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Índice
Sinopsis Capítulo 14
Capítulo 1 Capítulo 15
Capítulo 2 Capítulo 16
Capítulo 3 Capítulo 17
Capítulo 4 Capítulo 18
Capítulo 5 Capítulo 19
Capítulo 6 Capítulo 20
Capítulo 7 Capítulo 21
Capítulo 8 Capítulo 22
Capítulo 9 Capítulo 23
Capítulo 10 Epílogo
Capítulo 11 Siguiente libro
Capítulo 12 Sobre el autor
Capítulo 13 Créditos
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Sinopsis
Scars #1
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Uno
—O
h, sí cariño, ahí. Justo ahí. De esa forma. Mmmhmm. Sí,
cariño. Fóllame más duro —estaba gritando por el
teléfono. Gimiendo bien escandaloso, brusco, como
estrella porno. Apoyé las piernas en la cabecera, mirando mis recién
pintadas uñas de los pies. Rosa intenso. Extendí la mano, limpiando una
línea que se había corrido sobre mi piel—. Mierda. Oh, sí, maldición. Sí. Sí.
¡Sí!
Luego había hombres como Bob. Bob con sus problemas de mami.
Bob a quien Freud hubiera amado. Bob con el complejo edípico. Bob que
secretamente quería follarse a su madre.
Intentaba no juzgar.
Miré hacia abajo a mis piernas, todavía pálidas. Había evitado el sol
como la peste. En parte porque era estúpido tostar tu piel en aras de la
vanidad y en parte porque el tatuaje de mi muslo aún se estaba curando.
Era un árbol negro y gris, con una enorme hacha sobresaliendo del tronco
con el proverbio “El hacha olvida, pero el árbol recuerda”. Había estado
esperando mucho tiempo para hacérmelo. Una vida en realidad. Y ahora
que estaba allí, no podía dejar de mirarlo. Probablemente era en parte por
lo que nunca quería usar pantalones.
medio después que el último inquilino tuvo una sobredosis de heroína que
siempre estaba metiendo en sus venas. Tres días y el olor fue lo
suficientemente asqueroso como para enviarme al encargado y golpear
la puerta hasta que levantó su trasero alcohólico para comprobar las
cosas.
Los días estaban bien. Pasaba los días tomando llamadas, limpiando,
mirando en línea, viendo televisión. Me mantenía ocupada en los días. Era
más difíciles atravesar solas las noches en un pequeño apartamento con
los recuerdos haciendo que las paredes se cierren más y más. Recuerdos
que podían llenar una habitación y ahogarme en ellos.
Había otras cicatrices. Las peores cicatrices. Viejas y casi del tono de
mi piel. Casi. Demasiado horrible para permitirme pensar en ellas. Aquellas
que evitaba mirar. O permitir que alguien más las vea.
Sin embargo, tenía una ventaja sobre este tipo: una puerta
desbloqueada. Agarré la perilla y la abrí, entrando en su apartamento y
agarrando todos los martillos que pude encontrar en su improvisada
estación de trabajo: una pieza de madera contrachapada sobre unos
viejos caballos de sierra de metal mientras él observaba los planos frente a
sí en esa misma mesa. Giró su cabeza hacia mí a medida que le robaba
sus herramientas, su rostro impasible.
la mañana de un miércoles.
Cuatro
a chica de al lado tenía mucho sexo. Quiero decir, mucho
Una parte de mí tal vez se sintió un poco mal. Tal vez. La otra parte
estaba demasiado enfrascada en lo que estaba trabajando para que me
importe ni mierda. No era mi problema que fuera una fiestera
empedernida.
Agarré mi billetera y mis dos maletas negras de metal con mis pistolas
firmemente aseguradas dentro y salí por la puerta. Me perdería el
programa porno de hoy en el apartamento de al lado. Lo cual era
decepcionante. Esa mujer tenía una charla sucia bastante inventiva.
A veces era francamente divertido.
Una vez había relinchado como un caballo en medio de todo.
Tuve que entrar a mi baño para reírme en privado.
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Me arrojé en la silla de mi pequeña mesa de comedor, descansando
mi cara entre mis manos. Odiaba a los clientes nuevos. Era bueno porque
nunca se sabía quién iba a ser un regular y, por lo tanto, un ingreso estable,
pero una vez dicho esto, aprender las perversiones de un hombre nuevo
siempre era una hazaña. ¿Era su novia? ¿Era su callejera? ¿Era una manía?
¿Debía ser azotada y ser poseída? ¿Debía ser la que azote y posea?
¿Quería que fuera obscena o dulce?
Así que estaba más que un poco feliz con la idea de una nueva
empresa comercial. Podía conseguir bragas a bajo precio. Usarlas por un
día… tal vez dos. Y luego enviarlas. Cincuenta dólares más envío.
—Oh, sí. Me estoy mojando toda por ti. ¿Te gusta eso? —Pasé por
debajo de la corriente de agua, manteniendo mi parte superior del cuerpo
lejos del agua—. Sí, mi chichi está tan mojada por ti. —Literalmente, me
hacía llamar a mi vagina “chichi”. ¿Qué clase de daño les hicieron los
padres a este tipo? No era de extrañar que tuviera que llamar y hablar
conmigo—. ¿Quieres tocarla y ver? Sí, me quedaré quieta mientras la
inspeccionas. Sí.
—Eso se siente bien, ¿verdad, dulzura? —preguntó, sonando ronco.
Solo un poco, lo prometo. —Pero él no quiere que parezca que solo duele
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un poco. Él quiere que grite como si hubiera metido su puño allí. Así que lo
hago, el sonido resuena en las paredes de la ducha.
—¡Ow, ow, ow, ow! ¿Danny? —grito, sonando confundida.
Si cronometraba bien las cosas, podía tener más de uno listo todos
los días. Podía usar un par para entrenar. Podía usar otro para estar en la
ciudad por las noches. Tal vez incluso un tercer par para dormir. Quién
sabe. No estaba exactamente segura de cuán fuerte era el olor que
estábamos buscando en esto. Pero si sudaba lo suficiente y tal vez me
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excitaba un poco aquí y allá… tal vez funcionaría. ¿Quién dejaría pasar la
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vete.
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Él asintió hacia mí, avanzando a la cocina y escuché el chirrido
mientras sacaba los martillos del fregadero.
Me miró por un largo minuto, sus ojos azules estudiando los míos. Al
final, retrocedió un paso, asintiendo.
—Está bien —dijo, girándose y caminando hacia la puerta—. Nos
vemos…
Era buena en eso. Y todo lo que quería hacer era bailar, perderme
en la música, perderme en la energía caldeada generalizada. Perderme
en el sexo palpitante en una habitación llena de personas que intentaba
echar un polvo. Porque eso era lo más cercano al sexo que tenía.
Este tipo iba a matar mi humor.
—Otros quince más y verás el sol aparecer sobre los edificios —dijo,
sabiendo el trato. Venía a este bar dos veces por semana, todas las
semanas. Habíamos tenido esta conversación al menos cincuenta veces
antes.
la puerta.
Avancé en la noche, lanzando mi cabeza hacia atrás para mirar el
cielo todavía oscuro, disfrutando del aire fresco en mi piel sobrecalentada.
Respiré hondo, el aire oliendo a humo de cigarro rancio, porro y vómito.
Una combinación familiar, casi reconfortante. De una manera repugnante.
Me volví y comencé mi camino a casa, mis llaves asomando de entre mis
dedos.
Eso es hasta que sientes que alguien te agarra por la espalda justo
cuando estás a punto de entrar en tu edificio. Eso es hasta que necesitas
ayuda y no la tienes.
El pánico para mí era algo extraño. Como alguien que había tenido
problemas severos de ansiedad desde que tenía ocho años, tenía su
propio patrón extraño. Sus propios factores desencadenantes. No tener mi
lugar limpio. Tener personas en mi espacio personal. La noche en general.
Cosas específicas que sabía que no podía dejar pasar.
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—Eres tan perra. Tienes suerte de que seas tan jodidamente bonita —
dijo, inclinándose más y aplastando sus labios en los míos.
Si pensé que el olor a vodka y cigarrillos era malo, el sabor era peor.
Cerré mis labios con fuerza, manteniéndolos firmes y prácticamente
imposibles de besar, pero él pareció inmutarse mientras presionaba su
boca contra la mía lo suficiente como para lastimarla. Sus dedos se
clavaron en mi garganta, haciendo que la respiración se quedara
atascada allí y mi rostro se sintiera extraño y hormigueante.
cayendo en la calle.
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Y entonces ahí estaba mi vecino. Catorce. Hunter. A horcajadas
sobre el hombre en medio de la calle, golpeando sus puños en la cara del
tipo con una especie de crueldad salvaje que no quería ver, pero
tampoco podía apartar la mirada. La sangre estaba en todas partes…
cubriendo la cara de los hombres, en la calle, en las manos y la camisa de
Hunter. En todos lados. Era increíblemente brillante y oscura al mismo
tiempo, el sol naciente haciéndolo parecer casi cinematográfico.
Cerré los ojos al saber que estaba mirando mis heridas y cicatrices
autoinfligidas. No podía procesar eso en ese momento. No podía lidiar con
esa vergüenza encima de todo lo demás. Tomé algunas respiraciones
profundas, sintiendo la sensación atrayente del sueño y rindiéndome a él.
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Abrí el grifo, lavé mis manos, fingí ignorar las bandas azules alrededor de
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—¿Por qué?
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—No son gratis. Quiero pago con sexo —dijo, mirándome cuando no
me reí. Sus cejas se fruncieron mucho más sobre sus ojos como si no
pudiera entender por qué estaba preguntando eso.
Por favor. Sería bueno si lo peor que me hubiera pasado fuera una
mano presionándose en mi garganta. Pero supongo que para la mayoría
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Exhaló un suspiro por la nariz, corto, casi como un resoplido pero sin
el ruido.
¿En serio era tan difícil hacer algo bueno? ¿Estaba tan jodida que
tenía que sentirme como una niña insegura cuando me salía un poco de
mi zona de confort?
Olvidé lo bien que se sentía. Dios, qué bien se sentía. Sentir tus manos
estrellarse en la carne suave. Escuchar los huesos debajo de ti
chasqueando. No había ningún subidón así en el mundo. Al menos, no
para mí. No para alguien con mi historia.
castigándose a sí misma.
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Se durmió rápidamente en el suelo y no quería que despertara en su
cama, confundida y asustada por cómo había llegado allí. Así que la dejé
en el piso. Le quité sus zapatos antes de entrar en mi apartamento para
cambiarme a algo menos manchado de sangre antes de regresar.
Ella no debería haber estado bien. De todas las cosas que debería
estar: conmocionada, enojada, horrorizada, herida, triste, vulnerable,
vengativa… “bien” no era una de ellas.
Pero, tal vez incluso por más jodida que estaba, era terca. Empujarla
no me iba a llevar a ninguna parte. Excepto tal vez bloqueado detrás de
una de esas enormes paredes que tenía a su alrededor. Y preferiría la
oportunidad de poder al menos volver a hablar con ella. No sé por qué. Tal
vez era solo el misterio que había en ella. Tal vez solo quería entenderla.
O tal vez solo tenía que salir a echar un polvo. No era propio de mí
obsesionarme con la chica de al lado. Probablemente todo el sexo ruidoso
y pervertido que tenía me estaba excitando con ella.
mujer de al lado. Nadie de mi pasado sabía dónde estaba, así que agarré
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—Mira, sé que soy una perra y soy muy, muy mala con todo el asunto
de la interacción humana —comenzó, sus ojos verdes pareciendo aún más
grandes con su cabello recogido y trenzado por la espalda. Parecía más
joven, casi dulce—. Pero tengo modales. Y fuiste bueno conmigo…
—A prepararte para salir y beber otra vez —completé por ella, y juro
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Se pasó una mano por las cejas, con los hombros ligeramente
caídos. Una parte de mí quería decirle que no importa, que fuera a hacer
lo que sea que hiciera por las noches solo para que no siguiera luciendo
tan ansiosa como en ese momento.
—No puedo estar en casa por las noches —dijo antes de que
pudiera decirle que no tenía que decirme nada—. Como… cuando está
oscuro. No puedo estar en casa.
Ibesarme. Tengo que admitirlo, de todas las cosas que pensé que
podrían suceder cuando llamé a su puerta: gritar y discutir vinieron
a mi mente. Hacer planes para pasar el rato y ser besada ciertamente no
estaban en la lista de posibilidades.
desde que me besaron? Más tiempo del que quería pensar. ¿Años?
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Probablemente.
La última vez que recordaba fue en un bar la primera semana en
que me mudé a mi apartamento, algún tipo al azar que estaba más que
dispuesto a complacerme después de tomar demasiadas bebidas y
canciones sensuales en los altavoces. Lo agarré por la cara y lo atraje
hacia mí. Y recuerdo que fue frustrante y deficiente.
Lo cual era genial y todo eso, pero luego me echaron. Como una
puta común y corriente. Y eso era inaceptable. Escuché su puerta cerrarse
de golpe así como el timbre del ascensor y entonces me puse de pie y me
dirigí a mi habitación. Bien. Vete. Me quité mis zapatos y jeans, luego
alcancé mi mesita de noche.
Gracias a Dios por los vibradores.
Eché un vistazo al reloj, eran apenas las ocho. Tenía otras ocho horas
para matar si quería pasar la noche sin más cicatrices de las que me
avergonzara.
—Hasta aquí todo bien. —Eché un vistazo a los otros dos DVD que
había traído—. Eso no va a funcionar.
Él se encogió de hombros.
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—Hay otras cosas para matar el tiempo —dijo y sabía cuál era la
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Una de sus cejas se alzó y supe que sabía en qué juego estábamos
metidos.
Abrió la boca para decir algo y supe que era mi oportunidad para
intentar salvar al menos un poco de dignidad. Solo necesitaba hablar
primero.
hacia delante.
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Este beso fue diferente. Más lento. Esclarecedor. Persistente. Sentí la
tensión deslizarse de mis hombros a medida que sus labios susurraban sobre
los míos, tocando, retrocediendo, luego presionando un poco más fuerte.
Giré mi cuerpo hacia él y la mano en mi cuello me acercó aún más hasta
que nuestros pechos se tocaron. Apreté mis manos en los almohadones del
sofá, mis labios rogando más de lo que me estaba dando.
Casi salgo volando del sofá. Como si alguien hubiera tirado una
bomba. Como si hubiera otra persona en mi cabeza gritando “¡NO!” tan
alto como sus pulmones podían permitirse. No podía quitarme mis jeans.
Porque si él me quitaba los jeans, me tocaría. Y si me tocaba, las sentiría.
Las cicatrices. Y si era particularmente desafortunada, él vería lo que
deletreaban.
Si mi vida me había enseñado algo, era que tenía muy, muy mala
suerte.
completamente abrumador.
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Mantuve mi rostro enterrado en su piel, respirando su aroma a jabón
y aserrín, parpadeando furiosamente por las lágrimas que noté que habían
encontrado su camino en mis ojos. El vibrador se apagó y luché por
desacelerar mi respiración.
Unas horas más tarde, sentí que mis ojos se volvían intolerables y
cansados. Revisando el reloj, noté que eran apenas las dos de la
madrugada. Lo cual no era posible. No había manera de que estuviera tan
cansada a las dos de la mañana. Alcé las piernas en el sofá, volviéndome
ligeramente hacia un lado de modo que mi cara descansara sobre el cojín
del respaldo. No, no podía estar cansada. Pero lo estaba.
Mis ojos lucharon contra la pesadez por un largo tiempo y sentí que
mi cabeza caía hacia delante, luego la sacudía hacia atrás, intentando
mantenerme despierta. Tenía que permanecer despierta. Solo unas pocas
horas más. Podía hacerlo unas pocas horas más.
—Está bien —dijo en voz baja, sus ojos también luciendo un poco
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dormir.
Le creí.
Y luego me dormí.
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—Voy a azotarte cuatro veces y me dirás cada vez que eres mía.
¿Entendido?
—Tres —instruyó, con la voz tensa. Él estaba cerca. Tenía que hacer
que las siguientes dos cuenten.
agotada.
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Me quedé allí por un largo tiempo después, acurrucada sobre mí
misma, mirando a mi pared. En cuestión de dos días, había cambiado
tanto. Pequeñas cosas según los estándares de la mayoría de la gente,
pero enormes para mí. La vida estaba cambiando para mí. Cosas que
había aprendido a aceptar como hechos básicos de mi vida habían
cambiado. Podía tener a alguien en mi apartamento sin un maldito
ataque al corazón. Podía pasar una noche en mi apartamento sin
cortarme. Podía ser tocada. Tal vez podía tener algún tipo de amistad con
alguien.
Eran grandes asuntos.
—“Porque tanto amó Dios al mundo, que nos dio a su Hijo unigénito,
para que todo aquel que en él cree, no se pierda, sino que tenga vida
eterna”.
—Sé que no iré al cielo, abuela. —Y no quiero estar allí si ustedes tres
entran de todos modos. ¿Qué clase de Dios permitiría eso?
luz.
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—¿Cómo está el clima allí? —pregunté, cambiando de tema. Si no
dirigiera la conversación, iría a lugares con los que no podía lidiar.
—Las cosas están ahora más ocupadas con los niños regresando a la
escuela. Muchos chequeos —comenté, tomando una respiración
profunda.
Esta era una pregunta capciosa que había jodido respondiendo mal
al menos cuatro veces en el pasado. El truco era saber que mi abuela, de
hecho, quería que tuviera un joven caballero respetable en mi vida.
Porque era demasiado vieja para no estar casada. Porque el pecado solo
estaba esperando a mujeres susceptibles como yo. El diablo y sus orgías
solo están esperando que sea víctima de mi lujuria. Así que necesitaba
casarme. De la manera correcta. Una virgen con un vestido blanco en una
gran iglesia. Y luego tenía que acostarme como un pez muerto en la
noche de bodas y dejar que mi marido me folle con su pene medio erecto
y entre en mí para poder quedar embarazada rápidamente.
Poco sabían que terminaría siendo mucho más como la puta María
que la virgen María.
—No te atrevas a colgar, Fiona Mary —advirtió ella con una voz que
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vidrio. Verde. Como si hubiera sido una botella de cerveza una vez. Extendí
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la mano sin pensarlo, acercándola rápidamente y enrollándome una de
las mangas.
lugar de mierda que ni siquiera tenía una barra trasera. Pedí interminables
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tragos de vodka.
Bebí hasta que mi cuerpo no pudo soportarlo más. Luego corrí al
baño y dejé que todo vuelva a salir. Cuando regresé al bar, mi
vagabundo, mi pequeño salvador, mi compañero de copas se había ido.
Me encogí de hombros, sintiéndome demasiado mal para importarme, y
comencé a beber de nuevo.
Solo ríndete, amigo. Acepta que soy una especie de alcohólica que
se la vive tropezando y desmayando. Un caso sin esperanza.
Puso sus ojos en blanco, viendo como tomaba uno de los cafés a
medida que él dejaba dos aspirinas en su palma y las sostenía hacia mí.
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—Tienes que tener dolor de cabeza. No creo que haya visto antes a
alguien tan destruido y aún caminando —dijo mientras tomaba las
píldoras.
—En tacones, ni más ni menos —agregué.
Solamente lo hago.
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Ignoré la cálida sensación en mi interior. El sonido de esperanza de
que a alguien en realidad podría importarle un bledo. Que alguien se daría
cuenta si abandono esta pelea después de todo.
Oh, maldito hijo de puta. Jesús. ¿De verdad fue tan fuerte? Ni
siquiera recuerdo haber gritado su nombre. Pero viendo que estaba
pensando en él, eso era completamente posible.
—No lo sé —dijo—. Todos los tenemos, pero con el alcohol y las malas
decisiones…
1 Hamamelis: género de cuatro especies de plantas con flores de la familia Hamamelidaceae, que
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Agarré una toalla y planeé darme una ducha rápida, pero tan
pronto como el agua golpeó mi piel, supe lo que me esperaba.
Necesitaba el agua hirviendo y necesitaba fregar y volver a frotar todo lo
que pasó ayer. Las palabras de mi padre siempre parecían dejar una capa
sobre mi piel. Como si estuviera cubierta de ellas. Como si se hundieran y se
volvieran parte de mí si no las lavaba. Además, sin mencionar el alcohol, el
vómito, la sangre seca, y Dios solo sabía qué más.
—Ya no estoy desnuda ni enjabonada —le dije, sin poder mirar por
encima de su pecho. Si miraba hacia arriba, podría rendirme. Podría
dejarlo pasar. Y eso… bueno, eso no podía suceder.
Sus labios se encontraron con los míos con una pasión feroz,
imprudente y necesitada. Mis dientes se clavaron en su labio inferior,
clavándose y tirando. Esto no era tentativo. Esto no era nuevo. Ya
habíamos hecho nuestra exploración. Solo quería más. Quería todo. Mi
lengua se deslizó en su boca, acariciando la suya mientras mi mano
agarraba la parte posterior de su cuello, jalándolo más cerca. Mi otra
mano soltó la toalla, envolviéndose alrededor de sus hombros.
—Lo siento —le dije, sabiendo que no significaba nada. Pero lo era
todo.
—No lo entiendo —dijo, con los ojos clavados en mí—. Las paredes
son jodidamente delgadas, Dieciséis. —Ante mi mirada inexpresiva, dejó
escapar una breve risa sin humor—. Te escucho, Fee. Cada día. Con todos
tus hombres. —Recorrió el espacio, empujándose contra mí, inclinándose
en mi cara.
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Este era el Hunter de ese martes por la mañana. Este era mi oscuro
salvador. La bestia salvaje que golpeó la cara de un hombre. Este no era
mi Hunter. Aquel que me preparó la cena. Y me dio la seguridad para
dormir toda la noche. Aquel que me pegó de nuevo en una sola pieza.
Cosa que era lo mejor. Eso era lo que seguía recordándome. Cinco,
diez veces al día. Era lo mejor. Las cosas podían volver a ser como solían
ser. Yo, mi yo y yo misma. Mi yo alcohólica tropezando con todo. Sola.
Tienes que proteger al mundo de ti, Fiona. Nadie merece tener que
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lidiar contigo.
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Mi monólogo interno había dado un giro hacia lo negativo
últimamente. Es cierto, mi cabeza nunca ha sido un lugar feliz para estar,
pero de repente se estaba convirtiendo en un campo lleno de minas
terrestres de autodesprecio. Podía escuchar su tono deslizarse en mi
subconsciente. Porque así de bueno era él. Una llamada telefónica y ya
era diferente.
Así que ahí estaba yo, con un buen piso de baño viejo, con ropa
interior de color rosa y una blusa con estampado de rayas blancas y
negras… viéndome como el completo desastre que sentía que era. Tenía
una pila de gasa limpia a mi lado con algo de hamamelis y pegamento.
Por si acaso.
Siempre había escuchado que el primer corte era el más difícil. Sin
embargo, era algo con lo que nunca estuve de acuerdo. El primer corte
está lleno de promesas. El subidón de sentimientos buenos. El shock al ver la
piel abierta y húmeda. Para mí, el primer corte era el más fácil. Cada corte
después me hacía sentir como si estuviera persiguiendo un sueño
imposible. Como si intentara emborracharme. O drogarme más. Cuando
sabías que no era posible. Siempre hay un límite. Pero aquellos que son
realmente dedicados siguen intentándolo de todos modos.
Estaba realmente dedicada a la autodestrucción.
No podía llorar. Eso era lo que quería hacer en ese momento. Solo
dejarlo salir. Purgar los sentimientos en algo que no sea sangre para variar.
Pero él podía quedarse con la sangre. No las lágrimas. Me quedé allí por
un largo tiempo, mirando las patas de la mesa en mi baño, viendo cómo
se deslizaban dentro y fuera de foco, el vino haciéndome sentir cansada
mientras me venía abajo.
Y tenía seis años otra vez. Nuestra casa consistía en una cabaña en
el bosque detrás de la casa de mi abuela. Mansión. La casa de mi abuela
en realidad podía llamarse una mansión. Pero mi padre se había metido
entre las páginas de su Biblia en algún momento de su adolescencia y
rechazó la idea de la riqueza material. Durmió en el patio trasero durante
meses mientras cortaba árboles y armaba la casa en la que
eventualmente crecería.
Isaiah tenía doce años, puro brazos, piernas y ojos que pasaban
demasiado tiempo sobre mí y mi madre. En ese momento no entendía. Esa
mirada. Esa mirada que, como mujer adulta, sabes que es solo una cosa.
Conoces esa mirada. Y sabes cuando esa mirada es más que una mirada.
Luego, como una loca, mi madre salió corriendo de la casa con los
pies descalzos gritando:
—¡Fuego!
—Fee, despierta —oí a través de los gritos. Los gritos que jamás
podría olvidar. Los gritos ahogados en tu propia saliva. La oración por el
final dichoso de toda clase de gritos—. ¡Fee… maldición… despierta!
Sentí un dolor agudo en mi rostro y mis ojos se abrieron de golpe,
pero sin comprender. Todavía tenía diez. Estaba en la nieve. Siendo
mutilada por mi padre. Sentí una mano sobre mi rodilla y salí disparada, mis
puños chocando con la carne.
piel y luego secando la sangre hasta que mi piel estaba limpia—. ¿Quieres
que pegue estos?
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—No —respondí, observándolo encargándose de mí
cuidadosamente. Como si tuviera miedo de lastimarme. Lo cual era algo
completamente nuevo para mí, proviniendo de un hombre. Lo observé a
medida que se levantaba y buscaba antibióticos triples, volviendo y
extendiéndolos sobre los cortes—. No soy una puta —me escuché decir en
voz baja.
Pero él me escuchó y su cabeza se disparó a mi cara.
—Nunca dije que lo fueras —dijo, frunciendo el ceño.
—Es solo que… la semana pasada…
—Fee, olvídate de eso.
—No soy una puta —dije de nuevo, mi voz un poco más fuerte—. Soy
operadora de sexo telefónico.
—De acuerdo —murmuré. Sin creerle, pero sin la energía para una
pelea.
Había pasado mucho tiempo desde que tuve ese sueño. E incluso
cuando lo tenía, por lo general era como un tercero. Como si estuviera
mirando la escena. Pero esta noche había estado dentro de mi pequeño
cuerpo, escuché todos los pensamientos arremolinados, sentí el frío, sentí el
dolor, sentí los gritos brotando de mi boca. Se había sentido tan real como
lo había sido hace trece años. Fue como revivirlo.
—Pensé que podrías hacer una excepción por mí —dijo una voz
familiar.
¿Has escuchado esa expresión que dice que pueden derribarte con
una pluma? Bueno, podrías haberme derribado con una pluma en ese
instante cuando me di cuenta de quién llamaba a mi línea de trabajo. A
mi línea de sexo telefónico. Es por eso que mi teléfono estaba fuera de
lugar. Él lo había movido anoche.
Probablemente después de revisarlo y averiguar mi número.
Levanté una mano para cubrir mis ojos, sin reconocer la gran sonrisa
tonta que estaba en mi rostro. Oh, Hunter.
—Sí. Y quiero un par. Noté que ese es un servicio nuevo. Una tanga
verde. Para que coincida con esos hermosos ojos.
para mí. Nunca me sentía nerviosa con una llamada. Ni siquiera con mi
primera llamada. Me había parado frente al espejo de un baño por días
antes, diciendo palabras sucias a mi reflejo. Acostumbrándome a ellas.
Polla. Coño. Vagina. Bolas. Clítoris. Verga. Pene. Encajaría las palabras
juntas, tratando de llegar a la cosa más obscena que pudiera decir. Solo
intentando aliviar cualquier posible incomodidad o conmoción por lo que
podría venir de una persona llamando. Así que estaba preparada para
cualquier cosa.
¿Qué? No. Oh, demonios no. No íbamos a tener en serio sexo por
teléfono. A través de la pared. Eso era… eso era una locura.
—Hunter… —dije, mi voz cargada de advertencia.
—Está bien —dije, sonando tímida y dándome cuenta que así era
exactamente cómo me sentía. Tímida.
—Entonces, quítate la camisa —dijo, su voz volviendo a bajar.
Sensual. Y sentí que el deseo se asentaba profundamente en mi vientre,
una fuerte presión.
—Está bien —le dije, sentándome y sacándola sobre mi cabeza.
toque.
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—Ahora pon tu mano alrededor de tu seno, provocando el punto
con tus dedos.
Escuché un gemido escapar de mis labios y me estremecí.
Oh, maldito infierno. Sentí que el deseo se disparó entre mis piernas.
Eléctrico. Así era cómo se sentía el deseo, una ráfaga ardiente de algo que
no podías entender.
—¿Sabes lo duro que estoy de solo pensar en ti, Fee? —preguntó con
voz ronca—. Sin importar lo mucho que me corra, no puedo sacar la
necesidad que siento por ti de mi sistema.
¿Cómo demonios hacían las mujeres esto con sus novios o maridos?
¿Cómo podías superar la torpeza? Con extraños, era diferente. Eran puras
palabras. En realidad, no me estaba tocando. Era unilateral. Caliente para
ellos, vacío para mí. Esto era territorio extranjero y no hablaba el idioma y
necesitaba desesperadamente un mapa.
—Me gustaría hacer eso algún día —admitió. Porque era verdad. Y
no podía culparlo por eso. Por supuesto, él quería tener sexo conmigo
algún día. Eso era normal. Pero no dijo que iba a hacerlo. Dijo que le
gustaría. Y esa distinción hacía un mundo de diferencia para mí—. Mueve
tu mano hacia la parte interna de tus muslos, nena —dijo y moví mi mano a
medida que mis piernas caían abiertas—. Pasa los dedos de ida y vuelta
por esa piel suave, no lo suficientemente arriba como para rozar tu clítoris.
Todavía no —me advirtió y ya estaba acariciándome. Estaba pensando en
sus grandes manos allí en lugar de las mías.
—Esto me gusta —admití, sintiéndome tonta.
—No luches contra esto. Quiero escucharte, nena. Suenas tan sexy
cuando te tocas. Acaricia tu clítoris por mí.
—Maldición, nena. Necesito oír que te corres para mí. Córrete para
mí, Fee. Ahora, nena.
—Sí —dijo riendo—. Así mismo. Pero más alto. Más jadeante. Y mucho
más fuerte.
—¡Oh Dios mío, cállate! —dije, rodando sobre mi espalda, sonriendo
al techo.
—De hecho, eso es algo triste —dijo Hunter, y pude oírlo levantarse y
moverse por su apartamento.
—A los tipos que les gusta ser humillados —contesté, decidiendo que
era la respuesta más honesta que podía pensar. Aunque los chicos
amantes de los animales también eran muy ruidosos.
—¿Por qué?
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patético, sabes?
—¿Son esos los tipos que generalmente terminan llorando?
Echaba la culpa a los vestidos con forma de sacos que tuve que usar
hasta los 18 años.
Por más horrible que fuera pensar que eso es lo que sucedió, tenía
todo el sentido. En especial dado que sin duda alguna tenía un sano
deseo sexual. Y le gustaba hablar sucio. Dios, ese gemido…
Ella era diferente conmigo de lo que era con los otros hombres. Sus
llamadas de siempre. Con ellos era ruidosa, odiosamente ruidosa. E
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indecente. Santo cielo, tenía una boca sucia. Pero conmigo había
Página
una pequeña sonrisa jugó en sus labios—. En verdad me gusta este color.
Página
Es… acogedor. —Se volvió hacia mí, sus grandes ojos verdes encontrando
los míos—. ¿Era esto lo que querías mostrarme?
—Lo noté —dijo, sus ojos bajando para examinar las imágenes—.
¿Cuánto tiempo llevas haciéndolo?
páginas.
Página
—Usas mucho color —comentó, pasando su mano sobre una foto de
flores: margaritas y lilas.
Soltó una risita. De verdad una risita. La chica dura que vivía al lado y
manejaba un negocio de sexo telefónico de verdad soltó una risita.
—Estaba pensando en mi nuca —dijo, encogiéndose de hombros.
—Sorpréndeme —respondió.
Página
—Como una roca —dijo, sonando casi soñolienta—. Tengo una alta
tolerancia al dolor.
Para mí, esa era Fiona. Era hermosa. De hecho, perfecta. Con
cerraduras, paredes y cadenas de metal. Para evitar que cualquier
descubra lo increíble que era.
adivinar si era un buen “oh” o un mal “oh” y ella solo estaba ahí de pie
mirándolo fijamente.
Página
Arrastré los pies.
—¿En esto piensas cuando me ves? —preguntó, su voz baja, sus ojos
todavía en el espejo.
—Sí —respondí. Porque era verdad.
Su cabeza se giró de pronto, sus ojos encontrándose con los míos.
—Ves a través de mí —dijo, encogiendo un hombro—. Lo adoro.
Sentí repugnancia al pensarlo, pero casi sentía que eso sería menos
complicado. Que sería mucho más fácil de explicar.
Pero no lo era y no podía dejarlo pensar eso.
—No —afirmé, negando con la cabeza, respirando hondo—. No.
Tragué con fuerza más allá del nudo en mi garganta y alcancé mis
pantalones. Deslicé mis pulgares bajo la cinturilla en mis piernas y bragas y
empujé hacia abajo.
—Fee…
—Por favor, solo… por favor —dije, negando con la cabeza.
—De acuerdo —dijo, sonando tenso.
Pero ni una millonésima parte de lo tensa que me sentía yo. Esta era
la primera vez. La primera vez que de hecho me quitaba la ropa frente a
alguien más. En el pasado… las dos veces que había intentado tener
intimidad con alguien, había tenido puesta una falda. Había sido más fácil
de esa manera. Y ellos ni siquiera se habían detenido a preguntarse por
qué no nos estábamos desnudando. Pero aun así lo descubrieron.
Dios, cómo reaccionaron.
que así pudiera ver y saltó hacia atrás como si lo hubiera apuñalado.
Página
—¿Qué demonios? —había explotado, mirando a mi vagina
hinchada y con cicatrices como si fuese lo más feo que haya visto alguna
vez. Había sido tan humillante que me puse de pie y corrí sin ninguna
explicación, sin agarrar mis bragas.
Sus ojos permanecieron en los míos por un largo rato y pude sentirme
intentando proyectar en él la necesidad de que mirara. Por favor, por
favor, mira. Necesito acabar con esto. Me estoy muriendo poco a poco.
Respiré hondo, cerrando los ojos contra las lágrimas. No iba a llorar.
No porque estuviera avergonzada. No porque tuviera miedo de dejar a
Hunter ver ese lado de mí. No iba a llorar porque mi padre no lo merecía.
Tragué con fuerza y bajé la mirada hacia él.
un cuchillo e hizo esto —dije, tocando las cicatrices debajo de mis senos—.
Después hizo esto —añadí, estirándome y tocando su mano todavía
cubriendo la palabra—. Me dijo que era sucia y malvada. Que estaba
llevando a mi hermano a las tentaciones de la carne. Que era el mal. Me
dijo que me haría tan fea que ningún hombre jamás me desearía. Así no
podría conducir a otro hombre al pecado contra Dios como lo había
hecho con mi hermano.
—Lo sé —dije. Sabía eso. Lo había sabido por un largo tiempo. Pero
eso no quitaba el dolor. No quitaba los años de creer que él tenía razón
sobre mí. Sobre cómo iba a arder en el infierno por mis pecados. Sobre
cómo yo era un castigo para mi familia. Una penitencia que tenía que ser
pagada. Así ellos podrían ir al Cielo. Mientras yo me podría.
—También estaba equivocado —dijo Hunter—. Nunca podrías ser
fea —dijo, devolviéndome la mirada—. Y te deseo. —Se puso de pie
lentamente, una de sus manos se alargó hacia mi rostro, acariciando mi
mejilla—. Gracias por decirme.
—A ti.
Luego se inclinó y me besó, suavemente. Pequeños besos a lo largo
de mis labios antes de presionarse contra ellos. Me hundí en él. Contra él.
Mis brazos se alzaron y rodearon su cuello, atrayéndolo. Su lengua se
deslizó entre mis labios, provocando los míos y enviando una marejada de
deseo a mi núcleo. Me besó por un largo rato, hasta que sentí como si
estuviera flotando, hasta que lo sentí hasta los dedos de mis pies. Entonces
se retiró, sus ojos empañados.
—Me temo que voy a tener que verlo para creerlo —dije, frunciendo
mis labios hacia él.
hacia el suelo. Sus bóxer negros eran todo lo que le quedaba. Debajo de
Página
ellos, sus piernas eran firmes. Su pene estaba duro, empujándose contra el
delgado material y pude distinguir la forma perfecta de la cabeza.
Agarró la cinturilla y la abrió, dejando que los bóxer cayeran al piso.
Lo hice. Mis pies se movieron a través del frío suelo con una
sensación de pesadez.
—Hola —dije, mis pies junto a los de él, nuestros cuerpos a un susurro
entre sí.
Se sentó sobre sus talones, pasando las yemas de sus dedos sobre mis
113
pies, mis pantorrillas, los costados de mis piernas, ni siquiera dudando sobre
Página
los cortes y cicatrices. Como si fueran normales. Una parte de mí. Una parte
de mi piel. Sentí mis piernas abrirse alrededor de sus caderas, mis rodillas
tocando los costados de su estómago. Presionó hacia delante levemente,
dejando sus manos apoyarse a cada lado de mis hombros.
—¿Adivina qué? —preguntó.
—¿Qué?
Sabía que no era perfecta. Lejos de eso. Pero, por primera vez en mi
vida, eso estaba bien. Porque Hunter pensaba que lo era. Y eso era más
que suficiente.
—Eres tan sexy cuando te corres —dijo, pasando sus dedos de ida y
vuelta por el interior de mis muslos, dándome tiempo de recobrarme y
hacer que mi cuerpo vuelva a la vida al mismo tiempo.
Mis caderas se alzaron para encontrar las suyas una vez más y me
sentí balancearme sobre el borde para luego zambullirme, mi cuerpo
disparándose en mi orgasmo con tanta fuerza que vi en blanco. Mis dedos
arañaron su espalda mientras gritaba su nombre, enterrando mi rostro en
su cuello.
Lo estaba. Tal vez por primera vez en mi vida, estaba bien. Incluso
mejor.
117
Así que, así era cómo se suponía que era el sexo. Eso era lo que me
había estado perdiendo, lo que mi cuerpo me había rogado hasta que se
dio por vencido. Hasta que olvidé desearlo más. Ahora las compuertas
estaban abiertas, y quería. Oh, cómo quería. Casi me sentía mal por
cuánto me iba a aprovechar de Hunter. De un lado al otro del pasillo y a
través del suelo.
—Claro que lo haré. —Lo dijo con tranquilidad, como si ese hubiese
sido el plan en todo momento—. Tal vez podría hacer algo respecto a esto
—dijo, tocando la palabra sin un rastro de duda—. Vi a una mujer tatuarse
un ave fénix aquí. Subía por su vientre y la cola bajaba por el costado de
su muslo —dijo, acariciando con su mano sobre mis cortes autoinfligidos—.
Esto también podría ser un recuerdo.
Y lo pensaría dos veces antes de cortar en algo hermoso que él
hubiera hecho meticulosamente en una parte de mi piel. Cierto, tal vez
encontraría un nuevo lugar donde cortarme. Pero existía la posibilidad,
aunque mínima, que el dicho fuera cierto: el tiempo cura. Tal vez eso era
esto. Tal vez esto era sanación.
—Oye —dije en voz queda, y sus ojos se encontraron con los míos. No
encontré extrañeza. Ni repulsión. Pero, mejor aún, tampoco lástima. Me
incliné, tomando su rostro y atrayéndolo hacia mí, permitiéndome besarlo
con cada esperanza fracasada, cada sueño perdido, cada momento
frustrado de baja autoestima, cada cosa oculta, oscura, secreta y
vergonzosa. Lo besé como terapia. Como si pudiera verter todo en él y
finalmente ser libre.
—Mi mamá estaba dañada. Fue criada por un padre abusivo. Creo
que fue fácil para ella solo… continuar el ciclo, bajar la cabeza delante de
otro hombre abusivo. Y nunca fue lo suficientemente buena para mi
padre. Él siempre la estaba criticando. Sobre cómo cocinaba, cómo
limpiaba la casa, nos criaba. Pero, sobre todo, cómo no era una mujer lo
bastante religiosa.
—Pero debe haber tenido una vena rebelde para enseñarte a leer
—dijo Hunter, frotando su rostro contra mi cuello.
—Sí. Me sentí tan mal por no darme cuenta lo que había hecho por
mí mientras crecía. Las pequeñas formas en que cuidó de mí. Me protegió.
—Ahora lo ves —dijo, encogiéndose de hombros.
acercándome.
—Entonces, ¿qué pasó luego de que escapaste?
—Hui hasta aquí. Incluso viviendo como vivía, apartada del mundo,
había escuchado de la ciudad. Mi padre vociferaba y deliraba sobre los
pecadores aquí. Sobre esta siendo la nueva Sodoma y Gomorra. La gente
fornicaba en las calles. Los hombres se sodomizaban entre sí. Las mujeres
alzaban sus faldas para los hombres buenos y religiosos que cruzaban sus
caminos, llevándolos al libertinaje…
—Como dos años. No fue tan malo como suena. Bueno, sí fue malo.
Estaba hambrienta, tenía frío, y estaba asustada… todo el tiempo. Pero
estaba por mi cuenta. Nadie iba a golpearme por no ser lo
suficientemente devota. Nadie iba a tallarme como a un pavo. Y nadie me
decía que no podía hacer las cosas. Como leer. Aprender. Fui a la
biblioteca y leí… todo. Comí lo que la gente sentía que estaba
suficientemente mal para alimentarme. Alcé mis muros e intenté encontrar
una manera de salir de ello. —Pensé en las duchas improvisadas en los
baños de las comidas rápidas. Aseándome para poder ir a entrevistas. Los
trabajos que nunca pude mantener por mucho tiempo. Pero me ofrecieron
algo de dinero. Una manera de comprar un teléfono. De comprar tiempo
en un cibercafé. Una manera de comenzar mi negocio—. Hice mis
123
primeras llamadas de sexo telefónico mientras vivía en una caja entre una
tienda de suministros de oficina y una farmacia. Había sido tan inexperta…
Página
—¿Seguías siendo virgen? —preguntó.
—Creo que tu madre habría estado feliz con esto —dijo, sonriendo
un poco—. Aparte de ti alejándote de tu padre. Creo que lo que has
hecho la habría hecho reír. Qué bofetada en la cara a todo lo que tu
padre intentó inculcarte a golpes para convertirte en una operadora de
sexo telefónico. Que bebe mucho. Y se tatúa el cuerpo. Y tiene sexo con el
problemático vecino de al lado.
—No me conoces tan bien, Fee —dijo, sonando casi triste—. Confía
en mí… soy problemas.
Más abajo.
Había fingido bastante sexo oral como para saber lo que se suponía
que hiciera. Conocía mis instrucciones. Provocar la cabeza. Luego tomar el
falo en mi boca. Profundo. Más profundo de lo que es cómodo. A ellos les
gustaba escucharte atragantarte un poco. Eso los excitaba. Luego
comenzar a mover tu boca de la base hacia arriba en un movimiento
giratorio. Podías subir y bajar intermitentemente, pero el giro era lo que los
ponía locos.
Sabía qué hacer. Pero nunca lo había hecho.
—No hasta que te corras primero —dijo, apenas como palabras, más
bien como un gruñido.
Mis pies cayeron sobre el suelo con fuerza cuando los soltó,
empujándose hacia delante, su pecho conectando con mi espalda.
Agotado. Él estaba agotado. Luché por respirar a través de mi propio
esfuerzo y su peso sobre mí. Mi corazón estaba latiendo con tanta rapidez
en mi pecho que casi me asustó. Encima de mí, su respiración era rápida
en mi oído. Su polla se deslizó lentamente de mí y, luego de un minuto, se
levantó lentamente de mí.
Sentí su mano azotar mi trasero una vez más, pero no con fuerza.
Después se inclinó y lo sentí besar uno de mis cachetes.
sobre el colchón. Buscó debajo y jaló las sábanas enredadas hacia arriba y
sobre mi cuerpo repentinamente frío, apoyando una mano en mi espalda
baja.
—No voy a caminar bien por una semana —dije y él rio. Echó su
cabeza hacia atrás y rio de mi dolor, que no era tanto un dolor a decir
verdad. Era más bien una molestia. Un profundo, profundo dolor que
comenzaba a matarme cada vez que intentaba moverme, así que decidí
permanecer completamente inmóvil.
—Sí, mi coño está muy mojado —dije y vi a Hunter por el rabillo del
ojo, dejando su libreta sobre la mesita de noche y avanzando hacia mí.
Era una tontería, pero casi se sentía como una despedida. Estaba
irracionalmente asustada de que si salía de esa habitación, de su
apartamento, perderíamos lo que habíamos encontrado. Que nunca
podría ser lo mismo otra vez. Así que me incliné hacia él, dejando que mis
brazos rodearan su cuerpo. Intentando aguantar solo un momento más.
Tomé una respiración profunda, alejándome.
—Trabaja un poco —le dije—. Y yo trabajaré un poco. Y luego…
—Y luego… —repitió.
—¿En mi apartamento? —pregunté.
—Comida china —agregó.
Parecía más viejo de lo que lo recordaba. Solo dos años mayor que
yo, pero endurecido. Su cabello rubio era corto pero alborotado por
cortarlo con el filo de un cuchillo. Su piel era más oscura que la mía, un
poco rubicunda en las mejillas. Había líneas junto a sus ojos, grabadas en
profundidad por las horas pasadas entrecerrando los ojos al sol,
entrecerrando los ojos ante los versos de la Biblia.
—Forcé los cerrojos —respondió y se encogió de hombros.
la pared.
—Jamás podrás salir de debajo de su pulgar, ¿verdad, Isaiah?
—Del mundo real, Isaiah —dije, casi sintiendo pena por él, agitando
una mano—. No de una cabaña aislada en el bosque, tan aislada de todo
lo demás que ni siquiera podíamos saber cómo nos maltrataban. Es tan
enfermo lo que aceptábamos como normal.
—Divino —se opuso.
—Dios, o más exactamente, el consejo de hombres que decidieron
lo que poner en la Biblia… —dije, poniendo los ojos en blanco—, dijo
muchas cosas que papá pasó por alto. ¿Alguna vez lo notaste? Nos
mantuvo esclavos. No insistió en que mamá permaneciera en silencio en
todo momento o la mataría. No salió a la ciudad y mató a los
homosexuales.
—Porque es ilegal —dijo.
—Es ilegal por una razón. Porque es malo tener esclavos. Está mal
matar a tu esposa. Está mal matar a las personas homosexuales. Y está tan
jodidamente mal descuartizar a tu hija. Es igual de malo negarme una
educación.
—No —dije, sacudiendo la cabeza con tristeza. Porque era inútil estar
enojada con alguien cuando estaban tan lavados del cerebro—. Mamá
no se suicidó porque estaba avergonzada de mí. Mamá se suicidó porque
ya no necesitaba protegerme. Era libre. Así que entonces ella se liberó.
—Sí, bueno, tal vez prefiera estar allí —dije y su cara se disparó a la
mía como si lo hubiera golpeado. Tomé aliento—. ¿Por qué estás aquí,
Isaiah? Obviamente no querías venir a discutir conmigo sobre la religión y
nuestra crianza de mierda.
—No, Fiona Mary… está en el hospital, cada vez más y más frágil por
minuto. Es cáncer.
Odiaba esa palabra. Todos odiaban esa palabra. Era fea, cruel e
implacable. Tres palabras que también describían a mi padre.
—¿Cuánto tiempo tiene?
137
—¿Para alguien que odia tanto a las mujeres terminó siendo puesto
en la sala tres y cuarto? —Ante su mirada confundida, sonreí—: “Ella es más
preciosa que los rubíes, y todas las cosas que puedes desear no se pueden
comparar con ella”.
—¿Qué hay de mí? —pregunté, sin creer que este era el mismo
hombre que acababa de decirme que esperaba que mi padre muriera en
agonía hace unos minutos. Nunca había conocido a alguien tan
ambivalente en toda mi vida.
No quería decirle que la única razón por la que estaba mejor era
gracias a él.
No podía decirle eso. Era demasiado. Era muy dependiente. Era muy
necesitado. No iba a dejarme ser esa chica. Al menos no externamente.
Esa era una buena pregunta. Por lo que Isaiah dijo, no tenía
142
—No, soy bueno en ese frente. Pero mantén ese teléfono tuyo
cargado. Y prepárate para una gran factura.
—Sabes que los teléfonos ya no funcionan de esa manera —bromeé.
mismo.
—Oh, caramba —sonreí—. No lo sé. Tal vez he visto algo mejor —dije,
encogiéndome de hombros y comenzando a alejarme.
Todo lo que quería era que las burlas terminaran, sentirlo dentro de
mí. Sentirnos a ambos perder el control. Pero apreté mis manos en puños y
sacudí la cabeza.
—Es difícil de decir —respondí.
Podía oler los cigarrillos de Hunter a medida que salía del edificio.
Sabía que estaba en su balcón fumando pero me negué a mirar atrás. Si
regresaba la mirada, podría correr de regreso. Y eso no podía suceder.
Eché hacia atrás mis hombros y seguí caminando, con un nudo del
tamaño de un puño en mi garganta.
146
Había pasado mucho tiempo desde que la vi. Dos años. Todavía
había estado llevando el castaño oscuro con el que había teñido mi
cabello ese año, y usando nada más que ropa de hombre holgada de
tiendas de segunda mano, intentando desesperadamente desconectar
de mi viejo yo. Mi rostro había estado quemado y estaba súper flaca por
vivir en las calles.
Había sido un desastre.
—Oh, sí, tuvimos una… pequeña reunión —dije, sintiendo los ojos de
las enfermeras sobre nosotras. La tensión hacía que el aire se espesase y
agudizase. Como si en cualquier momento, alguien podría perder una
extremidad.
—Eso explica su humor taciturno desde que regresó —dijo.
—¿Qué es todo este barullo aquí fuera… Fiona Mary? —dijo Isaiah,
pareciendo sorprendido. Cansado, sus ojos pesados y rojos. Miró detrás de
mí, sobre mi hombro con una mirada de inquietud.
148
—No vine para darle mis respetos —dije, respirando hondo—. Pero
prometo que no pincharé sus intravenosas —dije, guiñándoles a las
enfermeras. Hubo un silencio doloroso que finalmente rompí—. ¿Está
despierto? —pregunté, mirando a Isaiah.
—Oh, ¿no creíste que fue un accidente, verdad? —Me reí, el sonido
burlón—. Parece que mamá tenía problemas con que mutilaras a su única
hija.
150
—Era discipl…
Página
—Era abuso infantil —lo interrumpí, mi voz alzándose lo suficiente
para hacerlo cerrar la boca—. Era abuso infantil. Eras un depredador que
se escondía detrás de su biblia. Eras un hombre débil y patético…
Salí del edificio sintiéndome cinco kilos más ligera que cuando entré.
Así era como se sentía el cierre: ligereza. Como si el peso aplastándote
finalmente hubiera sido removido.
Tal vez nunca estaría completamente libre de él. Tal vez nunca
podría estar tan completa y bien establecida como la persona promedio.
Pero tal vez no tendría que pasar mi vida a centímetros de la
autodestrucción. Tal vez podía construir una vida que no girara en torno a
tratar de evitar mi pasado. Tal vez podría dormir de noche y tener
relaciones saludables.
151
Página
sufrieras por tanto tiempo debido a mí. Nunca fui lo bastante agradecida
Página
por todo lo que hiciste por mí. Si no hubieras sido tan valiente como fuiste
para desafiar a mi padre, nunca hubiera tenido las habilidades básicas
que necesitaba para comenzar mi propia vida. Y solo… —Me quedé sin
palabras, parpadeando contra las lágrimas. Sin lágrimas. Ella era libre.
Estaba donde quería estar. No tenía sentido llorar por su decisión—.
Gracias, mamá —terminé, tocando la cruz una vez más y poniéndome de
pie.
No había querido casarme con él, ¿sabes? Era una chica tímida de
dieciocho y estaba planeando escapar tan rápido como mis piernas
pudieran llevarme. Lejos de mi padre, quien también era aficionado a la
vara. Aficionado a hacerme sentir como si no valiera nada. Entonces,
como si sintiera mi cercana partida, me entregó a John como si fuera una
cerda preciada. Fui comprada y vendida, Fiona. Mi padre consiguió dos
ciervos de un año por los primeros cinco años y tu padre me consiguió.
por eso que sabía lo suficiente para comenzar a enseñarte cosas: leer y
Página
Bajé la mirada a su última frase. Las lilas son hermosas en esta época
del año. Tal vez estaba preocupada que mi padre la moviera. Que pusiera
su cuerpo en alguna otra parte que donde había escogido morir. Quería
que supiera, solo por si acaso.
—Eso es extremadamente…
Página
—Sé que lo amabas, Isaiah. Pero sé que también sientes alivio. Y está
bien. No está mal.
—Sí, lo está —dijo, negando con la cabeza.
No todos los hombres son malos. Quiero que sepas eso. Me doy
cuenta que la única presencia masculina que has tenido en tu vida es tu
padre y que ha sido tu único ejemplo de hombría. Y desearía poder haber
cambiado eso para ti. Ojalá hubiera alguien más, alguien diferente que
pudieras haber conocido y te muestre. Para demostrarte que hay buenos
hombres por ahí. Hay hombres que son amables y dulces, llenos de
palabras de amor en lugar de odio, hombres que nunca pensarían en
levantarte las manos con ira.
Quizás te estás preguntando cómo lo sé. Sabiendo a estas alturas
cómo me trató mi padre. Sabiendo cómo mi esposo me trató.
Pero hubo un tiempo… cuando tenía diecisiete años, cuando aún
vivía en casa y aguantaba los castigos que estaba convencida de que me
merecía… conocí a un buen hombre. Mi madre había convencido a mi
padre que debería ser voluntaria en la iglesia durante un año. Por
humildad. Para enseñarme a ser desinteresada para mi futuro esposo e
hijos. Sabía cuál era el verdadero plan: mostrarme el mundo exterior.
Mostrarme la ciudad de modo que estuviera familiarizada con ella cuando
eventualmente escapara.
—Te quiero de rodillas —dijo una voz. Familiar, pero no a quien quería
escuchar.
Duele. Oh, Dios, cómo duele. Y, lo que era peor, no esperaba que lo
hiciera. No me había dado cuenta de lo mucho que él había empezado a
significar para mí en tan poco tiempo. No debería haberlo hecho. Quiero
decir… con lo cerrada y distante que soy… no debería haber sido capaz
de significar tanto. Pero lo hacía.
Verla astillarse por todos lados fue la mejor sensación que hubiese
sentido en días.
Pero era todo lo que tenía. Y le debía a ella asumir cualquieras sean
las lecciones que tenía para mí y confiar en ellas. Poner mi fe en ellas.
Así que, no… no todos los hombres son malos. Pero Hunter era un tipo
particular de cabrón hijo de puta.
Quizás después de todo, solo era una imbécil que cae fácil con las
palabras dulces.
S Eso era lo que era. Agarré mi última caja del suelo y la puse
sobre la encimera de la cocina. El cactus estaba apoyado
sobre su absurda maceta de calavera.
Debí dejarla en paz. Desde la primera semana en este sitio, supe que
ella era problemas. Supe que yo estaba en problemas. Ella no era parte de
mi plan. El cual había sido simple: alejarme de una puta vez, nueva
ciudad, nuevo apartamento, nueva vida. Se suponía que pasara mi
tiempo poniendo a andar mi carrera, apañándomelas con los proyectos
de renovación de mi hogar y manteniéndome jodidamente solo. No tenía
que involucrarme con mis vecinos. Si ellos supieran de lo que estaba
huyendo, de todas maneras no querrían tener nada que ver conmigo.
Pero, maldita sea, esa mujer.
Teniendo sexo (lo que pensé en ese momento) duro varias veces al
día, saliendo a beber hasta la completa inconsciencia cada noche
vestida en esos atuendos locamente sensuales.
No, no era una chica buena. Pero las chicas buenas estaban
sobrevaloradas.
hecho, se volvió aún más atractiva cuando pude ver que tenía demonios
Página
, o haré que uno de los chicos venga y las arroje a la basura. Tienes ocho
Página
de una vida bajo mis propios términos. Sabía lo que era: infinitamente
mejor de lo que imaginé. Llegué a ser la persona que siempre había
Página
querido ser. El hombre que supe que se hallaba debajo de todo eso.
Encontré a una mujer que no sabía quién solía ser. Que le gustaba el yo
que verdaderamente era.
—Hunter —dijo, alzando una ceja hacia mí—. Es tan agradable que
hayas venido a darnos una visita.
Y lo sabía. Oh, lo sabía. Y lo odié en ese momento. Por hacer que sea
de esta manera. Por enfrentar a mis hermanos unos contra otros.
Me tensé por el primer puñetazo que supe que Shane había estado
esperando por años para darme. Los otros dudaron, Ryan liberándose de
tu sorpresa inicial para unirse. Mark fue el siguiente, y de último, Eli. No
podía culparlos, ni siquiera cuando me sentí volar hacia atrás sobre el
suelo, una bota aterrizando en mi costado con la fuerza suficiente para
sentir mis costillas romperse. Para esto fuimos criados.
distinción de ser el ser humano más feroz que haya conocido en mi vida.
Lo cual, dado todos los personajes repugnantes que conocía en mi línea
de trabajo, era decir algo.
Chicos a los que les daría una paliza si alguna vez se atrevían a darse
de listillos o ser insolentes con sus reglas. Incluso de adolescentes. Recuerdo
claramente “caer” (o al menos eso es lo que les decíamos a los doctores
en el hospital) por una ventana cuando tenía diecisiete y pensé que sería
una buena idea saltarme las comidas de los domingos. Cosa que era
inaceptable en nuestro hogar.
Por qué era bueno que tuviera una mujer que mi madre aprobara
cuando sabía jodidamente bien que nunca la volvería a ver estaba lejos
de mi comprensión. Pero a ella le importaba. Siempre lo había hecho.
Cada vez que alguno de nosotros mostraba interés por una chica o mujer
que parecía tímida o completamente corriente, armaría un gran problema
por eso. Porque chicos como nosotros necesitaban mujeres que pudieran
manejarnos. Así que ella se volvía amiga de cada delincuente juvenil,
cada buscapleitos bebedora/fumadora/luchadora, cada chica teñida de
violeta, con piercings y tatuajes que llevábamos a casa. Y espantaba a las
que eran animadoras en la secundaria o trabajaban en un salón de
bronceado, o usaban faldas recatadas hasta las rodillas.
De verdad le hubiera gustado Fiona. Aprobaría todos los vestidos
177
—Se preocupa por sus chicos. Sobre todo Eli y tú. Sabía que ustedes
no estaban destinados para esta vida. Tú tenías tu arte, Eli tiene sus libros.
Solo esperábamos que vinieras a nosotros.
—Tal vez deberías haberlo hecho parecer como si esa era una
opción.
¿ahora qué? —pregunté, sabiendo que no iba a ser tan simple como lo
estaba haciendo parecer—. ¿Simplemente no vas a dejarme regresar a la
Página
ciudad después de todos los problemas por los que pasaste para
encontrarme?
—Isaiah, tienes que parar con eso de dejar la maldita puerta abierta.
Isaiah… —llamé, dejando las compras en la encimera y avanzando por mi
apartamento buscándolo.
a la mañana siguiente.
Página
—Lo abandonaste —dije—. Así que las reglas del patio de recreo
entran en juego.
De modo que si, en cambio, todo lo que había hecho era salir y
encontrarme una relación normal… entonces, bien por mí. Y qué se joda si
pensaba que había hecho algo malo.
No iba a decirle que Jake solo era el nuevo número catorce. Y era
más alegre que la Navidad. Era lo suficientemente atractivo como para ser
una amenaza para Hunter. De hecho, era estupendo. Que se sienta
amenazado.
186
—Estoy bien —mentí, cerrando los ojos con fuerza contra las lágrimas
pero de todos modos se filtraron.
—No —dijo una voz detrás de mí—. ¿No crees que ya tuvo
suficiente? No será capaz de caminar así como está.
La idea de vomitar era cada vez más una posibilidad con cada
momento que pasaba, mi cuerpo temblando y haciendo que mi interior ya
tembloroso temblara aún más. Me detuve, agarrando el poste de metal de
una señal de alto al sentir una oleada de inestabilidad.
Ante su mirada siempre paciente, aparté la vista de él, pero metí los
brazos en las mangas. Estaba tan caliente de su piel que sentí hormiguear
mi piel congelada. Y olía a él: jabón y aserrín. Él alcanzó la cremallera y la
levantó hasta que el cuello se abrió y envolvió mi cuello en su calidez.
193
—No tienes derecho a estar triste —le dije, subiendo las escaleras y
mirándolo—. Tú eres el que se fue. Tú eres quien me dejó sola. Cuando
sabías que te necesitaba. Maldita sea, te necesitaba, Hunter —dije, mis
labios temblando, peligrosamente cerca de llorar.
—Lo sé. Fee, maldición. Lo sé. Yo solo…
escapar un gemido largo y bajo ante eso. Y pensar que tenía la ventaja.
Estúpida, estúpida ebria de mí.
Página
A medida que me ponía de pie, me quité los zapatos y desabroché
el abrigo, recordando haberle dicho que me quedaría su chaqueta como
castigo. Una de mis mejores noches, eso seguro. Agarré unas bragas
limpias y una camiseta sin mangas y me dirigí a la ducha. Me llevó casi
media hora sentir que había lavado toda la noche de mi cuerpo.
Miré hacia afuera y, al ver que no llovía, noté que mi ira volvía a
encenderse.
—¿Te duchaste aquí?
Se encogió de hombros y me ofreció una taza de café.
—No quería dejarte.
—Sí —coincidió—. Y luego entré unos minutos más tarde para ver
cómo estabas porque no había luz en tu apartamento, y estabas dormida
contra tu puerta.
Maldita sea, por supuesto que sí. Porque la noche no había sido lo
suficientemente humillante sin ese pequeño bocado. También explicaba
por qué me había desmayado completamente vestida.
—¿Por qué estaba frente a la ventilación de la calefacción?
Él levantó una ceja, sonriendo levemente.
—Eso fue obra tuya. Te dejé en la cama.
—Lo siento. Todavía soy nuevo en todo el rollo de las charlas sexuales
—comentó y se encogió de hombros, y supe que en realidad había
recorrido un largo camino desde que le dejé la revista pornográfica en
casa. Había aparecido una semana más tarde lleno de preguntas y yo
había endurecido mi estómago para responderlas. Eventualmente, lo
envié a una “amiga” mía para que empezara la experiencia práctica. Y
por “amiga” me refiero a una prostituta que pagué para enseñarle el
asunto. Un hecho que todavía no le había contado. Tal vez en un par de
años, lo encontraría gracioso—. Entonces… —dijo, mirando a Hunter—.
Estás de vuelta.
Hunter asintió.
—Estoy de vuelta.
Tal vez fue el “por favor”. O tal vez fue solo el tono. Pero una parte de
la pared en mi interior se rompió.
—Es una gran noticia —dijo, pero sonaba triste. Ante mi frente
levantada, miró a sus pies—. Es solo que… desearía haber estado aquí
para ti. Para ver las cosas finalmente cayendo en su lugar para ti. Para
verte comenzar a sanar…
Él sonrió.
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—Sí, lo sé, nena. Pero tu pasado es retorcido por algo que te pasó. El
mío es retorcido por las cosas que he hecho.
Lo que hizo que su enojo con ese tipo en la calle aquella noche
tuviera muchísimo más sentido.
escapé un día. Intenté comenzar mi propia vida aquí. Pero el día después
de que te fuiste… uno de mis hermanos apareció y me arrastró de vuelta.
Mi padre no estaba… contento. Recibí una buena y sólida paliza de mis
hermanos. Y luego recibí una visita de mi padre al día siguiente. Me dijo
que si quería salirme, debía haber acudido primero a él. Pero no me
permitirían regresar hasta que estuviera allí por un tiempo. Tenía que
enseñar mi cara destrozada, ocuparme de mi negocio, mostrar a todos
que mi padre me dejaba ir… que no lo estaba desafiando.
—Así que en… tres meses —le dije, haciendo que su cara se levante
hacia la mía—, ¿no tuviste acceso a un teléfono? —pregunté, mis ojos
clavados en los suyos, suplicando algún tipo de explicación en la que
pudiera creer.
—También te quería otra vez. —Más que cualquier cosa que hubiera
deseado antes.
Miré hacia sus brazos y sentí que mi corazón caía un poco. Había
pasado horas estudiando sus tatuajes. Una cresta familiar en su hombro,
una cita de Dante en el interior de su brazo derecho… docenas de ellas
con las que estaba tan familiarizada como mi propia piel. Pero había un
nuevo tatuaje en el interior de su muñeca izquierda, corriendo
directamente sobre la vena que sube por el brazo. De casi seis centímetros
de largo y ya se estaba curando.
detrás hasta que me temblaron las piernas. Luego, bajamos las escaleras
casualmente y subimos a su auto.
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—Está bien —dijo Hunter, entrando en el estacionamiento de un bar
y apagando el motor. Observé las motos estacionadas en el frente,
cromadas y negras, sugiriendo un tipo particular de clientela. Me senté allí
por un segundo luchando contra la imagen de Hunter en cuero de los pies
a la cabeza.
—¿Qué es tan gracioso? —preguntó, mirándome.
los pocos pasos entre nosotros, y abofeteé a Shane tan fuerte como mi
mucho más pequeño cuerpo permitiría cruzarle la cara. Los ojos de los
otros hermanos se abrieron de par en par, luego se rieron al igual que
Charlie.
—Ni siquiera actúes como si no lo hubieras visto venir —dije.
—De acuerdo —asintió, mirando hacia el bar—. ¿Pero por qué? Estoy
segura que Hunt te dijo de lo que estaba huyendo… lo que sucedió
cuando Shane lo trajo de vuelta.
—Sí —accedí—. ¿Hunter te habló de mi familia?
—Vendo mi ropa interior sucia por dinero que no necesito —me reí—.
Ninguno de nosotros somos santos, Hunter.
—Creo que mami y papi tienen algo que quieren decirnos a todos —
anunció Helen, mirándome con ojos sabios. La mujer era francamente
Página
extraña con la forma en que sabía cosas a veces. Tal vez solo era porque
ella misma había estado embarazada cinco veces. Tal vez se dio cuenta
de lo verde que me veía algunas mañanas. Sobre cómo mis fosas nasales
se dilataban muy ligeramente con algunos olores. Ella era el tipo de
persona que entendería cosas pequeñas como esa.
—¿Ah, sí? —preguntó Charlie, sonriendo—. ¿Grandes noticias?
Miré a Hunter y él me dio un codazo.
—Tú diles —susurró.
—Estoy embarazada —dije en voz alta.
En silencio, estuve de acuerdo con él. Pensé que era otra niña. Pero,
quiero decir, nunca se puede saber realmente. No hasta un par de meses
más de todos modos.
Estaba bien. Esta era la vida que mi madre había querido para mí.
Un hombre bueno. En realidad, siete hombres buenos a mi alrededor. El
toque de alguien que me amaba. Raro y hermoso y piadoso. Y mi hija
perfecta, mis futuros hijos perfectos. Una oportunidad de romper el ciclo.
Una oportunidad de felicidad
—Te amo, Fee —dijo Hunter contra mi oreja.
—También te amo —le dije, poniendo mis manos sobre las suyas—.
Incluso aunque robaste mi cactus. —Y se rio, apretándome más fuerte con
nuestra pequeña broma interna.
FIN
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Página
Próximo Libro
Scars #2
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Sobre la autora
Moderadora
LizC
Traductoras
Flochi
LizC
Diseño
JanLove
221
Página
Página 222