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SERMÓN
DOMINGO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD
Juan 3:1-17
03-06-2023

Rev. Yban Navarro


(Rev.Erico Sexauer)

Gracia, misericordia y paz de nuestro Señor Jesucristo sea con cada uno de ustedes.

Amen.

 “El Bautismo que Salva”

La Santa Palabra que escuchamos en el día, nos apuntan sin duda al tema del día, aunque
hoy celebramos la Santísima Trinidad, Dios Padre Dios Hijo Y Dios Espíritu Santo, no
tendría esto significancia alguna para los hombres si dejamos de lado la profundidad del
bautismo.
El Bautismo, el lavamiento de la regeneración y la renovación del Espíritu Santo, como lo
llama el apóstol San Pablo.
Y posiblemente pensarás:
 ¿Qué necesidad hay de hablar tanto del Bautismo a una congregación cristiana?
 ¿Acaso no sabemos aquí todos qué es el Bautismo?
 ¿Acaso no hemos presenciado ya docenas de veces este acto sagrado aquí en nuestra
iglesia?
No dudo de que algunos más que otro conoce el significado del Bautismo. Sin embargo, no
está demás hablar del Bautismo aun a cristianos adultos y experimentados, para traer a su
memoria el a veces olvidado hecho de que el Bautismo es no sólo el sacramento de los
pequeñuelos, sino también un sacramento cuya importancia se mantiene inalterada en todo
tiempo de nuestra vida. Todos ustedes fueron recibidos, por medio del Bautismo, en la
Santa Iglesia Cristiana, la comunión de los santos; pero:
 ¿Has pensado aún hoy en tu Bautismo con profunda gratitud hacia Cristo que Instituyó
este sacramento?
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 ¿Sientes de corazón gratitud de haber sido bautizado, y usas tu bautismo como fuente de
consuelo y fortalecimiento?
Debemos examinarnos a nosotros mismos por medio de la Palabra, y así confirmar nuestro
aprecio por este santo sacramento. la Palabra de Dios nos enseña sobre El Bautismo que:
I- Nos regenera para una vida en la fe; II- Nos renueva para un amor sincero y III- Nos
llena de inconmovible esperanza.
I - Y dice el Señor “Fue manifestada la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor hacia
los hombres” ¡Qué verdad tan hermosa! Dios nos amó y aún nos ama a nosotros, los
hombres, y nos manifestó y aún nos manifiesta su bondad. Sí, queridos hermanos: en todo
el universo no hay nadie que nos ame tanto como nos ama el Creador de ese universo, y las
manifestaciones de su bondad son incontables…
-Por amor a los hombres, Dios creó esta tierra y cuanto hay en ella… Por amor a los
hombres, Dios colocó en el firmamento el majestuoso sol, la luna y millones de estrellas…
Por amor a los hombres, Dios plantó el delicioso jardín de Edén como habitación para
aquellos a quienes Él había formado a su imagen y conforme a su semejanza…. Por amor a
los hombres, Dios entregó al primer hombre, Adán una mujer como ayuda idónea para él.
Y cuando, al despreciar todo ese amor y bondad, la primera pareja humana cayó en el
pecado de desobediencia, la bondad de Dios nuestro Salvador se manifestó nuevamente en
la promesa de enviar a estos ingratos e indignos hombres un Redentor, su propio Hijo. Con
respecto a ese testimonio tan sublime del amor divino dice el apóstol San Juan: “En esto
está el amor de Dios, no en que amemos nosotros a Dios, sino en que él nos amó a
nosotros, y envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados”, 1 Juan 4: 10.
En ese mundo, producto del amor divino, entramos ahora nosotros, como hombres muertos
en pecados, enemigos de Dios. ¿Y qué hace Dios? Tiene misericordia de nosotros. Según
su santidad y justicia, Dios debería aplicar a todos nosotros el castigo de la eterna
condenación. Pero (así nos dice Jehová el Señor) “110 me complazco en la muerte del
inicuo, sino antes en que se vuelva el inicuo de su camino y viva”, Ezeq. 33 : 11. “Dios
quiere que todos los hombres sean salvos, y que vengan al conocimiento de la verdad”, 1
Tim. 2:4. ¿Y qué hace Dios para salvarnos? “No a causa de obras de justicia que
hayamos hecho nosotros (¿qué obras de justicia puede hacer el que está muerto en
pecados?) sino conforme a su misericordia él nos salvó, por medio del lavamiento de la
regeneración”, es decir, mediante el Bautismo…
El Bautismo fue instituido por Dios precisamente para seres tan faltos de recursos propios,
tan pecaminosos como lo somos nosotros por naturaleza. En el Bautismo somos
regenerados, recibimos una nueva vida espiritual, la vida de fe en Cristo. “A menos que el
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hombre naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios; lo que es
nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es”, dice Jesús, Juan
3:5-6, y San Pablo afirma: “Si alguno está en Cristo, es una nueva criatura”, 2 Cor. 5 : 17.
Así que el estar en Cristo, el creer en Cristo como Salvador de pecados, nos hace nuevas
criaturas, nos regenera; por ende, el Bautismo es en verdad el lavamiento de la
regeneración, porque engendra en nosotros la fe regeneradora.
…La fe, en efecto, no es producto de nuestra propia decisión, sino que es obrada en
jóvenes y viejos por el Bautismo: El niñito recibe mediante el Bautismo, de una manera
real, aunque incomprensible para nosotros, la fe en su Redentor Jesús. Cristo mismo afirma
respecto de esa fe de los párvulos: “Al que hiciera tropezar a uno de estos pequeñuelos
que creen en mí, mejor le sería que… fuese sumergido en lo profundo del mar”, (Mat. 18 :
6). Y el adulto, recordando agradecidamente su Bautismo mediante el cual nació su fe, es
fortalecido en esa fe y canta con gozo: canticos de alabanzas porque su Señor se ha
manifestado regenerándonos para una vida en la fe
II. Pero El Bautismo no sólo es el lavamiento de la regeneración, sino también “de la
renovación del Espíritu Santo.” Cristo dice en su Gran Comisión, Mat. 28: 19: “Id, pues, y
haced discípulos entre todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del
Hijo, y del Espíritu Santo.” Lo que nuestra Biblia castellana traduce con “en” (en el
nombre del Padre, etc.) es en el texto original griego es una palabra que indica movimiento
hacia un lugar, algo así como el castellano “hacia adentro”. Así podemos decir con razón
que el Bautismo nos introduce en Dios, el bautizado vive en Dios, es hecho hijo del Dios
Trino. Y así como por el Bautismo entramos en Dios, Dios miró también en nosotros con
su Espíritu y dones; el Espíritu Santo fue derramado sobre nosotros, como lo expresa San
Pablo. “Somos templo de Dios, y el Espíritu de Dios mora en nosotros”, (1 Cor. 3: 16)…
Y ese Espíritu no sólo engendró la nueva vida espiritual, sino que también la desarrolla y
vigoriza; capacita al cristiano para combatir y vencer a los enemigos de su salvación.
Sabiendo que es morada, templo del Espíritu Santo, el creyente ya no querrá cometer los
pecados que nos matan; ya no hallará placer en maldecir a otros, o en ser contencioso,
desobediente, ni querrá ya servir a diversas concupiscencias y placeres ni vivir en malicia y
envidia. Antes bien, los que han creído en Dios pondrán diligencia en practicar las buenas
obras, serán obedientes, listos para toda obra buena, apacibles, mostrando toda
mansedumbre para con todos los hombres…
Para ellos recuerda las palabras escritas en Ef. 4 : 30: “No contristéis al Espíritu Santo de
Dios, con el cual sois sellados para el día de la redención.” Así el Bautismo con su
derramamiento del Espíritu Santo puede y debe animarnos constantemente a vivir y
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abundar en amor sincero hacia Dios, cosa que por nuestra propia voluntad carnal y
pecaminosa nunca haríamos, pues “el ánimo carnal es enemistad contra Dios”, (Rom. 8:7)
…El Bautismo debe animarnos a vivir y abundar en amor sincero hacia Dios. Abundar, sí,
porque también el Espíritu Santo fue derramado sobre nosotros en rica abundancia, por
medio de Jesucristo, nuestro Salvador. Dios no es mezquino con sus dones. En el Bautismo
nos confiere la remisión no de cierto número de pecados, sino de todos los pecados… nos
redime no en parte, sino totalmente de la muerte y del diablo… nos promete la salvación
no bajo ciertas condiciones, sino incondicionalmente; y da la salvación eterna no a unos
pocos elegidos, sino a todos los que creen lo que dicen las palabras y promesas de Dios.
Esa riqueza de la gracia divina, ¿no habría de despertar en nosotros un alegre afán de
servir a Dios, con todas nuestras fuerzas, con una vida abundante en frutos de la fe?
Por esto, demos a Dios gracias especiales por haber Instituido en nuestro favor y para
nuestro bien el sacramento del Santo Bautismo, lavamiento de regeneración que nos
renueva para un amor sincero.
III. Milagroso es el efecto del Bautismo en los pequeños: los lava de todo pecado y los
hace miembros de la familia de Dios. Milagroso es el efecto del Bautismo en la vida de los
creyentes adultos: robustece su fe para que gustosos abunden en obras de amor. Pero el
efecto del Bautismo no termina con la vida terrenal, así como tampoco el efecto de la fe se
acaba con el último latido de nuestro corazón. “Si sólo mientras dure esta vida, tenemos
esperanza en Cristo, somos los más desdichados de todos los hombres”, dice San Pablo en
(1Cor.15 :19). Pero nuestra fe tiene como objeto no sólo al Cristo crucificado, muerto y
sepultado, sino también al Cristo resucitado de entre los muertos que subió a los cielos,
desde donde en el postrer día ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos y a llevamos
para siempre a su reino de gloria. Ésta es nuestra esperanza inconmovible, garantizada por
las solemnes promesas del Dios que no miente, y también esta esperanza es obrada en
nosotros por el Bautismo.
Dios nos salvó, dice San Pablo, por medio del lavamiento de la regeneración, “para que,
justificados por su gracia, fuésemos constituidos herederos, según la esperanza de la vida
eterna”. Porque En el Bautismo fuimos justificados. En el Bautismo fuimos lavados y
limpiados de nuestros pecados. En su sermón del día de Pentecostés, el apóstol Pedro dice:
“¡Arrepentíos, y sed bautizados en el nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros
pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo!” Hech. 2 : 38; y en el cap. 22 del mismo
libro leemos que Ananías dijo a Saulo: “Levántate, y bautízate, y lava tus pecados.” Más
donde hay remisión de los pecados, allí hay también vida y salvación. Desaparecido el
pecado, desaparecen también las barreras que nos impedían la entrada a la casa de nuestro
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Padre celestial. Nada ni nadie puede ya separarnos del amor de Dios que está en Cristo
Jesús. Satanás ya no tiene de qué acusarnos, el buen Dios nos extiende amoroso sus brazos.
¡Oh, cuán agradecidos podemos estar pues por nuestro bautismo! Ese maravilloso
sacramento no sólo siembra en nuestro corazón la verdadera fe y un amor activo, sino que
además nos hace regocijamos en la esperanza, una esperanza no de efímeros tesoros
terrenales, sino de la vida perdurable en el cielo, donde hemos de ver a nuestro Redentor
con nuestros propios ojos en eterna justicia, inocencia y bienaventuranza, donde
volveremos a encontrarnos también con todos aquellos que han acabado ya su terrenal
carrera y donde, lejos del mundanal ruido, la paz del Señor nos ampara por siempre jamás.
Así pues, amados hermanos, mantengamos siempre vivo el aprecio por el lavamiento de la
regeneración y aprovechemos bien sus inmensos beneficios, haciéndolo administrar cuanto
antes a los hijos que Dios nos diere, y consolándonos y fortaleciéndonos con nuestro
Bautismo todos los días de nuestra vida.
Amen
Que la providencia del Padre, la redención del Hijo y la consolación del Espíritu Santo
guarde sus corazones en Cristo Jesús para vida eterna. Amen.

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