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Por encargo de Juan Pablo II, su paso como máximo responsable de la Congregación
para la Doctrina de la Fe (cuyo nombre anterior era el de Santo Oficio de la Inquisición)
cimentó la imagen del «bulldog alemán», custodio de la ortodoxia e implacable
perseguidor de las desviaciones doctrinales. Resulta innegable la afinidad del difunto
Papa con los sectores más conservadores de la Iglesia, al contrario de lo que sucedía con
otras corrientes consideradas progresistas por su interpretación más social de la
doctrina, cual es el caso de la llamada teología de la liberación. No siempre acertado,
sus críticas a tales movimientos sociales forman parte de otra de las claves de
interpretación de su pensamiento: la lucha que acuñó contra el relativismo moral y la
instrumentalización de la fe.