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El jardín inglés
(pp. 443-448)
[Objetivo]
Lo que esos terratenientes ingleses pretendían era recrear con materiales reales - suelo, agua
y plantas cuidadosamente organizadas - los idílicos y pastoriles paisajes clásicos descritos
por Virgilio. No contentos con contemplar la versión pictórica de tales paisajes en los lienzos de
los pintores franceses del XVII como Nicolás Poussin o Claude Lorrain, esculpieron la propia
tierra para recrear esos anhelados ambientes. El resultado de sus esfuerzos no es otro que la
creación del llamado jardín inglés y de la nueva estética del pintoresquismo, en los que se
priman la irregularidad, la aspereza, la asimetría y la sorpresa derivada de la aparición de vistas
inesperadas, a medida que el paseante se desplaza por el paisaje.
En estos paisajes "naturales" tan artificialmente conseguidos, se disponían cuidadosamente
representaciones de edificios históricos o exóticos, con los que se pretendía inducir a la
reflexión; así, sentado en un banco de Stourhead, frente al falso Panteón de la otra orilla del
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lago, uno podía sentir la sensación de estar leyendo las Geórgicas de Virgilio o, tal vez, ponerse
a reflexionar sobre las implicaciones de la recién publicada obra histórica de Edward. Gibbon
sobre el declive y la caída del Imperio Romano (Historia de la decadencia y ruina del Imperio
Romano, 6 vols., 1776-1788).
A veces, también podía inducirse a la reflexión sobre la historia local mostrando ejemplares de
la arquitectura medieval, una idea que había surgido por primera vez medio siglo antes. En
1705, cuando sir John Vanbrugh inspeccionaba la finca en que iba a construir el palacio de
Blenheim, descubrió las ruinas de la mansión medieval de Woodstock, que Sarah Churchill
insistía en demoler a toda costa. Durante años, Vanbrugh estuvo discutiendo sobre este tema, y
en una carta fechada en 1709 escribía que tales ruinas «suscitan reflexiones vivificantes y
placenteras ( ... ) sobre las personas que las habitaron [y] sobre las cosas importantes que
debieron producirse en ellas". "Si las ruinas se plantaran", escribió Vanbrugh, "con árboles
(principalmente con tejos y acebos hermosos), promiscuamente dispuestos para que formasen
una fuerte espesura, de modo que los edificios que quedan ( ... ) asomasen entre ellos en dos
grupos, constituirían uno de los objetos más agradables que el mejor de los pintores paisajistas
pudiera jamás imaginar" Como muy bien apuntaba Vanbrugh, lo importante es la asociación
que hace la mente entre los viejos edificios y sus cualidades estilísticas. Por cierto que, en 1747,
Sanderson Miller construyó una ruina gótica falsa en el parque de Hagley.
En Francia, el filósofo suizo Juan Jacobo Rousseau (1712-1778) coadyuvó al despertar de una
nueva sensibilidad hacia la naturaleza. En sus Discursos (1750-1754) hizo un elocuente alegato
en pro del "buen salvaje", escribiendo que los seres humanos eran esencialmente libres, buenos
y felices, hasta que fueron corrompidos por la sociedad y la civilización. Un amigo de Rousseau,
el marqués de Girardin, decidió crear en Ermenonville, a las afueras de París, el tipo de paisaje
en el que el hombre pudiera redescubrirse a sí mismo. Ayudado por J. M. Morel y el pintor
Hubert Robert, entre 1754 y 1778, el marqués se hizo construir un parque con una variedad de
paisajes despejados o boscosos, salpicado ocasionalmente de pintorescos edificios, todo ello
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imbuido de la atmósfera pastoril y arcadiana del libro de Rousseau «Julía» o la nueva «Eloísa»
(1761). Hasta en el mismo Versalles, en un remoto rincón del parque, bien alejado de las
repetitivas geometrías de Le Nótre, María Antonieta se hizo construir en 1778-1782 un falso
«hameau», o villorrio rural, a orillas de un estanque de lirios de forma irregular, en un intento
desesperado de recuperar la vida sencilla perdida[ 18.18, 17.20].
El jardín pintoresco, con su adopción de la naturaleza con toda su carga de imperfecciones e
irregularidades inherentes, fue una de las primeras expresiones de una nueva visión del
mundo, que con el tiempo acabaría por desafiar a la racionalidad de la Ilustración: el
romanticismo, así llamado por los romances o novelas de misterio inspirados en temas
medievales, muy del gusto de los escritores de la época.
El romanticismo fue una reacción contra los estrechos y restrictivos modelos matemáticos del
racionalismo neoclásico de la ilustración, que dominaba despóticamente en la segunda mitad del
siglo XVIII y que empezaba a ser tildado de falto de imaginación y sentimiento.
En el último cuarto del siglo XVIII surgen en Inglaterra varios ejemplos tempranos de novela
gótica, o negra, como «Mysteries of Udolpho» (Los misterios de Udolfo), de Ann Radcliffe, y
«Castle of Otranto» (El castillo de Otranto) (1764), de Horace Walpole, ambientados en oscuras
y misteriosas casas antiguas cuyos únicos criterios de diseño parecen residir en la rareza, la
irregularidad y la asimetría.
sentían los románticos. Aunque prácticamente no ejerciera como arquitecto, Piranesi tuvo una
gran influencia sobre sus colegas de la segunda mitad del XVIII a través de sus múltiples series
de grabados de gran formato. En sus veduta, «Vistas de la Roma antigua» [1745-1764],
presentaba unas fantásticas visiones de las ruinas romanas y de edificios recientes, con una tal
grandiosidad de escala, que los seres humanos se veían absolutamente empequeñecidos. La
creatividad de Piranesi alcanzó su cota más sublime en las famosas «Carceri» (Prisiones), en las
que se ofrecían fantasmagóricas perspectivas colosales, realzadas por asombrosos fragmentos
arquitectónicos de escala sobrecogedora.
Como Boullée, Piranesi proponía una arquitectura que sobrepasaba de largo la tecnología de la
época, pero que muy pronto se convertetiría en prototípica de las necesidades edilicias del siglo
XIX.