad. No me
lo merecía.
67
Página
Once

os golpes me despertaron. No el martilleo, sino los golpes en mi

L puerta. No tenía que preguntar para saber quién era. Aunque


la noche anterior era un lío maravillosamente borroso,
recordaba encontrarme con él en el pasillo. Y a juzgar por la sangre que
cubría mi almohada, iba a querer saber lo que me había pasado.

Solo ríndete, amigo. Acepta que soy una especie de alcohólica que
se la vive tropezando y desmayando. Un caso sin esperanza.

—Dame un minuto, Catorce —grité, yendo a mi armario mientras me


quitaba la ropa de la noche anterior que olía fatal. Como a… casa de
fraternidad horrible. Me puse una camiseta blanca vieja y unos pantalones
cortos de color rosa brillante, arrojé una menta en mi boca, y me dirigí a la
puerta—. ¿Qué? —dije a modo de saludo, los golpes en mi cabeza por la
pelea que mi cara había tenido con esa pared del callejón me estaba
volviendo aún más gruñona. Sin mencionar que su idea de una hora
razonable era las ocho de la mañana.

—¿Qué? ¿Dónde diablos te criaron con modales como ese? —


preguntó, empujándose en mi apartamento, con una bandeja de café
con una botella de aspirina en uno de los portavasos en su mano.

Me encogí ante la mención de mi familia. Un punto sensible, muy


sensible, en ese momento.

—Solo te permito entrar porque trajiste café —gruñí, siguiéndolo


hacia mi cocina. ¿Qué pasaba con él y ese pensamiento de que era el
dueño de la cosa de entrar sin permiso?

Puso sus ojos en blanco, viendo como tomaba uno de los cafés a
medida que él dejaba dos aspirinas en su palma y las sostenía hacia mí.
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—Tienes que tener dolor de cabeza. No creo que haya visto antes a
alguien tan destruido y aún caminando —dijo mientras tomaba las
píldoras.
—En tacones, ni más ni menos —agregué.

—¿Qué diablos le pasó a tu cara? —preguntó, intentando mirar el


corte, pero volví la cabeza.

—Golpeé una pared. —Algunas docenas de veces. Sin ayuda de


nadie más.

Su aliento siseó al escapar de su boca a medida que cruzaba el


lugar hacia mí, agarrando mi barbilla y sosteniendo mi cara inmóvil
mientras miraba.

—Esto probablemente necesita puntos de sutura —dijo, su rostro


luciendo impasible. Como si hubiera visto cortes desagradables un millón
de veces—. Tienes suerte que no esté infectado.

—Le eché un poco de vodka —respondí y me encogí de hombros,


recordando vagamente a alguien riendo mientras derramaba un trago por
un lado de mi cara.

—Aun así necesitas limpiarlo. Quizás si no quieres ir al hospital, ponle


un poco de pegamento médico.

—Sé cómo es el rollo —contesté, pensando en mis propios roces con


un corte demasiado profundo en mi pierna. La horrible realidad de que
podría tener que ir al hospital y responder algunas preguntas. Recibir una
evaluación psicológica. El pegamento y yo éramos buenos amigos.
Hubo un largo silencio que me hizo mirar mi taza de café.

—¿Qué pasa con la espiral de autodestrucción, Fee? —preguntó, su


voz más suave de lo que alguna vez la había escuchado antes.

—¿Por qué te importa? —respondí de inmediato. No le importaba. A


nadie realmente le importaba. Simplemente sentían que tenían derecho a
los detalles íntimos de tu vida. Me gustaba que la gente explicara su dolor
para así poder hacer un mapa de él. Para saber que hay gente más jodida
que yo de modo que pueda sentirme mejor conmigo misma.

—No sé —dijo, metiéndose el cabello oscuro detrás de su oreja—.


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Solamente lo hago.
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Ignoré la cálida sensación en mi interior. El sonido de esperanza de
que a alguien en realidad podría importarle un bledo. Que alguien se daría
cuenta si abandono esta pelea después de todo.

—No lo hagas —dije, las palabras saliendo más tristes de lo que


pretendía. No quería que le importara. No podía importarle. No era la clase
de persona por la que debías preocuparte. Solo te defraudaré.
—Demasiado tarde —respondió y se encogió de hombros.

—¿Por qué? ¿Porque nos besamos? ¿Porque me hiciste correr con un


vibrador? —Puse los ojos en blanco. Encogiéndome de hombros. Los
hombres odiaban esa mierda. Su tonto y frágil ego—. Supéralo.

—Esto no se trata de mí —dijo en cambio, sin sonar insultado en lo


más mínimo—. Pero si no me equivoco —añadió, luciendo arrogante—. Te
escuché ayer por la mañana gritando mi nombre mientras te corrías.

Oh, maldito hijo de puta. Jesús. ¿De verdad fue tan fuerte? Ni
siquiera recuerdo haber gritado su nombre. Pero viendo que estaba
pensando en él, eso era completamente posible.

—¿Tienes un punto? Estar en la cabeza de alguien en el momento


más cumbre no es gran cosa. Me pasó con un repartidor de pizzas durante
un mes consecutivo. —No. Para nada cierto. Pero ciertamente lo hice
sonar como si así fuera.

—¿Cuál es tu problema, Dieciséis? —preguntó, sacudiendo la


cabeza.

—¿Qué? —pregunté, no estando segura si eso era un insulto o una


pregunta real.

—No lo sé —dijo—. Todos los tenemos, pero con el alcohol y las malas
decisiones…

—Tal vez simplemente soy estúpida —sugerí, terminando mi café y


arrojando la taza en la basura. Necesitaba poner algo de espacio entre
nosotros. El aire en la pequeña cocina se sentía espeso y sofocante. Entré
al pasillo y luego al baño.

—No eres estúpida —dijo, siguiéndome—. Solo estás… lidiando. Solo


tenía curiosidad por saber con qué estás lidiando.
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—¿Qué te hace pensar que tienes derecho a saber eso? —pregunté,
metiendo la mano en el botiquín y sacando el hamamelis1 y el
pegamento. Él observó mi reflejo en el espejo a medida que humedecía
un hisopo y limpiaba toda la sangre seca, tratando de limpiarlo lo más
posible antes de poner el pegamento. Fingí no notar su mirada.

—No estoy diciendo que tengo derecho a saber —dijo alcanzando


el pegamento mientras intentaba mirar en el espejo y pegar al mismo
tiempo. Su mano apartó mi cabello de mis ojos y mantuvo mi rostro
quieto—. Estoy diciendo que estoy aquí. Y quiero escuchar si quieres
hablar.

Cerré los ojos cuando lo sentí empujar mi piel y deslizar el pegamento


en la herida. Dios, cómo quería decírselo. Una parte de mí sentía que
aliviaría la carga. Dejar de mantenerlo tan secreto. Pero la otra parte sabía
que nunca volvería a ser vista de la misma manera.

—No estoy de humor para hablar —respondí en voz baja mientras él


soltaba mi cara y se alejaba.

—Está bien —dijo, encogiéndose de hombros—. Pero es una


invitación abierta. Eso va a dejar cicatriz. Tal vez unos centímetros más o
menos, pero debería sanar limpio.

—¿Qué es una cicatriz más? —murmuré para mis adentros, pero a


juzgar por la expresión de dolor en su rostro, él me escuchó. Lo cual solo
empeoró todo al saber que había visto mi muslo.
—¿Qué dices si vas a limpiarte y te llevaré a desayunar?

Podía hacerlo. Quiero decir, mi trabajo no exigía exactamente que


respondiera cada llamada. Demonios, no respondía a nadie más que a mí
misma. Pero sabía que no debería. Ya éramos demasiado cercanos para
mi comodidad y no podía arriesgar cualquiera sea el equilibrio cuidadoso
que mantenía con mis habilidades sociales recién descubiertas y mi normal
estado ermitaño.

—O puedo preparar una tortilla rápida y dejarte regresar a tu día —


dijo, sintiendo mi vacilación.
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1 Hamamelis: género de cuatro especies de plantas con flores de la familia Hamamelidaceae, que
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tienen propiedades astringentes entre otros usos medicinales.


—Está bien —contesté y antes de que pudiera cambiar de opinión,
estaba saliendo del baño y cerrando la puerta detrás de él.

Agarré una toalla y planeé darme una ducha rápida, pero tan
pronto como el agua golpeó mi piel, supe lo que me esperaba.
Necesitaba el agua hirviendo y necesitaba fregar y volver a frotar todo lo
que pasó ayer. Las palabras de mi padre siempre parecían dejar una capa
sobre mi piel. Como si estuviera cubierta de ellas. Como si se hundieran y se
volvieran parte de mí si no las lavaba. Además, sin mencionar el alcohol, el
vómito, la sangre seca, y Dios solo sabía qué más.

Cuando terminé, mi baño era una nube de humo. Me sequé y me di


cuenta con pánico, que había olvidado traer ropa conmigo al baño.
Envolví la toalla alrededor de mí, sujetando el nudo por si acaso y me
asomé en la puerta.

Probablemente estaba ocupado en la cocina preparando algún


tipo de mezcla increíble. Si huía hasta mi habitación, ni siquiera me vería.
Abrí la puerta y salí disparada, chocando contra una pared gigante de
hombre.

Grité, intentando alejarme, pero sus manos aterrizaron fuertemente


sobre mis hombros, manteniéndome inmóvil.
—Lo siento, yo, eh…
—¿Olvidaste agarrar ropa? —preguntó, su voz sonando divertida.

Estaba demasiado cerca y demasiado desnuda. Esto no podía estar


pasando. De ninguna jodida manera.
—Se… s-se supone que me estás haciendo la comida —tartamudeé.

—Sí, dejé toda la comida en la encimera y luego escuché el agua y


no pude dejar de pensar en ti allí dentro… a una habitación de mí…
completamente desnuda y enjabonada.

—Ya no estoy desnuda ni enjabonada —le dije, sin poder mirar por
encima de su pecho. Si miraba hacia arriba, podría rendirme. Podría
dejarlo pasar. Y eso… bueno, eso no podía suceder.

—No enjabonada, no —comentó, bajando la mano y tocando la


parte superior de la toalla—. Pero estás solo a un… tirón —dijo, agarrando
el borde y sosteniéndolo—, de estar desnuda.
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Poco a poco, tomé aire por mi nariz, intentando controlarme un
poco. Pero las palabras me fallaron una vez más y levanté mi mano para
cubrir la suya, manteniéndola inmóvil.

—Mírame, Fee. —Mis ojos se alzaron lentamente, mirando su camisa,


luego su garganta, su barbilla, labios, nariz. Entonces finalmente, sus ojos.
Imposiblemente azules, casi se podía ver a través de ellos—. Ahí estás —
dijo, su otra mano deslizándose por un lado de mi cara, su pulgar
acariciando mi mejilla. Sentí que mi boca se abría un poco, observándolo,
atrapada en ese momento—. Bésame —dijo, y sentí la demanda
asentándose en mi vientre.

Y entonces estaba de puntillas y presionándome contra su pecho. Su


mano se deslizó de la toalla y avanzó alrededor de mi espalda,
deteniéndose entre mis omóplatos. Mi mano subió por su pecho, tocando
la barba en su mejilla, escabulléndose hacia su cabello y empujándolo
hacia abajo.
Un beso. No estaría mal.

Incluso a medida que me lo decía, sabía que era una mentira.


Porque besar a Hunter era como salir a la luz del sol después de estar en
una cueva durante un año. Era cegador. Era cálido. Y, sobre todo, era
reconfortante.

Sus labios se encontraron con los míos con una pasión feroz,
imprudente y necesitada. Mis dientes se clavaron en su labio inferior,
clavándose y tirando. Esto no era tentativo. Esto no era nuevo. Ya
habíamos hecho nuestra exploración. Solo quería más. Quería todo. Mi
lengua se deslizó en su boca, acariciando la suya mientras mi mano
agarraba la parte posterior de su cuello, jalándolo más cerca. Mi otra
mano soltó la toalla, envolviéndose alrededor de sus hombros.

Sus brazos se deslizaron por mi espalda, una envolviéndose fuerte


alrededor de mis caderas, la otra alrededor de mi trasero. Empujándome
más cerca. Mis senos estaban presionados contra su pecho, doloroso pero
sintiéndose bien a la vez. Podía sentir su dureza presionándose a través de
sus jeans, empujando contra mi vientre. Recordándome cosas que olvidé
que quería.
Dios, cómo quería.
73

Suspiré contra su boca. Sus manos se movieron, estirándose y


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agarrando mi trasero, alzándome del suelo, aplastando mi calor contra su


erección. Mi cabeza cayó hacia atrás con un jadeo y su cara se movió
hacia abajo y se hundió en mi piel. Primero sus labios. Entonces sus dientes.

Me volvió a poner de pie en el suelo, una de sus manos moviéndose


entre nosotros, agarrando mi seno a través de la toalla. Apretándolo. Su
pulgar frotó mi pezón ya endurecido por un segundo antes de agarrarlo
entre dos dedos y pellizcarlo. Duro. Lo suficiente para hacer que mis ojos se
abran de golpe y un medio gemido medio chillido escape de mis labios.

—Es tan sexy lo caliente que te pones tan fácilmente —gruñó,


empujándome contra la pared. Él agarró mis brazos, inmovilizándolos sobre
mi cabeza y luego continuó su asalto sobre la sensible piel de mi cuello.
Una de mis manos bajó por su espalda, deslizándose debajo de su camisa
y tocando los duros músculos de su espalda—. Tan dulce —dijo, pasando la
lengua por el lóbulo de mi oreja.

Su mano tocó mi muslo. El exterior de mi tatuaje, acariciando la


suave piel en el interior de mi rodilla. Pequeños círculos. Moviéndose
lentamente hacia arriba. Sus dedos rozaron el borde de la toalla que
apenas cubría mi entrepierna.
No. Sí, oh Dios, sí. Pero no.

Saqué mis manos de su agarre, golpeándolas contra su pecho y


empujándolo. Fuera de guardia, retrocedió un paso, tropezando
ligeramente. Agarré mi toalla con fuerza, mis manos temblando
ligeramente. Frente a mí, Hunter se apoyó contra la pared y se pasó una
mano por la cara.
—¿Qué mierda, Fee? —preguntó, su voz un susurro áspero.
Suspiré, mirando hacia mis pies. Estaba frustrada. Insoportablemente
frustrada. Y enojada. Conmigo. Con el monstruo que me hacía ser como
soy. Y triste. Por todas las cosas que nunca podría tener. Pero sobre todo…

—Lo siento —le dije, sabiendo que no significaba nada. Pero lo era
todo.

—No lo entiendo —dijo, con los ojos clavados en mí—. Las paredes
son jodidamente delgadas, Dieciséis. —Ante mi mirada inexpresiva, dejó
escapar una breve risa sin humor—. Te escucho, Fee. Cada día. Con todos
tus hombres. —Recorrió el espacio, empujándose contra mí, inclinándose
en mi cara.
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Intimidante. Era realmente intimidante cuando estaba enojado.


Y luego lo entendí. Pensaba que era una puta. Pensaba que era
fácil. Y sin embargo, estaba jugando con él. Estaba tentándolo.
—Hunter… —dije, intentando parecer razonable.
—No, no lo hagas —dijo, golpeando una mano contra la pared.

Este era el Hunter de ese martes por la mañana. Este era mi oscuro
salvador. La bestia salvaje que golpeó la cara de un hombre. Este no era
mi Hunter. Aquel que me preparó la cena. Y me dio la seguridad para
dormir toda la noche. Aquel que me pegó de nuevo en una sola pieza.

Este era un pitbull rabioso luchando contra su correa. Me pregunté


fugazmente quién ganaría a medida que lo veía cerrar los ojos y tomar
una larga y constante respiración.

Nos quedamos así por mucho tiempo, él quieto y silencioso, yo


oportuna y fascinada. Un músculo se tensó en su mandíbula. Su puño se
apretó y se aflojó a su lado. Luego sus ojos se abrieron lentamente.
La correa ganó. Se apartó de la pared, retrocediendo un paso.

—Tu tortilla está en el microondas —comentó, dio media vuelta y


salió de mi apartamento.

Salió de mi vida. Porque no pensaba que lo viera alguna vez. No


después de eso. No después de dejarme verlo perder la calma de esa
manera.

Caminé hacia la cocina, encontré una tortilla con queso,


champiñones y espinacas, y me senté a comerla.

Él me había mostrado parte de sus problemas. Y estaba


avergonzado de eso. Poco sabía que no era quién para juzgar. Entonces,
¿qué pasa si tiene problemas de ira? Yo tenía problemas cortándome. Y
problemas de alcohol. Y problemas de papi. Y problemas de hermano. Y
problemas de abuela. Era el gran lago de té helado de los problemas:
todo menos el té helado incluido.

Honestamente, estaba feliz de ver los defectos en él. Es difícil no


sentirse como un triste saco de horror junto a alguien que había
demostrado ser jodidamente perfecto. Un buen cocinero, un ciudadano
preocupado, un buen amigo. Y tan ridículamente apuesto además de
todo. Era demasiado.
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Me gustaba más el Hunter jodido.


Era una pena no volver a verlo nunca más.
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Doce

l piso de mi baño y yo hemos tenido una relación intermitente

E durante mucho tiempo. Él era el guardián de mis secretos más


desagradables. Mi compañero fresco y reconfortante en las
noches cuando me encuentro atrapada en casa.

No he tenido noticias de Hunter en una semana. Otro domingo. Otro


callejón privado. Otra llamada a mi abuela.

—Realmente deberías escuchar a tu padre —me dijo, su voz


acusadora—. Es un gran hombre. Él entiende la escritura. Solo está
tratando de guiarte.
—Sí, abuela.
Sí, abuela. Sí, abuela. Sí, abuela.

Tenía una bolsa de comestibles a mis pies y una idea mediocre de


seguir cocinando. Así que tenía que irme a casa. Y una vez que estuviera
en casa, no iría a ningún lado.

No escuché nada de su lado de la pared. Sin martilleo o aserrado a


las seis de la mañana. Sin charlas. Ni televisión. Nada de nada. Tuve un
ataque de pánico ante la idea de que tal vez se hubiera ido, se hubiera
mudado. Pero vi que la pila de colillas de cigarrillos en el cenicero de su
balcón aumentaba cada día. Él todavía estaba alrededor. Simplemente
no quería darme ninguna excusa para ir a su apartamento.

Cosa que era lo mejor. Eso era lo que seguía recordándome. Cinco,
diez veces al día. Era lo mejor. Las cosas podían volver a ser como solían
ser. Yo, mi yo y yo misma. Mi yo alcohólica tropezando con todo. Sola.

Tienes que proteger al mundo de ti, Fiona. Nadie merece tener que
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lidiar contigo.
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Mi monólogo interno había dado un giro hacia lo negativo
últimamente. Es cierto, mi cabeza nunca ha sido un lugar feliz para estar,
pero de repente se estaba convirtiendo en un campo lleno de minas
terrestres de autodesprecio. Podía escuchar su tono deslizarse en mi
subconsciente. Porque así de bueno era él. Una llamada telefónica y ya
era diferente.

Me preparé espaguetis que salieron demasiado duros y la salsa


demasiado líquida, y decidí que quizás cocinar no era una ciencia, sino
una habilidad. Una que obviamente no poseía. Pero me lo comí y bebí una
botella de vino. Vino. Lo cual era extraño para mí. Lo compré pensando
que me evitaría salir y ahogarme en una botella de algo más fuerte. No
guardaba licor en mi apartamento. Eso era solo pedir ser una bebedora
diurna. Una alcohólica en toda regla.

Sentí una sensación de hormigueo cálido una vez que terminé la


botella, una agradable sensación de calor. Pero no duró. Mi estado de
ánimo se agrió más y el alcohol se adhirió al diálogo interno negativo
como un salvavidas. Y estaba cayendo en toda una espiral.

Así que ahí estaba yo, con un buen piso de baño viejo, con ropa
interior de color rosa y una blusa con estampado de rayas blancas y
negras… viéndome como el completo desastre que sentía que era. Tenía
una pila de gasa limpia a mi lado con algo de hamamelis y pegamento.
Por si acaso.

Siempre había escuchado que el primer corte era el más difícil. Sin
embargo, era algo con lo que nunca estuve de acuerdo. El primer corte
está lleno de promesas. El subidón de sentimientos buenos. El shock al ver la
piel abierta y húmeda. Para mí, el primer corte era el más fácil. Cada corte
después me hacía sentir como si estuviera persiguiendo un sueño
imposible. Como si intentara emborracharme. O drogarme más. Cuando
sabías que no era posible. Siempre hay un límite. Pero aquellos que son
realmente dedicados siguen intentándolo de todos modos.
Estaba realmente dedicada a la autodestrucción.

La cuchilla de afeitar tocó mi piel y me metí en la mentalidad. Tiene


que ser una mentalidad diferente, porque nadie en su cerebro normal y
cotidiano se cortaría. Era un limbo extraño de sensaciones que podía
emborracharme algunas noches.
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Esta era una de esas noches.


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Veinte minutos después, mis manos temblaban a medida que
presionaba la gasa empapada de hamamelis contra los cortes. No recibí
mi subidón. Sin importar cuántas veces lo intenté. Sin importar cuánto
empujé. Me sentía aún más abatida, dejando caer la gasa y
acurrucándome en mi costado.

No podía llorar. Eso era lo que quería hacer en ese momento. Solo
dejarlo salir. Purgar los sentimientos en algo que no sea sangre para variar.
Pero él podía quedarse con la sangre. No las lágrimas. Me quedé allí por
un largo tiempo, mirando las patas de la mesa en mi baño, viendo cómo
se deslizaban dentro y fuera de foco, el vino haciéndome sentir cansada
mientras me venía abajo.

Antes de que pudiera pensar en luchar contra eso, me estaba


quedando dormida.

Y tenía seis años otra vez. Nuestra casa consistía en una cabaña en
el bosque detrás de la casa de mi abuela. Mansión. La casa de mi abuela
en realidad podía llamarse una mansión. Pero mi padre se había metido
entre las páginas de su Biblia en algún momento de su adolescencia y
rechazó la idea de la riqueza material. Durmió en el patio trasero durante
meses mientras cortaba árboles y armaba la casa en la que
eventualmente crecería.

Había una pequeña sala de estar/comedor justo al frente de la


puerta de entrada con una chimenea. Que era el único lugar donde
había visto a mi madre cocinar algo. No teníamos una estufa. O
microondas. Ningún lujo.

El baño era una dependencia a dieciocho metros de la puerta de


entrada. Mi hermano y yo teníamos una habitación pequeña de ocho por
ocho, dividida por el medio con una cortina. Porque se suponía que no
debíamos vernos vestidos o cambiándonos. Ni siquiera cuando éramos
niños pequeños. Los pecados de la carne o algo así. Mis padres tenían una
habitación de tamaño similar, su cama apoyada contra mi pared.

Solía escucharlos de noche, mi padre recitándole las escrituras a mi


madre.
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—El marido debe darle a su esposa sus derechos conyugales, y
asimismo la esposa a su marido. Porque la esposa no tiene autoridad sobre
su propio cuerpo, pero el marido sí.

Y luego estaba el sonido de la cama golpeando contra mi pared, mi


padre jadeando y luego gruñendo. Se quedaría dormido poco después y
oiría a mi madre llorando a través de la pared.

No puedo recordarla como nada más que encogida de miedo. Sus


hombros parecían permanentemente echados hacia arriba hasta sus
orejas, su cara siempre apuntada hacia el suelo. Cuando era pequeña
recuerdo haber dicho que era bonita con su largo cabello rubio. Mi padre
había irrumpido a través del sitio, agarrando mi rechoncho rostro de seis
años y gritando sobre mis pecados.
Al día siguiente, salí a rezar para ver cómo mi madre se cortaba el
cabello, su cuero cabelludo rasgado y ensangrentado.
Nunca más hablé de mi madre frente a mi padre. Y mi madre se
tensaba cada vez que abría la boca cuando estaba en la habitación.

Mi hermano y yo no fuimos a la escuela. Había demasiado pecado y


no suficiente Dios. Ni siquiera en las escuelas católicas. Mi padre se llevó a
mi hermano con él, cazando, pescando y haciendo cosas que no quería ni
saber. Mi madre esperaba que se fueran y corría hacia mí, agarrándome y
sentándome en el piso de tierra y dibujando letras con un palo. Ella me
enseñó a leer en contra de los deseos de mi padre. Después de cada
sesión, tomaba mis manos y me decía que la mirara y con voz temblorosa
me recordaba lo importante que era que mi padre nunca se enterara de
nuestras lecciones.
Nunca lo hizo.

Los primeros años no fueron tan malos. En general. Me alimentaron.


Tenía suficientes mantas para protegerme del frío invernal. Lo tenía mejor
que otros niños en el mundo. Los golpes siempre vinieron de la nada
después de ofender algún ideal de mi padre. Él me sacaría afuera y
rompería una rama de un árbol, me quitaría el vestido y me golpearía con
la rama hasta que yo llorara lo suficiente como para orinarme. Entonces
me dejarían allí, afuera en el calor o en el frío helado, para pensar en mis
pecados. Para arrepentirme ante Dios. Durante la noche.
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Mi madre vendría a verme por la mañana, presionando compresas


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contra mis cortes y murmurando sobre los temperamentos de los hombres.


Diciéndome que contenga la ira, que la envuelva como un bebé en mi
pecho y nunca la suelte. Porque si la soltaba, él ganaba. Él me poseía.

Lo que ella no me dijo es que él me había poseído desde el día en


que nací. Justo como la había poseído desde el día en que se casaron. Y
como una niña pequeña, no podía entender. No entendía el punto que
ella estaba tratando de hacer. Si no me aferraba a la ira, aceptaría mis
palizas. No me detendría a pensar cuán injustos eran los castigos por los
crímenes. No me preguntaría por qué mi hermano no se quedaba
ensangrentado ni era dejado fuera durante toda la noche. No vería a mi
padre por el monstruo que era.

Recordaba muy bien mi décimo año. Compartir las


responsabilidades del hogar con mi madre. Las citas constantes e
implacables de las escrituras sobre los pecados de la carne. La debilidad
de las mujeres. No entendí en ese momento que mi padre insinuaba algo
que yo todavía no sabía. Mi próximo florecimiento. Mi feminidad.

Isaiah tenía doce años, puro brazos, piernas y ojos que pasaban
demasiado tiempo sobre mí y mi madre. En ese momento no entendía. Esa
mirada. Esa mirada que, como mujer adulta, sabes que es solo una cosa.
Conoces esa mirada. Y sabes cuando esa mirada es más que una mirada.

Isaiah abrió la cortina entre nuestra habitación cuando me escuchó


entrar a la cama, parándose allí y mirándome mientras yo me cambiaba.
No tenía mucho entonces. Un palo todavía. Mis pechos eran pequeños
brotes que aún se confundirían con los de un niño. Pero no era un niño. Y él
miró. Me arrastraría a la cama y me pondría las mantas sobre mi cabeza.
Lo oía tirar de la cortina, su colchón cediendo bajo su peso.

Entonces estaría jadeando y gruñendo. Jadeando y gruñendo de su


lado de la habitación. De mi hermano. Jadeando y gruñendo al otro lado
de la pared. De mi padre. Y una parte de mí estaba empezando a
entender que eso no estaba bien. Que sea lo que sea lo que estaba
causando esos ruidos… no era algo a lo que me deberían permitir estar
cerca. No era algo que debería saber.
Era algo que hacía llorar a mi madre.

Mi padre entró una noche mientras yo estaba cambiándome,


dándole la espalda a Isaiah mientras sus ojos se posaban sobre mí. Y
entonces él estaba gritando. No a Isaiah, sino a mí. Gritando palabras que
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sonaban tan enojadas y mezcladas que ni siquiera las entendí. Agarró mi


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muñeca, sacándome de la habitación con toda mi desnudez, a través de
la casa, y hasta fuera.

Me arrojó al suelo, a quince centímetros de profundidad en nieve


nueva. Recordaba esa sensación como si fuera ayer. La sensación
punzante, ardiente, penetrante atravesando cada terminación nerviosa
donde el frío tocaba mi piel. Recordaba haber gritado, intentando
pararme. Pero él me empujó hacia abajo, agarrando la rama de un árbol
y golpeándome la espalda hasta dejarla en tiras crudas de carne. Luego
se dejó caer en el suelo a mi lado, buscando en su bolsillo trasero. Me
arrojó sobre mi espalda, dejando que la nieve se filtrara en las heridas
abiertas. Y entonces vi lo que sostenía, la luna brillando sobre la hojilla en la
oscuridad. Su cuchillo de caza.

Los gritos resonaron como los de un animal moribundo. Porque así


fue como me sentí. Como si me estuvieran pelando. Como si me estuvieran
cortando para la cena del domingo.

Luego, como una loca, mi madre salió corriendo de la casa con los
pies descalzos gritando:
—¡Fuego!

—Fee, despierta —oí a través de los gritos. Los gritos que jamás
podría olvidar. Los gritos ahogados en tu propia saliva. La oración por el
final dichoso de toda clase de gritos—. ¡Fee… maldición… despierta!
Sentí un dolor agudo en mi rostro y mis ojos se abrieron de golpe,
pero sin comprender. Todavía tenía diez. Estaba en la nieve. Siendo
mutilada por mi padre. Sentí una mano sobre mi rodilla y salí disparada, mis
puños chocando con la carne.

—Fee, reacciona —dijo la voz, agarrando los lados de mi cara y


sacudiendo mi cabeza una vez.

Entonces solo así, mi sueño se desvaneció, retrocediendo como una


niebla. Y allí estaba Hunter, arrodillado junto a mí, sus ojos claros
pareciendo desesperadamente frenéticos.
—Jesús, Fee —dijo, soltando mi rostro y sentándose sobre sus talones.
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—¿Cómo entraste aquí? —le pregunté, sintiéndome un poco más
mareada de lo que debería.
—¿Cómo? —preguntó, sus cejas frunciéndose—. Rompí tu puerta.
—¿Qué? —pregunté, confundida—. ¿Por qué?
Él miró mi cara.

—Estabas gritando. Me refiero a… unos malditos gritos espeluznantes.


Creí que alguien estaba aquí tratando de matarte. Derribé la puerta. —
Asentí, sintiéndome un poco avergonzada y, lo que era peor, como si le
debiera una explicación. Me empujé sobre mis codos y su mano se disparó
a mi hombro—. Lento. Has perdido mucha sangre, nena.

Mis ojos se abrieron por completo, yendo hacia mi muslo,


sintiéndome como si estuviera ahogándome en mi autoconciencia. Mi
muslo se veía peor de lo que recordaba a través de la bruma que me
permitió hacer el daño en primer lugar. Los cortes eran más profundos y él
tenía razón. Había sangre seca en mi pierna, todo el camino hasta mi
rodilla y un charco terriblemente grande en el suelo de baldosas a mi lado.
Extendí la mano hacia la gasa limpia, pero sus manos me detuvieron.
—Fee —dijo, mi nombre como una pregunta—. Háblame.
—Tuve una pesadilla —dije murmurando y él negó con la cabeza.

—Entonces, ¿qué hay de esto? —preguntó, gesticulando hacia mi


pierna.
—No importa.
—A mí me importa —respondió.
—¿Por qué? ¿Porque te desperté?

—Porque me asustaste jodidamente esta noche —admitió—.


Escuché los gritos, luego entré aquí y vi toda la sangre…

—No te preocupes —le dije, sentándome—. No hay asesinos aquí. Te


puedes ir.

—No voy a ir a ningún lado —respondió, arrebatándome la botella


de hamamelis de la mano—. Yo lo haré —añadió, derramándolo sobre mi
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piel y luego secando la sangre hasta que mi piel estaba limpia—. ¿Quieres
que pegue estos?
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—No —respondí, observándolo encargándose de mí
cuidadosamente. Como si tuviera miedo de lastimarme. Lo cual era algo
completamente nuevo para mí, proviniendo de un hombre. Lo observé a
medida que se levantaba y buscaba antibióticos triples, volviendo y
extendiéndolos sobre los cortes—. No soy una puta —me escuché decir en
voz baja.
Pero él me escuchó y su cabeza se disparó a mi cara.
—Nunca dije que lo fueras —dijo, frunciendo el ceño.
—Es solo que… la semana pasada…
—Fee, olvídate de eso.

¿Estaba intentando aplacarme? La pobrecita y jodida Fiona que


necesitaba mimos para que así no se corte a sí misma. No podía dejar que
esa fuera su opinión sobre mí.

—No soy una puta —dije de nuevo, mi voz un poco más fuerte—. Soy
operadora de sexo telefónico.

Su boca ya estaba abierta como si fuera a interrumpirme, pero


entonces sus ojos se abrieron de par en par por un segundo antes de que
una sonrisa comenzara a tirar de sus labios.
—Espera. ¿Qué?

—Soy operadora de sexo telefónico. —Ante su mirada inexpresiva,


me encogí de hombros—. Ya sabes… los hombres me llaman y yo les hablo
obsceno y…

—Sé lo que hace una operadora de sexo telefónico —dijo, poniendo


los ojos en blanco. Se sentó allí por un minuto, perdido en sus propios
pensamientos, luciendo completamente divertido—. En realidad, eso
explica mucho —dijo finalmente—. Así que, eh, los ruidos de caballo…
Me reí, llevándome una mano a la cara.
—Oh, Dios mío… ese chico.

Él sonrió conmigo por un momento antes de que su rostro se pusiera


serio.

—Entonces, esa otra mañana —comenzó, sus ojos encontrándose


84

con los míos—, con los azotes…


Página

—Un dominante —contesté.


—Después —dijo y sentí que mi cara se calentaba con el recuerdo—.
Después de colgar con él. —Hubo un largo silencio como si él esperara que
dijera algo. Pero no podía—. Estabas pensando en mí. En mí haciendo esas
cosas de las que había hablado el tipo.
—Tal vez —respondí, sin poder mirarlo por más tiempo.

—Cuando te tocabas a ti misma… —dijo, extendiendo la mano y


ladeando mi mentón, para que así volviera a mirarlo.
—Sí —admití.

—Te escuché —dijo—. A través de la pared. Te escuché gemir. Dejé


de trabajar para escuchar. —Lo cual debería haber sido espeluznante,
pero no era así—. Estaba acariciando mi polla escuchándote. —Jesucristo
eso era ardiente. La imagen voló a mi cabeza y cerré mis muslos para
tratar de aliviar el caos allí—. Después cuando escuché que gritabas mi
nombre cuando te corriste… —se interrumpió, sacudiendo la cabeza
como si no pudiera encontrar las palabras correctas.

Hubo un silencio embarazoso entre nosotros, ambos perdidos en


nuestros pensamientos. Él probablemente en mi trabajo, en mí
masturbándome con la idea de él mientras él escuchaba. Seguí pensando
en nuestros intentos fallidos de acercarnos. De intimar. Me pregunté si
debería decírselo. Solo morder la bala y terminar de una vez.

—Oye —dijo, rompiendo mis pensamientos arremolinados—. Sea lo


que sea que puso esa mirada en tu cara… deja de pensar en eso.
—Hunter…
—No —dijo, sacudiendo la cabeza y poniéndose de pie. Extendió
una mano hacia mí y la tomé—. No me debes una explicación. Supongo
que hay algún problema con el verdadero sexo real para ti, ¿verdad?
—Sí. —No tienes ni idea. No me querrías si supieras.

—Está bien —dijo, todavía sosteniendo mi mano aunque estaba de


pie. Se sintió bien. No recuerdo haber tenido a alguien tomándome de la
mano. No era de extrañar que las parejas nuevas siempre lo hicieran. Se
sentía como un consuelo. Como estabilidad—. Entonces, ahora que lo sé
—añadió—. No es gran cosa —dijo, inclinándose hacia delante y
plantando un beso en mi frente.
85
Página
Estaba mintiendo. Lo sabía. Sabía que era una gran cosa. El sexo
siempre era una gran cosa. Cuando lo tenías, era una gran cosa. Y
cuando no lo tenías, también era una gran cosa.

—De acuerdo —murmuré. Sin creerle, pero sin la energía para una
pelea.

—¿Por qué no te llevamos a la cocina y te traemos algo de comida


para contrarrestar esa pérdida de sangre? E intentaré arreglar tu puerta.

Me senté en mi cocina mordisqueando los espaguetis fríos y


masticados mientras él trabajaba. Me alegré por la distancia. Necesitaba
pensar. Necesitaba recuperar mis defensas.

Había pasado mucho tiempo desde que tuve ese sueño. E incluso
cuando lo tenía, por lo general era como un tercero. Como si estuviera
mirando la escena. Pero esta noche había estado dentro de mi pequeño
cuerpo, escuché todos los pensamientos arremolinados, sentí el frío, sentí el
dolor, sentí los gritos brotando de mi boca. Se había sentido tan real como
lo había sido hace trece años. Fue como revivirlo.

Debajo de mis pechos y debajo de mis bragas, mis cicatrices se


sentían crudas y dolorosas. Se sentían frescas y ardiendo. Casi esperaba
ver el rojo brillante, un desastre sangriento cuando me cambié más tarde
en lugar de la piel extrañamente suave y blanca que sabía que estaba allí.

El reloj de mi estufa me indicó que eran justo después de la una de la


madrugada. Aunque para ser justos, no pensé que pudiera haber un daño
peor en las próximas tres horas que en las últimas tres. Esta iba a ser una de
esas noches en que daba vueltas por la televisión sin cesar, respingando
cada vez que moviera la pierna o algo rozara mis cortes. Pero faltaban
solo unas pocas horas y luego podría dormir. Entonces las cosas podrían
volver a lo habitual.
O, tan habitual como podría ser mi vida.

—Muy bien —dijo Hunter, caminando de regreso a la habitación, un


poco sudado por lo que fuera que hubiera estado haciendo—. Puse
algunas tablas sobre la brecha que hice. No quedó perfecto, pero
aguantará hasta que pueda reemplazar…
—No tienes que…
86

—Lo rompí —interrumpió—. Lo arreglo.


Página
—Está bien —concedí porque mi mejor sentido me decía que no
tenía sentido discutir con él.

—Lo siento… te desperté —le dije cuando el silencio se extendió


torpemente.

—Oye, nada como un ligero infarto para mantenerte joven —dijo,


dándome una sonrisa que solo pude describir como coqueta—.
Entonces… ¿estás bien? —preguntó, observando mi cara—. Podría
quedarme…

—Estoy bien —respondí automáticamente. Era instintivo. Siempre


estaba bien. Como si leyera mis pensamientos, levantó la ceja—. No, en
serio —agregué, agitando una mano—. Estoy bien. Voy a ver una película,
esperar a que salga el sol y luego descansar un poco.

—De acuerdo —dijo, empujando la puerta y avanzando hacia mí.


Sus manos acunaron mi cara y la levantaron lentamente hacia él a
medida que bajaba la cara. Pero sus labios no se presionaron sobre los
míos. Se cernieron sobre los míos durante un largo tiempo antes de
presionarse, el susurro de un toque que duró no más de dos segundos antes
de alejarse. Me sentí vacilar un poco, horriblemente, en mis pies cuando
dio un paso atrás—. Nos vemos, Dieciséis —dijo, dándome una mirada
extraña.
—Nos vemos, Catorce —llamé cuando la puerta se cerró de golpe.

Sola, me acurruqué en mi cama, envolviendo mis mantas alrededor


de mí como si pudieran ocultar todo lo malo. Me quedé despierta
pensando en nada y en todo. Mi padre. Mi madre. Mi hermano. Mi muslo
ardiente. Pero sobre todo, en Hunter.

Porque, maldita sea, creo que me estaba enamorando de él. Solo


un poco. Y tal vez simplemente era toda esa frustración sexual reprimida.
Pero una parte de mí sabía que era más que eso. Era más profundo. Tal vez
mi pequeño corazón congelado se estaba descongelando un poco.
87
Página
Trece

i teléfono me despertó. Mi teléfono de trabajo con la absurda

M canción porno de los años setenta. Bowchicka-wow-wooow.


Busqué cansadamente fuera de la cama, buscándolo en mi
mesita de noche donde generalmente lo dejaba. Pero cuando el sueño
desapareció de mi cerebro, me di cuenta que venía de mi sala de estar.
Tropecé, mirando hacia mi puerta con un parche improvisado y noté mi
teléfono en la pequeña mesa donde dejaba mi correo, mis llaves y mi
billetera. Lo cual era extraño. Porque nunca lo ponía allí.

Lo alcancé, notando la hora con los ojos entrecerrados. La mayoría


de mis clientes sabían que no debían llamar antes de las once. Y eran
apenas las diez. Presiono el botón de llamada.

—Es un poco temprano, cariño —respondí, sonando tan alegre


aunque quizás un poco cansada. Cada hombre era “cariño”, “dulzura” o
“amor”. Cada hombre era una dulce nada.

—Pensé que podrías hacer una excepción por mí —dijo una voz
familiar.

¿Has escuchado esa expresión que dice que pueden derribarte con
una pluma? Bueno, podrías haberme derribado con una pluma en ese
instante cuando me di cuenta de quién llamaba a mi línea de trabajo. A
mi línea de sexo telefónico. Es por eso que mi teléfono estaba fuera de
lugar. Él lo había movido anoche.
Probablemente después de revisarlo y averiguar mi número.
Levanté una mano para cubrir mis ojos, sin reconocer la gran sonrisa
tonta que estaba en mi rostro. Oh, Hunter.

—¿Estás ahí, Dieciséis? —preguntó después de un momento,


88

sonando perfectamente a gusto. Como si fuera algo totalmente normal lo


Página

que estaba haciendo.


—Sí —dije, negando con la cabeza.

—¿Por qué no vuelves a tu habitación? —sugirió y mis pies se


movieron.
—Está bien —respondí, mirando hacia mi cama como si fuera otra.
—Y entra a la cama —sugirió, su voz sonando casi divertida.

—Está bien —dije, apoyando mi cabeza de vuelta sobre mis


almohadas. Juro que podía sentir su presencia detrás de mí. A través de la
pared. Tan solo a diez centímetros de distancia.
—¿Qué llevas puesto?
—Sabes lo que tengo puesto —dije, riéndome.

—¿Cómo lo sabría? Soy Dan… de… Vermont. Nunca antes te he


visto en mi vida.
Resoplé, sonriendo hacia mi techo.

—De acuerdo —contesté—. Bueno, tengo un enorme pantalón de


chándal holgado y andrajoso, y una casaca.
—Vamos, Dieciséis —gimió.
—Bien. Estoy usando bragas rosas y una camiseta blanca y negra.
—Eso no combina en absoluto —bromeó.

—Bueno, no esperaba tu llamada, cariño. No tuve la oportunidad de


vestirme para ti —arrullé en mi tono habitual que reservaba para quienes
llamaban—. Tangas, ¿cierto? —pregunté, sabiendo que así era.
Hubo una risa baja y profunda.

—Sí. Y quiero un par. Noté que ese es un servicio nuevo. Una tanga
verde. Para que coincida con esos hermosos ojos.

Oh, maldición. De ninguna jodida manera iba a conseguir un par de


mis bragas.
—No pareces uno de esos que huelen bragas —le dije.

—No lo soy —coincidió—. Solo estaba viendo si podía conseguir una


oferta de tu parte. Eres muy profesional —dijo y sonó como un cumplido.
89

Poco sabía, era un torbellino de ansiedad interna. Lo cual era nuevo


Página

para mí. Nunca me sentía nerviosa con una llamada. Ni siquiera con mi
primera llamada. Me había parado frente al espejo de un baño por días
antes, diciendo palabras sucias a mi reflejo. Acostumbrándome a ellas.
Polla. Coño. Vagina. Bolas. Clítoris. Verga. Pene. Encajaría las palabras
juntas, tratando de llegar a la cosa más obscena que pudiera decir. Solo
intentando aliviar cualquier posible incomodidad o conmoción por lo que
podría venir de una persona llamando. Así que estaba preparada para
cualquier cosa.

Excepto para mi vecino ardiente como el infierno llamándome


desde el otro lado de mi pared. No había forma de prepararse para eso.
—¿Dieciséis? —preguntó.

—Estoy aquí —dije, sacudiendo la cabeza. ¿Cuándo iba a rendirse?


Esto había durado lo suficiente.
—Quítate la camisa —dijo en voz baja.

¿Qué? No. Oh, demonios no. No íbamos a tener en serio sexo por
teléfono. A través de la pared. Eso era… eso era una locura.
—Hunter… —dije, mi voz cargada de advertencia.

—Fee —dijo, sonando razonable—. El sexo es un problema. Lo


entiendo. No voy a presionarte —dijo y sentí un extraño revoloteo en mi
pecho que estaba intentando ignorar—. Pero el sexo telefónico no es un
problema. Démosle una oportunidad, ¿de acuerdo?
No. No, no, no.

—Está bien —dije, sonando tímida y dándome cuenta que así era
exactamente cómo me sentía. Tímida.
—Entonces, quítate la camisa —dijo, su voz volviendo a bajar.
Sensual. Y sentí que el deseo se asentaba profundamente en mi vientre,
una fuerte presión.
—Está bien —le dije, sentándome y sacándola sobre mi cabeza.

—Recuéstate, nena —dijo y respiré profundamente y seguí mis


instrucciones—. Pasa tu mano por tu estómago lentamente, hacia arriba y
sobre tu seno, rozándolo pero sin detenerte. Luego, por el otro lado.

Cerré los ojos, pensando en su mano mientras tocaba mi piel que se


sentía alerta, como si estuviera en atención, como si intentara alcanzar el
90

toque.
Página
—Ahora pon tu mano alrededor de tu seno, provocando el punto
con tus dedos.
Escuché un gemido escapar de mis labios y me estremecí.

—¿Qué estás haciendo? —pregunté, intentando cubrir mi


inseguridad inusual.

—Me estoy quitando los pantalones —respondió y, como


demostrando su punto, lo escuché tropezar y golpear la pared. Sonreí al
techo. Al menos no era la única que estaba un poco fuera de su zona de
confort—. Ahora estoy sacando mi polla de mi bóxer —dijo.

Oh, maldito infierno. Sentí que el deseo se disparó entre mis piernas.
Eléctrico. Así era cómo se sentía el deseo, una ráfaga ardiente de algo que
no podías entender.

Podía imaginarlo, sentado en el suelo, con la espalda contra la


pared donde estaba mi cama, una mano metiéndose en su bóxer y
sacando su pene duro. Acariciándolo una vez antes de establecerse en la
base. Paciente. Esperando a escucharme retorcerme y gritar antes de
permitirse acariciarse.

—¿Sabes lo duro que estoy de solo pensar en ti, Fee? —preguntó con
voz ronca—. Sin importar lo mucho que me corra, no puedo sacar la
necesidad que siento por ti de mi sistema.

Hice un ruido extraño, algo así como un gemido. Estaba necesitada


mientras pasaba los dedos por mi pezón. Mis senos se sentían
extrañamente pesados. Mis pezones casi dolorosos de los duros que
estaban.

—Sé que piensas en mí —dijo—. Cuando estás sola. Sé que piensas


en mis dedos en ese apretado coño tuyo… mi lengua jugando con tu
clítoris. Mi pene enterrado profundamente dentro de ti. —Apreté mis muslos
entre sí con más fuerza, esperando aliviar el dolor. En realidad era
doloroso—. Dime que piensas en mí.
—Pienso en ti —admití, mi voz apenas un susurro jadeante.

—El otro día… cuando te tocabas a ti misma —dijo—. ¿Qué estabas


pensando que estaba haciéndote?
Mi mano se deslizó de mi seno, yendo a mis ojos y cubriéndolos.
91
Página

—Estaba pensando en ti azotándome —admití, apenas audible.


—Eso es sexy, nena —dijo, su tono tranquilizador, como si sintiera mi
incomodidad—. ¿Y después?

Así era cómo iba a morir. Acostada en mi cama en mi línea de sexo


telefónico, contándole a mi vecino cómo frotaba mi clítoris mientras
pensaba en él. Ese parecía un final apropiado para mi extraña vida.
—Y luego follándome —terminé, cerrando los ojos con fuerza.

¿Cómo demonios hacían las mujeres esto con sus novios o maridos?
¿Cómo podías superar la torpeza? Con extraños, era diferente. Eran puras
palabras. En realidad, no me estaba tocando. Era unilateral. Caliente para
ellos, vacío para mí. Esto era territorio extranjero y no hablaba el idioma y
necesitaba desesperadamente un mapa.
—Me gustaría hacer eso algún día —admitió. Porque era verdad. Y
no podía culparlo por eso. Por supuesto, él quería tener sexo conmigo
algún día. Eso era normal. Pero no dijo que iba a hacerlo. Dijo que le
gustaría. Y esa distinción hacía un mundo de diferencia para mí—. Mueve
tu mano hacia la parte interna de tus muslos, nena —dijo y moví mi mano a
medida que mis piernas caían abiertas—. Pasa los dedos de ida y vuelta
por esa piel suave, no lo suficientemente arriba como para rozar tu clítoris.
Todavía no —me advirtió y ya estaba acariciándome. Estaba pensando en
sus grandes manos allí en lugar de las mías.
—Esto me gusta —admití, sintiéndome tonta.

—También me gusta, cariño —dijo, sonando sin aliento—. Ahora


mueve tus dedos entre tus piernas, sobre tus bragas. Déjame escuchar que
te tocas —arrulló.
Casi me tiro de la cama. Estaba demasiado caliente. Demasiado
llena de necesidad. Hasta el toque más leve se sentía abrumador. Cerré los
labios para no gritar, aunque un ruido amortiguado se escapó.

—No luches contra esto. Quiero escucharte, nena. Suenas tan sexy
cuando te tocas. Acaricia tu clítoris por mí.

Estaba perdida en ese momento, pasando mis dedos sobre mi punto


sensible. Escuchando el aliento de Hunter en mi oído. Horas, días, semanas
podrían haber pasado. Estaba fuera del mundo. Estaba completamente
inmersa en mí y en él.
92

—Saca tus bragas, Fee —dijo, su voz sonando áspera—. Luego


Página

tócate otra vez sin la barrera. ¿Estás mojada para mí?


—Sí. —Oh, lo estaba como nunca.
—Bien. ¿Quieres sentirme dentro de ti, nena?

—Por favor —gemí, mordiéndome el labio para tratar de contener al


menos el más pequeño hilo de autocontrol.

—¿Mis dedos o mi pene? —preguntó, sonando tan excitado como


yo.
Ambos. Lo que sea. Algo. Todo.

—Tu pene —decidí, mis muslos tensándose por mi próxima


instrucción.
—Gracias a Dios —dijo al principio.
—Vas a…

—Sí, nena —dijo—. Voy a pensar en tu apretado y húmedo coño


agarrando mi polla y empujándome bien profundo en tu interior. —Si no
lograba tocarme, iba a explotar. Iba a convertirme en una bola de llamas
y ser consumida fuerte y rápido. Iba a quedar hecha en cenizas en las
sábanas de mi cama—. ¿Estás lista, Fee?
—Sí. —Sí. Sí. Sí.
—¿Lo quieres suave o duro? —preguntó.

—Duro. —Quería que estuviera dentro de mí lo suficientemente duro


como para romper la puta cama. Para romper la maldita pared. Para caer
por el piso.

—Bien. Toma dos dedos —dijo, haciendo una pausa, esperando a


que me prepare—, y cuando diga “ahora” quiero que metas esos dedos
en tu coño. ¿De acuerdo?

—De acuerdo —le dije, mis dedos ya posicionados en mi entrada.


Esperando. Y esperando. Él permaneció obstinadamente silencioso al otro
lado del teléfono el tiempo suficiente para que mis caderas giraran fuera
de la cama, abandonando toda pretensión de no ser un manojo de
necesidad.

—Ahora —dijo finalmente y empujé mis dedos profundamente


dentro, sintiendo que mi interior me agarraba a medida que pensaba en
93

su pene. En el otro extremo del teléfono, Hunter dejó escapar un fuerte


Página
gemido cuando comenzó a acariciar su pene—. No pares, nena. Piensa en
mí follándote duro y rápido. No te detengas.

No necesité más aliento que ese. Todo mi cuerpo se sentía como si


estuviera enfocado en la necesidad arañando dentro de mí. En la carrera
hacia el olvido. El deseo de llegar lo más rápido posible. Mis piernas
empujaron entre sí y mis caderas se alzaron hacia arriba, la palma de mi
mano rozando mi clítoris a medida que embestía mis dedos con más fuerza
y más rápido. Estaba gimiendo. Tan fuerte que él ni siquiera necesitaba el
teléfono para escucharme, pero lo mantuve en mi oído, necesitando
escuchar su respiración.
—¿Te estás acercando? —preguntó.
—Sí —respondí. Tan cerca—. ¿Y tú?

Como respondiendo a mi pregunta, escuché su cabeza chocar


contra la pared.

—Maldición, nena. Necesito oír que te corres para mí. Córrete para
mí, Fee. Ahora, nena.

Mis dedos se hundieron una vez más, mi mano presionando mi clítoris


sensible y entonces caí. Cayendo sobre el acantilado mientras los fuegos
artificiales estallaban en mi interior.

—¡Hunter! —grité, fuerte. Lo suficientemente fuerte como para


despertar a los vecinos tres pisos más abajo.

—Oh, mierda, Fee —dijo estrangulado y se quedó sin aliento—.


Maldición —gruñó a medida que se corría.
Fue lo más sexy que creo haber escuchado alguna vez.

Me quedé allí por un largo tiempo, acurrucándome más cerca de la


cabecera, queriendo estar más cerca de él.

Lo quería allí. En ese mismo momento. Envuelto conmigo, rodeado a


mi alrededor. Pero no podía tener eso. Así que tendría que conformarme
con lo que tenía. El sonido de su respiración en el otro extremo del teléfono
cada vez más lenta, más estable. La almohada amontonada bajo mi
cabeza, mi mano tocando la cabecera como si la pared no estuviera allí.

—Eso fue mucho más caliente de lo que esperaba —dijo de repente


94

en mi oído. Sonreí, volviendo mi cara en la almohada. Esto era lo más


Página
cercano a la intimidad real que había tenido con una persona. Se sentía
natural. Correcto. Pero al mismo tiempo, aterrador y torpe—. ¿Fee?
—Estoy aquí.
—No suele ser así, ¿verdad? —preguntó después de un minuto.

Eso era críptico. Pero sabía lo que quería decir. Y un millón de


veces… no. Nunca era así.
—No —respondí—. ¿Alguna vez…?

—¿Llamé a una línea de sexo telefónico? —preguntó, sonando


divertido.

—No —respondí rápidamente—. No. Quise decir… ¿tuviste sexo por


teléfono?
—No —dijo, sorprendiéndome.
—Eres muy bueno en eso.

—Sí, te hizo sentir bien, ¿verdad? —preguntó y podría jurar que


escuché la sonrisa a través del teléfono.
—No te burles —dije, poniendo los ojos en blanco—. Lo digo en serio.

—También hablo en serio. Gritaste mi nombre lo suficientemente


fuerte para que toda la Costa Este te escuche.
—Hunter… —advertí.

—Sí —dijo riendo—. Así mismo. Pero más alto. Más jadeante. Y mucho
más fuerte.
—¡Oh Dios mío, cállate! —dije, rodando sobre mi espalda, sonriendo
al techo.

Este era el atractivo para las personas. Para el sexo opuesto.


Complacerse mutuamente y luego recostarse allí y burlarse y bromear
entre ellos.
—Solo estoy siendo honesto —dijo, intentando parecer inocente.

—Tampoco eres exactamente callado cuando te corres —dije,


poniendo los ojos en blanco y él rio entre dientes.
95
Página
—Pero en serio… eres bueno al teléfono —le dije, escabulléndome
de la sensación soñadora y romántica de las secuelas. Deslizándome un
poco más dentro de mi vieja yo—. ¿Quieres trabajo?
—Escuchando a tipos masturbándose…

—Estoy segura que hay un montón de amas de casa aburridas que


quisieran escucharte mientras usan el clítoris que sus maridos nunca
pudieron encontrar en todos los años de su matrimonio.
—Nena, jamás podría relinchar como un caballo y azotarme con…
—Una regla —proporcioné.
—Una regla —repitió riendo—. Sí… no.

—Pero esos son los hombres —dije encogiéndome de hombros—. Las


mujeres generalmente no son así. Les gustan las charlas obscenas y las
palabras dulces. Quieren la fantasía.
—¿Y los hombres?

—Los hombres quieren lo perverso. El sucio deseo secreto que temen


decir a sus cónyuges.

—De hecho, eso es algo triste —dijo Hunter, y pude oírlo levantarse y
moverse por su apartamento.

—No creerías cuántas llamadas comienzan con un orgasmo y


terminan con sollozos. O se sienten culpables o se avergüenzan de cuán
asquerosas son sus mentes.
—¿Cuál es tu tipo de llamada favorita?

—No lo sé —respondí, moviéndome para colgar mis pies a un lado


de la cama—. Supongo que los dominantes. Es bueno no tener que hablar
todo el tiempo.
—¿Y tu menos favorita?

—A los tipos que les gusta ser humillados —contesté, decidiendo que
era la respuesta más honesta que podía pensar. Aunque los chicos
amantes de los animales también eran muy ruidosos.
—¿Por qué?
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—No sé… ¿cuántas veces puedes decirle a alguien que su pene es


Página

patético, sabes?
—¿Son esos los tipos que generalmente terminan llorando?

—No, en realidad… te sorprenderías. Los hombres sumisos, en la vida


real, suelen ser personas muy poderosas. Jueces. Directores ejecutivos. Ese
tipo de cosas. Los dominantes son generalmente los pequeños y débiles
pendejos que encuentras trabajando detrás del mostrador en las tiendas
de reparación de computadoras.

—Bueno, sí —concordó Hunter—. No pueden echar un polvo si no lo


ordenan.
—¿Qué estás haciendo? —le pregunté al oír un clic.

—Oh —respondió, sonando sorprendido—. ¿Sabes qué?


Probablemente esto va a gustarte. ¿Por qué no te vistes? —sugirió—. Y con
ropa real. No en uno de esos vestidos diminutos que te gusta.
—Oye —gruñí, caminando hacia mi armario.

—No es que no sean calientes —admitió—. Pero ponte algo menos…


llamativo. Luego trae ese bonito trasero tuyo hasta aquí.

Colgó y me quedé mirando mi teléfono aturdida. Según el contador,


estuvimos hablando por teléfono durante casi una hora. Me puse una
camiseta blanca suelta y unas mallas grises. Lo que definitivamente
clasificaría como llamativo, pero tendría que lidiar con eso. La mayor parte
de mi armario era ajustado y diminuto.

Echaba la culpa a los vestidos con forma de sacos que tuve que usar
hasta los 18 años.

Me sentí nerviosa mientras me vestía, con una sensación fluida en mi


vientre. Entré al baño, cepillándome los dientes y frotándome la cara.
Trencé mi cabello en un principio, y luego la deshice. Después lo até en un
nudo desordenado y decidí que eso tendría que funcionar. Me puse una
capa de rímel y un poco de lápiz de labios, me deslicé en el único par de
zapatos bajos que tenía y revisé mi reflejo.

Había una diferencia. Alrededor de mis ojos. Alrededor de mi boca.


Mis labios menos caídos. Mis ojos menos entornados. Parecía más joven de
lo que solía hacer.
Quizás incluso, ¿me atrevo a decirlo? Feliz. Casi parecía, apenas,
feliz.
97
Página
Sabía que eso era peligroso. Nunca había estado cerca de ser feliz,
pero sabía que era un terreno inestable en el que apoyarme.
Especialmente cuando la felicidad está ligada a otra persona. Porque,
bueno, no era exactamente un premio y pronto Hunter lo vería. Él vería eso
y seguiría adelante con alguien menos dañado. Y me dejaría atrás para
encontrar el suelo cediendo debajo de mí.

Sería mucho más miserable una vez que saboreara la felicidad y me


la arrancaran después.

Pero ese era un problema para el futuro de Fiona. Justo en ese


momento, allí mismo, en ese preciso instante, me iba a dejar sentir feliz. No
iba a sabotearlo. Iba a devorar toda la alegría que pudiera. Iba a dejar
que se hundiera en mis huesos. Que me sustente a través de toda la
hambruna.
Y la hambruna vendría.
Pero por ahora, iba a ser feliz e iría a ver lo que mi atractivo vecino
con la mejor voz de sexo telefónico en la historia de toda la humanidad
tenía reservado para mí.
98
Página
Catorce

a escuché llamando a mi puerta media hora después. Me

L alegré por el poco tiempo a solas. Por más que no quisiera


admitirlo, estaba más que un poco afectado por esa maldita
llamada de lo que esperaba estar. Pensé que eran una manera astuta de
hacer que se sintiera más cómoda conmigo para que tal vez podamos dar
un paso adelante con una relación más física.

No sabía cuál era su problema con el sexo, pero a juzgar por la


manera en que me apartaba, no era algo pequeño. La manera en que
despreocupadamente había quitado importancia a ser atacada fuera de
nuestro edificio me había dado la terrible idea de que tal vez eso era. Tal
vez fue violada. No querer sexo sería una respuesta normal a eso. Como
querer el control… especialmente sobre los hombres. Lo que, a su vez,
explicaba el trabajo de sexo telefónico.

Por más horrible que fuera pensar que eso es lo que sucedió, tenía
todo el sentido. En especial dado que sin duda alguna tenía un sano
deseo sexual. Y le gustaba hablar sucio. Dios, ese gemido…

Negué con la cabeza, limpiando mi nueva mesa del comedor,


sintiéndome comenzar a ponerme duro nuevamente por el recuerdo.

Nunca me consideré un sujeto que le gustara el sexo telefónico.


Parecía ser para pervertidos y perdedores. O maridos y viudas cuando uno
de ellos se encontraba fuera de la ciudad. No parecía ser algo que un tipo
que sin dudas podía salir y encontrar a una chica haría. Pero con Fiona,
había sido menos incómodo de lo que había esperado. De hecho, se sintió
como lo más natural en el mundo.

Ella era diferente conmigo de lo que era con los otros hombres. Sus
llamadas de siempre. Con ellos era ruidosa, odiosamente ruidosa. E
99

indecente. Santo cielo, tenía una boca sucia. Pero conmigo había
Página

parecido tímida e insegura. Tal vez porque no estaba usando su máscara


del trabajo. No estaba fingiendo ser alguien más. Era solo ella. Y aunque
ciertamente me gustaría que usara esa boca obscena conmigo alguna
vez, quería que fuera ella. No Fiona, la operadora de sexo telefónico.

Caminé por ahí ordenando las cosas. Seguía trabajando en muchos


proyectos, pero mi apartamento se veía mucho más diferente de la última
vez que ella lo había visto. Las paredes habían sido pintadas de un cálido
naranja tostado. Había hecho un pequeño juego de comedor negro, una
mesita de café negra y compré un sofá de cuero negro. Era un poco…
guarida de hombre, pero me gustaba. Se sentía hogareño. Su cactus
estaba apoyado en el centro de la mesita.

Avancé por el pasillo, yendo a mi dormitorio. Todavía no había


terminado esta habitación. Las paredes estaban vacías, de un feo blanco
gastado. Mi cama ocupaba la mayor parte del espacio del suelo, una
gigante cama King en una habitación de tamaño infantil. Pero un hombre
necesitaba una buena cama. Fui al pequeño armario y tomé una
camiseta gris.

Entonces escuché a su puerta cerrarse. Caminé hacia la sala,


esperando a que llame. Pero no hubo nada por un largo rato y solo podía
imaginarla fuera de la puerta, el brazo alzado, intentando conseguir el
valor para llamar. Pasó al menos un minuto completo antes que finalmente
lo hiciera.

—Hola, Dan —dijo cuando abrí la puerta, sonriendo un poco—.


Sabes… Vermont se parece mucho a Nueva York.

—Maldita sobrepoblación —dije, mirándola, imposiblemente sexy


con una camiseta y leggings. ¿Cómo era posible?

—Entooonces… —comenzó luego del silencio que se alargó por un


minuto—. ¿Vas a invitarme a…?
Me aparté del umbral y ella entró, mirando alrededor.

—Has hecho mucho trabajo aquí —dijo, pasando la mano sobre la


mesa del comedor—. ¿Hiciste esto?

—Sí —contesté, sintiendo la más leve punzada de inseguridad, lo


cual era ridículo.

—Vaya —dijo, mirando alrededor, sus ojos aterrizando en el cactus y


100

una pequeña sonrisa jugó en sus labios—. En verdad me gusta este color.
Página
Es… acogedor. —Se volvió hacia mí, sus grandes ojos verdes encontrando
los míos—. ¿Era esto lo que querías mostrarme?

—No —dije, negando con la cabeza y moviéndome hacia el armario


del pasillo. Busqué dentro, agarrando los estuches de metal y llevándolos a
donde ella estaba parada junto a la mesa de comedor.
—¿Qué hay ahí? —preguntó, mirando las cajas.
—Mis pistolas —dije.

—¿Tus… pistolas? —preguntó, dando un pequeño paso hacia atrás,


sus ojos agrandándose.

—Oh —dije, sonriendo. Era sencillo olvidar a veces que la palabra


significaba otra cosa—, no ese tipo de pistolas —dije, abriendo los estuches
y sacando las bandejas—. Pistolas de tatuaje —aclaré.

—¿Eres tatuador? —preguntó, sonando sorprendida y complacida a


la vez. Había visto un tatuaje en ella: el de su muslo. El árbol con el hacha
y la cita. Había sido bien hecho. Obviamente, había investigado y escogió
a un buen artista.

—Sí —respondí, extendiendo mis brazos—. Obviamente tengo cierta


apreciación por la tinta.

—Lo noté —dijo, sus ojos bajando para examinar las imágenes—.
¿Cuánto tiempo llevas haciéndolo?

—Comencé cuando tenía dieciocho, pero no comencé a hacerlo


como una carrera hasta hace ocho años más o menos. E incluso entonces,
solo a tiempo parcial. Tenía otro trabajo que hacer.
—¿Estás trabajando en algún lugar aquí, o solo… bueno… vas a las
casas de la gente?

—Tengo un lugar en el que trabajo a tiempo parcial. De vez en


cuando hago sesiones privadas. Fiestas incluso pero no tan a menudo.

—¿Puedo ver algo de tu trabajo? —preguntó, bajando la vista a la


pistola con una mirada que reconocí. La mirada de alguien que quería
otro tatuaje.

Asentí, regresando al armario y sacando mi portfolio negro y


entregándoselo. Sacó una silla y se sentó, abriendo el libro y mirando las
101

páginas.
Página
—Usas mucho color —comentó, pasando su mano sobre una foto de
flores: margaritas y lilas.

—También uso gris y negro. Pero el color realmente resalta. A veces


los grises y negros pueden verse realmente opacos. Especialmente con el
tiempo.
—¿Fuiste a la escuela de arte? —preguntó, sin alzar la vista.
Sonreí, meciéndome hacia atrás en mis talones.
—¿Parezco alguien que fue a la escuela de arte? —pregunté y se rio.
—Supongo que no. Pero eres realmente bueno dibujando.

—Solo es algo en lo que siempre fui bueno, supongo. —Para nada


pasé horas ocupándolas en manuales de dibujo cuando era niño. No
acabé un bloc de dibujo a la semana intentando perfeccionar las mismas
imágenes una y otra vez.
—Muy bien, clávamela —dijo, con una sonrisa pícara en la cara.
Me sentí quedar boquiabierto ligeramente.
—¿Qué? —pregunté.

—Qué mente tan sucia, Catorce —bromeó, señalando a la pistola


de tatuajes.

—Oh —dije, negando con la cabeza. Claro que se refería a la


aguja—. Oye, con una boca como la tuya, no puedes culparme por
pensar que te referías a algo más…
—¿Lujurioso? —aportó.

—Exactamente. Entonces… ¿dónde voy a clavártela? —pregunté,


mi voz baja y sexual.

Soltó una risita. De verdad una risita. La chica dura que vivía al lado y
manejaba un negocio de sexo telefónico de verdad soltó una risita.
—Estaba pensando en mi nuca —dijo, encogiéndose de hombros.

—Está bien —dije, caminando hasta pararme detrás de ella y


apartando su cabello del camino—. ¿Qué quieres que haga?
102

—Sorpréndeme —respondió.
Página

Solté su cabello, moviéndome para ponerme en cuclillas junto a ella.


—¿No sabes que no hay que darle a un tatuador rienda suelta?
Podrías terminar con mi nombre tatuado sobre toda tu cara.
Me mostró una ligera sonrisa.

—Confío en ti —dijo y la certeza en su voz casi me hizo caer de culo.


Confiaba en mí. Si tan solo supiera lo estúpido que era algo así—. No sé…
dame algo que pienses… que sea adecuado para mí.

—¿Estás segura? —pregunté, sabiendo ya lo que quería saber.


Sabiendo que era perfecto para ella, pero ligeramente preocupado que
pudiera encontrarlo ofensivo.

—Completamente —dijo, agarrando su cabello y atándolo en lo alto


de su cabeza.
—¿Puedo usar color?

—Lo lamento —contestó, inclinándose hacia delante y apoyando su


cabeza sobre sus manos en la cima de la mesa—. Soy un lienzo. No hablo.
Me puse de pie, sonriendo mientras sacaba las pistolas y tintas. Le
afeité la nuca y agarré un rotulador, dibujando un contorno en su piel.

—¿Cómo te sientes? —pregunté, esperando que no fuera de las que


se retuercen.

—Como una roca —dijo, sonando casi soñolienta—. Tengo una alta
tolerancia al dolor.

No me digas. Con las marcas que se talló a sí misma, dudaba que


unos pocos piquetes de aguja le molestaran. Una imagen de anoche
apareció en mi mente y entrecerré los ojos. Estaba intentando no pensar
en ello.

En esos gritos horribles y dolorosos que me despertaron de un


profundo sueño y me hicieron correr antes de incluso estar despierto, me
tuvieron derribando la puerta y luego entrando a su apartamento. Solo
para encontrarla en un charco de sangre en el suelo de su baño. Había
una hojilla en el suelo junto a ella, junto a los suministros antisépticos.

Y ella estaba dormida. No estaba gritando por el dolor que se talló


en sí misma. Estaba gritando por algún otro dolor… un dolor que
probablemente era la razón por la que se cortaba en primer lugar. Para
103

olvidar. Para hacerle frente.


Página
Apenas se había encogido cuando la había limpiado. Se había
sentado inmóvil para mí.

—Muy bien —dije, dando un paso hacia atrás y poniendo un mantel


junto a ella en la mesa—. ¿Lista? —pregunté, encendiendo la máquina y
sintiendo el reconfortante zumbido en mi mano.

—Lista —acordó, moviéndose levemente para darme un mejor


acceso, con su frente sobre sus manos.
Trabajé con meticulosa precisión. Querí6a que fuese por perfecto.

Al final, retrocedí, limpié los restos de tinta, sangre y evalué el


resultado final.

Era un tatuaje de un cerrojo en forma de corazón. Especial. Como


ella. Hice el maldito corazón hermoso. Rosa. Femenino. Con filigranas
intricadas negras y grises alrededor de los bordes y el antiguo ojo de
cerradura en el centro. Luego envolví todo con una cadena. Y puse un
bonito lazo en la cima del corazón a la izquierda.

Para mí, esa era Fiona. Era hermosa. De hecho, perfecta. Con
cerraduras, paredes y cadenas de metal. Para evitar que cualquier
descubra lo increíble que era.

—No me odies —dije, alcanzando mi caja para buscar un espejo


extra.
Se sentó con lentitud, rodando los hombros para liberar la tensión.

—Estoy segura que es increíble —dijo nuevamente con certeza—.


Ven, quiero ver. —Alargó la mano y tiró del dobladillo de mi camisa a la
vez que se daba la vuelta para caminar hasta el baño.
La seguí, encendiendo la luz.

—Muy bien —dije—, date la vuelta. —Lo hizo y le entregué el


espejo—. Míralo.

Alzó el espejo, retrocediendo contra el mostrador del baño para


ponerse tan cerca del gran espejo como pudiera.

—Oh —dijo, sus ojos abiertos como platos, su boca cayendo


boquiabierta levemente. Eso fue todo. Solo… oh. Y ni siquiera podía
104

adivinar si era un buen “oh” o un mal “oh” y ella solo estaba ahí de pie
mirándolo fijamente.
Página
Arrastré los pies.

—Fee —dije, necesitando una respuesta. Necesitando que acabase


con mi tormento.

—¿En esto piensas cuando me ves? —preguntó, su voz baja, sus ojos
todavía en el espejo.
—Sí —respondí. Porque era verdad.
Su cabeza se giró de pronto, sus ojos encontrándose con los míos.
—Ves a través de mí —dijo, encogiendo un hombro—. Lo adoro.

No pude evitar la sonrisa de mi cara. Una gran, bobalicona sonrisa


de animadora de secundaria.
—Me alegra que te guste.

Su sonrisa correspondió la mía por un segundo, antes de


desaparecer lentamente. Algo más apareció en su cara, haciendo a sus
ojos esmeraldas verse vidriosos y brillantes.
—Oye Hunter…

—¿Sí? —pregunté, seguro que solamente me iba a agradecer. Pero


entonces—… Llévame a la cama.
105
Página
Quince

n cuantos las palabras abandonaron mi boca, deseé poder

E succionarlas de regreso. Presionar rebobinar, golpearme fuerte


en la cara y decir algo… cualquier cosa menos eso. No se
trataba que no quisiera que me llevara a la cama. Claro que quería. Era
en todo lo que había estado pensando mientras trabajaba en mi tatuaje.

Y luego ver lo que hizo… bueno… eso me empujó sobre el borde. No


solo porque era bueno. Cualquier mujer se excitaría por el talento y él era
muy talentoso. Cada línea era limpia, la saturación era perfecta. Pero no
era la habilidad. Era lo que había escogido hacer.

Juraba que esos ojos claros veían directamente en mi alma y el


tatuaje era prueba que lo hacía. Porque vio más allá de la persona
malhumorada. Vio más allá de la aparentemente extrovertida operadora
de sexo telefónico. Vio lo que era realmente todo: miedo. Alguien que
temía dejarse sentirse a sí misma algo de modo que lo guardaba todo bajo
llave.
El único problema era que perdí la llave.

Volví a mirar a Hunter, que parecía tan sorprendido como me sentía.


¿Cuán difícil sería retractarme? Decirle que era broma. Decirle que me
expresé mal. Que estaba teniendo un subidón por todas las endorfinas que
el apuñalarme repetidamente con una aguja había provocado que
fluyeran en mi torrente.

El problema era que… no quería retractarme. No quería mentir. No


tenía que seguir negándome lo primero que realmente había querido en
mucho, mucho tiempo.
—Hunter… —comencé.
106

—Está bien —dijo, encogiendo un hombro.


Página

—¿Qué está bien? —pregunté, confundida.


—Si quieres retirar lo dicho. —Sacudió la cabeza en mi dirección—.
Fee, te veías aterrorizada cuando dijiste eso. Así que si quieres retractarte…

—No quiero —dije, bajando la mirada a mis pies—. No quiero


retractarme. Te deseo. Como… —dije, alzando mis ojos hacia él—, de
verdad te deseo.

—También te deseo, nena —dijo, haciendo que mi estómago sintiera


mariposas una vez más. ¿Cómo era capaz de hacer eso con tanta
facilidad?—. Pero quiero que estés lista. —Se detuvo por un segundo,
pareciendo dolido—. Si algo te ha sucedido que ha hecho que el sexo
sea… difícil… —dejó la frase sin acabar.

—¿Qué piensas que me sucedió? —pregunté, no muy segura de


adónde iba su mente. Sintiendo una tensión en mi pecho ante la idea de
que podría tener una idea.
Pasó su mano sobre sus ojos.
—¿Alguien… te violó, Fee?

Sentí la palabra desplomarse contra mí. Violación. Era una de esas


palabras que ponía tensa a toda mujer. Incluso las mujeres que no lo
habían pasado, incluso las mujeres que nunca habían estado siquiera
cerca de ello. Lo sentías. En algún lugar profundo dentro de tu estómago,
justo detrás de tu ombligo. Como si un agujero se hubiese abierto y
estuviera succionando la energía. Fuerte y extraño, pero de alguna
manera, familiar.

Sentí repugnancia al pensarlo, pero casi sentía que eso sería menos
complicado. Que sería mucho más fácil de explicar.
Pero no lo era y no podía dejarlo pensar eso.
—No —afirmé, negando con la cabeza, respirando hondo—. No.

—De acuerdo —dijo, alargando su mano hacia mí, tomando la mía y


estrechándola—. Bueno, lo que haya sido, Fee, puedes decirme.

—Lo sé —dije. Podía. Sabía que podía. No me juzgaría. No pensaría


menos de mí. Solo que era difícil encontrar las palabras. ¿Qué palabras
podrían explicarlo?
No podían.
107

Apreté su mano una vez antes de soltarla, alcanzando la parte


Página

inferior de mi camiseta y subiéndola.


—¿Qué estás haciendo? —preguntó, retrocediendo un paso,
mirándome como si hubiera perdido la cabeza.

—Necesito mostrarte… algo —dije, rogando que no me preguntara.


Porque ya era un manojo de nervios. Solo necesitaba acabar con esto.
—De acuerdo —dijo, apoyándose contra el umbral.

Alcancé detrás de mi espalda y desabroché mi sujetador, quitando


el material con un rápido movimiento y arrojándolo al suelo. Lo vi mirar por
un segundo, no viendo en realidad. Entonces sus ojos se entrecerraron,
mirando más detenidamente y su cara volvió a la mía. Y había una
pregunta allí.
—No lo hice —le dije—. A mí misma. No hice esto.
—Está bien —dijo, asintiendo.

Tragué con fuerza más allá del nudo en mi garganta y alcancé mis
pantalones. Deslicé mis pulgares bajo la cinturilla en mis piernas y bragas y
empujé hacia abajo.
—Fee…
—Por favor, solo… por favor —dije, negando con la cabeza.
—De acuerdo —dijo, sonando tenso.

Pero ni una millonésima parte de lo tensa que me sentía yo. Esta era
la primera vez. La primera vez que de hecho me quitaba la ropa frente a
alguien más. En el pasado… las dos veces que había intentado tener
intimidad con alguien, había tenido puesta una falda. Había sido más fácil
de esa manera. Y ellos ni siquiera se habían detenido a preguntarse por
qué no nos estábamos desnudando. Pero aun así lo descubrieron.
Dios, cómo reaccionaron.

Recordaba al primero. Fue en el futón de su habitación, su madre


dormida a dos habitaciones de distancia. Con dieciocho. Nuevecita en la
ciudad. Curiosa. Y muy, muy inocente. Apenas comprendía el concepto
del sexo, mucho menos los sentimientos que involucraba. Él me había
bajado rápidamente las bragas, y metió su pene envuelto en un condón
azul brillante sin ninguna pretensión. Recuerdo el dolor como si fuera ayer,
agudo y ardiente a la vez. Entonces su mano había alzado mi falda para
108

que así pudiera ver y saltó hacia atrás como si lo hubiera apuñalado.
Página
—¿Qué demonios? —había explotado, mirando a mi vagina
hinchada y con cicatrices como si fuese lo más feo que haya visto alguna
vez. Había sido tan humillante que me puse de pie y corrí sin ninguna
explicación, sin agarrar mis bragas.

El siguiente había sido un año después. Y me gustaba. En verdad me


gustaba aunque era violento y un desagradable borracho. Por entonces,
un año y medio viviendo en las calles me había dado un extenso
conocimiento sobre el sexo. Independientemente de mi primera vez, mis
hormonas estaban rogándome que lo intentara de nuevo.
—Tengo algunas… cicatrices —le había dicho, sintiéndome tímida.

—Como sea —dijo, y se empujó dentro. Fue rápido, en su mayoría


indoloro, pero completamente insatisfactorio a la vez. Luego, buscó
debajo y alzó mi falda para mirar. Miró por tanto tiempo que sentí
absolutamente esperanzada de que no estuviera repugnado. Pero
entonces soltó mi falda, me miró y negó con la cabeza—. Es el coño más
feo que he visto en mi vida.
No pude convencerme de enfrentarlo otra vez.

Sacudí la cabeza, intentando despejarla. Eso era el pasado. Esto era


el aquí, el ahora. Esto era con Hunter. E iba a enfrentar el problema sin
rodeos sin importar cuánto me sintiera a punto de vomitar en mis propios
pies.
Bajé el material, saliendo de las piernas y enderezándome.

Sus ojos permanecieron en los míos por un largo rato y pude sentirme
intentando proyectar en él la necesidad de que mirara. Por favor, por
favor, mira. Necesito acabar con esto. Me estoy muriendo poco a poco.

Sus ojos finalmente comenzaron a bajar, deteniéndose levemente en


mis senos, luego bajando a mi vientre. Deteniéndose. Lo escuché exhalar
bruscamente. Me tensé contra el sonido, segura de lo que iba a seguir.
Repugnancia.

Entonces se estaba moviendo, acercándose. Deteniéndose justo


frente a mí, se puso de rodillas. Su mano subió por el frente de una de mis
piernas, llegando al lugar donde mi pierna se unía a la cadera, a solo unos
centímetros de donde sus ojos estaban fijos.
109

Donde la palabra “malvada” estaba garabateada en una letra


Página

enorme, fea y en mayúscula sobre el triángulo encima de mi sexo.


—¿Por qué tengo la sensación de que esta no fuiste tú intentando
decir que tienes un coño malvadamente genial? —preguntó, intentando
un poco de ligereza.

La tensión en ese momento era tan espesa como la miel cuando no


me reí.
—No lo hice —dije de nuevo.

Tal vez solo debería… aceptar la responsabilidad. Decir que lo hice.


Me hacía daño todo el tiempo. Sería completamente creíble. Pero tenía
las manos llenas con mi propia depravación, que de pronto no quería
reclamar lo de él como propio. Al menos no con Hunter.

—¿Qué te sucedió, Fee? —preguntó, su mano moviéndose para


cubrir las cicatrices mientras inclinaba su cabeza hacia atrás para mirarme.

Respiré hondo, cerrando los ojos contra las lágrimas. No iba a llorar.
No porque estuviera avergonzada. No porque tuviera miedo de dejar a
Hunter ver ese lado de mí. No iba a llorar porque mi padre no lo merecía.
Tragué con fuerza y bajé la mirada hacia él.

—Crecí en una casa muy religiosa —comencé, mis palabras


sonando robóticas—. Mi padre nos crio en una casucha sin agua corriente,
sin electricidad. Sin… nada. A pesar de que provenía de una familia rica.
Necesitábamos conocer la humildad. Yo… ni siquiera tenía permitido
aprender a leer. Pero mi madre me enseñó en secreto. Fue una vida dura
pero en realidad no conocíamos nada mejor. —Me detuve, tomando aire.
Los ojos azules de Hunter seguían sobre los míos, pacientes. Expectantes—.
Tengo un hermano mayor. Isaiah. Es como dos años mayor. Compartíamos
la habitación y cuando él tenía doce… comenzó a… verme cambiar —
dije, observando a Hunter hacer una mueca levemente. Porque era
repugnante. No podía culparlo por pensar en lo repulsivo que era. Era
absolutamente repulsivo—. Una noche, mi padre entró y lo vio
mirándome…

—No tienes que decirme —dijo cuando me detuve, cuando las


palabras me fallaron—. Si es demasiado. No tienes que hacerlo.

—Quiero hacerlo —dije, sorprendiéndome—. Vio a Isaiah mirándome


y me agarró. Me arrastró a través de la casa y me arrojó a la nieve.
Desnuda. Estaba desnuda. Y estaba divagando sobre la maldad de Eva.
110

De las mujeres en general. Me golpeó. Y luego… se puso sobre mí y sacó


Página

un cuchillo e hizo esto —dije, tocando las cicatrices debajo de mis senos—.
Después hizo esto —añadí, estirándome y tocando su mano todavía
cubriendo la palabra—. Me dijo que era sucia y malvada. Que estaba
llevando a mi hermano a las tentaciones de la carne. Que era el mal. Me
dijo que me haría tan fea que ningún hombre jamás me desearía. Así no
podría conducir a otro hombre al pecado contra Dios como lo había
hecho con mi hermano.

Mi corazón estaba golpeando en mis oídos y cada centímetro de mi


piel se sentía caliente, febril.
Hunter agachó la cabeza.
—Tenías diez años —dijo en voz baja.

—Sí —concordé, intentando enfocarme en respirar. Inhalar. Exhalar.


Inhalar. Exhalar.

Sus manos se movieron, se deslizaron alrededor de mis caderas y


tocaron mi trasero, apoyándose allí suavemente. Se inclinó hacia delante,
depositando un beso en el centro de la horrible palabra.

—No eres malvada —dijo, negando con la cabeza y sentí su cabello


rozar mis muslos—. Tu padre era un jodido enfermo y tu hermano un
retorcido —dijo, sonando furioso.

—Lo sé —dije. Sabía eso. Lo había sabido por un largo tiempo. Pero
eso no quitaba el dolor. No quitaba los años de creer que él tenía razón
sobre mí. Sobre cómo iba a arder en el infierno por mis pecados. Sobre
cómo yo era un castigo para mi familia. Una penitencia que tenía que ser
pagada. Así ellos podrían ir al Cielo. Mientras yo me podría.
—También estaba equivocado —dijo Hunter—. Nunca podrías ser
fea —dijo, devolviéndome la mirada—. Y te deseo. —Se puso de pie
lentamente, una de sus manos se alargó hacia mi rostro, acariciando mi
mejilla—. Gracias por decirme.

—Gracias por no decirme que tengo un coño feo o huir como si


fuera un demonio —dije, pensando en los otros chicos. Eran chicos. Porque
un hombre actuaba de la manera en que Hunter estaba actuando.

—Quienquiera que hizo eso era un imbécil y no tenían idea de lo que


se perdieron —dijo.
—¿Qué se perdieron?
111
Página

—A ti.
Luego se inclinó y me besó, suavemente. Pequeños besos a lo largo
de mis labios antes de presionarse contra ellos. Me hundí en él. Contra él.
Mis brazos se alzaron y rodearon su cuello, atrayéndolo. Su lengua se
deslizó entre mis labios, provocando los míos y enviando una marejada de
deseo a mi núcleo. Me besó por un largo rato, hasta que sentí como si
estuviera flotando, hasta que lo sentí hasta los dedos de mis pies. Entonces
se retiró, sus ojos empañados.

—No tenemos que tener sexo —dijo y la necesidad pulsante entre


mis piernas estuvo en completo desacuerdo con él.
Le sonreí lentamente, encogiendo un hombro.

—Pura charla, ¿eh? —pregunté—. ¿No puede levantarse sin el


teléfono en tu mano?

Resopló, inclinándose y plantando otro beso en mi frente. Alargó el


brazo, tomando mi mano y dándole la vuelta para que la palma estuviera
extendida, luego la puso sobre su entrepierna. Su polla se estiraba contra el
material grueso de sus jeans.
—No puede levantarse, ¿eh?

—Me temo que voy a tener que verlo para creerlo —dije, frunciendo
mis labios hacia él.

Se rio entre dientes, dando un paso hacia atrás, alcanzando el


dobladillo de su camiseta y quitándosela con un rápido movimiento.

Era demasiado apuesto. Como en, de verdad. No era justo que un


hombre fuera así de perfecto. Solamente el rostro era suficiente. El rostro
debería haber estado unido a algunas tetas fofas de hombre o a una
panza cervecera. Para que así otros hombres pudieran tener oportunidad.
Pero, no. Hunter era perfecto en todas partes. Sus hombros eran anchos,
fuertes, su pecho definido. Y también, por supuesto, porque ningún Dios
estaría completo sin ellos… tenía abdominales. Del tipo en los que podías
hundir los dedos entre medio. Y esa gloriosa y hermosa V que estaba
medio escondida debajo de la cintura de sus jeans. Había un diminuto
sendero oscuro de vello que desparecía debajo del botón superior.

Como si sintiera mi necesidad de ver más. Verlo todo. Como llegó a


verme él. Se estiró, desabotonando el botón lentamente y bajando la
cremallera. Empujó la tela hacia abajo y esta cayó con un leve susurro
112

hacia el suelo. Sus bóxer negros eran todo lo que le quedaba. Debajo de
Página
ellos, sus piernas eran firmes. Su pene estaba duro, empujándose contra el
delgado material y pude distinguir la forma perfecta de la cabeza.
Agarró la cinturilla y la abrió, dejando que los bóxer cayeran al piso.

Sí, perfecto. De la cabeza a los pies. Cada pequeño espacio entre


ellos.

—De acuerdo, lo creo —comenté, mirando hacia su larga y gruesa


polla con un anhelo de anticipación. ¿Cómo sería? ¿Sin el miedo? ¿Sin la
vergüenza?
Todo lo que sabía era que estaba a punto de descubrirlo.

—Ven aquí —dijo, inclinando la cabeza a un lado, mirando hacia


abajo una vez y luego alzándola hacia mi rostro.

Lo hice. Mis pies se movieron a través del frío suelo con una
sensación de pesadez.

—Hola —dije, mis pies junto a los de él, nuestros cuerpos a un susurro
entre sí.

—Hola —contestó, sonriendo. Entonces se inclinó y me besó la punta


de la nariz—. Entonces, ¿vamos a la cama? —preguntó, alargando la
mano y tomando la mía.
Entrelacé mis dedos con los suyos y asentí.

Me llevó al pasillo, luego a su dormitorio, las paredes todavía vacías,


y dominado por la inmensa cama con las ricas sábanas negras y mantas.
Cerró la puerta, volviéndose a mí y rodeando mis caderas con sus brazos,
atrayéndome contra él. Me sentí estremecer cuando nuestras pieles
desnudas se tocaron. Se inclinó e inhaló el aroma de mi cabello, luego
comenzó a moverse hacia delante, haciéndome retroceder sin pensar a lo
largo del suelo.

Las partes traseras de mis rodillas golpearon la cama y me desenredé


de él y deslicé sobre esta, moviéndome hacia el centro, con mis rodillas
contra mi pecho. Él solo se paró allí mirando en mi dirección por un minuto
antes de acercarse, arrastrándose a través de la cama hacia mí. Me
recosté contra las almohadas.

Se sentó sobre sus talones, pasando las yemas de sus dedos sobre mis
113

pies, mis pantorrillas, los costados de mis piernas, ni siquiera dudando sobre
Página

los cortes y cicatrices. Como si fueran normales. Una parte de mí. Una parte
de mi piel. Sentí mis piernas abrirse alrededor de sus caderas, mis rodillas
tocando los costados de su estómago. Presionó hacia delante levemente,
dejando sus manos apoyarse a cada lado de mis hombros.
—¿Adivina qué? —preguntó.
—¿Qué?

—He pensado en ti desnuda miles de veces —admitió, bajando para


dejar un rastro de besos a lo largo de mi hombro, mi clavícula—, y mis
fantasías ni siquiera se acercan a la realidad de lo perfecta que eres —me
dijo, hundiendo sus labios en mi cuello y succionando la piel en su boca.

Sabía que no era perfecta. Lejos de eso. Pero, por primera vez en mi
vida, eso estaba bien. Porque Hunter pensaba que lo era. Y eso era más
que suficiente.

Mis manos subieron por su espalda, disfrutando del músculo duro


debajo. Su dureza estaba presionada contra mi vientre bajo, tan
necesitado como me sentía. Pero Hunter se estaba tomando su tiempo, sus
labios se movieron a los míos, presionándose en ellos con cada pizca de
pasión que estaba sintiendo, antes de avanzar hacia abajo. Tocando mi
garganta, moviéndose entre mis senos. Su cabello cayó hacia delante,
haciéndole cosquillas a mis pezones mientras lentamente plantaba suaves
besos a lo largo de las cicatrices bajo cada seno. Me arqueé lejos de la
extraña sensación, notando el arrebato de pánico ante el contacto.

Él se movió hacia arriba, tomando uno de mis pezones en su boca,


pasando su lengua sobre el pico hasta que estuvo tensándose, hasta que
hubo una imposible tirantez allí, luego moviéndose al otro para hacer lo
mismo. Después estaba pasando su lengua por el centro de mi vientre y
sentí que mis piernas se despegaban del colchón para envolverse
alrededor de sus piernas.

Cada músculo en mi cuerpo se sentía tenso a medida que el deseo


rebotaba en cada terminación nerviosa, haciéndome sentir exhausta,
abrumada con cada nueva sensación. Movió sus labios a lo largo de mis
caderas, sus manos bajando para presionarse en mis muslos,
sosteniéndolos abiertos contra el colchón. Luego su lengua estaba
tocando el borde de la M, trazándola hacia arriba, luego hacia abajo,
arriba, antes de moverse a la siguiente letra.
114

Y de pronto, estas se sintieron diferentes. No se sintieron como una


Página

marca, como una maldición. Se sintieron apreciadas. Se sintieron como


algo que era una fuente de deseo, no vergüenza. Casi lloré. Pero entonces
él alzó su mirada hacia mí, con una sonrisa traviesa jugando en sus labios
por un segundo antes de sumergir la cabeza y sentí su lengua escabullirse
entre mis delicados pliegues, deslizándose hacia arriba. Sus labios se
cerraron alrededor de mi clítoris, succionando. Mis piernas se tensaron
contra su agarre a la vez que soltaba un grito sorprendido. Mis caderas se
arquearon en su boca, rogando por más, rogando por cosas con las que
apenas era familiar. La presión se construyó hasta que se volvió dolorosa,
antes de que sus labios se apartasen, su lengua acariciando sobre el
capullo sensible rápidamente de lado a lado. Mis manos fueron a su
cabello, agarrándolo y retorciéndolo, pero atrayéndolo. Sosteniéndolo allí.

—Hunter —gemí, los dedos de mis pies curvándose, todo mi cuerpo


tensándose a medida que sentía mi orgasmo construirse más y más alto.

Él abrió la boca, soplando aire caliente sobre mi clítoris un segundo


antes de que su lengua comenzara a trabajar en pequeños círculos.
Después sentí su dedo presionar contra mi entrada resbaladiza,
deteniéndose por los segundos más breves antes de empujar dentro, girar
y acariciar contra la pared superior. Una y otra vez, hasta que no pude
luchar más contra ello y mi cuerpo explotó en un orgasmo, haciéndome
gritar y empujar su cabeza más fuerte contra mí.

Luego de eso caí contra el colchón, sintiéndome sudorosa y débil,


como si mis miembros estuviesen demasiado pesados para moverse. Él
retrocedió apoyándose en sus tobillos, mirándome con los párpados
entrecerrados.

—Eres tan sexy cuando te corres —dijo, pasando sus dedos de ida y
vuelta por el interior de mis muslos, dándome tiempo de recobrarme y
hacer que mi cuerpo vuelva a la vida al mismo tiempo.

Cuando estaba jadeando nuevamente, gimoteando contra su


exploración, se inclinó, alargándose hacia la mesita de noche y sacando
un condón. Observé mientras se lo ponía, mirándome con una ferocidad
que era casi aterradora.

Se movió hacia delante, apoyándose en sus antebrazos y tomando


mi labio inferior entre sus dientes. Sentí su peso apoyarse sobre mí, el vello
de su pecho provocando mis pezones endurecidos. Sus caderas se
empujaron contra mí y sentí su dureza contra mi muslo interno.
115
Página
—¿Estás lista? —preguntó, para luego sonreír—. Quiero decir, sé que
estás lista —dijo, lamiéndose los labios, saboreándome allí—. Pero, ¿estás
segura?
Le sonreí, mis brazos yendo a sus hombros.

—Nunca he estado más segura de nada en mi vida —dije,


inclinándome y depositando un beso rápido en sus labios.

Metió la mano entre nosotros, poniendo su polla en mi entrada,


deteniéndose allí, presionando pero no penetrando. Mecí mis caderas
contra él, avergonzada de mi necesidad. Rio entre dientes desde lo
profundo de su pecho, y luego, con sus ojos en los míos, empujó una vez
hacia delante, empujándose todo el camino dentro.
Un grito sorprendido se escapó de mis labios cuando sentí su grosor
extenderme, apenas doloroso, una sensación de tirón que se sintió extraña
pero correcta. Como si lo hubiera estado extrañando todo el tiempo.

—Mierda —dijo, bajando su frente a la mía, respirando hondo—.


Estás tan jodidamente apretada —dijo con los dientes apretados.

Sentí mis paredes internas jalarlo, rogando el movimiento que


necesitaba. El movimiento que no me estaba dando.
—Hunter, por favor —gemí, mis manos agarrándose a sus hombros.

Alzó la cabeza, observándome, con una sonrisa engreída en su


rostro.
—¿Por favor, qué, nena? —preguntó, inocentemente.
Medio reí, medio gruñí.
—Por favor, fóllame —dije, hundiendo mis uñas en su espalda.

—Bueno, si insistes —dijo, retirándose y embistiendo hacia delante


nuevamente.

Me sonrió para entonces retirarse una vez más, meciendo sus


caderas dentro de mí rápidamente. Porque ambos estábamos demasiado
desesperados para tomarlo lentamente. Ambos ya nos encontrábamos
cerca. Mis caderas se alzaron para encontrarme con sus empujes,
atrayéndolo más hondo. Me sentí tensarme alrededor de él con cada
embestida.
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Página
Para mis oídos, todo sonaba apagado. Su brusca respiración, sus
gemidos bajos. Mis propios gemidos. Pero sabía que estaba siendo lo
bastante ruidosa como para despertar a los vecinos, completamente
perdida en él, en las sensaciones que nunca antes había sentido.

—Eso es —dijo, sonando falto de aire—. Córrete para mí, nena.


Quiero sentir tu coño agarrándome.

Mis caderas se alzaron para encontrar las suyas una vez más y me
sentí balancearme sobre el borde para luego zambullirme, mi cuerpo
disparándose en mi orgasmo con tanta fuerza que vi en blanco. Mis dedos
arañaron su espalda mientras gritaba su nombre, enterrando mi rostro en
su cuello.

—Demonios, Fee —gruñó a medida que embestía hacia delante,


retorciéndose profundo dentro de mí mientras se corría.

Yacimos exactamente de esa manera por un largo rato, nuestros


corazones martillando en nuestros pechos, nuestras respiraciones corriendo
entrecortadas en la piel del otro. Hunter giró su rostro ligeramente, besando
mi mandíbula, antes de empujarse en los codos y mirarme.

—No es que el sexo telefónico no fuese increíble —comenzó,


sonriendo de manera exhausta—, pero Dios, Fee —dijo, inclinándose y
dándome otro beso antes de apartarse de mí, fuera de mí, y girándose por
un momento.

Me sentí extrañamente vacía cuando se fue, completamente


consciente de mi desnudez, pero despreocupada por ello. Observé su
espalda hasta que regresó hacia mí, deslizándose en el espacio vacío a mi
lado. Deslizó una mano bajo mis hombros, girándome de costado y
poniéndome sobre su pecho.

Yacimos así otro largo momento, mi pierna moviéndose sobre sus


caderas. Sus manos moviéndose perezosamente de ida y vuelta por mi
espalda, deteniéndose justo debajo de mi tatuaje, que ardía
agradablemente por todo el movimiento.
—¿Te encuentras bien? —preguntó, sonando medio dormido.

Lo estaba. Tal vez por primera vez en mi vida, estaba bien. Incluso
mejor.
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Debajo de mí, Hunter se quedó dormido, su mano quieta y pesada


Página

en mis caderas. Tracé formas en su piel mientras inhalaba su aroma a


jabón y aserrín que se aferraba a él a pesar de no haber estado cerca del
aserrín esa mañana.

Así que, así era cómo se suponía que era el sexo. Eso era lo que me
había estado perdiendo, lo que mi cuerpo me había rogado hasta que se
dio por vencido. Hasta que olvidé desearlo más. Ahora las compuertas
estaban abiertas, y quería. Oh, cómo quería. Casi me sentía mal por
cuánto me iba a aprovechar de Hunter. De un lado al otro del pasillo y a
través del suelo.

Desperté un poco más tarde sobre mi espalda, mi brazo sobre mi


cabeza, dormida y latiendo dolorosamente. Hunter estaba de costado a
mi lado, su cabello revuelto y sus ojos perezosos. Estaba mirando hacia mi
pecho. Cuando notó que estaba despierta, alargó la mano, tocando una
de mis cicatrices.
—¿Cómo te sientes sobre ellas? —preguntó.
Bajé mi brazo, sintiéndolo caer pesadamente en el colchón.

—¿Sentirme sobre ellas? —pregunté, todavía luchando contra mi


cerebro nublado por el sueño—. Las odio.
Asintió, todavía acariciando la suave piel.
—Podría cubrirlas —dijo, llevando sus ojos hacia los míos.
—¿A qué te refieres con cubrirlas?

—Bueno, sabes lo que son los tatuajes bajo el pecho, ¿correcto? —


preguntó—. Son muy populares en este momento.

Pensé en todas las imágenes que había descargado. Tantas de ellas


con chicas alzando las manos para cubrir sus pezones mientras el tatuaje
se envolvía debajo de un seno, subía entre ellos, y luego envolvía el otro.
Siempre eran intricados y parecidos a encaje. Preciosos.

—Sí —respondí con cuidado, sin permitirme esperar demasiado—.


Pero… estas son… cicatrices grandes. ¿Puedes tatuar sobre una cicatriz? —
pregunté, sabiendo cómo nunca me había crecido vello en las marcas
entre mis piernas cuando alcancé la pubertad.

—Sí —dijo, acariciando nuevamente—. Ahora muchas mujeres se


tatúan para cubrir las cicatrices de las mastectomías. Algunas incluso se
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tatúan un sujetador sobre sus senos para ocultarlas. Cubrirlas.


Página
Sentí algo pesado en mi pecho cuando la comprensión llegó. No
tendría que vivir con ellas. Fingir que no estaban. Apartar mis ojos cuando
me mirara en el espejo. No pasaría cada día de mi vida con mi terrible
pasado grabado en mi piel. Todo gracias a Hunter.

—¿Lo harías por mí? —pregunté, mi voz sonando más emocional de


lo que quería.

Alzó su mirada por un segundo, luego se inclinó para besar el centro


de cada cicatriz.

—Claro que lo haré. —Lo dijo con tranquilidad, como si ese hubiese
sido el plan en todo momento—. Tal vez podría hacer algo respecto a esto
—dijo, tocando la palabra sin un rastro de duda—. Vi a una mujer tatuarse
un ave fénix aquí. Subía por su vientre y la cola bajaba por el costado de
su muslo —dijo, acariciando con su mano sobre mis cortes autoinfligidos—.
Esto también podría ser un recuerdo.
Y lo pensaría dos veces antes de cortar en algo hermoso que él
hubiera hecho meticulosamente en una parte de mi piel. Cierto, tal vez
encontraría un nuevo lugar donde cortarme. Pero existía la posibilidad,
aunque mínima, que el dicho fuera cierto: el tiempo cura. Tal vez eso era
esto. Tal vez esto era sanación.

—Oye —dije en voz queda, y sus ojos se encontraron con los míos. No
encontré extrañeza. Ni repulsión. Pero, mejor aún, tampoco lástima. Me
incliné, tomando su rostro y atrayéndolo hacia mí, permitiéndome besarlo
con cada esperanza fracasada, cada sueño perdido, cada momento
frustrado de baja autoestima, cada cosa oculta, oscura, secreta y
vergonzosa. Lo besé como terapia. Como si pudiera verter todo en él y
finalmente ser libre.

Y él lo sintió. Sus manos fueron a mi cara, acunándolo suavemente


mientras purgaba todo lo viejo, dejando espacio para que lo nuevo, para
que él, se asentara.

Se retiró lentamente, dándome una pequeña sonrisa. Luego


acostándose en el colchón a mi lado, haciéndonos rodar de lado para
estar cara a cara.
—Entonces —comenzó.
—Entonces… —dije, sonriendo.
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Página

—Cuéntame tu historia, Fee.


—¿Mi historia? —pregunté, sonando confundida. Porque lo estaba.
Ya le había contado las partes más horribles y feas de mí. Le conté cosas
que nunca le había contado a nadie y él quería más—. ¿Quieres más? —
pregunté, sintiéndome insegura.

—Oh, Fee —dijo, alargando la mano para tocar mi mejilla—. Lo


quiero todo.
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Dieciséis

¿ Cómo se suponía que comience? ¿Cómo le contabas a


alguien toda la historia de tu vida? ¿Cómo encuentras ese
tipo de palabras?
Como si sintiese mi dilema, dejó caer su mano, sujetando la mía.
—Qué hay de tu madre. Cuéntame de ella.

Mi madre. Sentía tanta culpa por mi madre. Recordaba cuando me


fui, cómo había aprendido a odiarla. Casi tanto como a mi padre. A veces
más. Porque se suponía que ella me protegiera. Se suponía que me salvara
de su tormento. Y la odiaba por dejarme sufrir mientras ella se quedaba allí
de pie y no hacía nada.

Me tomó mucho tiempo, tal vez un año después de descubrir lo que


había pasado, para perdonarla. Para comprender.

—Mi mamá estaba dañada. Fue criada por un padre abusivo. Creo
que fue fácil para ella solo… continuar el ciclo, bajar la cabeza delante de
otro hombre abusivo. Y nunca fue lo suficientemente buena para mi
padre. Él siempre la estaba criticando. Sobre cómo cocinaba, cómo
limpiaba la casa, nos criaba. Pero, sobre todo, cómo no era una mujer lo
bastante religiosa.

—Pero debe haber tenido una vena rebelde para enseñarte a leer
—dijo Hunter, frotando su rostro contra mi cuello.

—Sí. Y me nombró Fiona. Se suponía que fuera Mary, pero ya que mi


padre no entró a la sala de partos… mi madre me llamó Fiona. Por su
madre. Y —dije, pensando en ella corriendo descalza en la nieve, sus ojos
enloquecidos—, cuando mi padre estaba haciendo esto —continué,
señalando mi entrepierna—, ella… incendió la sala de estar.
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—¿Qué? —preguntó, alzando su cabeza.


—Sí. Supongo que sabía que no podía hacer que se detenga. Y él
parecía más que feliz de marcarme hasta que no quedara nada, así de
enojado estaba. Por eso tomó una cerilla e incendió la silla junto a la
chimenea. Esperó hasta que estuviera ardiendo y salió corriendo y gritando
por mi padre.
—Vaya —dijo Hunter, alargando la mano y frotando mi cadera.

—Sí. Me sentí tan mal por no darme cuenta lo que había hecho por
mí mientras crecía. Las pequeñas formas en que cuidó de mí. Me protegió.
—Ahora lo ves —dijo, encogiéndose de hombros.

—Aunque, demasiado tarde —dije—. Estaba tan enojada cuando


hui de casa. Tan, tan enojada. Había sido golpeada esa mañana por no
haber acabado temprano con mis quehaceres. Tenía que ir a desayunar
con mi abuela y mi padre estaba comportándose raro. Ni siquiera pude
sentarme cuando llegué a la casa de la abuela con mi mochila y dije que
estaba llena con mis costuras, pero en realidad eran ropas de repuesto y el
dinero que había robado de la biblia de mi padre. Cuando mi abuela fue
a la cocina a buscar el té, hui. Corrí, corrí y corrí, a cada paso del camino
maldiciendo a mis padres.
—Nunca es demasiado tarde para decirle que viste lo que hizo, Fee.

—Pero lo es —continué—. El día que hui, a solo unas pocas horas


después que supo que me había ido, supo que no estaría en las garras de
él otra vez, tomó el cuchillo de caza de mi padre, el mismo con el que me
cortó, salió al bosque y se mató.
—Jesús —siseó Hunter—. Fee… lo lamento tanto.
Negué con la cabeza.

—No. No lo sientas. Me di cuenta luego de escuchar al respecto…


dos años después… que eso era todo lo que había querido hacer por
veinte años. Veinte años que pasó siendo menospreciada, golpeada y
obligada a soportar un sexo humillante con mi padre. Había pensado en la
muerte cada día. Pero lo soportó. Por mí. Porque necesitaba protegerme.
Necesitaba prepararme para el día cuando yo escapara. Como ella
nunca pudo. Y una vez que lo hice, también consiguió su propia manera
de escapar.
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Hunter se movió más cerca, envolviendo sus brazos alrededor de mí y


Página

acercándome.
—Entonces, ¿qué pasó luego de que escapaste?

—Hui hasta aquí. Incluso viviendo como vivía, apartada del mundo,
había escuchado de la ciudad. Mi padre vociferaba y deliraba sobre los
pecadores aquí. Sobre esta siendo la nueva Sodoma y Gomorra. La gente
fornicaba en las calles. Los hombres se sodomizaban entre sí. Las mujeres
alzaban sus faldas para los hombres buenos y religiosos que cruzaban sus
caminos, llevándolos al libertinaje…

—Suena como un lugar divertido al que ir —dijo Hunter contra mi


hombro.

—Exacto —dije, sonriendo—. Supuse que si existía un lugar al que él


no iría para encontrarme, sería un lugar condenado a ser consumido por el
fuego y azufre. Así que viajé hasta aquí, tomando un autobús por primera
vez, un tren por primera. Luego salí de la estación a la calle y supe que
estaba en casa.
—¿Adónde fuiste?

—Bueno, ese es el problema —dije, negando con la cabeza—. No


estaba exactamente preparada. Había sido una decisión tan apresurada
y sabía tan poco sobre el dinero y cómo cuidar de mí…
—Estuviste en las calles —aportó Hunter, apartándose para mirarme.
—Sí.
—¿Por cuánto tiempo?

—Como dos años. No fue tan malo como suena. Bueno, sí fue malo.
Estaba hambrienta, tenía frío, y estaba asustada… todo el tiempo. Pero
estaba por mi cuenta. Nadie iba a golpearme por no ser lo
suficientemente devota. Nadie iba a tallarme como a un pavo. Y nadie me
decía que no podía hacer las cosas. Como leer. Aprender. Fui a la
biblioteca y leí… todo. Comí lo que la gente sentía que estaba
suficientemente mal para alimentarme. Alcé mis muros e intenté encontrar
una manera de salir de ello. —Pensé en las duchas improvisadas en los
baños de las comidas rápidas. Aseándome para poder ir a entrevistas. Los
trabajos que nunca pude mantener por mucho tiempo. Pero me ofrecieron
algo de dinero. Una manera de comprar un teléfono. De comprar tiempo
en un cibercafé. Una manera de comenzar mi negocio—. Hice mis
123

primeras llamadas de sexo telefónico mientras vivía en una caja entre una
tienda de suministros de oficina y una farmacia. Había sido tan inexperta…
Página
—¿Seguías siendo virgen? —preguntó.

—No —respondí. Pero, oh, deseaba haberlo sido—. Pero como si lo


fuera. Fui capaz de conseguirme este lugar un par de semanas después.
Hunter me dio una sonrisa pequeña.
—Te has labrado una buena vida por ti misma, Fee.

Pensé en toda la ropa de diseñador en mi armario, el dinero que


gastaba como si fuera agua, la libertad que tenía para salir toda la noche
y dormir todo el día. Él tenía razón. Puede que no haya sido una vida
salvaje y grande y puede que haya estado plagada con todos mis
demonios… pero era buena. Era mía.
Se quedó en silencio por un momento.

—Creo que tu madre habría estado feliz con esto —dijo, sonriendo
un poco—. Aparte de ti alejándote de tu padre. Creo que lo que has
hecho la habría hecho reír. Qué bofetada en la cara a todo lo que tu
padre intentó inculcarte a golpes para convertirte en una operadora de
sexo telefónico. Que bebe mucho. Y se tatúa el cuerpo. Y tiene sexo con el
problemático vecino de al lado.

—No eres problemático —dije, con un destello de él golpeando a


ese hombre apareciendo en mi cabeza antes de apartarlo.

—No me conoces tan bien, Fee —dijo, sonando casi triste—. Confía
en mí… soy problemas.

—Bueno —dije, estirando los brazos y envolviéndolos alrededor de su


cuello—, tal vez me gustan los problemas.
—¿Ah, sí? —preguntó, sus cejas alzadas.
—Sí.
—¿Cuánto? —preguntó, sonriendo.

Sonreí, sentándome, empujándolo sobre su espalda y poniendo mis


piernas a cada lado de él. Sus manos se movieron a mis caderas,
hundiéndose en las depresiones y provocándome un gemido. Me incliné,
girando mi cabeza a un lado y pasando mis labios a través de su cuello
como había hecho conmigo, queriendo ver si se sentía igual para él como
124

se sentía para mí. Exhaló ásperamente, fortaleciendo mi autoconfianza y


lentamente me moví hacia abajo. Entre sus costillas, sobre su estómago.
Página

Más abajo.
Había fingido bastante sexo oral como para saber lo que se suponía
que hiciera. Conocía mis instrucciones. Provocar la cabeza. Luego tomar el
falo en mi boca. Profundo. Más profundo de lo que es cómodo. A ellos les
gustaba escucharte atragantarte un poco. Eso los excitaba. Luego
comenzar a mover tu boca de la base hacia arriba en un movimiento
giratorio. Podías subir y bajar intermitentemente, pero el giro era lo que los
ponía locos.
Sabía qué hacer. Pero nunca lo había hecho.

La incertidumbre era como un retorcimiento en las entrañas. Como si


una mano agarrara tus entrañas y las retorciera directamente. Me detuve
por un brevísimo instante antes de que mi mano se extendiera para agarrar
la base y sostenerlo mientras mi lengua serpenteaba haciendo círculos a
través de la cabeza sensible. Escuché su respiración escapar en un siseo y
sus manos caer en la cama junto a su cuerpo. Alentada, deslicé mi boca
alrededor de él, moviéndome lentamente hacia abajo, inclinando mi
cabeza levemente hacia arriba para mirarlo a la cara.

—Oh, demonios —dijo, extendiendo la mano y poniéndola detrás de


mi cabeza. No tirando o empujando, solo apoyándose allí mientras
tomaba más y más de él en mi boca—. Sí, nena —dijo, sonando dolorido—,
tómalo todo. —Golpeé la base con una involuntaria sensación de tensión
en mi garganta, apretada e incómoda, pero no de náuseas. Para nada
como había esperado. Cerré mis labios con más fuerza, girando levemente
a la izquierda, luego a la derecha a medida que me movía de regreso
lentamente hacia arriba. Llegué a la cabeza, lamiendo con mi lengua la
punta una vez, saboreándolo allí, antes de moverme de nuevo hacia
abajo rápidamente.

En ese momento, no comprendí las quejas que había escuchado de


interminables llamadas. Sobre cómo sus esposas no les daban mamadas.
O solamente en ocasiones especiales porque no les gustaban. ¿Cómo
podía no gustarles? ¿Cómo podían no sentirse poderosas? ¿Cómo podían
no llegar al orgasmo sabiendo lo bien que los estaban haciendo sentirse?
¿Cuán a tu merced se encontraba el placer de ellos?

Fue lo más excitante que haya experimentado alguna vez, observar


el rostro de Hunter contorsionarse, sintiendo su cuerpo tensarse debajo de
mí, escuchando su respiración volviéndose entrecortada. No podía esperar
125

para hacerlo correrse. Quería escucharlo, sentirlo perder el control. Quería


saborearlo, tomarlo dentro.
Página
Pero entonces su mano se movió a mi cabello, agarrándolo y
jalándome hacia arriba. Su polla se deslizó de mi boca y solté un gimoteo.
Hunter rio entre dientes.

—No te preocupes, nena —dijo, moviéndose para sentarse, todavía


sujetando mi cabello, observando mientras lo lamía de mis labios—. Un día
voy a amar correrme en esa boquita bonita. Por esa garganta. Pero ahora
—continuó, dejándome ir y moviéndose al final de la cama—, quiero
follarte hasta que no seas capaz de caminar por una semana.

Sonaba como una amenaza. Como una promesa. Sentí como mi


deseo me apuñalaba por dentro, como una necesidad al rojo vivo.

Se movió a la mesita de noche, deslizándose otro condón antes de


regresar a mí. Extendió las manos, sujetando mis caderas y atrayéndome.
Mis brazos volaron para frenar mi caída cuando aterricé de cara contra el
colchón. Me jaló hacia atrás hasta que me sentí colgando por el borde de
la cama. Su mano se estiró, azotando mi trasero con fuerza una vez.

—He estado pensando en este trasero desde ese primer día en el


balcón. Con esas bragas rosas que solo cubrían la mitad. Quise saltar a tu
balcón, desgarrarlas y follarte por detrás allí mismo, donde cualquiera que
alzara la vista podía vernos.
Me azotó otra vez, haciéndome saltar, gimiendo un poco.

—¿Te gusta eso, nena? —preguntó, azotándome de nuevo sin


esperar una respuesta—. ¿Eso hace que tu coño se humedezca? —
preguntó, su mano empujándose entre mis piernas y, encontrando la
humedad allí, hundió un dedo en mi interior—. Sí, lo hace —gruñó,
empujando su dedo rápidamente dentro de mí antes de retirarlo. Sus
manos sujetaron mis caderas, jalándome fuera del colchón, haciéndome
ponerme de pie sobre unas piernas temblorosas.

Sus manos se movieron entre mis piernas, instándome a separarlas


levemente. Luego su pene estaba presionándose contra mí,
manteniéndose allí, haciendo de la tensión construyéndose insoportable.
Entonces, con un rápido empuje, estaba enterrado en mi interior.
Imposiblemente profundo. Más profundo de lo que había estado antes. Lo
sentí por todas partes. Me apreté a su alrededor, necesitando la llenura,
necesitándolo profundo y me mecí hacia atrás contra él.
126
Página
—¿Te gusta profundo, nena? —preguntó, llevando mis caderas
hacia atrás y hacia arriba ligeramente, haciéndome gritar. Porque dolió,
una aguda sensación punzante. Dolió, pero se sintió tan bien a la vez.
—Sí —gemí, meciéndome contra él.
—Hazte venir —instruyó, manteniéndose todavía dentro de mí.

No necesité más estímulo. Ya había pasado el punto de sentir


vergüenza o inhibición. Me incliné hacia delante y me empujé hacia atrás,
moví mis caderas de lado a lado, las giré en círculos. Podía sentir la tensión
construirse en mi interior, la tirantez amenazando con explotar. Estaba tan
cerca y él todavía no se había movido en absoluto.

—¿También haré que to corras? —pregunté, escuchando su


respiración entrecortada.
Sus manos se clavaban dolorosamente en mis caderas.

—No hasta que te corras primero —dijo, apenas como palabras, más
bien como un gruñido.

Alentada, me moví más rápido, estrellándome contra él, empujando


en rápidos y frenéticos círculos. Sentí mi orgasmo abalanzarse sobre mí,
haciendo que mis piernas cedieran y Hunter agarrara mis caderas y las
sostuviera en alto a medida que me aferraba alrededor de su dureza una y
otra vez, en una infinita oleada de sensaciones.

En cuanto dejé de gemir, lo sentí retirarse de mí y empujar hacia


delante. Duro. Tan jodidamente duro que todo mi cuerpo se sacudió hacia
delante. Mis pies regresaron al suelo, sosteniéndose, intentando no salir
volando con cada poderosa embestida. Me mantuve quieta, mi cuerpo
rígido mientras su polla empujaba dentro de mí con un ritmo lento pero
enérgico. Entraba rápido, fuerte. Pausaba. Salía rápidamente. Pausaba. Y
entraba más fuerte, más rápido. Estaba convertida en un charco de
necesidad debajo de él, un manojo de gritos y jadeos. Su mano soltó una
de mis caderas, azotando mi trasero antes de cada embestida y me
arqueaba ante ella, disfrutando del dolor más de lo que podría haber
sabido. Necesitándolo. Dejando que me empujase hacia el orgasmo que
amenazaba con volverme loca.

Entonces los azotes se detuvieron y me levantó, sus embestidas


127

volviéndose más rápidas, más demandantes. No podía moverme. No


podía mecerme contra él. No podía ayudarnos a alcanzar el inminente
Página

olvido. Estaba completamente a su merced a medida que chocaba


dentro de mí una y otra vez, haciendo que mi interior se apretara
alrededor de él, sujetándolo como una prensa que le hizo gemir,
retirándose menos, permaneciendo profundo y hundiéndose aún más
adentro.

—Oh, Dios mío —grité, casi temerosa mientras me tambaleaba en la


nada por un segundo antes que él me empujara adelante, golpeando la
pared delantera y haciéndome perder completamente el poco control
que tenía. Grité su nombre. Lo bastante fuerte como para que el cielo y el
infierno me escuchara a medida que me venía a su alrededor, tirando de
él, aferrándolo.
Gruñó, embistiendo una vez más, enterrándose profundo.

—Demonios —gruñó—. Oh, maldición… Fee —gritó mientras se corría


dentro de mí.

Mis pies cayeron sobre el suelo con fuerza cuando los soltó,
empujándose hacia delante, su pecho conectando con mi espalda.
Agotado. Él estaba agotado. Luché por respirar a través de mi propio
esfuerzo y su peso sobre mí. Mi corazón estaba latiendo con tanta rapidez
en mi pecho que casi me asustó. Encima de mí, su respiración era rápida
en mi oído. Su polla se deslizó lentamente de mí y, luego de un minuto, se
levantó lentamente de mí.

Sentí su mano azotar mi trasero una vez más, pero no con fuerza.
Después se inclinó y lo sentí besar uno de mis cachetes.

—Jesucristo, Fee —dijo, sonando incrédulo mientras se apartaba de


mí.
No podía moverme. Literalmente no podía. Era un manojo de carne
y temblores, yaciendo allí, medio en la cama, con mi trasero en el borde
del colchón, mis rodillas débiles contra el costado de ésta. Me sentía
medio muerta, pero más viva que nunca antes.
Hunter regresó, acariciando los lados de mis caderas.

—¿Estás bien ahí, Dieciséis? —preguntó, sonando divertido. Sonando


complacido consigo mismo. Me folló hasta la inconsciencia y lo sabía.

Hice un sonido raro, un murmullo confuso de nada que le causó risa.


Sentí el colchón hundirse bajo su peso cuando se movió a mi lado. Alargó
128

los brazos, tomándome por los costados y subiéndome completamente


Página

sobre el colchón. Buscó debajo y jaló las sábanas enredadas hacia arriba y
sobre mi cuerpo repentinamente frío, apoyando una mano en mi espalda
baja.

Mucho tiempo después, giré mi cabeza para enfrentarlo, a pocos


centímetros de mi costado.

—Bueno, cumpliste tu amenaza —comenté, haciendo una mueca a


medida que me acurrucaba de lado frente a él.
Su ceño se frunció.
—¿Qué amenaza?

—No voy a caminar bien por una semana —dije y él rio. Echó su
cabeza hacia atrás y rio de mi dolor, que no era tanto un dolor a decir
verdad. Era más bien una molestia. Un profundo, profundo dolor que
comenzaba a matarme cada vez que intentaba moverme, así que decidí
permanecer completamente inmóvil.

—Bueno, eso está bien —dijo, recobrándose, alcanzando mi mano y


besándola—. Porque no vas a dejar esta cama por una semana. —Ante mi
mirada de tensión, sonrió—. Hay muchas maneras en las que aún necesito
follarte. En cuatro patas. Montándome. Y —dijo, su voz sonando profunda
a medida que su mano se deslizaba por mi espalda para aferrar mi trasero,
las nalgas rojas y sensibles—, también me gustaría enterrarme profundo en
este trasero en algún momento.

—Ah, ¿en serio? —pregunté, nada opuesta a la idea. Lo quería en


todas partes. Quería que reclamara cada centímetro de mí. Además,
escuché del tipo de orgasmos que podías conseguir del sexo anal.
Especialmente si empujabas tus dedos dentro para acariciar tu punto G
mientras él masajeaba tu clítoris. Un orgasmo de triple localización.
Escuché que podía hacerte saltar de tu cuerpo por la intensidad. Y estaba
realmente ansiosa de intentarlo.

—Sí —dijo, deteniéndose—, en serio —dijo la palabras ásperamente,


como si nunca hubiera querido algo tanto como eso.

—Bueno, entonces tenemos que ver lo que podemos hacer al


respecto —dije, acercándome y acurrucándome contra su pecho—. Pero
primero —añadí, bostezando, envolviendo un brazo alrededor de su
espalda—, dormir.
129
Página
Diecisiete

o fui a casa por tres días. Recibí mis llamadas en la cama de

N Hunter, gloriosamente desnuda mientras él me miraba. A veces


se acostaba a mi lado, con un bloc de dibujo en su regazo a
medida que trabajaba en los diseños de mis próximos tatuajes.

Sin importar cuánto lo pensé, no podía asimilarlo. Cómo pasé de mi


yo habitual: fría, frágil, no-me-jodas-mientras-me-autodestruyo a esta Fiona.
Esta que estaba bien con dejar que otra persona la vea completamente
desnuda. Completamente vulnerable.

Sentía a Hunter en cada fibra de mi ser. Y no era aterrador. No era


incómodo. Estaba bien. Se sentía bien.

—Me encanta cuando hueles mis bragas, cariño —dije y la cabeza


de Hunter se disparó en alto, con una ceja levantada, una sonrisa jugando
en sus labios. Puse mis ojos en blanco y él volvió a dibujar. No me
preguntaba sobre el trabajo. No creía que fuera extraño o pervertido o
una forma terrible de ganarse la vida. De vez en cuando lo escuchaba
resoplar o reír entre dientes cuando necesitaba decir algo especialmente
inusual, pero se guardaba sus opiniones para sí mismo.

—Sí, mi coño está muy mojado —dije y vi a Hunter por el rabillo del
ojo, dejando su libreta sobre la mesita de noche y avanzando hacia mí.

Se paró en el borde de la cama, mirándome por un largo tiempo y le


envié una mirada confundida. Luego agarró mis tobillos, acercándome a
él y abriéndome. Una sonrisa se dibujó en sus labios a medida que
mantenía sus ojos en los míos. Su dedo se deslizó entre mis pliegues y tuve
que morderme el labio para no gritar.

—Sí —dije en mi teléfono, mi voz sonando entrecortada—. Estoy


130

tocando mi clítoris —dije y la mano de Hunter se movió, corriendo sobre el


Página

capullo sensible—. Sí. Se siente tan bien —añadí, retorciéndome contra


Hunter, estirándome para alejarlo. Pero él solo me dio una palmada en las
manos y continuó su tortura—. Creo que estoy lista para ti —murmuré y el
dedo de Hunter se deslizó dentro de mí, haciéndome arquear. Él asintió,
sacando su dedo de vuelta y casi me muero de la risa, llevándome la
mano a la boca y presionándola contra ella.
En el otro extremo del teléfono, mi interlocutor sonaba entrecortado.

—Quieres un pene profundo dentro de ti en este momento,


¿verdad? —preguntó.
Tomé un largo y lento respiro.

—Mmmhmm. Lo quiero tanto —murmuré y vi como Hunter se ponía


un condón. De ninguna manera. De ninguna jodida forma iba a follarme
mientras estaba hablando por teléfono con un cliente. Eso era muy poco
profesional.
Negué con la cabeza y él sonrió y asintió.
—¿Cómo les está yendo? —susurró y me sonrojé intensamente.
—¿Cómo me quieres, cariño? —pregunté, sin siquiera fingir el deseo
en mi voz.

—Sí, me encantaría estar arriba —respondí, mientras Hunter se


encogía de hombros y se recostaba en la cama, dándose unas
palmaditas en el regazo. A veces era tan adorablemente sexy. Me trepé
sobre él, a horcajadas sobre su cintura. Su mano fue a la base de su polla,
manteniéndola en su lugar para poder bajar sobre ella—. Oh —grité,
deslizándome lentamente en él—. Oh, eso se siente tan bien —gemí,
sintiendo mis caderas caer sobre las suyas.

Las manos de Hunter subieron por mi vientre y agarraron mis pechos,


apretándolos con sus grandes manos a medida que comenzaba a
moverme de ida y vuelta.

—Está tan… profundo —gemí, a Hunter. El teléfono estaba casi


olvidado en mi mano. Los dedos de Hunter se deslizaron sobre mis pezones
y sus caderas chocaron contra las mías, haciéndome jadear y caer hacia
delante, con una mano apoyada contra la cama y la otra sosteniendo mi
teléfono celular.
Me levanté levemente de él, quedándome quieta mientras él
empujaba hacia arriba una y otra vez hasta que gritaba necesitada y
131

frenética. Pude escuchar la maldición de mi interlocutor, hacer un sonido


Página

confuso, agradecerme y luego solo silencio.


Dejé caer el teléfono al colchón, mis manos moviéndose hacia el
vientre de Hunter para sujetarme mientras sus embestidas se volvían más
salvajes y necesitadas. Una vez que conseguí el ritmo, también me moví.
Cuando él empujaba hacia arriba, mis caderas caían de golpe.
Haciéndome llevarlo tan profundo como mi cuerpo me lo permitiera.

—Hunter… —gruñí. Su mano se extendió entre nuestros cuerpos,


acariciando mi clítoris, tratando de llevarme más alto. Debajo de mí, él
estaba tenso. Tenía la mandíbula rígida, un músculo temblando
espasmódico a medida que luchaba por el control—. Oh, Dios —grité
cuando sentí mis músculos agarrarlo una vez antes de que los espasmos de
mi orgasmo me estremecieran, cayendo hacia delante en su pecho.

Sus manos se dirigieron a mis caderas, manteniéndome inmóvil


mientras embestía contra mí unas cuantas veces más, las yemas de sus
dedos clavándose en mi piel cuando se vino.

Tomé una respiración profunda que escapó de mis labios en un


ataque de risitas.

—Bueno, eso le da un nuevo significado a la mezcla de negocios


con placer —comenté contra su cuello.
Sus manos tantearon mi trasero, y luego lo apretaron.

—Tu trabajo deja mucho espacio para tontear en la oficina —


murmuró.

—¿Tontear? —pregunté, empujándome hacia arriba para mirar


hacia su rostro, mi cabello cayendo hacia delante para cubrirnos—.
¿Acabas de decir… tontear?
—Oye, no todos tienen una boca obscena como la tuya.

—Te gusta mi boca obscena —dije, inclinándome y mordiendo su


labio inferior.

—Demonios, sí, lo hago —coincidió—. Tan pronto como recupere


fuerzas, voy a enterrar mi polla allí otra vez.
—Mmm —murmuré, lamiéndome los labios lentamente.
Hunter maldijo y medio rio.
132

—Me estás matando, mujer.


Página
—Oye, tú lo iniciaste esta vez —respondí, sentándome y mirándolo.
Nunca me acostumbraría a verlo. Perfecto. Era realmente un espécimen
masculino perfecto.

—¿Qué? —preguntó, sus manos moviéndose de arriba hacia abajo


por los lados de mis muslos.

—Nada —dije tímidamente, reclinándome sobre sus muslos mientras


los alzaba detrás de mí.
—Dime —dijo, entrecerrando los ojos hacia mí.
Me encogí de hombros.
—Eres bonito —contesté, sonriendo.
—¿Bonito? —preguntó, poniendo los ojos en blanco.
—Sí, mucho. Así como… injusto.
Él se encogió de hombros.
—Eres mucho más bonita. Impresionante en realidad.
—Oh, detente —dije. Pero no lo dije en serio. Nunca me cansaría de
escucharlo. Viniendo de él.

Se levantó hacia mí, plantando un beso entre mis pechos y


envolviendo sus brazos alrededor de mi espalda.
—Nunca —pronunció, con sentimiento.

Me deslicé hacia arriba, fuera de él, poniendo mis débiles piernas en


el suelo.
—Vuelve aquí —dijo alcanzándome.
Esquivé sus brazos.

—No-oh —dije, buscando la camiseta y los pantalones que había


descartado hace tres días—. Tengo que ducharme y cambiarme…

—Puedo ayudarte a enjabonarte —sugirió, poniendo los pies en el


suelo mientras me observaba.
—Me dijiste que tienes trabajo más tarde hoy —le recordé.
133

—Cancelaré —dijo de inmediato.


Página
—No, no lo hagas —respondí, riéndome. Lo decía en serio. Habría
cancelado a todos sus clientes por mí sin pensarlo—. Ve a trabajar. Me
pondré al día con un… trabajo…

—Te refieres a completar los pedidos de los huele bragas —sonrió—.


Ese negocio va a sufrir.
—¿Por qué? —pregunté, mis cejas frunciéndose.

—Porque planeo mantenerte desnuda casi todo el tiempo —


contestó despreocupadamente.

Me puse mi camisa, agachándome para agarrar mi sujetador y mis


bragas, luego me acerqué, besando la parte superior de su cabeza. Él olía
a él. Aserrín. Jabón. Aunque no hubiera estado cerca de eso en todo el
día. Sus brazos rodearon la parte posterior de mis piernas, atrayéndome
contra él. Su rostro se plantó en mi pecho a medida que acariciaba su
cabello.

Era una tontería, pero casi se sentía como una despedida. Estaba
irracionalmente asustada de que si salía de esa habitación, de su
apartamento, perderíamos lo que habíamos encontrado. Que nunca
podría ser lo mismo otra vez. Así que me incliné hacia él, dejando que mis
brazos rodearan su cuerpo. Intentando aguantar solo un momento más.
Tomé una respiración profunda, alejándome.
—Trabaja un poco —le dije—. Y yo trabajaré un poco. Y luego…
—Y luego… —repitió.
—¿En mi apartamento? —pregunté.
—Comida china —agregó.

—Suena bien —coincidí, inclinándome para un beso rápido antes de


darme la vuelta y alejarme. Antes de que pudiera pensarlo mejor y volver a
sus brazos.

Me sentía diferente. Lo cual era una cosa totalmente juvenil para


decir. Pero así era como me sentía. Diferente. Como yo, pero mejorada.
Más feliz. Iluminada. Cerré su puerta principal detrás de mí, apoyándome
en ella por un momento.
134

Horas, me recordé, solo serían unas pocas horas antes de volver a


verlo.
Página
Estaba siendo ridícula. Era una mujer fuerte e independiente. Era
inaceptable lamentarme algunas horas por mi cuenta. Respiré
profundamente y avancé los pocos metros hacia mi propia puerta,
deslizando mis llaves en los cerrojos.

Cerré la puerta detrás de mí, sacándome los zapatos a la fuerza y


caminando hacia mi sala de estar.

—En serio traes vergüenza a nuestra familia —dijo una voz,


haciéndome retroceder un paso, una mano volando hacia mi pecho. Pero
no era él. No era mi padre. Mis ojos se dispararon en alto, encontrando
unos ojos tan verdes como los míos.

—Isaiah —siseé su nombre como una maldición—. ¿Cómo demonios


llegaste aquí?

Parecía más viejo de lo que lo recordaba. Solo dos años mayor que
yo, pero endurecido. Su cabello rubio era corto pero alborotado por
cortarlo con el filo de un cuchillo. Su piel era más oscura que la mía, un
poco rubicunda en las mejillas. Había líneas junto a sus ojos, grabadas en
profundidad por las horas pasadas entrecerrando los ojos al sol,
entrecerrando los ojos ante los versos de la Biblia.
—Forcé los cerrojos —respondió y se encogió de hombros.

—¡Qué criminal tan regular has resultado ser! —dije, apretando mi


teléfono en mi mano. Podía llamar a la policía si las cosas se complicaban.
Pero les tomarían demasiado tiempo. Mejor gritar. Hunter cargaría en un
abrir y cerrar de ojos. Me consolé con eso.

—Al menos no soy una ramera —contrarrestó enfurecido, bajando la


mirada a mi mano.

—¿Cuál es el problema? —comencé, levantando la mano—.


¿Nunca has visto un sujetador o unas bragas? ¿Todavía no te casas? ¿No
puedes encontrar a alguien que aguante tu tipo particular de perversión?
O… —dije, sintiéndome completamente fortalecida a su alrededor por
primera vez en toda mi vida—, ¿padre y tú están compartiendo un vínculo
más que familiar allá afuera solos en el bosque?

—No seas desagradable —dijo, luciendo como si fuera a levantarse


del sofá y estrangularme. Pero él sabía que ya no tenía ese poder.
135

Dejé caer el sujetador y las bragas en el suelo, apoyándome contra


Página

la pared.
—Jamás podrás salir de debajo de su pulgar, ¿verdad, Isaiah?

Hubo un destello de algo en su rostro, algo que se había ido


demasiado pronto para que lo analizara.
—No todos son tan ingratos como tú, Fiona Mary.
Me sentí sonreír, sacudiendo la cabeza.
—Es difícil estar agradecida por los golpes y la mutilación.
—Disciplina —respondió él.
—Abuso infantil —contrarresté.
—¿De dónde sacaste ideas como esa? —preguntó.

—Del mundo real, Isaiah —dije, casi sintiendo pena por él, agitando
una mano—. No de una cabaña aislada en el bosque, tan aislada de todo
lo demás que ni siquiera podíamos saber cómo nos maltrataban. Es tan
enfermo lo que aceptábamos como normal.
—Divino —se opuso.
—Dios, o más exactamente, el consejo de hombres que decidieron
lo que poner en la Biblia… —dije, poniendo los ojos en blanco—, dijo
muchas cosas que papá pasó por alto. ¿Alguna vez lo notaste? Nos
mantuvo esclavos. No insistió en que mamá permaneciera en silencio en
todo momento o la mataría. No salió a la ciudad y mató a los
homosexuales.
—Porque es ilegal —dijo.

—Es ilegal por una razón. Porque es malo tener esclavos. Está mal
matar a tu esposa. Está mal matar a las personas homosexuales. Y está tan
jodidamente mal descuartizar a tu hija. Es igual de malo negarme una
educación.

—Parece que lo manejaste lo suficientemente bien —dijo, ignorando


todo lo demás que dije.

—Sí —respondí, levantando la barbilla—. Tengo que agradecer a mi


madre por eso.

—¿Madre? —preguntó, sentándose hacia delante, pareciendo


136

repentinamente interesado—. ¿Mamá te enseñó a leer? —lo dijo casi con


asombro. Como si nunca hubiera considerado que nuestra dócil y sumisa
Página

madre pudiera desafiar a nuestro padre.


—Todos los días cuando salías al bosque nos sentábamos en el suelo
y trabajábamos en letras y, más tarde, en matemáticas básicas. Porque
ella sabía que iba a salir de allí algún día… como siempre quiso hacerlo, y
que tendría que estar preparada.

—Madre estaba contenta con padre —insistió Isaiah, pero no tenía el


borde seguro que solía tener.

—Mamá lloró todas las noches después de que nuestro padre se


fuera a dormir. Y luego se suicidó, Isaiah.
—Eso fue porque tu…

—No —dije, sacudiendo la cabeza con tristeza. Porque era inútil estar
enojada con alguien cuando estaban tan lavados del cerebro—. Mamá
no se suicidó porque estaba avergonzada de mí. Mamá se suicidó porque
ya no necesitaba protegerme. Era libre. Así que entonces ella se liberó.

—Está en el infierno por eso —contestó Isaiah con firmeza. Algunos


pecados no pueden ser perdonados.

—Sí, bueno, tal vez prefiera estar allí —dije y su cara se disparó a la
mía como si lo hubiera golpeado. Tomé aliento—. ¿Por qué estás aquí,
Isaiah? Obviamente no querías venir a discutir conmigo sobre la religión y
nuestra crianza de mierda.

—No —concordó, frotándose las manos sobre la cara—. Padre está


enfermo.

Bien. Ese fue el primer pensamiento que se me vino a la mente y me


sentí como un ser humano horrible por ello. Era mezquino y vengativo
desear que alguien se sintiera mal. Pero nunca podría atreverme,
permitirme, sentirme mal por él.
—¿Y?

—No, Fiona Mary… está en el hospital, cada vez más y más frágil por
minuto. Es cáncer.

Odiaba esa palabra. Todos odiaban esa palabra. Era fea, cruel e
implacable. Tres palabras que también describían a mi padre.
—¿Cuánto tiempo tiene?
137

—Días, semanas tal vez —contestó—. Dicen que es cáncer de hueso


avanzado. Debe haber pasado desapercibido durante años.
Página
—Sí, porque se negó a ver a un médico —respondí. Porque no te
metías con la voluntad de Dios—. ¿Se está negando al tratamiento ahora?
—Sí. Está medio delirando de dolor todo el tiempo.

—Bien —dije, bajando el teléfono y las llaves—. Gracias por decirme.


No tienes que volver cuando muera… solo envíame una carta.
Isaiah levantó la mirada de golpe como si lo hubiera abofeteado.
—No puedes ser tan fría.

—Puedo —dije—. Lo soy. Tal vez es por no conocer a mi madre, la


única persona que alguna vez amé… la única persona que alguna vez me
amó, y murió. Rompiéndose en pedazos en el bosque mientras yo luchaba
por comida para seguir con vida. Eso podría tener algo que ver conmigo
ya no necesitando ser tan dramática en cuanto a todo esto.
—Él quiere verte —intentó Isaiah nuevamente.

—¿Para ver cuántos insultos más puede arrojarme antes de que


finalmente estire la pata?

—Por el amor de Dios, Fiona Mary, es su último deseo —dijo,


poniéndose de pie—. ¿Te mataría tomarte un día de tu ocupada vida en
este lugar olvidado de Dios para solo… venir durante cinco minutos y
despedirte?

Más bien algo como: Espero que te pudras en el infierno maldito


bastardo hijo de puta.
—Está en el hospital de Saint Mary. Sala tres y cuarto.
—¿Irónico no? —pregunté mientras alcanzaba mi puerta.
—¿Qué? —preguntó, mirándome por encima del hombro.

—¿Para alguien que odia tanto a las mujeres terminó siendo puesto
en la sala tres y cuarto? —Ante su mirada confundida, sonreí—: “Ella es más
preciosa que los rubíes, y todas las cosas que puedes desear no se pueden
comparar con ella”.

—¿Proverbios? —preguntó, como si hubiera pensado que todas esas


palabras simplemente terminarían borrándose de mi mente como un
grabado al aguafuerte.
138

—Estoy segura que eso no escapó a su atención.


Página
—No —respondió Isaiah, sacudiendo la cabeza—. Creo que podría
ser por eso que quería verte —dijo, abriendo la puerta y retrocediendo un
paso.

Porque allí, de pie en el pasillo, estaba mi inmenso vecino aterrador,


corpulento, sexy y peligroso.

Se le quedó mirando a Isaiah por un largo minuto, sus ojos


aterrizando en los de Isaiah con una mirada de realización en su rostro.
Luego, miró por encima del hombro de mi hermano hacia mí.
—¿Estás bien, Dieciséis? —preguntó.

—Hunter —dije, tratando de mantener la calma—, este es mi


hermano Isaiah. Isaiah este es Hunter.

Hunter inclinó la cabeza hacia mi hermano, típico saludo al estilo


machista, luego me miró otra vez. Después de un segundo, los ojos de
Isaiah le siguieron. Ambos me miraron como si tuviera todas las respuestas
del mundo.

—Isaiah ya se estaba yendo —dije y vi una expresión de alivio en el


rostro de mi hermano. Hunter se detuvo por un minuto y luego se apartó
del camino y escuché a Isaiah arrastrarse rápidamente por el pasillo.

—¿Qué diablos, Fee? —preguntó Hunter, entrando en mi


apartamento y cerrando la puerta—. Pensé que no estaban en contacto.

Entré en la cocina, de repente necesitando un poco de café. O tal


vez algo que hacer para calmar mis nervios.

—No lo estamos —respondí, moviéndome por la habitación—.


Cuando conseguí este lugar, mi abuela de alguna manera consiguió mi
correo. Así que recibí una carta en la que prácticamente me chantajeó
para llamarla todos los domingos.

—¿O sino qué? —preguntó Hunter, sonando más enojado de lo que


probablemente nunca haya estado al respecto.
—O le daría mi dirección a mi padre y hermano.

—Bueno, supongo que no vas a hacer más llamadas los domingos —


mascullo, mirándome como si estuviera a punto de estallar en un millón de
piezas.
139

Era cierto. Ni siquiera había pensado en ello. No más escabullirse por


Página

callejones oscuros. Ya no pagaría más para interrumpir mi llamada antes


de tiempo. No más noches intentando ahogarme en el olvido. Esa parte
de mi vida había terminado ahora. Mi padre estaría muerto pronto. Mi
hermano no era la amenaza que temía que fuera. Así que ella no tenía
nada sobre mí.

—Mi padre se está muriendo —dije, mirando las primeras gotas de


café caer en la olla.

—Buen viaje a la basura —dijo, con un tono frío. De hecho, se sintió


frío el escucharlo. Me volví hacia él, con el ceño fruncido, los brazos
cruzados bajo el pecho—. Lo siento. ¿No es cierto? —preguntó,
sacudiendo la cabeza—. Es un pedazo de mierda miserable que debería
haber pasado los últimos trece años pudriéndose en una celda por lo que
te hizo. Me alegra que se esté muriendo. Y espero que le duela como el
infierno.

—Hunter… —dije, en guerra conmigo misma. Una parte de mí se


sentía casi ofendida, aunque sabía que él tenía razón. Tenía toda la razón.
Pero la otra parte no sintió nada más que calidez. Calidez por el hecho de
que él se preocupaba lo suficiente como para enojarse por mí, ser
rencoroso por mí—. No tienes que enojarte por mí —terminé,
acercándome a él y envolviendo mis brazos alrededor de su cintura,
descansando mi cara contra su camisa.

Hubo una larga exhalación en la parte superior de mi cabeza antes


de que sus brazos me rodearan, acercándome, y aplastándome contra su
pecho.
—Está bien —comentó, besando la parte superior de mi cabeza.

—Entonces, ¿cómo estuvo la reunión? Creo que escuché algunos


gritos.

—Oh, hablamos sobre religión y el suicidio de nuestra madre y la


diferencia entre la disciplina y el abuso infantil.
—Supongo que eso no fue muy bien.

—Sabes… fue extraño. No luchó contra mí como esperaba que lo


haga. Como mi padre hubiera hecho. Y eso que siempre fue el pequeño
protegido de mi padre.

—Tal vez está molesto porque tu padre está… ¿enfermo? Supongo


140

que está enfermo.


Página

—Cáncer —respondí—. Dijeron que tal vez tiene días.


Hunter respiró profundo y lo sentí tensarse, como si fuera a decir algo
y necesitara fuerza para hacerlo.
—Fee… tal vez deberías ir.

—¿Qué? —pregunté, intentando zafarme de sus brazos, pero ellos


solo me abrazaron más fuerte—. ¿Crees que sería qué? ¿Amable?
¿Cumplir sus últimos deseos? —Luché más fuerte sin éxito. Sus brazos eran
como pesas a mi alrededor—. Maldición, déjame ir, Hunter.

—No, escucha —dijo, su tono exasperantemente razonable—. Esto


no se trata de él. Qué se joda. Esto se trata de ti.

—¿Qué hay de mí? —pregunté, sin creer que este era el mismo
hombre que acababa de decirme que esperaba que mi padre muriera en
agonía hace unos minutos. Nunca había conocido a alguien tan
ambivalente en toda mi vida.

—Es solo que… te está yendo bien, Fee —dijo, dejándome ir lo


suficiente para poder mirarlo. Una de sus manos se extendió brevemente
para tocar mi mejilla—. Estás mucho mejor. No te estás cortando. No has
estado ebria en días. Estás durmiendo. De noche. Como el resto del
mundo. Lo estás haciendo mucho mejor y creo que es porque estás
lidiando con tu pasado, enfrentándolo, compartiéndolo… en lugar de
embotellarlo y desquitarte contigo misma en privado.

No quería decirle que la única razón por la que estaba mejor era
gracias a él.

Porque él estaba allí para aceptar todo mi daño. Porque él estaba


allí para mantenerme a salvo de mí misma. Porque él estaba allí, cuando
todas las otras cosas habían fallado, para follarme hasta dejarme agotada
y dormida.

No podía decirle eso. Era demasiado. Era muy dependiente. Era muy
necesitado. No iba a dejarme ser esa chica. Al menos no externamente.

—Entonces tu respuesta es volverme a arrojarme a las situaciones


que me hicieron cortar y beber y tener miedo a la oscuridad…

—No —respondió, dejándome ir finalmente—. Porque esto es


diferente. Ya no tienes diez años, Fee. No eres una niña indefensa, con el
cerebro lavado. Y él no es tu padre. Él es solo un hombre. Un montón de
141

mierda profundamente perturbada e inútil. Tú eres todo. Eres el jodido sol,


Página

las estrellas y la luna. Así que deberías ir allí. Y deberías enfrentarlo. Y


deberías decirle que sin importar cuánto lo intentó, no pudo romperte.
Porque creo que lo necesitas. Creo que necesitas que él sepa que ya no
eres más su títere. Que él no ganó.

Tenía razón. Por mucho que no me permitiera pensar eso antes, él


tenía razón. Lo necesitaba. Necesitaba ese cierre. Necesitaba darle un no-
tan-sutil-jódete antes de que no pudiera volver a hacerlo. Él no merecía la
paz. No merecía abandonar esta vida pensando que hizo el bien, que era
un hombre de Dios, que vivió una vida recta. Tenía que saber que estaba
equivocado. Que él había pecado contra el Dios al que había dedicado
su vida al abusar de mí y nuestra madre y, de muchas maneras, de Isaiah
también. Y luego, si sentía la necesidad, podría arrepentirse.

Aunque eso no le serviría de nada. No ante mis ojos. Hay algunas


cosas que haces en la vida que nunca se pueden perdonar. Hay algunos
cortes que son demasiado profundos para sanar. Y no iba a decirle que lo
perdonaba. No iba a barrerlo por debajo de la alfombra.
Dios podría perdonarlo. Yo no.

—¿Qué pasa, Fee? —preguntó, observándome mientras me


apoyaba en la encimera.

—Sé que tengo que ir —contesté, negando con la cabeza—. Pero


realmente, en serio no quiero.
—Podría ir…

—No —dije de inmediato. Maldita sea, no. No iba a arrastrar al


perfecto e increíble Hunter en mi jodido pasado. No iba a dejar que él
estuviera allí por si perdía el maldito control y comenzaba a golpear a
alguien atrapado en la cama de un hospital. O, lo que es peor, caer en un
charco de nada en el piso. No podía… no dejaría que me viese así. La yo
que podría ser con mi familia podría no ser como aquella que él conocía y
le importaba. No podía arriesgarme a perder la forma en que me miraba.
Importaba demasiado—. No —dije de nuevo, con menos urgencia—.
Gracias, pero creo que esto es algo que debería hacer sola.

—Lo entiendo —respondió, atrayéndome hacia él—. Entonces,


¿cuándo te vas?

Esa era una buena pregunta. Por lo que Isaiah dijo, no tenía
142

exactamente mucho tiempo. Si me tardaba, podría perder mi


oportunidad. Tendría que subirme a un autobús lo antes posible.
Página
—Supongo que en el primer autobús que salga.
Lo sentí suspirar contra mi cabello.

—Creo que podría extrañarte —comentó, su voz apenas por encima


de un susurro.
—¿Ah, sí? —pregunté, respirando su aroma.

—Sí, pero ya sabes… —dijo, su voz apagándose, sonando


demasiado divertida dadas las circunstancias.
—¿Qué sé?

—Bueno, parece que tienes esta línea particular de trabajo que


hace que una situación como esta sea mucho más tolerable.

—Oh —dije, tratando de ocultar la sonrisa en mi voz—. Necesitas un


par de bragas para aguantar, ¿eh?
Él rio entre dientes, estirándose y amasando mi trasero.

—No, soy bueno en ese frente. Pero mantén ese teléfono tuyo
cargado. Y prepárate para una gran factura.
—Sabes que los teléfonos ya no funcionan de esa manera —bromeé.

—Cállate, estás arruinando el momento —dijo, sus manos apretando


mi trasero antes de deslizarse hacia la cintura de mis pantalones y
lentamente empujarlos hacia abajo.

—¿Qué momento es ese? —pregunté, saliendo obediente de las


piernas del pantalón.

—En el que te doy algo para que me recuerdes —contestó,


alcanzando mi camisa y tirando de ella. Dejó caer mi camisa al suelo,
retrocediendo y mirándome por un largo tiempo. El tiempo suficiente para
hacerme mover incómodamente, querer cubrirme. Luego se estiró para
quitarse su propia camisa, seguido de sus pantalones—. De acuerdo —dijo,
asintiendo, aplaudiendo una vez.

—¿De acuerdo? —pregunté, mis cejas descendiendo—. ¿De


acuerdo, qué? —pregunté, esperando que él me alcance.
Dio un paso atrás, señalando hacia su cuerpo.
143

—Vas a recordar todo esto —dijo, luciendo satisfecho consigo


Página

mismo.
—Oh, caramba —sonreí—. No lo sé. Tal vez he visto algo mejor —dije,
encogiéndome de hombros y comenzando a alejarme.

Su brazo se extendió y me agarró, empujándome hacia delante


contra la encimera. Sentí su polla deslizarse entre mis piernas, acariciando
mi resbaladizo calor.
—¿También has… sentido algo mejor? —preguntó, sonando ronco.

Mis manos cayeron sobre la encimera, el frío chocando contra mi


piel recalentada.
Un millón de veces no. Nada. Nadie podría sentirse tan bien como él.
—No lo sé —dije, mordiéndome el labio para no gemir.

Esperaba que retrocediera y golpeara dentro de mí con fuerza. Me


estaba preparando para eso. Por esa poderosa oleada de lujuria. Eso era
lo que había llegado a esperar de Hunter. Un completo abandono salvaje.

Pero se alejó lentamente y avanzó otra vez, la punta de su polla


rozando mi clítoris. Suave, gentil. Una y otra vez.
—¿No lo sabes? —preguntó.

Todo lo que quería era que las burlas terminaran, sentirlo dentro de
mí. Sentirnos a ambos perder el control. Pero apreté mis manos en puños y
sacudí la cabeza.
—Es difícil de decir —respondí.

—Hmm —dijo, alejándose de mí y tuve que luchar para no rogarle


que regresara—. Bueno —añadió un par de segundos más tarde,
agarrando mi hombro y dándome la vuelta. Sus manos rozaron mis pechos
y luego se deslizaron alrededor de mi espalda, agarrando mi trasero y
levantándome de mis pies.

Envolví mis brazos alrededor de su cuello, mis piernas yendo a los


lados de sus caderas mientras caminaba, finalmente presionándome
contra la pared.

—¿Hay algo que se sienta mejor que esto? —preguntó, alcanzando


entre nosotros y llevando su polla a mi entrada, presionando contra ella por
un segundo antes de seguir adelante, pero solo ligeramente.
144

Mi cabeza cayó hacia atrás y dejé escapar el gemido que había


Página

estado conteniendo por lo que parecieron siglos.


—Todavía no estoy segura —gimoteé, intentando presionarme más
hacia abajo, pero sus manos estaban sobre mis caderas, sosteniéndome
duro contra la pared.

—Bueno, supongo que siempre es bueno reunir toda la evidencia


antes de tomar una decisión —dijo, inclinándose y besándome hasta que
olvidé todo sobre él dentro de mí, hasta que solo pude concentrarme en
sus labios y su lengua y en la extraña ligereza en mi pecho.

Y luego empujó hacia delante, rápida pero dolorosamente


gentilmente y lloré contra sus labios.

Una vez completamente dentro, se detuvo y continuó su exploración


en mis labios. Como si estuviera intentando grabar el recuerdo en mi piel.
Como si alguna vez pudiera olvidarme.

Cada centímetro de mí se aferraba a él como si quisiera que se


hundiera en mi piel, como si quisiera hundirme dentro de él. Como si nunca
estuviera satisfecha hasta que lo hiciera.
Era jodidamente aterrador.

—Hunter… —gemí, no estando segura de lo que estaba diciendo o


lo que estaba pidiendo. ¿Él también lo sentía? ¿Estaba sola en la nueva y
aterradora sensación?

Se apartó ligeramente, observándome con sus hermosos ojos azules


por un segundo antes de finalmente retirarse lentamente de mí y volver a
entrar. Entonces ya no hubo más pensamiento. Solo sensación. Solo él y su
delicioso y frustrante ritmo lento y mi cuerpo tirando de él, tratando de
llevarnos a los dos más alto pero sin prisa. Como si tuviera todo el tiempo
del mundo para llegar allí, como si fuera algo que contribuyera a la
experiencia, pero no era la única razón por la que lo estábamos haciendo.

Me incliné hacia delante, enterrando mi cara en su cuello a medida


que sentía mi cuerpo alcanzando la cima, una sensación de ser arrojada
hacia abajo hasta que estallé, gimoteando su nombre contra su piel.

—Te recordaré —le dije mientras me corría, abrazándolo más fuerte.


Era una promesa. Un voto.
145
Página
Dieciocho

e sentía equivocado. Eso era en todo lo que podía pensar

S luego de que Hunter saliera de mi apartamento. La puerta


cerrándose se había sentido como un dolor en mi pecho. Dijo
que llamaría, me besó casi castamente, y entonces se fue. Me quedé allí
muda por unos instantes, mirando fijamente hacia la puerta, antes de
girarme para comprobar los horarios de los autobuses.

Porque no era el tipo de chica que languidecía por los hombres. No


era así de patética. No. Yo no. Pero incluso mientras escribía en mi
computadora, su rostro siguió apareciendo en mi mente.

Me puse de pie y fui al armario, intentando decidir qué poner en la


maleta. ¿Qué usas cuando vas a enfrentar al hombre que hizo de tu vida
un infierno luego de cuatro años? ¿Qué puedes usar que sea una
bofetada en la cara a sus opiniones sobre cómo una mujer debería vestir
como un silencioso “vete a la mierda”? Pero, al mismo tiempo, ¿ser de
alguna manera respetuosa al hecho de que estás visitando a alguien
moribundo en el hospital?

Finalmente, guardé unos cuantos atuendos y aparté el que llevaría:


una falda negra muy ceñida, larga hasta las rodillas y una blusa rosa claro
ajustada, de mangas tres cuartos. Tacones bajos negros. Me duché,
arreglé mi cabello, apliqué un poco de maquillaje, tomé mi bolso y maleta
y me dirigí a la parada del autobús.

Podía oler los cigarrillos de Hunter a medida que salía del edificio.
Sabía que estaba en su balcón fumando pero me negué a mirar atrás. Si
regresaba la mirada, podría correr de regreso. Y eso no podía suceder.
Eché hacia atrás mis hombros y seguí caminando, con un nudo del
tamaño de un puño en mi garganta.
146

El viaje en autobús fue largo y estresante. Intenté permanecer


Página

concentrada, calmada. Fueron un par de horas. Eso fue todo lo que


necesité para superarlo y poder subirme al siguiente autobús de regreso a
la ciudad. Por una vez estaba en control.

Pero eso no impidió el retorcijón en mi estómago, el dolor de cabeza


por la tensión, la sensibilidad a los ruidos fuertes a mi alrededor. No detuvo
a los fantasmas del pasado deslizándose lentamente.

El autobús me llevó a un hotel, el cual llevó a un taxi, que me dejó


fuera de un impresionante y enorme edificio blanco de ventanas brillantes.
Alcé la vista hacia él, sintiéndome pequeña. Sintiendo, irracionalmente,
que si iba allí, nunca saldría.

Respiré hondo y me dirigí a la puerta giratoria hacia la recepción.


Casi estaba allí. Llegar allí era la peor parte. Llegar allí estaba lleno de toda
la ansiedad, del miedo. Esto duraría un par de minutos. Decir lo que pienso.
Irme. Podía irme en cualquier momento. Nadie podría detenerme.

El ascensor me dejó en el piso. Caminé sobre el gastado, aunque


inmaculado suelo de linóleo, mis tacones resonando agudamente contra
el suelo en un sonido atronador incluso a mis propios oídos. Unas de las
enfermeras con bata púrpura, alzó la mirada y me ofreció una sonrisita.

—¿Fiona Mary? —llamó la voz de mi abuela, chillona e incrédula. Se


levantó de la silla fuera de la habitación de mi padre, vestida con un
simple pero costoso traje pantalón gris con un solo diamante redondo en
su garganta. Su cabello perfectamente teñido de rubio ceniza estaba
recogido de su rostro en un moño elegante. Todo en Joanna Meyers
gritaba simple y sofisticada elegancia. Tenía la casa y el auto a juego con
su guardarropa.
—Abuela —dije, mi voz tan fría y traicionada como me sentía.

Había pasado mucho tiempo desde que la vi. Dos años. Todavía
había estado llevando el castaño oscuro con el que había teñido mi
cabello ese año, y usando nada más que ropa de hombre holgada de
tiendas de segunda mano, intentando desesperadamente desconectar
de mi viejo yo. Mi rostro había estado quemado y estaba súper flaca por
vivir en las calles.
Había sido un desastre.

Me había tomado ocho meses conseguir un techo y comida para


147

regresar a mi estado más natural. Desteñí mi cabello, conseguí unos kilos, y


compré ropa que me sentara. Me recompuse.
Página
Ella me había visto cuando todavía estaba hecha pedazos.
—Estás aquí —dijo, sonando como si estuviera en shock absoluto.

—Estoy aquí —acordé, inclinando mi cabeza ligeramente—. ¿No fue


esa la intención cuando enviaste a Isaiah a irrumpir en mi apartamento?

—¿Irrumpió en tu apartamento? —preguntó, sonando genuinamente


preocupada.

—Oh, sí, tuvimos una… pequeña reunión —dije, sintiendo los ojos de
las enfermeras sobre nosotras. La tensión hacía que el aire se espesase y
agudizase. Como si en cualquier momento, alguien podría perder una
extremidad.
—Eso explica su humor taciturno desde que regresó —dijo.

—¿Cómo te atreves? —comencé, acercándome para poder bajar


mi voz—. Teníamos un trato.

—Podría ser muchas cosas, Fiona Mary —dijo, alzando la barbilla


igual que yo y me pregunté fugazmente si de allí es de donde había
sacado ese hábito—, pero no soy estúpida. Cuando tu padre vaya al
Cielo, no tendrás razones para seguir llamándome. Así que en realidad no
tendría nada que perder al darle a Isaiah tu dirección. —Hubo cierta
tristeza en su voz cuando dijo que dejaría de llamarla, como si realmente
fuera a extrañarlo.
Exhalé el aliento contenido por mi nariz y negué con la cabeza.

—Sabes, abuela —comencé—, si tan solo te hubieras preocupado


por mí una vez… no como la hija de tu hijo, no como un alma que necesita
ser salvada, solo yo como una persona… felizmente me habría mantenido
en contacto. No tengo a nadie más. Pero todo lo que quieres es sumisión y
obediencia. Y no soy tu maldita mascota —gruñí, observando su rostro
echarse hacia atrás como si la hubiese golpeado.

Una sombra se movió detrás de ella proveniente de la habitación,


saliendo al pasillo.

—¿Qué es todo este barullo aquí fuera… Fiona Mary? —dijo Isaiah,
pareciendo sorprendido. Cansado, sus ojos pesados y rojos. Miró detrás de
mí, sobre mi hombro con una mirada de inquietud.
148

—No te preocupes —dije, negando con la cabeza—. No lo traje.


Página
—¿Traer a quién? —preguntó la abuela, reaccionando—. Me dijiste
que no tenías a un caballero respetable en tu vida.

—Bueno —dije, sonriendo malvadamente—. Él no es respetable. Y sin


duda, no es un caballero —añadí.

Una mirada extraña pasó a través del semblante de mi abuela, una


luz en sus ojos verdes que casi pareció diversión.

—¿Has… pecado con él? —preguntó, sonando solamente


preocupada a medias como era generalmente sobre la idea.

—En todas las habitaciones y posiciones —agregué y una de las


enfermeras tosió para cubrir su risa.

—Bueno —dijo la abuela, agitando una mano—. Dios te perdonará


por eso. Aunque no habría sido tan indulgente contigo por no darle tus
últimos respetos a tu padre moribundo.

—No vine para darle mis respetos —dije, respirando hondo—. Pero
prometo que no pincharé sus intravenosas —dije, guiñándoles a las
enfermeras. Hubo un silencio doloroso que finalmente rompí—. ¿Está
despierto? —pregunté, mirando a Isaiah.

—Sí —respondió, observándome como si estuviera intentando


estudiarme. Como si hubiera algo en mí que lo confundiera.

—Bien —dije, moviéndome hacia la puerta—. Entonces, puedo


acabar con esto. —Vi a mi abuela moverse para entrar detrás de mí y
bloqueé el umbral—. Puedo manejar esto a solas —dije firmemente, luego
entré y cerré de un portazo.

Había puesta una cortina, bloqueando su cama de la vista pero


podía escuchar su máquina haciendo pitidos y su respiración, rasposa y
lenta. Me apoyé contra la puerta, respirando hondo. El encuentro con mi
abuela había reforzado un poco mi confianza. Podía hacer esto. Podía
caminar hasta allí e infligir tanto como solía tener que soportar.

Tomé una bocanada larga y lenta, me separé de la puerta y rodeé


la cortina. Decir que fue una sorpresa sería el mayor eufemismo de mi vida.
Mis recuerdos de él eran como los de un niño: él parecía grande,
imponente, poderoso. Pero aquí estaba, completamente tragado por la
cama, su cuerpo nadando en una bata de hospital. Se veía viejo y frágil.
149
Página
Ante el sonido de mis tacones, se giró expectante, imaginé, para ver
a mi abuela. Sus ojos se entrecerraron por un segundo, sin comprender,
antes de que se abrieran por completo.

—Fiona Mary —dijo, buscando el botón que lentamente inclinó el


colchón hacia arriba—. ¿Qué estás haciendo aquí?

—Bueno, tu madre pensó que era lo bastante importante que


estuviera aquí como para romper nuestro trato y enviar a tu hijo a verme.
—¿Isaiah? ¿Isaiah estuvo en ese lugar abandonado por Dios?

—Sí. Muchas cosas que ver en el camino a mi apartamento para


pervertir su mente —acordé.
—Estoy muriendo —dijo, sonando muy práctico al respecto.
—Sí, lo estás. —Asentí, poniendo mi bolso sobre el alféizar.

—Entonces, ¿estás aquí para hacer las paces? —preguntó—. ¿Por


todo el dolor que le has causado a esta familia?

—Para nada —contesté, viendo como apretaba su mandíbula. Así


era como siempre empezaba. Si lo mirabas detenidamente, el enojo
comenzaría en su mandíbula. Luego se ruborizaría. Y sus ojos se
entrecerrarían. Su puño se cerraría. Pasé mucho tiempo observándolo a
medida que crecía.

—Entonces, ¿por qué estás aquí? —preguntó, su voz engañosamente


calmada.

—Cierre —dije, encogiéndome de un hombro—. Para mostrarte que


no me rompiste. Sé que ese siempre fue el plan.

—Obstinada —espetó la palabra como si se tratara de una


maldición—. Siempre fuiste tan obstinada. Como tu madre.

—Sí —acordé, contenta por la comparación—. Aún no he


incendiado a propósito la sala de estar. Pero soy joven.
—A propósito —repitió, pareciendo perplejo.

—Oh, ¿no creíste que fue un accidente, verdad? —Me reí, el sonido
burlón—. Parece que mamá tenía problemas con que mutilaras a su única
hija.
150

—Era discipl…
Página
—Era abuso infantil —lo interrumpí, mi voz alzándose lo suficiente
para hacerlo cerrar la boca—. Era abuso infantil. Eras un depredador que
se escondía detrás de su biblia. Eras un hombre débil y patético…

—Arpía desagradecida —comenzó, su cara tornándose de un


brillante rojo—. Viniendo aquí vestida como una ramera común de la calle
y arrojando tus ideas citadinas como si supieras más que tu padre…

—Escucha —dije, mirando por la ventana, observando la noche


apoderarse del cielo—. Sé que no hay manera de que veas lo malvado
que fuiste —continué, alzando una mano cuando iba a hablar—. Lo que
hiciste fue malvado. Y puedes resolver eso con tu Dios. Pero no te perdono.
Por lo que le hiciste a mamá y a mí. Incluso por la manera en que has
pervertido a Isaiah. Solo necesitaba decirte eso antes que murieras y no
tuviera la oportunidad —añadí, tomando mi bolso del alféizar y caminando
a la puerta.

—Arderás en el infierno por esto —gritó mientras abría la puerta,


haciendo que todo el mundo en el pasillo me mirara.

—Siempre y cuando no estés allí —respondí, cerrando de un portazo.


Afuera, Isaiah parecía como si estuviera en verdadero dolor y la boca de
mi abuela estaba entreabierta—. Supongo que eso no fue lo que tenías en
mente cuando me dijiste que viniera aquí —dije, mirándola—. Pero,
maldita sea, se sintió bien.

Salí del edificio sintiéndome cinco kilos más ligera que cuando entré.
Así era como se sentía el cierre: ligereza. Como si el peso aplastándote
finalmente hubiera sido removido.

Caminé unas cuantas manzanas para esperar a un taxi frente a una


cafetería. Estaba hecho. Había acabado con esto. Había enfrentado a la
persona que me hacía despertar gritando cuando intentaba dormir por la
noche, la persona que me hizo cortarme la piel, que me hizo buscar
respuestas en el fondo de botellas vacías.

Tal vez nunca estaría completamente libre de él. Tal vez nunca
podría estar tan completa y bien establecida como la persona promedio.
Pero tal vez no tendría que pasar mi vida a centímetros de la
autodestrucción. Tal vez podía construir una vida que no girara en torno a
tratar de evitar mi pasado. Tal vez podría dormir de noche y tener
relaciones saludables.
151
Página

Hunter. Podría estar con Hunter.


Agarré un café, comprobando el teléfono con la tonta esperanza
que tal vez él me hay escrito o llamado. Apenas lo había dejado hace
unas horas. Habría sido muy pronto para una llamada o un mensaje. Hasta
donde él sabía, aún no había llegado, mucho menos llegado y dicho mis
últimas palabras.

Al taxi le tomó media hora llevarme de regreso al hotel donde me


paseé en mi habitación en círculos interminables, sintiéndome demasiado
ansiosa para dormir.

Podría simplemente haber tomado otro autobús de regreso a la


ciudad. Terminando con el pueblo del que había intentado
desesperadamente escapar. Pero mientras me sentaba en mi cama, me
quitaba los zapatos, tuve que admitir que las cosas no se sentían
terminadas. No sabía por qué ni siquiera a medida que me quitaba los
zapatos y me metía bajo las sábanas, pero sabía que no podía irme
todavía.

Desperté a la mañana siguiente, y antes que mis ojos incluso se


abrieran, supe lo que tenía que hacer. Tenía que volver. Al bosque. A la
casucha donde crecí. Tenía que enfrentar las pesadillas que fueron
provocadas por vivir entre esas paredes. Necesitaba verla desde los ojos
de una sobreviviente, no una víctima.

Me puse unos jeans de cintura alta y un ceñido crop top azul,


poniéndome un par de botas bajas, y atando mi cabello detrás. Mi
teléfono había permanecido tercamente silencioso a través de la noche y
no podía convencerme de ser la primera en llamar.

Antes de salir, me senté en la cama y tomé unas pocas llamadas de


trabajo. No haría ningún bien perder clientes porque estaba de gira por mi
pasado. Además, me distrajo del hecho que Hunter seguía sin llamar.
Incluso aunque sabía que él siempre se levantaba antes de las seis y eran
pasadas las once.
Tomé un taxi, dándole la dirección de la casa de mi abuela. Se veía
como la recordaba: grande, blanca, llena de secretos. Mi abuelo había
muerto joven y había dejado a mi abuela cargada de dinero y una
152

enorme finca familiar que había sido de la familia por generaciones. Se


Página

encontraba en una parcela de cincuenta acres y caminé por la entrada


hacia el lado derecho y me deslicé en el bosque. Había pasado mucho
tiempo y los árboles y arbustos habían crecido hasta ser irreconocibles,
pero todavía conocía mi camino de regreso. Probablemente podría
caminarlo dormida.

Fue una caminata de unos buenos veinte minutos antes de que el


bosque comenzara a despejarse y viera la silueta de la casa que me forjó.
Simple. Todavía tan simple como recordaba. Y muy pequeña. Si pensaba
que mi apartamento en la ciudad era una caja de zapatos, esta era una
caja de fósforos.

—Isaiah —llamé, pero no hubo respuesta. No iba a abandonar el


lado de nuestro padre cuando estaba tan cerca del final. Mi abuela
nunca habría puesto un pie en la casa. Ella siempre había estado más que
un poco avergonzada de que estuviera dentro de su propiedad, pero
siempre había consentido cada capricho de mi padre. Razón por la cual
probablemente él estaba tan jodido en primer lugar.

Había flores muriéndose en los lechos. Flores que mi padre siempre le


dijo a mamá que eran frívolas e innecesarias. La recuerdo insistiendo que
Dios no nos habría dado plantas que fueran inútiles si no quisiera que las
disfrutáramos. Me acerqué, arrodillándome y recogiendo unas cuantas.
Luego me puse de pie y giré lejos de la casa, adentrándome en el bosque.

Mi abuela no me había dado muchos detalles al respecto, pero la


recuerdo decir algo sobre un arbusto de lilas. Y solamente había uno en
toda la propiedad. Llegué a él unos minutos después, con una simple cruz
blanca frente al salvaje arbusto de lilas. Sentí una tirantez en la garganta y
luché contra ello a medida que me acercaba. Me arrodillé frente a esta,
sintiéndome un poco más que enojada ante la falta de cuidado que le
pusieron a su tumba.

Deena Mary Meyers. Sin fecha de nacimiento o muerte. Por no


mencionar ser una amada madre o devota esposa. Solo un nombre. En
muerte, eso fue todo lo que valió mi madre para mi padre. Puse las flores
en la base de la cruz, tocando su nombre con una especie de reverencia
de la que no sabía que era capaz.

—No sé si creo en otra vida. O que puedas escucharme —dije,


sintiéndome extraña pero valiente—. Lamento no haber estado aquí. Que
no te lloré de la manera que debía cuando lo descubrí. Y lamento que
153

sufrieras por tanto tiempo debido a mí. Nunca fui lo bastante agradecida
Página

por todo lo que hiciste por mí. Si no hubieras sido tan valiente como fuiste
para desafiar a mi padre, nunca hubiera tenido las habilidades básicas
que necesitaba para comenzar mi propia vida. Y solo… —Me quedé sin
palabras, parpadeando contra las lágrimas. Sin lágrimas. Ella era libre.
Estaba donde quería estar. No tenía sentido llorar por su decisión—.
Gracias, mamá —terminé, tocando la cruz una vez más y poniéndome de
pie.

Me sentí mejor cuando me dirigí de regreso a la casa. Sentí como si


finalmente hubiera tenido la oportunidad de darle sus respetos a mi madre.
Sentí los años de culpa lentamente comenzar a desaparecer.

Abriendo la puerta delantera, entré en la oscuridad en la que había


crecido. La oscuridad literal. La luz de las pocas ventanas que mi madre
solía frotar sin descanso pero que ahora estaban cubiertas en una capa
de polvo y mugre. Todo estaba igual: el piso sucio, el sofá gastado, los
muebles de maderas, las paredes vacías. Pasé mi mano sobre la mesa del
comedor, sacándola con polvo, mientras me dirigía a mi viejo dormitorio.
Ahora la habitación de Isaiah.

Era de él ahora. La cortina se había ido. Mi vieja cama desapareció.


Pero había un pequeño baúl en la esquina más lejana y caminé hasta él,
recordándolo como un regalo de Navidad de un año. Conseguíamos un
regalo y siempre era hecho a mano por uno de nuestros padres. Un año
fueron pesadas mantas nuevas tejidas para nuestras camas. Mantas en las
que nunca había visto a mamá trabajar por lo que debió hacerlo a última
hora de la noche o temprano en la mañana. Otro año fue un cuchillo de
caza para Isaiah y una muñeca de trapo para mí.

El baúl probablemente era lo único que mi padre se había tomado


el tiempo de hacerme. El año que nací. Cuando todavía había esperanza
para mí, supongo. Era pequeño. Sesenta centímetros de largo y treinta de
ancho. Siempre había tenido más que espacio suficiente para guardar mis
posesiones escasas. Estaba hecho de madera clara y la tapa tenía una
gran cruz quemada sobre esta. El frente tenía el Proverbio 29:15 también
grabado con fuego: “Quien guarda la vara, odia a su hijo, pero quien lo
ama es diligente en disciplinarlo”.
Por qué se había molestado en poner eso cuando no tenía
intenciones de enseñarme a leer se escapaba de mi comprensión. Pasé
una mano sobre la tapa, limpiando el polvo antes de abrirlo. Su interior olía
a las lilas secas y menta que mi madre siempre conservaba dentro.
154

Apretadas cuidadosamente arriba estaban mis agujas de tejer, y un


Página

círculo de bordar en el que había estado trabajando cuando me fui.


Había una colección de cintillos para la cabeza de tela que había hecho
con restos de ropa, una indulgencia que me había permitido porque a mi
padre no le gustaba desperdiciar nada.

Saqué la biblia apoyada allí, teniendo la intención de arrojarla en la


cama de Isaiah cuando noté que se sentía raro. El lomo estaba flojo y las
páginas se sentían como si podrían caer. Curiosa, lo abrí en la primera
página, para encontrar que todas las páginas habían sido arrancadas y
reemplazadas con pequeños trozos de papel. Unos con la filigrana de mi
abuela en ellos. Unos que mi madre debió robar cuando iba para las
fiestas.
Fiona,

Ojalá pudiera encontrar el valor para ser menos cobarde y decirte


estas cosas… como todas las madres hacen mientras crían a sus hijos. Pero
no podía arriesgarme a que algo se te escape y digas lo que no debes
frente a tu padre. El castigo habría estado más allá de tu comprensión
como niña. Pero si eres una mujer leyendo esto, sabes a lo que me refiero.
Y nunca te acostumbrarías a ello. Y no puedo arriesgarme a ello.

No había querido casarme con él, ¿sabes? Era una chica tímida de
dieciocho y estaba planeando escapar tan rápido como mis piernas
pudieran llevarme. Lejos de mi padre, quien también era aficionado a la
vara. Aficionado a hacerme sentir como si no valiera nada. Entonces,
como si sintiera mi cercana partida, me entregó a John como si fuera una
cerda preciada. Fui comprada y vendida, Fiona. Mi padre consiguió dos
ciervos de un año por los primeros cinco años y tu padre me consiguió.

Para entonces no era un monstruo. Tu padre. Todavía era joven,


incierto. Inseguro. Creo que darme órdenes y disciplinarme le dio
confianza, le dio propósito. Y, oh, cómo lo disfrutaba. Tu hermano nació
diez meses después que nos casamos. Un bebé enorme e inquieto por el
que tu padre lloraba. Durante el primer año luego de él, fui la esposa
amada. Fui la mujer que le dio un hijo. Luego quedé embarazada de
nuevo. Sabía que eras una niña, estaba embarazada diferente que
cuando lo estuve a Isaiah, pero no me atrevía a decirle a tu padre.

Te nombré Fiona por mi propia madre. Alguien a quien esperaba


que te parecieras. Alguien a quien esperaba haber resultado un poco más
similar. Alguien con sus rebeliones silenciosas. Alguien que se salió con la
suya en cosas que los hombres abusivos en su vida nunca descubrieron. Es
155

por eso que sabía lo suficiente para comenzar a enseñarte cosas: leer y
Página

escribir… algo de matemática, algo de historia. Lo sabía porque ella


desafió a mi padre. Lo sabes porque desafié al tuyo.
Mi mayor esperanza en la vida es que nunca tengas que saber
cómo es eso. Mi mayor esperanza es que puedas liberarte de este patrón
de subyugación… que no te doblegues ante ningún hombre.
Mamá.

Tuve que apoyar mi mano contra la pared para evitar caerme. Mi


madre había destruido una biblia para finalmente tener la posibilidad de
contarme su historia. Mi madre debe haber estado escribiendo y
escondiendo estas cartas por años. Debe haberlas apilado con todas mis
posesiones el día que me fui. Justo antes de ir al bosque y finalmente
alejarse de los hombres a los que había tenido que doblegarse toda su
vida.

Deslicé la primera nota de vuelta en la cima de la pila y volteé el


libro para llegar a la última.
Fiona,

Dios, espero que te hayas ido. A kilómetros y kilómetros de distancia.


Conozco tu espíritu terco. Conozco tu dolor. Y sé que preferirías morir en la
calle que vivir otro momento en esta casa. Espero que ese viaje te
mantenga cálida y hambrienta por tu independencia. Eres resistente e
inteligente. Unas pocas semanas o meses de dificultades no serán nada si
te lleva a una mejor vida que la que tenías aquí. Ruego que seas feliz
donde sea que construyas una vida para ti.

Y espero que puedas perdonarme. Por lo que voy a hacer. Espero


que entiendas. Tenías que irte. Y yo también. Isaiah es ahora un hombre
adulto. No necesita de su madre. Y realmente nunca me necesitó. Fuiste tú
la que siempre me preocupó. Y ahora mi preocupación puede
transformarse en esperanza y puedo finalmente dejarme ir. Por favor, no
pienses de mí como una cobarde. He soportado tanto. Mucho más de lo
que jamás te diría. Esto ha sido algo que he estado planeando desde que
naciste: el día cuando ambas pudiéramos ser libres de maneras distintas.

Te amo. Te amo más profundamente de lo que pensé que mis


huesos deteriorados jamás podrían. Eres todo lo bueno y correcto en este
mundo. Espero que lo descubras por ti misma antes de leer esto. Y espero
que algún día podamos encontrarnos otra vez. Adiós, Fiona.
Mamá.
156

PD: Las lilas son hermosas en esta época del año.


Página
Cerré los ojos. No porque fuera, esencialmente, su nota suicida. Sino
debido a lo calmada que sonaba. Lo libre de tristeza, enojo o
arrepentimiento. Su letra era perfecta. Prolija. Nada apresurada. No había
lágrimas manchando la tinta y deformando el papel. Se había sentado
deliberadamente por horas luego de que hui y escribió lo último que
escribiría, sabiendo que estaba a punto de ir al bosque y tomar su propia
vida.

Bajé la mirada a su última frase. Las lilas son hermosas en esta época
del año. Tal vez estaba preocupada que mi padre la moviera. Que pusiera
su cuerpo en alguna otra parte que donde había escogido morir. Quería
que supiera, solo por si acaso.

Deslizando la página de regreso en el libro, cerré la portada y lo puse


en el suelo. Saqué todo lo demás: mi vieja muñeca de trapo, mitones y un
gorro hechos a mano por mi madre para mi cumpleaños número
diecisiete, y finalmente, la manta tejida que me había mantenido caliente
por casi toda mi vida. La puse en el suelo, poniendo todos los demás
objetos dentro, y envolviéndolos. No los dejaría atrás. Eran prueba de que
mi madre existió, que siempre me había amado y cuidado de mí y
pertenecían a mi vida. Sin embargo, el baúl, podía ser destruido y usado
de leña por lo que me importaba.

Me detuve en el comedor, buscando en mi bolso y sacando la


revista de moda. Sonreí mientras la ponía sobre la mesa del comedor y la
abría en una imagen particularmente escandalosa.

Abriendo la puerta, solté un chillido, retrocediendo un paso y casi


cayéndome. Isaiah estaba en el umbral, su brazo apoyado alto sobre la
jamba. Tuve una súbita y frenética oleada de pánico al verlo que
rápidamente aparté. Estaba encorvado hacia delante, cabizbajo.
—¿Isaiah? —pregunté, intentando llamar su atención.

—Fiona Mary —dijo, sin molestarse en alzar la vista. Como si supiera


que estaba allí—. Se ha ido —dijo, mirándome. Pero no había dolor allí.
Estaba allí, en el enrojecimiento de sus ojos. No obstante, había más. Una
falta de tensión en sus hombros, en la laxitud de su mandíbula.
—Bien —dije, pero no con tanto enojo como sentía.
Los ojos de Isaiah se lanzaron a los míos.
157

—Eso es extremadamente…
Página
—Sé que lo amabas, Isaiah. Pero sé que también sientes alivio. Y está
bien. No está mal.
—Sí, lo está —dijo, negando con la cabeza.

Me sentí alargando la mano, tocando su brazo por el más breve de


los segundos.

—Llora su muerte. Entierra a tu padre —dije—, pero sigue adelante.


¿De acuerdo? Tienes que tener tu propia vida fuera de todo esto —añadí,
agitando una mano hacia la casa a medida que él entraba y pasaba a mi
lado, mirando alrededor. Alzó la mano para pasarla a través de su cabello
y mi boca se abrió—. Isaiah —dije, mi aliento un susurro—. ¿Qué es eso en
tu mano?
Su brazo cayó rápidamente, automáticamente. Avergonzado. Pero
luego miró a su palma por un segundo antes de tendérmela y mostrármela.
Allí, grabado en el centro de su palma, había una enorme cicatriz en
relieve con la forma de una cruz. Y me di cuenta con cegadora claridad
que no había sido la única castigada esa noche cuando tenía diez.
Cuando fui marcada. Ni siquiera recuerdo a Isaiah gritar o llegar con
sangre. Pero había estado deslizándome dentro y fuera de la
inconsciencia esa noche y luego entrando y saliendo de alucinaciones por
una infección febril durante la semana siguiente.
—Quería asegurarse que viera a Dios cada vez que pensara en…

Ni siquiera podía decir la palabra. Esa era la mucha influencia que


tenía nuestro padre todavía sobre él.

—Masturbarte —aporté y se echó hacia atrás, haciendo ligeramente


una mueca—. Esa es la palabra —dije—. Masturbarse. Y no es malo ni
erróneo ni inmoral —añadí, luego ondeé una mano hacia la mesa del
comedor—. De hecho… te dejé un regalo allí —dije y observé mientras él
se acercaba lentamente y veía a la mujer desnuda, sus grandes senos
suaves y carnosos, su pierna levantada sobre una silla al estilo del Capitán
Morgan de modo que podías ver directamente sus partes obscenas. El
aliento de Isaiah escapó en un siseo de su boca y se sentó lentamente, sus
brazos apoyándose en la mesa e incapaz de apartar la vista—. Cuando
decidas dejar toda esta mierda atrás —dije—, y quieras saber más de la
vida real, puedes contactarme. ¿De acuerdo? Puedo introducirte en todo
158

esto lentamente para que no te sientas abrumado o, muy probablemente,


asustado de la gente normal.
Página
Alzó los ojos entonces, sus ojos verdes intensos.
—De acuerdo —dijo.

—Tienes mi dirección —dije y él asintió—. Puedes escribir. O incluso


aparecer. Casi siempre estoy allí.

—De acuerdo. Gracias —dijo, asintiendo en mi dirección—. El funeral


va a ser pasado mañana. La abuela va a enterrarlo en la parcela al otro
lado del abuelo —me informó, lo que iba completamente en contra de los
deseos de mi padre, pero estaba muerto… no podía objetar—. Nueve de
la mañana.

—Muy bien, gracias. Te veo, Isaiah —dije, saliendo por la puerta, el


ruido que hizo sonando en alguna parte profundo en mi alma.

Había acabado. Terminado. Con todo el dolor y la culpa. Estaba


todo arreglado. Le había dicho lo que pensaba a mi padre. Había
encontrado un fragmento de mi madre. Y había descubierto que mi
hermano, quien siempre había parecido malcriado y condescendiente
hacia mí, había sido casi tan torturado como yo. Lo que quitó parte de mi
enojo hacia él. Estaría bien. Necesitaría unos meses para recomponerse y
descubrir lo que quería de la vida. Y luego vendría a mí. Algún día. Estaba
segura de eso.
159
Página
Diecinueve

l final, me quedé para el funeral. Simplemente se sentía

A correcto. Me había apartado de la ceremonia que ya era


lastimosamente pequeña, solo el sacerdote y los parientes
lejanos que fueron persuadidos por obligación familiar estaban junto a mi
abuela y mi hermano.

Agarré el próximo autobús de regreso a la ciudad con un tipo


diferente de nudo en mi estómago. Porque él no había llamado. Bueno,
eso no era del todo cierto. Tenía una llamada perdida cuando volví del
bosque. Sin maldita recepción en la jungla perdida. Pero no había mensaje
de voz ni texto. Llamé tres veces pero no llegué a ninguna parte y no pude
obligarme a dejar un mensaje.
Si él quería, llamaría.

Pero no lo hizo y no pude sacudirme la horrible sensación en mi


vientre. Necesitaba regresar a la ciudad lo antes posible. Necesitaba verlo.
Sentirlo otra vez.

El viaje en autobús se sintió cinco veces más largo de camino a casa


que de camino hacia allí. Me senté en silencio, tratando de concentrarme
en las cartas de mi madre. Pero la cara de Hunter siguió invadiendo mis
pensamientos. No podía sacudírmelo, así que eventualmente abandoné
las cartas, volviéndolas a meter con seguridad en mi maleta y me quedé
mirando por la ventana el resto del viaje.

Tuve que contenerme para no correr hacia el edificio. Se veía igual


que cuando lo dejé: desgastado, viejo, de mierda. Pero era casa. Estaba
en casa. Entré en mi apartamento, dejando caer mis cosas en la entrada e
hice una taza de café. Él estaría allí en cualquier momento. Tan pronto
160

como me escuchara por allí, vendría y me daría la bienvenida.


Preferiblemente con sexo duro y castigador. La tensión sexual que había
Página
acumulado durante los últimos días me había dejado caliente y ansiosa
todo el tiempo.

Cuando terminé con mi segunda taza de café y todavía no había


tenido noticias suyas, fui a guardar mis cosas, tomar una ducha caliente y
prepararme para dar lo mejor de mí. Me puse una tanga azul brillante… y
nada más.
Y esperé. Y esperé. Y esperé.

Antes de darme cuenta, la noche caía rápidamente y todavía no lo


había visto. Intenté no enloquecer. Probablemente estaba fuera. Tal vez
había reservado trabajo extra al momento en que pensó que estaría lejos
para así poder llevarme a la cama una semana seguida cuando volviera.
Tal vez ese era el plan. En cuyo caso, no podía estar enojada. Ni siquiera le
había dicho que estaba de camino de regreso.

Me puse una camisa y me acurruqué frente a la televisión. Pero el


sueño no vendría. Cualquier interrupción que hubiera tenido de los malos
pensamientos y las pesadillas que tuve mientras estaba en mi ciudad natal,
y alrededor de Hunter se había ido.

Mi muslo me estaba volviendo loca. La picazón significando que


estaba sanando. Físicamente. Cicatrizando. Lo que nunca me di cuenta
sobre cortarme era la adicción conectada a ello. Especialmente para
alguien que ya luchaba con problemas adictivos. Tu cuerpo se
acostumbra a esa avalancha de endorfinas. Las anhelo. Las necesito para
lidiar con las malas sensaciones.

Pero no quería seguir cortándome nunca más. Quería sanar. Quería


sentirme mejor, tratarme mejor. No quería que Hunter tuviera que
encontrarme en el suelo en un charco de mi propia sangre otra vez. No
quería tener que despertar y darme cuenta que podría haberme suicidado
sin siquiera querer hacerlo. Ya no quería esa vida.

Me levanté del sofá, me puse la ropa de entrenamiento y entré al


sótano para correr. Eso ayudaría. Me daría la oleada de endorfinas que mi
cuerpo necesitaba. Me agotaría. Y luego podría dormir.
Mañana vería a Hunter. Casi esperaba despertarme con el sonido de
su martillo chocando contra mi pared. Porque esa sería una bienvenida
apropiada de su parte. Era exactamente lo que pensé que haría.
161
Página
Me duché, me puse una tanga diferente, esta vez roja y saqué las
cartas de mi madre. Todavía estaba oscuro afuera. Y estaba teniendo
problemas incluso pensando en ir a dormir.
Fiona,

No todos los hombres son malos. Quiero que sepas eso. Me doy
cuenta que la única presencia masculina que has tenido en tu vida es tu
padre y que ha sido tu único ejemplo de hombría. Y desearía poder haber
cambiado eso para ti. Ojalá hubiera alguien más, alguien diferente que
pudieras haber conocido y te muestre. Para demostrarte que hay buenos
hombres por ahí. Hay hombres que son amables y dulces, llenos de
palabras de amor en lugar de odio, hombres que nunca pensarían en
levantarte las manos con ira.
Quizás te estás preguntando cómo lo sé. Sabiendo a estas alturas
cómo me trató mi padre. Sabiendo cómo mi esposo me trató.
Pero hubo un tiempo… cuando tenía diecisiete años, cuando aún
vivía en casa y aguantaba los castigos que estaba convencida de que me
merecía… conocí a un buen hombre. Mi madre había convencido a mi
padre que debería ser voluntaria en la iglesia durante un año. Por
humildad. Para enseñarme a ser desinteresada para mi futuro esposo e
hijos. Sabía cuál era el verdadero plan: mostrarme el mundo exterior.
Mostrarme la ciudad de modo que estuviera familiarizada con ella cuando
eventualmente escapara.

La iglesia en ese momento era una puerta giratoria de voluntarios.


Niños de la escuela secundaria católica. Condenados recientemente
liberados. Simplemente buenas personas queriendo hacer el bien.

Estuve allí por cuatro meses. Estaba en la despensa de alimentos,


organizando donaciones cuando escuché un arrastrar de pies detrás de
mí. Y entró un hombre, con los brazos llenos de cajas del camión. Mi
corazón adolescente latió enloquecido al verlo. Él era mayor. En sus últimos
años veinte con ojos grandes y amables. Era un convicto, Fiona. Pero era
un hombre reformado. Era dulce y gentil conmigo. Me hizo ver lo bueno
que podría ser un hombre.

Espero algún día, cariño, que conozcas el toque de un hombre que


te ama. Rezo para que sepas lo maravilloso que es eso. Qué raro y
162

hermoso. Qué piadoso. Incluso si no está dentro de la unión del


matrimonio. No está mal. Nada es más correcto que eso.
Página
Así que, mi preciosa niña, cuando te digo que no todos los hombres
son malos, espero que me creas. Espero que no los cierres a todos. Espero
que te des la oportunidad de ser amada.
Mamá.

Mi madre estuvo enamorada. De un convicto, nada menos. Así que,


estando enamorada de él, estuvo dispuesta a ignorar las órdenes de su
padre y acostarse con él. Quería saber más sobre él. ¿Qué había hecho
para terminar en la prisión? ¿Qué le sucedió? ¿Fueron separados por su
matrimonio? La realidad era que… ese era probablemente el caso. Un día
ella estaba allí, amándolo. Al siguiente, la arrastraron a vivir con mi padre.
Sin tener la oportunidad de explicarle al hombre que amaba. Sin palabras
finales.
Y luego se vio inmersa en un terrible matrimonio sin amor, obligada a
soportar el toque de un hombre que la despreciaba pero que la usó de
todos modos.

Esa era la vida que mi madre había vivido. Me dolió el corazón en el


pecho ante la idea. Veinte años en una vida que odiabas. Veinte años
aferrándote al recuerdo de un viejo amor para ayudarte a superar el
trabajo pesado. Veinte años sabiendo que nunca volverías a verlo nunca
más. Veinte años de desamor constante.

Me quedé dormida mucho tiempo después, dando vueltas y vueltas


en sueños intermitentes. Me levanté pasadas las diez de la mañana,
sintiéndome inquieta y malhumorada.

Mi teléfono sonó de repente, haciendo que mi corazón volara en mi


pecho mientras tropezaba a través de la casa para agarrarlo.
—¿Hola? —dije en el receptor, sonando demasiado ansiosa.

—Te quiero de rodillas —dijo una voz. Familiar, pero no a quien quería
escuchar.

Hubo una sensación de hundimiento en mi vientre cuando alcancé


el objeto más parecido a la forma fálica que podía meter en mi boca para
esto. Que terminó siendo una botella de vino que nunca había reciclado.

—Sí, señor —le dije, cayendo fácilmente en el papel. Podía hacer


esto. Podía lanzarme al trabajo.
163

—Abre la boca y saca la lengua, pequeña puta sucia —gruñó. Este


Página

no era uno de los dominantes que me calentaban un poco antes. Este me


hacía pensar en la crueldad y la degradación. Pero era un cliente de
pago y un habitual.

Recibí tres llamadas, me duché y cambié a otra tanga. Rosa esta


vez. Me vestí con un sencillo vestido gris estilo camiseta, agarré mis llaves y
fui a la casa de al lado.

Porque a estas alturas, estaba preocupada. Quizás algo había


sucedido. Tal vez estaba herido o inconsciente o Dios sabía qué estaba
pasando al lado, esperando a que alguien pasara de casualidad. Elegí no
pensar en el hecho de que si estaba herido, él gritaría.
Toqué.
Y toqué.
Y toqué.

Llamé su nombre. Le dije que abra. Pasé de alegre y coqueta a


francamente frenética en cuestión de minutos. Cuando finalmente
alcancé la perilla, sentí que giraba, desbloqueada, en mis manos.

Me detuve un momento. No sé por qué. Miedo o nerviosismo. Pero


me detuve por un largo tiempo, sintiendo que los latidos de mi corazón
latían frenéticamente en mi pecho, garganta, muñecas.

Luego entré y mis piernas se rindieron. Literalmente se rindieron. Me


dejé caer de rodillas, aturdida, en el umbral, con la parte posterior de mis
pies todavía en el pasillo.

Porque todo su apartamento había sido vaciado. El juego de


comedor que había hecho, la mesita de café, el sofá y la televisión. Todo.
Todo se había ido.
Hunter se había ido.

La realidad de eso atravesó la conmoción en mi interior como un


rayo de luz, demasiado brillante, demasiado poderoso para ignorarlo.
Hunter se había ido. No solo por un par de días. O semanas. Se fue con la
intención de no volver nunca más. Se había ido para siempre.

Puse mis manos en el suelo y me levanté, deseando mirar alrededor.


Caminé hacia la cocina, mirando en los armarios y la nevera. No había
nada. Ni siquiera una caja sobrante de bicarbonato de sodio en la parte
164

posterior de la nevera. Me moví por el pasillo hacia el dormitorio. Su cama


Página
gigante con todas sus sábanas y mantas cómodas había desaparecido. Su
ropa e incluso las perchas habían dejado el armario.

Me quedé allí por un largo tiempo en el espacio vacío que la cama


solía ocupar. La extrañaba. Extrañaba la suavidad y los recuerdos.
Extrañaba el sexo que había aprendido que podía disfrutar allí. Extrañaba
las noches en que pude dormir allí.

Tomé una respiración larga, lenta y profunda y volví a la sala de


estar. Y fue entonces cuando lo vi. Puesto justo frente a las puertas
correderas del balcón de modo que pudiera atrapar luz y calor. El cactus
que le había comprado. Me acerqué a él, me senté en el suelo junto a él,
tocando la maceta con la calavera en la que estaba.

Entonces estaba llorando. El tipo de llanto que solo haces cuando


sabes que no te verán: un llanto fuerte y feo. Me llevé mis rodillas a mi
pecho y apoyé mi frente contra ellas, mi cuerpo temblando más con cada
momento que pasaba. Fue un tipo violento de crisis que era casi aterrador.
Porque no podía detenerlo. No podía luchar contra eso. Solo tenía que
sentarme allí y dejar que me sobrepasara.

Mucho tiempo después, me deshice de la posición en la que estaba,


restregando mi cara con mis manos furiosamente. La necesidad de llorar
seguía allí, pero las lágrimas no llegaban. Me sentía seca. Como si toda la
humedad se hubiera filtrado y estuviera quebradiza por dentro.

Duele. Oh, Dios, cómo duele. Y, lo que era peor, no esperaba que lo
hiciera. No me había dado cuenta de lo mucho que él había empezado a
significar para mí en tan poco tiempo. No debería haberlo hecho. Quiero
decir… con lo cerrada y distante que soy… no debería haber sido capaz
de significar tanto. Pero lo hacía.

La ausencia de él era como un agujero negro en mi interior, girando


constantemente y tirando de todo lo bueno en sus profundidades huecas.

¿Podría volver a dormir por las noches alguna vez? ¿Volvería el


atractivo de los objetos filosos con la misma intensidad que antes? ¿Alguna
vez volvería a sentirme como me sentía a su alrededor… completamente
desnuda y completamente cómoda? ¿O era la seguridad algo que
enterré en él?

Tomando una respiración profunda, miré hacia su balcón. Incluso se


165

llevó su maldito cenicero. Pero dejó mi cactus. Lo cual, mientras más lo


Página
pensaba, se sentía como una maldita bofetada en la cara. ¿Fue un
movimiento calculado? ¿Qué más podría haber sido?

¿Y… qué? ¿Quería que supiera que quería literalmente todo lo


demás en el mundo, excepto algo que era mío?

Bueno… qué se joda. Qué se joda de aquí al maldito infierno. Y luego


una vez más por si acaso.

Me agaché, agarré el cactus y salí de su apartamento, dando un


portazo y haciendo retumbar la jamba. Me volví y bajé por el ascensor,
afuera y calle abajo. De regreso a la misma tienda donde compré la
maldita cosa para empezar. La mujer en el mostrador me vio acercarme
completamente enfurecida a la maceta más femenina que pude
encontrar, que era rosa fuerte con corazones de color púrpura por todas
partes, voltear la de la calavera boca abajo y rápidamente meter el
cactus en la nueva maceta. Le di un billete de veinte, me dirigí al exterior y
entré en el callejón vacío más cercano, tomando la maceta de la
calavera y arrojándola con todo lo que tenía en la pared.

Verla astillarse por todos lados fue la mejor sensación que hubiese
sentido en días.

¿No me quería? No es gran cosa. No quiero a alguien que no me


quiera a su vez. Era mejor que eso. Me merecía algo mejor que eso. Podía
pudrirse en el infierno por todo lo que me importaba.

Estaría bien. Con el tiempo. Una vez que la traición se desvanezca.


Una vez que la ira se calme. Una vez que tenga algunas noches bajo mi
cinturón… estaría bien.
Volví a mi apartamento, puse el cactus en mi mesita de café y me
senté en el sofá. Seguí tratando de respirar profundamente, de aspirar aire
en el agujero en mi interior. Tenía la sospecha de que a pesar de todas mis
convicciones, todas mis intenciones de ser una buena mujer despreciada,
siempre estaría ese sentimiento. Y, con él, el miedo a abrirme lo suficiente
como para ponerme en posición de volver a sentirlo.

Pensé en el tatuaje que me había hecho. Mi lindo corazón con sus


cadenas. Y juro que las sentí apretarse, envolviéndose, manteniendo todo
aún más lejos del alcance.
166

No todos los hombres son malos.


Página
Mi madre puede no haber llevado una vida de grandeza. Podría no
haber roto los grilletes de su prisión y construido una vida al otro lado.
Podría no haber sido un ídolo.

Pero era todo lo que tenía. Y le debía a ella asumir cualquieras sean
las lecciones que tenía para mí y confiar en ellas. Poner mi fe en ellas.

Así que, no… no todos los hombres son malos. Pero Hunter era un tipo
particular de cabrón hijo de puta.

¿Cómo tratas a una persona, obviamente, dolorosamente dañada,


así? ¿Cómo besas sus cicatrices y les dices que quieres saber todo? ¿Cada
detalle sórdido de su daño?

Quizás después de todo, solo era una imbécil que cae fácil con las
palabras dulces.

Y tal vez toda esa escena en mi cocina antes de irme, sobre


recordarlo y todo eso, tal vez fue porque él sabía algo que yo no sabía. Tal
vez fue porque todo el tiempo estuvo planeando irse.

Pasé una mano por debajo de mis pechos, pensando en mis


cicatrices, pensando en sus planes para ellas. Había pasado horas
trabajando en esos bocetos, perfeccionándolos tal como yo los quería. El
muy bastardo no podía al menos dejar el producto final para que alguien
más lo pudiera hacer.

Bueno, qué se joda. De nuevo. Él no era el único tatuador en la


ciudad. Demonios, probablemente ni siquiera era uno de los mejores. Me
levanté del sofá y agarré una pila de papel de impresora y un bolígrafo.
Podía intentar recrearlos. Podía acercarme lo más posible y llevarlo a un
profesional. Me daría algo en lo que enfocarme.

Porque sabía que si me permitía vacilar por un segundo, si me


permitía pensar en algo más que la amargura, si permitía que incluso una
gota del bien que había habido entre nosotros entre en mi mente… me
caería de cara hacia el dolor. Me lo envolvería como un viejo suéter
favorito. Me hundiría en él y me conformaría. Nunca me pondría mejor.
Porque la verdad de todo era que amaba al muy estúpido.
Entonces, ¿qué otra opción tenía sino negar, negar, negar?
167

Definitivamente, absolutamente, de ninguna manera o forma posible


amo a Hunter del apartamento catorce.
Página
Veinte

oy un maldito idiota. Realmente no había manera de ponerlo.

S Eso era lo que era. Agarré mi última caja del suelo y la puse
sobre la encimera de la cocina. El cactus estaba apoyado
sobre su absurda maceta de calavera.

Debí dejarla en paz. Desde la primera semana en este sitio, supe que
ella era problemas. Supe que yo estaba en problemas. Ella no era parte de
mi plan. El cual había sido simple: alejarme de una puta vez, nueva
ciudad, nuevo apartamento, nueva vida. Se suponía que pasara mi
tiempo poniendo a andar mi carrera, apañándomelas con los proyectos
de renovación de mi hogar y manteniéndome jodidamente solo. No tenía
que involucrarme con mis vecinos. Si ellos supieran de lo que estaba
huyendo, de todas maneras no querrían tener nada que ver conmigo.
Pero, maldita sea, esa mujer.

Todo lo que necesité fue darle una mirada, bebiendo su café en el


balcón, apoyada sobre la barandilla con su trasero asomándose en esas
bragas. Entonces abrió la boca y escupió fuego. Estaba atrapado. A
hombres como yo no les gustaban las chicas buenas, y Dieciséis estaba
lejos de ser una.

Teniendo sexo (lo que pensé en ese momento) duro varias veces al
día, saliendo a beber hasta la completa inconsciencia cada noche
vestida en esos atuendos locamente sensuales.

No, no era una chica buena. Pero las chicas buenas estaban
sobrevaloradas.

Tal vez si no hubiera estado tan ciegamente atraído por ella en


primer lugar, habría visto el daño más pronto. No es que importara. De
168

hecho, se volvió aún más atractiva cuando pude ver que tenía demonios
Página

propios. No hay nada en el mundo como un corazón que ha sido cortado


de igual manera.
No estaba mintiendo cuando dije que nada, ni siquiera las cicatrices,
podrían hacerla más que hermosa. Era perfecta y sin defectos.

Alcancé en la caja y saqué el cactus, observándolo. Ella tenía razón,


pensaba en ella cada vez que lo miraba. Pero no porque fuera espinosa,
sino porque había sido lo bastante considerada para conseguirlo para mí
por ser una perra. Así es cómo era Fiona… te cortaría y luego te
remendaría.

Caminé hasta la puerta de vidrio y bajé la maceta. Quería


conservarlo, llevarlo conmigo. De verdad que sí. Quería un pedazo de ella
conmigo. Quería una representación física de que ella era una parte de mi
vida. Pero no podía llevar ninguna parte de la brillante y perfecta Fee a mi
jodido pasado.
La puerta hizo un sonido hueco cuando la cerré y avancé por el
pasillo. Lo que era apropiado. Así era cómo me sentía por dentro. Como si
estuviera dejando atrás una parte importante de mí.

No había querido ser tan cabrón. Dije de verdad que la llamaría


mientras estaba lejos y que la llevaría a la cama cuando regresara. Lo dije
en serio. No podía pensar en pasar un día en mi apartamento sin ella allí.
Preferiblemente desnuda.

Pero eso fue antes de que llamaran a mi puerta la mañana luego de


que ella se fuera.

Abrí la puerta, medio esperando al encargado o incluso tal vez a


ella, habiendo decidido que no quería ir después de todo. O que quería
que fuera con ella. Podría haber sentido un rayo de esperanza cuando la
abrí.

Pero esta salió huyendo rápidamente cuando sentí a mi estómago


desplomarse. Porque allí en mi umbral se encontraba uno de mis propios
fantasmas. Con su metro noventa y dos de innecesario músculo y tinta.

—¿En serio pensaste que podías irte simplemente? —preguntó como


saludo, sus ojos azules tan parecidos a los míos.

—Shane. —Asentí, sabiendo que este era el final. No iba a escapar


de él. De ellos. Iba a tener que regresar.

—Empaca tus cosas —dijo, mirando más allá de mí al apartamento—


169

, o haré que uno de los chicos venga y las arroje a la basura. Tienes ocho
Página

horas para arreglar todo y encontrarme en el frente. Conduciré.


Y luego se fue. Cerré la puerta, apoyando mi frente contra el interior
de esta. ¿Qué tal eso para una reunión familiar? Pero dada la reputación
de mi familia, de hecho era apropiada. Shane, mi hermano, era un año
más joven y muchísimo más ambicioso a los ojos de nuestro padre. Era una
constante espina de remordimiento que yo fuera de alguna manera
todavía el favorito a pesar de todo lo que Shane hacía por él.

Hice unas cuantas llamadas y caminé hasta la estación U-haul más


cercana para recoger una camioneta. Sin dar pelea. Sin preguntas.
Porque no tenía sentido. Fui a lo seguro cuando hui. Siempre había una
posibilidad de ser encontrado. De ser arrastrado de regreso.

Supongo que una parte de mí había albergado la esperanza de que


mi padre me dejaría ir. Tenía otros hijos. Cuatro para ser exactos. No me
necesitaba. Tenía al mayor y al más joven, podía dejar a los inútiles del
medio irse. Pero, no. Eso no podía suceder porque no se vería bien. No
enviaría un buen mensaje que no pudiera controlar a uno de sus propios
hijos.
La puerta se abrió justo cuando ajustaba al cactus en su lugar.
—Se morirá —dijo Shane, llenando por completo el umbral.

—No —dije, negando con la cabeza—, alguien va a pasar en algún


momento y lo verá.

—Mierda. —Shane rio cuando me giré hacia él, sacudiendo su


cabeza hacia mí—. ¿Te conseguiste una chica? Movimiento de
principiante, hermano. —Y por un segundo, fuimos hermanos otra vez, tan
familiares, bromeando. Pero luego su cara se tensó con duras líneas y
regresó al pasillo—. Vámonos.

El viaje de regreso fue largo y tenso. Shane miró fijamente por la


ventana, su música metal estallando en la radio de modo que ni siquiera
tuvimos que esforzarnos por conversar. Me senté allí resignado, en silencio,
observando mientras mi nueva vida se volvía un punto en el espejo
retrovisor. Y nunca regresaría a ello.
A ella.

Y si pensé que vivir en el pasado era malo, ser forzado a regresar a


este iba a ser un millón de veces peor. Porque había probado la libertad,
170

de una vida bajo mis propios términos. Sabía lo que era: infinitamente
mejor de lo que imaginé. Llegué a ser la persona que siempre había
Página

querido ser. El hombre que supe que se hallaba debajo de todo eso.
Encontré a una mujer que no sabía quién solía ser. Que le gustaba el yo
que verdaderamente era.

Mi maldita familia me estaba quitando todo eso. Había sido capaz


de perdonarlos por lo que me habían hecho en el pasado, pero nunca
podría perdonar esto.

—Afloja esos puños, hermano —dijo Shane, estacionando la


camioneta—. Ya llegamos.

Desde el exterior, el bar se veía bastante inofensivo. Solo un antro


común y corriente para motociclistas. Como lo demostraban la docena
más o menos de bellezas negras y cromadas estacionadas en el frente. Era
un edificio largo y bajo de ladrillos rojos con un sencillo letrero de madera
diciendo solamente “Chaz’s”. Las ventanas eran pequeñas, la puerta
delantera negra. Nada interesante.

Me bajé de la camioneta, respirando largo y profundo. Esto era


todo. Debería estar aterrado. Como para cagarme en los pantalones. Pero
no sentía nada. Solamente insensibilidad y una vaga impresión de miseria
que intenté sofocar. Mantener cualquier tipo de apego con la ciudad, con
Fee, no me iba a hacer ningún bien aquí.

Juro que a medida que caminaba, si escuchabas detenidamente,


podías oír al viento susurrar “hombre muerto caminando”. La puerta
principal hizo un gruñido familiar cuando Shane la abrió, atravesándola
primero para poder mostrar el gran ratón gordo que traía a casa para su
amo.

El interior del bar era elegante y lujoso, no el típico antro sucio y


plagado de enfermedades que la mayoría de los motociclistas frecuentan.
El bar en sí estaba ubicado a la derecha de la puerta, una gran mesa de
billar con fieltro azul se encontraba al lado. Las paredes estaban pintadas
de un gris que me recordaba mucho a las paredes de Fee, pero aquí se
sentían frías y poco amistosas. El suelo de madera fue teñido hasta casi un
negro y las paredes estaban libres de cualquier objeto. Solo mesas.
Pequeñas y negras con sillas a juego. Había pasado meses haciéndolas
todas tras convencer a mi padre que las viejas tenían que irse.

—Papá —llamó Shane y las voces en la habitación se callaron de


inmediato. Todos sabían. Todos conocían a los chicos Mallick.
171

Vi a mis otros hermanos, de distintas edades y aspectos, pero todos


Página

altos, de cabello oscuro y ojos claros. Nadie confundiría el aspecto


parecido de nuestra familia. Se apartaron de la mesa donde supe que
estaba sentado papá. Donde siempre se sentaba, enfrentando la puerta
con una pistola en la mesa frente a él. La cara de mi hermano mayor no
delataba nada. Silenciosamente intimidante. Ese era Ryan. El segundo
mayor, Eli, más suave, más amable, pero con un temperamento feroz me
envió una mirada de simpatía para luego bajar la mirada. Después estaba
Mark, mirando entre mi padre y yo.

Shane me golpeó en el hombro cuando fue a pararse cerca de los


otros, observándome con una mofa en su cara.

Mi padre alzó la vista lentamente, como si tuviera todo el tiempo del


mundo, como si mi desaparición no hubiese sido en lo más mínimo el
pensamiento más importante en su mente durante los últimos seis meses.
Charlie Mallick. Era una versión mayor de todos nosotros. Alto, delgado,
ojos claros, cabello oscuro con un poco de gris en las sienes. Tenía arrugas
entre sus cejas, pero de lo contrario había envejecido bien. Con sencillos
jeans viejos y una camiseta negra, era la vista más intimidante que haya
visto alguna vez.

—Hunter —dijo, alzando una ceja hacia mí—. Es tan agradable que
hayas venido a darnos una visita.

—No fue como si tuviera opción, papá —dije, enviándole a Shane


una mirada de reojo.

—¿Dónde estaba? —le preguntó mi padre a Shane cuya espalda de


inmediato se enderezó al llegar a ser el niño mimado.

—Nueva York. En un apartamento de mierda, todo embobado por


una mujer.

Dios, era un jodido imbécil. Como si huir no fuera lo bastante malo.


Ahora sería el marica que se había enamorado de la primera falda que se
metió en mi camino en mi nueva vida. Genial. Sencillamente genial.

—¿En serio? —preguntó mi padre, su tono casi divertido,


indicándome la silla frente a él—. ¿Por qué no tomas asiento?

—¿Por qué no acabas con esta mierda y dejas de actuar como si


tuviera opción en algo de esto? —pregunté, sentándome, recostándome
en mi silla y haciendo que las patas delanteras se levanten del suelo.
172

—Shane —dijo—. ¿Por qué no invitas a nuestros clientes a regresar en


Página

otro momento? —preguntó y Shane se apresuró a echar a todo el mundo


del bar. Escuché los pies arrastrándose, los gruñidos, la puerta dando un
portazo, el deslizar de la cerradura, luego, finalmente… silencio. Shane
regresó para pararse más cerca de mi padre—. ¿De verdad creíste que te
saldrías con la tuya?

—¿Salirme con la mía al vivir mi propia vida? ¿Como un maldito


hombre adulto? Sí, pensé que podría —respondí, ya sin importarme que
todo lo que estaba haciendo era provocar su enojo.

—Conoces el trato aquí, Hunter —dijo, su voz calmada—. Trabajas


aquí. A cambio consigues un buen lugar donde vivir, autos, cierta cantidad
de protección por tus acciones…
—Una sentencia de por vida haciendo algo que no disfruto…
Entonces sonrió, una sonrisa lenta y extraña.

—Hunt… ni siquiera intentes decirme que no lo disfrutas. Te he visto.


He visto lo mucho que te gusta el trabajo.

No estaba equivocado. Esa era la parte aterradora. La parte de la


que estaba huyendo. La parte que hizo prometerme que permanecería
alejado de la gente en la ciudad. Hasta que pudiera conseguir ponerlo
bajo control. La ira. La ira que se había propagado dentro de mí. La ira que
me hacía disfrutar de todas las cosas terribles que él me hacía hacer.

—Ya no más —dije en respuesta, escogiendo no pensar en la vez


fuera de mi apartamento. El tipo con sus manos sobre Fee. El tipo que
necesitaría mucha cirugía plástica para que su rostro luzca como lo había
hecho antes de que pusiera mis manos en él.
—Bueno, eso es bastante simple de arreglarse —dijo, encogiéndose
de hombros—. Volverás a estar en forma en nada de tiempo. Respiró
hondo entonces, pareciendo casi triste—. Me temo que ya sabes lo que
sucede a continuación —dijo.

Y lo sabía. Oh, lo sabía. Y lo odié en ese momento. Por hacer que sea
de esta manera. Por enfrentar a mis hermanos unos contra otros.

Las peleas-para-entrar eran comunes cuando éramos jóvenes, para


encontrar amigos que fueran lo bastante fuertes como para soportar una
golpiza de todos nosotros y, por lo tanto, poder ser parte de nuestra
retorcida pequeña familia.
173

Las peleas-para-salir no eran tan comunes y eran tan cercanas a ser


Página

letales como era posible para desalentar la deslealtad.


En lo que estaba a punto de meterme era algo entre las dos. Algo
para lo que no teníamos un nombre realmente. Esto era lo que recibías
cuando la cagabas. Cuando perdías dinero. Cuando conseguías que un
extraño se involucrara en nuestras cosas. Y, al parecer, cuando intentabas
escapar. Si hubiese sido tan fácil como una pelea-para-salir para mí, lo
habría soportado hace mucho tiempo. Pero eso no podía suceder. No a
uno de sus hijos.

Me puse de pie lentamente de mi asiento, observando a mi padre.


Shane se acercó, su voz burlona.

—¿Quieres tomarte un minuto para vendar esas manos de artista


que tienes? Esperaremos —dijo, cerca de mi oído.

—Vete a la mierda, Shane —respondí, alzando mis brazos


ampliamente a mis costados con las palmas extendidas. Era claro para él,
para ellos: no iba a defenderme. Podían golpearme. Pero eso no iba a
llevarlos a ninguna parte porque ya había aceptado mis circunstancias.

Hubo tensión en el aire cuando todos me miraron, entre sí, y luego a


mi padre. Esto no había acabado. No tenía otra opción. Tenía que pelear.

Mi padre suspiró, cerrando los ojos por un segundo, luego agitando


una mano.

Me tensé por el primer puñetazo que supe que Shane había estado
esperando por años para darme. Los otros dudaron, Ryan liberándose de
tu sorpresa inicial para unirse. Mark fue el siguiente, y de último, Eli. No
podía culparlos, ni siquiera cuando me sentí volar hacia atrás sobre el
suelo, una bota aterrizando en mi costado con la fuerza suficiente para
sentir mis costillas romperse. Para esto fuimos criados.

Una llamada a pelear como la campana para los perros de Pavlov.


Salivábamos por esto. Podíamos sentir la ira alzarse en nuestra sangre, algo
que en la mía y la de Eli es más fuerte que en los otros. Tal vez porque no
éramos luchadores por naturaleza. Porque él era más gentil, porque yo era
reticente. Quizás la necesidad de luchar para ganar la validación de
nuestro padre nos había retorcido hasta convertirnos en monstruos.
Por eso supe que fueron sus puños los que aterrizaron en mi rostro. Al
igual que supe que fue Ryan, con su temperamento frío e indiferente,
quien finalmente lo apartó.
174

Porque nos conocíamos entre nosotros. A pesar de que éramos


Página

obligados a herirnos entre sí. A pesar de que nuestras vidas se sentían


como una competencia por las atenciones y afectos de nuestro padre. A
pesar de que todos éramos fríos y duros… nos conocíamos mutuamente.
Ryan sabía que Eli dejaría irreconocible mi rostro. También sabía que Eli
nunca se perdonaría por ello.

Rodé sobre mi costado cuando padre finalmente los llamó,


escupiendo sangre en el suelo. Era malo. Era peor de lo que había estado
esperando. Mi rostro estaba en llamas. Mis costillas estaban palpitando.
Podía sentir el dolor y la rigidez en cada centímetro de mi cuerpo.

Mis hermanos se apartaron, saliendo por la puerta delantera y


dejándome a solas con nuestro padre.

—Entiendo por qué te fuiste, Hunt —dijo, llegando a mi lado,


arrodillándose junto a mi mancha de sangre—. Y sé que entiendes por qué
no podía dejarte ir. No de esa manera —añadió, tocando mi rodilla, luego
poniéndose de pie y siguiendo a mis hermanos hasta fuera.
A través del dolor, sentí esperanza. Él no podía dejarme ir… de esa
manera. Lo que significaba que tal vez podría irme. De alguna forma. Bajo
sus términos. Cuando acabara de castigarme. Cuando acabara de
probarle a todo el mundo que todavía me controlaba. Entonces y
solamente entonces, me dejaría ir. Pero era algo. Algo a lo que aferrarme.

Intenté acurrucarme sobre mi costado pero mis costillas magulladas


enviaron destellos de dolor a través de mi cuerpo. Terminé acostado sobre
mi espalda, mirando al techo, todavía saboreando mi propia sangre por
un largo tiempo.

Poco después, horas. Debieron ser horas. Escuché pisadas. Un par


que no pertenecía a mis hermanos o padre, pero me era familiar. El
tintineo de unos tacones, pesados y deliberados.
—Mamá —gruñí.

—Hunt —dijo, caminando hasta pararse a mi lado, sus tacones


rozando mi pierna a medida que me observaba fijamente. Ahora bien, mi
padre era aterrador. Era un hombre que daba miedo conocer. Se
supondría que la mujer que pasara su vida lidiando con él sería sumisa y se
doblegaría a sus caprichos. Eso no era verdad con mi madre.

Helen Mallick era un metro ochenta de acero. También siempre era


175

una de las mujeres más bonitas en la habitación: piernas largas, esbelta,


rasgos afilados, ojos avellana y largo cabello negro. También tenía la
Página

distinción de ser el ser humano más feroz que haya conocido en mi vida.
Lo cual, dado todos los personajes repugnantes que conocía en mi línea
de trabajo, era decir algo.

Y mi padre la amaba. La amaba con una pasión que siempre había


encontrado incómoda. Una pasión que era evidenciada por los cinco hijos
que ella le dio luego de una década. Chicos que ella crio para ser rudos,
duros y leales. Chicos que dejó que se agarraran a golpes entre sí por
encima de los juguetes, o chicas o autos. Chicos que dejó volverse salvajes
y meterse en todo tipo de problemas.

Chicos a los que les daría una paliza si alguna vez se atrevían a darse
de listillos o ser insolentes con sus reglas. Incluso de adolescentes. Recuerdo
claramente “caer” (o al menos eso es lo que les decíamos a los doctores
en el hospital) por una ventana cuando tenía diecisiete y pensé que sería
una buena idea saltarme las comidas de los domingos. Cosa que era
inaceptable en nuestro hogar.

—¿Estás teniendo una buena bienvenida? —preguntó,


arrodillándose en el suelo junto a mi estómago y alzando mi camiseta. Sus
dedos se presionaron en la piel moreteada sobre mis costillas y solté una
sarta de maldiciones que tuvo una sonrisa jugando en sus labios—. Me
alegra que no quebraran tu espíritu a pesar de que quebraron una o dos
costillas.

—Entonces, ¿qué sigue? —pregunté, sacudiendo la cabeza—. ¿Van


a arrojarme al sótano? ¿Encadenarme como a una de las escorias que no
pagan sus préstamos?

—No seas tonto —dijo, tomando mi brazo y ayudándome a ponerme


de pie—. Regresarás a tu vieja casa. Tus hermanos deberían tener todas tus
cosas nuevas desempacadas para cuando llegues allí. Sugiero que te
pongas algunas vendas elásticas y algunos antibióticos triples porque tu
papá probablemente va a hacerte salir por un trabajo mañana mismo.

—¿Mañana? —gruñí, el sonido saliendo confuso de mis labios


hinchados.

—Piensa que será bueno para ti regresar al meollo del asunto. No te


dejará tiempo para que te resientas.

—¿Más de lo que estoy ahora? —pregunté, alzando la mano para


tocar el costado de mi rostro que sentía particularmente dañado y
176

sintiendo la carne hinchada debajo de mi mano—. No creo que eso sea


Página

posible a esta altura, mamá. Pero gracias por la advertencia.


—Hunt —llamó cuando me tambaleaba lentamente hacia la puerta.
—¿Sí? —pregunté, medio girándome hacia ella.

—Habla con tu padre. Sé que piensas que es solo un monstruo, pero


es un hombre. Y aunque sea difícil de ver a veces, tampoco es un hombre
malo. Quiere que sus chicos sean felices.

—Sí, tal vez lo intentaré —contesté, mintiendo con los dientes


apretado y ella lo sabía. De ninguna maldita manera iba a mostrar esa
clase de vulnerabilidad frente a él.

—Oye, Hunt —volvió a llamar y me detuve pero no la miré—. Por


favor, dime que ella no es alguna tímida florecilla ingenua —dijo
caminando y abriendo la puerta para mí.
—¿Cómo… Shane…?

—No, cariño —respondió, negando con la cabeza y dándome una


de sus raras sonrisas maternas—. Puedo verlo en tus ojos. Soy tu madre,
¿sabes?
Asentí, saliendo.

—No, mamá. Es una maldita arpía rubia de ojos verdes. La segunda


vez que la vi, irrumpió y robó mis herramientas para que no pudiera seguir
despertándola.
—Bien —dijo, asintiendo y cerrando la puerta.

Por qué era bueno que tuviera una mujer que mi madre aprobara
cuando sabía jodidamente bien que nunca la volvería a ver estaba lejos
de mi comprensión. Pero a ella le importaba. Siempre lo había hecho.
Cada vez que alguno de nosotros mostraba interés por una chica o mujer
que parecía tímida o completamente corriente, armaría un gran problema
por eso. Porque chicos como nosotros necesitaban mujeres que pudieran
manejarnos. Así que ella se volvía amiga de cada delincuente juvenil,
cada buscapleitos bebedora/fumadora/luchadora, cada chica teñida de
violeta, con piercings y tatuajes que llevábamos a casa. Y espantaba a las
que eran animadoras en la secundaria o trabajaban en un salón de
bronceado, o usaban faldas recatadas hasta las rodillas.
De verdad le hubiera gustado Fiona. Aprobaría todos los vestidos
177

reveladores, los tatuajes, el trabajo de sexo telefónico, la venta de sus


bragas sucias, demonios… incluso le agradarían las cicatrices. Y Fiona no
Página
toleraría su mierda… o a mis hermanos si vamos al caso. Ella encajaría a la
perfección. Pero ahora jamás llegarían a conocerla.

La caminata de regreso a mi vieja casa fue larga. Dolorosa y


agotadora. Apenas podía hacer un metro y medio sin tener que
detenerme, inclinarme y maldecir a todo el jodido universo. Era una
caminata que debería haberme tomado quince minutos, pero me tomó
como mucho una hora y media.

Mi vieja casa era un apartamento encima de una licorería que mis


padres y yo teníamos. Uno de sus muchos negocios legítimos para financiar
sus menos que legales. Me pregunté cómo mantuvieron un ojo sobre este
cuando me fui, dado que mis hermanos tenían sus propios sitios: un
gimnasio, servicios de jardinería… cualquier nicho en que mi padre quisiera
meterse a continuación.

Las escaleras que subían al costado del edificio eran empinadas y


peligrosas en un buen día, por lo que entré a la tienda, agarrando una
enorme botella de whisky de un estante, y lentamente subí las escaleras en
la trastienda.

Mi apartamento en mi ciudad natal era muy parecido a mi


apartamento en la ciudad. Había pasado muchas horas intentando
mejorarlo. Las paredes estaban pintadas de un marrón capuchino, los
muebles estaban teñidos de un perfecto tono antiguo de nogal como lo
estaban los gabinetes de la cocina. Era un estudio y usaba estanterías
para dividir mi dormitorio del área principal. Mis hermanos habían apilado
todo de mi otro apartamento en una esquina junto a mi juego de
comedor. Haciendo que el espacio se sintiera abarrotado, claustrofóbico y
lleno de viejos recuerdos.

Me arrastré hasta el baño, agarrando un contenedor plástico de


suministros médicos del armario y dejándolos sobre el mostrador. Giré la
tapa del whisky y tomé un largo trago antes de comenzar el proceso de
limpieza. Esto no era nada nuevo. Es imposible decir cuántas veces me
había parado en este baño y arreglado el rostro golpeado de uno de mis
hermanos o el mío. Así era el trabajo, la vida.

Respiré hondo tanto como mis costillas permitirían y miré en el espejo.


No era bonito. Mi labio estaba roto e hinchado, un lado de mi cara
levantado y magullado, mi nariz ligeramente torcida de modo que la
178

agarré y la empujé de regreso a donde se suponía que debía estar. No era


Página

mi primera nariz quebrada y probablemente no sería mi última. Agarré el


alcohol y lo vertí en los cortes, limpiando la sangre. Pegué lo peor de ellos,
apliqué antibióticos en los otros. Tomé una quinta parte del whisky, envolví
mis costillas y caí en la cama.

El golpeteo en mi cabeza fue lo que finalmente me despertó, el sol


brillando a través de las ventanas que tenían las persianas cerradas
cuando me fui a dormir. Parpadeé más allá del dolor detrás de mis ojos,
girando mi cabeza a un lado y viendo a mi padre sentado allí en una de
las sillas del comedor de la ciudad junto a mi cama.

—Entonces, ¿cuál es su nombre? —preguntó, inclinándose hacia


delante.

—Fiona —contesté, intentando levantarme del colchón y cayendo


hacia atrás con una maldición—. ¿Mamá te contó?

—Shane puede que haya mencionado algo de un cactus —dijo,


encogiéndose de un hombro—. ¿Cuál es la historia?
—Me lo dio… porque es espinosa.

—Espinosa —repitió, sonriendo un poco—. Suena como alguien que


me gustaría conocer.

—Buena suerte con eso, papá —dije, finalmente sentándome y casi


vomitando sobre mis pies por el dolor—. Jamás me perdonará por irme sin
decir una palabra.

—Creo que estarías sorprendido, hijo, que una mujer puede


perdonar al hombre que la ama.

—¿Hablas por experiencia? —pregunté, tomando el whisky de mi


mesita de noche e inclinándolo para beber.

—No vas a ahogar tus penas en una botella —dijo, quitando la


botella de mis manos.

—Buena suerte deteniéndome —respondí, negando con la


cabeza—. Hay una licorería abajo.

—Mira, Hunt —comenzó, su voz más suave de lo habitual—, sé que


piensas que soy un verdadero cretino, pero en verdad quiero lo que es
179

mejor para ti.


Página

—¿Lo que es una buena golpiza? —pregunté.


—Una de vez en cuando, sí —dijo, sonriendo y casi reí—. No puedes
huir así como así, Hunt. —Se encogió de hombros—. Es malo para los
negocios y lo sabes. Pero si hubieras venido a mí y hablado de esto como
un hombre, podríamos haber pensado algo. No te necesito. Dirigí este
negocio yo solo mientras tú y tus hermanos todavía se orinaban encima.
No necesito a los cinco aquí. Y sé que Ryan y Shane pueden encargarse
de las cosas. Y, más aún, ellos quieren hacerlo. Si esta no era la vida que
querías…
—No lo es.

—Entonces considera esto —dijo, señalando a mi cara—, tu golpiza


de salida. Por falta de un término mejor. Estás fuera. Pero sigues siendo mi
hijo y te quiero cerca.
—¿Cuál es la trampa, papá? —pregunté, sabiendo que cuando las
cosas sonaban demasiado bien para ser ciertas, por lo general lo eran.
—No sé si puedas llamarlo una trampa —dijo, encogiéndose de
hombros—. Llámalo obligación familiar. Quiero que estés en contacto. No
escapándote a alguna ciudad y ni siquiera llamando a tu madre para
decirle que estás bien. Estaba terriblemente preocupada.
—Mamá nunca se ha preocupado ni un día en su vida —respondí.

—Se preocupa por sus chicos. Sobre todo Eli y tú. Sabía que ustedes
no estaban destinados para esta vida. Tú tenías tu arte, Eli tiene sus libros.
Solo esperábamos que vinieras a nosotros.

—Tal vez deberías haberlo hecho parecer como si esa era una
opción.

—Tal vez deberías dejar de actuar como un chico y comenzar a ser


un hombre. Acepta la responsabilidad. Huir fue un movimiento cobarde. Es
por eso que sabías que enviaría por ti. Por qué sabías que necesitabas una
golpiza. Habría perdido el respeto en esta ciudad si permitía que uno de
mis chicos se escape y viva una vida diferente. Sin embargo, tener a uno
cambiando de rumbo…

—Lo entiendo, papá —dije, sintiéndome culpable. Era bueno en eso.


Era bueno en la culpa. Lo cual, más que la amenaza de violencia, era
probablemente lo que le hizo ser un padre tan eficiente—. Entonces,
180

¿ahora qué? —pregunté, sabiendo que no iba a ser tan simple como lo
estaba haciendo parecer—. ¿Simplemente no vas a dejarme regresar a la
Página
ciudad después de todos los problemas por los que pasaste para
encontrarme?

—No —acordó, ofreciéndome su brazo mientras intentaba ponerme


de pie—, tienes razón. No vas a volver todavía. Necesito que muestres tu
cara por aquí un tiempo. Al menos hasta que cicatrice. Muéstrale a todo el
mundo que estás de regreso, castigado, y comenzando tu propia vida.
Luego puedes irte. —Me siguió a la cocina, alcanzando el gabinete para
bajar los granos de café por mí—. Aunque a tu madre y a mí nos gustaría
que te quedaras, por supuesto. Busca a tu chica y tráela. Siempre serás
bienvenido aquí.

Me giré y lo miré, a mi padre. Un hombre que, por la mayor parte de


mi vida, solamente había sido implacable y metódico. La única suavidad
en él parecía existir cuando miraba a mi madre. Pero, tal vez, había estado
tan distraído con mi propia miseria y mi propio enojo que no pude ver
cuánto se preocupaba en realidad por sus hijos.

—Sabes —añadió, una extraña sonrisa mostrándose en sus labios—.


Hemos estado esperando mucho, mucho tiempo a que uno de ustedes
resuelva sus mierdas y nos dé nietos.
Me encontré sonriéndole en respuesta.
—No presiones.

Al final, tuve que quedarme tres meses. Trabajé en la tienda. Fui al


bar y bebí con mi familia. Fui a las comidas del domingo. Reconstruí el
vínculo que había roto cuando me fui. Todos parecían dejar que el pasado
esté en el pasado. Mi rostro sanó mientras me relacionaba con mis
hermanos, incluso Shane.

Mamá se encontró conmigo en el auto a la una de la mañana, su


sexto sentido maternal sabiendo que hoy era el día. Había tenido un café
para llevar en una mano y un pequeño alhajero azul en la otra.

—Ve a buscarla —dijo—. Después tráela aquí para conocerla,


¿escuchaste?
Me incliné hacia delante y besé su mejilla.

—Sí, señora —respondí, subiendo a mi auto y dirigiéndome de


regreso a la ciudad. A Fee.
181

Ella iba a estar tan enfadada.


Página
Veintiuno

abía un nuevo inquilino en el apartamento de al lado. El

H apartamento que me había tomado diez semanas para no


llamar más el “apartamento de Hunter”. Ayer por la tarde vi el
camión de mudanza y un tipo de mi edad arrastrando cajas interminables
en su interior. Probablemente debí haber ayudado. Eso es lo que hacían los
vecinos, ¿verdad?

En serio lo estaba intentando. Desde que volví. Desde que supere mi


pequeña etapa de media locura por la desaparición de Hunter. Había
escuchado música de chicas a todo volumen. Salí a beber. Coqueteé con
otros hombres. Lloré hasta dormirme. Me convertí en un estereotipo que
odiaba. Por dos largos meses antes de perder la cordura.

Había otros hombres. Hombres buenos. Hombres que no solo


empacaban y se marchaban de la maldita nada. Así que lo estaba
intentando. Salía de noche, pero no me embriagaba. En su mayor parte,
había dejado de esforzarme tanto por autodestruirme. Estaba sanando.

Agarré la planta en su maceta que había salido a buscar ayer y salí


al pasillo. Por mucho que intentara negarlo, sentí una opresión en mi pecho
cuando levanté la mano para golpear. Pero eso era estúpido y estaba en
el pasado. Necesitaba superarlo.

—Hola —saludó el hombre al abrir la puerta, de cabello castaño


claro, cara hermosa, grandes ojos color miel.
Amistoso. Él parecía agradable.
—Hola —le dije, dando lo que esperaba fuera una sonrisa amistosa,
no una escalofriante de asesina en serie. Levanté la planta—. Soy Fiona…
del dieciséis. —La palabra era incluso dolorosa de decir. Maldito sea—.
182

Solo quería darte la bienvenida al edificio. —Dios, me sentía estúpida.


Página

Cada palabra se sentía incómoda y forzada—. Yo… eh… salgo la mayor


parte de la noche y llevo una línea de sexo telefónico durante el día.
Listo. Eso se sintió más natural.

Él se quedó allí mudo por un segundo y luego echó la cabeza hacia


atrás y rio.

—De acuerdo, Fiona. Soy Jake. Yo… trabajo en un hotel y a mi novio


y a mí nos gusta tener sexo muy escandaloso toda la noche.
—Bueno, eso funciona muy bien —comenté riendo.

—¿Quieres entrar un minuto? —preguntó. No. Oh, Dios no. No podía.


Aunque estuvo vacío durante meses, no había podido volver a entrar
después del día en que recuperé mi cactus.

—Claro —respondí, cuadrando los hombros y caminando por la


puerta.

—Esperaba tener que trabajar mucho en un barrio como este. Pero


el último inquilino debe haber hecho mucho trabajo…

—Sí —concordé, pasando la mano por el armario de la cocina—. Lo


hizo.

—Oh, mierda —dijo Jake, mirándome con cautela—. Él no… murió


aquí, ¿verdad?

—No —me reí, sacudiendo la cabeza—. Este solo empacó y se fue


un día. —Me dejó un día—. Pero el hombre antes que él murió aquí. La
heroína es una perra.

—Ah, de acuerdo. Bueno… voy a quemar una salvia o algo así —


sonrió.
—Bueno, parece que todavía tienes mucho que desempacar —le
dije, moviéndome hacia la puerta—. No te distraeré más. Si quieres venir a
cenar mañana, me encantaría cocinar. Sé que probablemente vivirás de
comida para llevar hasta que hayas solucionado todo esto, así que tal
vez… —Debería callarme. Estaba divagando y era extraño.

—Claro —respondió, ansioso, salvándome de toda vergüenza—. Eso


suena genial.
183

Jake terminó yendo conmigo la tarde siguiente para recoger los


Página

víveres, ayudándome con las bolsas de regreso a mi apartamento. Saqué


mis llaves pero la puerta estaba ligeramente abierta. Puse los ojos en
blanco hacia Jake y empujé la puerta para abrirla.

—Isaiah, tienes que parar con eso de dejar la maldita puerta abierta.
Isaiah… —llamé, dejando las compras en la encimera y avanzando por mi
apartamento buscándolo.

Tenía la costumbre de pasarse sin llamar, utilizando las llaves que le


había dado la semana en que se quedó en mi sofá mientras intentaba
lidiar con la perdida de nuestro padre… y luego de nuestra abuela en
pocas semanas.

—Bueno —resoplé, caminando de regreso a la sala donde Jake


estaba mirando a su alrededor—. Parece que pasó de dejar la puerta
abierta mientras está aquí, a olvidarse de cerrarla cuando se va.
—¿Tu novio? —preguntó Jake, pasando una mano por mi sofá.

—Mi hermano —aclaré—. No es de por aquí. Él no entiende que en


la gran ciudad mala… tenemos que cerrar con llave… —Me detuve,
mirando hacia el centro de mi mesita de café con una sensación de
hundimiento en el estómago.

—¿Qué sucede? —preguntó Jake, mirándome—. Te ves como si


hubieras visto un fantasma.

—Nada —respondí, negando con la cabeza, mirando alrededor de


la habitación—. Yo solo… usualmente hay un cactus en esa mesa. Debe
haberlo… movido. —Pero incluso mientras lo decía, se sentía mal. ¿Por qué
movería mi cactus?
Sin embargo, era la única explicación lógica ya que no faltaba nada
más en mi apartamento. Nadie irrumpiría y robaría mi cactus de ocho
dólares, pero dejaría mi televisor de quinientos dólares.

—Está bien —dije, sacudiéndome la extraña sensación—. ¿Qué tal


suena vegetales Alfredo sobre pasta?
—Fabuloso —contestó, poniendo una mano sobre su corazón.

Era tarde cuando finalmente decidimos dejarlo después de una


botella de vino y más pasta de la que dos personas deberían comer solos.
Lo acompañé hasta la puerta y acepté que me acompañara al gimnasio
184

a la mañana siguiente.
Página

Cuando volví a la cocina, llamaron a la puerta.


—¿Olvidaste algo? —pregunté, deslizando la cadena y abriendo la
puerta.

Casi me desmayo. Literalmente. Como en… tuve que agarrarme de


la jamba de la puerta para evitar caer de bruces.
Porque allí, en el pasillo, estaba el jodido Hunter.

—Oh, maldita sea, no —dije, retrocediendo y cerrando la puerta en


su cara con toda mi fuerza. Mis manos se movieron a tientas a medida que
intentaba poner todas las cerraduras en su lugar. No, no, no, no, no.
—Abre, Dieciséis —llamó, sonando perezosamente coqueto.

¿Cómo se atreve? ¿Cómo se atreve él a actuar como si yo no


estuviera siendo razonable al cerrarle la puerta? No solo desapareces un
día y luego apareces tres meses después como si nada hubiera pasado.

—Vete al infierno —respondí, yendo a la sala de estar, sosteniendo


una mano contra mi pecho. Sentía como si mi corazón fuera a estallar en
mi pecho, los golpes frenéticos haciéndome sentir náuseas.

Esto literalmente no podía estar sucediendo. Acababa de superarlo.


Bueno, no superarlo. Pero estaba mejor. Estaba siguiendo adelante. Habían
pasado muchas cosas desde la última vez que lo vi. Tenía muchas cosas
en las que concentrarme además de lo que él me hizo. Acerca de lo idiota
que había sido por él.

Estaba paseando por el piso de la sala de estar cuando me di


cuenta de algo. Miré de nuevo hacia la puerta. Sabía que todavía estaba
allí. No me preguntes cómo lo sabía, pero lo sabía.
—Devuélveme mi maldito cactus, imbécil —grité.

Hubo un sonido de risas y eso hizo que mi interior se sintiera


incómodamente tambaleante. Y me enojé aún más con él. No tenía
permitido albergar ese poder. Ya no.
—Es mi cactus —gritó en respuesta.

—Lo abandonaste —dije—. Así que las reglas del patio de recreo
entran en juego.

—No puedes reclamar “el que lo encuentra se lo queda” con la


185

propiedad de otra persona.


Página
—Estaba en un apartamento abandonado. Así que, técnicamente
ya no pertenecía a nadie. Además, lo compré en primer lugar.

—¿Dónde está mi maceta de calavera? —preguntó, ignorando lo


que había dicho. Y era tan molesto como solía ser.

—Destruida a astillas en un callejón —respondí—. Espero que te


gusten las macetas rosas con corazones púrpuras.

—De hecho, me encantan. —Hubo una pausa, el nudo en mi


garganta haciéndome demasiado difícil el hablar—. Abre la puerta, Fee —
añadió, su voz suave y tranquilizadora. Una voz que tocó algo muy
profundo en mi ser que había estado intentando olvidar que existía.

—Ve a llamar a la puerta de alguien más, Hunter. Ya no eres


bienvenido aquí. Y maldita sea, no vuelvas a entrar sin permiso otra vez.

Envolví mis brazos alrededor de mi torso que se sentía como si se


estuviera cayendo a pedazos. Como si todas mis entrañas se saldrían si no
las sostenía.

—¿Es por tu novio nuevo? —preguntó, su voz con el más mínimo


borde cuando dijo esa palabra.

Me sentí resoplar, sacudiendo la cabeza. No tenía derecho a estar


enojado, celoso o… cualquier cosa. Empacó y se fue. Y, no en vano,
porque sabía lo jodida que estaba. Lo dañada. Sabía que estaba
entrando en una situación que podría haberme arruinado aún más
fácilmente. Para luego volver y verlo dejando atrás su puto cactus en su
apartamento vacío…
Pude haber hecho algo realmente, en serio estúpido hasta donde él
sabía.

De modo que si, en cambio, todo lo que había hecho era salir y
encontrarme una relación normal… entonces, bien por mí. Y qué se joda si
pensaba que había hecho algo malo.

No iba a decirle que Jake solo era el nuevo número catorce. Y era
más alegre que la Navidad. Era lo suficientemente atractivo como para ser
una amenaza para Hunter. De hecho, era estupendo. Que se sienta
amenazado.
186

—No te preocupes por él —le dije, deseando que mi voz suene


tranquila—. Esto se trata de ti siendo un cobarde.
Página
—Si tan solo me dejaras explicarte, Fee —dijo en cambio, sonando
triste. Tan triste como me sentía, de hecho.

—No —respondí, deslizando la puerta de mi balcón. Sin importarme


que fuera estuviera a veinte grados y que estaba descalza. Solo
necesitaba alejarme. Apenas estaba aguantando. Tenía que alejarme—.
Es demasiado tarde, Hunter —añadí, deslizando la puerta y bloqueando el
sonido de lo que sea que dijera.

Me dejé caer sobre el cemento frío, envolviendo mis brazos


alrededor de mis piernas y meciéndome de ida y vuelta, intentando
consolarme un poco con el movimiento. Dios, maldita sea todo. Pensé que
las cosas estaban bien. En su sitio. Pensé que había encontrado algún tipo
de equilibrio.
Ahora simplemente me sentía como me había sentido justo cuando
supe por primera vez que se había ido. Como aquel vacío
arremolinándose en mi pecho, como si alguien estuviera arrancando las
entrañas de mi vientre. Como si estuviera cayendo jodidamente hecha
pedazos.

Un extraño sonido animal y herido salió de mis labios, a medio


camino entre un grito y un sollozo que hizo que la puerta del balcón de
Jake se abra y salga, mirando a su alrededor.
—¿Fiona? —preguntó, sonando preocupado.

—Estoy bien —mentí, cerrando los ojos con fuerza contra las lágrimas
pero de todos modos se filtraron.

—¿Bien? ¿Con un hombre tan rico fuera de tu puerta mendigando


como un perro por un hueso? Creo que no. —Lo vi moverse hacia el lado
de su balcón más cercano al mío, apoyándose contra la barandilla y
mirándome—. Escúpelo, vecina.
Tomé una respiración profunda.
—Él es el ex catorce —le dije.
—¿Y el ex… novio?

—No era mi novio —contesté automáticamente. Esa era una frase


que me había dicho todo el día todos los días, como si se repitiera sin
187

cesar: no es tu novio, no es tu novio, no es tu novio.


Página

—Parece bastante desgarrado para un no novio.


—Puede pudrirse en el infierno.
—Aw, Fee —dijo una voz que me hizo saltar—. No lo dices en serio.

—¡Jesús! ¿Qué mierda? —estalló Jake y supe de dónde venía la voz


de Hunter: del balcón de Jake.

—Lo siento, cariño —estalló una tercera voz masculina y


desconocida—. Pensé que lo conocías. Tocaba tu puerta cuando llegué.

El novio de Jake. Debe haber sido totalmente acogedor en ese


pequeño balcón. Enterré mi cara en mis rodillas con más fuerza. No iba a
dejar que me viese llorar. De ninguna manera.

—Amigo, vete de mi jodido apartamento —dijo Jake, sonando más


rudo de lo que pensé que podría.

—Sí, un segundo, muchachos —dijo Hunter. Su voz sonó burlona


cuando volvió a hablarme—. Bueno, parece que tu nuevo novio es gay. —
Mordí con fuerza mi labio inferior para evitar hablar. Lo cual solo llevaría a
otro argumento. Además, él sabría que estaba molesta—. Te va a dar una
neumonía estar sentada aquí así —razonó.
Como si te importara.
—Solo vete, Catorce.
—Fee…

—Creo que es hora de que te vayas, amigo —dijo el novio de Jake y


le lancé una mirada furtiva: grande y fornido. Jake tenía algo con los osos.
Él era lo suficientemente grande como para darle la batalla a Hunter.
—Bien —dijo Hunter—. Fee…

—Ahora —dijo el novio otra vez, apuntando un brazo hacia la puerta


corredera ahora abierta.

Hunter suspiró pero entró a su antiguo apartamento. Oí que se


cerraba la puerta del pasillo y dejé escapar el aliento.

—¿Estás segura que no quieres darle una segunda oportunidad? —


preguntó Jake, sacudiendo sus cejas hacia mí.
No. De ningún modo.
188

—Sí —dije poniéndome en pie—. Nunca he estado más segura de


Página

nada en mi vida. —Abrí la puerta de mi apartamento, tiritando de frío—.


Dale las gracias a tu novio por mí. —Y con eso, fui directo a mi cuchilla de
afeitar por primera vez en semanas.
189
Página
Veintidós

ice una mueca a medida que deslizaba unas medias negras

H opacas sobre los cortes recientes, maldiciéndome ferozmente.


Estúpido. Era tan increíblemente estúpido reincidir por algo tan
patético y predecible como un corazón roto. Por el amor de Cristo. Solía
hacerlo por mi historia pasada digna del terror. Porque era la única forma
de enfrentarlo.

¿Y aquí estaba yo, cayendo en los viejos hábitos destructivos por un


chico? ¿En serio? ¿Qué tan débil podía ser?

No había dejado mi apartamento todo el día después de que él


apareciera. Ejercité con Jake. Un castigador entrenamiento devastador de
dos horas que había comenzado después de que Hunter se fuera.
Entrenamientos que reemplazaban las endorfinas que no conseguía al
cortarme. Entrenamientos que me hicieron bajar tal vez un poco
demasiado peso, pero eran una forma de mantenerme enfocada. De
ayudarme a mirar hacia delante en lugar de hacia atrás. De caer en la
cama demasiado agotada para siquiera considerar no dormir.

Después había cocinado. Tomé un montón de llamadas adicionales


que no necesitaba. En realidad, ya no necesitaba tomar ninguna llamada.
Pero necesitaba hacer algo para ocupar mi tiempo. Mi mente.

Dos noches después, ya necesitaba salir de mi apartamento o me


iba a volver loca. Además, no había tenido noticias de Hunter desde el día
en el balcón de Jake, así que supuse que había llegado a un acuerdo.

Me puse un vestido de color rojo vino y botas negras, me maquillé y


sequé mi cabello. Luego, con una respiración lenta y profunda, salí a pasar
la noche. El objetivo era cenar, una cafetería con micrófono abierto, una
190

bebida en un bar y luego regresar a casa. No iba, absolutamente no,


pensaba emborracharme. Ni siquiera aunque el olvido sonara realmente
Página

bueno en este momento.


Eso fue hasta que, por supuesto, abrí la puerta para encontrar una
nota clavada en ella. Sabía de quién era. Y tenía toda la intención de
desgarrarla y esparcirla en el contenedor de basura fuera del edificio. Sí,
ese era el plan.

Pero apenas había logrado salir por la puerta principal antes de


abrirla, el agujero en mi estómago creciendo por minuto.
Fee,

Tienes todo el derecho de odiarme. Nunca me habría ido así si


hubiera tenido elección. Por favor créeme cuando te digo que en serio no
la tuve. Si me hablaras, podría explicarte todo.
Hunt.

¿Explicar qué? ¿El hecho de cómo no pudo encontrar dos minutos


para llamar y decirme que lo sentía? ¿O un mensaje de texto diciéndome
que tenía que irse y que me explicaría todo cuando regrese? Podría haber
aceptado eso. Habría aceptado cualquier pequeña pizca que me hubiera
dado. Habría hecho un jodido festín de eso. Pero, no, él había elegido
matarme de hambre en su lugar.

Arrugué la nota y la arrojé a la basura. No había excusa para lo que


hizo. ¿Qué? ¿Estuvo encadenado en una maldita mazmorra en alguna
parte? ¿Encerrado? ¿Qué podría explicar que no se tomara el tiempo de
llamarme? Nada. Literalmente nada. Así que podía agarrar sus
explicaciones y metérselas en el culo. Porque no las iba a escuchar.

Bueno. Entonces, tal vez me emborraché un poco. Y por “un poco


borracha” me refería a estar más ebria que una cuba. Me había
embriagado mucho antes de que cualquier bar tuviera que cerrar. Estaba
tan destruida que le preguntaba a extraños al azar qué tan ebria estaba y
me reía hasta que no podía respirar ante sus palabras.
Ebria. Cabreada. Perdida. Bombardeada. Abrumada.
Y mi favorito personal: desorientada.

—Chica Alcohólica —dijo Guy, mi gorila favorito, asintiendo hacia mí


cuando se sentó frente a su bebida—. Ha pasado un tiempo.
—Estaba tratando de no ser una chica tan alcohólica —dije
arrastrando las palabras, brindando con mi vaso.
191
Página

—Bueno, valió la pena intentar dejar los tragos —dijo, asintiendo.


—¡Un trago! Es una buena idea. ¡Un trago por favor! —llamé y el
cantinero enarcó una ceja, pero alcanzó el vodka.

—No —dijo una voz detrás de mí—. ¿No crees que ya tuvo
suficiente? No será capaz de caminar así como está.

—Vete a la mierda, Catorce —dije, poniendo mis ojos en blanco


dramáticamente hacia el barman—. No lo escuches. Puedo caminar muy
bien. ¿Ves? —dije, levantándome del taburete de la barra y demostrando
mis principales habilidades para caminar. Y para mi crédito, y gracias a
tantas noches ebrias caminando a casa, solo tropecé un poco—. ¡Y con
tacones, ni más ni menos! —declaré feliz, caminando de regreso a la barra
y dándome una palmada en la mano.
—No, Fee —dijo Hunter, agarrando mi mano.

—Oye —interrumpió Guy, luciendo como si estuviera listo para


levantarse de su silla—. Chica Alcohólica, ¿conoces a este tipo?
—Él es…
—Su ex —dijo Hunter y retrocedí un paso.

¿Ex? Él no era un ex. Ser un ex implicaba ser un novio en algún


momento. Y nunca fue mi novio.
—Es mi ex vecino —corregí.

—Ouch, dulzura —dijo Hunter, sosteniendo una mano sobre su


corazón como si mis palabras lo hirieran.

—¿Quieres que te lleve a casa, Alcohólica? —preguntó Guy, y


estuve a unos segundos de acceder porque el bar estaba empezando a
dar vueltas. Y sabía que solo dos cosas podían pasar después: vomitar o
desmayarse.
—Yo la llevaré —insistió Hunter, acercándose a mí.

—No-oh —le dije, señalándolo con un dedo—. No va a llevarme.


¡Robó mi cactus!
Guy arqueó las cejas mientras miraba a Hunter.

—No se equivoca —respondió y se encogió de hombros—. Pero


primero fue mío.
192

—Está bien —dijo Guy, levantando una mano—. Ustedes dos


Página

parecen tener algunas… cosas pendientes. Te dejaré manejarlo. Estos


zapatos son nuevos —dijo, mirando hacia abajo—. Preferiría mantenerlos
libres de vómitos durante una semana. Cuídate, Chica Alcohólica —
añadió y caminó hacia la habitación de atrás.

Me giré de nuevo hacia Hunter, plantando mi mano en la barra para


mantenerme de pie ante el movimiento repentino.

—Ni siquiera lo pienses —le advertí, levantando una mano—. Yo


misma me llevo a casa. No vas a caminar conmigo.

—Bien —contestó y se encogió de hombros, metiendo las manos en


los bolsillos.
—Bien —dije, yendo hacia la puerta.

—Entonces, voy a caminar detrás de ti —dijo, sonando


definitivamente divertido con la idea.

En realidad no tenía sentido pelear al respecto. No podía evitar que


me siguiera. Así que empujé hacia fuera, temblando violentamente contra
la avalancha de frío sobre mi piel caliente. Sacudí la cabeza hacia mi
sobria yo que pensó que un abrigo sería una molestia. A la mierda, qué se
joda. Estúpida, estúpida, sobria yo. Empujé las mangas sobre mis manos y
me incliné contra el viento.

La idea de vomitar era cada vez más una posibilidad con cada
momento que pasaba, mi cuerpo temblando y haciendo que mi interior ya
tembloroso temblara aún más. Me detuve, agarrando el poste de metal de
una señal de alto al sentir una oleada de inestabilidad.

—Fee —dijo Hunter, acercándose—. Toma, ponte esto —añadió,


quitándose su chaqueta de cuero y tratando de envolverla sobre mis
hombros. Me alejé y él suspiró—. Vamos, nena. Tus labios se están
poniendo azules.

—No soy tu nena —objeté, mis dientes castañeteando demasiado


para tener el efecto que pretendía.

Ante su mirada siempre paciente, aparté la vista de él, pero metí los
brazos en las mangas. Estaba tan caliente de su piel que sentí hormiguear
mi piel congelada. Y olía a él: jabón y aserrín. Él alcanzó la cremallera y la
levantó hasta que el cuello se abrió y envolvió mi cuello en su calidez.
193

—Vamos —dijo, volviendo la cabeza hacia la acera—, ya casi


estamos allí.
Página
Permaneció a unos dos pasos a un lado de mí durante el resto de la
caminata mientras mis ojos se tornaban cada vez más pesados y mis pasos
cada vez más inestables.

—No sé adónde crees que vas —le dije, mi tacón quedando


atrapado en una rejilla y tropecé, su brazo extendiéndose para
estabilizarme—. Porque ya no vives aquí —continué, haciendo un gesto
hacia mi edificio.

—Te estoy llevando a casa a salvo, Fee —dijo, sacudiendo la cabeza


hacia mí, con sus ojos claros tristes.

—No tienes derecho a estar triste —le dije, subiendo las escaleras y
mirándolo—. Tú eres el que se fue. Tú eres quien me dejó sola. Cuando
sabías que te necesitaba. Maldita sea, te necesitaba, Hunter —dije, mis
labios temblando, peligrosamente cerca de llorar.
—Lo sé. Fee, maldición. Lo sé. Yo solo…

—No —dije, sacudiendo la cabeza—. No importa. Se acabó. Está


hecho. Estoy bien. Estoy estupenda. Mejor que bien. Así que déjame en
paz, Catorce —dije, volviendo al edificio—. Y voy a quedarme con este
abrigo como retribución.

Me desperté a la mañana siguiente en el piso junto a mi cama,


acurrucada junto a la rejilla de calefacción con una chaqueta que no era
mía, todavía con mis zapatos de la noche anterior.

Mierda. Y eso que no iba a beber. Me levanté, mirando la chaqueta


sin comprender su existencia por un momento. Hasta que respiré hondo y
lo olí. Y entonces los recuerdos volvieron a fluir.

Había estado bebiendo. Oh, querido Señor, había estado bebiendo.


De hecho podría haber superado un récord personal anoche. Ni siquiera
quería pensar en cuánto vodka había en mi sistema. Una imagen de Guy
apareció en mi mente, ofreciéndose a llevarme a casa. Y luego… sí…
estaba Hunter. El maldito arrogante y útil Hunter.
Puse una mano sobre mis ojos. Había admitido que me lastimó. Dejé
194

escapar un gemido largo y bajo ante eso. Y pensar que tenía la ventaja.
Estúpida, estúpida ebria de mí.
Página
A medida que me ponía de pie, me quité los zapatos y desabroché
el abrigo, recordando haberle dicho que me quedaría su chaqueta como
castigo. Una de mis mejores noches, eso seguro. Agarré unas bragas
limpias y una camiseta sin mangas y me dirigí a la ducha. Me llevó casi
media hora sentir que había lavado toda la noche de mi cuerpo.

Al entrar en el pasillo, percibí el olor característico del café recién


preparado.
Oh, ese jodido bastardo.

—Buenos días, cariño —dijo, cruzando la puerta de la cocina con


dos tazas de café. Su cabello estaba mojado.

Miré hacia afuera y, al ver que no llovía, noté que mi ira volvía a
encenderse.
—¿Te duchaste aquí?
Se encogió de hombros y me ofreció una taza de café.
—No quería dejarte.

—¿Dejarme? —pregunté, aceptando el café—. Yo te dejé —le


recordé, recordando girar y dejarlo fuera del edificio.

—Sí —coincidió—. Y luego entré unos minutos más tarde para ver
cómo estabas porque no había luz en tu apartamento, y estabas dormida
contra tu puerta.

Maldita sea, por supuesto que sí. Porque la noche no había sido lo
suficientemente humillante sin ese pequeño bocado. También explicaba
por qué me había desmayado completamente vestida.
—¿Por qué estaba frente a la ventilación de la calefacción?
Él levantó una ceja, sonriendo levemente.
—Eso fue obra tuya. Te dejé en la cama.

—Genial. —Tomé un sorbo de mi café—. Bueno, ahora estoy


despierta. Puedes irte —le dije, pasando junto a él a mi cocina.

—Esos parecen recientes —dijo en su lugar, siguiéndome y


gesticulando hacia mi muslo.
195
Página
—Sí —concordé, yendo a mi refrigerador a por el helado de bayas
mezclado que había descubierto que era infinitamente mejor que las
sobras para llevar a la mañana siguiente—. Tuve un desliz.
—Lo estabas haciendo bien.
—Sí.

—¿Hasta qué? —preguntó y me encogí de hombros y me metí una


cucharada de helado en la boca—. Hasta que volví a aparecer —adivinó.
Miró hacia abajo en su café durante un largo minuto y estaba a punto de
hablar cuando sonaron dos golpes agudos en la puerta antes de que esta
se abriera.
—Fiona —llamó Isaiah, paseándose como si nada.
—¿Qué mierda? —preguntó Hunter, mirándonos a los dos.

—Oh —dijo Isaiah, mirando a Hunter por un segundo antes de


mirarme—. ¿Estaban… en medio de algo?
—Ew qué asco —arrugué mi nariz—. No se te permite jamás dar a
entender eso, amigo.

—Lo siento. Todavía soy nuevo en todo el rollo de las charlas sexuales
—comentó y se encogió de hombros, y supe que en realidad había
recorrido un largo camino desde que le dejé la revista pornográfica en
casa. Había aparecido una semana más tarde lleno de preguntas y yo
había endurecido mi estómago para responderlas. Eventualmente, lo
envié a una “amiga” mía para que empezara la experiencia práctica. Y
por “amiga” me refiero a una prostituta que pagué para enseñarle el
asunto. Un hecho que todavía no le había contado. Tal vez en un par de
años, lo encontraría gracioso—. Entonces… —dijo, mirando a Hunter—.
Estás de vuelta.
Hunter asintió.
—Estoy de vuelta.

—Aquí es donde se supone que soy un buen hermano mayor y te


digo que no rompas su corazón otra vez o yo…
—Romperás su cara —le dije.
196

—Cierto… te romperé la cara. Creo que ambos sabemos que eso no


va a suceder, pero ya sabes… no seas tan…
Página
—Cabrón —agregué.

—Esta vez —terminó Isaiah, entregándome una pila de papeles


atados—. No hay prisa con estas —dijo, mirando de nuevo a Hunter—.
¿Quieres que me quede o estás bien?

Lo consideré. Podría hacer que se quedara. Tal vez Hunter


eventualmente se daría por vencido de una vez con el asunto de hablar
conmigo con mi hermano alrededor. Especialmente dado que no tenía ni
idea de lo que había sucedido entre nosotros. Pero, una gran parte de mí
sabía que no podía disuadir a Hunter. Era un idiota terco cuando quería
serlo.
—No, estaré bien. Te llamaré sobre esto una vez que las haya leído.
—De acuerdo —dijo, asintiendo rígidamente a Hunter—. Te veo más
tarde, Fiona.

—Adiós —llamé, pero ya se había ido. Aún le faltaba pulirse un poco


en el departamento de modales.

—Fee… ¿qué demonios? —preguntó Hunter, volviéndose hacia mí


con una mirada incrédula. Ante mi frente levantada, suspiró—. Por favor,
Fee. ¿Puedes… dejar de odiarme por cinco minutos y hablar conmigo?

Tal vez fue el “por favor”. O tal vez fue solo el tono. Pero una parte de
la pared en mi interior se rompió.

—Bien —dije, yendo a mi sala de estar—. Fui y quedé en paz con mi


padre. Murió unas cuantas horas después. No —dije, levantando una mano
por costumbre cada vez que le contaba a la gente sobre mi padre—, no
digas que lo sientes. Sé que esto suena retorcido, pero me alegra que esté
muerto. Bueno, de todos modos. Volví a mi vieja casa y encontré mi vieja
biblia llena de cartas de mi madre…

—Eso es genial, nena —dijo, mirándome a medida que se apoyaba


contra la pared—. ¿Decían algo interesante?

—Mucho en realidad. Pero los aspectos más destacados fueron que:


ella había estado enamorada antes que mi padre, que mi hermano había
sido tan abusado como yo, aunque no lo vi, y que no todos los hombres
son malos. Pero en cuanto a eso último —añadí, mirándolo
intencionadamente—. Todavía está demostrando ser falso.
197

No voy a mentir, me dio un poco de placer ver su mueca de dolor.


Página
—¿Qué hay de ti y tu hermano?

—Vino mientras estaba en la casa. Lucía perdido. Le dejé una revista


obscena y le dije que se contactara conmigo cuando quisiera aprender
sobre el mundo real.
—Obviamente te tomó la palabra.

—Solo después que mi abuela murió —respondí, levantando la pila


de papeles—. Ella nos dejó su patrimonio. Isaiah necesitaba ayuda para
descifrarlo todo. Y luego, una vez que estuvo por aquí durante unos días,
comenzó a ver que sí quería este tipo de vida normal.

—Eres realmente increíble, Fee —dijo, sacudiendo la cabeza hacia


mí—. Ayudarlo así. Eso es realmente grandioso de tu parte. —Hizo una
pausa, mirando hacia el papeleo—. Es una gran cantidad de papeleo
para las propiedades de una pequeña anciana.

—Sí, bueno —comencé, sonriendo ante el papeleo que me decía


que nunca tendría que preocuparme por el dinero otra vez para toda mi
vida. Por dos vidas enteras. Cinco tal vez—. Abue era millonaria. Y nosotros
éramos sus parientes más cercanos.

—Es una gran noticia —dijo, pero sonaba triste. Ante mi frente
levantada, miró a sus pies—. Es solo que… desearía haber estado aquí
para ti. Para ver las cosas finalmente cayendo en su lugar para ti. Para
verte comenzar a sanar…

—Podrías haberlo estado —le recordé, sin preocuparme por la


amargura en mi voz.
Hunter se frotó la barbilla, respiró hondo, luego se acercó y se sentó
en el borde de la mesita de café frente a mí.
—¿Me vas a dejar decirte lo que realmente pasó? —preguntó.

—Soy toda oídos —contesté, no del todo creyendo que cualquier


cosa que pudiera decir podría compensar lo que hizo.

—En realidad, nunca te conté nada sobre mi pasado porque…


bueno, porque es un poco retorcido…
—Umm… —interrumpí, levantando una mano—. ¿Hola?
198

Él sonrió.
Página
—Sí, lo sé, nena. Pero tu pasado es retorcido por algo que te pasó. El
mío es retorcido por las cosas que he hecho.

—¿Qué has hecho? —pregunté, sin estar segura de que cualquier


cosa que dijera pudiera hacerme pensar que estaba tan jodido como yo.

—Mi padre, ja —comenzó, poniendo los ojos en blanco—, realmente


no hay una buena manera de decir esto. Es dueño de muchos negocios.
Pero la única forma en que financió esos negocios fue iniciando un
negocio de préstamo de dinero.

—¿Tu padre es un usurero? —pregunté, incapaz de evitar reírme de


la palabra.
—Lo sé —respondió y también rio—. Suena ridículo. Pero es verdad.

—Entonces, le gusta… ¿qué? ¿Romperles las rótulas a las personas


cuando no pueden pagarle?

—Solía hacerlo. —Hunter asintió y sentí una piedra en mi vientre,


comenzando a entender adónde iba todo esto—. Hasta que mis hermanos
y yo crecimos lo suficiente como para intervenir. Y al decir “intervenir”
quiero decir que nos encantó, Fee. Me encantó. De una manera enfermiza
y retorcida, nos enseñaron a amar hacer el trabajo.

Lo que hizo que su enojo con ese tipo en la calle aquella noche
tuviera muchísimo más sentido.

—De acuerdo. Entonces nuestros padres nos jodieron —dije,


encogiéndome de hombros. Sabiendo que él necesitaba que no me
horrorizara. Y en realidad no lo estaba. Los usureros eran necesarios en los
negocios clandestinos. Se necesitaban golpizas para evitar que las
personas incumplieran sus acuerdos. Todo tenía un sentido enfermizo.

—No puedes estar tan tranquila en cuanto a esto —dijo,


entrecerrando sus ojos hacia mí.

—Hunter —comencé, inclinándome hacia delante—. Crecí con un


hombre que me golpeó y me marcó. Realmente no creo que un poco de
violencia me sorprenda. —Fui a tender la mano, para tranquilizarlo, pero
luego recordé que se suponía que no debía hacer eso y dejé caer la mano
a mi lado—. Entonces, ¿eso es todo? ¿Tuviste que regresar porque no
querías contarme sobre tu pasado? Eso es un poco estúpido, Catorce.
199

—No, verás… no solo puedes dejar ese estilo de vida. Y solo me


Página

escapé un día. Intenté comenzar mi propia vida aquí. Pero el día después
de que te fuiste… uno de mis hermanos apareció y me arrastró de vuelta.
Mi padre no estaba… contento. Recibí una buena y sólida paliza de mis
hermanos. Y luego recibí una visita de mi padre al día siguiente. Me dijo
que si quería salirme, debía haber acudido primero a él. Pero no me
permitirían regresar hasta que estuviera allí por un tiempo. Tenía que
enseñar mi cara destrozada, ocuparme de mi negocio, mostrar a todos
que mi padre me dejaba ir… que no lo estaba desafiando.

Me quedé sentada en silencio durante un largo tiempo después que


él dejó de hablar, sin saber si iba a aceptar eso. Es cierto, parecía
completamente fabricado y poco probable. Pero, por otro lado, así
también sonaba mi propio pasado.

—Así que en… tres meses —le dije, haciendo que su cara se levante
hacia la mía—, ¿no tuviste acceso a un teléfono? —pregunté, mis ojos
clavados en los suyos, suplicando algún tipo de explicación en la que
pudiera creer.

Extendió la mano, colocando una mano sobre mi rodilla y no lo


aparté.
—¿Habrías respondido?

—Tienes razón —sonreí, pensando en cuán placentero habría sido


colgarle.

Su mano estaba empezando a rozar de ida y vuelta sobre la piel de


mi muslo, recordándole a mi cuerpo cuánto la echaba de menos. A él. Ser
tocada. Todo.

—Entonces… —dijo y supe cuán vulnerable se sentía, como me sentí


cuando le conté mi historia.

—Entonces —dije, mirando su mano, sintiendo que mi pecho se


tensaba con mi deseo—. Me temo que voy a necesitar pruebas.
—¿Pruebas de qué? —preguntó, mirándome.
—Pruebas de tu historia —aclaré.

—¿Cómo diablos se supone que voy a hacer eso? —preguntó, su


mano moviéndose más arriba en mi muslo y pude ver que sus ojos se
volvían más pesados.
200

—Vas a llevarme a conocer a esta familia tuya —decidí y sus ojos se


Página

abrieron de par en par.


—¿Qué? Fee… no.

—Me temo que es un factor decisivo —le dije, poniéndome de pie—.


Pero primero —añadí, agarrando la parte inferior de mi camiseta y
sacándola por encima de mi cabeza. Vi sus ojos automáticamente subir
hacia mis pechos, pero deteniéndose en seco.

—Te hiciste el tatuaje —comentó, extendiendo la mano para tocar la


intrincada tinta negra debajo de mis pechos. Tenía razón. Las cicatrices
habían desaparecido por completo—. Ojalá pudiera haberlo hecho —
comentó, pasando sus manos sobre el diseño que era exactamente el
mismo que él había dibujado—. Pero salió realmente genial, nena. —Sus
manos se deslizaron por mis costillas y aterrizaron en mis caderas por un
momento antes de bajar mis bragas, dejándolas caer al suelo, antes de
atraerme hacia delante y plantar un beso justo encima de las cicatrices
allí—. Dios, te extrañé —dijo con una especie de ferocidad silenciosa que
casi me hizo tambalear.

Mi mano fue a su cabello, acariciándolo y cayendo hacia la parte


posterior de su cuello y permitiéndome decir algo que me prometí a mí
misma que nunca le diría.
—También te extrañé.

Sentí su cálido aliento sobre mi calor y antes de que pudiera


procesar lo que estaba haciendo, sus manos estaban separando mis
muslos y sentí que su lengua encontraba mi sensible clítoris. Mis manos se
cerraron sobre sus hombros, tratando de mantenerme en pie.
—Sabes tan bien —dijo antes de volver a su tortuosa exploración.
—Hunter —gemí, alcanzando su espalda para comenzar a jalar su
camisa hacia arriba.

Se apartó, plantando una línea de besos en mi vientre, entre mis


pechos, tomando mi pezón en su boca y haciéndome gritar cuando
hundió sus dientes en él. Se puso de pie lentamente, quitándose la camisa
y mis manos buscaron su cremallera, tirando de sus pantalones
desesperadamente. Había pasado tanto tiempo. Demasiado, y mi cuerpo
apenas había probado lo que quería antes de que él se fuera. Lo
necesitaba. En ese mismo momento. Ahí.
201

Mi mano se acercó a su pene, acariciándolo hasta que gruñó en lo


profundo de su garganta, alcanzándome.
Página
—Ponte sobre tus manos y rodillas —me dijo y rápidamente me
incliné al piso. Lo vi agacharse hacia sus pantalones en busca de su
billetera, escuché el crujido del envoltorio del condón, y luego lo sentí
moverse detrás de mí. Sus manos se dirigieron a mis caderas por un
momento y sentí su polla presionada contra mi trasero. Él se inclinó hacia
delante, apartando mi cabello de mi cuello para que así pudiera ver mi
tatuaje. Retorció mi cabello en su puño y lo jaló ligeramente de modo que
me arqueé.

—Dime cuánto has pensado en mí —gruñó, una de sus manos


deslizándose entre nosotros y haciendo que su polla se deslice entre mis
pliegues resbaladizos.

—Cada día. Cada momento —admití—. Sin importar lo mucho que


lo intentara, no podía evitarlo.

—También pensé en ti —dijo y sentí su polla deslizarse hacia atrás y


presionar contra la abertura—. Y, maldición, cómo te quería de nuevo. Me
gusta esto.

Jesucristo. Lo necesitaba dentro de mí hace cinco minutos. Me


estaba matando.

—También te quería otra vez. —Más que cualquier cosa que hubiera
deseado antes.

—¿Te gusta esto? —preguntó, lanzándose hacia delante y


enterrándose profundamente dentro de mí.
—Demonios —grité, mi mano estampándose en el suelo—. Sí.
Su mano tiró de mi cabello con más fuerza a medida que
comenzaba a empujar hacia mí salvajemente. Sin ritmo particular, cosa
que a mi cuerpo no le importó. Solo lo necesitaba. La plenitud en mi
interior. La fricción. Mi orgasmo se estaba construyendo rápidamente,
apretando alrededor de su pene con cada empuje.

—Estás jodidamente apretada —dijo en voz baja, azotándome el


trasero una vez.

—No pares —supliqué, presionando mis muslos más cerca,


intentando empujar mi cuerpo más cerca del clímax, intentando sentirlo
202

tan plenamente como podía.

Empujó más fuerte, cada embestida enviando mi cuerpo


Página

ligeramente hacia delante a través del piso.


—Córrete para mí, Fee —dijo, sonando cerca de su liberación—.
Quiero sentir que ese coño tuyo me agarra la polla con fuerza.

Santo infierno. Intenté tomar aliento pero mi orgasmo se estrelló


contra mí con todas sus fuerzas, haciendo que mi aliento saliera en un grito
estrangulado.

—Mierda, nena, sí —siseó, soltando mi cabello y agarrando mis


caderas, estrellándome contra él mientras empujaba hacia delante.
Escuché su aliento y su polla entró completamente, contrayéndose
ligeramente a medida que se adentraba aún más profundo en mí.

Mis piernas estaban débiles y tambaleantes por el orgasmo


inesperadamente intenso, y comencé a deslizarme lentamente hacia el
piso. Hunter envolvió sus brazos alrededor de mi cintura, empujándome
hacia arriba y contra su pecho.

Miré hacia sus brazos y sentí que mi corazón caía un poco. Había
pasado horas estudiando sus tatuajes. Una cresta familiar en su hombro,
una cita de Dante en el interior de su brazo derecho… docenas de ellas
con las que estaba tan familiarizada como mi propia piel. Pero había un
nuevo tatuaje en el interior de su muñeca izquierda, corriendo
directamente sobre la vena que sube por el brazo. De casi seis centímetros
de largo y ya se estaba curando.

Una antigua llave con una filigrana muy familiar y un corazón en la


parte superior de la llave donde cabría una cadena.
—Hunter… —dije, sin saber qué decir. Qué preguntar.
Miró por encima de mi hombro, besando mi cuello cuando lo hizo.
—¿Sí?
—¿Qué es esto? —pregunté, mis dedos trazando la llave.
—Parece el tatuaje de una llave —contestó.

—Parece el tatuaje de una llave que coincide con el tatuaje de mi


cerradura —le dije.

—Mmmhmm —dijo, apoyando su cara contra la mía—. Creo que


ambos sabemos que soy el único que tendrá la llave.
203

—Eso es un poco… presuntuoso —le dije, no del todo lista para


decirlo. Para nada segura si alguna vez estaría lista para hacerlo.
Página
Afortunadamente, él me salvó de tener que hacerlo primero.

—Te amo, Fee —dijo simplemente—. Creo que te amé desde la


mañana en que entraste y robaste todos mis martillos. Creo que solo te he
amado más cada día desde entonces.

Sentí una sensación extraña en mi interior, comenzando en mi


estómago y moviéndose hacia mi pecho. Algo que se sentía como
opresión y ligereza al mismo tiempo. Algo que se sentía extraño y familiar.
Como si fuera algo que hubiera estado esperando toda mi vida.

Espero algún día, cariño, que conozcas el toque de un hombre que


te ama. Rezo para que sepas lo maravilloso que es eso. Qué raro y
hermoso. Qué piadoso. Incluso si no está dentro de la unión del
matrimonio. No está mal. Nada es más correcto que eso.

Puse mis brazos sobre los suyos por encima de mi estómago,


apretando todo lo que me permitía la posición incómoda.

—También te amo, Hunter —admití, cerrando los ojos frente a la


avalancha de sentimientos—. Incluso si robaste mi cactus.
204
Página
Veintitrés

—¿E stás segura que quieres hacer esto? —me


preguntó por cuarta vez desde que salimos a la
carretera. Ya estábamos varias horas fuera de la
ciudad y miraba por la ventana viendo cómo
las hojas nuevas comenzaban a brotar de los brotes en los árboles.

—Sí —dije simplemente. Había estado planeando conocer a su


familia desde el día en que me habló de ellos. Al principio, porque quería
validar su historia. Pero a medida que pasaba el tiempo, era pura
curiosidad. Quería conocerlos: esta gente que hizo de Hunter quien era.

Maravilloso. Perfecto. Y, también… ¿quién no quería conocer a un


jodido usurero de la vida real? Eso sonaba explosivo.

Habíamos esperado a que pasara el invierno. Pasando nuestros días


y noches acurrucados en la cama, abrigándonos mutuamente.
Disfrutando de la maravillosa sensación acogedora que era el nuevo amor.
Pero la primavera estaba en marcha y no había más excusas que pudiera
decirme y que aceptara.

Pasé horas agonizando con mi guardarropa mientras Hunter insistía


en que cuanto más (de mí) se viera, más le gustaría a su familia y
especialmente a su madre. Así que había arrojado un montón de mini
faldas, camisetas, tops escotados y tacones en una bolsa y di por
finalizado el día. Me había puesto una minifalda de color melocotón con
una blusa transparente sobre un top de rayas verticales azules y blancas,
con tacones color piel para la reunión.

Hunter había asentido en mi dirección, me quitó las bolsas de la


mano, me levantó la falda, me empujó contra la pared y me folló por
205

detrás hasta que me temblaron las piernas. Luego, bajamos las escaleras
casualmente y subimos a su auto.
Página
—Está bien —dijo Hunter, entrando en el estacionamiento de un bar
y apagando el motor. Observé las motos estacionadas en el frente,
cromadas y negras, sugiriendo un tipo particular de clientela. Me senté allí
por un segundo luchando contra la imagen de Hunter en cuero de los pies
a la cabeza.
—¿Qué es tan gracioso? —preguntó, mirándome.

—Bueno… —empecé, mordiéndome el labio para no reírme—.


¿Tienes algunos pantalones de cuero que no conozca?

—Oh, cállate —contestó, saliendo del auto y caminando para


encontrarme—. ¿Estás segura de esto? Podríamos dar media vuelta y
regresar ahora mismo —dijo, tomando mi mano y jalándola para besarla.
—Llévame con tu madre —dije en cambio, él asintió y me empujó
por la puerta. El interior no era lo que esperaba, elegante y sofisticado.
Varios estereotipos de motociclistas se sentaban en el bar y se paraban
alrededor de la mesa de billar a la derecha. Hacia el fondo de la sala
había un grupo de hombres altos y de cabello oscuro que eran,
inconfundiblemente, los otros cuatro hermanos de Hunter.

—¡Hunt! —llamó uno de ellos y el resto se volvió, con cuatro pares de


ojos azules sobre mí casi retrocedí un paso. Casi.

La mano de Hunter se dirigió hacia mi espalda baja, firme y estable.


Volteé mi cabeza hacia él y él me sonrió.
—Directos a la sartén —dijo, asintiendo más allá de sus hermanos.

—Al fuego —susurré en respuesta, viendo a sus padres romper el


grupo y caminar hacia nosotros.

—Mamá, papá —dijo, inclinándose hacia delante para besar la


mejilla de su madre—. Esta es Fiona. Fee, estos son mis padres: Charlie y
Helen.

Me miraron durante un largo minuto, su padre un vislumbre de cómo


sería Hunter en veinte años y su madre una mujer preciosa, aunque
intimidante, con sus tacones de aguja de diez centímetros y sus ajustados
jeans negros.
El silencio se extendió y miré de los padres a los hermanos.
206
Página
—Entonces —dije, rompiendo el silencio imposible—. Si no pago la
cuenta esta noche… —Veo la sonrisa de complicidad en la cara de Hunter
mientras hablo—. ¿Cuál de ellos me va a romper las rodillas?

El padre de Hunter fue el primero en reírse, estirándose y


abrazándome.

—Me gusta esta —le gritó por encima de su hombro a Hunter


mientras me acercaba a los demás chicos Mallick—. Muy bien, este es
Ryan, Shane, Eli y Mark. Chicos —dijo, apretando su brazo alrededor de mis
hombros—. Esta es la nueva chica de Hunt. Va a ser el primero de ustedes
cabezas huecas en conseguirme un nieto.
—Papá —advirtió Hunter.
—Yo me encargo, Hunter —le devolví, sonriendo a su padre.

Tal vez nunca antes había pensado en la maternidad. Siempre


pareció un objetivo imposible. Viendo que para quedar embarazada
generalmente significaba que tenía que desnudarme con alguien y antes
de Hunter, eso ni siquiera era una opción. Pero no mentiré, lo he estado
pensando un poco últimamente. Tal vez podrías culpar a las cartas de mi
madre. A finalmente sentir esa conexión con ella sin la amenaza de que mi
padre lo descubriera. Me gustaría la posibilidad de sacar eso adelante. De
romper el ciclo. De criar a mis hijos en seguridad, comodidad y calidez. Y
amor. Oh, el amor. Especialmente con alguien tan generoso y bueno
como Hunter.

—Dale unos años —dije cerca de la oreja de su padre y él rio entre


dientes, asintiendo hacia mí.
—Necesitan la fase de luna de miel. Lo entiendo. Cuando conocí a
esa mujer —dijo, mirando a su esposa con una mirada de asombro y
orgullo. Incluso después de todo su tiempo juntos—. No la tuve fuera del
alcance de mi mano durante cinco años hasta que tuvimos a Ryan.
Los hermanos gimieron, poniendo los ojos en blanco, y yo me reí.

—Entonces —comencé, volteándome a todos los clones de Hunter—


. ¿Cuál de ustedes es Shane? —pregunté y observé mientras todos
inclinaban sus cabezas hacia el más grande de ellos.
207

—¿Qué hay, Fiona? —preguntó, inclinando su cabeza hacia mí.

Miré de vuelta al padre de Hunter, luego salí de su brazo, cerrando


Página

los pocos pasos entre nosotros, y abofeteé a Shane tan fuerte como mi
mucho más pequeño cuerpo permitiría cruzarle la cara. Los ojos de los
otros hermanos se abrieron de par en par, luego se rieron al igual que
Charlie.
—Ni siquiera actúes como si no lo hubieras visto venir —dije.

Levantó la mano, frotándose la piel de su mejilla que se había vuelto


de un tono rojo satisfactoriamente.
—Sí, supongo que me lo merecía.

—Maldita sea, claro que sí —concordé, sin dar un paso atrás,


aunque tuve que inclinar la cabeza para hablar con él—. Y si alguna vez
sientes que alguna estúpida rivalidad entre hermanos te da derecho a
jugar a ser Dios con su vida, nuestra vida… entonces ten por seguro que
vas a responder ante mí.

—Es mejor que la escuches —dijo Helen, acercándose a mi otro


lado—. Escuché que es bastante despiadada con los cuchillos.

Mis ojos se dirigieron a los de Hunter, que se veían tan culpables


como lo era.
—Lo siento, Dieciséis —dijo, frotándose la parte posterior de su cuello.
—Entonces, Fiona —interrumpió Ryan—. ¿En qué trabajas?

Me sentí sonriendo y Hunter levantó sus manos como si me dejara


saber que no se lo había dicho a nadie. Bien. Guardándose ese detalle
jugoso para que yo lo comparta.
—Soy propietaria de un pequeño negocio —dije evasivamente.
—¿Qué negocio? —preguntó su padre, con aspecto curioso, como
un hombre de negocios.

—Sexo telefónico —dije de manera práctica y uno de los hermanos,


Eli, que había estado bebiendo una cerveza, se atragantó—. Y digamos…
suministros para ciertos fetichistas.
—¿Qué clase de fetichistas? —preguntó Shane, sonriendo.
—Los huele bragas.
Helen fue la primera en reír.
208
Página
—Oh, Fiona —dijo, envolviendo su brazo con el mío—. Creo que tú y
yo nos llevaremos muy bien. ¿Por qué no damos un pequeño paseo?
Alejarnos de todos estos hombres por un rato…

—Suena bien —respondí, dejándola que me llevara, salimos por la


puerta lateral y entramos al estacionamiento trasero donde había algunas
viejas mesas de picnic.
—Entonces, Fiona —dijo, soltando mi brazo.

—¿Es esta la parte en la que me preguntas mis intenciones hacia tu


hijo? —pregunté, subiéndome a la parte superior de la mesa de picnic—.
Solo sería apropiado. Mi hermano intentó hacer justamente lo mismo.

—En realidad, no —dijo, sentándose a mi lado—. Tengo más


curiosidad en saber por qué estás aquí.

—¿Para… conocerlos a todos? —respondí, girando mi cabeza para


mirarla.

—De acuerdo —asintió, mirando hacia el bar—. ¿Pero por qué? Estoy
segura que Hunt te dijo de lo que estaba huyendo… lo que sucedió
cuando Shane lo trajo de vuelta.
—Sí —accedí—. ¿Hunter te habló de mi familia?

—Sí, cariño —dijo y luché contra el impulso de decirle que no se


compadeciera de mí—. Bueno… quizás ustedes no sean perfectos, pero
creo que todos ustedes realmente se preocupan el uno por el otro. Yo
solo… no sé. Quería que él se mantenga en contacto con ustedes. Y
quería conocerlos yo misma.

—¿Por alguna razón en particular? —preguntó y tuve la sensación de


que sabía a qué me refería.
Aunque eso era imposible.
—Sí —contesté, sonriéndole—. Solo necesitaba asegurarme primero.
—Entonces, ¿pasamos la prueba?
—Hasta ahora, muy bien —concedí.
—¿Cuál es el plan desde aquí? —preguntó ella.
209
Página
—¿Este es tu lugar? —pregunté mientras subíamos las empinadas
escaleras que estaban al costado de un edificio.

Cualquiera abajo podía ver en mi falda. Intenté no enfocarme


demasiado en ese hecho a medida que mis tacones seguían atorándose
en las rejillas.
—Sí —contestó, abriendo la puerta y encendiendo la luz.

—Es muy… tú —le dije, mirando alrededor. Si las cosas funcionaban


como lo planeé, estaríamos pasando bastante tiempo aquí.

—Estás… distraída —dijo Hunter, dejando caer mi equipaje junto a las


estanterías—. ¿Todo bien? Podemos irnos si eso quieres.

—En realidad, no —contesté, volviéndome hacia él—. Quiero hablar


contigo sobre algo.
—Está bien —dijo, luciendo aterrorizado—. ¿Qué pasa, Fee?

Caminé hacia su mesa y me senté, descansando mis brazos en la


parte superior.
—Tengo una idea.

—Escúpelo, nena. Me estás matando —dijo, apoyando sus manos en


el respaldo de la silla frente a mí.

—Bueno, primero. Déjame preguntarte algo. ¿Por qué estás en la


ciudad?

—Esa es una pregunta estúpida —dijo, poniendo sus ojos en


blanco—. Por ti.
—¿No hay otra razón?
—No.
—De acuerdo. Entonces si… ya no quisiera vivir en la ciudad…
—Podemos ir a cualquier lugar al que quieras ir, cariño.

—Bien —dije, mirando su apartamento. Pronto será nuestro


apartamento—. Quiero mudarme aquí.

—¿Qué? —preguntó, mirándome como si acabara de decir la cosa


210

más ridícula que hubiera escuchado jamás.


Página
—Quiero mudarme aquí. Quiero dejar la ciudad y venir aquí. Estar
con tu familia. Puedes abrir una tienda de tatuajes. Puedo abrir… algo
para mantenerme ocupada.
—¿Estás loca? —preguntó, riendo sin humor y sentándose.

—Tal vez —sonreí, encogiéndome de hombros—. Mira, Hunter… no


me queda mucha familia. Aquí tienes a esta gran cantidad de personas
que te quieren y quieren que te vaya bien…
—Fee, ¿has olvidado que golpean a la gente para ganarse la vida?

—Vendo mi ropa interior sucia por dinero que no necesito —me reí—.
Ninguno de nosotros somos santos, Hunter.

Una parte de mí esperaba que aprovechara la oportunidad. Ahora


que no tenía que trabajar con ellos, pensé que querría estar cerca de ellos
en su capacidad más independiente. Y, sin embargo, estaba actuando
como si le hubiera sugerido que nos fuéramos a vivir a mi antiguo hogar de
infancia.

—¿Realmente has pensado en esto? —preguntó después de unos


minutos.

—Sí —contesté, levantándome y envolviendo mis brazos alrededor


de él—. También hablé con tu mamá sobre esto.
—¿Qué? —preguntó, sus cejas se fruncieron.

—Bueno, necesitaba resolver algunas cosas logísticamente.


Conservarás una participación del treinta por ciento en la licorería. Y tu
tienda de tatuajes será completamente tuya. Ellos no tendrán ninguna
parte en eso. Podemos vivir aquí por un tiempo —le dije, gesticulando
hacia el apartamento—. Hasta que decidamos algo más… como una
casa.

—Una casa, ¿eh? —preguntó, envolviendo sus brazos alrededor de


mi culo—. ¿Tienes ganas de anidar, Dieciséis?
—De alguna manera le prometí a tu padre un nieto.

—Oh, ¿lo hiciste verdad? —Hunter sonrió, inclinándose para plantar


un beso en mis labios.

—Mmmhmm —murmuré, descansando mi cara contra su pecho—.


211

Le dije que nos diera un par de años.


Página
—Buen plan —dijo, apretando mi culo—. Pero sabes…
—¿Hmm?

—En realidad deberíamos practicar hacer uno. Así cuando estemos


listos, lo haremos bien.
Sonreí, inclinando mi cabeza hacia él.
—Eso es probablemente lo mejor.

—Te amo, Fee —añadió, y mis entrañas dieron un pequeño vuelco.


Esperaba nunca acostumbrarme a escuchar eso.
—También te amo, Hunter.
212
Página
Epílogo

ntré al bar Chaz’s con un brazo lleno de comida para llevar y

E una bolsa de bebé llena en la otra. Todos los hombres Mallick


se congregaban formando un círculo en el suelo alrededor de
una niña de dos años con cabello negro y ojos verdes. Su cabello estaba
trenzado por la espalda a pesar de que lo había tenido suelto cuando la
dejé. Me pregunté cuál de los enormes y corpulentos hombres había
trenzado su delicado cabello de bebé para que quedara tan perfecto.

Becca se sentaba en el centro de su pequeño círculo en su vestido


rosa brillante con su pequeño juego de té de plástico a su alrededor. Tenía
a todos los hombres Mallick comiendo de la palma de su mano regordeta
y lo sabía.

—¡Mamá! —gritó, levantándose del suelo y corriendo hacia mí,


cayendo hacia delante y haciendo que los cinco hombres gritaran y se
abalanzaran para tratar de frenar su caída.

—Está bien —dije, negando con la cabeza—. No pueden protegerla


de cada rasguño y magulladura.

—¡Demonios, claro que podemos! —insistió Shane, levantándola del


suelo y dando un golpecito juguetón en su nariz.

—Ayúdame aquí, Helen —dije, mirándola a medida que se


acercaba, sacudiendo la cabeza.

—Chica, ya déjalo. Es la primera chica Mallick en cinco


generaciones. Va a ser una mimada consentida.

—Uno de ustedes tiene que encontrarse a una chica —les dije,


intercambiando la comida por mi hija con Shane—. Y hacer algunos bebés
213

nuevos para que esta familia adule.


Página

—Oye, ya tiene dos años —dijo el padre de Hunter, asintiendo hacia


mí—. Creo que es hora de que ella tenga un hermanito o hermanita.
Me reí, frotando una mancha de helado púrpura de su mejilla.
Alguien le había dado dulces antes de la cena. De nuevo. En serio no se
podía dialogar con ellos.
—¿Papi? —preguntó ella.

—Viene del trabajo —contesté, bajándola y palmeando su trasero


suavemente mientras se alejaba hacia el más cercano de sus tíos.

Me quedé atrás y vi a mi nueva familia pululando alrededor, Helen


sacando la comida de las bolsas para llevar y apilándola sobre la mesa.
Shane y Eli estaban agarrando unas cervezas. Mark estaba hablando con
su padre. Y Ryan estaba lanzando a Becca en el aire sobre su cabeza,
haciéndola chillar y reír.
Era difícil de creer que hace poco más de tres años, vivía en la
ciudad, sola. Temiendo acercarme demasiado a alguien. Todavía
completamente consumida por mi pasado. Cortando mi piel.
Embriagándome todas las noches. Y eso estaba bien. En ese momento,
parecía lo mejor que podía obtener. Y, viniendo de donde vine, era
bastante bueno.

A veces es una locura cuánto pueden cambiar las cosas cuando


una sola cosa cambia. Hunter.
Hunter entró en mi vida y cambió todo.

Como si lo hubiera llamado, entró por la puerta, se acercó a mi lado


y me rodeó la cintura con un brazo. Nos quedamos allí en silencio mucho
tiempo, mirando a todos.
Hace poco más de tres años, Hunter estaba huyendo de esta gente.
Y sin embargo, aquí estábamos: todos juntos. Una familia grande, feliz, loca
y disfuncional de usureros, operadores sexuales telefónicos y artistas del
tatuaje.

—¡Papi! —gritó Becca, tratando de soltarse de los brazos de Ryan y él


tratando de alcanzarla cuando ella comenzó a caerse. Esa era mi hija,
completamente despreocupada con el peligro y las consecuencias.

A mi lado, Hunter se agachó y la agarró, apoyándola en su cadera y


recostándose contra mí.
214

—Es curioso cómo cambian las cosas, ¿no? —le pregunté,


recostando mi cabeza en su hombro.
Página
¿Quién habría pensado que la jodida Fiona Meyers tendría una
familia, un marido y un bebé perfecto? Todos esos años creyéndome inútil,
rota… todos esos años castigándome por cosas que habían estado fuera
de mi control. Todos esos años de dolor y miseria tan jodidamente
profundos que podía nadar en ello. Todo eso de alguna manera me había
llevado a esto.

Todavía tenía mi negocio de sexo telefónico. Pero ya no era yo la


que recibía las llamadas. No, tenía una oficina en la ciudad con cubículos
pequeños y contraté a otras mujeres que necesitaban un empuje en la
vida. Las entrené. Les ofrecí los trucos del oficio. Les pagué bien. Las ayudé
a levantarse porque hubiera sido bueno haber tenido esa ayuda cuando
estuve luchando en las calles. Cuando no tenía adónde ir. Tal vez no era el
tipo de servicio comunitario que la Biblia y la iglesia sugieren que
deberíamos hacer para ayudar a nuestros vecinos, pero estaba
funcionando bien. Me estaba retribuyendo por todas las cosas increíbles
que había conseguido en mi vida.

Hunter trabajaba en su tienda de tatuajes, se mantenía ocupado


con todo el tráfico de motociclistas y sus propios hermanos, así como
también de una clientela propia. Estaba feliz allí, con su pequeña pistola
de tatuajes zumbando en sus manos. Tenía un fin de semana al mes de
tatuajes gratis para cubrir cicatrices. Era un tributo para mí y el tatuaje que
me había dado para ocultar el “malvada” con el que había estado
viviendo durante catorce años. Pasamos horas interminables mirando
imágenes en línea, intentando encontrar la cobertura correcta.
Finalmente, nos decidimos por un diseño floral y una enredadera que
envolvía mi cuerpo, bajando hacia mi entrepierna y luego hacia mis
huesos de la cadera y alrededor de mi espalda baja. Como unas bragas.
Como ropa interior súper elegante.
Pensé que tenía una especie de ironía divertida.
—Quiero ver a abue —se quejó Becca y Hunter la dejó en el suelo.

La vi alejarse. Nuestro pequeño conejito energizante. Siempre a la


carrera.
—Oye, Catorce —dije, envolviendo mis brazos alrededor de él.

—Sí, ¿Dieciséis? —dijo, enterrando su cara en el cabello a nivel de mi


215

cuello. Éramos buenos en esto. Éramos tan buenos amándonos que me


enfermaba. Incluso después de años. Incluso después de un bebé que
Página
absorbía toda nuestra energía. Incluso con el profundo cansancio sobre
nosotros, nos amábamos tanto que era casi doloroso.

—¿Sabes esa habitación libre que tenemos? —comencé, sonriendo


porque él no podía verme.
—¿Sí?
—Creo que es hora de conseguirle algunos muebles nuevos.
—Está bien… —dijo, sonando confundido.

—Sí —continué, retrocediendo un poco para poder mirarlo a la


cara—. Tienes aproximadamente… ocho meses más para construir una
buena habitación infantil.

Él me miró sin comprender por un momento antes de romper en una


enorme y boba sonrisa.
—¿Ah, sí?

—Sí —le devolví la sonrisa. Lo había sabido la mañana siguiente.


Como lo hice con Becca. La mañana siguiente vino con una oleada de
náuseas que solo podía ser explicada por una condición médica. Esperé
para decirle, solo para estar segura. Por si acaso. Pero cinco semanas
después, no había forma de negarlo. Iba a ser una gran embarazada
gorda otra vez.

Hunter se inclinó hacia delante y me besó hasta que mis dedos


hormiguearon, luego me apretó fuerte, levantándome de mis pies.
—Eso es genial, Fee. Eres increíble.
—Papi está besando a mami —declaró Becca, su voz de bebé
aguda alzándose y haciendo que todos se vuelvan a mirar.

—Maldición, así se hace. —Charlie asintió, plantando un beso en la


mejilla de Helen.
—Abue dijo maldición —gritó Becca y todos rieron.

Realmente era demasiado pedir en esta familia tener un niño que no


repitiera malas palabras. Si podía mantener la palabra “mierda” fuera de
su boca hasta que tuviera al menos catorce años, sería un milagro.
216

—Creo que mami y papi tienen algo que quieren decirnos a todos —
anunció Helen, mirándome con ojos sabios. La mujer era francamente
Página

extraña con la forma en que sabía cosas a veces. Tal vez solo era porque
ella misma había estado embarazada cinco veces. Tal vez se dio cuenta
de lo verde que me veía algunas mañanas. Sobre cómo mis fosas nasales
se dilataban muy ligeramente con algunos olores. Ella era el tipo de
persona que entendería cosas pequeñas como esa.
—¿Ah, sí? —preguntó Charlie, sonriendo—. ¿Grandes noticias?
Miré a Hunter y él me dio un codazo.
—Tú diles —susurró.
—Estoy embarazada —dije en voz alta.

Hubo un breve silencio antes de que comenzaran los gritos,


haciendo que Becca saltara y aplaudiera ante la conmoción, sin saber de
qué se trataba, pero emocionada de todos modos.

—¿Ves? —preguntó Charlie, abofeteando a Ryan lo suficientemente


duro en la nuca para hacerlo tropezar dos pasos hacia delante—. Nietos —
gritó. Se acercó a nosotros, el hombre más aterrador e intimidante de
cinco estados, con una gran sonrisa feliz en su rostro a medida que me
sacaba de los brazos de su hijo y me envolvía en un abrazo de oso,
dándome vueltas.

—Cariño —llamó Helen, acercándose y poniendo una mano en su


hombro—. Va a vomitar sobre ti si sigues haciendo eso.

—Tonterías —declaró, pero me puso de pie—. Tuviste cuatro hijos y


nunca enfermaste ni una vez. Oh —dijo, sonriendo con cariño a Becca—.
Tal vez eso significa que conseguiremos a otra pequeña.

En silencio, estuve de acuerdo con él. Pensé que era otra niña. Pero,
quiero decir, nunca se puede saber realmente. No hasta un par de meses
más de todos modos.

—Mis hijas jamás serán capaces de tener una cita, ¿verdad? —


pregunté, mirando a todos los hombres que tendrían en sus vidas para
amarlas y protegerlas y sintiéndome tan increíblemente agradecida que
me dolía el corazón. Mis hijas tendrían mucho más que yo. Nunca
crecerían pensando que los hombres eran como ríos enfurecidos. Nunca
tendrían que preocuparse por mantener la cabeza fuera del agua.
—Demonios, no —dijo Shane, frunciendo el ceño con disgusto—.
217

Nadie sería digno.


Página
—Eso es probablemente cierto —convino Hunter, acercándose
detrás de mí y poniendo sus manos sobre mi vientre.

Estaba bien. Esta era la vida que mi madre había querido para mí.
Un hombre bueno. En realidad, siete hombres buenos a mi alrededor. El
toque de alguien que me amaba. Raro y hermoso y piadoso. Y mi hija
perfecta, mis futuros hijos perfectos. Una oportunidad de romper el ciclo.
Una oportunidad de felicidad
—Te amo, Fee —dijo Hunter contra mi oreja.

—También te amo —le dije, poniendo mis manos sobre las suyas—.
Incluso aunque robaste mi cactus. —Y se rio, apretándome más fuerte con
nuestra pequeña broma interna.

FIN
218
Página
Próximo Libro

Perdí mi virginidad cuando tenía


veinticinco con una prostituta contratada por
mi hermana porque se sentía mal por mí. Eso fue
hace seis años y probablemente sea lo menos
escandaloso sobre mi vida.

Es decir, hasta que conocí a Darcy


Monroe, y la palabra “escandaloso” tomó un
significado completamente nuevo…

Seis años después de escapar de su crianza recluida, abusiva y


fundamentalmente religiosa, Isaiah se encuentra lidiando con los demonios
de su pasado, separado de la sociedad en su conjunto, y completamente
incapaz de conectar, o confiar, con las mujeres. Se dedica al deporte
constante y sin sentido del sexo con mujeres, intentando entumecer el
sentimiento de insuficiencia en su interior.
Entonces pone la mira en su nueva vecina…

Darcy es fuerte, capaz, franca y de ninguna manera va a soportar a


algún idiota viviendo al lado que decidió hacer un juego el intentar llevarla
a la cama.

Pero Isaiah es implacable. Y Darcy se encuentra indecisa entre


dejarlo ganar y rendirse a su propio deseo.

Justo cuando comienzan a ser más cercanos, se dan cuenta que


hay algo más siniestro en marcha y se verán obligados a enfrentar
sentimientos de traición que pondrán sus vidas en una inesperada
dirección.

Scars #2
219
Página
Sobre la autora

Jessica Gadziala es una escritora a tiempo completo, entusiasta de


las charlas repetitivas, y bebedora de café de Nueva Jersey. Disfruta de
paseos cortos a las librerías, las canciones tristes y el clima frío.

Es una gran creyente en los fuertes personajes secundarios difíciles, y


las mujeres de armas a tomar.

Está muy activa en Goodreads, Facebook, así como en sus grupos


personales en esos sitios. Únete. Es amable.
La puedes encontrar en:
Facebook: https: //www.facebook.com/Jessica-Gadz ...
Twitter: https://twitter.com/JessicaGadziala
Su grupo GR: https://www.goodreads.com/group/show/...
220
Página
Créditos

Moderadora
LizC

Traductoras
Flochi
LizC

Corrección, recopilación y revisión


LizC

Diseño
JanLove
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Página
Página 222

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