Está en la página 1de 2

EDITORIAL

Opinión

Un legado para el futuro de la Iglesia


Actualizado Domingo, 1 enero 2023 - 01:20

La muerte de Benedicto XVI supone el fin de la vida de un nombre singular y


marca el inicio en la creación del mito en torno a su persona y su obra.

GETTY

Cerrar Publicidad

La muerte de Benedicto XVI supone el fin de la vida de un nombre singular y marca el


inicio en la creación del mito en torno a su persona y su obra. Encandilados por los
reflejos inconexos de la cultura mediática, pocos conocen en realidad el pensamiento
y la verdadera altura moral e intelectual de Joseph Aloisius Ratzinger. No es
pretencioso decir, sin embargo, que en la Iglesia habrá un antes y un después de su
Pontificado. Por extensión, la influencia que la comunidad católica ejerce en la sociedad
también está -y seguirá- marcada por el periodo en el que el Papa alemán ocupó la silla
de Pedro.

Tras un largo periodo de Pontífices ausentes de los vaivenes de un mundo en continua


transformación, cuando no abiertamente defensores del inmovilismo eclesial- el todavía
joven sacerdote tuvo el privilegio de participar como asesor en el Concilio Vaticano
II, el punto de inflexión que marca la apertura de la Iglesia católica a reflexionar sobre
las realidades sociales en clave de compromiso mutuo con «todo lo verdaderamente
humano» y con ánimos de consenso. Ratzinger formó parte, muy al contrario de lo que
el imaginario colectivo ha sentenciado, del grupo de teólogos renovadores de la
institución eclesial, aquellos que emprendieron el por entonces casi intransitado camino
del encuentro entre la fe y la razón. El joven sacerdote llevó hasta los límites una
reflexión teológica sobre los puntos de aproximación entre el razonamiento
empírico y la experiencia religiosa, dos ámbitos que siempre defendió como
mutuamente necesitados -y hasta dependientes-.

Por encargo de Juan Pablo II, su paso como máximo responsable de la Congregación
para la Doctrina de la Fe (cuyo nombre anterior era el de Santo Oficio de la Inquisición)
cimentó la imagen del «bulldog alemán», custodio de la ortodoxia e implacable
perseguidor de las desviaciones doctrinales. Resulta innegable la afinidad del difunto
Papa con los sectores más conservadores de la Iglesia, al contrario de lo que sucedía con
otras corrientes consideradas progresistas por su interpretación más social de la
doctrina, cual es el caso de la llamada teología de la liberación. No siempre acertado,
sus críticas a tales movimientos sociales forman parte de otra de las claves de
interpretación de su pensamiento: la lucha que acuñó contra el relativismo moral y la
instrumentalización de la fe.

Un Papa de compromiso, un Pontífice de transición, una sombra de su antecesor... su


elección como 265º sucesor de Pedro fue aplaudida y denostada. Finalmente, a ninguna
facción dejó plenamente satisfecha, pues si por algo destaca el Papa teólogo es por
la búsqueda apasionada de la verdad, sobre el mundo y sobre Dios, lo que le
mantuvo al margen de filias y fobias en los postreros años de su Pontificado. El gesto de
su renuncia, el reconocimiento público de su incapacidad para afrontar los
renglones más oscuros del Vaticano -pederastia, economía sumergida, influencias
ilícitas- es la más elocuente muestra de su libertad interior. Mal entendida por muchos,
su abdicación fue un servicio más a la renovación de la Iglesia. Aprender a irse fue su
(casi) última lección.

También podría gustarte