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RISOLIA DE OCAMPO. MA.

JOSE C/ ROJAS, JULIO CESAR Y OTROS S/ EJECUCION DE


SENTENCIA.
S.C. R.94.XXXIV.

PROCURACION GENERAL DE LA NACION

Suprema Corte:
I.
La Sala H de la Cámara Nacional de Apelaciones en
lo Civil modificó, parcialmente, la sentencia del juez de
grado resultando condenados Microómnibus Barrancas de
Belgrano S.A., el conductor Julio César Rojas y Belgrano
Sociedad Cooperativa Limitada de Seguros, al pago de una
indemnización con motivo del accidente padecido por una
menor atropellada por un colectivo. Distribuyó la
responsabilidad derivada del hecho en un 70% a cargo de la
actora y 30% de las demandadas, y elevó el resarcimiento en
concepto de daño moral (fs 29/35).
Iniciado el trámite de ejecución de sentencia la
empresa de colectivos solicitó la suspensión del
procedimiento, invocando los términos del decreto 260/97 de
Autotransporte Público de Pasajeros, que declaró en estado
de emergencia a las empresas prestadoras de este servicio y
a sus aseguradoras. Asimismo, requirió que se practique
liquidación para abonar la condena por el sistema de cuotas
establecido por aquella norma (fs 48).
El juez civil, haciendo lugar al planteo de la
actora, declaró la inconstitucionalidad del mencionado
decreto; decisión que fue confirmada por el tribunal de
alzada.
La Cámara Civil -tal como surge de los fundamento
s de la sentencia recaída en los autos "Flores de Guzmán
c/ Empresa San Vicente s/sumario", a la que remite y cuya
copia
certificada se agrega precedentemente- señaló que no estaba
en discusión la existencia de la emergencia a que hace
referencia el decreto, pero consideró que no mediaba una
urgencia que impidiera al Estado recurrir a sus resortes
propios. Juzgó que se había implementado una moratoria para
beneficiar a un grupo de empresas de transportes y de segu
-
ros, lo que privaba a la medida de una justificación razona
-
ble.
Puso de resalto la doctrina del precedente de la
Corte, "Avico", en el que se destacó que las normas de
emergencia deben encontrar sustento en la finalidad de
proteger intereses generales de sociedad y no de determina
dos
individuos y que dicha pauta no se configura, en el caso,
porque, la moratoria está prevista para un grupo concreto y
determinado y no para una categoría general de deudores .
Sostuvo el tribunal que, en esas condiciones, se
lesionó el principio de igualdad ante la ley, máxime cuando
la emergencia se trasladó a las víctimas de los accidentes de
tránsito, quienes financiarían una crisis que no causaron.
Además, destacó que la norma excluyó el pago de la tasa de
justicia del régimen de la moratoria, lo que implicó crear un
privilegio estatal. Sobre dicha base, concluyó que había sido
bien declarada la inconstitucionalidad del decreto.
II.
Contra dicho pronunciamiento interpuso recurso
extraordinario Microómnibus Barrancas de Belgrano S.A. (fs.
113/152), el cual fue concedido a fs. 157.
Sostiene la recurrente que se configura una cuest
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ión federal relativa a la validez de un decreto del Poder
Ejecutivo, dictado en ejercicio de las atribuciones que le
confiere el articulo 99 inc. 3ro de la Constitución Nacio
-
nal, y que el fallo, desfavorable a la constitucionalidad
de la norma, ha sido arbitrario porque conculca derechos y
garantías constitucionales.
Se agravia de que la sentencia le impide acogerse
a la solución prevista en el mencionado decreto, para hacer
frente a la situación de emergencia que padecen las
empresas de transporte público de pasajeros. Invoca la
elevada siniestralidad del sector y la alta litigiosidad
resultante, que habrían derivado en la imposibilidad de las
empresas de hacer frente a un abultado pasivo, por efecto
de la quiebra de compañías aseguradoras que concentraban la
cobertura de esos riesgos.
Afirma que el transporte automotor está en crisis
y que el decreto cuestionado procura revertir esa situación
para que la cadena de perjudicados no se siga expandiendo,
máxime, sostiene, encontrándose en juego el regular
funcionamiento de un servicio público. Destaca que la
sentencia es contradictoria porque reconoce que existió la
emergencia pero rechaza la alternativa de que el Estado
debiera tomar una medida con efectos inmediatos,
prescindiendo de ponderar el interés general comprometido.
Alega que el principio de la división de poderes
no es absoluto y que no debe ser interpretado en términos
que equivalgan al desmembramiento del Estado.
Invoca la doctrina de la Corte en el caso "Peralt
a" y señala que el decreto impugnado, procura superar la
emergencia del sector mediante el acogimiento a una morato
ria
razonable, la cual sólo establece una espera, que no suspende
el devengamiento de intereses moratorios, a fin de garantizar
la continuidad de empresas que prestan un servicio público,
evitando un desenlace falencial cuyos efectos devastadores no
sólo perjudicarán a los acreedores. Señala, finalmente, que
el decreto consagra una solución de equidad, autorizada por
el artículo 1069 del Código Civil y que no cercena el derecho
de propiedad de las víctimas de accidentes de tránsito a
percibir el resarcimiento respectivo, sino que tiende a
asegurar su cobro íntegro.
III.
El recurso extraordinario deducido es formalmen-
te procedente, por cuanto se encuentra en tela de juicio la
constitucionalidad de un decreto de necesidad y urgencia
emanado del Poder Ejecutivo Nacional y la decisión atacada ha
sido contraria a su validez (art. 14, inciso1º, ley 48).
IV.
Ingresando al fondo del asunto, estimo necesario
reseñar que el decreto 260/97 del Poder Ejecutivo de la
Nación declaró en "estado de emergencia" por el plazo de
treinta y seis meses a la actividad aseguradora del transpor
-
te de pasajeros, y a las empresas prestadoras de ese servi
cio
público (art. 1).
La norma dispuso que las obligaciones de dar sumas
de dinero resultantes de sentencias firmes dictadas hasta la
vigencia del decreto, y de las que durante la emergencia
condenaran al resarcimiento de daños provocados en ocasión o
con motivo de la prestación del servicio, serían atendidas en
sesenta cuotas mensuales, iguales y consecutivas, con un
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semestre inicial de gracia (art. 2). Precisó, asimismo, que
las costas y otros accesorios -salvo la tasa de justicia-
se deben ajustar a idéntico régimen de excepción.
Además, durante la emergencia cesará toda medida
ejecutoria contra los beneficiados por la norma,
prohibiéndose despachar contra ellos actos o medidas
precautorias que afecten su desenvolvimiento financiero o
la prestación del servicio (art. 4).
En relación a lo expuesto, merece destacarse que
la reforma de 1994 incorporó a la Constitución Nacional la
figura de los decretos de necesidad y urgencia, una modali
-
dad legislativa que ya había sido receptada en la práctica
y reconocida su validez tanto judicial como
científicamente. Desde entonces constituyen una
prerrogativa del Presidente de la Nación, con basamento
constitucional (art. 99 inc. 3ro.), para dictar
disposiciones de sustancia legislativa con el fin de
afrontar situaciones de emergencia. La excepcionalidad del
instituto surge del mencionado artículo, toda vez que sólo
autoriza a ejercer esa facultad cuando circunstancias
excepcionales hagan imposible seguir un trámite
parlamentario y excluyendo determinadas materias. Además,
las normas dictadas en esas condiciones, deben ser
sometidas a la consideración de una Comisión Bicameral
Permanente, que aún no ha sido creada.
Con relación a este último aspecto, coincido con
el criterio ya expuesto por V.E. (v. sentencia del 17 de
diciembre de 1997, in re "Rodríguez Jorge en: Nieva Alejan-
dro y otros c/Poder Ejecutivo Nacional"), en cuanto a que
resulta inaceptable que la mera omisión legislativa prive
indefinidamente al titular del Poder Ejecutivo Nacional de
una facultad conferida por el constituyente.
Las prerrogativas atribuidas por la ley suprema a
uno de los poderes del Estado, no pueden resultar cercena
das
por la inactividad de otro poder en el ejercicio de las
funciones de control que el mismo ordenamiento le impone. La
falta de instrumentación adecuada de los controles que la
Constitución ha instituido en el caso, no debe llevar a la
traba o anulación de las facultades del Poder Ejecutivo y su
recordada y también constitucional participación en el
mecanismo de creación de las normas.
Tales consideraciones despejan, al menos por ahora,
la objeción referente a la vigencia del decreto. Luego,
restaría determinar - prosiguiendo un examen formal de la
norma- si el Poder Ejecutivo cumplió con los restantes
recaudos que establece la Carta Magna para poner en ejerci
cio
sus atribuciones legislativas extraordinarias. Es decir, si
medió una situación de riesgo social frente a la cual existió
la necesidad de adoptar medidas súbitas, del tipo de las
instrumentadas, y cuya eficacia no parezca concebible por una
vía distinta a la arbitrada.
En ese sentido, sostuvo este Ministerio Público
Fiscal en el caso "Peralta Luis A. y otro c/ Estado Nacio
nal,
Ministerio de Economía BCRA" (con sentencia del 27 de
diciembre de 1990, Fallos 313:1513) -que hallo referible en
el aspecto que menciono a pesar de ser un dictamen anterior a
la Reforma Constitucional de 1994- que en virtud de princi-
pios jurisprudenciales elaborados durante décadas por V.E., a
través de los que se legitima la limitación del derecho de
propiedad cuando median circunstancias de emergencia social
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"el exclusivo camino indefectible para cuestionar con algún
éxito preceptos de tal índole sería el que llevase, o bien
a controvertir en sí misma la concepción del estado de
emergencia, negándolo o restándole la entidad que se prego
-
na, o bien discutir la razonabilidad del grado de vincula
-
ción entre dicho estado de crisis y las medidas que en
concreto se tornaron para paliarlo, afectando a quien
acciona".
En el caso, el riesgo social referenciado surge d
e los considerandos del decreto -y cobró notoriedad en los
medios de comunicación con la quiebra de la compañía de
seguros condenada en autos- desde que, tal como allí se
indica, se encontraban en trámite alrededor de veintisiete
mil juicios por reclamos resarcitorios en virtud de
accidentes de tránsito, que superaban la suma de
seiscientos millones de pesos. Ello, conducía a una
situación de insolvencia a las pocas compañías de seguros
que asumieron el riesgo de operar con un sector de alta
siniestralidad, lo cual afectaría, en definitiva, la
prestación del autotransporte público de pasajeros, ya que
las empresas deberían hacerse cargo directamente de
abultados pasivos. Por otro, lado, se señaló que en los
medios de transporte automotor se desplazan a diario nueve
millones de personas, sin que existan medios alternativos
para efectuar esos traslados y que esa actividad comercial
es fuente de ingresos para cien mil trabajadores, los
cuales corrían serio peligro de perder sus empleos. En esas
condiciones, la medida no podía aguardar los trámites
ordinarios de formación de las leyes.
A mi modo de ver, la situación de emergencia surg
e de la propia fundamentación del decreto y no ha sido
desvirtuada por quienes descalifican la norma.
La Corte en el caso "Peralta" (Fallos 313:1513) h a
sentado las premisas que definirían a una situación como de
"emergencia". Estas se aplican claramente a la situación
descrita en los considerandos del decreto cuestionado en
autos.
El fallo citado discurre en los mismos términos q
ue en su momento lo hiciera "Avico c/de la Pesa" haciendo
propios los argumentos del Chief Justice Hughes en "Home
Building v. Blaisdell". Entonces, para que exista válidamen
te
una situación de emergencia que justifique una decisión
legislativa de este tipo deben darse cuatro requisitos: 1
º
una situación de emergencia que imponga al Estado el deber de
amparar los intereses vitales de la comunidad; 2º que la ley
tenga como finalidad legítima, la de proteger los intere
ses
generales de la sociedad y no a determinados individuos; 3
º
que la moratoria sea razonable, acordando un alivio
justificado por las circunstancias; 4º que su duración sea
temporal y limitada al plazo indispensable para que desapa
-
rezcan las causas que hicieron necesaria la moratoria.
A mi juicio se presenta en este caso "aquella sit
uación extraordinaria que gravita sobre el orden económico
social con su carga de perturbación acumulada, en variables
de escasez, pobreza, penuria o indigencia, origina un estado
de necesidad al que hay que ponerle fin" (Fallos 313: 1513).
No puede ponerse en duda que interesa al conjunto
de la comunidad el regular funcionamiento del servicio
público de transporte automotor y que dada su dimensión y su
relevancia para el desenvolvimiento de todo el quehacer
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económico, su situación crítica repercutiría de manera
generalizada, causando una grave perturbación en la
convivencia social. Desde esta perspectiva, la medida
adoptada no aparece dirigida a crear un beneficio sectorial
-como se alega- sino ordenada a proteger un interés general
de la sociedad. Sin duda, de ocurrir en un futuro una
situación de falencia generalizada entre las compañías de
autotransporte de pasajeros, el caos en las comunicaciones
terrestres, y la consecuente incomunicación de grandes
sectores de la población sería la primera consecuencia,
junto con la pérdida de la fuente de trabajo de miles de
personas, y la incertidumbre acerca de la cobrabilidad o no
de los créditos de otros tantos miles de personas, tornan
indudable la procedencia del alegado estado de emergencia.
Así, se cumplen los primeros requisitos de la definición de
la situación de emergencia, que elaborara la doctrina de
V.E. desde antiguo. Los restantes se analizarán en el
apartado siguiente.
V
Finalmente, corresponde analizar si las medidas
adoptadas por el Poder Ejecutivo son proporcionadas a su
fin y, por lo tanto, razonables, en cuanto a la afectación
de derechos y garantías constitucionales (art. 28,
Constitución Nacional).
La limitación de derechos individuales es una
necesidad derivada de la convivencia social. Inveteradamen
-
te, la Corte ha señalado que los derechos declarados por la
Constitución Nacional no son absolutos y están sujetos a
las normas que reglamenten su ejercicio y que en momentos
de perturbación social y económica y en otras situaciones
semejantes de emergencia y ante la urgencia en atender a la
solución de los problemas que crean, es posible el ejercicio
del poder del Estado en forma más enérgica que la admisible
en períodos de sosiego y normalidad (Fallos 199:466 y 483;
200:450). Mas, cuando la restricción de esos derechos provie
-
ne del ejercicio de una facultad extraordinaria, que se
sustrae a la regular distribución constitucional de incumben
-
cias estatales, debe existir una causa justificante igualmen-
te excepcional que legitime ese proceder.
Considero que, en el caso, confluyen diversos fac
tores que determinan que la medida adoptada supere el mencio
-
nado juicio de razonabilidad.
En efecto, en primer lugar, la emergencia referen
ciada comprometía la prestación de un servicio público, como
lo es el autotransporte de pasajeros, que el Estado debe
preservar en cuanto a su calidad y eficiencia, por mandato
constitucional (art. 42 Constitución Nacional, ley 24.190,
decreto 1388/96, arts. 2, 3, 4, 6, y 7 y decreto 656/94).
Además, se trata de una actividad privada regulada por el
Estado, a1 punto que la política tarifaria en materia de
transporte, impedía trasladar a los costos y tarifas los
recursos necesarios para sobrellevar la emergencia.
Del mismo modo, la crisis de las compañías de
seguros que operaban con ese sector concierne al interés
general, habida cuenta que la cobertura de siniestros median
-
te su sistema de neutralización de los riesgos cumple una
relevante función social, motivo por el cual están sujetas al
control estatal y a una regulación estricta, que les impide -
en lo que aquí interesa - presentarse en concurso preventivo
(ley 20.091, art. 51).
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Se trata, pues, de dos actividades privadas cuyo
desenvolvimiento no es ajeno a los cometidos de la adminis
-
tración estatal.
Mas, la principal objeción que se formula al decr
eto, es que habría beneficiado a un sector empresarial en
desmedro de sus acreedores, que son víctimas de sus
accidentes.
Debo destacar a V.E. que centrar el control de
razonabilidad de la medida en la postergación al cobro que
sufren los afectados -cuya relevancia para la satisfacción
de sus legítimos intereses, y sus padecimientos, no pasan
desapercibidos a este Ministerio Público- constituye un
análisis un tanto simple, que desatiende que el objetivo de
la medida es procurar una solución preventiva de la
insolvencia, para evitar su repercusión generalizada en el
resto de la sociedad, y preservar el derecho al cobro
íntegro de los créditos, en situaciones igualitarias.
Constituye un principio elemental, en el ámbito d
el derecho comercial, la insuficiencia que presentan las
vías ordinarias de cobro ante una situación de insolvencia.
Los juicios individuales pierden su aptitud para agredir el
patrimonio del deudor cuando éste deviene impotente para
hacer frente a las obligaciones que lo gravan. El asedio
incesante de los acreedores obstruirá toda alternativa de
superar la crisis, y cumplir con las deudas pendientes, ya
que, los medios compulsivos de cobro que aquéllos ejercerán
-inhibiciones, embargos y secuestros precautorios y
ejecutorios, intervenciones en la administración o en la
recaudación, subastas- van a lesionar o, incluso, a
paralizar su
actividad comercial. Esa agresión desorganizada a través de
acciones individuales no ofrece opciones para superar la
crisis, carece de cauce para arribar a soluciones interme
-
dias de negociación colectiva con los acreedores, lo que, en
definitiva, se vuelve contra los propios interesados en
satisfacer sus reclamos crediticios.
La ley concursal provee los instrumentos para ord
enar ese caos, sometiendo a todos los acreedores a un régimen
único y proponiendo un abanico de soluciones para procurar el
pago de las deudas, desde la posibilidad de recurrir a un
acuerdo preventivo extrajudicial dotado de oponibilidad ante
terceros (art. 69) o, ya en el ámbito jurisdiccional, el
concurso preventivo (art. 11 y sig.) y, finalmente, la
quiebra (art. 77 y sig.), que tampoco cierra el paso a la
recuperación, al admitir su conversión y formas de conclu
sión
no liquidativas.
A nadie se le ocurriría plantear la inconstitucio-
nalidad per se del procedimiento concursal por el sólo hecho
de preterir el pago de las deudas del comerciante a sus
acreedores hacia el futuro, o por conceder una quita en sus
acreencias, extremo este último que ni siquiera está plantea
-
do por el decreto que se cuestiona. Sin embargo, como ya
señalé, esas soluciones preventivas están vedadas a las
compañías de seguros, porque en caso de insolvencia serán
liquidadas por el organismo de control. Y si bien las empre
-
sas de colectivos no están sometidas a igual proscripción,
resulta ilusorio que recurran a esos mecanismos, porque su
capacidad de negociar la deuda y reorganizar la empresa se ve
limitada, ya que no podrán aumentar sus ingresos elevando las
tarifas o modificando las condiciones de prestación del
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servicio, con el fin de hacer frente a un importante pasivo
que no estaba en sus previsiones pues, a tal efecto, habían
contratado seguros.
Quienes califican la medida como un beneficio
para los victimarios pecan de cierto anacronismo que
reconoce su origen en el advenimiento de las soluciones
preventivas a favor del comerciante individual -persona
física-, inculpable de su insolvencia.
Al crecer el nivel dimensional de la empresa y
profundizarse la desvinculación entre socio y sociedad,
hasta llegar a las grandes sociedades accionarias y los
grupos económicos, se aceleró, de manera irreversible, el
proceso de des-subjetivización de la crisis: hoy se atiende
a criterios económicos para decidir el salvataje de una
empresa en dificultades o en cesación de pagos; juzgar la
inconducta de los administradores, o en el caso, de los
dependientes por quienes deben responder, es un quehacer
aparte.
Es más, la nueva ley de concursos 24.522 flexibil
izó las soluciones preventivas ampliando los sujetos
concursables (art. 2), eliminó la exigencia de acreditar el
pago de obligaciones laborales y previsionales (art. 11
inc. 8, ley 19.551); incorporó el régimen de conversión de
la quiebra en concurso preventivo (art. 90); amplió la
formulación de propuestas de pago admitiendo que sean
diferenciadas y por categorías (art. 43); introdujo el
concurso de agrupamientos empresarios (art. 65); restringió
los supuestos de ineficacia en beneficio del deudor que se
halla en dificultades (arts. 118 y 199), entre otros
aspectos.
Resultaría incongruente con esa orientación legis
lativa, la adopción de un criterio riguroso que deje libra
dos
a un destino fatal a sujetos vinculados con actividades de
interés general, como lo son el servicio público de
transportes y el mercado asegurador. Un debate parlamentario
para atemperar construcciones racionales sobre el derecho de
propiedad, que pierden sentido ante la insolvencia de quien
debe pagar, no hubiera proporcionado una solución eficiente.
Esa perspectiva me conduce conc luir que las
medidas adoptadas para paliar la emergencia no han sido
irrazonables. Ello no implica evaluar su acierto, convenien
-
cia o mérito, sino solamente apreciar su validez desde la
óptica constitucional, ante la afectación del derecho de
propiedad de beneficiarios de sentencias firmes.
V.E. ha señalado que es admisible restringir el
derecho de propiedad, en circunstancias excepcionales, si se
observan las condiciones para ello, aún cuando emerjan de
sentencias firmes, pasadas en autoridad de cosa juzgada. En
tal sentido, siguiendo los precedentes de las causas "Iache
-
met María Luisa c/ Armada Argentina s/pensión (ley 23.226)"
del 29 de abril de 1993 y "Russo" (Fallos 242:467) estableció
los tres requisitos que debe reunir una legislación de
emergencia para no ser violatoria de la Constitución Nacio
-
nal: a) que las normas sean dictadas para remediar una grave
situación de emergencia; b) que se resguarde la sustancia de
los derechos reconocidos en los pronunciamientos judiciales;
y c) que la suspensión de los efectos de las sentencias
firmes sea sólo tempora1. " (sentencia del 4 de mayo de 1995,
en los autos "Laporte María Amelia c/ Instituto Nacional de
Previsión Social Caja de Industria y Comercio" L.
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196, XXIV).
En esta misma línea de pensamiento V.E. tiene dic
ho que "cuando una situación de crisis o de necesidad
pública exige la adopción de medidas tendientes a
salvaguardar los intereses generales, se puede sin violar
ni suprimir las garantías que protegen los derechos
patrimoniales, postergar, dentro de los límites razonables,
el cumplimiento de obligaciones emanadas de derechos
adquiridos." (Fallos 313:1513, considerando 37º).
Entonces, cuando justamente por estas razones -cr
isis o necesidad pública- , se sanciona una norma que no
priva a los particulares de los beneficios patrimoniales
legítimamente reconocidos, ni se les niega su propiedad y
sólo se limita temporalmente la percepción de tales benefi
-
cios, se está reglamentando válidamente la garantía del
art. 17 de la Carta Magna. En el sistema constitucional
argentino, no hay derechos absolutos y todos están
subordinados a las leyes que establezcan la forma de
ejercitarlos regularmente (Fallos 313:1513, considerando
38º). Piénsese que sino, de no adoptarse medidas urgentes
para anticiparse a la crisis que se perfilaba en el sector
del autotransporte automotor, la mayoría de los créditos de
los particulares contra las empresas de transporte público
de pasajeros, y sus aseguradoras, habrían devenido,
probablemente, ilusorios.
En el caso, se cumplen los recaudos que en la
hermenéutica constitucional se han elaborado para limitar
el ejercicio de los derechos fundamentales; porque en el
sub lite no se priva a la actora de sus derechos
patrimoniales,
los que fueran determinados judicialmente, sino que se los
posterga temporalmente, adicionándose los intereses morato
-
rios que se devenguen.
Tampoco hallo lesionada la garantía de igualdad,
concebida por el Alto Tribunal como el derecho a un mismo
trato a quienes se hallan en una razonable igualdad de
circunstancias, aunque ello no impide que se contemple en
forma distinta situaciones que son diferentes, siempre que
esa distinción no sea arbitraria o responda a propósitos de
hostilidad (Fallos: 138:313; 182:355; 254.204; 300:1049;
306:1560; 313:1005). Limitar la moratoria a una determinada
categoría de acreedores fue una opción -sobre cuyo acierto no
me corresponde opinar porque incursionaría en el ámbito de
discrecionalidad de quien dictó la decisión- que no revela un
propósito discriminatorio ni arbitrario, sino dirigido a
acotar los efectos negativos de la emergencia.
No obstante, aquí aparece un serio interrogante q
ue es el relativo a si el pago en sesenta meses, con un plazo
inicial de gracia de seis meses, contados a partir de que
quede firme la liquidación efectuada no resulta excesivo en
el marco de la emergencia indicada. Valga recordar que la
propia Corte ha puesto de relevancia que la duración de la
emergencia debe ser limitada y breve, en relación con el
plazo indispensable para que desaparezcan las causas que
hicieron necesaria la moratoria (sentencia del 15 de mayo de
1959, en autos "Russo Angel y otra c/ C. De Delle Done
s/desalojo").
El término de sesenta meses más otros seis de gra
cia no resulta precisamente breve. Además, no aparece expli-
cado el motivo por el cual mientras la emergencia se dicta
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por treinta y seis meses, sus efectos se extienden casi al
doble de tiempo.
Sin embargo, a fin de evitar el peligro de un
eventual quebrantamiento de la actividad del autotransporte
y sus aseguradoras, creo posible sugerir al máximo Tribunal
de la Nación, que, si lo estima conveniente, dejando a
salvo el plazo de gracia, adopte una solución de equidad
que, sin invalidar el decreto, reduzca el plazo de pago en
cuotas en coincidencia con el de la emergencia, es decir, a
treinta y seis meses. Así se cumpliría acabadamente con las
pautas reseñadas en el capítulo IV del presente, reiterando
la doctrina de V.E., en lo que respecta a la razonabilidad
de la moratoria, en concordancia con la duración temporal y
limitada del propio decreto 260/97.
Cabe señalar que la Corte ha adoptado ese tempera
mento, más allá del sistema legal vigente, cuando -como
acontece en el sub-lite los métodos adoptados por la
administración aparecen como irrazonables (ver doctrina del
caso "Telechansky Raúl s/ pensión. Recurso de hecho"
sentencia del 4 de junio de 1991). De ese modo, se
superaría el riesgo de provocar efectos extremos en una
actividad que se pretende auxiliar, pero salvaguardando en
mayor medida los derechos de las víctimas, que verían
abreviados los plazos de pago.
Considero, pues, que corresponde hacer lugar al r
ecurso extraordinario deducido, y revocar la sentencia
apelada, para que si V.E. compartiera la solución que
propugno, se ordene liquidar el monto de la condena de
acuerdo a lo expuesto.
Buenos Aires, octubre 19 de 1998.
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