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Tabla de Contenido

El hijo inesperado del multimillonario irlandés

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Epílogo

OTRA HISTORIA QUE TE VA A GUSTAR


Comprada Por Un Mafioso

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis
El hijo inesperado del multimillonario irlandés

Por Sophia Lynn

Todos los derechos reservados. Copyright 2017 Sophia Lynn.

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Capítulo Uno

El cielo sobre Dublín se había oscurecido, había pasado de un bonito


azul a un suave gris perlado. Natalie Rook no llevaba mucho tiempo en la
bella ciudad irlandesa, pero era tiempo suficiente para saber que querría estar

a cubierto más temprano que tarde.


Mientras echaba un vistazo a la gente que se apresuraba pasando a su
lado por la acera, la chica de veinticuatro años no podía contener una ligera
punzada de envidia. Toda la gente que pasaba deprisa a su alrededor tenía
lugares a los que ir y un propósito. Ellos sabían dónde iban a dormir esa
noche, y qué iban a tomar para cenar. Mierda, ellos sabían que iban a cenar, lo
que era más de lo que tenía ella.
Respiró profundamente y le hizo señales a una mujer que pasaba que

parecía bastante amable. La mujer se detuvo, lo cual era bastante más


prometedor que el comportamiento de cualquier persona a la que hubiera
tratado de abordar estos últimos días, y Natalie sintió que su esperanza crecía
un poco.
— ¿Qué necesitas? — preguntó la mujer, bruscamente, pero no sin
amabilidad.
— Yo… yo me preguntaba si me permitiría leerle el futuro — preguntó
Natalie, sujetando su maltratada baraja de cartas del Tarot. — ¿Quizá un

pequeño vistazo a su futuro, quizá le pasará algo bueno?

La cara de la mujer pasó de una de educado interés e incluso


preocupación a una que parecía de disgusto.
—Eres una pequeña vagabunda, ¿no es así? — gritó la mujer. —
¿Puedes molestarte en obtener un trabajo normal como la gente normal que

trabaja duro?
Sacudió la cabeza y Natalie pudo sentir como si quisiera enroscarse
sobre su propia vergüenza. Si la mujer le hubiera dicho algo como eso cuando
estaba empezando a vivir en Irlanda pocas semanas atrás, Natalie se hubiera
desecho en lágrimas realmente. Ahora se sentía más dura, e insistió. Después
de todo, la mujer paró bruscamente.
—Es usted difícil de convencer, y eso no es nada malo, — dijo, y si no
hubiera estado tan centrada en conseguir su objetivo, se habría sentido
orgullosa de que su voz no temblara en absoluto. La mujer no había huido de

ella o estallado y Natalie sabía que, generalmente, cuanto más tiempo podía
mantenerse hablando con alguien, más probable era que el tiempo le
permitiera cerrar la venta.
— ¿Eso es así? — preguntó la mujer, dirigiéndose a ella
cuidadosamente. — ¿Qué es lo que me estás diciendo ahora?
— Estoy sugiriendo que debería darme una oportunidad, — dijo
Natalie, insinuante. — ¿Y si le hago una lectura a mitad de precio? Será
sencilla, pero una vez que pueda ver lo buena que soy, quizá quiera saber si

puedo hacerlo para grupos. ¿O quizá tenga usted una pregunta más seria que
hacerme?
Sabía que sonaba desesperada, pero la verdad del asunto era que estaba
desesperada. Había conseguido robar unas pocas horas de sueño en un

restaurante de comida rápida antes de que la echaran, y de eso ya hacían


varias horas. Si realmente quería recomponerse y recuperarse de esta terrible
falta de suerte que estaba teniendo, iba a tener que hacer algo que la empujara,
y, hasta ahora, gracias a Dios, parecía como si fuera a pagarla.
— En realidad, a mitad de precio…— dijo la mujer, casi a
regañadientes. Si Natalie fuera realmente afortunada, sería el tipo de persona
que no podía pasar de un trato, sin importar lo raro que fuera el objeto, o lo
poco que a ella le gustara. Ella se acercó un paso más a Natalie, y otro más
después, y Natalie mantuvo la cara solemne porque si estallaba en lágrimas de

gratitud, perdería totalmente la venta.


Sin embargo, sus ojos se entornaron y entonces sacudió la cabeza,
alejándose rápidamente. Dijo algo difícil de entender por debajo de su
respiración, pero Natalie estaba tan disgustada y sorprendida que ni siquiera
oyó lo que realmente era.
— ¿Qué mier…? — empezó Natalie, pero cuando se giró, pudo ver
exactamente qué era lo que la había asustado.
En general, Dublín parecía más segura que Chicago y Nueva York, pero

todavía había un elemento en la bonita ciudad que ella reconocía muy bien de
su ciudad natal en los Estados Unidos.
Las dos figuras que se aproximaban a ella eran demasiado mayores para
ser niños, poco formados para ser hombres y estaban vestidos con ropa que

habían raído y estropeado a propósito. En Estados Unidos, ella les hubiera


llamado gamberros. Aquí, parecía que les llamaban “macarras”, pero, en
cualquier caso, eran lo mismo. Los dos caminaban bajando la calle, ocupando
tanto espacio como podían, riendo y hablando demasiado alto.
La mayor parte del tiempo, Natalie simplemente les hubiera ignorado y
ellos la hubieran ignorado a su vez, pero se dio cuenta rápidamente de que
estos dos en particular iban directos hacia ella y no confiaba en sus taimadas
miradas. Una rápida mirada a su alrededor le dijo que la gente se estaba dando
prisa en pasar, apartando la mirada deliberadamente para no tener que

intervenir en lo que viniera a continuación y, demasiado tarde, Natalie se dio


cuenta de que no estaba en posición de intentar una huida rápida. Todo lo que
tenía para defenderse era una vieja baraja de cartas del Tarot, y empezó a estar
muy asustada.
— Hey, mira eso, cree que está leyendo el futuro —se burló uno. Era
más bajito que ella, pero casi dos veces más ancho. Él se inclinó hacia atrás y
la miró hacia arriba y hacia abajo como si fuera un caballo que estuviera
pensando en comprar. A pesar de que mantuvo la cara perfectamente

inexpresiva, Natalie pudo sentir un escalofrío de miedo recorriendo su


columna vertebral.
— ¿Crees que me dirá mi suerte en el amor si se lo pido amablemente?
— murmuró su amigo. Este era tan delgado como un palo y llevaba la mitad de

la cabeza afeitada. Sus ropas se agitaban desde sus hombros como banderas, y
Natalie pensó que allí tenía una oportunidad, puesto que pesaba tanto como él
a pesar de ser treinta centímetros más baja, pero este era el que la asustaba.
Había algo oscuro y mortífero en sus ojos y ella se resistió a la necesidad de
encogerse contra la pared.
— Quizá lo haga, pero creo que tendrás que ser realmente amable —
dijo el primero y, juntos, caminaron hacia ella. Natalie miró desesperada a la
gente que pasaba por la calle. Con el instinto de las personas que viven en
grandes ciudades, podían decir que algo pasaba y, al mismo tiempo, habían

decidido que no querían tener absolutamente nada que ver con ello. Evitaban
su mirada, mirando hacia otro lado y caminando más deprisa.
Esto puede ponerse muy feo, pensó Natalie. Tenía un cuchillo pequeño
en el bolsillo de su chaqueta que guardaba para cortar cuerdas y pelar
manzanas, pero tuvo la sensación de que introducir un arma en este asunto
podía hacer que las cosas fueran demasiado lejos.
— Justo ahora estoy recogiendo por hoy, chicos. Lo siento. Quizá en
otro momento.

Empezó a caminar, rebasándoles, ni demasiado deprisa, ni demasiado


despacio. Durante un momento, pensó que se libraría así, pero entonces notó
como el macarra más delgado la agarraba del hombro y la empujaba de nuevo
hacia donde había estado. En el momento en el que la tocó, ella supo que el

incidente había ido más allá del necio abucheo y acoso al que ella, por
desgracia, estaba acostumbrada. Este era otro nivel completamente distinto y
podía sentir como se ponía más nerviosa.
— Hey, solo queremos un poco de tu tiempo, — dijo el alto. — No es
pedir demasiado, ¿verdad? No para una americana tan mona y pequeña como
tú.
— Justo ahora estoy recogiendo por hoy, chicos, — la imitó el otro. —
Suena como la gente de las películas.
Miró a su alrededor desesperada, rezando porque alguien interviniera.

No le llevaría demasiado tiempo. Los gamberros como esos dos eran muy a
menudo cobardes, inclinándose ante cualquier autoridad que se presentara. No
había ninguna autoridad con la que ella pudiera tener influencia; pero casi
cualquier otra persona podía tenerla.
Sin embargo, parecía como si nadie fuera a acudir a rescatarla, y eso
significaba lo que siempre significa. Iba a tener que rescatarse a sí misma, y
aunque era muy buena en este tipo de cosas, tenía que sofocar un cierto
ascenso del pánico en lo más profundo de su ser.

— Mira, no estoy de humor — dijo ella, pero cuando intentó apartarse


del muro de piedra de nuevo, su risa fue incluso más ruidosa.
— Oh, no necesitas estar de humor en absoluto, — dijo el alto con una
fea risilla. — No creo que la mayor parte de mis mujeres estén “de humor”,

pero en seguida lo consiguen con un poco de ayuda por mi parte…


El sacó la lengua, haciendo un obsceno gesto como de lamer hacia ella,
y toda la paciencia de Natalie se agotó.
— ¡Coño, he dicho que me dejes en paz! — gritó ella, segura de que su
voz podría atraer a la gente que estaba por la calle. En ese momento, no creía
que nadie pudiera acudir para rescatarla. Había estado sola demasiado a
menudo para pensar que alguien irrumpiría mágicamente. Ahora se trataba de
que la gente que hubiera cerca y ojalá, rápidamente, la policía, no
malentendiera su posición.

El macarra más bajo parecía tomado por sorpresa por su grito y ella se
preguntó si era solo un juego para él, algo que nadie podía tomarse en serio.
El otro, sin embargo, perdió la sonrisa totalmente y la agarró de la muñeca.
— Te lo estoy preguntando educadamente y eso — gruñó él. — ¿Quizá
te gustaría si te lo pidiera de manera más agresiva? ¿Es eso lo que os gusta a
las chicas americanas?
Ella respondió dándole un fuerte empujón en el pecho, por desgracia no
lo bastante fuerte para hacerle caer de culo, pero si suficiente para empujarle

hacia atrás, y eso fue suficiente para ella


Natalie pasó entre ellos, y por un momento, pensó que podría cruzar la
calle y estar a salvo. Entonces, casi se topa de pleno con el otro macarra y,
casi por sorpresa, sus brazos la rodearon, manteniéndola quieta después de un

momento de sorpresa.
— Maldita vaca, — dijo el otro, recuperándose. — Vamos, tráela aquí.
No le importaba dónde fuera aquí, lo que sabía es que no era un lugar al
que quisiera ir. Empezó a patear y gritar, intentando llamar la atención.
Era extraño como se había ralentizado el tiempo. Sintió como si sus
sentidos se hubieran multiplicado por diez. Pudo sentir la forma en la que el
aire se había enfriado drásticamente, pudo sentir una única gota de lluvia fría
cayendo en su brazo. Pudo sentir como de fuerte la intentaban sujetar ambos
hombres, e incluso aunque ella estaba resistiéndose, clavando las uñas y

gritando por debajo de la mano que uno de ellos había puesto sobre su boca,
sabía que era demasiado tarde, que debería intentar soportar cualquier cosa
terrible que tuvieran guardada para ella.
Entonces, oyó al hombre que no la estaba sujetando emitir un terrorífico
aullido y después todo volvió a suceder en tiempo real otra vez.
Capítulo Dos

Patrick Adair no estaba muy atento a la multitud mientras caminaba


rápidamente. Su cabeza estaba llena de números, citas y otras minucias
importantes para la marcha de su vida y sus negocios; dos cosas en las que

solía pensar como en una sola.


Cuando entrevió a los idiotas en la esquina de la calle forcejeando hacia
delante y hacia atrás, solo había fruncido el ceño, rodeándoles
automáticamente. Después, mientras pasaba más cerca pudo darse cuenta de
que no le estaban dando una paliza a otro gamberro.
Captó una ráfaga de cabello negro, el brillo de unos ojos negros.
Estaban maltratando a una mujer e incluso, mientras estaba avanzando para
intervenir en la pelea, oyó un sonido de maullido triste saliendo de detrás de

una mano tapando una boca.


Patrick nunca se hubiera calificado a si mismo de hombre sentimental,
pero por alguna razón, aquel sonido fue derecho hacia él, se estrelló en su
corazón e hizo que lo que había empezado como una simple irritación
aumentara hasta convertirse en una gran ira.
Él agarró al primer gamberro que pudo alcanzar, y con una fuerza que
era el resultado de largas horas de gimnasio y de haber pasado gran cantidad
de tiempo trabajando en su primera propiedad, lo arrancó de la chica.

Patrick pudo ver como sus grandes ojos negros se abrían de par en par

ante su intrusión, pero no tuvo tiempo de reparar en nada más antes de alcanzar
al otro. A este le lanzó derecho al bordillo, y le dio una patada más por si
acaso.
Los dos parecían dispuestos a huir como conejos calle abajo. Por un

momento, Patrick pensó en perseguirles, pero en cambio se volvió hacia a


chica a la que había liberado de ellos.
— Están huyendo, — siseó ella con un inconfundible acento americano,
y cuando parecía que podía salir corriendo detrás de ellos por su cuenta, la
sujetó por el hombro y la mantuvo quieta.
— No por mucho tiempo, — dijo él. — Tengo sus descripciones y estoy
seguro de que la policía los atrapará. Creo que podemos estar seguros de que
esos dos se lo pensarán muy bien antes de hacer algo como esto otra vez.
¿Estás bien?

Por un momento, pareció como si la chica fuera a sacudírselo de encima


e ir a perseguir a sus torturadores.
Mientras la sujetaba, Patrick tuvo la oportunidad de mirarla
detenidamente arriba y abajo. No parecía herida, afortunadamente, pero
juzgando por el aspecto bastante andrajoso del vestido negro que llevaba,
había visto mejores tiempos. Era curvilínea de una forma que atrapaba la
mirada, y su grueso cabello negro se esforzaba por escaparse de su coletero,
dejando que largos mechones enmarcaran su delicado rostro. Quizá eran más

extraordinarios sus ojos, de un negro líquido y limpio. En ese momento, se


veían cortantes por la furia, pero una parte de Patrick no podía evitar imaginar
cómo se verían si estuvieran ardiendo de pasión.
Ella suspiró, un sonido suave e impetuoso.

— Supongo que no es como si pudiera hacer algo con ellos, aunque los
atrapara — dijo ella, con tristeza. — Gracias. Lo digo en serio. La mayor
parte de la gente no hubiera intervenido, y tú has hecho mucho más que
intervenir.
Patrick no pudo evitar reírse un poquito entre dientes por su extraña
expresión.
— Me gusta pensar que puedo ser útil por doquier. ¿Y qué hay de ti?
¿Estás herida? ¿Te han golpeado en la cabeza?
— No, estoy bien, — dijo ella, sacudiendo la cabeza. — Es solo que,

mierda, estaba a punto de cerrar una venta antes de que esos dos imbéciles
irrumpieran.
Patrick miró alrededor, pero no podía ver nada que ella pudiera haber
estado vendiendo.
— ¿Una venta? — preguntó, empezando a sospechar que sus negocios
podrían no ser del todo legales. Parecía casi desesperadamente joven y, por un
momento, él sintió una punzada de pánico desesperado. Noestaba seguro de si
quería huir de ella o llevarla a la comisaría de policía más cercana para pedir

algún tipo de ayuda.


Ella parpadeó mirándole con esos grandes ojos y después pareció
horrorizada.
— Oh… ¡Oh, Dios! No, no, no estoy vendiéndome a mí misma… o al

menos, no de la forma que te imaginas. Mira, aqí.


Patrick estaba preparado para retroceder cuando ella se puso a buscar
en su bolso, y se quedó congelado cuando vio el estropeado paquete de cartas
del tarot en sus manos.
— ¿Estabas echando las cartas?
— Sí, — dijo ella, sacudiendo la cabeza. — Tenía una mujer en el punto
de mira y pensé que iba a picar, pero entonces aparecieron esos dos imbéciles.
Supongo que esa es mi suerte.
Patrick echó otro vistazo a la chica frente a él. ¿Cómo era de joven en

realidad?
— Entonces… ¿tienes hambre? — preguntó dubitativo.
Patrick era un hombre adinerado y había más cosas que le tocaban el
corazón de las que podía contar. Sin embargo, había algo tan directo en esta
chica que no podía imaginar que esta fuera una estrategia para ganarse sus
simpatías. Cuando él le hizo su oferta, ella le miró cautelosa.
— Um, realmente, solo leo el futuro, — dijo ella cautelosamente, y
Patrick podía haberse dado una palmada en la frente.

— Puedo regalarte una comida y tú puedes leerme el futuro. ¿Qué te


parece? — preguntó él.
Por un momento, Patrick se preguntó si realmente ella iba a rechazarlo.
Miembros de la alta sociedad de toda Europa se hubieran empujado al trafico

unos a otros para obtener una invitación a cenar con él, y esta joven que había
encontrado en la calle, y que parecía no tener mucho más que una baraja de
cartas del tarot a su nombre, le estaba mirando como si se estuviera
preguntando si tenía algo mejor que hacer.
— ¿Solo cenar a cambio de una lectura del tarot? ¿Nada extraño ni
grosero?
Él se rio, sacudiendo la cabeza.
— Nada en absoluto, te lo prometo. Solo un sitio que hace un excelente
pastel de carne y muy buena sidra. ¿Cómo te suena eso? ¿Suficiente por una

lectura?
Hubo un momento en el que parecía que iba a rechazarle y, entonces, él
la miró a los ojos y ella a él también. Patrick era un hombre lógico, pero nunca
hubiera sido capaz de entenderá chispa que voló entre ellos en ese momento.
Era brillante, caliente y directo y, por un segundo, le robó el aliento a Patrick.
La chica pareció igualmente afectada, sus ojos negros se abrieron de par
en par y después asintió lentamente.
— De acuerdo. Qué demonios. Muéstrame el camino entonces.

***
Natalie se preguntaba qué demonios estaba haciendo. El hombre del
abrigo de cachemira abría el paso con una clase de seguridad que le hacían
pensar en líderes empresariales y funcionarios de justicia, pero eso no

significaba ella tuviera que seguirle.


Se preguntaba si todavía seguía en shock después de su percance. Sabía
que aquellos dos gamberros tenían planes desagradables para ella, y el hecho
de que alguien hubiera intervenido y decidido ayudarla en lugar de mirar para
otro lado le parecía increíble.
— ¿Cómo te llamas?
Levantó la mirada, sorprendida. Habían parado en un paso de peatones
y, mientras esperaban, el hombre se había vuelto hacia ella, una ceja oscura
enarcada. Ella se dio cuenta de que era terriblemente guapo. Su pelo era tan

oscuro como el hollín, y sus ojos eran de un brillante azul. Parecía medir al
menos un metro ochenta con una anchura de hombros que sospechaba que no
venía solo de hacer series en el gimnasio. Había algo en ese hombre que le
decía que estaba acostumbrado al trabajo duro, y casi en contra de su
voluntad, se encontró a si misma sintiendo un poco de cariño por él.
— Oh, me llamo Natalie, Natalie Rook. ¿Y tú, cómo te llamas?
— Patrick Adair — dijo, y ella se preguntó si era un hombre que ella
debería reconocer. Pero antes de que pudiera recordar donde podía haber oído

ese nombre antes, él estaba hablando de nuevo. — Te lo debería haber


preguntado antes, pero ¿estás bien? ¿Realmente bien? No debe haber sido una
experiencia agradable para ti.
— Bueno, dudo que fuera una experiencia agradable para nadie, —

repuso ella. —Deja de mirarme como si fuera frágil. Créeme, no lo soy.


Él se rio entre dientes y ella se puso tensa, lista para defender su
actuación, pero había un tono de admiración en él.
— Te creo — dijo él. — Cualquiera que lea el futuro en Dublín por
calderilla debe estar hecho de un material bastante duro. No querría tener que
hacerlo.
— ¿Y tú a que te dedicas? — preguntó ella, y el la miró, levantando una
ceja.
— ¿Realmente no lo sabes?

— No lo habría preguntado si lo supiera — dijo ella con bastante


desenfado, y él rio de nuevo.
Para ser un hombre tan grande, se reía bastante. Extendió una mano y le
acarició gentilmente la mejilla. La caricia fue suave, pero ambos pudieron
sentir la persistente electricidad; la sensación de que había una conexión que
no podía pasar desapercibida. Ella sintió que jadeaba, pero él ya estaba
retrocediendo, conduciéndola por el cruce que ahora tenía el semáforo verde
para ellos.

— Sabes, creo que eso me lo voy a guardar para mí mismo — dijo con
una ligera risita- — Me permitirá ver si tienes alguna habilidad con esas
cartas tuyas.
— Creo que las cartas saben más que yo, — dijo encogiéndose de

hombros, alcanzándole. — Algunas veces, he sacado cosas tan ciertas que me


han sobrecogido.
— Ah, ¿así que tienes un toque de visión interior?
— Yo no — dijo ella inmediatamente. — Y tampoco voy a contarte
rollos y decirte que pudo ver más allá del velo o algo así, porque realmente no
lo hago.
— Muy sincero por tu parte — observó él. — Habría pensado que me
recitarías un completo listado de tus dones y talentos.
— Oh, tengo dones y talentos — dijo ella con una ligera sonrisa. — Soy

bastante rápida estudiando, tiendo a caer de pie y trabajo terroríficamente duro


cuando confío en la gente para la que trabajo. Sin embargo, ver fantasmas y
hadas y tener visión de futuro… no está entre mis dones.
Se encogió de hombros, ligeramente avergonzada haber estado
declarando su lista de buenas cualidades, pero no iba a obtener nada a cambio.
— Después de todo, si pudiera ver el futuro, a lo mejor no estaría
tratando de leer las cartas del tarot en la calle para tener una plaza en el
albergue local.

Él la miró sorprendido.
— ¿Estabas tratando de encontrar un lugar donde dormir esta noche? —
preguntó él y ella se estremeció.
— Mira, te lo prometo, no era una forma de suplicar lástima, ¿de

acuerdo? No es tu problema. Tú ya me diste una buena oportunidad cuando me


defendiste de esos gilipollas. No te preocupes por eso. Puedo cuidar de mi
misma.
La miró más pensativamente de lo que a ella le hubiera gustado, pero
entonces ya estaban en el pub del que le había hablado.
No era cutre en absoluto, pero no era un club que ella hubiera podido
imaginar que frecuentara un hombre como Patrick Adair. Simplemente
mirándole, ella hubiera imaginado un lugar suavemente iluminado con
delicada música interpretada desde una tarima, en el que se sirvieran

pequeñas raciones a precios altos.


En cambio, era un pub anticuado, adornado solo con madera oscura que
parecía llevar allí décadas, si no siglos. Estaba ubicado en el sótano de un
edificio más grande y había reservados oscuros y acogedores situados a lo
largo de las paredes.
El menú era breve y escueto, y cuando Natalie miró a Patrick, vio que
no se había molestado en absoluto en abrirlo.
— Esto es el Molly’s — dijo él simplemente. — Si estás aquí y puedes

comer carne, pides el pastel de carne.


—Bien, me gusta la carne — admitió ella y pidió lo mismo.
Aunque había comido pastel de carne anteriormente, cualquier cosa que
hubiera probado en el pasado palidecía en comparación con el plato que salió.

La parte superior del pastel era un cremoso puré de patatas con una costra
marrón, sabrosa y salada, y la carne y las verduras que había debajo olían bien
y estaban maravillosamente asadas, todo regado con una salsa espera y oscura
que casi la hizo gemir.
Al otro lado de la mesa, Patrick estaba comiendo su propio pastel,
mientras ella daba buena cuenta del suyo. La miraba con diversión en los ojos,
pero no pensó que fuera especialmente cruel o miserable.
— Más o menos es como reaccioné yo la primera vez que vine aquí, —
dijo él, y ella levantó la mirada de la sabrosa comida para parpadear ante él

lentamente.
— ¿De verdad? – preguntó ella. — ¿Y ahora?
— Bueno, ahora sé que puedo venir aquí cada vez que quiera, y que les
gusto lo suficiente como para que me envíen pastel de carne si tengo que
trabajar hasta tarde. Todavía están deliciosos, pero ya no me preocupo
necesariamente porque cada uno vaya a ser el último nunca más.
Comieron en un silencio amigable y Natalie sintió que se relajaba una
parte de ella que no lo había hecho en mucho tiempo. Dios, ¿cuánto tiempo

hacía desde que estuvo por última vez en un restaurante, hablando con
normalidad y comiendo una comida que no hubiera comprado en una tienda de
conveniencia? La respuesta era “demasiado tiempo”, pero había una parte de
ella que estaba extrañamente orgullosa de eso.

Joe nunca hubiera pensado que duraría tanto tiempo, y si era sincera,
ella se habría sentido sorprendida también por su propia osadía. Suponía que
habían cambiado mucho las cosas en los últimos cuatro meses.
Por último, la camarera se llevó la comida, dejándoles con unos vasos
altos de agua después de que ambos hubieran declinado algo más fuerte.
— ¿Y bien? — preguntó Patrick con una sonrisa. — ¿Vas a entretenerme
con tu destreza?
Como respuesta, ella sacó las cartas que guardaba en su bolso, las
barajó cuidadosamente y después se las acercó a Patrick para que cortara. No

pudo evitar notar sus dedos largos y fuertes, con qué gracia se movían por las
cartas. Todavía podía recordar esa caricia amable y sutil en su mejilla y el
fuego que había sentido después. Se preguntaba qué podía significar; nunca se
hubiera calificado como muy apasionada, pero esa única caricia podría
haberla vuelto tonta.
— Muy bien, cortado — dijo, devolviéndole de nuevo las cartas. Al
cogerlas, hizo la tirada de tarot que mejor conocía. Cuando miró las cartas que
habían salido, levantó las cejas sorprendida.

— ¿Qué ocurre? — preguntó él, divertido. — ¿Ahora es cuando me


dices que hay mucha mala suerte, fatalidad y tinieblas sobre mí? ¿Necesito
comprar un amuleto especial para protegerme de los oscuros vientos del
destino?

Ella levantó la vista el tiempo suficiente para regalarle una mirada


fulminante.
— Deberías saber que las cartas no funcionan así. El hecho de que la
carta de la Muerte esté boca abajo solo significa que hay un gran cambio
delante de ti, una posibilidad de algo nuevo y excitante. No, solo es que hay
muchas cartas de figuras en la tirada, y muchas del arcano mayor. Esas cartas
son una especie de gran acuerdo, se refieren a grandes cosas en marcha, a
gente importante, gente que cambia el mundo en el que vive, no el mundo
entero.

— Aduladora, — dijo él, y ella se encogió de hombros.


— Solo te estoy diciendo lo que las cartas me dicen a mí. Veamos por
dónde empezar…
El futuro que acabó por contarle a Patrick era uno que la habría hecho
dudar en otros tiempos. Muchas de las predicciones que hacía ella eran cosas
pequeñas, sobre el amor y la vida, ascensos y pequeñas traiciones. El de
Patrick parecía más como sacado de una novela. Había varias cartas de
monedas, un espacio diseñado para la riqueza, y el Emperador sentado en el

centro de todo, la mayor carta de autoridad y poder masculino en la baraja.


Al final, Natalie había tejido un futuro para él que no hubiera estado
fuera de lugar para un príncipe o un rey. Cuando le miró para ver su reacción,
sin embargo, parecía más entretenido que otra cosa, así que supuso que lo

había pillado.
Capítulo Tres

Mientras recogía sus cartas y las guardaba, podía sentir los ojos de
Patrick en ella, o, mejor dicho, en sus manos.
— Eres muy buena haciendo eso — observó él. — ¿Alguna vez has

repartido cartas en un casino?


— No, — dijo ella con una ligera sonrisa. — Realmente no tengo mucha
cara de póker, aunque tenga las manos adecuadas. ¿Esa es tu manera de
preguntarme qué hacía antes de que me encontraras intentando leer el futuro
por dinero?
— Admito que eso podía habérseme pasado por la cabeza, — dijo él
tranquilamente. — Aunque es interesante imaginarte leyendo el futuro desde
que eras pequeña hasta que cumpliste ¿cuántos años tienes ahora, dieciocho?

Prefiero pensar que has tenido una vida más afortunada.


—¿Dieciocho? — dijo ella con una sonrisa. — ¿En serio? Tengo
veinticuatro.
Levantó una ceja hacia ella, y la mirada que él le dedicó esta vez era
más evaluadora, pesada y medida con una clase de sensualidad que hizo que
su corazón latiera un poco más deprisa.
— ¿Veinticuatro? Lo estás haciendo bastante bien, entonces. ¿Hablando
de tu edad es como piensas distraerme de hablar de qué has hecho antes de

esto?

— No lo sé, ¿puedes proporcionarme una distracción mejor? — dijo


ella, con los ojos bailarines.
En el momento en el que las palabras salieron de su boca, Patrick se
inclinó por encima de la mesa para encerrar la mano de ella dentro de la suya,

más grande. La electricidad que había saltado entre ellos, que ella pensaba
que solo había imaginado, volvió para sorprenderla y, de repente, no podía
apartar los ojos de su boca.
Patrick tenía las características contundentes y atractivas que ella había
visto en muchos hombres en Dublín. Había oído que su aspecto, cabello negro
y ojos azules, anteriormente recibía el nombre de “el negro irlandés” pero
había una sensualidad casi perturbadora en su boca que ella sabía que vendría
a su mente cuando se quedara dormida esa noche. Solo mirar la asombrosa
boca de ese hombre hacía que le costara trabajo tragar y que le sabía estaba

subiendo un rubor rojizo por el cuello.


— Si quieres estar distraída, —dijo él en una voz que parecía casi un
gruñido, — creo que podría arreglarse. Puedo mantenerte bastante distraída
durante bastante tiempo si quieres.
Natalie estaba tan concentrada en las palabras que salían de su boca y
de la forma que hablaba, como humo de madera y terciopelo, que casi se
inclinó. En ese momento, no quería nada más que tocarle como él la había
tocado a ella, para ver cómo se sentía esa fuerte mandíbula bajo su mano. Le

imaginaba apoyando la cabeza contra su mano como un gato grande.


¿Ronronearía si le acariciara el pelo?
Entonces se dio cuenta de lo que estaba haciendo y se apartó de él,
sentándose muy derecha en su silla. Era una completa locura. Le conocía

desde hací muy poco, incluso aunque él la había salvado de un par de


macarras, e incluso aunque le había pagado una de las mejores comidas en lo
que ella sentía que era desde siempre. Apartarse rompió el hechizo o, al
menos, le dio fuerzas para resistir un poco. Se le ocurrió que tocar su pelo iba
a ser una de esas tentaciones que no la abandonarían hasta que lo hiciera, e
incluso entonces podría persistir.
— Sinceramente, no estoy tratando de distraerte de nada, — dijo ella.
— Tengo… déjame decir que es una historia muy aburrida. Sí, esa es
probablemente la mejor palabra para ello.

Él levantó una ceja, obviamente no muy contento de que quisiera poner


esa excusa, y se encogió de hombros.
— Sinceramente, no es nada interesante. Vine a Irlanda siguiendo a un
hombre a quien creí que amaba y resultó que él no me amaba a mí. Se dijeron
unas cuantas cosas miserables durante nuestra ruptura, y en lugar de regresar a
mi vida en Estados Unidos, decidí que iba a ver lo que Europa podía
ofrecerme. Lo admito, probablemente suena ridículo. Estoy viajando por
Europa a lomos de una ilusión y la única certeza que tengo es el hecho de que

no voy a gastar el dinero de mi billete de vuelta a Estados Unidos. Sin


embargo, he estado en muchos albergues que han resultado ser maravillosos y
creo que me estoy arreglando bien.”
Para su sorpresa, Patrick no asintió comprensivamente y cambió de

tema. Ella se había dado cuenta de que, en líneas generales, nada aburría a la
gente como hablar de sus viajes. Sin embargo, a diferencia de los demás,
Patrick frunció el ceño y se inclinó ligeramente.
— Así que, ¿este es tu plan? ¿Vas a ir saltando de acá para allá hasta no
puedas más?
Parpadeó ante él, sorprendida ante el tono de desaprobación de su voz.
— ¿Cuántos años tienes? — preguntó jocosamente. — Realmente no
eres tan mayor como para hablar así ya, ¿o sí?
Él le ofreció una pequeña sonrisa.

— Tengo treinta y cuatro, lo que me hace mayor que tú y en buena


posición para darte consejos. Y ahora mismo, mi consejo es que deberías
parar de hacer lo que estás haciendo y volver a casa.
A Natalie normalmente le gustaba pensar de sí misma que era una
persona bastante comprensiva, pero el tono metomentodo de Patrick le hizo
sentir muy terca, de hecho.
— De verdad. Piensas eso de verdad.
— Sí — dijo él gravemente. En serio, ¿pensaba realmente que iba a

seguir sus órdenes? — Después de todo, casi te secuestran hoy en la calle y


claramente te has quedado sin dinero…
— Ah, pero fui rescatada por un amable y galante desconocido y
después cambié una lectura de tarot por una cena fantástica— dijo ella con una

sonrisa. — Creo que las cosas han dado un giro a mi favor, ¿no?
En lugar de reírse con su broma, él frunció el ceño.
— No puedes creer de verdad que seguirás con ese ritmo, ¿no? —
preguntó con desaprobación. — Tu suerte, no importa lo buena que sea, no va
a durarte para siempre. Te encontrarás en una situación mucho peor que la de
hoy, y puede que no haya nadie para rescatarte.
— Entonces supongo que tendré que salir de ello por mi cuenta — dijo
ella con firmeza. — Eso forma parte de toda esta aventura. Esto es algo que
estoy haciendo para mí misma. No quiero abandonar solo porque las cosas se

pongan difíciles y no quiero huir solo porque estoy asustada.


Patrick movió la cabeza, pero ella pensó que podía haber un brillo de
respeto en sus ojos que él nunca admitiría.
— Esto es una pura locura, — gruñó él. — ¿Qué opinan tus padres?
— Papá está fuera de la circulación y mamá ha muerto, — dijo ella sin
rodeos, y cuando él la miró sorprendido y arrepentido, se corrigió. — No te
preocupes por eso. Mi padre se marchó cuando yo nací y mamá murió cuando
yo tenía unos quince años. Es una lástima, pero definitivamente he tenido

tiempo para superarlo.


— Entonces estás sola en el mundo.
— Sí — dijo ella, — pero no soy la única que lo está. No dejo que eso
me perturbe.

— A mí me perturba, a veces, — dijo Patrick con sinceridad. — Perdí a


mis padres en un accidente de coche cuando tenía 12 años. La ausencia
todavía se nota.
Había algo en su abierta declaración que hizo que ella sintiera un
escalofrío en su interior, que hizo que quisiera tocarle.
— Lo siento, — dijo en cambio y él le dedicó una media sonrisa triste.
— Y yo también siento tu desgracia, pero el asunto sigue estando ahí.
Hay una vida esperándote en Estados Unidos y lo que tienes aquí son cartas
del tarot y, con suerte, una cena.

Natalie sonrió a Patrick, impertérrita ante sus desalentadoras palabras.


— Mira, puedo ver que para ti es muy importante la idea de
responsabilidad y estabilidad. Quiero decir, las cartas me lo habrían dicho si
nada más lo hubiera hecho.
Patrick resopló.
— O podrías haber pasado unos minutos conmigo, — dijo él, y ella
asintió.
— Pero, ¿quieres que te diga la verdad? El mundo es un lugar duro en

ocasiones. ¿Cartas de tarot y cena? Eso no es malo en absoluto. Podría estar


haciéndolo mucho peor.
Ella le miró directamente a los ojos y pudo sentir un escalofrío que de
nuevo recorrió su columna al ver lo azul que era su mirada, lo fríamente clara

y directa. Había algo que podría haberla asustado en otra situación, que podría
hacerla sentir nerviosa o asustada. Sin embargo, había algo en este hombre que
le decía que no debería tener miedo de él, ni ahora ni nunca.
— Tú me protegiste de que me sucediera algo peor, — dijo ella
suavemente. — Gracias.
Esta vez, fue Patrick el primero en desviar la mirada. Ella sabía que no
podía negarlo diciendo que cualquiera habría hecho lo mismo. Era
patentemente falso. Sin embargo, podría asegurar que no iba a parar de hablar
del tema.

— Mencionaste un albergue. ¿Ahí es donde vas a ir esta noche?


Ella se encogió de hombrosy movió la cabeza.
— Para ser sinceros, estaba tratando de conseguir la última lectura, que
me hubiera proporcionado suficiente efectivo para registrarme en el albergue,
— admitió ella. — Voy un poco justa para el albergue que tengo en mente, y
son bastante estrictos en solo dejarte entrar si tienes suficiente efectivo.
Él parecía confuso.
— ¿En serio no tienes dinero suficiente para quedarte en un maldito

albergue?
Natalie fue incapaz de reprimir una ligera risa a expensas de él; parecía
tan sorprendido, tan estupefacto.
— ¿En serio no conoces a nadie que no tenga nada de dinero? — repuso

ella y Patrick la miró disgustado.


— Lo admitiré, la mayor parte de la gente que conozco no pasa nada de
tiempo en albergues.
— Deberían, es bueno para ellos. Te saca de la rutina y te hace conocer
gente nueva e interesante.
—Y de vez en cuando, ser asaltado o secuestrado por esa gente, —
replicó él. — Siempre está eso ahí. Pero de vuelta a la pregunta que te estaba
haciendo realmente… ¿tienes un sitio donde pasar la noche?
Natalie se encogió de hombros con una indiferencia que no sentía

necesariamente.
—Es una noche bastante cálida. Puedo echarme una siesta en la estación
de autobuses a altas horas de la madrugada. O si no, podría simplemente
caminar, ver un poco de tu ciudad por la noche. Hay algo hermoso en una
ciudad que duerme. Las luces son débiles, el cielo se transforma en esa
maravillosa sombra púrpura y naranja, y…
— …Y correrías hacia los mismos condenados matones que trataron de
montárselo contigo antes, — dijo Patrick disgustado. — No, absolutamente no.

Te lo prohíbo.
Al oírlo, Natalie se rio en voz alta, atrayendo las miradas de algunos de
los otros comensales. Cuando se recuperó, le miró con una ligera sonrisa en la
cara.

— ¿Y cómo crees que vas a obligarme, incluso a lo más mínimo? ¿Qué


te hace pensar que tienes derecho a decidir dónde puedo dormir y dónde no?
La última vez que lo comprobé, no eras mi padre ni mi tutor y, de todas
formas, soy demasiado mayor para eso, de lejos.
Él pasó una mano distraídamente por su pelo. Tenía unos dedos muy
bonitos, pensó ausente Natalie.
— La forma en la que estás actuando. No estoy seguro de que seas
demasiado mayor como para no ponerte sobre las rodillas de alguien y darte
una buena azotaina, — replicó él. — Simplemente, no puedes pensar en

caminar por la ciudad durmiendo un poco aquí y allá como si fueras una
vagabunda…
— ¿Realmente crees que soy nueva en esto? — le cortó ella,
comenzando a enfadarse un poco. — ¿Realmente crees que soy una especie de
cría que no puede cuidar de sí misma?
— Tú me lo has dicho, — dijo él, sonando casi tan exasperado como
ella se sentía. — Tú has sido la que ha necesitado un rescate antes.
Podía sentir como se estaba acalorando un poco por debajo del cuello, y

se le estaba haciendo un poco difícil recordar que este hombre la había


salvado, después de todo.
— Déjame que te cuente una verdad — dijo ella. —Sin tarifas, ni
lectura del futuro, sin cartas, esto es un regalo, solo para ti, porque me gustas.

Tú y otros muchos hombres parecéis pensar que si una mujer juega bien sus
cartas, si solo va por calles bien iluminadas y va en grupo y nunca se arriesga
para nada, entonces estará a salvo de todas las cosas malas que puedan
ocurrir. Crees que todos los crímenes y peligros se pueden prevenir, y que
solo a los tontos los atracan o los secuestran. Sin embargo, la verdad es que no
importa lo cuidadoso que seas o como seas de listo, de fuerte o como estés de
preparado. Puedes reducir las posibilidades de que te ocurra algo horrible,
pero nunca las eliminarás totalmente.
— Entonces, según tu lógica, ¿puedes correr todos los riesgos que

quieras, dormir de mala manera en una condenada estación de autobuses,


vagabundear por el mundo, porque hay una posibilidad de que te puedan
ocurrir cosas malas en cualquier caso?
Llegados a este punto, Natalie pudo sentir como su paciencia se
esfumaba. Miró fijamente a Patrick y, guapo o no, con química o no, le pareció
que era un capullo.
— ¿Me estás diciendo sinceramente que le dirías a un hombre que se
quedara en casa y nunca corriera ningún riesgo? ¿Qué la televisión de su salón

es tan buena como el mundo en el que vive? ¿Qué debería estar contento de
vivir una vida pequeña cuando el mundo tiene tanto que ofrecerle? Desde el
momento en el que comencé esta experiencia, empecé todo este viaje, ha sido
alucinante. He visto tantas personas y tantas cosas maravillosas. De acuerdo,

esta noche ha sido un poco dura. Lo que pasará esta noche, no lo sé. Quizá
encuentre una persona más interesada en que le lea el futuro hoy. Quizá pase
algo de tiempo durmiendo en la estación de autobuses y me levante sabiendo
exactamente qué hacer con el resto de mi vida. ¿Quién sabe? Lo importante es
que estaré viviendo mi vida y cuando me llegue la hora, tendré bastantes
menos cosas que lamentar de las que tendría si me hubiera quedado donde me
pusieron.
Patrick la miró como si le hubiera salido otra cabeza y Natalie supo que
era momento de marcharse. A veces, uno no podía comunicarse con otra

persona y las diferencias podían ser brutales. Había aprendido hacía mucho
tiempo a no golpearse la cabeza contra paredes de granito, y ahora,
sospechaba que Patrick era una pared de granito.
— Gracias por la cena, — dijo, levantándose. — Estaba deliciosa. Y
gracias por el rescate, porque te estoy realmente agradecida. Eres… bueno,
eres increíble y espero que lo sepas.
Se apartó de la mesa antes de que él pudiera decir nada, y cuando la
llamó desde atr´s, continuó caminando.

***
Natalie apenas había recorrido la mitad de la manzana cuando una mano
dura la agarró por el codo. Se dio cuenta de que todavía estaba bastante tensa
por el ataque anterior porque giró sobre sí misma como si estuviera sobre un

pivote, su mano libre convertida en un puño, con todo el peso de su cuerpo


tras él.
— ¡Por Dios, mujer!
Patrick le soltó el brazo, esquivando su puño a duras penas. Ella se le
quedó mirando fijamente porque realmente había esperado que se quedara en
el restaurante.
— ¿Qué estás haciendo aquí? — soltó ella, y él sacudió la cabeza.
— Eres realmente exasperante, ¿lo sabías? — preguntó. — Creo que le
he dado a la camarera el precio de la cena como propina. No te parabas y

simplemente he tirado el dinero al salir detrás de ti.


Ella sonrió, casi en contra de su voluntad.
— Bueno, tengo que decirte que seguramente le has arreglado la noche.
Espero que no vuelvas a intentar reclamarlo.
Él se quedó mirándola fijamente.
— ¿Tan miserable parezco? — preguntó él. — ¿Qué…? ¿por qué
estamos hablando de esto?
— Bueno, no estoy segura de qué más puedes querer hablar, — dijo

ella, de manera práctica. — A menos que quieras que te vuelva a leer el


futuro.
Él la miró fijamente y Natalie escondió una sonrisa detrás de su mano.
Nunca hubiera pensado de sí misma que era una persona juguetona, pero había

algo muy divertido en provocar a este hombre, era muy divertido ver como sus
finas cejas oscuras se juntaban con irritación.
— Eres una chica a la que le gusta jugar peligrosamente, — gruñó él, y
quizá en eso tenía razón.
— ¿Y eso es asunto tuyo? — preguntó ella, educadamente.
Natalie observó fascinada como varias emociones en conflicto
atravesaban su rostro. Definitivamente, había algo de irritación, eso era fácil
de ver. Sin embargo, se preguntaba si había visto algo de preocupación, algo
de consternación, así como un poco de preocupación. Era tan extraño ver esas

emociones en un desconocido que estuvo tentada de creer que solo lo había


imaginado.
— Es asunto mío porque te he salvado no hace mucho, — dijo él,
cortante. — Y ahora me parece que vas a fastidiarlo y deshacer todo mi duro
trabajo.
Ella hizo una pausa, porque la había ayudado. Natalie no era tan tonta
como para pensar que hubiera estado ni siquiera cerca de estar bien sin él, y
eso significaba algo.

— Entonces, ¿qué quieres que haga? — preguntó ella, con una voz más
amable de lo que sus palabras podían haber implicado. — ¿Quieres que
cambie el curso de mi vida solo porque tú lo dices, Patrick?
Él parpadeó un poco al oírla llamarle por su nombre. Había una parte

de Natalie a la que le gustaba mucho decirlo, pero pensaba que probablemente


sería buena idea ignorarlo un tiempo, si no para siempre.
— No, — dijo él y cuando volvió a hablar, había algo más suave en su
voz, algo casi dubitativo. — Quiero que tengas un sitio donde dormir esta
noche, — dijo en voz baja. — No quiero que vayas a un albergue dónde Dios
sabe quién puede estar al acecho detrás de una puerta, donde ni siquiera vas a
tener una habitación para ti sola. Solo quiero que estés a salvo. No quiero
pensar que te pueda ocurrir algo malo.
Casi a ciegas, se estiró para tocarle la mano y, para su propia sorpresa,

ella se lo permitió. Su caricia era cálida, casi suplicante, y con una sensación
incómoda, Natalie se dio cuenta de que había muchas cosas que estaría
deseando hacer por este hombre si él simplemente se lo pedía.
— ¿Qué quieres que haga? — preguntó ella, y un poco de su frustración
salió en ese momento. — Realmente no importa mucho qué pienses de mis
pasadas elecciones. No puedo volver atrás en el tiempo y deshacerlas, no
importa qué creas que debería sentir.
Él abrió la boca para hablar, pero se detuvo y sacudió la cabeza, y ella

se preguntó que habría querido decir. Tomó aire y volvió a empezar.


— Ven a mi casa conmigo, — dijo tranquilamente. — Por favor. Nada
inapropiado. Nada grosero o indecente, en absoluto, te lo prometo. Solo
quiero que tengas un sitio en el que quedarte esta noche. Mañana por la

mañana… bueno, quizá solo por esta vez dejaremos que mañana por la
mañana se preocupe por si mismo.
Natalie le observó más de cerca.
— No estás acostumbrado a hacer nada sin un plan, ¿verdad? —
preguntó ella suavemente. — Te gusta saber exactamente qué pasa en no
importa dónde, no importa qué clase de situación tengas entre manos.
Él sonrió, metiendo profundamente las manos en los bolsillos de sus
pantalones.
— No tienes ni idea, — dijo él gravemente, y por algún motivo eso la

hizo sonreír.
— De acuerdo, — dijo ella, ablandándose. — Haremos las cosas a tu
manera. Dormiré en tu sofá esta noche.
— Y veremos que nos trae la mañana.
Capítulo Cuatro

Solo estaban a un corto paseo hasta la casa adosada que Patrick tenía en
la ciudad. Dublín era una ciudad muy compacta y después de caminar solo
unas manzanas, llegaron a un área que parecía rica y lujosa. Patrick insistió en

llevar su mochila, y mientras se giraba para mirar las elegantes casas, se


sentía extrañamente ligera.
Había una especie de encanto de cuento de hadas en las casas de la
calle de Patrick, iluminadas como estaban en la oscuridad. Los empinados
tejados, las elegantes puertas, las rejas de hierro forjado negro que protegían
celosamente los pequeños jardines verdes. Era un lugar hermoso.
— Me siento como la Pequeña Cerillera, — dijo ella, caminando junto
a Patrick.

Él le dirigió una mirada sorprendida.


— ¿No es ese el cuento en el que la niña ve a toda la gente en las
ventanas?
— Si lo es, — dijo ella, mirándole. — Mucha gente piensa que es
realmente triste, pero a mí siempre me ha gustado. Ella se calienta y entonces
encuentra a todas las personas que ama de verdad y que de verdad la aman a
ella.
— Muere de frío y malnutrición porque nadie se molesta en levantar la
maldita vista, — replica Patrick. — Pero mira, aquí estamos.

Su casa era especialmente atractiva y una vez dentro, Natalie miró


alrededor con interés. El mobiliario era espléndido, pero había moderación en
la decoración. La casa era una mezcla ecléctica de tradición y modernidad. La
pantalla de bronce de la chimenea, perfectamente conservada, debía tener unos

cien años, pero la televisión de pantalla plana encastrada en el armario era de


último modelo, así como el sistema de seguridad en el que Patrick tecleaba.
— Tengo que admitir que no era lo que esperaba, — dijo ella, y Patrick
le dirigió una mirada sorprendida mientras colgaba su chaqueta en una silla.
— ¿Y qué esperabas, pequeña? — dijo él.
Por alguna razón, la ternura de la palabra la hizo estremecerse
ligeramente, el placer de una sensación plateada que corrió hace arriba por su
columna vertebral. Tuvo que sacudírselo de encima antes de poder continuar
hablando con él como una persona racional.

— No lo sé, ¿quizá algo ultramoderno y minimalista? O quizá te podías


haber ido al otro extremo y todo podría provenir de un año muy concreto,
como, por ejemplo, 1887 o algo así.
Patrick se rio, sacudiendo la cabeza. Ahora que estaba en su propio
espacio, había algo más relajado en él, un poco más suelto, un poco más
ligero. A ella le gustó el cambio y se dejó llevar para permanecer a su lado
mientras rebuscaba en un armario empotrado en el recibidor.
— Me gusta pensar que soy un poco más sensato que eso, — dijo él,

ausente. —Me gusta la historia de mi casa, pero no soy tan tonto como para
pensar que todo era mejor en los buenos y viejos días, solo porque no vi lo
malo que había en ellos.
— Muy sensato, — dijo ella con una sonrisa.

Sacó un montón de mantas y una almohada, instalándolas en el sofá de


un pequeño rincón- biblioteca. Había algo inmensamente relajante en el cuarto
y mientras miraba alrededor, se encontró sonriendo de placer.
— ¿Mejor que la estación de autobuses? — preguntó él, provocándola,
pero ella le sonrió.
— Estoy segura de que sabes que lo es. Gracias. Sé que será muy
cómodo.
— Bien. Todavía tengo un poco de trabajo que hacer, así que creo que
me pondré a hacerlo. Puedes irte a dormir cuando quieras, pero si te apetece

darte una ducha antes, el baño de esta planta está justo al otro lado del
recibidor.
— Suena bien.
Él se volvió y ella, sin pensar muy bien en lo que estaba hacienda, le
tomó de la mano, parándole. Respiró hondo por el choque que le produjo la
piel tocando la piel. Creyó ver que él también lo había sentido, pero
permaneció en silencio.
— Gracias, — dijo ella, suavemente. — Por todo. No te lo he puesto

fácil precisamente, pero a pesar de todo me estás ayudando.


Durante un momento, Natalie pensó que se pondría rígido y formal con
ella, pero cuando Patrick la sonrió, sintió calor desde la coronilla hasta las
plantas de los pies.

— De nada, Natalie.
La ducha era espartana pero acogedora, y mientras disfrutaba de poder
usar tanta agua caliente como quisiera, pensaba en qué extraño giro habían
dado las cosas. Ella creía que, en el mejor de los casos, iba camino de otra
noche en el albergue, y ahora estaba allí, en una bonita casa, con un hombre
que hacía que se le acelerara el corazón.
Es amable, es muy amable, pensó, pero si tenía que ser sincera consigo
misma, debía saber que era más que eso. Había algo en Patrick que hacía que
le deseara y eso era una muy mala idea. Se había cansado del amor por el

momento, muchas gracias, y la última cosa que quería era encontrarse


obsesionada con un hombre que, aunque amable, parecía que ordenaba sus
calcetines por marca y número de orden.
Natalie salió de la ducha, secándose con una enorme toalla
ridículamente suave. Tenía que admitir que estar en la calle te hacía prestar
más atención a esos sencillos lujos. Se sentía afortunada porque su camisón,
uno blanco de algodón con solo un poco de cinta color crema en el dobladillo
como adorno, estuviera limpio.

El sofá del rinconcito de lectura era absurdamente cómodo, pero por


alguna razón, cuando se acostó, no podía dormir.
Bueno, supongo que simplemente puedo leer hasta estar cansada,
pensó.

Los libros abarcaban gran variedad de temas y encontró una colección


de historias de Sherlock Holmes que nunca había leído antes. A pesar de su
extraña situación, se sumergió en las historias con facilidad. Cuando un reloj,
en algún lugar de la casa, dio la medianoche, levantó la vista bostezando.
Sabía que debería irse a dormir y justo cuando se volvió y se ajustó la
manta en torno a sus hombros, se le ocurrió algo:
¿He oído a Patrick subir las escaleras hacia su habitación?
Trató de sacarse la pregunta de la cabeza, pero la molestaba, volviendo
a su mente como un perro que insiste en jugar. Finalmente, tuvo que ceder a sus

propios impulsos. Natalie se levantó de la cama, envolviéndose los hombros


con una de las adorables mantas calentitas. La temperatura había caído
considerablemente en el curso de la noche, y se estremeció mientras recorría
silenciosamente la casa. Decidió que no iría al piso de arriba, que asumía que
era un espacio más personal, pero no había nada de malo en estirar un poco
las piernas antes de acostarse, ¿verdad?
Natalie estaba pensando que quizá estaba equivocada, quizá
simplemente no había oído a Patrick subir las escaleras, cuando se dio cuenta

del que salía luz por una puerta entreabierta. Durante un momento, se preocupó
por la intimidad, pero un ligero impulso rebelde la impulsó hacia delante.
Mordiéndose ligeramente el labio, Natalie empujó la puerta para abrirla del
todo, lista para regañarle duramente por quedarse levantado después de su

hora de acostarse. Lo que vio hizo que se tragara sus palabras rápidamente y
miró la escena que tenía ante ella con sorpresa.
El estudio de Patrick estaba panelado en madera oscura y tenía un
sistema informático que ella reconoció como último modelo. Su escritorio era
una estructura imponente de roble y cuero y ella supuso que habría sido
bastante impresionante si no hubiera sido por el hombre desplomado sobre él.
Por un momento, viendo su débil figura desplomada con la cabeza en el
escritorio, Natalie se temió lo peor. Justo cuando estaba a punto de avanzar
hacia él, un potente ronquido salió del hombre medio tumbado y soltó una

risita.
Sabía que simplemente debería cerrar la puerta y regresar a su propio
espacio, pero algo la retuvo. Era una escena que ella sentía como si se hubiera
repetido muchas, muchas veces. Probablemente se estaba entrometiendo. Y sin
embargo…
Natalie entró en el estudio, cerrando la puerta tras ella. Se sintió
extrañamente audaz cuando se aventuró detrás del escritorio, un lugar que solo
el propio Patrick ocupaba. Se sentía como si no pudiera quitarle los ojos de

encima y ahora que sabía que estaba bien y realmente dormido, solo quería
mirarle. Natalie se quedó de pie cerca de dónde él estaba sentado,
estudiándolo con gran atención.
Era un hombre asombrosamente guapo y, dormido, estaba lo bastante

relajado para parecer mucho más joven que los treinta y cuatro años que tenía.
Había algo innegablemente sensual en sus labios entreabiertos, en la forma en
la que su pelo oscuro caía sobre su frente. Incluso las subidas y bajadas de su
respiración la hacían suspirar un poco. Parecía una cosa tan íntima.
Antes de que Natalie pudiera detenerse a sí misma, se estiró para retirar
hacia atrás un mechón de pelo que caía sobre su ceja. Se sorprendió de que su
pelo fuera tan suave, y eso fue todo lo que pudo hacer para evitar que sus
dedos lo recorrieran.
Él suspiró un poco en sueños, haciendo que Natalie reculara un poco,

pero entonces se acomodó denNuevo, poniéndose un brazo bajo la cabeza a


modo de almohada.
Realmente trabaja mucho si quedarse dormido en el escritorio es algo
que le ocurre de forma habitual.
Se detuvo, preguntándose qué iba a hacer, pero entonces se encogió de
hombros. No había motivo para no ser amable con él, después de todo.
— Patrick — susurró. — Es hora de irse a la cama. No puedes dormir
aquí, te vas a producir un tirón de lo más desagradable en el cuello…

Se incorporó al oír sus palabras, pero cuando parpadeó con sus


asombrosos ojos azules al mirarla, ella supo que, como mucho, estaba medio
despierto. Había algo increíblemente adorable en la forma en la que él la
miraba y sonrió.

— Vamos, te llevaré a la cama, — dijo ella, y él refunfuñó.


— No soy un niño, — dijo, pero parecía que era más por guardar las
formas que por otro motivo. Se levantó cuando ella le empujó en el hombro.
— ¿Sabes quién dice eso? Los niños, — dijo ella, con satisfacción. —
Venga, ahora vamos…
Ella se interrumpió cuando él pasó un brazo por su cuello. No estaba
cargando todo su peso sobre ella, pero podía sentirle, definitivamente,
mientras se apoyaba. Sentía como el deseo se abría paso en ella de nuevo, y
Natalie rápidamente se dijo a si misma que no estaba allí para tener una

aventura amorosa con un hombre de negocios irlandés con demasiado trabajo.


— Vamos, — dijo ella, con un poco de firmeza en su voz. — No puedes
dormir aquí. Como poco, te dejará la ropa hecha trizas. Ahora, para encontrar
tu dormitorio…
La casa era alta y estrecha, y muy pronto ella encontró una escalera que
conducía al segundo piso. Era una cosa serpenteante, una espiral que se
alargaba, y ella se mordió el labio teniendo especial cuidado en mantener sus
pasos firmes. Había sido bastante divertido cuando él estaba dormido en su

escritorio, pero debía decir que no encontraba absolutamente nada de


divertido en la idea de Patrick cayendo y rodando por estas escaleras hacia
abajo muy tarde por la noche.
— Realmente necesitas tomar mejores decisiones, — murmuró ella

mientras iban hacia el segundo piso. Ella no quería decir nada especial con
eso, pero se sorprendió cuando él giró la cabeza hacia ella y una sonrisa lenta,
claramente lobuna, cruzó su cara.
— No tengo ningún problema con esta decisión en absoluto.
Natalie empezó a preguntarle que quería decir con eso, pero entonces
Patrick se mantuvo un poco más derecho, una gran mano alargándose para
acunar su mejilla. Su caricia fue absurdamente cálida, y ella no pudo evitar
inclinarse hacia ella, sin importarle qué podía suponer para su paz mental más
tarde.

Solo tuvo un momento para imaginarse que iba a hacer él antes de que la
besara, y a pesar de su somnolencia, había algo sensual y seguro en ello. Antes
del beso, Natalie habría pensado que cualquier hombre que fuera tan severo y
que insistiera en asegurarse de que las cosas se hicieran de determinada
manera besaría sin poner nada de pasión. Ahora, sin embargo, podía ver que
no era el caso de Patrick en absoluto.
El beso fue suave y prolongado, sin exigir nada en absoluto. Ella nunca
hubiera pensado que un simple beso pudiera ser tan francamente estimulante,

tan excitante y necesitado, todo a la vez y, durante un largo instante,


simplemente se volcó en él. Era el beso que Natalie había querido toda su
vida y simplemente nunca le habían dado.
Ella sintió como su brzo se enroscaba en la parte posterior de su cintura,

atrayéndola más hacia él y presionando su pequeña figura contra la más grande


de Patrick. Antes, pensaba que él era fuerte, pero ahora, apretada contra su
cuerpo, podía decir que estaba más allá de los músculos, que era poderoso
como un luchador o un atleta.
El beso era delicioso, pero cuando él deslizó su lengua a lo largo de su
regordete labio inferior, ella emitió un sonido de sorpresa. Natalie podría
haber dicho que nunca quiso despertar esa sensualidad, ese aturdimiento
sensorial, pero ahora se daba cuenta de la locura que suponía.
— No puedo, — dijo con voz chirriante, sonrojándose un poco por lo

avergonzada que sonaba. — No puedo… Simplemente, no puedo…


Ella sabía que, en situaciones como esta, debía estar realmente
controlada. Una terrorífica noche, en Londres, un borracho la había cogido
para besarla y ella le había hecho soltarla simplemente con una palabra dura.
Ahora, sin embargo, la voz de Natalie temblaba como una cuerda tensa de
violín y se preguntó, un poco salvajemente, si Patrick podría sentir lo poco
que realmente quería que parara.
Durante un momento, Patrick se quedó completamente quieto. Ella se

preguntaba si pararía, si podría parar. Entonces, a disgusto, él se apartó,


pareciendo un poco más despierto.
— Yo… siento todo esto, — dijo él, su acento sonando más fuerte de lo
que había hecho anteriormente. — Realmente lo siento. No debería… Cuando

tú me estabas ayudando y todo…


— Sin daño no hay falta, — dijo ella, sonriendo con solo un poquito de
incertidumbre en su voz. — Pero quizá ¿podrías llegar hasta la cama por tu
cuenta?
Una fugaz mirada melancólica pasó por su cara, y ella pudo decir en ese
momento cuánto quería él que le acompañara. Después desapareció, sustituido
por una sonrisa arrepentida y un asentimiento.
— Probablemente sea lo mejor, sí, — dijo él. — Te daré las buenas
noches y quizá por la mañana me perdonarás mis pecados.

— No, no hay ningún pecado, — dijo ella con una breve sonrisa. —
Como te he dicho, sin daño no hay falta.
— Ah, un dicho perfecto y adecuado procedente de las profundas
tradiciones de América, ya veo.
— Te pones tonto cuando estás cansado — dijo ella, un poco alarmada
por lo cariñosa que había sonado.
— Es verdad. Buenas noches, pequeña,
Antes de que pudiera alejarse de él, alcanzó su mano, volviéndole la

palma hacia arriba. El beso que depositó allí fue suave y ligero, más dulce que
lo que ella hubiera pensado que pudiera ser un beso. Cuando él dejo caer su
mano y volvió a alejarse, la palma todavía le hormigueaba. Cerró la mano
sobre ella como si estuviera escondiendo un premio.

Natalie sacudió la cabeza.


Esto es ridículo. Le conozco desde hace un puñado de horas, y si soy
muy sincera, soy afortunada de no haberme metido en problemas muy graves
por ser tan descuidada.
Se dijo cosas parecidas durante todo el camino hacia el sofá y cuando
se acostó, pensó de nuevo lo mal que podía haber ido todo si Patrick hubiera
sido más cruel, un poco más peligroso. Sin embargo, el beso que le había dado
le había producido hormigueos y antes de quedarse dormida en la cama, se
preguntó cómo sería poder disfrutar más de sus besos. Permitirle que se

tomara más libertades de lo que ya había hecho y como de bien se sentiría.


Capítulo Cinco

Patrick era un hombre que se levantaba con el sol y su rutina de la


mañana solía estar blindada. Él ya había empezado con la ducha antes de
darse cuenta de que, realmente, las cosas eran muy diferentes esa mañana y

había una buena razón para que él planificara su próximo paso. Al menos no
tenía trabajo pendiente para esa mañana, pero eso apenas hacía que esto fuera
mejor.
Puesto que era un día libre, no había motivo para no ponerse unos
vaqueros viejos y una camiseta negra, con un jersey gris oscuro por encima.
Cuando estuvo vestido, se tomó su tiempo, preguntándose qué había hecho.
Defender a Natalie nunca había estado en duda. Había visto a una mujer
en apuros y se había interpuesto para defenderla, sin importarle de qué. Sin

embargo, lo que había pasado después….


Desde la lectura del tarot hasta el sorprendente beso que ambos habían
compartido la noche anterior, se encontraba en terreno desconocido.

Natalie era como una pelusilla salvaje de diente de león, flotando donde
el viento la llevara. En esa analogía, suponía que él era el ladrillo, firme e
imperturbable, inamovible y sólido. No debían tener nada que ver el uno con
el otro, pero no podía negar el hecho de que había algo en ella que le atrapaba,

que le hacía imposible mirar para otro lado.

Se preguntaba qué demonios iba a ser de ella, zarandeada por los


vientos del destino, pero trató de decirse a sí mismo que no era de su
incumbencia. Patrick era un hombre que se gobernaba a sí mismo y su propia
vida fácil y eficazmente y una de las formas en las que lo hacía era teniendo

muy claras sus responsabilidades. Natalie Rook no era su responsabilidad…


¿o sí?
La había salvado la noche anterior y había una parte de él que quería
mantenerla fuera de peligro. La idea de que algo terrible le ocurriera le
golpeaba el corazón, y mientras todavía estaba reflexionando sobre estas
extrañas emociones, se dio cuenta de que olía a jamón.
Patrick se sentía casi como si hubiera vagado hasta una casa
desconocida que podría haber sido idéntica a la suya, pero que realmente no
era la suya. A pesar de tener una bien equipada cocina que solía mantener

surtida por las contadas ocasiones en las que iba un chef a casa, era un hombre
que habitualmente pedía comida para llevar o que comía en los mejores
restaurantes que podía ofrecer Dublín. Levantarse para freír jamón no era una
experiencia con la que estuviera familiarizado.
Desconcertado, bajó las escaleras hacia la brillante cocina, donde sí,
había jamón friéndose en una sartén. El jamón le estaba haciendo la boca agua,
pero era menos interesante que la cocinera en cuestión.
Supuso que no se había cuenta de lo que ella llevaba puesto la noche

anterior porque estaba muy cansado. Eso significaba que definitivamente


necesitaba descansar más porque un hombre debía ser de piedra si podía
ignorar a Natalie vestida con un pequeño camisón blanco. Dejaba sus
graciosos y pálidos brazos al aire y se marcaba a las curvas a las se llamaba

de sirena porque eran así para las manos de un hombre.


—¡Oh, buenos días! — trinó ella alegremente, y éltuvo que apartar los
ojos, sintiéndose como un baboso.
— Buenos días también para ti, — dijo él. — ¿Qué crees que estás
haciendo?
Ella le sonrió, completamente impertérrita ante sus palabras.
— Fuiste tan agradable al darme de cenar anoche, además de, ya sabes,
salvarme y todo, que he pensado que estaría bien prepararte algo de desayuno.
Me he levantado temprano y he echado un vistazo en la cocina, y he aquí que

estaba llena de comida que ni siquiera se había abierto…


Hizo una pausa, reflexionando.
— Oh, espero que no estuvieras reservando todo esto para algo.
Supongo que debería haberlo pensado puesto que nada de esto estaba abierto
ni nada, lo siento…
— No, — dijo él, cortándola con un corto movimiento de la mano. —
No lo estaba reservando para nada. Lo admito, había olvidado que estaba ahí.
—Humm, bueno, si yo tuviera jamón como este en mi cocina, no creo

que lo olvidara, pero ya sabes. Cada uno es diferente.


Volvió a a centrarse en cocinar el jamón, aparentemente satisfecha con
su intercambio. Patrick se sentó ante la isla de la cocina, viéndola cocinar con
curiosidad. Había tenido citas con muchas mujeres que se habían quedado a

pasar la noche, pero esta era la primera que había empezado a cocinar. La
mayoría de las mujeres con las que había salido se hubieran sentido
horrorizadas ante la idea de coger la pesada sartén de hierro fundido, y de que
las dejaran solas para hacer algo tan sustancioso como lo que estaba
preparando Natalie.
Puso el jamón en un plato, cubriéndolo con otro, y después frió también
cuatro huevos, cocinándolos en una fina y sabrosa capa de grasa procedente
del jamón.
— Me estás observando — dijo ella, divertida.

— Eso hago, pequeña, — dijo él, el tratamiento cariñoso escapándose


antes de que pudiera retenerlo. — Cocinas bien.
— Me gusta pensar que sí. Pasé unas pocas semanas en un restaurante
de menús. No duró demasiado.
— ¿Demasiado poco aventurero? — preguntó con una sonrisa.
— No, — replicó Natalie, llevando los platos a la isla de la cocina. —
El dueño del restaurante me pellizcaba el culo cuando pasaba, así que lo dejé
por otro sitio que implicara un poco menos de manoseo.

Él frunció el ceño, pero antes de que pudiera decir nada, ella le tendió
un tenedor.
— El mundo puede ser asqueroso, pero mis huevos te aseguro que no lo
son. Come.

Él se encogió de hombros e hizo lo que le decían. La comida estaba


realmente buena, y ella sonrió un poco tímidamente cuando se lo dijo.
— Estoy contenta, — dijo ella. — Supongo que quería estar segura de
que sentías que te lo agradecía convenientemente antes de que me vaya.
El comentario hizo que algo profundo en su interior le apretara fuerte y
la miró, preguntándose porqué se estaba comiendo su comida con tanta calma.
¿Pensaba que tenía que huir de él después de su demostración de la noche
anterior? Si ese era el caso, él debería ser caballeroso y dejarla ir, pero cada
uno de sus instintos interiores gritaba en contra.

— ¿Dónde vas a ir? — preguntó él, y ella se encogió de hombros.


— A leer el futuro de nuevo. Hay una cooperativa que tiene una cama
libre para la gente que quiera ayudar con los corderos en el norte. Eso podría
ser interesante.
— No.
La palabra salió de su boca sorprendentemente cortante, y ella le miró,
dejando su tenedor.
— ¿No?

— Totalmente correcto. No. No vas a irte a leer fortunas o a hacer lo


que quiera que haya que hacer en esa asquerosa granja de ovejas.
— Bueno, yo tampoco sé lo que hacen en una granja de ovejas, pero me
imagino que puedo aprender.

— Ven a trabajar para mí.


Natalie se le quedó mirando fijamente y a él se le ocurrió que sus ojos
eran tan oscuros como dos piscinas de tinta. ¿Por qué decían que la gente de
ojos oscuros era más misteriosa? Era obvio que Natalie era una mujer que
dejaba que el mundo mirara hasta el fondo de su alma cuando estaba
sorprendida, asustada, feliz o triste.
— ¿Disculpa?
— Podría tener algo de ayuda en la oficina, — dijo ella, pensando
rápidamente, mientras hablaba. — Hay mucho trabajo de archivo que hacer

ahora mismo en la oficina. Hemos recuperado finalmente dos de las plantas


del desorden en el que se habían sumido a lo largo de los años, para empezar
aires renovados y todo eso. Me llevará la mayor parte de un mes conseguir
alguien que pueda saber específicamente qué traer y llevar para mí y
supondría una diferencia.
— ¿Cuál sería mi sueldo? — preguntó Natalie y él se preguntó si estaría
retrasando el momento, intentando imaginarse desde fuera cuál era su punto de
vista. Siendo sincero consigo mismo, tampoco estaba muy seguro de lo que

pretendía, más allá de prevenir que Natalie se metiera en otra situación como
en la que se habían encontrado.
— Generoso, — dijo él. — Estoy seguro de que podremos llegar a un
acuerdo. Si te apetece, incluso puedes quedarte en el sofá, aunque estoy seguro

de que podremos buscarte un mejor alojamiento.


Por un momento, él pensó que le rechazaría, pero después, una tímida e
inesperada sonrisa apareció en su cara. Era como mirar el sol saliendo
después de una tormenta, y no pudo evitar sonreír en respuesta. Dios, solo
mirarla le hacía sentir más calor.
— De acuerdo, — dijo ella. — Ya he tenido anteriormente mi parte de
trabajos extraños, y este suena como si fuera a ser más cómodo que ayudar con
los corderos, sea lo que sea lo que implique.
— Te prometo que lo será, — dijo Patrick, y el siguiente bocado de

jamón le supo delicioso por alguna razón.


***
Natalie era una mujer que siempre había sentido que podía caer de pie
sin importar desde donde y le gustaba pensar que siempre podría lidiar con
cualquier situación cuando llegara. Sin embargo, no estaba segura de que
realmente hubiera podido imaginar todo lo que había sucedido desde que
Patrick entró en su vida haciéndola girar, aniquilando a dos hombres malvados
y ofreciéndole una deliciosa cena de pastel de carne.

Tenía que convencerle de que el sofá estaría bien, y que no tenía que
encontrar para ella una habitación barata. Le había parecido extrañamente
angustiado ante la idea de que durmiera en su sofá, y ella simplemente había
sonreído, haciendo un gesto de despedida con la mano.

— Eso es lo que he estado haciendo la mayor parte del tiempo que llevo
en Europa, después de todo, —dijo ella, pero él frunció el ceño y sacudió la
cabeza. Parecía tan desaprobador que tuvo que reírse.
— En serio, ¿quieres decirme eso de “a ninguna hija mía le permitiré
nunca que haga semejante cosa”?
La mirada que le lanzó Patrick era oscura como la noche, y, por alguna
razón, le produjo un escalofrío que subió por su espalda.
— Creo que cualquier hija mía sería demasiado sensata para eso —
dijo él. — Y mientras sea una adolescente, no, nunca le permitiré semejante

cosa. No obstante, tú no eres mi hija, y, además, como una mujer joven en


plena posesión de sus facultades, no debe importarte lo mala que yo crea que
puede ser una idea, supongo que tendré que ceder. Pero, sinceramente, ¿de
verdad mi sofá es tan cómodo?
Natalie levantó la barbilla hacia él. Sabía que su mirada era tan dura
como los diamantes, y Patrick parpadeó.
— ¿Sinceramente? Estás siendo muy amable conmigo. Ahora tengo una
idea de cómo iría lo del apartamento. Lo tendrías todo arreglado, puede que

incluso lo pusieras a tu nombre. Encontraré el alquiler realmente bajo, y


después de un tiempo, dejará de parecer tan extraño… al menos hasta que
dejes de hacerlo.
Patrick frunció el ceño ante ella.

— ¿Me estás diciendo que te dejaría tirada? — pregunto él, su voz


convertida en un profundo murmullo. — No sé qué he hecho para hacerte
pensar…
—Nada, — Natalie le paró, porque decía la verdad. — No has hecho
nada para hacerme pensar que segarías la hierba bajo mis pies de esa forma,
nada en absoluto. Es solo que ya ha pasado antes. He sido un poco demasiado
confiada en el pasado. Si me quedo en tu sofá, no podré retrasarme en el pago
del alquiler. No descubriré de repente que tengo más deudas que al principio.
Tu sofá es… fácil.

No podría decir si él lo había entendido del todo, pero, aunque Patrick


parecía triste, asintió.
— Además, tu sofá es más cómodo que la mayoría de los sitios en los
que he dormido últimamente. Gracias. Realmente, significa mucho para mí.
Patrick la sonrió vacilante, y se preguntó por qué parecía tan confuso.
De verdad, ¿nadie le había agradecido algo de verdad a este hombre? ¿Nadie
le había dado las gracias por hacer cosas tan amables? A Natalie no le había
parecido que Patrick fuera un antipático tacaño, así que, ¿dónde estaba el

fallo?
— De verdad, no hay de qué, — dijo él, y algo le dijo que lo sentía de
verdad.
Entonces llegaron al asunto de la ropa. Patrick miró la pequeña mochila

en la que ella guardaba sus posesiones materiales y frunció el ceño.


— ¿Tienes algo adecuado para trabajar en una oficina?
— ¡En realidad, sí!
Ella sacó un vestido morado y rojo con estampado de flores, largo,
susurrante y de apariencia romántica. Sería un poco desaliñado, pero podría
servir.
— ¿Y qué vas a llevar el resto de los días?
— Lo lavaré y lo tenderé cada noche. Cuando reciba mi primer cheque
de nómina, puedo comprar algunos más, si quieres.

Él suspiró y ella se preguntó, una vez más, qué debía pensar de ella.
Venían de dos mundos diferentes y una pequeña parte de ella estaba
empezando a encontrar placer en remarcar sus diferencias.
Natalie parpadeó con sorpresa cuando buscó en su cartera y le tendió
una tarjeta de crédito.
— Toma, coge esto y cómprate cinco, no, diez conjuntos que sean
adecuados para una oficina informal. Estaremos la mayor parte del tiempo
limpiando archivos viejos, trabajo de organización, pero no puedes hacerlo

vestida de harapos.
Cogió la tarjeta de crédito pensativa. Suponía que era lo bastante bueno
juzgando caracteres para saber, al menos, que no iba a escaparse con su
dinero, pero de alguna manera, realmente iba a tener que conocerla. No iba a

caer en el delirio porque le hubiera dado acceso a su tarjeta de crédito, y


admitía que le gustaría hacerle sentir un poco incómodo. Ahora era el
momento de divertirse un poco.
Por supuesto, Patrick estaba poniéndoselo incluso más fácil vigilándola
cautelosamente, preguntándose cuál iba a ser su siguiente argumento. De
verdad, este hombre lo hacía demasiado fácil y, de lejos, demasiado tentador.
— De acuerdo, — dijo ella y Patrick miró hacia arriba, sorprendido y
aliviado.
— ¿De verdad?

— Cogeré esto y no rechazaré utilizarlo para comprarme ropa… con


una condición.
— ¿Y cuál es, pequeña?
Ella se preguntó si se había dado cuenta de que seguía utilizando el
apodo cariñoso. Supuso que no, o al menos, esperaba que no. Una parte de
ella admitía que le gustaba demasiado para que dejara de hacerlo.
— Tienes que venir conmigo de compras.
***

Patrick pensaba que sabía en qué se estaba metiendo. Pensaba que


estaría todo el día siguiendo a Natalie mientras ella caminaba pavoneándose,
recorriendo los grandes almacenes y viendo cómo se probaba un conjunto tras
otro. Si tenía que ser sincero consigo mismo, eso sonaba como si pudiera ser

divertido. Además, si las cosas se ponían tremendamente aburridas, no tendría


remordimientos en decirle que tenía que trabajar y salir corriendo. Natalie era
lo bastante sensata para, al menos, entender eso.
Sin embargo, cuando él accedió a lo que pensaba que pudiera ser un día
más o menos entretenido en las tiendas con una mujer entusiasta, aunque
ligeramente inestable, no se esperaba esto.
En ese momento, esto era un pavo real disecado que le miraba fijamente
con ojos de botones brillantes puestos por el taxidermista mientras un viejo
loro le miraba con una mirada siniestra.

— El pavo real está a la venta, —dijo lacónicamente el anciano que


estaba tras el mostrador. —Elmer, que es el loro, no lo está.
— Créame si le digo que no quiero a ninguno de ellos, — dijo Patrick, y
justo a su derecha, Natalie soltó una risita suave.
— Oh, ¿por qué no? — preguntó ella. — Creo que el pavo real sería
una pieza formidable para tu casa. Te daría aspecto de ser un explorador del
loco mundo de los años treinta.
— No voy a comprar el pavo real, no me importa de qué me dé aspecto,

— replicó Patrick y se preguntó de nuevo como habían llegado a tener esta


extraña conversación.
— Tú mismo, — dijo Natalie encogiéndose de hombros.
Esta era la tercera tienda de segunda mano que visitaban, y Natalie

había encontrado ropa lo suficientemente profesional para que les encajara a


los dos. Por el camino, Patrick se había encontrado con monstruosos monos de
la década de los setenta, un batallón de viejos cacharros de cocina y más
cosas raras de las que él podría imaginar. Natalie celebraba cada uno de ellos
con alegría y diversión, y de alguna manera, a regañadientes, Patrick empezó a
tomarse interés a su pesar.
— Sabes que podíamos haber ido simplemente a unos grandes
almacenes, — dijo él, mientras ella sacaba su tarjeta de crédito del bolsillo.
— Sí, pero mira, — dijo ella, acercándole sus facturas con una seriedad

entrañable. — ¡Sólo habría conseguido uno o dos vestidos por lo que he


pagado por diez!
— Me rindo a tu intelecto superior — dijo él. Patrick empezó a sugerir
que se fueran cuando algo captó su atención.
— ¿Te has probado ese vestido? — preguntó él y Natalie pareció más
que sorprendida.
— No. No es realmente un traje de oficina, ¿o sí?
— ¿Te lo probarías?

La propuesta se escapó de su boca, y él se preguntó otra vez que era lo


que tenía esa chica para que hiciera eso. Por una vez, ella no discutió. En vez
de eso, su cara reflejó una mirada que él solo podría llamar tímida, y cogió el
vestido y se apresuró a entrar en el probador.

Cuando ella salió, el corazón de Patrick le dolió un poco. El vestido de


color azul cielo le sentaba como si hubiera estado hecho para ella, ajustándose
a sus curvas antes de fluir hacia una falda larga y vaporosa. Le daba brillo a su
piel y hacía que su pelo negro fuera tan brillante como madera negra.
— Vas a comprarte ese, — dijo él cuando ella empezó a protestar.
— ¿Por qué?
— Porque estás hermosa así vestida — replicó él, y la mirada de ella,
tan sorprendida que casi se olvidó de estar encantada, valió la pena.
— Estás siendo muy generoso conmigo, — dijo ella, mientras pagaba el

vestido.
—Oh, estoy seguro de que te haré trabajar lo bastante duro para
compensarme, — dijo él, y ella le dedicó otra mirada sorprendida. El mantuvo
la cara seria, pero tenía que admitir que estaba adorable cuando le miraba así.
— Bueno, estoy segura de que seguiré el ritmo.
— Eso espero, — replicó Patrick, y se sorprendió por lo mucho que eso
significaba para él.
Capítulo Seis

Tres semanas después, Natalie había llegado a la concñusión de que


Patrick debía ser un diablo disfrazado.
— De otra forma, ¿cómo podrías ser capaz de trabajar tan duro como lo

haces?
Patrick le dirigió una mirada entretenida por encima del curry que había
pedido para ellos. No importaba cuánto pudiera quejarse ella de las largas de
trabajo y el amor por el trabajo infinitamente preciso de este hombre, tenía que
admitir que la alimentaba bien.
— Me gusta pensar que tiene más que ver con haber tenido un padre que
fue un buen ejemplo y que tenía una fuerte ética de trabajo que me demostró
frecuentemente, — dijo él, entretenido. — Y tú tampoco lo haces mal cuando

estás bien motivada.


— Sí, bueno, este sitio era un poco diferente cuando entré por primera
vez, — gruñó ella.—Si no me hubieras comprado ropa y me hubieras
prometido un sitio en tu sofá, te podría haber dicho que lo hicieras tú y haber
salido huyendo.
El espacio de trabajo era un gran edificio antiguo en el corazón de uno
de los barrios más tradicionales de Dublín. La mayor parte del edificio estaba
en buena forma porque la compañía Adair se había encargado de conservar su

propiedad inmobiliaria en buen estado. Había personal formado en

inmobiliaria trabajando en las cuatro primeras plantas. Sin embargo, las dos
plantas que Patrick había mencionado, aparentemente estaban llenas de
documentos y correspondencia empresarial de los últimos cincuenta años, más
o menos. Abrir cualquier cajonera podía suponer descubrir una serie de

arrendamientos de tierras pasados de fecha, una pila de cartas personales o,


como en un desafortunado caso, un nido de arañas muy furiosas.
Patrick se las vio con las arañas y Natalie se tomó un momento para
imaginar que pasaría sinecesitara encontrar un nuevo trabajo. El trabajo era
difícil pero interesante, y habría mentido si dijera que no lo disfrutaba en
absoluto.
Mientras Patrick comía su comida india, Natalie se dio cuenta de que no
podía apartar los ojos del hombre que estaba sentado frente a ella. Durante las
pasadas semanas, ella se había ido acostumbrando de alguna forma a su

atractiva apariencia. Suponía que era como trabajar al sol; al final, tienes que
acostumbrarte al brillo o puede simplemente deslumbrarte. Sin embargo,
aunque su atractivo aspecto cada vez le causaba menos impresión, no podía
decir lo mismo del resto de él.
Durante las pocas semanas que había pasado trabajando con Patrick,
había conseguido conocer al hombre, y el hombre la había intrigado. Sabía que
había mucho que él no le contaba, pero lo que le había contado había
despertado su curiosidad. Había viajado por el mundo y regresado a su hogar

en Dublín, le había contado que había habido mujeres hermosas en su pasado,


pero parecía que ahora no había nadie en su vida y, en alguna parte, por
debajo de todo el encanto y las diversiones, ella sospechaba que, de hecho,
era un hombre solitario que estaba muy cansado.

También era muy orgulloso, asentado en sus costumbres y decidido a


hacer las cosas a su manera. Habían tenido más de una pelea a gritos, e incluso
aunque él parecía divertirse cuando ella le gritaba de vuelta, todavía estaba
decidida a hacerle ver las cosas desde su perspectiva.
Y entonces….
Entonces estaba esa otra cosa, pensó ella con pesimismo.
Él no la había tocado desde la noche en que ella le acompañó a su cama.
Le había pillado mirándola de forma intermitente mientras trabajaban, la
mayor parte de las veces con una mirada bastante pensativa en sus ojos y una

curiosa luz tras ellos. Esas miradas siempre la pillaban con la guardia baja y,
en ocasiones, incluso le hacía tropezar. Durante esas ocasiones era un alivio
huir hacia otra planta, para charlar con los trabajadores, que siempre eran
amables y estaban dispuestos a compartir su almuerzo y sus cotilleos.
Cuando ella se escapaba, siempre podía sentir sus ojos azules
siguiéndola y eso hacía que su cuerpo entero se calentara.
Por la noche, volvían a casa y las noches pasaban tranquilas. Él era muy
cuidadoso siempre, permitiéndole disfrutar de su propio espacio, pero cuando

hablaban, podían hablar durante horas de cualquier cosa. De vez en cuando,


conseguía olvidar que el hombre que estaba hablando con ella tan
cómodamente era su jefe, pero finalmente la realidad volvía a estrellarse
contra ella. Sabía quién era él y también sabía qué era él. Necesitaba mantener

la distancia por su propio beneficio, pero según iban pasando las semanas, era
cada vez más difícil hacerlo.
El despacho de Patrick estaba en lo más alto del edificio, construido
como una estructura separada en lo alto del tejado. Había algo solitario en
ello; le recordaba los grandes campanarios que había visto en las grandes
iglesias antiguas, un lugar en altura, bello y frío. Los días en los que una
mirada de Patrick podía hacerle aturullarse demasiado, ella estaba en total
retroceso, encontrando trabajo que hacer en otras plantas. Lentamente pero con
seguridad, el edificio se estaba unificando y a pesar del amor que sentía

Natalie por el caos y la rebeldía, una parte de ella adoraba verlo.


Ten cuidado, muchacha, se dijo a sí misma. Así es como terminarás,
trabajando en una oficina en Dublín el resto de tu vida. Un trabajo en una
oficina de Dublín no es mejor que uno en Madison, así que prepárate para
saltar cuando lo necesites.
— ¿Qué es lo que te hace fruncir el ceño tan agresivamente? — preguntó
Patrick con una sonrisa.
— Poca cosa — dijo ella después de un momento. Después de todo,

realmente no debería decirle a su jefe que estaba sintiéndose tan próxima a él


que se le estaba haciendo difícil mudarse, ¿verdad? — Simplemente estaba
pensando en el trabajo que estamos haciendo aquí. Parece que va bien y estará
terminado pronto, ¿no?

Patrick asintió y después sonrió abiertamente con obvio orgullo por el


edificio en el que estaban. Ella se preguntaba todavía que quería decir cuando
le preguntó si le reconocía unas semanas antes. Supuso que en algún momento
debería haberlo buscado, pero lo tenía en mente. Además, ¿qué podía decirle
un artículo en Internet sobre el hombre que estaba mirándola ahora a los ojos?
Estaba empezando a pensar que le conocía bastante bien.
— Eso creo, — dijo él. — Eso espero. Este sitio merece más que ser un
simple almacén para papeles olvidados que nadie quiere.
La miró con una mirada amable antes de continuar.

— Hay oportunidades en Adair para la gente tan rápida como tú, sin
embargo. No me lo esperaba cuando apareciste por primera vez, pero eres una
buena empleada.
— Caramba, gracias. Tienes tanta fe en mí, — bromeó Natalie y
entonces miró a Patrick sorprendida cuando él se rio. Era una risa magnífica,
pensó ausente, pero después movió la cabeza hacia él.
— ¿Qué es? ¿Qué es tan divertido?
— Tú lo eres, chica yanqui, — dijo él cuando paró de reírse. — ¿No te

has oído?
Natalie le miró, perpleja.
— ¿De qué estás hablando?
— Tienes tanta fe en mí, — la imitó él. — ¿Realmente no lo has oído?

Estás empezando a tener acento dublinés.


— Ah, ¿sí? — preguntó con sorpresa, pero por supuesto, ahora que lo
estaba escuchando, ella no podía oírlo. Natalie sacudió la cabeza.
— A mí me suena a acento americano normal.
— Estoy seguro de que escucharlo vendrá con el tiempo. Después de
todo, lo has dicho cuidadosamente, también.
Ella se rio con él, pero Natalie no estaba segura de saber cómo debería
sentirse. Nunca había estado tiempo suficiente en ninguna parte en sus viajes
para coger acento. El hecho de que lo estuviera haciendo aquí en Dublín era

ligeramente enervante. Era como si pudiera sentir como surgían hebras de


telaraña desde esta hermosa ciudad para envolverla completamente, cada vez
más cerca del momento en el que no podría irse.
Bueno, por supuesto que podría irme. Puedo dejar cualquier lugar y a
cualquier persona si es necesario. Es solo que… dejar Dublín sería duro.
Tenía que admitirlo ante sí misma, en la intimidad de su propia mente si
no lo hacía en otra parte.
Dejar a Patrick sería duro.

Por supuesto, su jefe estaba terminándose su curry sin tener ni idea de lo


que le pasaba por la cabeza. Recogió los platos para meterlos de nuevo en la
bolsa en la que habían llegado y cuando ella se lo ofreció, cogió su plato
también vacío.

— Bueno, supongo que no hay paz para los malvados. Natalie, ¿estás
lista para seguir trabajando?
Ella le ofreció una sonrisa casi totalmente sincera. Una parte de ella
admiraba su ética del trabajo, incuso si hubiera preferido que él tuviera más
tiempo para sí mismo. El resto de sus pensamientos los guardó de nuevo en la
parte de atrás de su mente. Podía pensarlo más tarde o no hacerlo en absoluto.
Eso funcionaba.
Por supuesto, no podía predecir que esa sería la noche que Patrick
elegiría para hablar con ella de su futuro. Después de otro día largo,

terminaron en un pequeño restaurante que estaba a un paseo de la oficina. Era


un sitio en el que servían pizza, y sintiendo nostalgia de Estados Unidos por
una vez, Natalie sugirió que comieran allí. Mientras Patrick pedía para ambos,
ella reflexionaba en cuanto tiempo hacía desde que se había tomado un buen
trozo de pizza de Nueva York.
— ¿Era esto lo que estabas esperando? — preguntó Patrick con
curiosidad, y ella le sonrió.
— La verdad es que la pizza realmente no es tan especial. Quiero decir,

pones los ingredientes juntos y los horneas sobre algún tipo de masa redonda,
y generalmente, tienes una pizza. El problema es que hay demasiadas
variaciones, es muy difícil encontrar una que sea adecuada, o, al menos,
adecuada para ti. Esta es muy buena, no me malinterpretes…”

— Pero no es lo que tu querías, — terminó él por ella, y ella asintió.


— Hay otros muchos locales de pizza en la ciudad — dijo él con una
sonrisa fácil. — Podemos probarlas todas una por una hasta que encuentres la
que te haga sentir, o quizá debería decir saborear, más como en casa.
— Eso suena realmente muy dulce, —dijo ella, tocada a su pesar. —
Pero el prejuicio personal puede ser un factor. Podría saborear algo que
objetivamente fuera la mejor pizza del mundo y no querría tener nada que ver
con ella porque no es la pizza a la que estoy acostumbrada.
Ella podría haberse puesto poética sobre sus pizzas favoritas durante

horas, pero Patrick adoptó una expresión pensativa. Natalie tuvo apenas un
momento para preguntarse qué vendría a continuación antes de que hablara de
nuevo.
— No te he oído hablar mucho sobre tu hogar, — dijo él. — ¿Lo echas
de menos?
— ¿Dónde está miogar h? —respondió ella. — Me crié en todas partes.
Mamá nunca fue tan nómada como yo he llegado a ser, pero necesitaba
moverse por su trabajo, cuando tenía. Mi hogar podía estar en cualquier sitio.

Ella pensaba que Patrick, tan firmemente enraizado en Dublín,


desaprobaría sus palabras, pero en lugar de ello, asintió.
— Se me había ocurrido que las plantas para las que necesitaba ayuda
se van a terminar antes de lo que yo pensaba. Y, en gran parte, se debe a tu

esfuerzo.
Natalie se encogió de hombres, menos cómoda con el cumplido de lo
que hubiera pensado.
— Supongo que ese es mi gran secreto. Hice bastante trabajo
administrativo antes de seguir a Joe por medio mundo. Es trabajo que puedo
hacer, especialmente si la oferta incluye un buen sueldo.
— Eso me lleva al siguiente punto, — dijo Patrick, dejando el trozo de
pizza. Por algún motivo, Natalie sintió un escalofrío de temor. Se dijo a si
misma que realmente no había motivo para sentirse así, pero ahí estaba.

— ¿Sí? — preguntó ella, tratando de orientar la conversación hacia otro


punto. — Quiero decir que quizá podría llevarte al siguiente trozo de pizza o a
un poco de helado, si te apetece.
Él la sonrió, pero continuó. Podía imaginar que era esta clase de
determinación la que le había llevado donde estaba hoy, pero justo ahora, no
estaba segura de apreciarlo mucho.
— Sé que estás ahorrando el dinero que has ganado, y eso está muy ben.
También sé que no puedes quedarte en mi sofá para siempre.

Ella le dirigió una mirada recelosa y, para su sorpresa, empezó a reírse.


— No me mires así, no te estoy echando a patadas.
— ¿No lo haces?
— No del todo. ¿Por qué le haría eso a una mujer que ha hecho que las

cosas se movieran mucho más rápido en la oficina?


No pudo evitar sino sentir una punzada de decepción. No había nada
interesante en el trabajo en sí. Había más que hacer con el propio Patrick y
cualquiera que fueran las fantasías que se podía haber formado en torno a él,
sus músculos, su altura y su fuerza. Ella sabía que no había forma de que un
hombre como él se interesara en ella, pero, sin embargo, ahí estaba ese beso.
Natalie se dio cuenta en ese momento de que había puesto un poco más de
atención a ese beso de lo que quizá hubiera debido. Era la verdad, pero sin
embargo escocía.

— Supongo que tendrás algo que decir sobre todo esto, — dijo ella y,
aunque podía oír la acidez en su propio tono, Patrick pareció no hacerle caso.
— Hay un apartamento que no está lejos del mío. Un espacio elegante,
fue de mi propiedad personal antes de pertenecer a la compañía. Está en muy
buenas manos. La administradora del edificio es una mujer amable que ha
estado cuidándolo durante un tiempo.
Ella le miró y sintió angustia en la boca del estómago.
Oh, vamos. Le dije al principio que es lo que no puedo soportar.

— Por supuesto, puedo conseguírtelo, — dijo él. — Y con tu sueldo,


podría ser una buena opción para tu presupuesto. Será un bonito lugar para ti,
para trabajar y vivir.
Natalie sabía que cualquier otra mujer se lo hubiera agradecido,

entusiasmada por la consideración que él le mostraba y deseosa de ver el


lugar. Natalie, sin embargo, se preguntaba si podía sentir el viento azotándola,
metiéndola prisa para que se fuera, metiéndola prisa para correr antes de que
se reforzaran las ataduras que la unían a este lugar. Cuando miró a la cara de
Patrick, sin embargo, había una parte de ella que no quería correr, y quizá eso
era lo que más miedo le daba de todo.
— Si te gusta, podrías mudarte antes del final de la semana. No es como
si tuvieras muchas cosas, después de todo. Podrías instalarte y entonces quizá
podría darte algunos regalos de inauguración para ayudarte a empezar.

— ¡No!
La palabra se escapó de sus labios tan fuerte que un hombre en otra
mesa giró la cabeza para ver cuál era el problema. Natalie pudo sentir como
se ponía un poco colorada, pero ella sabía que el rojo de sus mejillas se debía
más a la rabia que a la vergüenza. Podía mostrarse reacia a montar una escena
en un restaurante, pero no era tan sumisa que quisiera quedarse callada y dejar
que un hombre al que no conocía de hacía más de dos meses tomara el control
de su vida.

Ahora mismo, ese hombre la estaba mirando con la cabeza ladeada. Su


genuina confusión la irritó más que ninguna otra cosa y, cuando habló, sus
palabras la sacaron aún más de sus casillas.
— ¿De qué estás hablando? — preguntó él, y su voz era tan razonable y

tan tranquila que hubiera querido pasarlo todo por alto. Entonces le miró, y
sintió de nuevo ese tirón en su corazón y por debajo, todo el calor reprimido
que había estado abrasándola desde aquel único beso en casa de él.
— He dicho que no, — continuó Natalie. Su voz sonaba más suave
ahora, pero había una intensidad en ella que la hacía sentirse como si se
estuviera quemando. — No a todo. No al apartamento que quieres ofrecerme,
no a la recomendación que quieres ofrecerme con el administrador, no a las
cadenas que me estás ofreciendo, pretendiendo que es algo más.
Pudo ver que sus palabras surtían efecto en Patrick y, cuando lo

hicieron, él frunció el ceño.


— No te estoy ofreciendo una casucha en el pantano, — empezó él, pero
ella le cortó con un movimiento brusco de la mano.
— No me importaría si me estuvieras ofreciendo el palacio de
Buckingham o la Casa Banca, — volvió a la carga de nuevo. — Cuando
empezamos con esto te dije que era algo temporal. Esto no es para siempre y
no voy a echar raíces aquí solo porque pienses que soy increíble con el
trabajo administrativo.

Pareció desconcertado por sus palabras.


Bien, pensó ella con las emociones teñidas de amargura.
— No quiero tu maldita caridad, — dijo ella y tuvo que respirar
profundamente para contener las lágrimas que estaban apareciendo en sus

ojos. — No quiero ese apartamento y no quiero sentirme agradecida porque


pienses que debería ser como todo el mundo.
— Oh, créeme cuando te digo que sé que no eres como los demás.
Cualquier otro hubiera tenido un poco de aprecio porque a Dios le importa un
poco y hubiera saltado ante una oferta tan buena.
— No es una buena oferta cuando no es lo que yo quiero, — cortó ella.
— Deberías saberlo, pero quizá estás tan acostumbrado a obtener lo que
quieres que no puedes ni siquiera plantearte que otras personas puedan querer
algo diferente.

— Cuando ese “algo diferente” es vivir como una especie de niño


vagabundo sin hogar que depende de las mareas del destino y de la buena
suerte de otros, supongo que no simpatizo con ello, — gruñó él.
Natalie se dio cuenta con una punzada que Patrick estaba realmente
enfadado. Eso le dio un momento para parar y entonces se dio cuenta de que
ahora ella también estaba enfadada.
— No me importa si simpatizas o no, — dijo ella. — Necesito que
respetes mis decisiones. Necesito que sepas que no quiero las mismas cosas

que tú y que eso no va a cambiar nunca.


Ella no podía ver nada en sus salvajes ojos azules que indicara que él
iba a ceder y, negando con la cabeza, se levantó de la mesa.
— Gracias por la cena, — dijo ella, con la voz tan fría como un glaciar.

— No creo que me vaya a quedar al postre.


— No te atreverás a irte mientras todavía estamos…
— Creo que hare lo que me apetezca, — replicó ella. — Después de
todo, aún soy una mujer libre y puedo ir y venir a mi antojo, ¿no es así?
En la mirada que él le dedicó se mezclaban la sorpresa y el enfado,
pero, lentamente, retiró la mano de su brazo. La gente a su alrededor les estaba
mirado y, por algún motivo, una persona horrible decidió hacer una foto de ese
terrible momento. En circunstancias normales, Natalie se hubiera dado la
vuelta y les hubiera gritado, pero ahora mismo, estaba demasiado furiosa.

Cuando Patrick la dejó marchar, se giró, alejándose de él y atravesó


enfadada, el restaurante. La calle estaba oscura y empezaba a hacer frío, y
empezó a caminar.
Capítulo Siete

Natalie sabía que había algo que no estaba bien en volver a casa de él
después de la discusión que habían tenido. Se descubrió a si misma
aplazándolo mientras iban pasando los minutos y las horas. Había una voz

maliciosa en lo más profundo de su mente que le decía que lo evitara por


completo, que simplemente se marchara. Tenía el pasaporte y las tarjetas de
crédito en el bolso. Habría sido más comodo tener algo más, pero se podía
arreglar con lo que llevaba encima.
A regañadientes, en algún momento después de que la mayor parte de
los habitantes de Dublín se hubieran ido a la cama, recorrió el camino de
vuelta a la casa adosada. Sabía que irse de esta manera, después de una simple
pelea con un hombre que había hecho tantas cosas buenas por ella, era, en el

mejor de los casos, cobarde, y en el peor, total y absolutamente manipulador.


Nunca iba a ganar una discusión simplemente huyendo de ella.
Entrando en la casa a oscuras, se dió cuenta de cuánto había llegado a
gustarle el lugar. Era asombroso, pero había algo más en torno a él. Había
visto antes casas boitas y ni siquiera una de ellas la había emocionado como
lo hacía esta. Era especial. De alguna manera, a pesar de todas las
adversidades y contra sus propias inclinaciones, se había convertido en su
hogar.

El pensamiento le produjo un extraño tirón en el corazón, pero Natalie

lo ignoró. Todavía no estaba lo bastante segura de que era lo que iba a hacer y
ese tironcito no iba a hacer las cosas más fáciles.
La casa estaba tan oscura y tranquila como una tumba mientras la
recorría, pero eso no era infrecuente. Patrick tendía a mantenerla a oscuras.

Sospechaba que él tenía una excelente visión nocturna dada la forma en la que
podía recorrer la casa en la oscuridad después de que hubieran estado
levantados y charlando. Ese pensamiento le produjo otra punzada, no lo harían
de nuevo si se iba, pero no podía permitirse pensar en ello ahora.
Natalie se sorprendió al ver que el cuarto en el que estaba su sofá
estaba iluminado. La luz procedente de la lámpara de techo de Tiffany era
suave, haciéndola casi romántica, y cuando Natalie hubo entrado totalmente en
la habitación se dio cuenta de que había alguien.
Patrick estaba tumbado en el sofá que ella había convertido en su cama.

No era una mujer grande y había mucho espacio para que ella pudiera
estirarse. Él era un hombre alto, y cuando se estiraba de esa forma, parecía
incluso más grande. Había algo desenfocado en su mirada cuando la levantó
hacia ella, sin mover un músculo.
— Así que has vuelto, — dijo Patrick, su acento más marcado que
nunca. Natalie dedicó un pensamiento a si él lo ocultaba a propósito o si ya
era algo simplemente automático, el patrón lingüístico de un hombre que sabía
que estaba haciendo negocios en un lugar en el que su acento podía resultar

una desventaja.
— ¿Pensabas que no iba a hacerlo?
El encogió un hombro, sin quitar sus ojos de los de ella. Con la cálida
luz, parecían más oscuros de lo que ella sabía que eran y se preguntó si había

visto un destello de tristeza en ellos. Él apartó la mirada.


— Francamente, no tengo ni idea de lo que vas a hacer de un momento a
otro.
Ella abrió la boca para protestar, y él suspiró, de mala gana.
— Eso ha sido injusto por mi parte. Sé que cuando estás en el trabajo,
estás allí. Te has convertido en alguien valioso para mí en la oficina, lo sabes.
Trabajas duro, confío en ti y confiaré cada vez más si las cosas siguen así.
Ella entró en la habitación, poniéndose de pie a su lado. De forma casi
ausente, pasó un dedo por la manga de él. Estaba ligeramente desaliñado, se

había quitado la chaqueta y desabrochado casi por completo el chaleco. La


camisa estaba abierta en la garganta y repentinamente, a ella le sorprendió la
idea de que podría probar por ahí su piel, de cómo sería apretar los labios
contra su pulso para sentir su vida corriendo por allí.
— Suena como si me estuvieras haciendo una entrevista de despedida,
— dijo ella suavemente. — Repasando todas las maneras en las que he sido
una buena empleada antes de despedirme.
— No quiero que te vayas. — Las palabras fueron pronunciadas de

forma monótona y sin ninguna inflexión en absoluto. Era como si toda la


emoción hubiera huido de él.
— Patrick...
De repente, vio que la mano de él tomaba la suya. La sujetaba tan

cálidamente y se sentía tan bien que, por un momento, apenas notó con cuánta
fuerza la agarraba. Su caricia era suave, pero se dio cuenta muy deprisa de que
no podría soltarse a no ser que él quisiera que se soltara.
— Me gusta cómo dices mi nombre, — dijo él, sus palabras lentas y
deliberadas. — Me gusta cómo haces las cosas en la oficina y me gusta tenerte
aquí. No quiero que te vayas.
Ahora estaba lo bastante cerca como para olerle y, finalmente, cayó en
la cuenta.
— ¡Estás borracho! — exclamó sorprendida y él soltó una risita.

— Casi, creo. Lo bastante cerca, en cualquier caso, como para estar


casi seguro de que lo voy a lamentar por la mañana.
— Eso no es casi, eso es borracho, — dijo ella, ácida. — Patrick, ¿qué
crees que estás…?
— He estado sentado aquí, preguntándome si volverías durante horas,
— dijo él, ignorándola. — En este tiempo, creo que he llegado a algunas
conclusiones, grandes y absolutas, y también creo que he dado con una
solución que nos convendrá a ambos.

— ¿Me echas porque soy irritante y conservas los vestidos que me


compraste como un extraño recordatorio para no dejar que mujeres
desconocidas duerman en tu sofá?
Si él hubiera estado un poco menos borracho, ella creía que se hubiera

reído. En este estado, sin embargo, solo frunció el ceño al mirarla. Se le


ocurrió de forma indirecta que incluso así, no le importaba que fuera más
grande que ella, incluso con ese ligero arrastre de las palabras, no sentía
absolutamente ningún miedo de él. No era algo que pudiera comprender,
simplemente. Nunca tendría miedo de Patrick, y Natalie no sabía si eso era
bueno o malo.
— He decidido que deberíamos quedarnos como estamos, simplemente.
Eres demasiado valiosa para… para la oficina para dejarte ir. Si es necesario
subirte el sueldo, se puede arreglar.

— ¡Dios, Patrick, no puedes pensar que estoy haciendo esto solo por
dinero!
Se encogió de hombros, recordándole un enorme león encogiéndose ante
un pequeño pájaro que hubiera aterrizado en su espalda.
— No creo que lo estés haciendo por dinero en absoluto. Sin embargo,
he aprendido, completamente y sin posibilidad de error, que el dinero hace
que las cosas sean más fáciles, mucho más fáciles. Después de todo, lo arregló
con ese gilipollas de la cámara en el restaurante.

— Sí, ¿de qué iba todo eso? — preguntó Natalie, momentáneamente


sorprendida, pero Patrick ya se estaba moviendo.
— No importa. No importa. Pero vas a continuar hasta que el proyecto
esté terminado. Digamos que quizá serán tres semanas, ¿no? Continuarás

viviendo aquí porque no hay razón para dejarlo si no encuentras un


alojamiento mejor y a mí me gusta tenerte aquí.
— ¿Te gusta tenerme aquí?
Él la miró sorprendido por su pregunta.
— Por supuesto que sí. Dios, ¿crees que dejo a cualquiera que se quede
aquí? Puedo ser un idiota en algunas cosas, pero no soy masoquista, por el
amor de Dios. En cualquier caso, continúas viviendo aquí, y si haces eso, te
compraré un billete para cualquier sitio que quieras. Me imagino que te
apetecerá más que un montón de dinero, en cualquier caso.

— ¿Incluso si eso fuera más útil? — preguntó ella, sonriendo un poco


tristemente.
Él asintió, pero aún no la dejó soltarse de sus manos.
— Dios, eres adorable, — dijo él, y sin más aviso que ese, la atrajo
hacia él. Él era lo bastante fuerte para que ella no tuviera posibilidades de
apartarse, pero lo último que quería ella era apartarse. No había nada que
deseara más en ese momento que estar más cerca del hombre que la mantenía
sujeta y cuando acabó medio encima de él, Natalie solo pudo complacerse en

lo grande y lo fuerte que era el cuerpo de él.


Patrick la atrajo para besarla y sí, pudo probar allí algo fuerte y
ahumado. No era desagradable, sin embargo, y cuando su cabeza empezó a
nadar, se preguntó aturdida si quizá podría haber absorbido parte del alcohol

que había bebido él, si le estaba haciendo estar también un poco suelta y
blanda.
Entonces el beso se hizo más profundo y todo salió de su mente, excepto
el placer y la fuerza del beso. Patrick la besó como si estuvieran totalmente
solos en el fin del mundo, como si la luna se alzara sobre un Dublín destruido
en el que sólo estuvieran ellos dos. Podía sentir sus manos, una en la parte
baja de su espalda para mantenerla firme y la otra acariciando su mandíbula. A
pesar de su fuerza, él la sujetaba como si fuera una porcelana, algo
infinitamente frágil, infinitamente precioso.

El propio beso le produjo escalofríos. La besó sin ninguna prisa y


Natalie se abandonó a las sensaciones que le estaba produciendo. Era tan
fuerte que parecía casi un milagro que pudiera ser también tan gentil.
Cuando la lengua de él buscó entrar en su boca, separó los labios
voluntariamente, y un profundo pulso de calor resonó a través de su cuerpo.
Exploró su boca lentamente, y ella imaginó esa habilidosa y húmeda lengua
corriendo por todo su cuerpo, llegando a conocerla, ofreciéndole un placer
que apenas podría imaginar. Natalie se sentía como si estuviera bañada en

calor, y su cabeza flotaba con todas las sensaciones que corrían a través de
ella. Había pasado un tiempo desde la última vez que la habían besado, pero
no le importaba en absoluto. Jamás la habían besado así antes, y se preguntó a
medias si alguna vez la besarían así de nuevo.

— Oh, Dios, — oyó murmurar a Patrick, apartándose un poco. — Qué


me haces…
Ella sintió la mano de él en su muslo desnudo, deslizando su falda hacia
arriba. Natalie contuvo el aliento, porque si había un momento para pararle,
era ahora. Si iban más allá, ¿quién sabía si pararía? ¿Quién sabía si podría
reunir la fuerza para pararle, asediada como estaba por las sensaciones que
clamaban a través de ella?
No pudo decirle que se detuviera, y entonces, él le levantó la falda
sobre las caderas. No llevaba nada debajo, a excepción de unas bragas de

encaje, y sus piernas estaban extendidas a ambos lados de las estrechas


caderas de Patrick. Podía sentir su virilidad moviéndose contra ella desde
abajo, y eso llevó una nueva urgencia al calor que sentía entre sus piernas. Sus
manos recorrían sus piernas y sus caderas, y Natalie no pudo evitarlo. Se
balanceó contra él, gimiendo un poco, haciendo ruiditos suplicantes incluso
mientras él continuaba besándola.
— Esto es bueno, — susurró ella en su boca. — Se siente muy bien.
La risa de Patrick fue áspera.

— No tienes ni idea de cuánto tiempo hace que quiero hacer esto.


Su beso bajó por su garganta, pero cuando ella se inclinó para que él
pudiera desabrochar los botones de su cuello, él se paró, sacudiendo la
cabeza.

— No, — dijo él. — No, esto es… No podemos hacer esto…


Natalie sintió que la recorría un espasmo de puro deseo frustrado, pero
la pausa le permitió espacio suficiente para que se filtrara un pensamiento
racional. En un momento, ella se dio cuenta exactamente de qué estaba
pasando, y, con un jadeo, se bajó de su regazo. Esta vez, Patrick la dejó ir y
ella intentó frenéticamente acomodarse el vestido durante un momento.
— Oh, Dios mío, — murmuró ella, con las mejillas rojas. Sentía la cara
ardiendo y quizá se debiera a la vergüenza y el bochorno. Sin embargo, sabía
que el deseo lo empeoraba.

— Lo siento, — dijo él, levantándose del sofá. Todavía parecía


desaliñado, pero ahora tenía la cabeza más despejada. Por un momento,
parecía que iba a intentar alcanzarla. No tenía idea de lo que habría pasado si
hubiera llegado a tocarla, pero afortunadamente, se apartó. Separarse de él
casi le dolía físicamente. Natalie tuvo que tragarse un gemido.
—Creo que deberías irte a la cama, — dijo Natalie, manteniendo su voz
tan equilibrada como podía. — Podríamos hacer como si esto no hubiera
pasado.

Patrick permaneció tan quieto como una estatua de piedra durante un


momento, y después asintió con una expresión fría y distante.
— Probablemente tengas razón. Buenas noches, Natalie. Y… Natalie, lo
siento.

— Vete a la cama, — dijo ella, porque no estaba segura de cuanto más


tiempo podría estar viéndole sin hacer algo que lamentara.
Era una lástima no poder controlarse a sí misma cuando se trataba de él,
pero en este momento, ni siquiera podía pensarlo. Si se quedaba, sabía
exactamente lo que harían, y estaba empezando a tener una idea de lo bien que
se sentiría, pero ninguno de los dos podría asumirlo.
Cuando Natalie levantó la vista, se había ido, y ella no sabía si quería
gritar y ponerse a tirar cosas, o simplemente, dejarse caer en el sofá y llorar.
***

Patrick se fue a la cama, pero una vez en su habitación, no se durmió.


No estaba seguro de poder volver a dormir, a pesar de la prodigiosa cantidad
de alcohol que había bebido antes de que Natalie volviera a casa.
Se estremeció al pensar en esas horas, preguntándose si se habría
encontrado algún tipo de problema, si se habría herido al salir corriendo a la
noche de Dublín en ese estado de ira.
Las visiones en las que ella simplemente decidía que esto era
demasiado y se dirigía a algún otro lugar eran mejores porque, al menos, ella

estaba a salvo, pero le causaban un dolor como si una espada le hubiera


atravesado el corazón.
De alguna manera, a lo largo de las últimas semanas, la pequeña
nómada estadounidense le había robado el corazón y lo había envuelto en un

cordel para jugar con él. Ahora lo colgaba de sus bonitos dedos como si fuera
un juguete de gato, y él no sabía qué iba a hacer.
Al parecer, la respuesta que había encontrado era ponerse en ridículo a
base de buen whisky y después abalanzarse sobre ella.
Patrick todavía podía sentir lo pequeña y delicada que era su muñeca en
su mano, recordar lo ligera que era cuando él se la había subido encima. Su
cuerpo se excitó, sintiéndose culpable por la manera en la que la sintió, tan
suave y perfecta como era.
La culpa se retorció en su estómago como un dragón. ¿Qué le hubiera

hecho si hubiera estado un poco más borracho? ¿Un poco menos dispuesto a
escuchar?
Patrick siempre había pensado en sí mismo como un hombre decente, si
no siempre un hombre bueno, y ahora parecía que no podría reclamar ese título
nunca más.
Necesito permanecer lejos de ella, pensó, pero sabía que eso se había
vuelto difícil para él. Un hombre sensato le hubiera dado el billete esa misma
noche, la hubiera dejado irse hacia la seguridad de un mundo donde ella no

viviera en su sofá, pero se conocía lo bastante bien para saber que no lo haría.
Era lo bastante fuerte para despedirla al terminar el trabajo, pero sabía que no
era lo bastante fuerte como para despedirla de antemano.
Patrick se estiró en la cama, desvelado y atormentado, no por la culpa

sino por el deseo. La necesidad que sentía de esa mujer no tenía sentido, pero
era algo innegable, y no lo podía seguir ignorando. Había aprendido muy bien
esta noche que ignorarlo podía tener consecuencias nefastas, y Natalie, la
encantadora Natalie, sería la que las sufriera.
Se sentía atrapado. No había manera de avanzar ni de retroceder, y
ahora todo lo que podía hacer era sobrevivir.
Capítulo Ocho

— ¡Natalie! ¿Dónde demonios están esos archivos que se suponía que


ibas a traerme?
— Están justo donde los puse, — contratacó ella. — En el borde de tu

mesa, encima de los últimos por los que me has gritado.


No obtuvo respuesta, pero nunca había esperado obtenerla.
Miró a Fiona, una de las ayudantes de investigación de otra planta que
había subido a entregar algunas cosas. Fiona le miró con los ojos muy
abiertos, y Natalie sintió una punzada de culpabilidad.
— Lo siento, eso ha sido …um…. bastante inesperado cuando solo
estábamos hablando de viajar como mochileros, ¿no?
Fiona sacudió la cabeza, todavía parecía un poco sorprendida.

— Oh, no te preocupes por eso, — dijo ella. — Me he quedado un poco


sorprendida, eso es todo. El grito ha sido un poco sorprendente. Por lo
general, el señor Adair no grita así, pero creo que la sorpresa más grande es
que todavía estés aquí parada.
— ¿Porque su voz fulmina a las personas donde estén? — preguntó
Natalie, un poco confundida y Fiona se rió.
— No, porque el señor Adair no es un hombre que tolere la
insubordinación tan alegremente. La gente ha sido despedida al momento por

ser tan insolente como tú.

— No estaba siendo insolente, solo le estaba dando a probar su propia


medicina, — dijo ella tristemente. — Sinceramente, no puede gritar de esa
forma a alguien que solo está haciendo su trabajo.
Fiona se encogió de hombros y había una sonrisa en su cara difícil de

entender.
— Bueno, creo que nunca había gritado de esa forma a nadie antes. En
realidad, él es más del tipo de estar frío y distante contigo antes de que te
encuentres despedido por Recursos Humanos en una semana.
Natalie hizo una mueca.
— Así que, ¿tengo que suponer que yo soy la única que está recibiendo
este tratamiento tan gracioso y divertido?
— Supongo. Eres afortunada.
Natalie miró a su compañera suspicazmente.

— ¿Por qué dices que soy afortunada? Admito que no sé mucho de cómo
funcionan las cosas en Irlanda, pero de donde yo soy, normalmente no
llamamos “afortunada” a la persona que el jefe distingue con un tratamiento de
gritos especial.
— Oh, bueno, eso funciona muy parecido aquí. Pero cuando el jefe es
alguien como Patrick Adair, bueno, supongo que eso hace que las cosas sean
un poco diferentes.
Natalie volvió a hacer una mueca.

— No para mí — dijo ella. — Mira, sé que es guapo, pero te lo juro,


eso no disimula el hecho de que está siento un imbécil ahora mismo. ¿Por qué
alguien iba a tolerar eso?
Fiona la miró, un poco sorprendida por sus palabras.

— ¿Quieres decir que tú no…?


Sin embargo, antes de que Fiona pudiera terminar de hablar, se oyó otro
grito desde el despacho.
— Natalie, te lo juro por Dios, si has perdido los archivos que dejé en
la mesa auxiliar…
— ¡No los he perdido! — le contestó ella a gritos. — Están colocados
en el lateral y clasificados por fecha, como dijiste que ibas a hacer ayer. No
volviste a ellos, así que me tomé la libertad de hacerlo.
Natalie esperó para ver si había algún tipo de réplica ante eso, pero no

oyó nada más por las escaleras. Algunos días, era una suerte que Patrick
estuviera todo el tiempo confinado en su despacho de la azotea; le hacía menos
probable ceder a la urgencia de darle un puñetazo. Ella suponía que habría
hecho una o dos cosas más tontas en su vida que pegar un puñetazo a su jefe
estando en un país extranjero, pero no muchas. Preferiría evitarlo si podía,
pero Patrick se lo estaba poniendo difícil.
Desde su encuentro de aquella esa noche, las cosas habían sido
extrañas. Él era perfectamente educado la mayor parte del tiempo, si bien se

mostraba un poco frío y distraído. Era incluso amable. El problema era que la
tensión entre ellos parecía haberse estirado y seguir estirándose. Era como si
hubiera un vínculo entre ellos que se estuviera estirando hasta un punto de
ruptura, y cuando llegaran a él, se imaginó que serían como dos extremos de

una cadena volando hacia arriba y regresando hacia atrás, listos para salir
volando y azotar a cualquiera que se interpusiera en su camino. Era aterrador a
su manera y ella no sabía cuándo llegarían a ese punto de ruptura.
No se había dado cuenta de que la situación estuviera tan mal que otros
la hubieran notado, y ahora Fiona le aportaba una pieza extra para el puzle. Al
parecer, esto no era normal en absoluto. Natalie había tenido antes jefes poco
razonables, y antes de su breve charla con Fiona, cabía la posibilidad de que
Patrick fuera simplemente uno de ellos. Cuando tenía que trabajar con él,
pensaba que era decepcionante y un poco más que enloquecedor, pero solo una

molestia más que tenía que superar en el día.


Pero ahora sabía que esto no era lo normal y había algo en ello que la
molestaba.
Natalie miró su reloj. Se suponía que ahora mismo debía estar en un
descanso, en cualquier caso. Subió la estrecha escalera hacia la azotea.
Patrick miró alrededor como ella esperaba que hiciera. Tenía el
auricular puesto y estaba hablando con alguien en árabe muy rápidamente. Ella
se había sorprendido al saber que hablaba árabe, pero él se había encogido de

hombros, diciéndole que era bueno para los negocios. Ahora se paseaba
delante de las altas ventanas de su despacho, gruñendo en un idioma que ella
no entendía. Se preguntó si debía irse, pero, de todos modos, no era como si
fuera capaz de entender lo que pasaba, aunque fuera confidencial. Terminó

sentándose en la esquina de su escritorio, esperando que acabara. Mientras


esperaba, Natalie miró a su jefe cuidadosamente.
¿Siempre había tenido esos círculos oscuros bajo los ojos? Patrick
parecía tan fuerte y esbelto como siempre, pero había algo ligeramente
demacrado en su expresión, había algo defensivo en su actitud. No caminaba,
acechaba, como una especie de gato grande herido que estuviera listo para
atacar con las uñas ante cualquier provocación. Podía imaginarse el miedo que
su personal debía tener de él en ese momento, pero con un ligero y oscuro
sentido del humor, se daba cuenta de que estaba de reserva. La gente como

Fiona estaban tratando de construir sus vidas en Adair. Ellos querían quedarse
en una empresa que todos admitían que era buena y que cuidaba de ellos. Ella,
por el contrario, era una empleada temporal, lo que le daba mayor libertad
para hacer y decir lo que quisiera. Con lo temperamental que había estado
Patrick en los últimos tiempos, simplemente quería decir que tenía un poco
más de margen de maniobra antes de que él la despidiera y la pusiera en la
calle. Sin embargo, ahora mismo, no estaba segura de que le importara.
Finalmente, Patrick terminó de hablar por teléfono y se quitó el auricular. La

miró, sorprendido de verla sentada en el borde de su mesa, pero sus oscuras


cejas se juntaron con consternación.
— ¿Qué demonios estás hacienda aquí? — gruñó él. — Se supone que
estás en tu descanso.

En el fondo de su mente, Natalie se preguntaba como siempre parecía


saber cuándo se suponía que estaba en un descanso, o almorzando, o cuando
había terminado de trabajar por ese día. En lugar de decir nada, solo se
encogió de hombros.
— Sí, estoy en un descanso, así que ahora mismo este es mi propio
tiempo. Veinte minutos para hacer lo que me apetezca y he pensado subir y
pasar un rato contigo. ¿A que soy simpática?
En todo caso, su ceño se hizo más pronunciado.
— No hay sitio en este despacho para alguien que no esté trabajando o

ayudándome a trabajar, — gruño él. — Sal, tomate un puñetero café o lo que


sea.
— De hecho, también es tu descanso, — dijo ella, ignorando la oscura
mirada de sus ojos. — Me imagino que puedes tomártelo saliendo a por café o
quizá simplemente lo podemos pasar aquí criticándonos el uno al otro. Para mi
está bien, también.
Él la miró como si le hubiera crecido otra cabeza.
— ¿A qué especie de juego infernal estás jugando? Sal de aquí. Tengo

trabajo que hacer. No tengo tiempo para un descanso.


Él fue a sentarse en su silla de oficina, probablemente para trabajar con
su portátil y que fuera incluso más fácil ignorarla, pero ahí fue donde cometió
un gran error.

Natalie podía moverse rápidamente cuando quería y, en un momento, se


había puesto entre él y el portátil. Eso también la puso directamente en su
regazo, pero decidió que eso era irrelevante. Había una parte de ella que
ansiaba este contacto con él, pero decidió que simplemente lo ignoraría en
favor del bien mayor que era asegurarse de que se tomara un maldito descanso
antes de romperse realmente.
— ¿Qué demonios pasa, Natalie? — gruñó él, mirándola tan furioso que
era divertido.
— En serio. Tómate un descanso. Has estado gritándome toda la mañana

y creo que la gente está empezando a perder los papeles. Sería otra cosa si
solo fuera yo, aunque no me merezca ninguno de los gritos, pero cuando la
forma en la que gritas empieza a hacer que la gente se crispe, no estás
haciendo nada para mejorar la moral por aquí. El trabajo se está ralentizando
porque nadie sabe qué es lo que te dispara, así que para.
Su corto discurso le sacudió y cuando Patrick frunció el ceño ante ella,
había duda en sus ojos.
— ¿La gente está descontenta?

— Yo diría más que están alarmados y preguntándose si van a tener que


ponerse a buscar un nuevo trabajo pronto, — dijo ella.
Él habló con el ceño fruncido.
— No estoy planeando despedir a nadie.

— Ya, pero ellos no lo saben. Abajo hay gente que tiene familia y
quieren estar seguros de que van a poder seguir proporcionandoles casa y
comida. No quieren encontrarse en la calle porque estés teniendo un mal día
con el pelo o lo que sea, y por eso estoy sentada ahora mismo encima de ti y
haciendo que te tomes un condenado descanso.
La expresión de Patrick se relajó un poco y parecía un poco culpable
cuando levanto la mirada hacia ella.
— ¿Y tú estás aquí porque no tienes miedo de nada de eso?
— Mi situación me da una libertad única para hacer lo que me apetezca,

— replicó ella. — Después de todo, sin importar qué ocurra, estoy fuera
cuando los pisos nuevos estén terminados, ¿recuerdas? Libre de servidumbres
y con un billete que el dueño de la compañía me ha prometido. Puedo ser un
poco más agresiva.
Su mirada se oscureció, pero ahora había algo más en ella, algo caliente
e intenso. Podía sentir el cambio en el aire y respondió a él. Lo más inteligente
hubiera saltar de su regazo ahora que había dicho lo que tenía que decir, pero
en lugar de eso, se inclinó hacia él un poco más. Él cuerpo de él se tensaba

bajo ella, y casi deliberadamente, él se arqueó hacia ella.


— ¿Agresiva? Cuando te conocí, estabas siendo arrastrada a un
callejón. ¿Cómo de agresiva puedes ser realmente?
Un destello de ira la atravesó en respuesta a sus duras palabras, pero

esa ira se encendió por algo más allá de las mismas. Era la tensión que él les
había hecho pasar en las últimas semanas. Era la presión de haber estado
viviendo con un hombre que la atraía como el agua sin poder tocarlo. En ese
momento, sabía que. Era la tensión con la que había estado viviendo con un
hombre que la llamaba como agua sin poder tocarlo. En este momento, sabía
que no podía permitirse el lujo de morder el anzuelo, incluso cuando iba
directa hacia la trampa.
— Te mostraré lo que es ser agresiva, — dijo ella, y se estiró para
cogerle el pelo con sus pequeños puños.

Con más fuerza de la que sabía que tenía, se aupó hacia arriba y le besó
con dureza en la boca. Quería haberlo hecho corto, castigador, para decirle
que no le tenía miedo o, al menos, no se sentía intimidada por lo que él decía.
No había esperado que él respondiera instantáneamente, apretándola
entre sus brazos y llevándola tan cerca de él que apenas podía respirar.
Después de un momento de sorpresa, él respondió a su beso con tanta
necesidad como deseo reprimido. El beso fue como arrojar una cerilla a una
pila de yesca seca, y se abrazaron el uno al otro fuertemente, como si nunca

quisieran dejarse marchar.


Patrick fue el que primero que rompió el beso, pero solo para moverse a
su garganta. Ella podía sentir tanto los dientes como los labios y un dolor
punzante que la cortaba cuando él la mordía suavemente. Ella empezó a gritar,

pero entonces él empezó a lavar su piel con la lengua, el dolor alimentándose


del placer y el placer alimentándose del dolor. Podía sentir su excitación
debajo de ella y eso despertó la suya, haciéndola ansiar al hombre.
Ella nunca habría dicho de sí misma que era una persona apasionada,
pero ahora estaba tan colgada de él que se moriría si la apartaba. Necesitaba a
este hombre, lo ansiaba y sabía que no había esperanza.
Podrían haber continuado hasta un punto de no retorno y haberlo
rebasado cuando, de repente, se oyeron pasos en las escaleras. Sonaba fuerte,
se acercaba y, por un momento, los dos se quedaron helados.

Natalie imaginó a Patrick gritando a quién fuera la persona inocente que


les había interrumpido y, susurrando una maldición, se deslizó de su regazo.
Patrick hizo un sonido de sorpresa, sujetándola al pensar que se estaba
cayendo de encima de él por la sorpresa. En cambio, se deslizó al suelo y se
acurrucó entre sus rodillas y el escritorio, ocultándose de la vista de la puerta.
— Perdone, señor. Tengo esas cifras por las que me preguntaba.
— Oh. Sí, pasa.
Ella no conocía al hombre que le había traído el informe a Patrick, pero

no pudo contener una ligera risita ante la idea de él imaginándose que había
una mujer escondiéndose bajo la mesa de su jefe. Patrick y el hombre hablaron
unos breves momentos y ella se preguntó si se daría cuenta de que la voz de
Patrick sonaba ligeramente forzada, un poco extraña. Probablemente, no.

Patrick había estado tan irritable últimamente que el hombre probablemente


estaría feliz de que el jefe no hubiera empezado a gritar.
Parecía que había pasado una eternidad desde que Natalie se metiera
debajo de la mesa, en lugar de solo unos minutos. De forma ausente, acarició
la rodilla de Patrick, sorprendiéndose cuando él se tensó. Intrigada, mantuvo
un oído en la conversación que tenía con el hombre y repitió el movimiento.
Podía sentir el escalofrío de respuesta a lo largo de su cuerpo y se
sonrió a sí misma. Patrick no era un hombre que estuviera nunca fuera de
control y se preguntaba cómo se sentiría en ese momento, tratando de hablar

con un empleado mientras ella le tocaba. Era inocente, pensó élla, no era como
si estuviera tocando nada particularmente sensible.
Finalmente, el otro hombre se despidió y tan pronto como la puerta se
cerró tras él, la mano de Patrick descendió y cogió a Natalie por el brazo,
tirando para ponerla de pie.
— ¡Tú, pequeña bruja irritante! — exclamó él, y Natalie no pudo evitar
echarse a reír.
— ¡Seguías retorciéndote! — exclamó ella. — ¡Yo no tengo la culpa de

que seas tan receptivo!


Por un momento, ella pensó que Patrick realmente la iba a echar de su
oficina y eso era algo que ella no podía ni siquiera envidiarle.
Entonces, como por arte de magia, una lenta sonrisa se extendió por su

cara y él empezó también a reírse. Sus brazos la rodearon en un abrazo que


parecía extrañamente inocente después de todo lo que se habían estado
gritando previamente, y él enterró la cara en su tripa como si fuera la cosa más
normal del mundo. Natalie envolvió su cabeza con los brazos, abrazándole un
poco mientras se reían, y se dio cuenta de que se sentía bien. Se sentía bien
con este hombre cuando no estaban hablándose mal el uno al otro. El darse
cuenta le hizo ponerse triste, y se preguntó por qué no podía ser así todo el
tiempo.
— Porque somos dos personas muy diferentes, supongo, — dijo él, y se

puso colorada al darse cuenta de que había hecho su anhelante pregunta en voz
alta.
— Solo somos dos personas diferentes que son capaces de reírse juntas,
— murmuró Natalie, pero se apartó. Darse cuenta de lo que tenía antes, de que
sería terrible cuando dejara a Patrick, todavía era cierto. A veces, se
preguntaba si la calidez podría hacerlo peor que lo que todos los gritos habían
conseguido.
Patrick suspiró y la mirada que le dedicó estaba libre de la ira y la

frustración que había mostrado en los últimos tiempos. En cambio, había


tristeza y ella supo en el fondo de su ser, que eso era peor, mucho peor.
— El descanso casi se ha terminado, — dijo él, y ella pudo oír como su
tono volvía a ser rígido. Deseaba poder llegar a él de nuevo y romper esa

rigidez, pero no hubiera sido justo para ninguno de los dos. — Puedes cogerte
un café antes de volver.
— No, creo que simplemente ya me lanzo, — respondió Natalie, con un
poco de tristeza en su propia voz. — Quiero decir, cuanto antes empiece, antes
acabo, ¿no?
En este caso, ese dicho era aterradoramente cierto. Cuanto antes tuviera
hecho su trabajo, antes habría cumplido con Patrick, y el pensamiento hacía
que sintiera como si su corazón se partiera en dos.
Capítulo Nueve

El hombre del pequeño puesto de café le dedicó una simpática mirada


mientras hacía el café, y se lo dio en una taza para llevar sin que se lo hubiera
pedido.

— ¿El gran hombre te tiene desanimada hoy? — preguntó él y ella puso


los ojos en blanco.
— No sabes ni la mitad, — replicó Natalie y después volvió al enorme
aguacero. Su paraguas perdido no le hubiera ofrecido una gran posibilidad de
protección, pero hubiera sido mejor que nada. Hubiera sido mejor, de lejos,
que la fría lluvia que le empapaba la piel mientras hacía lo que podía por
cubrir el café con su cuerpo.
En algún punto, esto ha dado un giro manifiestamente sádico, pensó

ella, pero era demasiado intentar recordar los giros y vueltas que la habían
llevado a este extraño lugar.
El edificio estaba en silencio a la hora en la que ella entró y subió las
escaleras hasta el despacho de Patrick en la azotea, sin ver a un alma. Se le
ocurrió que Patrick y ella debían ser las últimas personas que quedaran en el
edificio y la idea le produjo un extraño estremecimiento incluso aunque le hizo
ponerse en guardia.
Es tu jefe, tonta, pensó. Es como la primera cosa que te dicen que no
hagas cuando estás trabajando en un país extranjero.

— De acuerdo, — dijo Natalie con los dientes apretados. — Aquí


tienes tu condenado café.
— Por lo general, prefiero que me sirvan el café con una sonrisa,
pequeña, — dijo su jefe de forma ausente, y entonces levantó la vista de su

trabajo para mirarla. — ¿Has decidido darte un chapuzón en el río? —


preguntó Patrick, su acento un poco más cortante mientras se levantaba de su
mesa para cogerle el café.
Después de todo lo que había pasado con él, ella pensó que
simplemente haría algún tipo de ácida puntualización sobre no chorrear en su
suelo, pero la sorprendió de nuevo. Le cogió el café y solo tomo un sorbo
rápido antes de colocarlo distraídamente sobre su mesa.
— He ido a buscarte eso cuando llovía a cántaros, — dijo ella,
acusadoramente. — Mejor disfruta cada gota.

La sombra de una sonrisa apareció en su atractivo rostro mientras él


sacudía la cabeza.
— No estaría siendo muy caballeroso si te dejara seguir tu camino
chorreando después de hacerme ese servicio, ¿verdad?
Ella empezó a replicarle que no creía que fuera caballeroso en absoluto
cuando él se volvió hacia una puerta que ella había entrevisto anteriormente,
la que estaba apretada contra la estantería de los libros de leyes. Ahora que él
la había abierto, ella podía ver que había un pequeño pero elegante dormitorio

allí dentro. Él le indicó que entrara.


— Hay una bata nueva detrás de la puerta del baño, — dijo él. — Dame
tu ropa y la llevaré a la secadora que hay abajo.
Natalie empezó a hacer algún tipo de comentario ácido sobre que

Patrick no se manchara las manos, pero estaba demasiado cansada para


hacerlo. Había estado trabajando duro todo el día, se sentía como si su ropa
pesara unos veinte kilos de más y ahora mismo, todo lo que quería era estar
caliente.
Pasó por delante de él para entrar al dormitorio y después de que la
puerta se cerrara tras ella no pudo evitar mirar a su alrededor con cierta
curiosidad.
Tenía sentido que un hombre tan ocupado como Patrick tuviera un lugar
donde dormir cuando se quedaba a trabajar hasta tarde, pero solo un hombre

tan acomodado como Patrick podía tener un espacio tan elegante.


La habitación tenía el tamaño justo para contener una cama de
matrimonio grande con un espartano armario junto a ella, pero el techo estaba
totalmente dominado por una claraboya. Miró hacia la extensión del amplio
cristal, sin aliento al ver la agitación de las nubes de tormenta por encima de
él. Se sacudió para apartarse de la asombrosa vista y centrarse en hacer lo que
él le había dicho.
El baño era sencillo y extrañamente tradicional, dado lo mucho que

Patrick apreciaba la modernidad. Era un cuarto alicatado con baldosas verdes


y blancas con un solo lavabo y un espejo junto a una sencilla bañera con una
ducha adjunta añadida casi como si se les hubiera ocurrido en el último
momento.

Muy funcional, musitó Natalie. Supongo que este dormitorio realmente


solo tiene un propósito.
Después miró detrás de la puerta y rápidamente reevaluó esa impresión.
No había uno sino dos ganchos detrás de la puerta. En uno de los ganchos
había una bata que claramente era de Patrick. Era adecuada para su tamaño y,
en cuanto a color, era de su característico gris carbón. Era lujosa, pero estaba
muy usada, un testimonio, probablemente, de cuánto tiempo pasaba él en su
despacho.
La otra bata era significativamente más pequeña y cuando ella pasó el

dedo por la manga, tenía la frescura de una prenda de ropa nuevecita. Era
corta, e incluso sin habérsela puesto, Natalie se dio cuenta de que le quedaría
más cerca de las caderas que de las rodillas. Era de un color melocotón suave
y jugoso, y realmente solo había una razón para que un hombre como Patrick
guardara algo así en su entorno.
Natalie frunció el ceño mientras se quitaba sus empapadas ropas. Se
detuvo un momento en bragas y sujetador, pero en un momento de desafío, se
los quitó también. Tener la ropa mojada era horrible y ella exhaló un suspiro

de alivio cuando estuvo completamente desnuda. Enrolló su ropa interior en su


vestido y miró de nuevo las batas.
Sé cuál espera que me ponga, pensó ella con rebeldía y con un
desafiante movimiento de cabeza, tomó la bata gris de Patrick.

Salió del dormitorio con la cabeza alta y él solo arqueó una ceja ante su
elección antes de cogerle las ropas.
— No debería llevar más de una hora que tu ropa se seque, si esto es
todo lo que hay que secar — dijo él, y ella se preguntó si se había imaginado
una ligera ronquera en su voz mientras hablaba.
— Gracias. — dijo ella, y una vez que él desapareció por la puerta,
miró alrededor de la oficina.
La vista desde la azotea era asombrosa, y la ciudad estaba
envolviéndose lentamente en la tormenta. El cielo había cambiado de color

hacia un morado profundo, como el de una magulladura, y cuando sonó el


trueno, un escalofrío recorrió su columna.
Bueno, no sabías a dónde venías cuando apareciste en Dublín. ¿Era
eso lo bastante desconocido para ti?
Ella se encogió más en la bata de Patrick. Era gruesa y cálida y se
preguntaba si sería posible conseguir una como esa para ella sin gastarse
varios cientos de dólares.
No era solo el hecho de que la bata estuviera bien hecha, admitió para sí

misma. Una parte de su atractivo era que pertenecía a Patrick. Podía oler su
colonia de maderas en las fibras de la bata, y se imaginaba el grueso y cálido
tejido acariciando su piel desnuda como acariciaba ahora la de ella.
Su imaginación no era lo bastante buena para imaginarse como se

sentiría si estuviera tan cerca de él, pero era condenadamente bueno intentarlo.
Natalie pensó en los momentos en los que había estado tan cerca de él antes,
pensando en la presión caliente de sus labios sobre los de ella antes de que
ambos lo hubieran pensado mejor, y se estremeció.
— Parece como si quisieras quedarte esa bata, — observó Patrick
desde detrás de ella.
El hombre se movía como un gato. Ella apenas pudo evitar gritar de la
sorpresa, y se giró para verlo mirándola desde el centro de la habitación, su
chaqueta colgada sobre el respaldo del sofá en la zona de asientos hundidos, y

las manos metidas en los bolsillos. Había deshecho el nudo de su corbata y la


había perdido en alguna parte, y sus ojos se sintieron inexorablemente atraídos
hacia el minúsculo triángulo de carne bronceada de su garganta. Apartó los
ojos con una sacudida, y por la sonrisa de su cara, había una posibilidad de
que él supiera exactamente qué estaba pensando.
La cara de Natalie se tiñó de rosa y levantó la barbilla, desafiante.
— ¿Y qué si lo he hecho? — replicó ella finalmente. — No es como si
no tuvieras una de repuesto colgando justo al lado de esta.

Por supuesto, Patrick Adair no iba a sentirse abochornado por algo


como eso. Solo se rio y ella se preguntó si sus ojos se habían calentado un
poco, el asombroso azul casi violeta en la tenue luz.
— Bueno, eso sería digno de verse, yo con esa bata. Sinceramente, sin

embargo, prefiero verte con mi bata, simplemente como estás.


— ¿Cómo estoy? — preguntó Natalie confundida. — Es solo una bata.
O sea, es una buena...
Ella miró hacia abajo para confirmar que no se había perdido algo.
Hasta donde podía ver, era solo una mujer pequeña envuelta en una bata que
era demasiado grande para ella. Los laterales la envolvían casi al doble
alrededor de su cuerpo y el cinturón estaba fuertemente ceñido para evitar que
la bata se deslizara de ella o ella se deslizara de la bata.
Natalie volvió a mirar hacia arriba e hizo un pequeño sonido de

sorpresa al ver que Patrick estaba mucho más cerca que antes y había algo
cargando el aire entre ellos. De repente, su respiración se quedó atascada en
su pecho y no pudo evitar echarse un paso hacia atrás, incluso sabiendo que la
única cosa que había tras ella era la ventana. No había ningún sitio al que ir y
a una parte de ella le gustaba que fuera así.
— Creo que subestimas lo que ve un hombre cuando ve a una mujer con
sus propias ropas, — dijo Patrick suavemente y el zumbido de su voz la hizo
estremecer. Natalie se envolvió con sus propios brazos y le miró,

extrañamente indefensa.
— ¿Cómo yo? — preguntó ella entre sus lacios secos.
— Oh, sí. Verás, cuando un hombre ve a una mujer hermosa vestida con
sus ropas, su cerebro inmediatamente salta a un momento en el que hacen el

amor. Cuando ella se despoja de sus propias prendas y después se envuelve en


las de él, él piensa en envolver toda esa piel desnuda en ropas y después en
piensa en qué bonito sería dejarla de nuevo libre de las ropas otra vez.
Ella tragó fuerte porque ahora estaba muy cerca. Sentía como si todo el
aire se hubiera ido de la habitación y no pudiera quitar los ojos de los de él.
— Para esa mujer es importante llevar su propia ropa, no importa lo
adorable o encantadora que pueda ser. Es un placer por derecho propio y no
uno a que yo vaya a cerrarle la puerta, sin duda. Sin embargo...
Natalie contuvo la respiración cuando él alargó una mano hacia ella. Se

sintió decepcionada de la manera más elemental cuando él rozó con el dedo la


solapa de la bata en lugar de tocar su carne. Entonces su dedo se enganchó en
el grueso tejido separándolo de su cuerpo y de los confines del cinturón que lo
mantenían en su sitio.
— Supongo, si tuviera que extenderme de forma poética sobre ello, que
hay algo primario en verte con mi bata, — dijo él con voz suave y profunda.
— Me hace pensar en propiedad y posesión. Al fin y al cabo, en la vieja
balada escocesa, una mujer cubre a su amante con su propia capa para salvarle

del infierno.
– Que capa más impresionante, — dijo Natalie, ruborizándose cuando
su voz salió como un chirrido.
— Estaba pensando más en el momento cuando llegaban a su casa.

Como esa capa se retiraba y revelarba todo lo que era suyo.


Natalie sabía que tenía elección. Ahora mismo, podía sujetar el borde
de la bata más fuertemente y retroceder. Ella le diría severamente que esto no
era lo pactado en el alquiler y que realmente no toleraba esa clase de
comportamiento en un hombre que se suponía que era su jefe.
Eso era lo que debería haber hecho y, en cualquier momento, iba a
hacerlo. ¿O no?
En cambio, parecía estar tan hechizada como un pajarito con una
serpiente, mirándole mientras las manos de él bajaban hasta el cinturón. En

ningún momento él apartó los ojos de ella y a ella se le ocurrió que podía
ahogarse en ese azul.
—Eres una recompensa tan hermosa, pequeña, — dijo suavemente. —
Tú ni siquiera sabes lo encantadora que eres.
Él soltó el cinturón de sus caderas y, suavemente, le retiró los brazos
para que quedaran colgando a sus lados. Su bata era ridículamente larga para
ella y ahora que estaba abierta justo por el centro, revelaba la curva de sus
pechos, la redondez de su vientre y, más abajo, la unión secreta.

— Eso es hermoso, — susurró suavemente. — Como un sacrificio


yendo hacia el bosque.
— No creo que quiera ser un sacrificio, — objetó Natalie, pero
entonces él pasó la parte plana de la palma de su mano por su esternón, sobre

su vientre, y ella se estremeció, inclinándose.


— Aunque supongo que eso dependerá de a quién voy a ser sacrificada,
— se corrigió ella y fue recompensada con una suave risa.
Él deslizó la bata por sus hombros y era lo bastante pesado para que
cayera como un charco a su alrededor de sus pies. Ahora estaba
completamente desnuda de espaldas a una ventana que mostraba todo Dublín
delante de ella.
Patrick la miró con un hambre que la hizo pensar en lobos esperando, en
depredadores que acechan en la noche. Habían matado al último lobo de

Irlanda más de cien años atrás, pero ahora ella se preguntaba si se habían
molestado en mirar en las ciudades, en los hombres que llevaban ese espíritu
salvaje dentro de ellos.
— Pequeña, debes decirme que no ahora si deseas que esto no siga
adelante, — dijo él, con voz profunda y aterciopelada. — Verte es… bueno, si
vamos más allá no estoy segura de que seas capaz de pararme.
Ella tragó fuerte, asintiendo.
Pensaba que él se había movido rápido antes, pero eso no era nada

comparado con lo rápido que era ahora. La tenía en sus brazos, levantada y
aplastando sus labios contra los suyos. Pensó que había conocido la pasión
cuando se besaron anteriormente, pero esto era algo excepcional, algo que
parecía agarrarla muy abajo en el vientre. Abrió un pozo de calor dentro de

ella, y no pudo evitar gritar.


Sin ningún tipo de esfuerzo, la levantó en sus brazos, sujetándola
firmemente con una mano en el trasero y la otra rodeándola. La llevó hasta su
escritorio y, con un movimiento suave, la depositó sobre la parte superior,
cubierta de cuero, del mismo.
A Natalie se le ocurrió que había un dormitorio con una cama
perfectamente aprovechable sólo unos pasos más allá, pero entonces él ya
estaba inclinado sobre ella, besándola de nuevo salvajemente, de una forma
que se agarró a su garganta, y dejó de preocuparse por cualquier otra cosa.

— He querido hacerte esto desde el momento en que te conocí, —gruñó.


—Dios, las cosas que quiero hacerte deben ser ilegales.
Natalie sintió risa jadeante burbujeando en su interior.
— ¿De verdad? — le provocó. — Vamos, ¿qué te ha dado, Adair?
Apuesto a que tu idea de salvaje implica hacerlo en el suelo en jueves
alternos.
Él la besó con fuerza en el lateral de su cuello, y ella pudo sentir sus
dientes apretando firmemente antes de calmarla con un lametón. Su risa era

casi un gruñido y podía sentirla vibrando a través de su cuerpo.


— Oh, ten cuidado con lo que me dices, pequeña, —dijo él. — Vas a
pagar por cada cosa que salga de esos bonitos labios tuyos.
Ella podría haber hecho otra replica ingeniosa, pero en ese momento él

estaba bajando para hacerse con sus pechos, apretándolos suavemente antes de
usar las sensibles puntas de sus dedos para moldear sus oscuros pezones. En
cuestión de minutos, estaban suplicando más y él se levantó apoyándose en una
mano para examinar su trabajo.
— Es hermoso, — dijo y Natalie se sonrojó. Él vio el color en sus
mejillas y se rio entre dientes. — ¿Cuál es el problema, pequeña?
Definitivamente, un hombre que solo echa un polvo en el suelo en jueves
alternos no va a hacer que una chica de mundo se sonroje de esa manera.
— La gente… los hombres… normalmente no miran tanto tiempo, —

murmuró ella, y él se rio de nuevo.


—Entonces, los hombres son idiotas, — dijo, manteniéndose alejado.
Había espacio entre ellos ahora, suficiente para que el aire frío hiciera que se
le pusiera la piel de gallina y se estremeciera un poco. Sin embargo, cuando
intentó cubrirse el cuerpo con las manos, Patrick las colocó en su sitio con una
fuerza distraída que la hizo gimotear.
Se sentía desnuda y expuesta, casi desesperada. Entonces Patrick se
apretó contra ella y el calor ayudó. Ella pudo sentir la dura columna de su

virilidad apretando contra su pierna, y el calor que la recorría no tenía nada


que ver con la vergüenza.
— Realmente, los hombres deberían mirar cuando puedan a una chica
tan hermosa. Tus pechos son suaves y dulces y tu piel es pálida como seda

nueva. Tu cuerpo llama a las manos de un hombre y cuando te sonrojas con tu


propio placer, toma el calor del más delicado tinte de las rosas.
— ¿Así que debería estar en un museo, o algo? — replicó Natalie,
tratando de seguir el ritmo de la mejor manera. Era difícil, sin embargo,
cuando la mano de él acarició hacia abajo sus muslos y después hacia arriba
otra vez para acunar sus pechos llenos y tensos. Nunca antes había pensado
que sus pechos fueran tan sensibles, pero ahora podía notar la electricidad
desde la punta de sus dedos, sintiendo la forma en la que su carne parecía
tensarse por él.

— Hummm, es una buena pregunta. Una parte de mi quiere encerrarte y


mantenerte encerrada para mí solo, mía para tocarte y abrazarte y disfrutar
lejos de los ojos del mundo.
Sus rodillas estaban dobladas, sus piernas colgando del borde del
escritorio, y él se puso de pie entre ellas. El áspero tejido de sus pantalones se
frotó contra la piel delicada, y ella no pudo evitar apretar un poco.
— Oh, sí, porque querría que todo esto fuera mío y solo mío. Soy un
hombre codicioso, Natalie, como tú misma has notado antes. No comparto lo

que es mío. Nunca. Sin embargo…


Su mano se cerró sobre el montículo suave entre sus piernas, y ella
gimió. Se sentía al mismo tiempo demasiado íntimo y no lo suficientemente
cerca. Sus caderas corcovearon salvajemente contra su mano, y él rio entre

dientes.
— Pero ya sabes que me gusta enseñar lo que tengo, y esa sería la
trampa, ¿no?
Él adaptó la acción a las palabras y enterró la base de su palma contra
ella. Su movimiento abrió levemente sus labios inferiores, y ahora ambos
podían oler el cálido perfume de su cuerpo, el almizcle de una mujer excitada
elevándose desde ella. En otro mundo, en otra vida, habría estado
avergonzada, pero ahora, todo lo que podía hacer era reaccionar al toque
magistral de Patrick.

— Oh, quizá hay una parte de mí que quiere que el mundo mire, —
ronroneó. — Quizá quiera que todos vean lo hambrienta que estás de mí, lo
adorable que eres.
Él todavía estaba hablando, pero la habilidad de Natalie para entender
lo que decía estaba decayendo por segundos. Deslizó sus dedos a lo largo de
su húmeda hendidura, sólo separándolos suavemente al principio antes de
aventurar un arrastre lento a lo largo de su clítoris. Haciendo un ligero
zumbido de aprobación, hundió los dedos en su abertura inferior y arrastró

hacia arriba parte de su melosa dulzura para humedecer ese pequeño nudo de
carne, haciéndola gemir con necesidad.
— Eres una chica preciosa, — susurró él. — Es espléndido…
Creía que él entraría en ella ahora. Estaba retorciéndose contra sus

dedos, ya suficientemente mojada, pero continuó, completamente implacable,


completamente centrado en el placer que le estaba proporcionando a ella. Se
sacudió, agarrándose a él mientras le daba placer. Él era la única cosa estable,
la única cosa que se estaba quieta en un universo que se había lanzado al caos
por las sensaciones que él le producía.
Natalie podía sentir sus músculos estremeciéndose, sabía qué era lo que
venía a continuación y, de alguna manera, consiguió abrir los ojos para mirarle
suplicante.
— Quiero…

— Ya sé lo que quieres, — murmuró él y ella pudo ver ahora que estaba


contemplando gotas de sudor en su frente y una mirada salvaje en sus ojos
azules. — Confía en mí, cariño, quiero dártelo.
— Te quiero a ti— dijo ella, insistentemente, y él paró durante un
momento.
Gimoteó un poco como protesta, pero eso también fue bueno porque
dejó que sus músculos se relajaran ligeramente bajo el violento ataque de
sensaciones que él le había producido.

— Te quiero a ti, — murmuró ella, incapaz de ser más clara en su


delirio. — No quiero… Quiero que sea contigo.
Por un momento, pareció como si Patrick no supiera a que se refería y
después sus ojos se abrieron mucho. Por un momento permaneció inmóvil, y

entonces sonrió, una sonrisa afilada y lobuna.


— Oh, que bella eres mujer, — canturreó él y buscó sus pantalones.
En un momento, estaban lo bastante abiertos para que el pudiera sacar
su virilidad y ella se apoyó sobre un codo para verlo. Con mano temblorosa,
alcanzó a tocarle y gimió un poco cuando el acero recubierto de seda se
sacudió contra sus dedos. Le notaba caliente contra ella y sabía que él debía
sentirse como en el cielo.
De pronto, Natalie se encontró clavada de nuevo contra el escritorio y
gritó mientras la arrastraba hacia el borde. Patrick se situó entre sus piernas y

había algo oscuro y salvaje en sus ojos.


— Dios, no puedo resistirme a ti, — dijo él con voz baja y rasgada y
después, estaba presionando en su interior. Durante un momento ella sitió la
suave punta de su virilidad contra su entrada y después, con una única
embestida, estaba dentro de ella hasta la base.
Natalie no pudo evitarlo. Gritó por la sensación de plenitud, por cuanto
la estaba estirando. Había un fino hilo de dolor a través del placer, pero era
insignificante; mucho menos importante que el hecho de que él estaba

finalmente dentro de ella y como de cerca habían llegado a estar sus cuerpos.
— ¿Natalie?
Ella le miró a su preocupada cara y se sorprendió por la amabilidad de
su caricia cuando acunó su mejilla con una mano.

— ¿Es demasiado? — preguntó, y su voz sonó como desgastada. —


¿Necesitas que paremos?
— No, — susurró. — Por favor, no pares…
Como ella creyó que todavía dudaba, le envolvió poniendo sus
temblorosas piernas alrededor de su cintura y le atrajo más cerca. Su
movimiento le empujó dentro de ella incluso más profundamente y ambos
gritaron.
— Nunca podré resistirme a ti, — murmuró él y se apartó parcialmente
antes de volver a sumergirse.

Él impuso un ritmo que estaba a un paso de ser castigador y ella podía


sentir lo fuerte que era mientras empujaba dentro de ella. Cada embestida
enviaba una ola de placer a través de su cuerpo y se elevó para encontrarse
con él lo mejor que podía.
El calor que se enroscaba entre ellos ahora se centraba en la parte baja
del vientre de ella e irradiaba hacia fuera para bañar cada parte de su cuerpo.
Se sacudía y gritaba y se aferraba fuertemente a él, y se sentía como si cada
momento la estuviera llevando hacia algo inevitable. Luchó por alcanzar ese

pico, tensándose y aferrándose a él y entonces, justo cuando estaba empezando


a sentir una molestia en lo más profundo, cayó por el borde del precipicio.
Su placer la cogió por sorpresa, haciéndola gritar salvajemente. Ella
podía sentir que Patrick había parado, pero no podía dejarle que se apartara.

En cambio, le empujó incluso más cerca con las piernas, sacudiéndose


mientras recorría el camino hacia un clímax en el que sentía como si le
estuvieran clavando garras calientes y la estuvieran desgarrando.
Ella no supo que estaba gritando hasta que sintió la garganta irritada y
su cuerpo entero taladrado por el cansancio y la necesidad. Se sentía como si
pudiera haber flotado lejos si no hubiera sido por el cuerpo de Patrick sobre
el suyo.
Justo cuando ella estaba descendiendo desde su propia cúspide, los
movimientos de Patrick se hicieron más urgentes, menos medidos. Con una

embestida final, se derramó dentro de ella, gruñendo mientras lo hacía. Ella se


estremeció con un placer reflejo del de él, y después, cuando cayó sobre ella,
le rodeó con sus brazos.
El Patrick que descansaba su peso sobre ella después de haber hecho el
amor parecía diferente, más amable y casi más blando que el que ella había
conocido en aquel pequeño y sucio callejón, o del que la había mandado a
conseguirle un café bajo la lluvia.
Había algo que la inquietaba que no tenía nada que ver con el placer, o

al menos con el placer del cuerpo, y ella puso el pie encima con firmeza
firmemente.
Él todavía es mi jefe, se recordó a sí misma y sabía que cualquier cosa
que pasara de ahora en adelante, nopodría durar. Sin embargo, iba a

disfrutarlo tanto como pudiera, después de todo, ¿no había venido a Irlanda
para eso? ¿A adquirir montones de experiencias sin importar lo fugaces que
fueran?
— Entonces, ¿qué se hace por aquí habitualmente? — preguntó ella,
manteniendo un tono de voz ligero. — ¿Me ducho y me escapo por la puerta de
atrás?
Patrick se levantó de encima de su cuerpo, apoyándose en un codo.
— ¿Qué diablos estás diciendo, mujer? — gruñó. — ¿Qué te crees, que
creo que eres una prostituta o algo así?

Ella se encogió de hombros, ligeramente a la defensiva, pero también


ligeramente aliviada de una forma en la que no quería pensar.
— Tú eres el que tiene el apartamento de soltero promiscuo en la parte
de atrás de la oficina, — dijo ella. — No me eches la culpa si saco mis
propias conclusiones.
— Tú no te vas, — dijo él con una voz tan intensa que le hizo
asombrarse. — Todavía tengo muchos planes para ti antes de que acabe la
tormenta, y ninguna de ellas implica que te vayas en ningún momento

próximamente.
Ella se estremeció y decidió que dejaría que el mañana se preocupara
por el mañana. Ahora mismo, Patrick Adair la estaba besando de nuevo y no
tenía ninguna intención de dejar que nada se interpusiera en su camino.

***
Él la había dejado exhausta en algún momento alrededor de las dos de
la mañana. Al menos, eran alrededor de las dos cuando sus besos se habían
vuelto somnolientos, después más lentos y después se interrumpieron por
completo. El pequeño dormitorio adjunto a su oficina se sumió en el silencio.
Al final lo habían hecho en la cama y cuando Patrick se dio cuenta de que
Natalie se había quedado dormida, suspiró y la acercó más a él.
Ella encajó bajo su brazo como si estuviera moldeada para ello y solo
mirarla con la luz que venía de arriba le hizo sonreír.

Dios, es una belleza.


Patrick no era un hombre que pensara mucho en el sexo, no importaba lo
que la pequeña americana hubiera asumido. Le gustaba y lo buscaba cuando le
apetecía, pero nunca había sido un hombre de los que lo buscaban para
distraerse. Patrick había conocido a muchos hombres como esos y también
había visto la destrucción y la ruina a la que se llevaban a sí mismos.
Nunca antes había entendido como de fácilmente podía un hombre
arruinarse a causa de una mujer, al menos, no lo había entendido hasta ahora.

Natalie Rook era una mujer a la que él no podía pasar por alto. Si
estaba en una habitación, sus ojos iban hacia ella inmediatamente. Cuando
hablaba, un escalofrío de reconocimiento le subía por la espalda y cuando le
tocaba, dejaba fuego a su paso.

Dios no permita que conozca su poder sobre los hombres, sobre él.
Patrick se estremeció. Con esa curva en los labios y ese brillo en sus ojos,
más negros que la noche, podía suponer un desastre y la ruina, todo en uno.
Y no podía saciarse de ella.
Distraídamente, Patrick le besó la frente con dulzura, y ella sonrió en
sueños. Había algo que los unía, y él lo sabía. Se llamaban el uno al otro. Los
antiguos podían haberlo llamado hado o destino. La iglesia lo habría llamado
pecado.
Todo lo que sabía era que Natalie era completamente irresistible, y

ahora que le había puesto las manos encima, no quería parar. No habría sido
capaz de parar.
— Dios del cielo, ¿qué rayos nos va a pasar a nosotros dos? —
murmuró y, si la mujer dormida a su lado tenía alguna idea, se la estaba
guardando para sí misma.
Capitulo Diez
Natalie se despertó sin tener ni idea de donde estaba. Todo lo que sabía

era que la brillante luz del sol se derramaba a su alrededor desde arriba, que
las sábanas eran de un blanco puro y mejores que cualquiera en las que
hubiera dormido nunca y que oía el sonido de alguien cantando en el cuarto de
baño.

Sus recuerdos volvieron rápidamente y tuvo un momento de puro placer


antes de que fuera apagado con horror.
— Oh, Dios mío, — susurró. — ¿En qué estaba pensando?
Pero Natalie sabía exactamente en qué estaba pensando. Sabía muy bien
cómo se sentía de bien con Patrick y sus fantasías anteriores, no importa qué
enfebrecidas fueran, se quedaban cortas. El mismo multimillonario era un
demonio entre las sábanas y ella tenía zonas doloridas y un prolongado placer
para atestiguarlo.
En el baño, Patrick estaba cantando, y ella interrumpió un momento su

pánico para escucharle. Su voz sonaba entonada y ligera, más de baritono que
de bajo y, por un momento, Natalie se sintió hechizada. Cantaba sobre un árbol
que habían cortado dejando a todos los pájaros sin hogar y ella podia oir que
el acento en su voz era un poco más marcado cuando cantaba.
Se sacudió.
No puedo quedarme aquí, pensó. Trató de recordar dónde estaban sus
ropas y, con una sensación de ahogo, se dió cuenta de que se las habían
llevado a algún cuarto acondicionado como lavandería para que se secaran

después de su aventura bajo la lluvia de Dublín el día anterior. A menos que


quisiera vagar por el edificio en una loca búsqueda de su ropa interior, iba a
tener que quedarse justo allí.
Patrick apareció en el umbral de la puerta y ella se tensó un poco.

¿Cómo iba a reaccionar al encontrársela allí? ¿Cómo trataba él a las mujeres


con las que se acostaba?
— Estás despierta, — dijo él con una sonrisa sorprendida. — Ni
siquiera son las nueve aún, pensé que ibas a dormir al menos un poquito más.
— Es un lugar extraño, — explicó ella indecisa. — Normalmente no
duermo demasiado bien cuando estoy en un sitio con el que no estoy
familiarizada.
—Ah, muy bien.
El parecía injustamente brillante y bien recompuesto incluso envuelto en

su bata, con el cinturón flojo. Ella pudo ver que estaba recién salido de la
ducha y recién afeitado.
—Se te ve bien, — dijo ella, torpemente. — Es sábado, ¿todavía vas a
trabajar?
—Podría, — dijo el, despacio. — Siempre hay algo de lo que ocuparse.
Sin embargo…He pensado que a lo mejor podría ser bueno para ti ver algo
más de Dublín. Al menos, sacarte de los callejones y enseñarte algunos sitios
más agradables para que te secuestren.

Ella parpadeó.
—¿Has bromeado?
—Soy conocido por hacerlo de vez en cuando, — dijo él, con una cara
de seriedad absolutamente perfecta y ella le sonrió, incapaz de evitarlo.

—Sinceramente, estaba pensando que tú podrías querer que me fuera de


aquí. Ya sabes, ámalas y déjalas, ofreciéndome la bata de color melocotón
como regalo de despedida.
Con un ruido que sonó bastante como un gruñido y que hizo a su cuerpo
sacudirse por la necesidad, él gateó en la cama hacia ella. En un solo
movimiento, empujó su espalda contra el colchón. Ella miró en sus peligrosos
ojos azules y vio que estaba sonriendo también, aunque había algo de rabia en
su sonrisa.
—¿Sigues insistiendo en que te trate como a una prostituta barata? Te

juro que no tengo intención de hacerlo, pero hablas de una forma…


—Todas las chicas americanas se acuestan con cualquiera, ¿no lo
sabías?
—Y sé también que eso no es verdad, — dijo él, y una mirada
inesperadamente seria apareció en su cara. — ¿Te encuentras bien esta
mañana?
—Claro que sí, — dijo ella, sonrojándose un poco. — ¿Por qué no iba a
estarlo?

Ella pensó que entonces él retrocedería y la dejaría levantarse, pero


Patrick solo se inclinó para estar más cerca. Podía oler su fragancia de
maderas y podia sentir su piel, todavía fresca después de la ducha.
— Cuando anoche entré en ti por primera vez, — dijo él, con un calor

en sus palabras que la hizo desear retorcerse. —No puedes engañarme,


pequeña. Estabas rígida y no sé si es que soy tan malo como amante que no
estabas preparada o simplemente que hacía un tiempo que no estabas con
nadie. Si tu cuerpo no estaba acostumbrado.
—Oh Dios, no puedes preguntarme eso, — gimió ella, pero empujarle
era como empujar una pared de granito. Patrick Adair se movería cuando él
quisiera hacerlo o no se movería en absoluto.
— Puedo preguntarte cualquier cosa que me apetezca, — dijo él y, para
su sorpresa, sintió su mano buscando bajo las mantas para subir por su muslo.

Por un momentó, ella apretó los muslos por la sorpresa, Después, mientras él
la acariciaba con más firmeza, besándola a un lado del cuello, suspiró y dejó
que se abrieran para él.
— ¿Puedes? — preguntó ella, con la voz convertida en poco más que un
suspiro de necesidad, y él se rio.
— Puedo. Y te animo a que intentes resistirte si lo deseas, — dijo él,
con humor tras sus palabras. —De hecho, tengo que decir que me he dado
cuenta que me gustas cuando peleas. Sin embargo, quiero mi respuesta y la

conseguiré.
Ella pensó en discutir, al menos para saber hasta dónde podia llegar,
pero después él deslizó la mano a lo largo de su hendidura, haciéndola gemir
con una suave caricia en el clítoris.

Esta es una de esas situaciones en las que debería rendirme cuanto


antes para evitarme una derrota peor más adelante, decidió y lo miró.
— De acuerdo, confesaré. Ha pasado un poco de tiempo desde la última
vez que tuve un amante.
Patrick levantó una ceja. Su mano todavía se movía suavemente, lo que
era completamente injusto, pero no parecía inclinado a parar en absoluto. No
podia estar en desacuerdo con él, o, al menos, no podia hacer nada para hacer
que parara.
— Pero tú me hs dicho que estabas huyendo de un amante.

Deseó que él solo hubiera seguido tocándola, o al menos, si iba a hacer


preguntas incómodas, que esperara hasta que hubiera desayunado.
— Es verdad, solo hace unas ocho semanas que corté con Joe.
Simplemente, yo no le interesaba. Le pregunté una vez y simplemente me dijo
que no era su tipo.
Patrick la miró con una sorpresa que era extrañamente gratificante. Por
alguna razón, parecía pensar que era el colmo de lo ridículo que alguien
pudiera no querer estar con ella y aunque Natalie se sintió halagada, también

sabía que eso no era verdad en absoluto.


—Debe haber sido bastante tonto entonces, para no ver lo maravillosa
que eres.
Natalie no pudo evitar reírse un poco.

—¿Maravillosa? ¿Hablas en serio? Ayer pasamos casi una hora


peleándonos por como íbamos a meter esas viejas escrituras en el sistema
informático. En ese momento, realmente no decías que era maravillosa en ese
momento.
Patrick se encogió de hombros, con una leve sonrisa en su rostro.
— Me sentía un poco cansado, — dijo, como si él no hubiera estado
gritando tan alto como ella. — Y para ser sinceros, todavía habría dicho que
eres una maravilla, aunque eso no significa que te hubiera permitido ganar esa
pelea en particular.

Ella lo sintió de nuevo, ese peculiar tirón en el fondo de su corazón que


sugería que quizá quedarse en Dublín no fuera una cosa tan terrible. Eso quizá
podría significar que podía continuar viendo a Patrick, continuar tocándole y
que él continuara tocándola a ella.
— Bueno, odiaría comprometer tus elevados valores morales, — dijo
ella y entonces recordó que este Patrick, el que se había despertado esta
mañana con la gracia y la elasticidad de un león al acecho era un poco
diferente del que ella había conocido anteriormente.

En lugar de provocarla juguetonamente, sus ojos azules se llenaron de


un calor distinto y su mano viajó hacia arriba por su muslo, encontrando donde
su piel era más fina y más caliente.
—¿Sabes? — dijo él suavemente, — creo que he terminado de hablar

sobre escrituras esta mañana.


***
Después de lo que pareció un rato interminable, Natalie se fue a la
ducha, y esta vez Patrick estaba con ella. Estaba sorprendida de lo tierno que
era él después de hacer el amor, insistiendo en lavarle el pelo y duchándola
entera. Perdió la batalla por resistirse y simplemente se quedó de pie, quieta,
con los ojos cerrados mientras él la limpiaba suavemente con una esponja
suave. Era placentero sin el calor que habán sentido juntos, pero ella todavía
podia sentir ese calor enroscado en su vientre. La pasión que él había

despertado en su interior era demasiado buena para negarla y sabía que


empezaría otra vez si él simplemente la prendía un poco más.
Patrick se rió entre dientes y ella pensó que era casi como si le hubiera
leído el pensamiento o, al menos, hubiera leído el placer que fluía a través de
ella.
— Nada me gustaría más que tomarte una y otra vez, pero creo que
podría ser mejor si comemos algo y después tenemos una charla.
Ella suspiró un poco, porque sabía que él tenía razón.

— Es solo que me haces sentir tan bien— murmuró Natalie y gimió


cuando él toqueteó suavemente su pezón.
— No tienes ni idea de lo tentadora que eres, pequeña, — murmuró él.
Créeme cuando te digo que hay muy pocas cosas en el mundo que pueden

evitar que te haga el amor ahora mismo. Además, no hay nada que decir que no
podamos retomar en algún momento del futuro.
Pero la comida y la conversación están muy bien, —suspiró Natalie.
Ella debería haberse imaginado que había algo en marcha cuando
Patrick le lanzó unas barritas de cereales. Le miró confundida, y él le hizo un
guiño.
— Solo para que aguantes. Hay un sitio al que me encantaría llevarte,
pero es un poco complicado llegar. Mientras tanto, las barritas nos mantendrán
bastante bien. Te prometo que merecerá la pena.

La barrita estaba bastante bien y, después de todo, ella confiaba en


Patrick. Sin embargo, se sorprendió cuando la llevó a un aerodromo a unos
cuarenta minutos de la ciudad.
—¿Patrick? ¿Dónde demonios vamos a por la comida?
— A Escocia, — dijo él con una sonrisa, y ella le miró fijamente.
—¿En serio?
— Uno de mis restaurants favoritos está en Glasgow, — dijo él. —
Hacen un tartar de carne como nunca he probado en otro sitio y tienen una

carta tan larga como mi brazo. Estoy seguro de que vas a disfrutarlo, así que,
¿por qué no?
Ella salió del coche, mirando fijamente al avión y luego a él y al avión.
Dios, ¿qué tipo de compañía inmobiliaria tienes que te puedes permitir

tu propio avión?
Él la miró sorprendido.
— ¿Todavía no lo sabes?
Ella se encogió de hombros, a la defensiva.
— No me lo dijiste al principio y no tenías mucho aspecto de asesino en
serie, así que supongo que realmente nunca te busqué. Perdóname por no
querer vivir mi vida en la red.
Patrick se rió, moviendo la cabeza. La cogió en un feroz abrazo que fue
completamente natural y después, la apartó mirándola con una cierta diversion.

— Necesito hablar con mantenimiento un momento. ¿Por qué no te pones


cómoda en el avión y me buscas? Debería ser bastante fácil de encontrar.
— Podrías decirmelo, simplemente, — dijo ella, pero él ya se estaba
alejando, saludando a uno de los hombres vestidos con mono color caqui.
Encogiéndose de hombros, subió por la escalera portátil hasta el avión y
tuvo una segunda sorpresa. El avión era pequeño, pero realmente no era
sencillo. Estaba tan bien equipado como la mayoría de los salones y era
mucho más agradable que algunos de los lugares en los que ella había estado y

vivido. Había una suave alfombra de color beige que parecía tener un grosor
de más de dos centimetros, cuatro asientos situados de cara a una pequeña
mesa, había un bar al otro lado y un dormitorio hacia el fondo. Todo era
incríblemente lujoso, demasiado para que le perteneciera a un solo hombre,

¿no?
Natalie se sentía como si en cualquier momento le fueran a decir que se
fuera, pero puesto que nadie se lo había pedido todavía, se sentó con cuidado
en uno de los inmensos y cómodos asientos y sacó su teléfono. Lentamente,
tecleó "Patrick Adair" y esperó a ver qué le mostraban los resultados.
Natalie no estaba totalmente sorprendida de ver que él era el primer
resultado en aparecer. Después de todo, era un hombre de negocios y sabía
que Adair tenía tratos en todo el mundo. En el tiempo que había estado
trabajando con ellos, había podido ver lo lejos que llegaba la empresa.

Incluso se había sentido orgullosa de Patrick, porque sabía que su padre le


había dejado un negocio cuando era muy joven y habia sido con su habilidad,
talento y suerte que lo había hecho crecer tanto como lo había hecho.
Sus ojos se abrieron de par en par cuando encontró la palabra
“multimillonario”. Seguramente sería un error tipográfico, una palabra que se
utiliza para describir a un hombre que tiene dinero, independientemente de su
situación financiera, pero después la vio una y otra vez. Si era un error, era un
montón de gente el que lo estaba cometiendo, pero en poco tiempo dejó de

pensar que era un error. Se desplazó por los distintos enlaces, quedándose
cada vez más y más paralizada y sorprendida y cuando encontró un artículo
biográfico decente, se lo leyó entero, de principio a fin.
Justo estaba acabando el artículo cuando Patrick entró en el avión,

dedicándole una cálida sonrisa.


— El piloto estara a bordo en unos minutos, — dijo él, yendo a sentarse
junto a ella. — Me imagino que no necesitaremos un asistente, si queremos
bebidas, soy más que suficientemente competente para mezclarlas.
— ¡Eres uno de los setenta y cinco hombres más ricos del mundo! —
Natalie se atragantaba a causa de la emoción. — People Magazine ha
declarado que estás entre los diez hombres más atractivos de Europa.
Patrick pareció ligeramente sorprendido.
— A no ser que mi equipo de relaciones públicas me tenga

enormemente desinformado, esa votación de People Magazine es de hace unos


ocho años. No estoy seguro de volver a ser su tipo nunca más. Imagino que
tener 34 años te saca de la competición.
— Eso no es lo importante, — replicó Natalie. — No me dijiste que
eres…
— ¿Rico? — Él sonrió, pero había un ligero punto de tristeza en su voz.
— Sinceramente, pensé que lo sabías y era solo una conversación que no me
importaba tener. Es complicada, y aprendes algunas cosas realmente

desagradables sobre la gente cuando saben que tuenes dunero. Y te dije que lo
descifraras. Estoy sinceramente sorprendido de que no lo hayas hecho.
— Siempre he tenido la intención de hacerlo, — confesó Natalie. —
Quiero decir, sonreías tanto cuando me dijiste que lo averiguara, que supongo

que asumí que había algún tipo de broma de por medio, no que fueras rico. Y
entonces empecé a trabajar en la empresa y parecías tan normal. No estabas
vagando por allí haciendo lo que yo pensaba que hacen los multimillonarios,
solo trabajabas. Un montón. Sin hacer descansos.
— Seamos justos, es necesario si quieres mantenerte en lo más alto, —
dijo él con una carcajada. — Hice la mayor parte de mi dinero por mí mismo.
Tal y como van estas cosas, todavía consideran que es dinero nuevo. Mi padre
lo hizo bien por nosotros, pero he multiplicado varias veces la fortuna que él
me dejó.

Natalie se mordió el labio. Sentía como si allí hubiera algún tipo de


herida antigua, y lo ultimo que ella quería era tocar algo que le doliera.
— Has mencionado que no siempre quieres tener esa conversación; que
es incómoda.
Desvió la vista por un momento.
— Lo es. Una vez, se lo dije a una chica que había estado riéndose y
charlando conmigo, muy dulce. En el momento que se enteró, se lanzó a
contarme un cuento triste sobre su padre agonizante. Supongo que olvidó que

me había contado que estaba sano y trabajándose las mesas de Black Jack en
Montecarlo solo cuarenta minutos antes.
Patrick era totalmente optimista, pero Natalie no pudo evitar encogerse.
Sus problemas eran totalmente ajenos a ella, pero podía imaginarlo: hablar

con la gente y luego ver que cambiaban su forma de actuar tan pronto como se
daban cuenta de que tienes dinero.
— Lo siento, eso parece difícil.
— En realidad, no, — dijo él. — La gente siempre quiere algo para sí
misma. Lo único que cambia es cuánto piensan que van a conseguir.
—Eso parece una forma muy solitaria de ver la vida.
— Para ser absolutamente sinceros, la soledad es una cosa a la que
estoy bastante acostumbrado.
— ¿Por eso es por lo que me estás llevando a comer a Glasgow?

Se rio un poquito al oírlo.


— Bueno, estoy llevándote a almorzar en Glasgow porque creo que
realmente lo vas a disfrutar y siento que nos interesa tomar un poco de
distancia con Dublín ahora mismo. Fue donde nos conocimos y, aunque no
renunciaría a eso, también creo que nos limita. En Dublín, sólo podemos ser
jefe y empleada. Tal vez en Glasgow… bueno, hay muchas posibilidades
diferentes.
Al decir la última palabra, la miró a los ojos y Natalie se convenció de

repente de que nunca había visto nada tan azul. Se sintió como si hubiera algún
tipo de intercambio entre ellos, algo puro y perfecto. Había tomado algo de él
en ese momento, le había ofrecido algo de si misma, y podrían haber vivido
así para siempre.

— Explorar nuestras posibilidades… me gusta eso, —dijo ella.


Patrick se inclinó hacia atrás en su silla y a Natalie se le ocurrió que la
estaba mirando con alguna clase de orgullo posesivo. Era como si la hubiera
ganado después de alguna clse de proeza de fuerza o habilidad y ahora ella
fuera suya para disfrutarla. Se preguntó si debería sentirse ofendida por su
mirada, pero en lugar de eso, se sintió atraída hacia él.
—Creo, — dijo Patrick, — que tengo mucho que aprender de ti.
Natalie tuvo que reírse de eso.
— Eres un magnate inmobiliario valorado en millones de dólares, —

dijo ella. — A mí me han echado de un tren porque me habían robado el


dinero del billete y no pude reemplazarlo. No estoy segura de que tenga mucho
que enseñarte.
— Te estás vendiendo muy mal, — dijo él severamente. — Vives en el
mundo. Lo asumes como viene y, Dios mío, estás muy abierta a ello. Quizá eso
sería bueno para mí.
Ella le sonrió un poco indecisa. Por un lado, quería que la conversación
continuara, no estaba segura de haberle oído alguna vez tan sincero o abierto.

Por otro lado, no estaba segura de que quisiera que las cosas fueran tan serias.
Patrick se encogió de hombros, como si sintiera su inquietud.
— Y, para ser sinceros, hay una propiedad a unas pocas horas al norte
de Glasgow que he estado queriendo visitar durante bastante tiempo.

— ¿Qué es, un castillo? — preguntó ella, solo medio en broma. —


Quiero decir, después del avión, un castillo no sería realmente una sorpresa.
Él la miró, evaluándola.
— Espera, ¿de verdad es un castillo?
— No. No exactamente. Hay un castillo en la propiedad, pero está en
ruinas desde mucho antes de que mi familia o yo entráramos en escena.
Ella sacudió la cabeza.
—R ealmente, nunca sé que esperar de ti, — se quejó y, para su
sorpresa, Patrick se echó a reír.

— Créeme cuando te digo que así es como me siento desde que te


conocí, pequeña, — dijo él.
Capítulo Once

El almuerzo resultó ser una deliciosa comida en lo que una vez fue una
bodega. Patrick condujo a Natalie confiadamente por un tramo de escaleras
hacia abajo hacia un restaurante subterráneo donde todos los comensales

parecían ser gente acomodada y muy buenos guardando un secreto.


Natalie miró a su alrededor nerviosamente, dolorosamente consciente
de que iba vestida, bueno, como una secretaria. Sin embargo, las únicas
miradas que recibía eran miradas de bienvenida y ella se sintió un poco mejor
cuando el camarero los sentó en una pequeña alcoba reservada.
No había carta y Patrick le dijo al camarero que simplemente llevara el
especial de ese día.
—Espero que sepas que no he comido nunca en un sitio como este, —

murmuró ella, sonrojándose un poco. — Es fascinantemente clandestino.


Patrick se rio entre dientes.
— Hace años, invertí un poco de capital en este lugar. Ha crecido de
forma muy interesante, pero una de las cláusulas era que siempre tuviera una
mesa aquí.
Dada la posición y la clase de los comensales, Natalie había estado
esperando algo de vanguardia. Realmente había alguien cocinando de forma
muy hábil en la cocina, pero a Natalie le gustó descubrir que la comida era un

poco extraña, pero no se sacrificaba el sabor en favor de la novedad. Había

algunos artificios extraños, como un cierto tipo de incienso que se quemaba


mientras comían o que el salmón se enfriara en una losa de mármol de dos
pulgadas de grosor por unos momentos antes de ser servido, pero en general,
la comida era ridículamente buena.

Los platos que salían eran pequeños y aunque muchos de ellos solo
contenían unos pocos bocados de comida, todo lo que pasaba por sus labios
era delicioso. Todo se mezclaba en una deliciosa comida que la dejó
satisfactoriamente llena, y miró a Patrick con una sonrisa.
—Tengo que admitirlo, realmente sabes como hacer que una chica se
sienta especial, — dijo ella. — Sinceramente, es una comida que nunca voy a
olvidar.
Él la sonrió y, para su sorpresa, su expresión era tímida.
—Me alegra de que te guste, — dijo él y Natalie se estiró para tomarle

la mano. Se le ocurrió que era la primera vez que le había tocado en público.
Se sentía como si hubiera hecho un gesto para reclamarle y, después de un
momento, él le apretó fuerte la mano también.
—Muchas, muchas gracias, — dijo y Natalie pensó en lo que había
dicho sobre la soledad. No creía que nadie lo entendiera, en realidad no.
Después de comer, la condujo hasta la acera. Habían ido en una
limusina desde el aeródromo hasta el restaurante, otra nueva experiencia parar
Natalie, pero ahora había un coche elegante y potente esperándoles en el

restaurante. Patrick le cogió las llaves al hombre del coche y abrió la puerta
del copiloto para Natalie.
— Sabes que estoy alucinando con todo eso, ¿verdad? — preguntó ella,
bromeando solo a medias mientras se subía al coche. — La gente de verdad no

vive así: la gente no tiene aviones, o vuela a otro país solo para comer, o les
llevan coches mientras comen.
Patrick se encogió de hombros mientras se adentraba en el tráfico.
— Todas esas cosas las hago, — dijo suavemente. — No las hago más a
menudo porque estoy muy ocupado, pero siempre es bueno alejarse de todo
por un momento.
Natalie hizo un ligero gesto de dolor.
— Supongo que estoy siendo un poco provinciana, lo siento. Debe ser
irritante.

Patrick lanzó una aguda carcajada, un sonido que tenía muy poco humor.
— No te preocupes, Ni siquiera has empezado a acercarte a como se
portan las malas personas cuando descubren cuánto valgo.
— Oh, yo he sabido cuánto vales desde que te conocí, — dijo ella de
forma ausente y él la miró sorprendido.
— ¿Qué quieres decir con eso?
— Umm, bueno, te metiste en una pelea dispuesto a ocuparte de dos
gamberros porque una chica a la que ni siquiera conocías se había metido en

problemas. Eso hace que no tengas precio para mi.


Por algún motivo, parecía como si Patrick estuviera teniendo problemas
con ese concepto, así que Natalie se apresuró a cambiar de tema.
— De acuerdo, bueno, tú has pagdo la comida, ¿qué te parece si yo

compro algún tentempié y puede que algo de cena? Eso suena justo, ¿no te
parece?
Él le lanzó una mirada sorprendida.
— ¿Qué tienes en mente?
— Oh, no lo sé. Algo bueno por el camino, ¿quizá? Veremos que
encontramos.
***
— ¿Así que vamos a comer en el campo? —dijo Patrick especulando, y
Natalie sacudió su teléfono delante de él.

— No, vamos a comprar natillas y traerlas aquí para comérnoslas en tu


coche. Todos estos blogs dicen que ese sitio es de visita obligada.
— Si está ahí de verdad, — dijo Patrick con una sonrisa triste. — Mi
GPS es el último modelo y todavía no es capaz de imaginarse ni un poquito a
donde estamos yendo.
— Afortunadamente, esos dos chavales de doce años pueden decirnos
que está más adelante, — dijo Natalie, feliz. — Ahora, tú espera en el coche y
traeré unas natillas.

Apenas podría decir por la cara de Patrick lo que pensaba de ello, así
que, sacando todas las dudas de su mente, recorrió el camino al pequeño
puesto de natillas que, sí, estaba en mitad del campo. Leyó detenidamente el
menú, pero al final compró unas natillas de vainilla y chocolate. Después de

todo, uno no suele equivocarse al confiar en los clásicos. Pagó al adolescente


con cara de aburrido que atendía el mostrador y volvió al coche.
— De acuerdo, — dijo Patrick después de probar cuidadosamente. —
Esto es mejor de lo pensaba.
— Bueno, eso es porque son natillas de verdad, — dijo Natalie con una
sonrisa. — Huevos de verdad, leche de verdad, y todo eso. Por lo que parece,
la gente viene desde muchos kilómetros a la redonda los sábados para
comprarlas.
Él sacudió la cabeza, tomando otro poquito de vainilla y dejándole a

ella el chocolate.
— No bromeabas al decir que querías pagar, ¿verdad? — preguntó él.
— No, dije que lo haría. ¿Por qué no lo iba a hacer?
Él se encogió de hombros.
— Porque gano más dinero en una hora que lo que tú podrías ganar en
una semana, — dijo él. Natalie casi se puso bizca pensando en lo que querría
decir, pero sacudió la cabeza.
— Como ya he dicho, tú pagaste el almuerzo. No voy a ser una gorrona.

No podría permitirme pagar tantas comidas deliciosas para nosotros como tú,
pero maldita sea si espero que lo pagues tú todo.
Él la dejo terminar su cucharada de natillas de chocolate antes de poner
su mano en la parte de atrás de su cuello y acercarla para besarla

profundamente. Natalie se agitó un poco por la extraña postura, pero después


se relajó. Su mano encontró el camino hacia la camisa de Patrick, sujetándose
a un pliegue mientras él la besaba profundamente. Sabía a vainilla, lo que
combinaba deliciosamente con el bocado de chocolate que ella había tomado
y, por debajo, estaba el sabor de un beso con Patrick, un sabor muy específico
e indefinible que estaba empezando a adorar.
— ¿Vas a besarme cada vez que te compre natillas? — preguntó Natalie,
un poco sin aliento cuando finalmente él la dejó ir. — Porque si es así,
deberías dejarme salir otra vez, y volveré con natillas suficientes para llenar

un camion.
Durante un instante, Patrick solo la miró fijmente, después estalló en
carcajadas. Ella sabía que tenía diez años más que ella, pero cuando se reía de
esa forma, sonaba mucho más joven, más despreocupado. Ella se estitó para
acariciarle suavemente el hombre, pero entonces él le tomo la mano,
besándole la palma con una suavidad que la hizo estremecer.
— No, pequeña, no necesitas pagar por los besos. Esos te los doy
gratis, te lo prometo.

Natalie se rio.
— Bueno, eso está genial. No sé si lo sabes, pero a la gente que no tiene
aviones privados y lugares de retiro en las tierras altas de Escocia realmente
les gusta llegar a acuerdos.

***
Mientras avanzaban por las sinuosas carreteras escocesas, Natalie se
dio cuenta de que se le cerraban los ojos,
— No quiero quedarme dormida, — se quejó. — Es la primera vez que
estoy en Escocia, quiero verlo todo.
— Créeme cuando te digo que he visto gran parte de Escocia y a no ser
que vayamos a través de los parques nacionales, todo se parece mucho a esto.
Cierra los ojos, duerme un poco. Te prometo que no vas a perderte mucho.
Podría haber protestado, pero la mano de Patrick la alcanzó,

presionando su espalda contra la sedosa suavidad del asiento de cuero.


— De acuerdo. Despiertame si pasa algo interesante.
— Te doy mi palabra de honor de que lo haré, — dijo solemnemente.
***
Natalie se dio cuenta de que debía estar más cansada de lo que creía. Se
sentía como si hubiera cerrado los ojos solo un momento, pero cuando el
coche empezó a ir más despacio se dió cuenta de que el sol estaba bastante
más bajo en el cielo y de que habian llegado a un lugar que era bastante

diferente del desordenado entorno suburbano que habían estado recorriendo


antes.
— ¿Dónde estamos? — preguntó, mirando los densos árboles retorcidos
y la desolada tierra que había entre ellos. Suponía que otra persona podia

haber sugerido que el paisaje era siniestro, pero a sus ojos había algo
desesperadamente bello en él, en la soledad. Le hacía pensar un poco en
Patrick y le miró fijamente.
— Estamos solo a veinte minuros de la propiedad de la que te hablé, —
dijo él, con una suave sonrisa. Esta tierra pertenece a esa casa. Estamos muy
cerca del Parque Nacional de Cairgorms.
—Cairgorms...— Natalie paladeó las estrañas palabras
cuidadosamente, sintiendo lo extrañas que se le hacían. — Todo es precioso.
— Siempre me ha gustado mucho — dijo Patrick, con la voz

extrañamente tranquila. — Cuando era un poco más joven, este era un lugar al
que venía cuando quería escapar de todo. En aquel momento, era un poco más
primitivo, un poco más salvaje. Cuando quería relajarme, enviaba algo de
material y trabajaba en hacer el lugar un poco más habitable. Supongo que he
hecho algunos progresos.
Natalie sospechaba que Patrick era un hombre con un gran don para los
sobreentendidos. Cuando llegaron a la propiedad de la que él había hablado
con tanto cariño, supo que era cierto.

— Oh, Patrick, — dijo suavemente, saliendo del coche y él la siguió


con una sonrisa, las manos metidas profundamente en los bolsillos. — Es
asombroso.
El edificio en algún momento había sido la casa del guarda, le dijo, el

lugar en el que vivían los guardas que vigilaban el castillo. En tiempos de paz,
podia ser un simple hogar familiar, pero en tiempos de disturbios o conflictos,
también podia servir de alojamiento a un grupo de soldados. La casa del
guarda estaba construida solidamente, con piedra y madera y aunque había
elegantes rejas de hierro en las ventanas, las propias ventanas estaban hechas
de un elegante cristal con parteluz.
Más allá de la casa del guarda, mientras oscurecía, Natalie pudo ver las
ruinas del castillo que había mencionado Patrick.
— Un poco espeluznante, — confesó ella. — ¿Crees que está

encantado?
Patrick se puso detrás de ella, envolviéndola con sus brazos. Pensó que
a lo mejor le tomaba el pelo por su pregunta, pero en lugar de eso descansó la
barbilla sobre su cabeza.
— Es muy probable, — dijo él, con una ligero indicio de humor en su
voz. — Aunque si quieres fantasmas, te diría que deberíamos habernos
quedado en Irlanda. Irlanda está más encantada, ya sabes; hay un fantasma o un
duende a la vuelta de cada esquina.

— ¿Un pollo en cada cazuela y una banshee para cada familia? —


sugirió ella, y él la apretó ligeramente con una suave risa.
— Ahora lo vas pillando. Ven dentro. Quiero dejar el generador
encendido y luego te enseñaré los alrededores.

Ella observó como Patrick le devolvía la vida a la casa


competentemente. Una vez que la electricidad estuvo en marcha y todo
funcionaba, la casa del guarda era una asombrosa casa rústica.
Era una habitación grande con un medio desván encima. La habitación
de abajo estaba lujosamente decorada, tenía una cocina completea y sala de
estar, una enorme chimenea que ocupaba casi toda la pared trasera. Una
escalera curva conducía al piso de arriba y, cuando Natalie subió deprisa a
verlo, encontró una cama que parecía más grande incluso que una cama de
matrimonio extragrande. Al verla, se ruborizó y volvió a bajar corriendo las

escaleras.
Hasta que llegó a la planta baja no se dio cuenta de que Patrick la estaba
mirando con una expresión ligeramente precavida en la cara.
— ¿Cuál es el problema? — preguntó ella, alarmada. — ¿He tocado
algo que se suponía que no debía tocar?
Él sonrió un poco, sacudiendo la cabeza, pero todavía había una especie
de muro levantado entre ellos.
— ¿Te gusta? — preguntó él. — ¿Crees que es demasiado sencillo para

un multimillonario?
Natalie inclinó la cabeza hacia un lado, mirándole con curiosidad.
— Bueno, puesto que no soy multimillonaria, no sabría decirte, — dijo
ella, prácticamente. — Pero sí, quizá es un poco sencillo. — Ella no supo qué

era lo que Patrick iba a decir a continuación, porque giró sobre sus talones. —
Sin embargo, creo que tengo justo lo necesario para mejorarlo.
Desconcertado, él la siguió de vuelta al exterior. Era el umbral de la
primavera, cuando todavía el aire está muy frío, pero ya había un montón de
resistentes flores silvestres floreciendo. Ella había visto algunas doradas muy
hermosas en unas zanjas cercanas y mientras recorría la tierra boscosa que
llegaba hasta la casa del guarda, vió un montón de matorrales de flores de un
morado grisáceo que desprendían color por sus desafiantes puntas.
— Aquí, eéchame una mano.

Ella cortó los tallos de las flores con su práctico cuchillo de bolsillo,
pasándole montones a un sorprendido Patrick. Natalie no cogió muchas flores
de cada arbusto, pero en poco tiempo, Patrick estaba sujetando una brazada de
flores que ella creía que le darían un brillo agradable a la casa.
— Oh, bien, alguien ha dejado un lote completo de tarros en el armario.
— Realmente no tengo ni idea de donde han salido, —dijo Patrick,
sorprendido, y Natalie sonrió.
— Entonces diré que es un regalo de la casa para nosotros. Esta es una

buena regla que puedes aprender de mi, supongo. Aveces, la magia


simplemente sucede.
Puso agua fría en los tarros y empezó a llenarlos con flores, racimos de
dorado y violeta que después esparció por toda la casa. En poco tiempo,

terminó y miró a su alrededor con sarisfacción.


— Ya está, problema resuelto, — declaró. — Antes estaba un poco
soso, pero ahora está encantador.
Empezó a dirigirse a Patrick para bromear con él sobre dejarla decorar
antes siquiera de pasar la noche, pero entonces él la atrajo bruscamente a sus
brazos, besándola profundamente en los labios y dejándola sin aliento.
— ¡Oh! — dijo ella, sorprendida. — ¿Y esto a que se debe?
— A que tú eres tú, y eso es, en sí mismo, magia, — dijo él.
Capítulo Doce

— Sé que dije que me encargaría de la cena para nosotros, pero parece


que me has sacado del camino marcado, — dijo Natalie después de un paseo
por el bosque. Patrick le había dicho que era mejor explorar las ruinas a plena

luz del día, pero había mucho que ver en el bosque. — O sea, supongo que
podría ver si el ciervo que hemos visto está interesado en vendernos unos
kebabs o algo así.
Patrick se encogió de hombros.
— Eso no me preocupa, — dijo él, almacenando madera para el fuego.
— Hay comida en la nevera. Esta mañana mandé aviso a las personas que
cuidan la casa para que se aseguraran de que el lugar estaba bien provisto.
Parpadeando de la sorpresa, Natalie fue hasta la nevera.

— Oh, mi…— comenzó ella. La nevera era enorme y estaba totalmente


llena, como le había prometico. — He cambiado de opinion, esto es perfecto,
— dijo. — Prepararé algo de cena, ¿qué te parece?
Patrick le dirigió una mirada recelosa por encima del hombro.
—Recuerdo que la semana pasada en el trabajo me dijiste que a veces
echas chile en una bolsa de patatas fritas y lo llamas comida. ¿Cómo de
preocupado deberría estar?
— Primero, los tacos ambulantes son una delicia en algunas partes del
mundo y, segundo, eso es lo que hago cuando solo puedo comprar comida en

una gasolinera. Esto es diferente. Confia en mi. Haré que nos alimentemos. Tú
solo enciende el fuego.
Patrick le lanzó otra mirada suspicaz, pero ella ya esstaba sacando
ingredienes de la nevera. No podia dejar de estar contenta por todas las cosas

que tenía para trabajar. En el pasado, había conseguido preparar comidas con
mucho menos y, ciertamente, con esto iba a ser capaz de alimentarlos muy
bien.
Decidió que “sencillo pero sabroso” encajaría en las circunstancias de
su viaje, y al final del día, la mayor parte de las cosas están deliciosas
aliñadas con aceite de oliva y hierbas y después asadas. Sacó medio pollo del
congelador y encontró un surtido de tubérculos: zanahorias, remolachas y
patatas. Mezcló los vegetales con aceite de oliva y varias cucharadas de
hierbas italianas de un pequeño tarro y puso el pollo encima después de

frotarlo con la misma mezcla. Cuando lo metió en el horno, volvió a la nevera,


buscando algo que hacer de postre. No estaba segura de que pudiera hacer
algo de pastelería, pero la nevera estaab llena de hermosas frutas, así que
simplemente la cortó en un bol, la roció con azúcar y el zumo de una lima y lo
volvió a meter en la nevera.
— Te dije que nos mantendría alimentados, — dijo ella triunfal, y
Patrick la sonrió un poco.
— Eres bastante hogareña, —dijo él. — No me lo esperaba después de

oirte hablar de tu amor por los viajes.


Natalie se sentó en la rustica mesa de la cocina, programando la alarma
de su teléfono para recordar cuando tenía que sacar las cosas del horno.
— Hace mucho tiempo me dijeron que la mejor razón para viajar era

encontrar tu hogar, — dijo ella. — Supongo que una de las cosas que he
conseguido yendo por mi cuenta es que, cuando quiera que lo encuentre, seré
capaz de cocinar y cuidar de las cosas bastante bien. Mi madre trabajaba un
montón cuando yo estaba creciendo, así que si quería buena comida tenía que
hacérmela yo. Éramos demasiado pobres, incluso para los platos preparados y
esas cosas, así que aprendí a cocinar cualquier cosa que nos dieran en los
bancos de alimentos.
Patrick se sentó cerca de ella y de manera natural y distraida, le cogió la
mano. Ella se estremeció un poco mientras él dibujaba patrones invisibles en

su palma y se recostó un poco contra él. El fuego estaba bajo en ese momento,
pero estaba calentando bien la casa. El calor que desprendía Patrick era
insuperable, sin embargo, y se acurrucó más cerca.
—Mi madre no cocinaba, — dijo pensativamente Patrick. — Era de una
familia acomodada que incluso tuvieron un título, hace tiempo. Su familia no
sabía muy bien como encajar con mi padre, que había construido él mismo
gran parte de su fortuna. Sin embargo, él fue capaz de cuidarla bien y creo que
fueron felices.

A Natalie le pareció un poco como una novela de otra época. Podía


imaginarse una mujer alta con los ojos brillantes de Patrick, encantada por un
hombre con el físico y la fuerza de Patrick. Estaba contenta de que hubieran
podido ser felices un tiempo, al menos.

— Así que, ¿aprendiste a cocinar por tu cuenta? — preguntó ella y él se


rio un poco.
— Pequeña, sé como como hacer carne a la parrilla porque un
compañero de piso me enseñó en la universidad, y sé como cocer un huevo
porque me parece rídiculo que un hombre no sepa hacerlo. Aparte de eso, soy
muy dependiente de los restaurantes en cualquier ciudad en la que esté. Verte
cocinar es un poco como magia. Nunca había estado con una mujer que hubiera
hecho eso antes.
Ella lo miró un poco severamente.

— Realmente espero que eso no quiera decir que esperas que las
mujeres cocinen para ti.
— No, no me has entendido. No espero que nadie que esté conmigo
cocine. Cocinar se hace en los restaurantes. Lo que has hecho es agradable.
— Bueno, esperemos a ver qué pasa cuando salga del horno, — dijo
ella, y Patrick se rio.
Ella controló bien el tiempo y su comida salió del horno tierna y
deliciosa. Después, la ensalada de fruta tenía el punto justo de dulzor.

Saciados, descansaron frente al fuego.


— Es tan tranquilo, — murmuró ella, sin querer alterar la tranquilidad
hablando más alto. —Nunca me doy cuenta de lo ruidosa que es la ciudad
hasta que salgo de ella, pero aún me sorprende cada vez.

— Esa es una de las razones por las que vengo a este lugar, una de las
razones por las que quiero ponerlo bonito. Aquí puedo estar solo con mis
pensamientos.
Natalie pensó un momento sobre ello.
— Sin embargo ahora mismo no estás solo, — señaló ella. — Estoy
aqui contigo.
— Ah, pero estoy solo contigo y eso es una buena cosa también.
Sabía que él iba a inclinarse y besarla, y ella se inclinó hacia el beso
ansiosamente. Este era diferente de los que habían compartido antes. Este era

lento y ligeramente cansado después de un día muy completo. La besó


cuidadosamente, pero había una gentileza en él, una sensación de que el mundo
acababa en su puerta, y que no había necesidad en absoluta de ir más allá.
Antes, cuando habían hecho el amor, había habido urgencia. Natalie
podia decir ahora que habían estado hambrientos el uno del otro prácticamente
desde el momento en el que pusieron los ojos en el otro. Ella no dudaba de
que alcanzarían ese pico frenético otroa vez, pero ahora mismo,
inmediatamente satisfechos, podían explorar lentamente, aprendiendo las

particularidades del cuerpo del otro, sus ritmos y armonías.


Después de asegurar el gran fuego para que durara toda la noche,
Patrick la condujo escaleras arriba hasta la enorme cama. La única luz de la
casa venía del fuego de la parte inferior y en la tenue luz roja y dorada,

Natalie pensó que podían haber estado en cualquier lugar, en cualquier


momento. Los amantes a lo largo de toda la historia se han mirado el uno al
otro de esa manera y sintió como un profundo retumbar de tambores en su
interior que la hizo estar extrañamente conectada al mundo y a su lugar en él.
— Natalie, ahora voy a desnudarte, — dijo Patrick y había una especie
de aspereza en su voz que le hizo contener el aliento.
— Sí, — dijo ella, y cuando intentó ayudarle a que le quitara la ropa, él
le sujetó las manos quietas.
— No, déjame. Quiero sentirte. Quiero conocerte.

Para ser un hombre tan grande, era extraordinariamente hábil. Deslizó el


vestido por sus hombros y después, simplemente se la quedó mirando en ropa
interior. Cuando ella quiso cruzar los brazos por delante para esconderse, él
se los sujetó suavemente.
— No quiero que nunca escondas nada de mi, —murmuró él. — Ni
ahora, ni nunca. Eres demasiado guapa para escondete de mis ojos, pequeña.
Estremeciéndose, ella hizo lo que había dicho y él retiró lentamente de
su cuerpo la ropa interior, dejándola de pie desnuda delante de él.

Ella creyó que podría morir de anticipación antes de que él empezara a


tocarle. Él se puso de pie tras ella y después solo pasó la mano por sus
costados, haciéndola suspirar un poco.
— ¿Tienes cosquillas?

— Normalmente no.
— Bien.
Él deslizó las manos por sus costados y más abajo por su vientre antes
de deslizarlas por sus muslos. Por donde él la tocaba, dejaba rastos de fuego y
no paso mucho tiempo hasta que ella empezó a tragarse sus suaves gemidos.
— ¿Te hace sentir bien? — preguntó él, y ella se estremeció por la
sensación de sus labios tan cerca de su oreja. Su susurro envió una corriente
argentina a través de ella y se recostó contra él.
— Deberías saber que sí, —dijo Natalie y Patrick se rió un poco.

— Simplemente, assume que no sé nada a no ser que me lo cuentes, —


dijo él.
— ¿Qué quieres decir?
— Quiero decir que quiero que me digas lo que quieres.
Ella jadeó cuando sus manos descansaron en sus caderas, atrayéndola
hacia atrás de forma que pudo sentir su erección contra su trasero.
— No creo que haya hecho eso antes con nadie enteriormente, —
murmuró ella.

— Entonces lo vas a hacer por primera vez conmigo, —dijo él


firmemente, y si hubiera podido, ella habría enterrado la cara entre ls manos.
— Dime que quieres, preciosa, — dijo él, y había un cierto tono de
orden en su voz.

— Yo… quiero que me toques, consiguió decir ella.


Él apretó suavemente sus caderas y plantó un beso en el costado de su
cuello.
— Eso no es lo bastante bueno, pequeña, —dijo él, provocándola. — Si
no me lo explicas mejor, pararé. ¿Es eso lo que quieres?
— ¡No! — gritó ella, sorprendida. —No, ¡no quiero que pares! Yo… yo
quiero…
— ¿Dónde quieres que te toque?
— ¡Por todas partes!

Natalie gritó mientras él le daba un ligero azote en el trasero, que


sonaba mucho pero no dolía nada.
— ¿Quieres que me haga mis propias ideas de dónde querrías que te
tocara? — murmuró él, y ella pudo sentir una corriente de oscuridad en su voz.
— ¿Quieres dejarlo todo en mis manos, querida?
— Sí y no, — confesó ella y él se rio.
— Al menos es una respuesta muy sincera, — dijo él y Natalie pudo oir
la sonrisa en su voz. — Te preguntaré de nuevo. ¿Dónde quieres que te

acaricie?
— Yo…¿yo quiero que me acaricies los pechos? — Le salió como una
pregunta, no porque estuviera insegura sino porque nunca había hablado de sus
deseos en voz alta de esta forma. — Pero, ummm, no toqueteándolos, más…

¿suavemente, podría ser?


Él la recompensó con un beso en la sensible zona donde el cuello se une
con el hombro. El beso envió temblores por todo el cuerpo.
— Gracias, pequeña, es un comienzo excelente.
¿Comienzo? se preguntó, pero entonces las manos de él subieron para
recoger sus pesados pechos. Los apretó con la máxima suavidad, y después
empezó a pasar los dedos por la sensible piel, haciendo gemir a Natalie. La
estaba hacienda jadear con una ligera, apenas existente caricia. Su caricia
provocaba escalofríos hacia arriba y hacia abajo de su columna vertebral y

entonces él empezó a tironear suavemente de sus pezones, se sintió


extrañamente indefensa mientras se endurecían y dolían pidiendo más. Todo el
tiempo, él estaba susurrando en su oído palabras suaves, palabras que
bordeaban lo obsceno, palabras que despertaban algo dentro de ella y la
hacían desearlo incluso más.
— Eso es, preciosa, eso es, mi chica preciosa, — estaba diciendo. —
¿Tienes idea de lo que haces cuanto estás así? ¿Sabes lo mucho que te deseo,
lo mucho que ansio tocarte?

Ella podía haberle dejado tocar sus pechos durante horas, pero cuando
él se apretó de nuevo contra ella desde atrás, supo que quería más.
– ¿Sí, pequeña? ¿Qué más necesitas?
— Mis… ¿mis muslos?

— Oh, buena chica…


En lugar de dejarla quedarse de pie en el centro de la habitación, él
simplemente la empujo hacia la cama, rodando sobre su vientre. Cuando
intentó girar la cabeza para mirarle, él pasó los dedos por su pelo,
manteniéndola quieta.
— No, mantén los ojos apartados, — dijo él. — No tienes que
preocuarte de lo que voy a hacer ahora. Todo lo que tienes que hacer es
disfrutar de lo que estás sintiendo, ¿de acuerdo?
Ella gimió su consentimiento porque estaba flotando por encima de todo

en ese momento. Ella le habría dejado hacer todo lo que quisiera en ese
instante, y tal vez eso debería haberle creado una mayor preocupación, pero
confiaba en él y quería el placer que le había prometido.
Le pasó las manos desde la cintura hasta detrás de las rodillas. Fue una
caricia ligera al principio, que la hizo estremecer, pero después él empezó a
apretar, masajeando sus músculos con sus manos grandes y fuertes.
—Puedo sentir aquí lo fuerte que eres, — canturreó él. — Tanta presión,
tantos kilómetros que has andado.

Él se inclinó a besar sus muslos y ella jadeó al notar los puntos


calientes que iba dejando, besando a su paso hasta el inicio de sus caderas,
sus muslos, incluso el punto de cosquillas que tenía justo detrás de la rodilla.
— Me encanta saborearte, — ronroneó él mientras presionaba su rodilla

entre las de ella, abriéndole las piernas.


Ella se arqueó contra la cama, porque estaba segura de que la iba a
tomar en ese momento, pero en lugar se eso sus manos pasaron a lo largo de la
cara interma de sus muslos parando junto antes de su cálida humedad.
— ¿Y ahora que debería hacer? — preguntó, y ella jadeó, diciéndole
que era un sádico y un montruo. Todas sus débiles palabras solo le hicieron
reir, pasando sus uás por encima de la sensible piel que había bajo sus manos.
— Bueno, puede que sea todas esas cosas y más, pero si no me dices lo que
quieres, tú eres la culpable, ¿o no?

Ella podría haber dicho algo, pero él ya estaba doblándose para


depositar cálidos besos a lo largo de su espalda. Nunca hubiera pensado que
su espalda fuera tan sensible, pero aquí y ahora, cuando no podía alcanzar a
Patrick para acercarle más o para empujar sus manos hacia los lugares
doloridos en los que deseaba que la tocara, realmente lo era. Sus besos
subiendo y bajando por su columna hicieron que se le pusiera la carne de
gallina por todo el cuerpo, haciendo que su necesidad creciera más y más
hasta que estuvo prácticamente sollozando.

— Vamos, pequeña. ¿Qué quieres? ¿Qué quieres que te haga? Dilo o


continuaré haciendo lo que me apetezca.
— Por favor, —consiguió decir ella. —Por favor, entre mis piernas…
Patrick, por favor, no pares.

Él se rió entre dientes y por el temblor que recorrió su cuerpo, aún


vestido, ella se dió cuenta de que estaba tan afectado como ellla. Sin embargo,
parecía tener una voluntad de hierro. Mientras simplemente deslizaba una
mano hacia abajo por su espalda y por encima de su trasero, solo ronronéo de
placer ante sus escalofríos.
Patrick la levantó sobre sus rodillas, poniéndole una mano en el hombre
para mantener sus pechos apretados contra la cama. La postura la dejaba
ridiculamente expuesta, pero ahora mismo estaba tan ardiendo por la
necesidad que no le importaba. Lo único importante era que él le diera la

satisfacción que ansiaba, que él la tocara.


— Eso es, una chica preciosa, — murmuró él. — Eres perfecta, mírate.
Él subió una mano por su muslo, separándole incluso más las rodillas.
Ella se dio cuenta de que él estaba haciendo sitio para acariciarla y depués
deslizó la punta de un dedo con seguridad a lo largo de su hendidura,
encontrándola ya mojada.
— Oh, sé que puedes estar más preparada que esto, People Magazine
— dijo él y empezó a empujar un dedo profundamente en su interior, sintiendo

lo tenssa que estaba, como temblaba de necesidad.


— Quédate justo aqui, — le dijo él al oido. — No te gustará lo que va a
pasar si no lo haces.
— ¿Qué pasará si no lo hago? — jadeó ella, y él soltó una risita.

— Bueno, entonces pararé.


No pudo pronunciar otras palabras que hicieran que ella se quedara más
quieta, y las necesitaba. De otra forma, podría haberse apartado cuando él se
acostó detrás de ella, deslizándose de manera que su cabeza reposaba en la
cama entre las piernas de ella. Ella hizo un ruido como un graznido cuando él
tomó sus caderas en sus manos de nuevo y después presionó hacia abajo para
que se encontrara con su boca.
Por un momento, Natalie se quedó impresionada por la intimidad de su
caricia, por lo poderosa que era para sentarse a horcajadas encima de él de

esa forma y darle el acceso más íntimo a su cuerpo. Se sentía poderosamente


vulnerable, incluso sentía miedo. Si él le hubiera dicho lo que planeaba hacer,
ella podia haber puesto reparos. Pero en ese momento, su cuerpo se negaba a
dejarla elegir.
Patrick empezó por lamerla a lo largo de su hendidura, largas y lentas
caricias que hacían crecer su necesidad. Justo cuando ella se estaba calmando
con esto, sin embargo, él llegó más arriba y empezó a acariciarle el cítoris con
la lengua. Esta vez las sensaciones eran tan potentes que ella empezó a

apartarse, pero sus fuertes manos la mantuvieron justo donde él quería que
estuviera.
— ¡Oh Patrick, por favor!
Él se apartó lo justo para soltar una carcajada sin aliento.

— No hay nadie más en kilómetros, pequeña, grita todo lo que quieras.


Créeme, voy a parar cuando yo esté listo y ni un momento antes,
La idea de que esto era todo para las necesidades y deseos de Patrick
era poderosa. Ella se dejaba llevar por el poder de su deseo. No tenía
elección. Era inmensamente liberador y ella pudo oir como sus propios gritos
cada vez eran más y más altos, mientras él la acariciaba con fuerza con la
lengua y los labios.
Sus caderas se estaban moviendo, su cuerpo estaba cubierto de un ligero
brillo de sudor y todo lo que podia hacer ella era cabalgar en las sensaciones

que estaban estallando a través de ella. En algún momento, Patrick consiguió


presionar su mano contra la carne de ella y sus fuertes dedos se deslizaron
hacia dentro y hacia fuera de su entrada. Ella podia sentir su carne cerrándose
sobre él, pero sabía con una desesperación que era casi demasiado poderosa
para ser real, que eso no sería suficiente.
Este era el hombre al que ella deseaba y no podía soportar la idea de
llegar al clímax de esta forma, cuando él todavía estaba insatisfecho.
— Te quiero a ti, te quiero a ti, — lloriqueó ella, incapaz de vocalizar

nada más, pero él parecía entenderla. Sin embargo, esa comprensión no le


trajo ningún alivio. En lugar de eso, él solo dobló sus esfuerzos, produciendo
un profundo escalofrío a lo largo de su cuerpo. Ella trató desesperadamente de
luchar contra las sensaciones que le estaba regalando. Se mantuvo quieta y

giró los ojos, fuertemente cerrados, pero las sensaciones continuaban llegando
y pronto Natalie estaba gritando tan alto como nunca antes lo habia hecho.
Estaba sollozando de necesidad, necesitándole, pero entonces fue
cuando ella dio un paso más alládel borde del precipicio. Su orgasmo le pasó
por encima con una absoluta falta de misericordia. No importaba si él estaba
con ella o no. Todo lo que importaba era el alivio que fluyó por encima de
ella, haciéndola estallar en un espectáculo de fuegos artificiales antes de
dejarla volver atrás.
Sentía su cuerpo entero como si hubiera estado corriendo una larga y

dura carrera y ahora pudiera relajarse finalmente. Sus músculos se aflojaron y


ella se habría desplomdo hacia un lado si Patrick no se hubiera apartado hacia
atrás y la hubiera sujetado hacia arriba. Con una especie de asombro
embotado, ella se dió cuenta de que él seguía estando duro y ahora se había
desabrochado los pantalones, así que su miembro completamente erecto había
quedado al descubierto.
— ¿Crees que ya hemos acabado, pequeña? — preguntó él, su voz solo
un poco amenazante. — Todavía no, todavía no.

Durante un momento, ella estuvo segura de que no iba a ser capaz de


soportarlo. Se sentía sensible, casi dolorida después de la potencia de su
orgasmo. Seguramente algo más no le produciría más que incomodidad, si no
abiertamente dolor. Entonces sintió la punta de su virilidad deslizándose a lo

largo de su hendidura, despertando de nuevo sus nervios y el deseo volvió a


ella casi tan fuerte como antes.
— Dios, mira que preparada estás, — murmuró Patrick. — Mira que
hermosa estás cuando tienes esta necesidad.
Ella enterró la cara en la almohada, sonrojándose ante sus palabras,
pero entonces su mano se enganchó en su pelo en la parte de atrás de su
cabeza.
—No te atrevas a sentirte avergonzada de algo tan bello, algo tan bueno,
— ronroneó él. —Estoy orgulloso de ti, orgulloso de tu hermoso cuerpo y de

tu espíritu, y no debes sentirte avergonzada.


Ella no pudo hacer otra cosa que gemir, pero él no soltó el pelo de su
agarre. En lugar de eso, con la mano libre, guió su miembro hacia su entrada.
Ella se estremeció por lo largo y lo grueso que era. Le necesitaba dentro de
ella, pero también sabía que la iba a estirar como había ocurrido antes.
—Aqui estamos, querida. Aguanta quieta y haré que esto sea bueno para
ti…
Él la sujetó brutalmente quieta con la mano envuelta en su pelo negro y

después empezó a entrar en ella desde detrás. La sensación de ser estirada era
sorprendente. No había dolor después de la preparación que habían hecho y
ella jadeó con placer cuando él estuvo totalmente dentro de ella.
— ¿Puedes soportarlo? — preguntó él, con la voz gruesa. En ese

momento, ella supo que si le decía que se apartara, él lo haría. Estaba


escuchando. Estaba listo para detenerse para no hacerla daño, y sí, eso hacía
que le deseara más.
—Lo quiero y te quiero a ti, — gimoteó ella y entonces fue casi como si
algo audible se rompier adentro de Patrick.
Con una mano en su pelo y la otra en su redondeda cadera, él comenzó a
empujar en su interior. No había ni rastro de la reflexión o el control de antes.
Esta vez era simplemente montarla, llenarla todo el camino antes de apartarse
para hacerlo de nuevo. Sus movimientos llegaban justo a la frontera de la

violencia, pero había algo en Natalie que lo ansiaba. Ella quería que él
estuviera tan fuera de control que no pudiera parar. Necesitaba que él la
llenara y le llevo un momento darse cuenta de que se lo estaba diciendo. Las
palabras que habían salido de sus labios eran sorpresndentes, seguramente no
podia ser ella la que le dijera que necesitaba más, que lo quería dentro de ella,
que le necesitaba.
Estaba jadeando a causa del palacer y de la intensidad de todo ello.
Podia sentir el calor profundamente en su interior, como si se abrasara. No iba

a alcanzar su propio climax de nuevo, pero eso era bastante menos importante
que lo que estaba sucediendo aquí, el fuego y el calor y el placer de estar con
este hombre. Se sentía como si estuviera atrapada en una tormenta. Natalie
agarró dos enormes puñados de la sábana por debajo de ella, afiánzandose

para que Patrick pudiera entrar en ella aún más plenamente. Sentía como si su
cuerpo estuviera siendo atravesado por electricidad, y sólo quería más.
Patrick había renunciado a las palabras. Ahora todo lo que podía oír era
un gemido torturado que sacudía su cuerpo y que la excitó de una forma que no
podia describir. Era sencillamente primitivo, sencillamente masculino. La
estaba reclamando. Sabía que le iba a dejar marcas en la cadera, pero no le
importaba.
Finalmente, empujó profundamente una última vez en su interior,
estremeciéndose como un semental al final de una carrera. Podía sentir como

se derramaba dentro de ella, un sentimiento primitivo que la inundó con una


sensación de profunda satisfacción.
Durante un largo instante, se quedó inmóvil con el placer fluyendo a
través de él, y luego salió de ella. Ella había estado tanto tiempo apoyada en
las rodillas y los codos que estaba un poco rígida, pero después la hizo rodar
sobre su costado.
— ¡Oh, Dios mío! — se las arregló para decir, y Patrick se rió.
— ¿Así de bueno? — preguntó, y ella consiguió reunir la energía

necesaria para girarse hacia él con una mirada fulminante.


— ¿Estás buscando cumplidos? Sabes que eres asombroso. No
necesitas que te lo diga.
La sonrisa que él le dedicó fue sorprendentemente juvenil, haciendo que

quisiera sonreirle de vuelta.


— Bueno, que estés diciendo que soy asombroso es un buen comienzo.
Pero a uno siempre le gusta saber si las cosas van bien o si tiene que mejorar.
— Ay, Dios, si mejoras un poco más creo que podrías matarme, — dijo
ella sonriendo. — Sí. Sí. Estuviste asombroso. Fue…
— Fue asombroso para mi contigo, — dijo él suavemente, yendo a
descansar cerca de ella. — Eres…— Patrick buscó las palabras, y a ella le
resultó muy extraño que un hombre que había sido tan hablador durante el acto
ahora estuviera perdido. — Eres quizá la mujer más maravillosa con la que

nunca he estado. Nunca había sido así con nadie más.


Ella se sintió extrañamente conmovida por su confesión. Se agachó para
cogerle la mano y él la tomó, agradecido.
— Nunca he conocido a nadie como tú, Natalie, y aunque sé que
nuestros caminos son muy distintos… gracias por compartir el tuyo conmigo al
menos durante un breve tiempo.
A Natalie le dolió algo en su interior ante la idea de solo estar con
Patrick durante un breve tiempo. Ella había sabido en su corazón que era un

compromiso limitado. Se sentiría atrapada por su espíritu viajero, él se daría


cuenta de que no era lo suficientemente desafiante para él o algo así, y
entonces todo habría terminado. Eran de dos mundos diferentes, y ella lo
aceptaba.

— De nada, — dijo ella, e intentó mostrarle a través de los besos que le


dio lo mucho que significaba para ella. Tras su deleite, se dio cuenta de que
Patrick todavía estaba vestido de la cintura para arriba. — Quítate eso, —
susurró ella, tirando de sus ropas y con una risita, Patrick se levantó para
hacer lo que ella le dijo.
— Cosita mandona, — le dijo cariñosamente, volviendo a la cama con
ella.
Natalie no se preocupó de la diversión que había en su voz mientras se
acurrucaba cerca de él, la cabeza recostada en su pecho. De algún modo,

cuando él estaba desnudo parecía incluso más alto y ella se sentía absurda y
maravillosamente protegida y segura.
— ¿Por qué me siento tan bien contigo? — se preguntó somnolienta, y él
hizo un sonido que se sentía como un ronrroneó bajo su oído.
— Porque encajamos, pequeña, — dijo él. — Porque, al menos cuando
se trata de esto, estamos hechos el uno para el otro.
Natalie supo que algo sobre esa afirmación debería haberle hecho saltar
alarmas en su cabeza, pero justo entonces, todo se sentía bien. En el cansancio

de después de hacer el amor, no había nada que quisiera, nada que pudiera
asustarla o molestarla. Por el momento, todo estaba bien.
Capítulo Trece

En algún momento en torno a la aurora, Natalie se despertó. Estaba sola


bajo la manta que cubría la cama, y ella se dio cuenta de que la había remetido
a su alrededor mientras estaba dormida. Procedente de la parte de abajo de la

casa, pudo oler a café haciéndose y después de un momento de meditación,


ella se levantó de la cama.
En el aire había una ligera sensación de frío, pero sus ropas estaban
cerca. Estaba agradecida porque Patrick había pensado en que le enviaran sus
ropas antes de que se fueran de viaje a Escocia. Ahora ella podía ponerse el
camisón por la cabeza, dejándolo caer en pliegues sueltos alrededor de sus
caderas. Todavía sentía frío, pero al menos no estaba completamente desnuda.
Natalie bajó las escaleras cuidadosamente, y detrás de ella oyó a

Patrick hacer un sonido como un aullido.


— Eso es una cosa agradable de ver por la mañana, — dijo él, y cuando
tuvo sus pies a nivel del suelo otra vez, le sonrió.
— ¿Es lo bastante agradable como para conseguir un poco de ese café
que estás haciendo? — preguntó ella y él sacó un par de tazas de cerámica de
los armarios.
—El café es algo que al menos puedo hacer, aunque no es tan
impresionante como tu pollo de anoche, — dijo. — Sin embargo, iba a

llevártelo cuando hubieras dormido bastante.

Natalie se sintió conmovida por este simple gento amable. Ningún otro
hombre con el que ella hubiera estado era la mitad de cortés. Miró
desconcertada como preparaba los cafés, oscuro con una gota de crema para
él, con crema y miel para ella.

— Sabes como tomo el café, — dijo Natalie sorprendida y él le dirigió


una mirada cómplice.
— Puse atención cuando tomamos café en el trabajo, — dijo él. — Me
fijé en como pedías el tuyo.
Ella enrojeció, escondiendo la cara inclinándola para sorber su café.
Estaba preparado muy fuerte y muy caliente, pero a ella le gustaba. Se sentó a
la mesa, dejando que la bebida la calentara. Patrick y ella cayeron en un
amigable silencio mientras sorbían el café juntos. No había necesidad de
charlar. Simplemente había una paz que encontraron juntos y algo en ello hizo

que Natalie se sintiera maravillosamente tierna.


Miró a través de sus ojos medio cerrados como Patrick paseaba con su
café, finalmente llegando a pararse en el enorme ventanal que miraba hacia las
ruinas. Estaba tan quieto que podia haber sido un soldado del rey de una época
remota, aparentando mirar por encima de las ruinas de lo que una vez fue suyo.
Natalie se terminó el café y fue a rodearle con sus brazos desde atrás.
Había un lugar entre sus omoplatos que era perfecto para su mejilla.
—Gracias por traerme aquí, — dijo ella en voz baja. — Es hermoso.

Me encanta estar aqui contigo.


Él hizo ese sonido como un ronroneo de nuevo y una gran mano bajó
para tocar las suyas.
— Gracias por venir conmigo, — dijo él. — Nunca he tenido una

excusa para volver a esta propiedad a pesar de todo el trabajo que he puesto
en ella. Quizá más tarde hoy, te aburriré con mis proyectos de reforma
favoritos, tanto los que hice por mi mismo como los que se completaron
decadas o, en algunos casos, siglos atrás.
Había algo reticente en la forma en la que hablaba. Ella podia decir que
la casa del guarda era importante para él, pero hablaba como si fuera algo que
no era posible que le interesara. Natalie podia no haber estado interesada en
la antigua arquitectura escocesa por si misma, pero si alguien que a ella le
gustaba mucho estaba interesado en ello, ella seguramente haría un esfuerzo.

Y si alguien a quien amara estaba interesado en ello…


La palabra la golpeó con la fuerza de un vendaval, e incluso aunque lo
pensara, sabía que era cierto. De alguna manera, se había enamorado de este
hombre imposible y generoso; que era dramáticamente diferente de ella, que
vivía su vida en perpendicular a como ella vivía la suya.
— ¿Natalie? ¿Estás bien?
Una vez más, él parecía sentir sus estados de humor. Se dio la vuelta
para mirarla, dejando a un lado su taza de café. Natalie levantó la mirada

hacia sus ojos azules, y supo que la epifanía era real.


— Te quiero, — dijo ella simplemente, y ella vio que su mirada
cambiaba a una de sorpresa.
— Yo…no sé que decir.

Fue un poco hiriente, pero ella no estaba sorprendida. Le había dejado


caer una de las mayores revelaciones que una persona puede hacerle a otra y
no le culpaba por estar sorprendido.
— No tienes que decir nada, — dijo ella, manteniendo la ligereza en su
voz. —Mira, sé que todo el mundo tiene toda clase de expectativas en torno a
esa palabra. Lo sé. Hay un viejo dicho que dice que las mujeres lo dicen para
atrapar a los hombres en el matrimonio y que los hombres lo usan para atrapar
a las mujeres en el sexo. Es feo, pero debe tener al menos algo de verdad en
ello porque he oido que pasa en demasiadas ocasiones. Créeme cuando te digo

que no estoy intentando atraparte en ningún sitio. Te lo prometo. No estoy


intentando hacer que hagas algo, o que no hagas algo, que tú no quieras. Te
quiero mucho, y no importa donde acabemos, creo que siempre te querré.
Ella le sonrió, porque le quería de verdad. Después de todo, ¿donde
estaba el perjuicio de amar a alguien sin complicaciones, sin ataduras y sin
promesas?
Natalie se aupó para pasarle los brazos alrededor del cuello y él se
inclinó para besarla. El beso quizá fue más solemne que los que habían

compartido anteriormente, pero había un retumbar de placer y pasión bajo él.


— Gracias, — dijo Patrick cuando se apartaron. — Estoy seguro de que
nunca he recibido un regalo mejor.
Ella le sonrió, pero una pequeña parte de ella se preguntaba si él sentía

algo similar; si habría algún tipo de esperanza para ellos en el futuro.


***
Patrick metió las manos profundamente en los bolsillos y observó a
Natalie corretear por as ruinas. Eran seguras, lo había declarado un equipo
entero de geólogos, peroo había algo enervante en observar a la joven
Americana trepar por un montón de piedras que una vez habían formado parte
de la pared exterior.
— Por el amor de Dios, ten cuidado, — gritó él. — No quiero tener que
evacuarte en helicóptero si calculas mal…

Ella le dirigió una brillante sonrisa que nunca fallaba a la hora de


dejarle sin aliento. Era como ver salir el sol después de una tormenta, hermoso
y brillante.
— No te preocupes por mi, Adair, — dijo ella riendo. — Estoy
acostumbrada a hacer esto. íigueme si puedes.
Él sonrió, pero no tenía absolutamente ningún interés en saltar las pilas
de piedras grises a no ser que hubiera una absoluta necesidad de hacerlo. Le
gustaba pensar que era demasiado sensato para eso, pero entonces, ¿qué estaba

haciendo en Escocia con una mujer que era, con mucho, demasiado joven para
él?
Patrick tenía que admitir que no era solo la edad. Había conocido
muchas mujeres que tenían veintitantos años, dormido con algunas de ellas y

podían ser tan cínicas y estar tan cansdas del mundo como las mujeres de su
mimsa edad. Algunas de ellas le hacían el juego por su dinero, otras
simplemente tenían curiosidad por saber si era tan bueno como decían los
rumores.
Al final del día, sin embargo, él nunca había visto nada especial en una
mujer a causa de su edad, y los hombres que afirmaban eso tendían a ser del
tipo que él consideraba desagradables o sospechosos.
Patrick estaba empezando a darse cuenta de que no importaba qué edad
tuviera Natalie. Podría tener cincuenta años, y todavía habría oportunidades

para que trepara muros de piedra, tratando de urgirle para que fuera tras ella.
Siempre miraría a su alredor con esa clase de maravilla y siempre brillaría
como un penique recién descubierto.
Y estaba enamorada de él.
Las palabras le habían golpeado con la fuerza de un martillo golpeando
una uña. Cuando ella se lo dijo, su corazón comenzó a latir más rápidamente,
como en reconocimiento. Y que ella lo hubiera hecho le había dado las
palabras para decir en voz alta lo que sabía desde hacía algún tiempo.

Había una razón para que su corazón se sintiera más ligero cuando la
veía. Había una razón por la que él escuchaba para oir sus pasos en el pasillo,
y por la que a veces, cuando no podia dormir, el mejor antídoto fuera bajar de
puntillas la escalera de la casa de Dublín hasta la biblioteca y acompasar su

respiración con la de ella.


Cuando la llevó a casa con él, podía haber supuesto la la peor decisión
que hubiera tomado. Ella había terminado con su paz, pero le había llevado
alegría. La vida se había llenado de color desde que ella había llegado y, a
veces, en sus peores momentos, Patrick solo podia ver un futuro en el que ella
se hubiera ido.
Amor.
Sería un mentiroso si dijera que nunca se le había ocurrido. No estaba
seguro de si que creía en él antes de conocer a Natalie.

El problema era, pensaba, siguiendo su progreso alrededor de la base


del castillo, que el amor significaba dos cosas diferentes para ellos. Para ella,
era un río que centelleaba brillante y rápido como si viajara de aqui a allí.
Para él, era una casa que uno construye con otra persona, algo estable y solido,
un lugar donde vivir.
Natalie era una chica salvaje. Teniendo en cuenta su corazón nómada,
¿ella podría estar realmente en Dublín con él? Podría intentarlo, pero sería
similar a forzar a un pájaro a vivir en una jaula. Se le rompería el corazón, sin

importar lo bonita que él pudiera hacer la jaula y Patrick era lo bastante


inteligente para saber que, con el tiempo, el suyo también se rompería.
De repente, ella salió de entre las ruinas más adelante. Había una
pequeña construcción exterior en el castillo que estaba prácticamente intacta y

Natalie apareció en la ventana del segundo piso.


— Esto es tan maravilloso, — le llamó desde arriba. — ¡Estas piedras
se sacaron de la tierra hace siglos y aún están aquí!
— Y tú podrías desaparecer de la tierra en un instante si te caes y te
rompes el cuello, —dijo Patrick, advirtiéndola. — Ten cuidado allí arriba.
— Voy a tener cuidado, — respondió ella, sacando las piernas para que
colgaran por encima del borde de la ventana. — Solo quiero sentarme un
momento y preguntarme como era la vida para otras mujeres que vieron el
mundo y el cielo desde esta ventana. Sus vidas debieron ser muy diferentes de

las nuestras, pero creo que debieron sentir las mismas cosas. Debieron amar,
debieron luchar, debieron odiar. Las mismas cosas.
— Lee tus libros de historia, — dijo Patrick con brusquedad. — La vida
era desagradable, tosca y corta. Todo lo demás es un cuento de hadas.
Ella le sonrió, impertérrita ante su irascible respuesta.
— Me gusta pensar que hubo un poco de magia y un poco de amor para
ellos, incluso entonces. Después de todo, también eran humanos.
Empezó a levantarse de su asiento, pero algunas de las piedras debían

haberse desplazado bajo ella. Chillando y agitando brazos y piernas, se cayó


de la ventana y Patrick se apresuró a ir hacia delante, con la mente en blanco a
causa del pánico.
Oh, Dios, voy a ver morir a la mujer que amo…

Las palabras eran la única cosa clara en su cabeza, pero entonces ella
cayó en sus brazos tan cuidadosmente como si lo hubieran ensayado. Le
temblaba todo el cuerpo, aferrada a él y, por un momento, se sintió como si
nunca fuera a dejarle ir.
Después, levantó la mirada hacia él, con la cara ligeramente pálida pero
los ojos negros brillantes.
—La gente es asombrosa. Tú eres asombroso, — susurró ella, y durante
un momento, las palabras que habían aparecido en su mente casi salen de su
boca. Había estado a punto de perderla, y en ese momento, todo lo que quería

hacer era decirle que la quería, que nunca debía hacer algo como eso de
nuevo.
En cambio, Patrick se inclinó y la besó, un beso hambriento que le llenó
de necesidad. La adrenalina estaba empezando a retirarse de su organismo y
en su retirada, dejaba una creciente necesidad por la mujer que estaba en sus
brazos.
— ¿Estás bien? — preguntó, y ella movió la cabeza para asentir. Aún
había algo de confusión puesto que él no la puso en el suelo, en cambio, se

dirigió al abrigo de las ruinosas paredes, aún llevándola en brazos.


— Patrick, te he dicho que estoy bien, — dijo ella, confundida. — Estoy
bien, te lo aseguro, no tengo un solo rasguño gracias a ti.
Él se rió amenazadoramente y pudo oir su escalofrío, y como se

agarraba a él un poco más fuerte.


— Creo que las chicas que creen que son demasiado listas para caerse
necesitan una buena lección para que aprendan, — gruñó, y ella se retorció en
sus brazos. Él sabía que era demasiado fuerte para ella, y cuando ella llegó a
la misma conclusion, contuvo el aliento. Sus ojos eran profundos y oscuros
como la tinta cuando levantó la mirada hacia él, y después él la estaba
tumbando al resguardo de las antiguas piedras.
—¿Una lección? — murmuró, y él sonrió, echándose sobre ella, sus
cuerpos enredados como un par de guantes en la fría hierba.

—Una que tardarás en olvidar, — murmuró él, besándola profundamente


en la boca.
Capítulo Catorce

Pocas semanas después, Natalie se sentía como si la vida se hubiera


convertido en una extraña y dorada época. Había empezando a trabajar cuando
tenía catorce años, justo un año antes de que su madre muriera y su edad adulta

comenzara del todo. Nunca había tenido mucho tiempo para estar ociosa y si
tenía que ser sincera consigo misma, siempre había pensado que se aburriría.
Ahora, aunque habían hablado de trabajo y Patrick había tenido algunas
reuniones por teléfono, estaba casi perfectamente ociosa, pero fascinada con
todo lo que se cruzaba en su camino.
Ella y Patrick pasaban el tiempo juntos, haciendo el amor, durmiendo,
vagando y haciendo cualquier otra cosa que se cruzara en su camino y
despertara su interés.

La pequeña casa del guarda en Escocia había llegado a representar una


especie de oasis del resto del mundo; un lugar donde estaba protegida y le
permitían jugar y amar y reír exactamente como a ella le gustaba. Nunca había
pensado mucho sobre el concepto “hogar”, pero ahora tenía uno, y estaba en
una aislada casa cerca de las ruinas de un castillo en Escocia.
Se preguntaba si pasar tanto tiempo con Patrick iba a desgastarla, pero
por algún motivo no lo hizo. Estaban tan bien juntos hablando como lo estaban
en silencio, y tan bien viajando juntos como haciendo el amor. Había una

especie de paz que les acompañaba y una pequeña parte de ella se preguntaba

cuánto tiempo podría disfrutarlo. Cuánto tiempo podría durar.


A Natalie le gustaba pensar que era realista, incluso siendo tan joven.
Sabía que esto no podía durar, y que finalmente Patrick volvería al trabajo y
ella tendría que continuar. Era inevitable. Como lo sería el dolor de estar

alejada de él.
En los momentos de tranquilidad, Natalie se preguntaba si debería irse,
cortar las cosas antes de que dieran más frutos. Pensaba en situaciones
hipotéticas en las que podría decirle que se iba, maneras en las que ella
pudiera hacerlo más fácil para ambos, pero su mente retrocedía. Llegaba como
mucho a imaginar la respuesta de él antes de tener que dejarlo.
Llegará demasiado pronto, en cualquier caso, pensaba. No hay
necesidad de acelerar las cosas, ¿verdad?
Incluso aunque ella sabía que esto iba a terminar, Patrick nunca parecía

pensar en ello. Hacía el amor con ella, comía la comida que ella cocinaba y la
llevaba al pequeño pueblo cercano cuando ella ansiaba algo diferente. Fue a
caminar por el lago helado que estaba cerca con ella, y un día, después de un
poco de persuasión, consiguió que él trepara a uno de los montones de piedras
de las ruinas con ella.
Natalie tuvo que sacar de su mente la idea de que este tiempo dorado
iba a terminar más de una vez, y lentamente, fue causando daño. Podía sentir
como iba quedándose extrañamente delgada y estirada, un poco más distraída

y un poco más mordaz. Se preguntó si Patrick lo notaba, y un día, casi tres


semanas después de su llegada a Escocia, obtuvo respuesta.
— Creo que necesitas volver un tiempo a la civilización, — murmuró y
ella le sonrió en la tenue luz. Patrick se apoyó sobre un codo, mirándola

tiernamente mientras ella estaba echada en la cama. Alargó la mano para


tocarle, pasando los dedos por la pelusilla de su mandíbula. Aquí en Escocia,
dejaba crecer su barba unos pocos días cada vez, mientras que en Dublín
siempre iba bien afeitado.
— ¿Tú crees? — pregutó y el asintió.
— Nos pasa a los mejores. Escucha tengo que hacer un viaje en uno o
dos días, a Nueva York. Ven conmigo, vemos algunos espéctaculos, vas de
compras y disfruta slas vistas. Esto ha sido asombroso, pero me pregunto si no
te estarás sintiendo un poco encerrada.

— Realmente, me podría estar pasando, — admitió ella. — ¿Y a ti?


Él se encogió de hombros.
— Yo estoy cómodo en cualquier sitio donde pueda trabajar, pero sí,
volver a una ciudad probablemente podría ser una buena udea, al menos por un
tiempo. Dicen que los cambios son buenos.
Esto la hizo preguntarse por un momento por qué había elegido llevarla
a este pequeño pedazo de paraíso en Escocia. Allí había algo más que estaba
provocando a su cerebro, pero no podia aferrarse a ello. Lo dejó pasar y se

giro hacia él, su sonrisa menos sincera que antes, pero aún así bastante real.
— Eso suena genial, hagámoslo, — dijo y él sonrió.
***
Natalie había vivido una vez en Nueva York durante seis meses, y en

aquel momento, cansada, pobre, hambrienta y agotada, pensó que no era


diferente de cualquier otra gran ciudad. Yendo del brazo de Patrick, sin
embargo, conducida en La Guardia directamente desde el jet privado
directamente a la limusina negra, tuvo que admitir que la ciudad parecía
diferente.
— Dios mío, es demasiado, — dijo Natalie, mirando los rascacielos
desde detrás del cristal tintado. — Solo continuan pasando y pasando.
— Es gracioso oir eso de una experimentada viajera por el mundo,
pequeña, — dijo, con una nota burlona en su voz. — Habría pensado que

estarías ansiosa por volver a estar en medio de toda esta vida. Me pregunto si
la vida de campo te estaría agotando la paciencia.
— Bueno, definitivamente me siento como si pudiera coger algo de
comida en la calle mientras pueda, — dijo ella, — pero la mayor parte de mi
echa de menos la casa del guarda más de lo que pensé que lo haría. Aquí hay
un montón de ajetreo, pero había una clase de alegría que no estoy segura de
que vaya a encontrar en ningún otro lugar.
Cuando ella miró de nuevo a Patrick, había una expresión vagamente

distante en su cara, una que era ligeramente triste.


—Pequeña, me he estado preguntando ininterrumpidamente…
Ella podía sentir su corazón latir más rápido con temor ante sus suaves
palabras. No. Si él quería dejarla en Nueva York después de regalarle algunos

maravillosos días más, ella no quería oírlo. Ella no sabía como pararle, y
después se volvió hacia él de forma tensa.
Entonces el coche dio una enorme sacudida cuando se estrelló y paró
bruscamente. A su alrededor, los coches estallaron en una cacofonía de
bocinazos y gritos furiosos, y Natalie sintió que se relajaba con alivio.
— ¿Qué demonios ha sido eso? — preguntó Patrick.
— Parece que alguien se ha dado un golpecillo con un camion de
comida unos cinco coches por delante, — dijo Natalie mirando por la
ventanilla. — Oh, genial, el camión de comida tiene comida de varios países

metida en la masa de un bollo chino. Suena bastante bien, en realidad.


Patrick le dirigió una mirada recelosa.
— Por favor, no me digas que nos vas a meter en un accidente de tráfico
solo para que puedas probar algo de comida dudosa, — dijo, y ella le sonrió.
Si podía olvidar lo que estaba diciendo con tanta facilidad, ella no iba a
quejarse.
— Meternos no. Pero si debido al tráfico paramos cerca del camión de
comida, no habrá fuerza en el universo que pueda impidirme conseguir alguno

de esos bollos.
***
— Oh, eso fue un error, — gruñó Natalie, doblándose como una
pequeña pelota en la enorme cama del hotel. Patrick, vestido con un ajustado

traje para una reunión de tarde, parecía irritantemente bueno y saludable.


– Sinceramente diría que es tu justo castigo, pero ¿qué significa que yo
comiera más que tú y me sienta bien?
— Significa que estoy maldita, — gruño Natalie. — Sal sin mi.
— Ya me habís dicho que no estabas interesada en ir a la reunión, —
dijo pacientemente. — Quédarte quieta y si necesitas algo, llama a recepción,
¿de acuerdo? Ellos cuidarán de ti.
— Gracias, — Natalie suspió mientras otro breve destello de dolor
cruzaba su abdomen. Patrick la besó casi castamente en la parte superior de la

cabeza y después se fue, dejándola en una hermosa habitación de hotel en lo


alto de un asombroso hotel antiguo. Natalie se echó sobre su espalda
tapándose los ojos con un brazo, y por un breve instante, no pensó en nada en
absoluto.
Después se dio la vuelta para ver si había algo bueno en la televisión y
contuvo el aliento por lo sensibles que se le habían puesto los pechos.
Normalmente le dolían un poco en determinados momentos del mes, pero este
dolor era un poco diferente. Era más profundo que brillante, casi sensual, y sus

ojos se abrieron de par en par.


Ella trató de pensar en la última vez que había tenido el periodo, y las
campanas de alarma que habían empezado a repicar en su mente empezarán a
sonar más y más alto.

— ¡Oh, no puede ser! — exclamó en voz alta, pero incluso mientras lo


decía, sabía que había podido ser muchas veces. Después de la primera vez,
habían intentado ser conscientes del uso del condón, pero más de una vez, la
necesidad de ceder a su pasión inmediatamente era demasiado fuerte.
—De acuerdo, de acuerdo, — dijo para sí misma, sentándose. — No
puedo ceder al pánico. Necesito pensar en qué puedo hacer y qué necesito
aprender.
El primer paso era hacerse la prueba. Había una farmacia a la vuelta de
la esquina y, con las prisas, Natalie cogió un puñado de pruebas de la

estantería. El dependiente levantó una ceja ante ella, pero Natalie le ignoró a
causa de las prisas por volver a la habitación del hotel. Se sentía como si
tuviera la cara ardiendo, como si todo el mundo que podia verla pudiera saber
qué estaba haciendo. Su cerebro seguía congelado. Lo estaba haciendo todo
con el piloto automático.
Se hizo dos pruebas al mismo tiempo, y cuando lalínea apareció,
diciéndole que sus sospechas se confirmaban, se hizo otros dos. Fueron cuatro
pruebas las que le dijeron por qué se había estado sintiendo tan cansada y

extraña últimamente.
Oh, Dios mío. Estoy embarazada, pensó.
No estaba segura de cómo había empezado a caminar. Era consciente de
que estaba saliendo del hotel y hacia la acera, pero todo lo sentía como algo

distante. Era lo bastante consciente para seguir el ritmo del trádico y evitar
que los parachoques de los coches la golperan, pero poco más.
Su mente giraba a toda velocidad.
Un bebé.
Suyo y de Patrick.
Estaba creciendo un bebé dentro de ella, y se convertiría en madre. ¿Lo
sería? ¿Sería buena haciéndolo? ¿Sería la clase de madre que ella hubiera
deseado tener, o sería como las madres de algunos de sus amigos, amargas,
gritonas y crueles? Su propia madre lo había hecho lo mejor que había podido,

pero la pobreza la habia atrapado y Natalie er¡staba segura de que alguno de


sus jefes la habian visto más que su propia hija.
¿Y Patrick? ¿Qué diría de todo esto? ¿Se enfadaría con ella? ¿Querría
conservar al bebé y eso haría que quisiera quedarse con ella? El pensamiento
hacía que le dolía el corazón, la idea de estar con Patrick por el bien del bebé.
Eso sería terrible.
Se dirigió a Central Park. El enorme espacio verde en el corazón de la
ciudad era una comodidad, en cierta manera. Tenía lugares asombrosos, y

estaba lleno de gente que quería disfrutar del aire libre. Encontró un camino
sin pensarlo demasiado y empezó a caminar. La mayoría de los caminos eran
trayectorias circulares y su mente seguía los patrones que sus pies dibujaban.
Pensó en el bebé, pensó en Patrick, y a cada momento que pasaba, se sentía

más alterada y confundida. Lo único que podía hacer era poner un pie delante
del otro, avanzando con una especie de obstinada determinación.
¿Qué demonios iba a hacer?
***
Para Patrick, la primera pista de que algo iba mal llegó cuando no pudo
localizar a Natalie en su teléfono móvil. Le dejó un mensaje de voz,
asumiendo que estaba en la ducha. Entonces volvió a una habitación de hotel
vacía, pero no era como si él le hubiera dicho que se quedara allí; podia
vagabundear si le apetecía.

Se preguntó brevemente si se estaba enamorando de nuevo de su país


natal. Una vez, cuando estaban en Escocia, habló melancólicamente de Estados
Unidos. ¿Quizá este viaje haría que se inclinara la balanza?
Patrick desechó el pensamiento, encogiéndose de hombros. Incluso si
sucedía, no había ningún indicio de que estuviera ocurriendo ahora. Ella decía
que le amaba y él se agarró a ello.
Entonces entró en el baño y se sorprendió al ver la caja de carton en el
suelo. Lo recogió, leyó la etiqueta casi por accidente y sintió que se le helaba

la sangre. Las pruebas estaban tiradas en la papelera, pero no necesitaba


leerlas para imaginarse lo que estaba pasando. De repente todo tenía sentido,
necesitaba encontrar a Natalie.
Patrick respiró profundamente y empezó a hacer llamadas telefónicas.

***
El sol se estaba poniendo y la temperatura bajaba rápidamente. Natalie
tenía los pies doloridos y cruzaba los brazos alrededor de su cuerpo para
mantener el calor. De manera distante, deseó haberse abrigado más, pero era
casi fortuito. Su mente zumbaba tan fuerte con la información que tenía que
apenas podia pensar correctamente. Todo lo que podia hacer era continuar
caminando.
Las luces del parque se estaban encendiendo y sabía que podia ser
peligroso quedarse depsués del anochecer, pero se sentía atrapada, atascada.

Quiero a Patrick, pensó, el primer pensamiento claro que había tenido


en horas.
Natalie miró hacia arriba sobresaltada y se dio cuenta de que, en algún
momento, había entrado en una parte del parque que nunca había visto antes.
Los escalofríos le recorrieron la columna y de repente se sintió claramente
asustada, no solo por ella, sino también por el bebé que estaba en su interior.
Una mano fue a descansar sobre su vientre y ahora era real para ella de una
forma que nunca había sentido antes. Iba a tener un bebé. Iba a ser madre.

Una figura borrosa recorría el camino hacia ella y Natalie se preguntó si


debía correr. Se tensó, preparándose para luchar, para huir, para hacer
cualqueir cosa que la sacara de la situación, pero entonces vió que era un
agente de policía.

— ¿Es usted Natalie Rook? — dijo el hombre en cuanto estuvo lo


bastante cerca y ella se sorprendió tanto que se relajó, de pie allí mismo.
— Sí, señor –dijo, y él sonrió,
— Eso es bueno. Hay alguien que ha estado buscándola.
***
Esperaba confusion y quizá incluso enfado cuando volvió al hotel, pero
Natalie no había esperado esa ira glacial. Patrick levantó la mirada cuando el
policía la escoltó hasta la puerta. Estuvo educado, incluso generoso con el
hombre, ofreciéndo un billete de cien dólares al hombre que protestaba

mientras le acompañaba fuera.


Después se quedaron solos y Patrick se volvió hacía ella con una
mirada azul helada.
— ¿Qué demonios pensabas que estabas haciendo? — exigió y ella
retrocedió, a la defensivs, levantando la barbilla.
— No estaba haciendo nada que justificara que me trajera de vuelta la
policía, — dijo. — Me siento muy afortunada porque no han utilizaddo las
esposas…

Él la corto, sacudiendo la cabeza. Era como si hubiera una pared de


cristal entre ellos. Patrick no tenía que escucharla justo en ese momento, y se
estaba moviendo rápidamente.
— Prepárate para coger un vuelo, — dijo secamente. — Cualquier cosa

que no metas en la maleta, simplemente se queda aqui.


— ¿Coger un vuelo? ¿Por qué?
Él le dirigió una mirada inexpresiva.
— Porque he sido informado de que vas a tener un hijo mio, — dijo él,
— ¿o te gustaría abochornarnos a ambos negándolo?
Ella se le quedó mirando, sintiendo el calor de una ligera vergüenza en
sus mejillas.
— Yo… quería decírtelo. Iba a decirtelo, simplemente no podia
pensar…

— No pensabas, eso es absolutamente cierto, — dijo él violentamente.


Ella se encogió de dolor y, por un momento, parecía como si él fuera a decir
algo más. Después suspiró. — Es mi hijo al que llevas denro de ti.
Hablaremos más del tema en Dublín, pero solo en Dubín. No puedo hablar
contigo ahora mismo.
Hizo una pausa, y por un momento ella pensó que podría suavizarse, que
Patrick podría recordar la calidez que había entre ellos y ablandarse, pero su
mirada era de un azul helado otra vez.

— Muévete.
Capítulo Quince

El vuelo de vuelta a Dublin fue un suplicio o, al menos, podría haberlo


sido si hubiera estado despierta para ello. Tan pronto como estuvo en el avión,
Natalie se sintió extraordinariamente cansada. Ella no quería nada más que

acurrucarse contra Patrick, pero eso claramente no iba a pasar. En cambio, se


quedo dormida en el asiento frente al suyo mientras él trabajaba, manteniendo
conversaciones cortas con muchas personas diferentes.
Parecía que había cancelado muchos compromisos para volver a
Dubñin en ese momento, y algunas personas no estaban contentas.
Cuando ella lo mencionó, Patrick se encogió de hombros.
—Pueden estar contentos o no, ha dejado de preocuparme en absoluto.
Ahora mismo, solo hay una cosa importante para mi en la que pensar.

Él le dirigió una mirada fría y Natalie sintió una chispa de enfado


corriendo a través de ella.
— No puedes tratarme como a un criminal, — dijo. — Todo lo que hice
fue hacerme una prueba de embarazo y salir a dar un paseo.
— No, eso no fue todo lo que hiciste, — contraatacó él. — No le dijiste
a nadie que salías, con la cabeza en las nubes, como eres tan inclinada a hacer
y además, estás embarazada de poco tiempo, antes incluso de hablar con un
medico, decides vagabundear por una parte solitaria de la ciudad en la que

nunca has estado. El agente de policía me dijo por teléfono que te habían

encontrado en una zona en la que había habido dos atracos el año pasado,
Natalie.
— No lo sabia, — contestó ella calurosamente, pero él hizo un
movimiento para cortarla con la mano.

— Nada de lo que digas va a hacer que suene mejor, Natalie, — dijo


amargamente. — Sabía cuando te conocí que eras salvaje. Pensé que quizá
Escocia te habría amansado un poco, haciéndonos encajar un poco mejor, pero
puedo ver que estaba completamente equivocado.
— ¿Amansarme? — gritó Natalie. — ¿Cómo si fuera una especie de
pájaro o perro salvaje?
— Esperaría que un perro se mantuviera a mi lado mejor, —replicó él.
— Pero ahora cállate, tengo que hacer una llamada.
Se le pasó por la cabeza simplemente gritar y arruinar la llamada, pero

hubiera solo lo habría hecho por despecho. Elcansancio la estaba atrapando de


nuevo, y antes de que terminara la llamada de teléfono, estaba dormida de
nuevo.
Se despertó envuelt aen una manta, pero cuando miró a Patrick para
agradecerselo, le vio paseando por la cabina tras ella, con una mirada
desesperada en su rostro.
***
En Irlanda volvieron a la casa adosada y esta vez, a ella le asignó una

habitación propia en lugar de quedarse en su rincón en la biblioteca. La


habitación era agradable, incluso lujosa, pero lo único que significaba para
ella es que era una forma de enfatizar que había más paredes entre ella y
Patrick de las que habría habido de otra forma.

—Tienes que quedarte aqui, — le dijo la primera noche. Lo único que


le había faltado era mover el dedo delante de ella y le enseñó los dientes,
frustrada. —Si crees que te encontré rápido en Nueva York, donde apenas
conozco gente, deberías ver cómo de bien conozco a la policía de Dublín.
Ella entornó los ojos.
— ¿No puedes conservar a una mujer a tu lado? — dijo ella, con voz
oscura y burlona. — ¿Tienes que amenazar con encerrarme?
— A una mujer que tuviera un gramo de sentido común no haría falta
encerrarla, — replicó él y después se fue.

***
Dos días después, Patrick se sentó frente a ella con su oferta, si uno
podia llamarla así. En su estudio, él le pasó un trozo de papel con un número
tan alto que ella tuvo que parpadear.
—Esto es lo que recibirás por tu tiempo, — dijo él, distante. — Por
gestar al bebé y pasar su primer año criándole, sea niño o niña. Durante el
tiempo que estes embarazada o amamantando, recibirás una pequeña cantidad
de dinero, digamos, cinco mil al mes, y al final, recibirás el saldo.

— ¿Vas a decirme de qué va esto? — preguntó ella, enfadada y él se


quedó mirándola.
— Eres salvaje, — dijo. — Hay algo en ti que no puede amansarse y
eso está bien para una amante, pero es…— él luchaba con las palabras, —…

profundamente perturbador en una madre. Ese dinero remunera tu trabajo y


depués deharás al bebé conmigo, dónde él o ella podrá ser criado a salvo y sin
miedo.
— ¡Sin miedo! — escupió ella, pero él golpeó la mesa con la palma de
la mano tan fuerte como para hacerla saltar.
—¡Sí! ¡Sin miedo de que su madre pueda ser secuestrada por unos
criminales, o se caiga por una ventana o pasee por un parque peligroso de
noche! ¡Sin miedo de que su madre pueda dejar todo atrás para recorrer el
mundo durante años antes de volver!

— No lo haría, — dijo él debilmente, pero había algo demasiado de


verdad en ello.
— Acepta el trato, — la aconsejó él. — Es lo mejor que vas a obtener y
puede salvarnos del sufrimiento. A los tres.
***
Durante un día, lo aguantó. Natalie lloró en su habitación durante unas
horas, y después se echó en la cama, pensando en los términos del acuerdo.
Tal vez tenía razón, y ella era una influencia peligrosa. Tal vez tenía razón, y

traería dolor a cualquier niño que criara.


Entonces, la cabezonería instintiva de Natalie la hizo salir a flote, cogió
un papel y comenzó a escribir.
Mejor una madre salvaje que un padre que lo ve todo en tonos grises.

Mejor una vida nómada que una vida pasada en un único lugar, haciendo
las mismas cosas y sin pensar en nada más allá.
Hizo una pausa mordiéndose el labio, pero luego se encogió de
hombros.
Te quiero, y no quiero darle a nuestro hijo una vida como esa.
Entonces se fue.
***
En el aeropuerto, Natalie solo llevaba las ropas con las que llegó al
pais, su teléfono y su pasaporte. Tenía un billete de vuelta a Estados Unidos,

donde sería capaz de criar a su hijo en paz y, sñi, intentaria moderar su


impulsos más salvajes para mantener a su hijo a salvo. No pensaba en Patrick,
no pensaba en sus brazos rodeándola o en la forma en que su propio corazón le
gritaba que no se fuera.
Estaba tan concentrada en no pensar en él que apenas pudo oirle
gritando su nombre. Natalie vio primero moverse a la multitud y después se
giró, justo cuando él iba corriendo derecho hacia ella para tomarla en sus
brazos. Para su sorpresa, el cuerpo de él se estremecía como si hubiera

corrido una larga distancia.


— ¿Patrick?
— No te atrevas, — gruñó con la voz rota. — No te atrevas a dejarme,
no después de que me hayas dicho que me quieres y que vas a tener a mi bebé.

Te quiero. Te quiero mucho, mujer salvaje, y lo siento.


Ella podía sentir las lágrimas a punto de salir de sus ojos, pero se negó
a dejarlas caer. Sabía que, hablando racionalmente, debería dejarle ir, pero no
podia.
—Me llamaste cosas muy feas, — susurró ella, y él solo la sujetó con
más fuerza.
— Porque he sido tonto, — gruñó. — Me volví loco por el miedo y
ciego por mi propia estupidez. Después de que te fueras, leí tu nota, y me di
cuenta… Natalie, tienes razón. En todo. No sirvo para ser padre yo solo, te

necesitaría. Y después me di cuenta de que te necesito para todo. Mañana y


noche, Dublín y Nueva York y Pekín y en todas partes. Quédate conmigo.
Quédate conmigo y te juro que te haré lo más feliz que pueda.”
Ella le abrazé fuerte, sintiéndose como si su corazón fuera a estallar por
la alegría. Algo en su interior le dijo que todo iría bien, que todo sería
maravilloso, pero aún no.
— No, — dijo ella, y le sintió estremecerse como si le hubiera
atravesado una bala.

— ¿No?
— No. Te quiero. Te quiero a ti, y quiero casarme cotigo y que seas el
padre de nuestro futuro hijo, pero no me quedaré. Ven conmigo, en cambio.
Vamos. Ahora mismo. Te daré mi corazón, pero mi espiríritu creo que tendrás

que ganártelo.
La cara de Patrick cambió desde la confusion y el sufrimiento hasta la
comprensión. Miró el nombre del destino escrito sobre la la puerta de
embarque como si lo viera por por primera vez, y rió.
— De acuerdo entonces, pequeña, — dijo, con el amor impregnando
cada palabra. — Será San Diego. Nunca he estado, así que debería ser
interesante.
— Yo tampoco he estado nunca, pero estoy segura de que será
maravilloso, — dijo ella, y supo que no estaba hablando de la ciudad.
Epílogo

Cuatro años después, Natalie descansaba en la cubierta de la pequeña


embarcación con la que habían salido al azul perfecto del Mar Egeo. Su hija,
Tabitha, dormía la siesta con la mejilla apoyada en el muslo desnudo de

Natalie, que acariciaba suavemente el cabello de su hija.


—Ponte un poco de protector solar y ponle también a la niña, — dijo
Patrick, yendo a sentarse a su lado.
Viajar le sienta bien, pensó ella. Ahora podia presumir de un bronceado
saludable, llevaba un pantalón corto y nada más y estaba tan guapo que le
quitaba el aliento.
Mostrándose de acuerdo, le cogió el frasco de loción y untó
abundantemente loción fresca primero en la piel de Tabitha y después en ella

misma.
— ¿Cómo te sientes? — preguntó ella, y él sonrió.
— Bien. Todo este sol podría estar llegándome, aunque podría estar
echando un poco de menos a la triste Dublín, pero no tengo ningún deseo real
de regresar todavía.
— Bueno, quizá deberíamos, — dijo Natalie, y Patrick levantó una ceja.
— Deberíamos?
— Bueno, Tabitha nació en Dublín. Sería bonito que su hermano o
hermana naciera allí también.

Patrick la miró fijamente un momento y luego la abrazó con fuerza,


murmurando una mezcla de palabras de agradecimiento, alabanza y amor.
Natalie no sabía si él la había domesticado y si ella le había vuelto
salvaje. Todo lo que importaba era que se tenían el uno al otro y que su amor

había llegado a abarcar todo lo que eran.

FIN

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Capítulo Uno

Lily contuvo el aliento, sentada en los escalones. Sabía que la antigua


escalera crujiría al menor movimiento. En aquel momento, no podía permitirse
el lujo de que supieran que estaba escuchando. Su padre se enfadaría, y

probablemente la azotaría con el cinturón. Y Lily no quería que eso ocurriera.


Aún le dolían las posaderas del varapalo que había recibido la noche anterior
por haberse distraído y quemado la cena de su padre.
-Es lo único que puedo ofrecerte- le oyó decir.
Había otro hombre en la cocina. Tenía un aspecto aterrador. Era alto y
de hombros anchos, y su cabello era tan rubio que parecía blanco. Se apoyaba
sobre la mesa como un perezoso depredador. En su mano sostenía una navaja
que abría y cerraba sin cortarse.

-No sé si va a ser suficiente para cubrir la deuda, Ivan.- El hombre


miraba a su padre como si fuera un gusano. -Además, ¿qué clase de hombre
paga sus deudas de juego con una persona?
-Es buena chica- argumentó su padre. -Bastante guapa, y aún es virgen.
Eso tiene que valer algo.
Lily se estremeció. Su padre la quería usar como moneda de cambio.
Entrecerró los ojos y trató de mantener la calma. De ninguna manera iba a irse
con aquel extraño. Era una persona con derechos propios.

Con rodillas temblorosas, Lily se levantó y se atusó el vestido que había

heredado de una de una prima. Todas las pertenencias de Lily provenían de sus
numerosos primos Pasternak. Su madre llevaba diez años muerta, pero su
familia seguía intentando cuidar de Lily lo mejor que podía. A su padre no le
gustaba la caridad, pero los objetos de segunda mano no entraban en esa

categoría. Para él, no eran más que deshechos de otras personas puestos a
buen recaudo.
El vestido no le sentaba muy bien, ya que Lily era más alta que Katerina
Pasternak, pero al menos estaba limpio. Bajó las escaleras con los pies
descalzos y entró en la cocina. Apretando los puños, intentó reunir el valor
para defender su caso. No quería salir del hogar familiar para convertirse en
esclava de un extraño. Puede que su padre no fuera una persona agradable,
pero aquel era el único hogar que conocía.
-¿Qué estás haciendo aquí?- preguntó su padre en tono duro.

Lily observó su canosa barba roja y alborotado cabello. Ivan


Denisovich no era un hombre apuesto, pero su madre le había dicho que se
encargaba de ellas, y aquello era suficiente. Tras tomar una respiración
profunda, se preparó para hablar. -No quiero irme con este hombre, papá.
-¿No me digas?- Su padre rió descaradamente. -¿Y qué te hace pensar
que tienes elección?
Aquella pregunta la pilló por sorpresa. Todo el mundo debería tener
elección en cuestiones como aquella. -Tengo derechos.- Su voz sonó menos

firme de lo que le hubiese gustado.


-Tú no tienes nada- le espetó su padre. -Te comes mi comida y me
cuestas mucho dinero. Ahora vas a pagar por las molestias que me has
causado.

Lily sintió lágrimas en los ojos y se preguntó por qué. Había dejado de
llorar hacía tiempo. No servía de nada. De hecho, sospechaba que su padre
disfrutaba cuando le suplicaba que no la golpeara.
-Papá, por favor.
-¡Deja de llamarme papá!- rugió. -No soy tu padre.
Lily abrió la boca para hablar, pero la cerró de nuevo.
El hombre rubio parecía vagamente interesado. -Entonces, ¿de quién es
hija?
-Su madre estaba embarazada cuando nos casamos. El padre fue

asesinado en una redada en los muelles mientras trabajaba para tu padre.-


Hizo un gesto en dirección a Lily. -Y cuando María murió, me dejo al cuidado
de esta mocosa.
-No parece que la hayas cuidado muy bien.- El hombre rubio miró a
Lily de arriba a abajo. -¿Cuántos años tienes?
Ella levantó la barbilla y se obligó a no reaccionar ante la humillación.
-Diecinueve.
-Es bastante guapa- dijo. -Pero está muy flaca. Tendré que engordarla.

Levantó una mano y le agarró un pecho. Lily se quedó helada. El


contacto fue sumamente delicado. Nunca la habían tocado de aquella forma. A
veces, su padre intentaba manosearla, pero sólo cuando estaba borracho. Las
manos de Ivan no la tocaban de aquella manera.

Lily se sintió confundida. El pulgar del extraño le rozó un pezón. La


sensación hizo que se estremeciera por debajo del vientre. Aquella parte
traicionera de su cuerpo se hinchó ante su toque. Él trazó círculos sobre su
pezón a través de la delgada tela de su vestido. Su respuesta interna fue
aterradora. ¿Por qué reaccionaba de aquella forma?
El miedo se apoderó de Lily, que apartó la mano del extraño y se cruzó
de brazos. Su padre empezó a gritar, pero Lily estaba demasiado
desconcertada como para alejarse con suficiente rapidez.
La agarró con fuerza del brazo. Ella chilló de dolor y su mente regresó

al presente. Él la sacudió como a una muñeca de trapo. Sus dientes


castañetearon y pensó que el cerebro le iba a estallar en pedazos.
-¡Mala puta!- exclamó su padre.
Lily cerró los ojos hasta que su vientre se topó contra la mesa de la
cocina. Sabía lo que venía a continuación. No importaba. Era luchar contra
corriente. La sujetó por la espalda, inclinándola sobre la mesa, y levantó el
vestido.
-¡No, Papá!- suplicó. -¡No!

Otro hombre salió de entre las sombras. Lily pensó que veía doble.
Aquel hombre se encaró con su padre. –Ya basta.- dijo.
***
Nicolai observó la escena que se desarrollaba delante de él. Ivan le

estaba ignorando. No le importaba si la chica era o no hija suya. No le gustaba


la forma en que la estaba tratando. Ivan se la había ofrecido como pago de una
deuda contraída con los Pasternaks. Era obvio que la joven estaba siendo
maltratada. La parte posterior de sus piernas estaba cubierta de marcas.
-Para- ordenó Vladimir. -Abandona este ridículo comportamiento con
alguien que es un cuarto de tu tamaño. ¿Qué clase de hombre trata así a una
mujer? Sobre todo cuando se la acaba de ofrecer a otro hombre como pago.
Nicolai miró sorprendido a su hermano. Eran gemelos idénticos, pero
ahí terminaba toda similitud. Nicolai no entendía que a Vlad le preocupara el

destino de una mujer, pero parecía estar completamente involucrado. No había


nada más que hacer que esperar y ver cómo se desarrollaban los
acontecimientos, y hasta donde llegaba Vladimir. Nicolai se mordió la lengua
y observó en silencio.
Vladimir levantó una ceja cuando Ivan se dispuso a sacarse el cinturón.
Este se detuvo y soltó a Lily, que se derrumbó sobre el suelo respirando
entrecortadamente, pero sin llorar. Nicolai encontró aquello fascinante. Estaba
claro que Lily tenía miedo, pero no dio rienda a sus emociones. Teniendo en

cuenta las circunstancias, se quedó bastante impresionado.


Vladimir se puso en cuclillas y la miró a los ojos. -Me llamo Vladimir.
-¿Sois dos? ¿O veo doble?- Preguntó Lily en un murmullo.
Vladimir echó un vistazo por encima del hombro. -Este es mi hermano,

Nicolai. Ignóralo. Sólo viene a acompañarme.


-¿Para qué habéis venido?
-No te preocupes por eso. Vas a venir con nosotros. Ya no perteneces a
tu padre.
-No pertenezco a ningún hombre- replicó ella.
Nicolai sonrió. Tenía agallas. Dudaba que alguna mujer se atreviese a
hablar en aquel tono a Vladimir. Vlad parecía sorprendido, y tal vez un poco
molesto. No apreciaba aquel tipo de comportamiento.
Vladimir entrecerró los ojos. -En realidad, me perteneces a mí-

corrigió. Acercándose, la tomó por la barbilla y la obligó a mirarle. -¿Puedes


mantenerte a ti misma?
-Podría hacerlo- contestó ella.
-¿Tienes trabajo?
Intentó apartar la mirada, claramente avergonzada, pero Vlad no la soló.
-No.
-¿Tienes dinero para pagar el alquiler y comprar comida y ropa?
-No.

-¿Tienes familiares que te puedan ayudar?- Nicolai también parecía


interesado en aquel punto. Quería saber si tenía familia que se opusiese al
acuerdo entre los Pasternak y su padre.
-Mis primos Pasternak me acogerían- insistió.

Vladimir rió. -Tus primos me deben lealtad a mí y a mi hermano


Nicolai. Si les digo que eres de mi propiedad, te entregarían sin vacilar.
-¡No es justo!- Exclamó indignada. -Nadie puede ser dueño de otra
persona. ¡La esclavitud es ilegal!
-Ocurre todo el tiempo, cariño- dijo él despreocupadamente. -Y a partir
de ahora, tú eres mi esclava.
Nicolai vio cómo apretaba los dientes, pero no replicó. Perfecto.
Nicolai miró a Ivan. El adormecido borracho probablemente estaba
contemplando su próxima apuesta. Muy pronto volvería a tener deudas y su

padre enviaría a Vladimir para liquidarlas. Era una frustrante realidad.


-Papá,- susurró Lily. -¿no vas a decir nada?
-Hasta nunca- le espetó Ivan. Dijo algo más en ruso, pero fue
incomprensible para Nicolai.
Lily frunció los labios. Tenía lágrimas en los ojos, pero no perdió la
compostura. -Debería darte vergüenza, Ivan Denisovich- dijo. -Darle la
espalda a la única persona que ha cuidado de ti durante los últimos diez años.
Enderezó la espalda y abandonó la raída cocina como si fuera la hija

del zar en vez del vástago olvidado de un mafioso muerto. Nicolai la siguió,
esbozando una sonrisa. Vladimir estaba detrás de él. Nicolai casi podía sentir
la fascinación de su hermano. Aquello no era un buen augurio para las
perspectivas de futuro de Lily.

Nicolai tocó ligeramente el hombro de Lily y gesticuló hacia sus pies. -


¿No te vas a calzar?
-No tengo zapatos.
-¿Ni un par?
Ella se encogió de hombros. -Tengo unas chanclas para ir a la tienda.
Como soy de tu propiedad, supongo que eso también es tu problema.
-Si sigues actuando así, serás el problema de Nicolai- replicó Vlad. -
No tengo paciencia para el descaro.
Nicolai suspiró. Era un poco descarada, y él no se veía capaz de

reprimirla. No en aquel momento. Iba a necesitar todo el coraje que pudiese


reunir para soportar los próximos meses. Una vez instalada, la obligaría a
mostrar respeto. Pero, por el momento, no se iba a preocupar por detalles.
-Supongo que ahora eres responsabilidad mía - comentó Nicolai
abriendo la puerta trasera del coche de su hermano. Acababa de comenzar el
otoño, pero las noches ya eran frías. -Entra antes de que te congeles.
-¿Estás seguro?- Lily se asomó al interior del coche. -¿Y si lo mancho?
Vladimir lanzó un gruñido. Se le estaba acabando la paciencia. -Si no te

das prisa te voy a dar un azote en el trasero. Tengo cosas que hacer.
Ella lo miró, claramente sorprendida. Pero se metió en el coche sin
pronunciar otra palabra. Nicolai suspiró y se tomó un momento para recobrar
el aliento y formular un plan antes de meterse en el asiento delantero del

vehículo. Tenía que alejar a Lily de Vladimir.


Pero, primero, debía ganar su confianza. Aquello era primordial. Si
quería convertirla en un activo para el negocio, tendría que refinarla un poco.
Había sido golpeada y obligada a pasar hambre, y no era más que una airada
chica esquelética. En cualquier otro caso la hubiera considerado demasiado
débil. Pero de alguna forma, Lily tenía algo que la hacía ser más que una buena
perspectiva. Era misteriosa de una forma que no esperaba.
Vladimir se puso detrás del volante y la miró por el espejo retrovisor.
Nicolai sabía lo que estaba pensando. A su hermano le perdían los mechones

de cabello color miel que reposaban sobre la curva de los pechos de Lily. Sus
enormes ojos azules parecían apagados, pero lúcidos e inteligentes. Incluso
Nicolai pensaba que estaba para comérsela. Alejar a Lily de Vladimir
acababa de convertirse en la tarea más importante de Nicolai. Una vez fuera
de su vista, la olvidaría, y ella podría vivir su vida sin preocuparse de sus
siniestras intenciones.
Capítulo Dos

-¿A dónde vas?- Preguntó Nicolai en ruso a su hermano, cuando éste


tomó una curva cerrada.
Vladimir lo miró de soslayo. -Te llevo a casa.

-Tengo el coche en casa de padre- informó Nicolai. -De todas formas,


tenemos que informarle de la reunión con Ivan.
-No quiero que interfiera- le espetó Vladimir.
Nicolai hizo una mueca. -No. No quieres correr el riesgo de que se
oponga a lo que sea que tienes planeado para Lily.
Por el rabillo del ojo, Nicolai pudo ver a Lily estremecerse en el
asiento trasero. Estaban hablando en ruso, aunque era muy probable que ella
también lo hablara, lo que significaba que sabía que estaban debatiendo su

suerte.
-La quiero para mí- dijo Vladimir con rotundidad. -Ya está. Lo he dicho.
¿Es lo que querías oír?
-Me lo imaginaba.- Nicolai tenía que ir con cuidado. -Sólo estoy
diciendo que si no haces los trámites necesarios, habrá consecuencias.
Recuerda lo que sucedió la última vez.
-¡Siempre estás con lo mismo!- gruñó Vladimir.
Nicolai observó a su hermano. Eran gemelos. Lo que otorgaba una
percepción única del comportamiento y emociones de Vladimir, pero también

significaba que sabía que su hermano no estaba bien. De hecho, Vladimir


estaba como una cabra.
-¡Está bien!- Vlad hizo girar el coche en dirección opuesta y se dirigió a
casa de su padre, que era la sede del territorio Pasternak. -Vamos a hablar con

padre.
Unos minutos más tarde aparcaban delante de una casa palaciega.
Ambos hermanos salieron del coche. Nicolai ayudó a Lily a bajarse del
asiento trasero. Le dedicó una cálida sonrisa, queriendo tranquilizarla.
-¿Qué está pasando?- preguntó ella en voz baja.
-No estoy seguro- le dijo, con honestidad - pero haré todo lo que pueda
para protegerte.
-¿Por qué ibas a hacerlo?- Lily ladeó la cabeza.
Él suspiró. -Porque alguien lo tiene que hacer, Lily.

***
Lily tenía miedo. Aquellos hermanos eran como un polvorín a punto de
estallar. Por lo visto, el loco quería quedársela, y el amable, evitarlo. ¿Qué se
suponía que debía hacer?
Los siguió hasta los escalones de una enorme mansión. Había hombres
por todas partes. Remoloneaban en el porche, sin preocuparse de que sus
armas asomaran visiblemente por las fundas de sus costados. Una vez dentro,
vio más hombres en la cocina y otros cuantos en el pasillo.

Nicolai se dio la vuelta de repente e hizo un gesto en dirección a un


banco del vestíbulo. -Quiero que te sientes aquí, ¿de acuerdo? Estarás segura.
Nuestro padre es el jefe de los Pasternak, y hasta de tu familia. Mi hermano y
yo vamos a tener una pequeña charla con él y sabremos más sobre lo que va a

suceder.
-De acuerdo.- Lily tragó saliva.
Se encaramó en el borde del banco e intentó aparentar entereza. Estaba
cansada de que los demás dirigieran su destino. Sólo quería estar en un lugar
seguro donde pudiese dormir sin tener que mantener un ojo abierto. Un sitio
con comida y abrigo, y quizás alguien con quien hablar. La gente daba esas
cosas por sentado. Pero Lily no.
Se oyó un estrépito en la cocina seguido de unas risas masculinas. Quiso
asomar la cabeza por la esquina, pero se conformó con escuchar.

-¡Lo has roto!- gritó alguien. -Unas cuantas más y acabarás trabajando
en uno de los prostíbulos para pagar tus deudas.
Otro hombre soltó una carcajada. -¿Te lo imaginas en fila con las chicas
para ver si algún cliente lo elige?
-Ya sabes lo que les pasa a las mujeres en ese lugar- dijo el primer
hombre. -Se pasan media vida tumbadas de espaldas y nunca terminan de
pagar sus deudas. ¡El pobre Yakov se va a pasar allí el resto de su vida para
pagar un bol!

Lily se quedó helada, y una horrible sospecha comenzó a formarse en su


mente. Su padre la había vendido para pagar una deuda. ¿Tendría que trabajar
para ello?
***

Nicolai observaba furioso a su hermano mientras éste le relataba a su


padre un ridículo cuento sobre Lily. Pyotr Pasternak tenía unos sesenta años.
Era rollizo y calvo, con una alegre expresión que podía transformarse en
cólera y rencor en cuestión de segundos. Miraba al mayor de sus hijos como si
tuviera dos cabezas.
-La deuda de Ivan es conmigo- dijo Vladimir categóricamente. -Es mi
casino el que sufre las pérdidas cuando no paga. Por lo tanto, la mujer es mía
para hacer con ella lo que me dé la gana.
Nicolai resopló. -El casino pertenece al sindicato. Y si nos ponemos

técnicos, pertenece a nuestro padre.


-Gracias, Nicolai- dijo Pyotr en tono seco. -Aunque tu comentario me
parece interesado a la par que cortés.
-No voy a mentir- afirmó Nicolai. -Esta mujer tiene algo que hace que
un hombre quiera poseerla. Está escuálida y aún así consigue ser sexy.
-Y te la quieres llevar a la cama- rió Pyotr. -¡Que hijos más libidinosos!
Nicolai se encogió de hombros. -Claro que quiero llevármela a la cama.
Y también quiero ayudarla. Quiero ver en qué se convierte.

Su padre miró a Vlad. -¿Dices que está delgada y necesita aseo?


-Sí.- Vlad asintió con firmeza. -Se quedará en mi casa y la prepararé
para el burdel.
-No- Pyotr sacudió la cabeza. -Te conozco, Vladimir. La usarás hasta

que pierda la razón y no nos servirá para ninguno de los negocios.- Se rascó la
hirsuta barbilla. -Se la doy a Nicolai. Pero si no es capaz de pagar lo que debe
en menos de tres meses, serás el responsable de saldar la deuda.
-De acuerdo- accedió Nicolai de inmediato.
-¡No puedes hacer eso!- gritó Vladimir. -¡Es mía! Yo la vi primero.
Hice el trato con Ivan. ¡La mujer es mía!
-¿Te atreves a discutir conmigo?- Pyotr se acercó a sus hijos mirando
con furia a Vladimir, hasta que éste bajó la vista. -Puede que no sea capaz de
darte una paliza, pero tengo una legión de hombres que sí pueden. ¿Lo

entiendes, muchacho?
-Sí, padre- respondió Vladimir. -Lo entiendo perfectamente.
Nicolai vio cómo su hermano abandonaba la oficina a grandes zancadas.
Miró a su padre. -Vladimir no se va a rendir. Quería su juguete, y tú se lo has
quitado. Peor aún, me lo has dado a mí.
-Entonces será mejor que tengas un plan para protegerlo- dijo su padre
sombríamente. -Siempre hemos sabido que iba a pasar esto con tu hermano. Es
obstinado, pero sigue siendo mi hijo.

Nicolai inclinó la cabeza mostrando respeto a su padre y salió del


despacho.
Lily seguía sentada en el banco. Nicolai se acercó con precaución.
Aquello no iba a ser nada fácil de explicar.

***
Lily se alegró de ver regresar al hermano amable. Tal vez podría reunir
el coraje para exponer su caso. Tomó una respiración profunda y habló antes
de que cambiara de idea.
-No voy a ser prostituta- dijo rápidamente.
Nicolai levantó las cejas en señal de sorpresa. -¿Eso es lo que crees
que te va a pasar?
-He oído a los hombres de la cocina- explicó. -Estaban hablando sobre
cómo las mujeres pagan así sus deudas.

-Ah.- Se sentó en el banco junto a ella. Era muy entrañable, y su


lenguaje corporal nada amenazante. Le dedicó una sonrisa. -No tengo ninguna
intención de ponerte a trabajar en un burdel. Hay otras opciones. Ya veremos.
Mientras tanto, soy el responsable de que estés alimentada y bien cuidada.
Necesitas tiempo. Te proporcionaré un lugar para que lo tengas.
-¿Dónde?
-En mi casa- explicó él. -No te voy a pedir más de lo que estés
dispuesta a dar. ¿Entiendes?

-Eso creo.- Se sentía entusiasmada, y no entendía por qué. -Y, ¿qué


pasará después?
-No estoy seguro.- Se encogió de hombros y su encantadora sonrisa le
templó el corazón. Aquel hombre parecía auténtico, incluso cuando se

mostraba reservado. A Lily le gustaba aquello. Nicolai hizo un gesto en


dirección a la puerta. -Vámonos. Creo que empezaremos con ropa nueva y una
comida caliente. ¿No crees?
Ella apenas podía hablar del aturdimiento. Tras asentir con la cabeza,
Lily salió de la casa para comenzar lo que esperaba fuera una nueva vida.
Capítulo Tres

Lily miró alrededor de la boutique pensando que se le iban a salir los


ojos de las órbitas. Nunca había visto tantas cosas en una misma habitación.
Los colores eran increíbles. Toda su ropa había sido usada con anterioridad,

hasta que la tela estaba descolorida.


-Adelante- la animó Nicolai. -Encuentra algo. Puedes probarte todo lo
que te guste.
Lily se sentía avergonzada. La dependienta la observaba como si fuera
basura. Peor, sabía que la dependienta estaba en lo cierto. Lily llevaba un
vestido de algodón ligero varias tallas más pequeño. Iba descalza y llevaba el
cabello enmarañado. No se acordaba de la última vez que se había puesto
maquillaje o usado una lima de uñas. De vez en cuando, se las arreglaba para

adquirir esos artículos, pero, por lo general, su padre vigilaba todo lo que
compraba. Lily no había conocido otra vida. Y ahora sentía como si todo
estuviera cambiando.
No pudo evitar que sus ojos se posaran sobre Nicolai. Lo había tomado
por un cretino insensible por llevarse a una mujer como pago de una deuda.
Ahora empezaba a verlo como su salvador.
Deslizó las manos sobre un vestido con una tela particularmente suave.
Retiró la percha del colgador y buscó los probadores.

-¿Le gusta ese?- La dependienta pareció darse cuenta de que iba a ser

una gran venta. -Le puedo sacar otros de ese estilo. Aquí tiene, ¿por qué no
empieza con este y le traigo otras prendas?
-De acuerdo.- dijo Lily con incertidumbre. Por el rabillo del ojo vio
sonreír a Nicolai. Aquello le dio valor. -Es muy amable. Gracias.

La dependienta dirigió a Lily a un pequeño probador con un asiento y


dos espejos de cuerpo entero. Lily se encerró en el vestidor y se sacó el
vestido por la cabeza. Se quedó en estado de shock al verse en el espejo. Se le
notaban todas lo costillas. Apartó la mirada y tomó el vestido nuevo.
Sólo tardó unos segundos a ponerse aquella bonita prenda azul. Se
plantó ante su imagen y giró de un lado a otro. La mejora era espectacular. El
color resaltaba sus ojos y le confería un poco de vida a su pálida tez. Le
gustaba mucho.
-Aquí tiene algunos más.- La dependienta le pasó más atuendos por

encima de la puerta. -El caballero que la acompaña dice que también necesita
ropa interior y lencería.
-¿Eso dice?- Lily estaba asombrada. Había creído que Nicolai no
quería ser visto en público con una mujer tan mal vestida y descalza.
-Parece ansioso por que se lleve de todo.- El tono de la dependienta era
amable. -Siento mucho lo del incendio. Me ha dicho que lo ha perdido todo.
Lily se quedó desconcertada. -Sí. No me queda nada.- Fue un detalle
por parte de Nicolai inventar aquella historia para ocultar la verdadera razón

de sus embarazosas circunstancias. Tal vez quería evitar su propio bochorno. -


Gracias por su ayuda- dijo Lily rápidamente. -Me voy a probar estos.
Parecía que sólo habían pasado unos minutos, pero debían de haber
transcurrido horas. Lily se probó tantas cosas que muy pronto no supo cuál le

gustaba más, y comenzó a poner las prendas en dos montones - lo que le valía
y lo que no.
Había camisolas y camisones de sedoso satén, calcetines y medias de
seda, y zapatos con tanto tacón que temía no ser capaz de andar con ellos.
Blusas, faldas, vestidos, vaqueros, mallas, suéteres, y hasta camisetas
acabaron en sus respectivas pilas. Cuando terminó, oyó a la dependienta
hablando con Nicolai.
Lily abrió la puerta del vestidor y echó una mirada. Nicolai estaba junto
al mostrador, entregando su tarjeta de crédito a la mujer. ¿Habría elegido un

vestido para ella después de todo? Se sintió un poco decepcionada. Aunque


sería fantástico tener un vestido nuevo, le gustaría haberlo elegido ella misma.
La dependienta se acercó unos minutos más tarde con el primer vestido
que se había probado. -Aquí, tiene. Dice que se ponga este y que busque unos
zapatos adecuados.
-Sí, señora.- Lily tomó el vestido.
Dentro del probador, escogió un sostén y unas bragas con encajes y
lazos. Se puso todas las prendas y las remató con unas sandalias. Esperaba

que lo que había pagado Nicolai cubriera todos los gastos.


Lily salió del probador y se acercó a la parte delantera de la tienda. Se
sentía muy incómoda por toda la atención que estaba recibiendo. -Muchas
gracias- le dijo a Nicolai –por la ropa.

La dependienta sonrió a ambos. –Pondremos el resto en cajas y las


enviaremos a la dirección que me han dado. Llegarán esta misma tarde.
Nicolai hizo un guiño a la dependienta y ella se ruborizó. -Gracias.
Aquel guiño afectó de una forma extraña al estómago de Lily. Nunca
había sido posesiva con nadie, pero ver a Nicolai tratar de forma especial a la
dependienta, hizo que sintiera calor debajo del vestido. La sensación de ira
era incómoda. No tenía ningún derecho a sentirse así. Él no le pertenecía. Era
al revés. Y, por lo que ella sabía, tal vez poseyera a 50 mujeres más. Quizás la
gente le pagaba con mujeres todo el tiempo.

De repente, las palabras de la dependienta penetraron en la consciencia


de Lily. -Espere. ¿Ha dicho que va a enviar el resto de las cosas a casa de
Nicolai?- preguntó incrédula.
-Por supuesto.- La dependienta sonreía de oreja a oreja. -Todo lo que le
ha gustado lo ha comprado su apuesto acompañante.
***
Era obvio que Lily se había quedado sin habla ante aquella afirmación.
Nicolai intentó no reír. Suponía que para alguien acostumbrado a no tener

nada, la extravagante compra le parecía ridícula.


Nicolai pensaba distinto. Cualquier cosa que hiciera que Lily confiara
en él, merecía la pena. Quería que supiera que él no era como su hermano. Que
no debía tenerle miedo. Le tendió la mano y esperó pacientemente a que se la

tomara. Ella tenía una expresión confusa en el rostro, pero no tardó en posar
ligeramente los dedos sobre su mano. Su tacto era embriagador. Mentiría si no
reconociera lo mucho que la deseaba. Pero ya habría tiempo para aquello más
adelante.
-Venga, Lily- alentó. -Vamos a comer algo. No sé tú, pero yo estoy
muerto de hambre.
Dejaron atrás la tienda y a la dependienta, y se encaminaron hacia
donde habían dejado el coche. Nicolai sintió que estaba preparándose para
preguntarle algo. -No pasa nada por hacer preguntas,- le dijo suavemente. -

¿Quieres decir algo?


-No es una pregunta.- Su voz era un susurro. En la tenue luz del
atardecer, sus ojos parecían enormes y de un azul intenso. -Sólo quería darte
las gracias.
-Vas a tener mucho tiempo y muchas oportunidades de expresar tu
gratitud- le aseguró. De hecho, su polla ya se estaba poniendo dura con sólo
pensarlo.
Lily frunció ligeramente el ceño pensando en lo que le había dicho, pero

no tuvo mucho tiempo para reflexionar. La ayudó a entrar en el coche y se


sentó a su lado. Era hora de que probara la clase de vida a la que estaba
acostumbrado.
El comedor de Kalinka estaba abarrotado, pero no importaba. Nicolai

entró con Lily del brazo y la azafata se apresuró a darles la mejor mesa. Los
camareros llevaron les sirvieron vino y pan crujiente. Él vio cómo Lily
observaba el pan, pero parecía no querer tomarlo sin una invitación. La
respetó por eso.
-Por favor.- Levantó la panera y la colocó prácticamente delante de su
nariz. -Sírvete.
Con un aspecto casi avergonzado, Lily comenzó a dar pequeños
mordiscos a su trozo de pan. Nicolai casi esperaba verla lamer el diminuto
plato para asegurarse de que no se dejaba ni una miga. Le ofreció el pan de

nuevo, y ella aceptó. Aquel ritual le hizo preguntarse cuánto tiempo habría
pasado desde su última comida.
Tatiyana se acercó a la mesa pavoneándose. -¿Lo de costumbre, señor?
-Por supuesto- Nicolai miró a Lily. –Para dos.
Si Tatiyana se sorprendió, tuvo la decencia de no mostrarlo. Así como
de no reaccionar ante el hecho de que Nicolai Pasternak había llevado a una
mujer al restaurante. Normalmente, era Vladimir el que hacía desfilar toda una
retahíla de mujeres por el local. De hecho, en una ocasión, la propia Tatiyana

había acabado en su cama. Y una vez que se aburrió de ella, le consiguió un


trabajo en aquel restaurante. Tatiyana había sido una de las afortunadas. El
método de Vlad para deshacerse de una amante era colocarla en uno de sus
burdeles. Nicolai confiaba en poder conseguir un trabajo para Lily en uno de

sus restaurantes.
Lily miraba alrededor con ojos desorbitados, absorbiéndolo todo.
Nicolai podía ver el interés en su rostro. -Este local es de mi padre- le
informó, sorprendiéndose a sí mismo de su franqueza. -Es mi favorito de todos
nuestros restaurantes.
-Nunca había estado aquí.
Aquello no le sorprendió en absoluto. -¿Hablas ruso?
-Da.- Asintió, y continuó en un ruso perfecto. -Cuando mi madre estaba
viva, hablábamos en ruso.

-Muy bien.- Se alegró de no tener que enseñarle el idioma.


-¿Por qué?
-Porque yo soy ruso y prefiero hablar en mi idioma.- Siguieron
hablando en su lengua nativa.
-¿Qué voy a tener que hacer?- preguntó ella. -¿Por qué me querías como
pago? ¿Pagan muchos hombres sus deudas de juego de esta forma?
Él consideró la pregunta. -A veces. Más a menudo de lo que podrías
pensar. Pero no, no tenemos habitaciones llenas de mujeres.

-Vaya alivio.
Su tono irónico le sorprendió. -Me alegra ver que tienes sentido del
humor.
-¿Voy a tener que contar chistes?- preguntó.

Él levantó las cejas. -¿Y si te digo que tengo pensado algo mucho más
aburrido para ti?- Ella lo miró con expresión confundida. No había miedo en
su rostro. Fue un alivio descubrir que era capaz de confiar en él. Haría su
tarea fuera mucho más fácil. Además, estaba encantadora cuando bromeaba.
-¿Aburrido?- Sus ojos centellearon. -¿Archivar o algo así? Eso suena
bastante aburrido. O quizás tenga que contestar el teléfono. No tengo
experiencia- Comenzó a mostrarse un poco preocupada.
-Tal vez tenga que enseñarte.- Apenas podía contener una sonrisa
ridículamente bobalicona. Lily era hermosa, pero Nicolai estaba descubriendo

que bajo aquel manto de desconfianza y mugre, le gustaba mucho. -Pero, por
ahora- hizo un gesto en dirección a los manjares que traía Tatiyana - vamos a
comer.
Capítulo Cuatro

Lily sacó la cena de Nicolai del horno y la colocó sobre el fogón. Si le


había desconcertado que un mafioso ruso tuviera debilidad por la comida
italiana, no lo mencionó. En lo que a ella respectaba, cocinaría lo que Nicolai

quisiera.
Durante las últimas tres semanas había tenido una existencia casi
dichosa, con seguridad y tranquilidad. Aunque se daban ciertas peculiaridades
en aquella casa. Nicolai siempre le preguntaba sobre su día, y si necesitaba
algo. Para Lily, lo único que le importaba era que Nicolai no la golpeaba. De
hecho, en aquellas tres semanas había aprendido a aceptar sus tiernas caricias
con entusiasmo. Le rozaba el hombro, o le tocaba el cuello. Y el resultado era
que Lily estaba cada vez más desesperada por sentir su cálido tacto.

Le había asignado una lista de tareas domésticas que completaba todos


los días sin falta. Ya no se sentía sola ni marginada. Incluso sus costillas
estaban empezando a desaparecer bajo una envoltura de curvas que Nicolai
había tachado de "súper sexy".
El ruido de un motor en la entrada llamó su atención. Su anticipación
hizo que se estremeciera de emoción. Corrió hacia la entrada y se asomó,
impaciente. En el fondo, sabía que estaba viviendo una fantasía en la que
Nicolai era el marido y ella la esposa. Como una serie de los años 50 en

blanco y negro donde cualquier problema se solucionaba en media hora. Muy

diferente a la vida que llevaba con su padre. Lily no quería que aquel sueño
terminara.
La puerta se abrió y Nicolai entró en la casa. Deteniéndose frente a ella,
deslizó los dedos suavemente por la línea de su clavícula, provocándole un

escalofrío. -Hola, cielo. ¿Qué tal el día?


-¡Maravilloso!- respondió ella con entusiasmo. -¿Y el tuyo?
Él suspiró. -Estresante. De hecho, tenemos que hablar. Ve a la cocina y
espérame allí, por favor.
Con gran expectación, Lily hizo lo que le ordenó. Tal vez quería charlar
durante la cena. A veces, le contaba las cosas que hacía en el cumplimiento de
su deber para con su familia mafiosa. Otras, le hablaba de lo que le gustaría
hacer con su vida.
Sólo tuvo que esperar un momento antes de que regresara. Se había

cambiado el traje por unos vaqueros y una camiseta negra. Estaba guapísimo
con ropa informal.
-Estás muy guapo- dijo, abruptamente.
Nicolai sonrió. -Eso ha sido muy valiente por tu parte.
-Gracias.- Agachó la cabeza, avergonzada.
-A veces, apenas puedo contener el deseo de tocarte- murmuró él -
¿Sabes a qué me refiero?
Su corazón comenzó a latir cada vez más rápido. La excitación recorrió

sus venas y sintió una especie de dolor bajo el vientre. -Estás hablando de
sexo- susurró.
Su grave risa hizo que sus entrañas se tensaran. –No, exactamente, pero
sí. Quiero acostarme contigo.

-Yo... yo también, creo.


-Quiero tocarte, Lily.- Había algo salvaje en su voz. -Acariciar el suave
centro entre tus piernas y mostrarte todo el placer que te puedo proporcionar.
-¿De verdad?- Lily estaba casi sin aliento. No sabía exactamente a qué
se refería, pero sospechaba que tenía que ver con el sexo, y estaba ansiosa por
aprender.
Nicolai se acomodó en una silla. -Ven y túmbate sobre mi regazo-
ordenó.
El miedo asomó su fea cabeza en la mente de Lily, pero lo sacudió.

Nicolai no era su padre. Ya había demostrado que no tenía ningún deseo de


hacerle daño.
Se colocó obedientemente sobre su regazo. El dorso de sus piernas
quedó expuesto, y Nicolai vio que habían sanado de los previos malos tratos.
La piel nueva era delicada. Puso sobre ella las palmas de sus manos y Lily se
estremeció de excitación. La pulpa de entre sus piernas comenzó a hincharse al
llegar la sangre a la zona.
Nicolai levantó la corta falda sobre los glúteos y le bajó

cuidadosamente las bragas hasta los tobillos. -Tienes un cuerpo muy bonito.-
Le acarició las nalgas. -Me encanta tocarte. ¿Lo sabías?
-¿Te gusta?- preguntó ella, casi sin aliento.
Introdujo los dedos entre sus glúteos y los deslizó hasta su lugar secreto.

Lily gimió, totalmente desprevenida. Se quedó sin aliento y comenzó a jadear


cuando su parte inferior estalló en llamas. Nicolai la tocaba de una forma que
nunca había conocido. Sus dedos trazaron pequeños círculos alrededor de la
diminuta turgencia en la parte superior de su vagina, y ella casi se echó a
llorar ante la belleza de aquella sensación.
-¿Te gusta?- preguntó él.
-¡Sí!
Apenas podía aguantar la tensión que se estaba formando en su interior.
Era un placer casi tan intenso como el dolor. Nicolai introdujo un dedo.

Aquella extraña sensación fue dolorosa sólo durante un instante, para pasar a
sentirse superada por el placer más intenso.
Comenzó a mover las caderas contra su mano. El dedo se curvó sobre el
hueso púbico y presionó contra la suave almohadilla de su apertura. La
intensidad hizo que viera las estrellas. Su cuerpo tembló ante aquel
extraordinario torbellino de sensaciones que la inundaban. Sus nervios
comenzaron a temblar y pensó que iba a morir de tanta belleza.
***

La polla de Nicolai empujaba contra la tela de sus vaqueros. Nunca


había deseado a una mujer de aquella forma. El clímax de Lily hizo que sus
músculos internos se tensaran firmemente alrededor de su dedo. Su mente le
dijo que cuando finalmente insertara su verga en su cuerpo, iba a ser

profusamente recompensado. Lily era el tipo de mujer que todo hombre quería,
y le pertenecía a él.
Sacó el dedo de su hendidura y le acarició las nalgas. Ella continuaba
resollando y jadeando. Intentó calmarla. Era importante que viera aquella
experiencia como algo positivo.
-¿Te ha gustado?- preguntó en un murmullo.
-¡Oh, sí!- Giró la cabeza tratando de mirarlo. -¿Y a ti?
-Mucho.
-¿Qué ha pasado?- preguntó. –Ha sido como subir a la cima de un

acantilado y saltar.
-Se llama orgasmo.- Se maravilló de su inexperiencia. ¿Qué mujer de su
edad no sabía qué era un orgasmo? -A veces nos referimos a ello como
clímax.
-Sin duda, ha sido eso.- Lily profirió un pequeño suspiro de placer. -
¿Quieres… que te haga algo?- No parecía estar muy segura de qué palabras
usar. -No quiero ser egoísta.
Estuvo a punto de decirle que se arrodillara y tomara su polla en la

boca, pero era demasiado pronto. Así que optó por lo más práctico. -No te
preocupes de eso ahora, cariño. Lo he hecho para tu disfrute. Me muero de
hambre. ¿Tú no?
-¡Sí!- Se incorporó y se subió las bragas. Comenzó a moverse por la

cocina, terminando de preparar la cena, como si no hubiera pasado nada.


Colocó un humeante cuenco de pasta y su vino favorito sobre la mesa.
Nicolai la observaba. Era eficiente y agradable. Habría sido una excelente
esposa si su padre no la hubiese vendido a los Pasternak. No era justo que
alguien al que no le importaba su bienestar determinara su destino.
-¿Necesitas alguna otra cosa?- preguntó.
-Eso depende.- La miró con expresión taimada. -¿Cómo te sientes de
valiente en estos momentos?
-¿Valiente?- Lily frunció el ceño. -Acabo de tener un orgasmo en la

cocina. Eso es bastante valiente.


Nicolai rió. A veces le sorprendía con su sentido del humor. -Entonces,
tengo un reto para ti.
-De… acuerdo- dijo lentamente. -¿Tengo que decir sí o no antes de
oírlo?
-No.
-De acuerdo.- Asintió con la cabeza.
-Siéntate.- Hizo un gesto en dirección a una silla. -Quítate las bragas,

levanta las piernas y enséñame el coño.


Ella lo miró sorprendida, pero obedeció. Colocando un talón sobre el
travesaño de la silla, apoyó el otro pie en la esquina de la mesa y se exhibió
ante él.

-Excelente.- Nicolai se inclinó hacia adelante y le acarició el rostro. -


Me complace saber que no tienes miedo a mostrarme tu cuerpo.
Estaba claro que ella quería preguntarle algo, pero necesitaba armarse
de valor. Un momento después, habló. -¿Por qué quieres mirarme de esta
forma?
-Eres muy inocente- le recordó. -No entiendes el placer que siente un
hombre al mirar a una mujer de esta manera. Ya sea sentada o tocándose,
disfrutamos de la vista.
-Parece un poco obsceno.

Nicolai rió. -Supongo que lo es para algunos.


Un golpe en la puerta de la cocina la asustó. Bajó las piernas y Nicolai
le ayudó a ponerse bien la falda. -Quédate aquí y no digas nada.
-¿Quién es?- susurró ella con ojos desorbitados.
-Vladimir.- Nicolai frunció los labios. -Viene a ver cómo va el
adiestramiento. Yo me encargo de él.
Le guiño un ojo y abrió la puerta de la cocina.
-Hola, hermano.- Saludó Vladimir con arrogancia, y entró en la estancia

dándose aires.
-¿Qué quieres?- Nicolai frunció los labios. -Pensaba que estabas
demasiado ocupado besándole el culo a nuestro padre.
-Me ha pedido que venga a echar un vistazo.- Vladimir se paseó de

forma casual por la cocina.


-Me resulta difícil creer que nuestro padre te haya dicho eso- replicó
Nicolai. -Creo que más bien te has ofrecido a interferir.
Cuando su hermano vio a Lily, se detuvo en medio de la habitación. -
Qué hermosa- susurró Vladimir. -No te la mereces, Nicolai. Debía haber sido
mía.
-Nuestro padre decidió lo contrario- sostuvo Nicolai con firmeza. -
Como seguro que recuerdas.
-Algún día vas a descubrir que ya no importa lo que nuestro padre

quiera- dijo Vladimir con una sonrisa sádica.


Capítulo Cinco

Nicolai se sintió enfermo al darse cuenta de que su hermano quería


añadir a una mujer hermosa, apasionada e inocente a su colección. No
importaba que estuviera en posesión de Nicolai. Vladimir la quería y, en su

mente, aquello era lo único que importaba. Cuando Vladimir se obsesionaba


con algo, era difícil hacerle cambiar de opinión.
-Nicolai- se burló Vladimir. -¿Te has convertido en eunuco? ¿Por qué
aún lleva ropa esta mujer?
-Tengo modales- replicó Nicolai. -¿Qué quieres que haga? ¿Hacer que
se pasee desnuda por toda la casa?
-Lily debería saber que lo que tú quieres es ley- dijo Vladimir
bruscamente. -Es una mujer obediente. Debería saber el lugar que ocupa en tu

vida.- Miró a la joven. -¿No es así?


Lily mostró una momentánea indecisión en su semblante. Era evidente
que no le caía bien Vladimir. Nicolai se acordó de su primer día en casa de su
padre, cuando le dijo que no quería ir a un burdel.
Vladimir torció la boca en un gesto parecido a una sonrisa, se acercó a
Lily y se cernió sobre ella de forma amenazante. -Si te ordeno que te toques
para mí, ¿qué dirías?
-Diría que no- la pobre chica parecía aterrada.
Vladimir resopló de forma sarcástica. -¿Nunca te has tocado?

Lily adoptó una expresión culpable. -Quizás.


Nicolai se sorprendió. -Eso no me lo habías contado.
Las palabras salieron de su boca antes de que pudiera pensárselo mejor.
No era una conversación para tenerla delante de Vladimir.

-No me has preguntado.- Ella se mordió el labio. -Lo siento. ¿He hecho
mal?
-No, en absoluto- la tranquilizó Nicolai.
-¡Eres débil!- exclamó Vladimir. -Puedo ver cuánto la deseas, pero eres
incapaz de hacer algo al respecto.- Vladimir se estaba alterando. -Sé que te
excita. Sé que tus manos arden cuando piensas en la suavidad de su piel. Pero,
su coño me pertenece a mí.
-No- la voz de Nicolai era firme y amenazadora. -Nunca será tuya.
Vladimir levantó un dedo delante del rostro de Nicolai. -Quiero que

mires bien ese precioso trasero. ¿Lo ves?


-Lo veo, Vladimir.- Nicolai sabía que su hermano estaba a punto de
explotar. Debía mantener la calma, o la situación estallaría de un modo que
acabaría perjudicando a Lily.
-Quiero que la mires sabiendo que me la voy a follar. Voy a ser el
primer hombre que penetre ese coño. Tú nunca la tendrás. Puede que padre
esté dispuesto a darte todo lo demás. Pero no esto.
-Padre me la dio a mí. No a ti. No vas a tocarla.- Dijo Nicolai con voz

ronca.
La expresión de Vladimir era tan retorcida como su mente. -Algún día
nuestro padre no tendrán nada que decir. Y yo cogeré lo que se me debe.
Aquellas palabras enfermaron a Nicolai. Los Pasternak tenían gran parte

de sus negocios en la industria del placer. Burdeles, bares y casas de juego; a


veces, los tres en uno. Pero eso no significaba que Nicolai no tuviera corazón.
Vio la expresión ansiosa del rostro de Lily. Aún era muy vulnerable,
después de vivir con su abusivo padre. ¿Sabía lo que quería de la vida? ¿Se
daba cuenta de la delicada posición en la que se encontraba en aquella casa?
Por primera vez, Nicolai se preocupó de no poder protegerla.
-Tengo un mensaje de padre.- Vladimir cambió de tema con una
velocidad que sorprendió a Nicolai.
-¿Cuál?

-Quiere hablar contigo en su despacho. Esta noche.


Nicolai sacudió la cabeza. -A veces no puedo creer que estemos
emparentados.
Vladimir resopló. -Cierto.- Se volvió hacia Lily. -Algún día, tú y yo
vamos a estar a solas. Y mi hermano no podrá impedir que tome lo que es mío.
Ella no respondió y Vladimir no esperó. Salió de la casa sin mirar atrás.
Lily se relajó de forma visible. Su expresión era casi de culpabilidad.
Nicolai se preguntó qué estaría pensando.

-Lily.- Se acercó lentamente y le acarició suavemente el rostro. -¿Qué


ocurre?
-¿Estás enfadado conmigo?- preguntó.
-¿Por qué iba a estarlo?

Parecía estar conteniendo el aliento. -Porque no te he dicho que me


toco.
-No, Lily.- Él sonrió.- Aquella mujer tenía un corazón de oro a pesar de
los maltratos que había recibido durante toda su vida. Era un milagro que no
hubiese acabado amargada. -No estoy enfadado. De hecho, es algo que me
pone a cien.
-¿De verdad?- Lo miró, atónita. -¿Por qué?
-¿Te importa mostrarme cómo te tocas?- preguntó Nicolai.
Tímidamente, alzó la pierna y la volvió a apoyar sobre el borde de la

mesa. La imagen de los dedos de Lily acariciando lentamente los pliegues de


su coño, afectó profundamente a Nicolai. Su polla se endureció, y tuvo que
luchar por no abalanzarse sobre ella. No era el momento de perder el control.
-Precioso, Lily- la alentó. -Muéstrame qué te gusta.
Ya fuera por el tono de su voz o por algún otro motivo, Lily respondió
de inmediato a la incitación de Nicolai. Sus dedos comenzaron a trazar
círculos alrededor de su clítoris. Apresó la pequeña protuberancia entre el
índice y el corazón, restregándola con movimientos rápidos. El sonido de su

coño húmedo se oyó por toda la cocina, y Nicolai juró que podía oler su dulce
aroma.
Contempló de cerca cómo se acariciaba los pliegues. Sus dedos
jugueteaban entre el cremoso jugo que se derramaba por su hendidura. La

imagen era increíblemente sexy. Tuvo que controlarse para no arrodillarse


frente a ella y degustarla con su lengua. Su piel era pálida y perfecta, su
cuerpo ligeramente voluptuoso y sexy. Con su enmarañada melena color miel y
la mirada perdida de sus ojos azules, era realmente digna de contemplar.
No pudo apartar la vista de la imagen de Lily acercándose al clímax. Su
cuerpo se estremeció y ella gritó, mientras Nicolai se deleitaba con las
contracciones de sus músculos internos bajo su roce. Aquel erótico panorama
casi le hizo volverse loco.
***

Lily estaba confundida. Los hombres eran muy extraños. No podía


entender cómo la simple imagen de ella corriéndose podía afectar de aquella
forma a Nicolai. Ahora ya sabía lo que eran los orgasmos. Y la manera en que
la había mirado Nicolai, había hecho que se excitará aún más. Tenía la mirada
más bondadosa que había visto.
Se levantó y se agarró al borde de la mesa, hasta que sintió cómo se
clavaba en sus palmas. El dolor la ayudó a concentrarse para no desmayarse,
aunque parecía que toda la sangre había abandonado su cabeza. Se sentía un

poco mareada.
Nicolai le entregó un vaso de agua. Ni siquiera se había dado cuenta de
que se lo había estado ofreciendo. -Gracias.
-No hay de qué.- Él frunció los labios. -Espero no haberte empujado

demasiado lejos.
-No- se apresuró a asegurar. -Quería mostrártelo. Además, si te gusta,
es lo mínimo que puedo hacer después de todo lo que has hecho por mí.
-Eso no quiere decir que esté bien.- Nicolai tomó una silla, la giró, y se
sentó apoyando los brazos en el respaldo. -Sólo porque alguien te saque de
una mala situación, no significa que tenga derecho a decidir por ti.
Ella frunció el ceño. Aquello no ayudaba. -No lo entiendes.
-¿Qué es lo que no entiendo?- La miró con expresión seria.
-Me sacaste de casa de mi padre como pago de una deuda.- Dio otro

trago al vaso de agua. De repente, tenía la boca muy seca. -No sabía lo
horrible que era mi vida hasta que vine aquí. Ahora tengo ropa, y comida, y tú
nunca me golpeas.
Nicolai cerró los ojos por un instante. -Pero aún así puedes elegir. ¿Lo
entiendes?
-Quiero hacer lo que tú quieras. Quiero complacerte.
-No voy a echarte de casa por discutir conmigo, Lily. No funciona así.
Yo no soy mi hermano.

Lily se levantó y se alejó de la mesa. Se envolvió el cuerpo con los


brazos. Tenía frío. -¿Qué va a pasar si Vladimir se sale con la suya?
-Eso no va a ocurrir.
Se acercó al porche trasero, necesitaba ver el cielo para sentir su

libertad. -Eso dices. Pero, si tu padre cambia de opinión, ¿irías contra él?
-No podría.
-Entonces, ¿qué ocurriría?- quiso saber ella. Necesitaba saber el riesgo
que corría, aún sabiendo que aquello no le iba a gustar.
Nicolai la siguió hasta el porche. -Te tendría con él durante un tiempo.
Y después, te enviaría a un burdel.
-¿Qué?- Su mente rechazó aquella idea. -¡No lo permitiré! ¿Le dejaría tu
padre? ¿Por qué dices esas cosas?
-Porque es la verdad.- Él contempló el cielo nocturno y profirió un

largo suspiro. -Ha sido así desde que ambos comenzamos a entrenar
prostitutas para el negocio familiar.
-¿A entrenar prostitutas? ¿Qué significa eso?
-Algunas mujeres son sensuales por naturaleza, a otras les gusta
exhibirse. Es muy raro que una mujer empiece a hacer dinero nada más llegar
al burdel. Primero debe aprender a complacer al cliente.
Lily se tuvo que agarrar al pilar para evitar caerse. -Exhibirme. Cumplir
órdenes sin rechistar. Dejar que un extraño me vea y me toque aunque mi

corazón me diga que está mal. Eso es lo que estás diciendo. ¿No es cierto?
Todo lo que ha dicho cuando estaba aquí. Eso es lo que quiere que aprenda
para ponerme a trabajar vendiendo mi cuerpo.
-Sí.- Su asentimiento fue más horrible que todo lo demás. Estaba

cargado de algo definitivo.


-No.- Lily sacudió la cabeza. -No lo permitiré.
-Yo tampoco, Lily.- La tomó suavemente de la mano. -No te estoy
entrenando para ser prostituta. Quiero que seas independiente. Quiero darte
una oportunidad.
-¿De veras?
Le acarició la mejilla con el dorso de los dedos. -No te besaría si te
estuviera entrenando para el burdel.
-¿Besarme?

-Las putas no besan. Pero una mujer besaría a su amante.


Se inclinó hacia ella. Los ojos de Nicolai eran de un nítido azul tan
oscuro que la invitaban a mirar en su interior. Hizo un esfuerzo para no
acariciarle el mentón.
Él se acercó más y la besó en los labios. El contacto la sorprendió, pero
sólo durante un momento. La calidez más deliciosa se propagó por todo el
cuerpo de Lily. Sabía a hombre y almizcle, y a algo especiado y delicioso. Sus
labios eran suaves como los suyos. La envolvió en sus brazos y la atrajo hacia

él.
Lily se abandonó por completo y enredó los dedos en su pelo, y casi se
fundió con su cuerpo para sentirle más cerca. Notó la calidez de su erección
contra el vientre y se preguntó qué sentiría al ser penetrada, mientras

continuaba besándolo. Aquel mero pensamiento fue suficiente para hacerla


gemir de deseo.
Él se apartó con delicadeza. -Tenemos que parar, Lily.
-No.- protestó ella. –Un poco más.
La risa de Nicolai hizo que algo se tensara en su vientre. Se sentía
aletargada y necesitada. Era una sensación extraña, pero deliciosa al mismo
tiempo. Era como si su cuerpo estuviera fuera de su control.
Él la besó ligeramente antes de morder su labio inferior y darle un tirón.
-Ahora. Debemos dejarlo.

-¿Qué voy a hacer?- preguntó Lily. -Vladimir parece desequilibrado.


Está furioso. Si se propone conseguir lo que quiere, ¿cómo voy a detenerlo?
-No tendrás que hacerlo- dijo Nicolai con una expresión determinada. -
Yo me encargaré.
-¿Cómo?- No estaba convencida.
Nicolai le colocó un mechón de cabello detrás de la oreja. -Ya se me
ocurrirá algo. Vladimir tiene déficit de atención. Con un poco de suerte, se
olvidará de ti.

Lily sintió como si despertara de un sueño. -No me parece un buen plan.


Nicolai rió. –Prepara tú uno, entonces.- Le rozó los labios con los
suyos. -Tengo que ver a mi padre. Volveré más tarde. Te lo prometo.
Capítulo Seis

Nicolai observó a Vladimir desde las sombras. Su falta de respeto hacia


su padre se hizo patente cuando puso los ojos en blanco. Pyotr Pasternak se
estaba haciendo mayor, y Vladimir no creía que debiera continuar siendo el

líder de la organización.
-¿Dónde has estado, Vladimir?- preguntó Pyotr. Su marcado acento ruso
era difícil de entender. Nicolai prefería conversar con su padre en ruso, pero
Vladimir despreciaba aquel idioma.
Su hermano echó un vistazo en torno al salón de su padre. -¿Sales
alguna vez de este sitio?
-¿Qué?- Su padre lanzó una carcajada e hizo chasquear los dedos. Su
última esposa se apresuró a servirle un generoso trago de vodka. -¿Por qué iba

a salir? Tengo todo lo que necesito, y dos hijos que me informan del éxito de
mis negocios.- Sus tupidas cejas se arrugaron como dos gigantescas orugas a
punto de caerse de su rostro. -Lo que me lleva al motivo por el que os he
pedido que vengáis.
-¿Cuál es?- Vladimir se cruzó de brazos. Nicolai tuvo la sensación de
que se mostraba aburrido intencionadamente.
-¿Dónde está la mujer que tú y Nicolai aceptasteis como pago? Ya
debería estar lista para trabajar en uno de los prostíbulos y saldar la deuda de

su padre.

Nicolai se dio cuenta de que quizás su padre conociera la historia de


Lily. Se separó de la pared e inclinó la cabeza de manera respetuosa. -¿Te
acuerdas del hombre que fue asesinado en una redada en el muelle hace unos
veinte años?

Pyotr lo miró, confundido por el cambio de tema. -¿Por qué iba a


acordarme de eso?
-Porque era uno de tus hombres y murió en una redada.
-Veinte años es mucho tiempo- murmuró Pyotr. -¿Te refieres a Yakov
Orlov? Era de Ucrania. ¿A qué viene esto? Murió cuando tú apenas eras un
niño.
-La mujer que hemos recibido como retribución es su hija- informó
Nicolai. -Me pregunto cómo era su familia.
-¡Ponla a trabajar y lo averiguarás!- exclamó Pyotr riéndose

escandalosamente de su propia broma.


A Nicolai no le hizo gracia. A veces, su padre era muy soez. El mismo
rasgo que había alimentado el lado cruel de Vladimir. Pero necesitaba
proteger a Lily. -Su padrastro la maltrataba. Está demasiado flaca y débil para
pasarse el día entero sirviendo mesas.
-Pues ponla en la lavandería. Pero haz que gane dinero, o te haré pagar
su manutención.- Pyotr frunció el ceño.
-Estoy dispuesto a comprarla- exclamó Vladimir. -Dime un precio,

padre
La ira se apoderó de Nicolai. Apretó los puños para controlar las ganas
de arremeter contra su hermano. -Escúchame- le espetó. –No la vas a tocar
jamás. No importa cuánto dinero ofrezcas por ella.

-¿Qué tiene? ¿Un coño mágico?- Su padre se puso en pie con dificultad.
-Tráemela entonces, quiero probar por mí mismo ese controvertido capricho y
decidir si está preparada o no.
-No es ese tipo de mujer, padre.- insistió Nicolai. -El burdel acabaría
con ella y no serviría para nada. Confía en mí. Le encontraré un puesto que nos
beneficie a todos.
-Ay, hijo mío- Pyotr se inclinó hacia delante y le dio unas palmaditas en
ambas mejillas. -Si tú lo dices, confío en tu criterio.
Vladimir resopló furioso. -¡Viejo estúpido! ¿Confías más en este flojo

adulador que en tu propio heredero? Cuando no estés, ¡seré yo quien gobierne


a los Pasternak! Recuperaré el respeto a nuestro nombre. Cuando la gente oiga
hablar de nosotros, temblarán de miedo.
-¿Acaso ahora no tiemblan?- exclamó Pyotr encolerizado. -¿Quién eres
tú para decir que no somos grandes?- Pyotr se acercó a Vladimir
tambaleándose y agitando un dedo. -Y ¿quién te crees que elige al que va a
seguir mis pasos? ¿De verdad crees que te voy a elegir a ti? Eres egoísta y
mentiroso. Te crees que no sé lo que haces a mis espaldas, ¡pero no es así!

Vladimir se giró hacia Nicolai. -¡Traidor!


-No ha hecho falta delatarte como un colegial, Vladimir.- Nicolai
sacudió la cabeza. De todas las conversaciones que esperaba tener, aquella
tendría los peores resultados. -Tus intrigas dejan rastros kilométricos.

Cualquier diría que no sabes lo que es un contable.


Vladimir estalló. Arremetió contra Nicolai como un toro. Nicolai gruñó
cuando su hermano le golpeó en el pecho. Fue como estrellarse contra un muro
de ladrillos. Ambos se derrumbaron en una maraña de brazos y piernas.
Nicolai juró en ruso y su hermano maldijo en inglés.
-¡Parad!- gritó Pyotr. -¡Deteneros ahora mismo!
Nicolai se sorprendió al sentir un puñetazo en el mentón y otro en el ojo
izquierdo. Vladimir estaba mejorando. Aún así, consiguió magullar las
costillas de su hermano y retorcerle un brazo detrás de la espalda. Uno de los

matones de su padre le quitó a Vladimir de encima.


-¡Ya basta, basta, basta!- Su padre gritaba con toda la fuerza de sus
pulmones.
El salón se había llenado de matones que habían acudido a ayudar a su
jefe. Murmuraban entre sí mientras paseaban de un lado a otro, observando a
los dos hermanos que acabarían dirigiendo la familia. Por primera vez,
Nicolai se preguntó qué ocurriría si su padre le pusiera al mando del sindicato
de los Pasternak. Vladimir pareció contentarse con salir a toda prisa de la

casa.
Nicolai lo vio irse y esperó que Lily estuviera segura. Era como si
Vladimir estuviera obsesionado con la idea de que su hermano era una especie
de salvador de la joven. Estaría segura hasta que creyera que lo había

traicionado de alguna manera. Así era como funcionaba el trastorno de


personalidad de su hermano, y no había forma de eludirlo.
-Siéntate conmigo, Nicolai- le instó su padre. -Estoy cansado después
de todo este despropósito.
-Como quieras, padre.- Nicolai cogió la botella de vodka y dos vasos
del aparador. Los colocó sobre una mesa de café entre dos mullidos sillones
de cuero. -¿Quieres que te sirva un trago?
-Sí.- Pyotr profirió un gigantesco suspiro. -Siempre has sido un buen
chico. No sé en qué he fallado con tu hermano.

-No has fallado en nada.- Fue una simple afirmación, pero Nicolai notó
cómo afectaba a su padre. -Vladimir tiene problemas que hacen que no se
lleve bien con la gente.
-¿Te refieres a esa tontería de cuando era adolescente?- Pyotr frunció el
ceño. -Los médicos dijeron que podía llevar una vida normal si tomaba su
medicación.
-¿Le vas a preguntar si ha dejado de tomarla?- Preguntó Nicolai en tono
seco. -Porque estoy seguro de que me partirá en dos si yo se lo pregunto.

-Es hora de que me enfrente a la verdad sobre la locura de mi hijo, ¿no


es así? Pyotr tenía un aspecto enfermo.
-No me mires como si te hubieras ofendido por tus propias palabras- le
amonestó Nicolai. -No es culpa tuya. Mi hermano tiene un trastorno de la

personalidad.- Nicolai se dio cuenta de que a Pyotr le costaba entenderlo.


Buscó las palabras apropiadas y lo intentó en su idioma.
Pyotr asintió con la cabeza. -Quiere decir que no está loco.
Simplemente desequilibrado.
-Es un poco más complicado que eso- dijo Nicolai. Dio un trago al
vodka y sintió cómo le quemaba la garganta. -Llevo años investigando. Desde
que los médicos nos dijeron que Vladimir tiene un trastorno límite de la
personalidad. Es muy inteligente, pero cree que todos estamos en su contra.
Cualquier desacuerdo se lo toma como una traición, y su ira es repentina y

absoluta.
-Sí, ese es Vladimir- dijo Pyotr en tono apagado. -El Consejo ha
hablado mucho de él, últimamente.
-¿Ah, sí?
-Las otras familias se niegan a reconocerlo como mi heredero.- Pyotr
bebió una generosa cantidad de alcohol. -Creen que es demasiado
impredecible.
-Y tú, ¿qué crees?- Nicolai sintió un calambre en el estómago. Tenía

miedo de lo que sabía que vendría a continuación.


-Les he dicho que estoy de acuerdo.
Nicolai giró el vaso de modo que la luz se reflejó en su borde. -Es una
decisión muy seria.

-Quiero que tú seas mi heredero.


-¿Y si no deseo ese honor?- Nicolai supo, por la sonrisa de su padre,
que había previsto aquello.
Pyotr se inclinó y le dio unas palmaditas en la mano. -Aquellos que no
quieren el liderazgo suelen ser los que más lo merecen.
Nicolai no dijo nada ante aquella perla de sabiduría. Se puso en pie. -
Es tarde. Te dejo para que te acuestes. Mañana podremos hablar más sobre el
tema.
-No voy a cambiar de opinión.- Pyotr se levantó, tambaleándose un

poco. -Estoy viejo. Y cansado. Necesito saber que un buen hombre me


reemplazará cuando me haya ido.
Nicolai abrazó a su padre, demorándose un momento para inhalar el
familiar aroma especiado de samovar mezclado con vodka. -Buenas noches,
padre.
-Buenas noches.
Nicolai observó a su padre desaparecer por el pasillo y se encaminó
hacia la cocina. Necesitaba consejo, y sólo había un hombre capaz de

ofrecérselo. La estancia olía a carne asada, vino y cerveza. Nicolai se sentó a


la mesa.
Anatoly apartó la mirada de la carne que estaba cortando. -¿Has
hablado con tu padre?

-Sí.
-Y ahora quieres saber mi opinión.
No era una pregunta. Anatoly sabía muy bien qué le preocupaba a
Nicolai. Nicolai tomó un trozo de cordero. El suculento sabor inundó su boca
y le hizo recordar su infancia, sentado en aquella misma mesa.
Anatoly suspiró. -Tu hermano está loco, Nicolai. Todos lo sabemos. Lo
hemos sabido durante años.
-Ha empeorado- dijo Nicolai. -Estoy empezando a temer que haga daño
a alguien.

-Siempre ha sido inestable.- Anatoly se metió un pedazo de carne en la


boca y masticó pensativo. -No le gusta que le digan no.
-¡Ja!- Se burló Nicolai. -Para Vladimir, decirle que no o estar en
desacuerdo con él, es como tacharle de mentiroso o idiota. Se lo toma todo de
forma personal. Y que Dios se apiade del que le lleve la contraria en cualquier
asunto importante.
-Como en el tema de la sucesión de tu padre, ¿no?- Anatoly se dio la
vuelta y abrió el frigorífico. Miró a Nicolai por encima del hombro. -¿Quieres

una cerveza?
-Por favor.- Nicolai tomó el botellín y el abridor que le ofrecía Anatoly.
Pensó en el descenso de su hermano a lo que parecía ser auténtica locura. -¿Tú
qué piensas?

Anatoly resopló. -No quieres saber lo que pienso.


-Sí que quiero, o no te habría preguntado. Valoro mucho tu opinión.-
Nicolai tomó una respiración profunda y dio un trago de su bebida,
preparándose para lo que se avecinaba.
-Creo que hemos llegado al punto en que tu hermano debe ser encerrado
antes de que cometa un asesinato a sangre fría.- El tono de Anatoly era
sombrío.
-¿Quién?- preguntó Nicolai. -¿A quién crees que va a matar?
-A ti- respondió Anatoly de inmediato. -Aunque a veces creo que podría

atacar a tu padre.
-No- Nicolai apartó ese pensamiento de su mente. -Vladimir necesita la
aprobación de mi padre. No correría ese riesgo, ¿no crees?
Anatoly se encogió de hombros y le dio un trago a su cerveza. -Creo que
todos estamos en peligro hasta que apartemos a esa bestia.
Se oyó un grito en el piso de arriba. Anatoly y Nicolai dejaron sus
bebidas y salieron de la cocina a toda velocidad. Algo iba mal.
Capítulo Siete

Nicolai se arrodilló en el suelo junto al cuerpo de su padre, intentando


entender por qué alguien querría matar al viejo. Anatoly acababa de advertirle
que aquello podría ocurrir. ¿Por qué no había tomado precauciones? Podría

haberle adjudicado un guarda. Los matones de su padre comenzaron a llenar el


cuarto. Se escucharon susurros y conversaciones en ruso, pero en su mayor
parte, dejaron que Nicolai intentara averiguar qué había pasado. Anatoly
intentó calmar a los hombres.
-Nicolai, tenemos que llamar a la policía- le recordó. Anatoly había
sido el segundo al mando de su padre durante años. Ahora estaba arrodillado
junto al cuerpo de Pyotr. Suspiró. -No puedo creer que haya ocurrido mientras
yo estaba abajo. ¡Estábamos hablando justamente de esto!

-No es culpa tuya.- Nicolai cerró los ojos de su padre con delicadeza. -
Ha sido mi hermano.
-¿Vladimir?- Anatoly profirió un largo suspiro. -Sé que tienes razón,
pero es una acusación muy grave. Tenemos que conseguir pruebas.
-¿Pruebas?- Nicolai frunció el ceño y miró a su alrededor. Nada estaba
fuera de sitio. -No tengo pruebas, si es eso a lo que te refieres, pero Vladimir
tenía muchos motivos. Esta noche ha sido la primera vez que mi padre le ha
dicho que no será el heredero del sindicato Pasternak. Le ha recriminado y ha

cuestionado su orgullo.

Anatoly maldijo en voz baja. -Tu hermano no dejaría pasar algo así sin
tomar represalias.
-Exacto.
El sonido de fuertes pasos en la escalera hizo que todos se movieran

incómodos. ¿Qué estaba sucediendo ahora? Nicolai tenía miedo de saberlo.


-¡La poli!- gritó alguien. -¿Quién los ha llamado?
-¿Él?- preguntó Anatoly a Nicolai.
Nicolai asintió con expresión sombría. -Vladimir haría cualquier cosa
para arruinarnos la vida.
-Tenemos que detenerle.- suspiró Anatoly. -Eres la primera opción del
Consejo para sustituir a tu padre.
-No quiero esa responsabilidad- le espetó Nicolai.
Cuatro agentes de policía entraron en el cuarto seguidos por un

detective elegantemente vestido y con una expresión petulante en el rostro.


Anatoly miró a Nicolai. Le habló en ruso para que no le entendieran los
maderos. -Puede que no la quieras, pero es tuya.
-Soy el Detective Orr. ¿Qué ha ocurrido aquí?- quiso saber el pomposo
hombre. La arrogancia de sus modales hizo que Nicolai apretara los dientes
con irritación. -¿Quién ha matado a Pyotr Pasternak?
-¿No es su trabajo averiguarlo?- preguntó Nicolai tranquilamente. -No
sé qué ha pasado. Mi padre y yo estuvimos tomando algo, me fui y, diez

minutos más tarde, me llamaron para avisarme de que había pasado algo.
Regresé y ahora usted está aquí.- Nicolai no lo pudo evitar. -Así que ya
estamos a salvo.
Orr no parecía divertido. -¿Es usted el hijo de Pasternak? ¿Cuál de

ellos?
-Nicolai.
Nicolai lanzó una mirada de soslayo a Anatoly. ¿Por qué no había
reconocido el detective a Nicolai? La policía local solía tener fichas con
todos los miembros de la mafia.
-¿Dónde está Vladimir?- Orr se apartó para dejar entrar al equipo de
investigación forense. -¡Todo el mundo fuera de esta habitación! ¡Es una
escena del crimen!
Anatoly hizo un gesto rápido con la cabeza en dirección a la puerta,

indicando a Nicolai que estaría allí por si fuera necesario. Nicolai asintió en
respuesta. Quería cooperar con la policía. No tenía nada que ocultar.
-Sr. Pasternak.- dijo Orr en tono grosero. -No tengo todo el día.
-Qué suerte, porque es de noche.- Nicolai no se molestó en ocultar la
burla de su expresión. -Y no sé dónde está mi hermano. No ha vivido bajo el
techo de mi padre desde hace casi una década.- Nicolai observó al joven, que
estaba tomando notas en su smartphone. -Perdone, ¿quién es usted y cómo es
que no conoce ya las respuestas a estas preguntas?

-Soy nuevo en la división.- Orr sacó pecho. –Acabo de pasar de tráfico


a la brigada anti vicio.
-Eso lo explica todo.- Nicolai casi rió. -Si no tiene más preguntas, debo
irme.

-¡No tan rápido!- Orr levantó un brazo como un típico guardia de


tráfico.- ¿Tiene alguna idea que quién querría a su padre muerto?
Uno de los agentes miró a Orr como si le sorprendiera oírle hablar en
aquel tono y con aquellas palabras. Nicolai casi estalló en carcajadas. -Mi
padre era el líder de un conocido sindicato ruso del crimen, detective Orr. El
puesto viene con cierta cantidad de notoriedad. Así que no, no se me ocurre
quién desearía hacer daño a mi padre, aparte de los sospechosos habituales
que quieren atacarle o que tienen todo el derecho a vengarse. El tipo de cosas
que suelen acompañar a un capo de la mafia, ¿entiende?

Las mejillas del detective se tiñeron de rosa y de repente mostró un gran


interés en las notas de su teléfono. -¿Alguien en concreto? ¿Alguien con el que
su padre se haya enemistado recientemente?
Nicolai tuvo en la punta de la lengua decirle que el responsable de
aquello era Vladimir, pero los años de entrenamiento le superaron. Miró al
detective con aire aburrido. -No es más que un típico golpe mafioso. Es
imposible saber quién lo ordenó. Seguro que se arregla pronto y todos
podemos pasar página.

Orr continuó escribiendo de forma frenética en la pequeña pantalla, y


Nicolai se preguntó cómo era posible que pudiese ver lo que estaba
escribiendo, por no mencionar cómo lo estaba escribiendo. Por suerte, no era
su problema. Sabía quién había matado a su padre y lo solucionarían desde

dentro, como lo hacían siempre.


***
Lily se giró en la cama, incapaz de adoptar una postura cómoda. Estaba
preocupada por Nicolai. ¿Le habría ocurrido algo? ¿Qué iba a ser de ella?
Oyó la puerta principal y unos atronadores pasos en el pasillo. Ya
estaba en casa. Una enorme sensación de alivio la inundó.
Sus zancadas en la escalera dieron lugar a su anticipación. ¿Querría
tener sexo? Unas horas antes, había esperado aquella posibilidad con ansia.
Pero ahora no estaba tan segura. Todo estaba oscuro. Lo único que podía

distinguir era la forma de su cuerpo y el pálido brillo de su pelo rubio.


-¿Por qué estás despierta?- susurró Nicolai. Había algo extraño en su
voz.
Se incorporó hasta quedar sentada y se cubrió los desnudos senos con
las sábanas. Tal vez había estado bebiendo. La idea la asustaba un poco, pero
no parecía borracho. -Estaba preocupada por ti.
-¿Por qué?- Casi pudo escuchar cómo fruncía el ceño.
Lily se preguntó por qué sonaba tan malhumorado. No era típico de él. -

Nunca habías llegado tan tarde.


-Mi pobre Lily, ¿pensabas que te había dejado sola?- Había algo cruel y
sarcástico en su tono. No era en absoluto típico de Nicolai. No entendía qué
podía haber hecho que justificara aquel comportamiento.

-No sé lo que pensaba- admitió en un tono suave. -Pero me alegro de


que hayas vuelto.
-Me tengo que lavar.
No podía verlo, pero sentía la extrañeza de su conducta. Su corazón
comenzó a latir con fuerza pensando en qué podía ir mal. Oyó la ducha abrirse
y cerrarse en lo que le pareció un segundo.
Nicolai retiró el edredón, destapando el cuerpo desnudo de Lily y
haciendo que se sintiera extrañamente vulnerable. Se metió en la cama y
extendió un brazo. -Acércate más.

Ella hizo lo que le pedía, sintiéndose terriblemente incómoda. Poco a


poco, el calor de su cuerpo comenzó a calmarla. Aún así, no podía relajarse.
Algo iba mal.
-Mi padre ha muerto.
Aquella simple frase la dejó en estado de shock. Se tensó de nuevo. -
¿Qué ha pasado?
-Lo han asesinado.
-¿Qué?- exclamó, sin poder controlarse.

-Duerme.- Mañana me encargaré del asesino.- Se giró, dándole la


espalda. Y en cuestión de minutos, se quedó dormido.
Lily intentó hacer lo mismo, pero no podía dejar de pensar que algo iba
mal.

Finalmente, consiguió sumirse en un agitado sueño.


Capítulo Ocho

Lily giró sobre sus pies, trazando un círculo. No estaba segura de dónde
estaba, pero sabía que estaba soñando. Todo era muy difuso y, sin embargo, se
percibía como si fuese real. Se encontraba en un pasillo. Quizás de un hotel o

de un apartamento de lujo. Los muebles no se parecían a nada que hubiese


visto antes.
Extendió la mano y tocó la reluciente madera de un taquillón.
Avanzando por el pasillo, dejó que las puntas de sus dedos se deslizaran por
su superficie mientras caminaba. La intensidad de la sensación era
estremecedora. Nunca había tenido un sueño tan lúcido.
Pronto se encontró delante de una puerta. Como ocurre en los sueños, no
sabía qué había al otro lado, pero estaba dispuesta a disfrutar de las delicias

que le esperaban. El pomo estaba caliente, como si hubiera estado al sol. Lo


giró y abrió la puerta.
Lily miró hacia abajo. Estaba descalza sobre una majestuosa y mullida
alfombra. Hundió los dedos de los pies en su espesor y se maravilló de la
exquisita sensación. Aspiró y percibió un olor a rosas que procedía de una
mesa redonda a unos pasos de distancia. Su dulce aroma se mezclaba con algo
más. Algo familiar.
-Ven, Lily.- Era Vladimir. Sintió un repentino golpe de placer al verlo
en la habitación. -Ven a mí.

Le estaba haciendo señas para que se acercara, y se sintió obligada a


obedecer. La habitación era enorme. Su diseño redondo era extraño, pero la
enorme cama que dominaba el centro hacía que fuera perfecto.
Vladimir yacía sobre la cama. Estaba desnudo. Lily miró hacia abajo y

se dio cuenta de que tampoco llevaba nada. Tenía los pezones duros y sentía
los senos pesados. Un anhelo latía en su vientre, y supo que provenía de una
necesidad que debía satisfacer de inmediato. Vio que la polla de Vladimir
estaba erecta y lista. Se proyectaba sobre un nido de oscuros rizos en su
entrepierna, como si tuviera vida propia.
Le volvió a hacer señas, insistiendo para que se acercara. Ella dudó,
aunque el yo de su sueño lo deseaba. La excitaba.
Se movió de forma vacilante en su dirección. Extendiendo la mano,
tomó la de él. La expresión de satisfacción de su rostro era a la vez

arrebatadora y aterradora. Se suponía que debía recordar algo sobre él. Pero
¿qué?
Vladimir la atrajo hacia él sobre la cama. Le acarició la piel con sus
manos. Su calidez era embriagadora. Ella se estiró de manera exuberante y
arqueó la espalda para que sus pechos también participaran de aquel contacto.
Él jugueteó con sus pezones hasta que estuvieron duros, calientes y deseosos
de la atención de su boca.
El roce de su lengua fue eléctrico. Todos los nervios de su cuerpo se

tensaron con deseo y pensó que se moría del placer. Deslizó los dedos entre su
cabello y presionó su cabeza contra el pecho. Aquella lenta sensación de
succión arrancó un largo suspiro de sus labios y sintió cómo sus músculos
interiores se estremecían al aproximarse al orgasmo.

Entonces, el sueño cambió. Vladimir la puso boca abajo. A Lily le


gustó, al principio. Le excitaba la forma en que movía los dedos entre sus
piernas y jugaba con su coño. Pero a la vez presionaba su rostro contra la
gruesa colcha. Se estaba quedando sin aire. Entonces, él separó sus piernas y
le clavó la verga en la abertura.
Lily sintió un dolor agudo y gritó. Pero el dolor comenzó a desaparecer.
Vladimir se aferró a sus caderas y comenzó a arremeter dentro de ella con su
polla. Con cada embestida, la dejaba sin aliento. Al menos, podía respirar.
Mientras su erección estuviera enterrada en su cuerpo, podría respirar.

-Córrete, Lily- ordenó Vladimir.


Ella luchó, sintiendo como su cuerpo estaba al borde del éxtasis, pero
era incapaz de alcanzarlo. Jadeó y resolló. -No puedo.
-¡Hazlo!- gritó él. Sus embestidas incrementaron. Cada acometida le
causó una pequeña molestia que muy pronto se transformó en un escozor que la
hizo retorcerse con la necesidad de acabar.
-¡No puedo!- chilló. -Por favor, para. No me puedo correr. ¡No puedo
correrme contigo, Vladimir!- Estaba desesperada, y muy confundida.

Vladimir desapareció.
Lily estaba sola en la cama. Tumbada de espaldas, desnuda y respirando
como si hubiese estado bajo el agua durante mucho tiempo. El corazón le
martilleaba las costillas y sentía una profunda sensación de alivio.

-¿Lily?
-¿Nicolai?
Sintió un movimiento en la cama. Su presencia era tranquilizadora.
Tenía un aspecto ominoso, pero su aura la envolvía con calidez y seguridad. Y
cuando acercó su boca a la suya, le devolvió el beso con toda su alma. Sintió
su delicado cabello en los dedos y su sabor en la lengua.
Lucharon por controlar el beso; el avance y retroceso de sus lenguas era
casi una danza. Lily tomó su rostro entre las manos y atrapó su labio inferior
con la boca. Succionando suavemente, lo mordisqueó.

La risa de sus ojos estaba llena de vida y de amor. Él la besó en el


cuello, en cada centímetro de su piel, cubriéndola con su cuerpo. Colocándose
encima de ella, dejó que su piel trazara un tentador camino. La erótica
sensación la hizo jadear y gemir de necesidad. El anhelo de su coño se
acentuó.
Levantó una pierna y la apoyó en la parte inferior de su espalda, encima
de los glúteos. Aquella postura dejó expuesta su vagina a la fricción de su
enorme erección. Se rozó contra ella una y otra vez hasta que empezó a

acercarse al orgasmo.
-¿Puedo?- le susurró él. -Te deseo muchísimo, Lily. ¿Me aceptas?
-Sí. ¡Oh, sí!
Le habría rogado que la hiciese terminar, y sin embargo, aquel hombre

le pedía permiso para continuar. Separó las piernas y las envolvió alrededor
de su cintura, y él indagó en su abertura con la punta de su polla. Entró
lentamente en toda su longitud. La deliciosa fricción la hizo jadear, y se quedó
sin aliento mientras esperaba la apasionada conexión que se estaba forjando
entre ambos.
La enorme verga penetró su cuerpo y, donde podría haber existido
dolor, sólo hubo placer. Nicolai la besó mientras la penetraba. Sus besos la
relajaron y aliviaron la tensión, hasta que estuvo completamente acoplado
dentro de ella.

-Que sensación más divina- le susurró.- Eres perfecta. Estás hecha para
mí.
-Soy tuya- dijo ella, con honestidad. -Te he estado esperando.
Nicolai comenzó a moverse lentamente. Sus delicadas embestidas la
dejaban sin aliento y temblando a la espera de más. Era una sensación
magnífica. Le clavó las uñas en los bíceps y se sujetó a él mientras la
cabalgaba cada vez más rápido.
Se dio cuenta de todo a la vez. La suavidad de la cama bajo ella, el

aroma de la piel de Nicolai, el roce de sus sudorosos cuerpos, y el


convencimiento que podría amar a aquel hombre para siempre. Su corazón se
estremeció y sintió que se aproximaba al clímax.
-¡Nicolai!- gritó.

Él no dijo nada, no cambió nada. No había reivindicación en sus


movimientos. Continuó dándole placer por el simple gozo de hacerlo.
Finalmente, Lily pasó del límite de la felicidad a una total plenitud.
Fue muy hermoso. Sintió cada sacudida y temblor con una intensidad
que iba más allá de la razón, al lugar donde se originan los sueños. Y, cuando
empezó a calmarse, se acurrucó contra Nicola para poder besarle el rostro y
los labios.
-Eres mía- susurró. -Estás hecha para mí.
-Sí.

-¡No!
Aquel grito sacudió a Lily. Fue arrancada de la cama y observó cómo
Nicola la veía alejarse. Forcejeó, tratando de regresar con él. Extendió los
brazos en su dirección. Pero él sacudió la cabeza.
-Elegiste a Vladimir.
-¡No!- protestó Lily. -¡No es cierto!
-¡Eres mía! ¡Mía! ¡Mía!- La voz de Vladimir resonaba como un demonio
escapado del infierno.

El sueño volvió a cambiar. Vio un cielo naranja atravesado por trazos


rojos. Vladimir la arrastraba por el tobillo. El asfalto le hacía cortes en la
piel. Se aferró al suelo, tratando de escapar.
-¿A dónde me llevas?- quiso saber. -¡No puedes llevarme en contra de

mi voluntad!
-Me perteneces- le dijo él con absoluta certeza. -Te he comprado. Eres
mía. Vas a trabajar para mí.
La arrojó a una fosa. Lily se estrelló contra el fondo. Había otras
mujeres. Todas estaban atadas a las paredes de su prisión. Lily observó su
desnudez y sintió vergüenza. Eran hermosas, pero las lágrimas inundaban sus
rostros y tenían ronchas en la piel.
Alguien la levantó del suelo y la ató como al resto. Tenía las piernas
separadas, y se vio obligada a permanecer totalmente expuesta y vulnerable.

Su mente se rebeló. Entonces, comenzó el griterío. Lily quería que cesara. Era
demasiado fuerte. Pero, cuando se abrió la puerta, los gritos aumentaron. Unos
hombres entraron en la estancia y Lily supo cuál era su propósito.
Obligando a las prisioneras a doblegarse, copularon con todas hasta que
todas estuvieron inconscientes. Y después se acercaron a Lily. Ella comenzó a
gritar.
***
Lily se incorporó en la cama. Estaba sudando y el corazón le latía como

si hubiese corrido varios kilómetros. Aún podía notar el sabor del fuego y el
azufre en la lengua. El miedo era real, pero ¿qué significaba?
Tras bajarse de la cama, se dirigió al cuarto de baño. Encontró el grifo
del lavabo en la oscuridad. El agua fría le sentó bien a su febril piel. Se

refrescó la cara y apoyó las manos en la encimera. Trató de respirar para


calmarse.
Finalmente, cerró el grifo y cogió una toalla. Tras empezar a secarse el
rostro, se apartó sorprendida. El extraño olor a cobre de la toalla no sólo era
desagradable, le revolvió el estómago. Se tragó la bilis que subió a su
garganta y buscó a tientas el interruptor de la luz. Tal vez la toalla había estado
allí un tiempo y se había enmohecido. Pero no olía a moho.
La luz la deslumbró momentáneamente. Levantó una mano para
protegerse los ojos y parpadeó un par de veces. Por fin se pudo centrar en la

toalla. Pero entonces, deseó no haberlo hecho. Las oscuras manchas rojas de
la toalla no eran difíciles de identificar.
-Sangre- susurró.
Tras darse la vuelta, Lily miró en la ducha. La acristalada
monstruosidad incluía un suelo de mármol blanco con trozos de cuarzo rosa.
Pero en aquel momento también estaba manchado de sangre. Vio más manchas
rojizas en el desagüe. Y había huellas en la alfombrilla de baño.
No podía respirar. Nicolai le dijo que su padre había sido asesinado.

Había sangre por todo el baño. ¿Estaría Nicolai herido? ¿Le habrían hecho
daño?
Aquel pensamiento le dio alas. Dejó el cuarto de baño y entro al
dormitorio. Con la luz que salía del baño, pudo ver a un hombre en la cama.

Se quedó sin aliento.


Vladimir.
Eran gemelos. Sus constituciones y rasgos eran idénticos. Ahora
entendía por qué había notado que algo iba mal. Lo que no sabía era cómo
lidiar con el demonio que yacía en su cama.
-¡Lily!- gritó de repente. -Vuelve a la cama.
Ella se quedó inmóvil. No sonaba enfadado. Sonaba quejumbroso.
Quiso huir, pero no tenía a donde ir.
Capítulo Nueve

Nicolai jamás hubiera pensado que iba a estar en el exterior de su


propia casa inspeccionando la propiedad. Claro que, tampoco hubiese
esperado regresar y ver el coche de Vladimir en la entrada. Esperaba que Lily

no estuviese muerta.
Anatoly se desplazó entre los arbustos, sin apenas hacer ruido a pesar
de su tamaño. -¿Por qué no entramos a por ese asesino?
-Porque podría utilizar a Lily como rehén.- A Nicolai le aterraba la idea
de que hiciera daño a Lily por su culpa. -Tenemos que averiguar qué está
haciendo aquí.
-Está loco- murmuró Anatoly. -No hay forma de saber a qué juego está
jugando.

-Eso es precisamente lo que me temo.- Nicolai agarró el brazo de


Anatoly y le hizo señas en dirección a una luz en el segundo piso. -
Normalmente se acuesta temprano. Tal vez ni sepa que él está ahí.
Anatoly comenzó a acercarse. Nicolai le siguió. Ambos llegaron al
borde del jardín y se detuvieron. Nicolai gesticuló hacia la escalera que
conducía a la terraza del primer piso. Había sido añadida como escalera de
incendios, con el fin de que el edificio cumpliera con las normativas. Y ahora
iba a permitir el acceso de Nicolai a su propia casa.

-Ten cuidado- murmuró Anatoly.

Nicolai no respondió. Apoyando con cuidado su peso sobre cada


escalón, logró evitar producir un exceso de chirridos. La madera estaba
desgastada en algunas partes, pero aún era robusta. Trepó al balcón y se
acercó poco a poco a la ventana del dormitorio.

La brisa movió las cortinas a través de la ventana abierta. Se desplazó


hacia un lado, intentando ver mejor la cama. Había alguien en ella. El cuerpo
que descansaba debajo de las sábanas era bastante grande. Parecía estar
tumbado sobre su estómago.
-Mierda- susurró.
Vladimir estaba durmiendo en su cama. ¡Vladimir! Aquel bastardo
desquiciado había entrado en su casa e intentado asumir su vida. Nicolai no
estaba seguro de qué tipo era aquella nueva psicosis, pero era el momento de
alejar a Lily de él. Sólo tenía que encontrarla.

No vio a nadie más en la habitación. Entonces se dio cuenta de que la


luz que habían visto procedía del cuarto de baño. No podía ver su interior
desde allí. Tendría que infiltrarse en la casa para hacerlo. El problema era que
cualquier cosa que hiciera podría despertar a Vladimir.
Un movimiento cerca del baño llamó su atención. Lily entró en la
habitación. Miró fijamente la cama, consciente de que aquella persona no era
Nicolai. Vio cómo retrocedía al reconocer a Vladimir. ¿Por qué no escapaba?
¿Por qué se quedaba allí plantada y no salía corriendo? La respuesta era

obvia. No quería despertar a la bestia y espolear su ira.


Nicolai regresó al suelo. Le hizo un gesto a Anatoly. El gigantón se
acercó lo bastante como para oír el susurro de Nicolai. -Lily está dentro con
Vladimir. Está dormido. Tenemos que esperar hasta que decida huir. Yo me

quedo aquí. Tú regresa a la casa y sigue con la investigación.


-No me gusta dejarte aquí solo, jefe- gruñó Anatoly.
Nicolai le tocó el hombro. -Lo sé, pero lo último que necesitamos es a
la policía rastreando nuestra operación. Estaré bien. Si tengo problemas, te
enviaré un mensaje de texto.
Anatoly se dio la vuelta y se encaminó al lugar donde habían aparcado
el coche. -Aún así, no me gusta nada- murmuró.
Nicolai se dispuso a esperar. Lily tenía que ser valiente y escapar.
***

Lily recordó el sueño. Se acordó del horrible sitio al que la habían


llevado. Los gritos, las violaciones y el sometimiento de su cuerpo para uso de
otros. Aquello era lo que la impedía irse. Le daba pavor lo que le haría si se
despertaba.
Se sentó en el borde de una silla en el lado opuesto de la habitación. Se
preguntó dónde estaría Nicolai. Ya debería estar de vuelta. Se le pasó por la
mente que Vladimir también podría haberle asesinado. Aquel hombre era
capaz de todo.

Se rodeó con los brazos la cintura, contuvo el aliento y se negó a llorar.


No serviría para nada. Si Nicolai había muerto, estaba sola. Tendría que
encontrar un lugar a donde ir. Y eso significaba que necesitaría dinero. ¿Dónde
podía conseguir dinero alguien como ella? No podía volver a casa de su

padre.
Aquel pensamiento hizo que se sintiera más valiente. Miró de nuevo la
figura de Vladimir durmiendo. No había ropa en el suelo, pero estaba desnudo.
Eso quería decir que se había desvestido en el baño. Tal vez tuviera una
billetera.
La anticipación hizo que se pusiera nerviosa. Se levantó despacio de la
silla. Desplazándose con sigilo, entró en el cuarto de baño. Cerró la puerta en
silencio. Buscando a tientas los interruptores, contuvo el aliento e intentó
decidir cuál de las tres luces encender. Antes no le había importado inundar el

baño de luz. En retrospectiva, había sido una estupidez. Podría haber


despertado a Vladimir. Excepto que no sabía que era Vladimir.
La situación hacía que le diera vueltas la cabeza. Tras elegir un
interruptor, lo pulsó. Una pequeña luz se encendió sobre la ducha. Iluminaba lo
suficiente como para ver el montón de ropa ensangrentada que Vladimir había
dejado en el suelo.
Se le saltaron las lágrimas mientras registraba las prendas empapadas.
¿Sería la sangre de Nicolai?

No.
Hizo un esfuerzo para abandonar aquel pensamiento. No se permitió
creer que estaba muerto. Estaba vivo. Tenía que estarlo. Armándose de valor,
buscó rápidamente la billetera de Vladimir.

La encontró en un bolsillo del pantalón y la extrajo asiéndola entre el


pulgar y el índice. Había una marca de sangre en la superficie de cuero.
Ignorándola, la abrió y descubrió cientos de dólares en efectivo. Lo suficiente
como para encontrar un sitio seguro, aunque hasta Lily sabía que los
comienzos nuevos no son nada baratos.
Encontró una toalla y se limpió las manos. El baño de Nicolai estaba
manchado de sangre. Lily no entendía cómo alguien podía asesinar a su propio
padre. Ella había odiado al suyo, pero nunca lo habría matado. Y luego se
había presentado en casa de Nicolai. Era como si intentara apoderarse de la

vida de su hermano gemelo.


Un escalofrío le recorrió la espalda. Era hora de irse. Allí no estaba
segura. La ropa que se había quitado antes estaba en la cesta de la ropa sucia.
Se enfundó en sus vaqueros y suéter. Sintió una punzada de decepción al tener
que dejar atrás todas las cosas que le había comprado Nicolai.
Lily se metió el dinero de Vladimir en el bolsillo del pantalón y salió
del baño con paso audaz. Le echó un último vistazo al asesino dormido en
lugar de Nicolai y dejó el dormitorio. Su valentía duró hasta que un escalón

crujió a medio camino.


-¿Lily?- escuchó la voz somnolienta de Vladimir. -Lily, ¿dónde estás?
Ella contuvo el aliento. ¿Era mejor responder o salir corriendo? Intentar
escapar de Vladimir sería suicida. Tratando de mantener la calma, le contestó:

-Voy a por algo de beber, Nicolai. Volveré a la cama en un momento.


-Date prisa.- Sonaba irritado. -Estoy cachondo.
Lily se dio prisa, pero en la dirección opuesta. El valor que había
sentido hasta entonces fue reemplazado por el pánico de tener que verse
obligada a revivir aquel horrible sueño. Llegó al pie de las escaleras y trató
de abrir la puerta principal sin hacer demasiado ruido. Una vez abierta, pudo
ver la primera luz del alba en el horizonte.
***
Nicolai bostezó e hizo girar los hombros para relajar los músculos, que

estaban empezando a sufrir calambres por permanecer inmóvil durante tanto


tiempo. No estaba acostumbrado a la vigilancia. Las sombras ocultaban su
presencia. Se había escondido en un bosquecillo de árboles que había enfrente
de su casa.
El intenso aroma a boj le cosquilleó la nariz. Apartó una rama que le
estaba arañando el brazo. Estaba amaneciendo, y estaba más que harto de
esperar. Quizás no estaba hecho para este tipo de cosas. O quizás era el no
hacer nada en lugar de irrumpir a la carga era lo que le estaba volviendo loco.

Entonces, vio la puerta principal abrirse y a Lily abandonado la casa.


Llevaba unos vaqueros y un suéter que realzaban su figura. Su cabello caía
sobre sus hombros y Nicolai recordó una vez más por qué aquella mujer
compensaba todas sus preocupaciones. Se merecía más que ser acosada,

asustada y abusada por su claramente enajenado hermano.


Saliendo con cuidado del bosquecillo de árboles, Nicolai se acercó al
borde del jardín y siguió el progreso de Lily por el asfalto. Caminaba con la
cabeza inclinada y los ojos fijos en el suelo. Nicolai no sabía si Vladimir
estaba o no despierto. Pero si Lily había conseguido abandonar la casa, era
muy probable que su gemelo continuara dormido. Con aquello en mente,
Nicolai escribió un mensaje a Anatoly para que le enviara un coche al
mercado que había al final de la calle.
Nicolai caminó rápidamente, y cruzó por una estrecha intersección con

gran cantidad de enormes árboles frondosos que proyectaban sus sombras


matinales sobre la carretera. El camino que había tomado le había colocado
por delante de Lily. Ella caminaba en dirección hacia él con la cabeza baja.
Tardó un instante a darse cuenta de que estaba de pie junto a un árbol.
-¡Nicolai!- Su tono de ansiedad le enterneció.
Corrió hasta él y le echó los brazos al cuello. La honestidad de su gesto
le emocionó. Levantándola del suelo, la sostuvo con firmeza y se deleitó con
su tacto. La sintió suave y cálida contra su cuerpo, y su respuesta física fue

inmediata. Algo en aquella mujer parecía amoldarse a él de una manera que


aún no entendía.
-¡Creía que habías muerto! Pensé que te había matado a ti también.- El
tono de Lily era casi desesperado. -Tenemos que irnos de aquí. Ahora.- Ella

comenzó a andar por el asfalto.


-¿Creías que estaba muerto?- Nicolai apretó el paso para seguir su
apresurado ritmo. -¿Por qué?
-La sangre. Había mucha sangre, Nicolai. Tenemos que alejarnos de
Vladimir. Seguro que se despierta y me sigue.- Era obvio que estaba al borde
de la desesperación.
Nicolai comenzó a ponerse furioso. -¿Qué ha pasado? ¿Te ha hecho
daño? ¿Qué demonios hace en la casa?
-No lo sé. Ha entrado y se ha metido en la cama. Estaba oscuro.

Pensé… que eras tú. ¡Lo siento mucho!


-No te preocupes, Lily- intentó calmarla. -Ese hombre está loco. No
tenías razón para sospechar que haría una cosa así.
Ella hizo una mueca. -No lo entiendes, Nicolai. Vladimir ha matado a tu
padre. Lo siento. Pero sé que es cierto.
Nicolai no le hizo ninguna pregunta. Por el momento, quería llegar a la
esquina donde les estaría esperando el coche.
Capítulo Diez

-¿Estás seguro de que Anatoly va a enviar a alguien a recogernos?- Lily


no entendía cómo Nicolai podía estar tan tranquilo. Ella estaba nerviosísima.
Esperaba que Vladimir apareciera de un momento a otro. -Llevamos

esperando casi quince minutos.


-No pasa nada, cielo.- Nicolai la envolvió en sus brazos y la atrajo
hacia sí. Le acarició el cabello, haciéndola sentir apreciada. -Te prometo que
vienen a buscarnos.- El mercado estaba muy concurrido a aquella hora de la
madrugada. La gente compraba café y bollos antes de ir a trabajar.
-Está lleno de gente- dijo ella. -No sabía que tanta gente se levantaba
tan temprano.
Nicolai comenzó a decir algo, pero su rostro se tensó. Dio un paso

atrás, ocultando su presencia entre las sombras. Ella tomó aire para preguntar
qué estaba ocurriendo, y él le tapó la boca con la mano.
-Vladimir- murmuró.
Un golpe de terror invadió a Lily. Si Nicolai no hubiese estado
sujetándola, habría salido corriendo. Enterró el rostro en su brazo, mirando a
hurtadillas al coche de Vladimir que se acercaba por la carretera.
El aparcamiento del mercado estaba abarrotado. Cosa que no pareció
preocupar a Vladimir. Aparcó en doble fila y salió el vehículo. Su arrogancia

era asombrosa. Era como si pensara que ya era el jefe de los Pasternak y

podía hacer lo que se le antojara.


-Señor- Una mujer se paró junto al coche que había bloqueado. -
Necesito sacar el coche.
Él le dedicó un desdeñoso bufido. -Te esperas.

-Pero, ¡señor!
Vladimir entró en el edificio por la salida. Abrió la puerta de golpe,
derrumbando a un cliente.
-Vamos- susurró Nicolai. -Tenemos que ver qué hace.
Ella tiró de él, intentando que regresara junto a la pared. -¡Estás tan
loco como él!
-No pasa nada, Lily.- Le guiñó un ojo. -Yo te protejo.
Le siguió, pero sólo porque sentía curiosidad. Cruzaron el callejón junto
al mercado y entraron por la puerta trasera. Vladimir ya había creado el caos

en el local.
-¿Dónde está?- Sus palabras resonaron por los pasillos.
Los clientes se detenían y lo observaban. Los dependientes se miraban
entre ellos con expresión de impotencia.
-¡Así es!- Gritó con voz aguda. -¡Me estáis esperando a mí! Me llamo
Vladimir Pasternak. Busco a una mujer de mi propiedad. Es así de alta-
levantó la mano hasta donde estaría la cabeza de Lily si estuviese a su lado - y
tiene el cabello rubio. Es muy callada y modesta, y si alguno de vosotros la ha

visto, quiero saberlo. ¡Ahora!


-¿Señor?- Uno de los empleados le hizo un gesto con la mano. -He visto
a la mujer que dice. Estaba en la puerta con un hombre.
-¿Qué hombre?- rugió Vladimir.

El dependiente miró a uno de sus compañeros. -Un hombre como usted,


señor.
-Nicolai.- La furia en la mirada de Vladimir hizo temblar a Lily.
-Es hora de irnos- susurró Nicolai.
Salieron rápidamente del mismo modo que habían entrado. Una vez en
el callejón, Nicolai corrió hasta el extremo de la calle y miró hacia fuera. Ella
le siguió de cerca, sin perderle de vista. Mirando sobre el hombro de Nicolai,
apenas pudo ver la fachada del edificio.
Vladimir salió a la calle, abriéndose camino a empujones entre un grupo

de clientes. Algunos cayeron al suelo. Cuando regresó al lugar donde había


aparcado el coche, había una grúa llevándose su vehículo.
-¿Qué demonios haces?- quiso saber Vladimir.
El técnico le dedicó una mirada insolente. -Está estacionado de forma
ilegal.
-Ya estoy aquí. Deja el coche y vete a la mierda.
El joven tuvo la osadía de reírse. -Lo siento, pero no es así como
funciona. Puede retirar su vehículo en el depósito municipal. Tengo una tarjeta

con la información.
Vladimir desenfundó el arma y apuntó al conductor de la grúa. -Baja el
coche. Ahora.
Lily cerró los ojos. No quería ver lo que ocurría a continuación.

Entonces escuchó el motor de un coche que se detuvo detrás de ellos. Nicolai


la tomó en brazos y corrió hacia el vehículo. Segundos más tarde, se alejaban
del mercado y de la ira de Vladimir.
***
Nicolai cerró todas las persianas y revisó las cerraduras. Aquella
vivienda era mucho más sencilla. Había adquirido el edificio varios años
atrás, bajo pretexto de trabajar para una compañía ficticia. Lo había renovado
y utilizaba el apartamento de la planta baja cuando necesitaba desaparecer
durante algún tiempo. Dos de los agentes de su padre ocupaban el piso

superior. Los muebles eran escasos y masculinos. Esperaba que Lily se


sintiera cómoda.
Nicolai le dedicó lo que esperaba que fuera una sonrisa alentadora. -
Esta casa no está construida precisamente para ser segura. Anatoly va a enviar
a un par de hombres para que se queden contigo. Y otros dos viven arriba.
-Estaré bien.- Se retorció las manos y miró alrededor como si estuviera
de todo menos bien.
Nicolai tomó sus manos. Las separó y las sostuvo en las suyas. -Estarás

bien. Eres una de las personas más fuertes que he conocido, Lily. Piensa en
todo lo que has pasado.
-No es coraje.- Mantuvo la vista baja, negándose a mirarle a los ojos. –
He huido porque estaba asustada.

-Hay que ser muy valiente para huir.- Le puso los dedos en los labios. –
Quedarse, incluso en una mala situación, es ceder al miedo. El cambio es
aterrador.
-¿Tienes miedo al cambio?- Ella levantó la mirada y Nicolai casi se
quedó sin aliento al ver la emoción que reflejaba su rostro.
-Sí.- Se preguntó cuánto debería contarle. -Nunca quise liderar a la
familia.
-¿Quieres decir en lugar de tu padre?- Frunció el ceño, como si tuviera
problemas para entenderlo. -Pero ahora lo vas a tener que hacer porque

Vladimir no es apto para el cargo.


-Es muy tentador dejar que lo haga, darle la espalda y desparecer.- Era
algo más que tentador. Era su método preferido de enfrentarse con todo
aquello.
Ella ladeó la cabeza. Un mechón de pelo se deslizó sobre su hombro y
fue a parar a la curva de su seno. -Pero no vas a hacerlo.
-¿No?- Se preguntó cómo lo sabía.
-No.- se acercó a él, hasta que pudo sentir el calor de su piel. -En el

fondo, los hombres de tu padre te importan. Puede que no te guste todo lo que
hacen o cómo lo hacen, pero los respetas, y han formado parte de tu familia
durante demasiado tiempo como para darles la espalda ahora. Sobre todo
cuando sabes qué hará Vladimir con todo ese poder.

-Maldita sea.- Tomó su rostro entre las manos y le dio un beso en los
labios. -¿Cómo es que me conoces tan bien?
-Se me da bien saber cómo es la gente por cómo actúa.- Se apretó
contra él. -Tú me acogiste, sabiendo que no obtendrías ningún beneficio. Y
acabas de decir que dos hombres de tu padre viven arriba. Eso me dice que
piensas en ellos como familia.
-Tendré que recordar tus poderes de observación la próxima vez que
necesite una evaluación de alguien.- La besó en la frente. -Eres una mujer
extraordinaria, Lily.

***
Lily se enterneció con sus palabras. Nunca había pensado que era
especialmente buena en algo, pero Nicolai hacia que se sintiera muy bien
consigo misma. Lo observó irse y cerró la puerta tras él.
El silencio de aquella modesta vivienda no era insoportable. El lugar
tenía una atmósfera de tranquilidad. Le gustaba estar allí. Paseándose por las
habitaciones, notó el exceso de muebles del salón y la falta de una mesa en el
comedor. Los platos de papel apilados en la encimera indicaban que se

utilizaba como mesa.


Sin nada más que hacer, comenzó a ordenar el piso. Ya había terminado
con la cocina y se dirigía al dormitorio cuando escuchó unos golpes en la
puerta principal.

Lily se derrumbó en un sillón del pasillo. La ventana de la puerta tenía


un cristal esmerilado. Nadie podía ver el interior. Pero eso no quería decir
que no pudiesen forzar la entrada. Y no había forma de saber quién era.
-¡Nicolai!- El grito de Vladimir pareció hacer temblar los cristales. -¡Sé
que estás ahí! ¡La estás escondiendo! Entrégamela. ¡Ahora!
Lily tembló. Se acurrucó contra la pared y enterró la cabeza entre las
rodillas. Se negó a ceder ante el temor que le recorría la espalda.
-¡Lily!- gritó Vladimir. -Ven aquí. Ven a mí, Lily. ¡Ahora mismo! Ese
bastardo no tiene ningún derecho sobre ti. ¡Ninguno! ¡Me perteneces a mí!

Ella cerró los ojos con fuerza y se clavó las uñas en los vaqueros. Los
golpes cesaron bruscamente.
Lily abrió los ojos. ¿Qué había ocurrido? ¿Se habría ido sin más? Sintió
un nudo en el estómago. Poniéndose de rodillas, se arrastró hasta el salón. El
suelo de madera estaba frío. Pasó por delante de la puerta, apenas
permitiéndose respirar para no delatar su presencia.
Una vez que llegó a la mullida alfombra, se colocó debajo de la
ventana. Y, mirando por una esquina, vio a Vladimir hablando con dos

gigantescos hombres. La actitud agresiva de los tres no presagiaba nada bueno.


-Vasily. Georgy- dijo apuntando a sendos hombres. -Hay una mujer en
casa de mi hermano. -¡Decidme que es verdad!
Los matones se miraron entre ellos y luego a él. Vasily parecía ser el

portavoz. El estómago de Lily se tensó de nervios. ¿No sabía aquel Vasily que
era peligroso discutir con un loco como Vladimir?
Vasily ladeó la cabeza y miró con insolencia a Vladimir. -Deberías irte.
El Consejo te está buscando.
-Todo el mundo me está buscando.- Vladimir resopló. -Y el Consejo me
verá en cuanto me reconozca como el heredero de mi padre.
Desde la seguridad de la casa, Lily se quedó sin aliento. Los hombres
no reaccionaron. Sus miradas se volvieron más desafiantes. Finalmente,
empezaron a hablar entre ellos en voz baja. El enrevesado dialecto ruso que

utilizaron era indistinguible para Lily, sobre todo a una distancia de más de 10
metros.
Vladimir propinó una bofetada a Georgy. -¡Habla en inglés, coño!
Lily no supo quién estaba más aturdido por la bofetada, si Vasily o
Georgy. Pero fue Vasily el que respondió. Agarró a Vladimir por el brazo y
empezó a apretar. Vladimir intentó zafarse, pero aquel hombre era demasiado
fuerte.
-¡Suéltame!- gritó Vladimir. Y arremetió contra él. El impulso tomó a

Vasily por sorpresa y ambos hombres cayeron al suelo en una maraña de


brazos y piernas.
Vladimir comenzó a propinar puñetazos antes incluso de golpear el
suelo. Justo cuando Lily empezaba a temer que Vladimir estaba ganando,

Vasily le atestó un tremendo golpe en la cara. Vladimir quedó tendido en el


suelo. Su cuerpo se agitó como si quisiese levantarse, pero sus extremidades
se negaron a cooperar. Lily sintió un inmenso alivio.
-Abre la puerta- ordenó Vasily a Georgy.
¿La puerta? ¿Lo iban a meter en la casa? Lily no quería tener nada que
ver con Vladimir. Estaba loco. Además, gritaba su nombre con una voz que
sonaba como un animal rabioso.
-¡Lily!
Vasily arrastraba a Vladimir. Los dos matones Pasternak acercaron a

Vladimir al lugar donde había aparcado el coche.


-¡No podéis hacer esto!- Les chilló Vladimir. Hablaba como si su
lengua fuera demasiado grande para su boca. Tenía problemas para pronunciar.
-Ahora soy vuestro jefe.
-No.- Vasily metió a Vladimir en su coche deportivo, casi golpeando su
cabeza contra el marco de la puerta. -Tú no eres nuestro jefe. Por eso quiere
verte el Consejo, Vladimir. Te han expulsado.
-¿Qué?- gritó Vladimir. Lily chilló cuando hizo ademán de coger su

pistola. -¡No pueden hacer eso!


Lily abrió la puerta de par en par. -¡Va a disparar!- gritó a Vasily y
Georgy. No podía permitir que aquellos hombres resultaran heridos después
de lo que habían hecho para mantenerla a salvo.

Vladimir tuvo tiempo de disparar una vez antes de que los matones
comprendieran la advertencia de Lily. Comenzaron a gritar en ruso. Pero no
terminó de la misma forma que el altercado de Vladimir con el joven de la
grúa. Nadie se achicó. Los matones desenfundaron sus propias armas y
respondieron al disparo sin tan siquiera pestañear.
Vladimir arrancó el coche. Dejó a los furiosos matones detrás, con una
lluvia de grava y humo. Lily vio cómo se alejaba y supo que no sería la última
vez vería a aquel individuo tan perturbado.
Capítulo Once

-¡Lily!- Nicolai entró apresuradamente en el edificio. -Lily, ¿dónde


estás?
-Estoy aquí, Nicolai. Estoy bien. Te lo prometo.- dijo, saliendo de la

cocina.
Él la estrechó entre sus brazos, sintiendo sus cálidas curvas y
experimentando la más profunda sensación de alivio. -Dios mío, cuando Vasily
me llamó para contarme lo que había ocurrido, pensé que me volvía loco. Me
dijo que estabas bien. ¿Consiguió entrar? ¿Te ha puesto la mano encima?
-No.- respondió, acariciando su rostro. -Estoy bien. De verdad. Tus
hombres se llevaron la peor parte. ¿Está alguno de ellos herido?
-Georgy tiene un rasguño. No es nada. Ni siquiera merece la pena

llamar al médico.- Nicolai le tocó suavemente el cabello, enredando los dedos


entre sus preciosos mechones. -Tendría que haberme quedado contigo.
-No.- dijo ella contra su pecho. -Tenías que irte. Lo entiendo. Aquí
estoy segura.
Él deslizó los dedos por su delicado cuello. Su piel era increíblemente
suave. La agarró por la nuca y enterró la mano en su pelo. Le sujetó la cabeza
y colocó los labios sobre los suyos.
Su tacto fue como acercar una llama a la leña seca. El control de
Nicolai se esfumó. Profundizó el beso, dejando que su lengua recorriera la

suya y haciendo a su boca lo que deseaba hacerle a su coño.


Ella profería pequeños sonidos de deseo con la garganta. Aquellos
ruidos le animaban, haciéndole saber que estaba disfrutando. La abrazó con
más fuerza y dejo que sus manos descendieran hasta sus nalgas. Empujando su

pelvis contra él, sintió el duro eje de su erección acoplarse perfectamente en


el hueco de sus muslos. La necesitaba con desesperación, pero quería que todo
fuera bien.
Interrumpió el beso. -Lily, quiero hacerte el amor. ¿Puedo?
-Por favor- dijo ella, empujando su cabeza hacia abajo para continuar
besándole.
Su boca estaba hambrienta. Devoró sus labios y exploró con su lengua.
Sus dientes chocaron al tomar ávidamente la iniciativa. Él la dejó hacer,
disfrutando de su audacia. Hasta que no pudo soportar más la espera.

Colocando un brazo por detrás de sus rodillas, la levantó del suelo. Fue
un paseo corto hasta el dormitorio. La depositó en mitad de la cama. Tenía el
cabello enmarañado y las mejillas rosadas de pasión. Estaba para comérsela.
-Desnúdate para mí, Lily. Por favor.
Ella no vaciló. Se quitó los zapatos y los calcetines con los pies,
dejando que cayeran al suelo con un ruido sordo. Después, se desabrochó los
vaqueros. Él le ayudó a deshacerse de ellos. Cada centímetro revelaba una
piel dorada y cálida. Había desarrollado curvas en las últimas semanas, y le

encantaba aquella saludable luminosidad.


Finalmente, se sacó el suéter por la cabeza. No llevaba sujetador.
Nicolai sofocó un juramento y emitió un gemido de apreciación. Sus senos
eran perfectos. Con sendos pezones rosados coronándolos. Las areolas

estaban fruncidas y, mientras él observaba, los pezones formaron dos


pequeños puntos erectos.
-Tengo que probarlos- murmuró.
Ella rió. -Van a disfrutar mucho de tu atención, pero primero quiero
verte desnudo.
Él se encogió de hombros. Desnudarse era, de todos modos, una de sus
prioridades en aquel momento. Se sacó las botas y dio unos saltitos para
quitarse los vaqueros. Se dejó puestos los ajustados calzoncillos. Cuando se
quitó la camiseta, oyó suspirar a Lily.

-Eres hermoso- susurró ella.


Su ego recibió un estímulo que probablemente no necesitaba, y se subió
a la cama junto a ella. Incapaz de esperar un segundo más, bajó la cabeza y
tomó uno de sus senos en la boca.
Su sabor era dulce. Lamió y succionó el pezón hasta que ella le agarró
del pelo gritando su aprobación. Tras introducirse la mayor parte del pecho en
la boca, presionó el pezón contra su paladar y succionó aún más. Entonces, se
trasladó al otro seno y repitió el proceso.

Ella se retorcía sobre la cama. El inquieto vaivén de sus piernas le


informó que necesitaba atención entre ellas. Quería saber cómo estaba de
húmeda. Incapaz de resistirse, colocó una mano entre sus muslos y encontró la
abertura. Deslizando cuidadosamente un dedo entre sus pliegues, fue

recompensado con una generosa dosis de dulce nata.


Su gemido resonó en las paredes del dormitorio. -Tócame, Nicolai.
Quiero correrme.
Jamás le hubiese denegado tan erótica súplica. Mientras trazaba
círculos alrededor del clítoris con el dedo, continuó succionando el pezón. La
hinchada punta palpitaba contra su lengua, y con mucho cuidado pasó los
dientes por ella.
Lily arqueó la espalda. Él sintió su coño tensarse y ella llegó al clímax
entre un torrente de cremosos fluidos que empaparon su mano. Sus caderas

dieron una sacudida y gimió y jadeó como si buscara más.


***
Lily necesitaba que la penetrara. Apenas entendía lo que aquello
significaba, pero sabía que era cierto. Se aferró a los brazos de Nicolai. Sus
uñas se clavaron en la piel de sus hombros. -Por favor. Estoy muy vacía,
Nicolai. Te necesito.
-Eres virgen, Lily. Te va a doler un poco. No quiero lastimarte.
-Lo sé.- Ella alzó la cabeza y le besó en los labios. -Lo sé. Aún así te

deseo. Por favor.


Él cubrió su cuerpo con el suyo, colocándose entre sus piernas, hasta
que ella sintió un cosquilleo originado por el pelo de la base de su polla
contra su monte de Venus. Él observó su rostro, pero no vio miedo. Su

expresión era tierna. Apoyando los brazos a ambos lados de su cuerpo para
soportar su propio peso, acercó su boca a la suya y la besó apasionadamente.
La punta de su polla se topó con su empapada abertura. Y, cuando se deslizó
en su interior, el movimiento de su lengua contra la suya imitó la sensación de
su verga entrando en su cuerpo.
El exquisito placer estuvo a punto de abrumarla. Entonces, sintió una
breve presión. Una ráfaga de dolor la atravesó, pero pronto desapareció en
aquel cálido mar de deseo. Envolvió los brazos alrededor de Nicolai y enredo
sus dedos en su cabello. Sus sedosos mechones eran como una suave caricia.

Levantando una pierna, le animó a penetrarla con más profundidad. Sus


embestidas eran deliciosas.
Los sonidos húmedos del acto llenaron la estancia. Se movían con
lentitud, como si tuvieran prisa. Lily sintió un torrente de emoción y se admiró
del autocontrol de Nicolai. Su larga y cálida verga palpitaba dentro de ella.
Nicolai puso las manos detrás de sus muslos y le levantó las piernas. Modificó
la postura de su cuerpo para introducirse con mayor profundidad.
Lily lanzó un grito al sentir el roce de su polla contra aquel punto que la

volvía loca. Arqueó la espalda para aumentar la fricción. Y perdió todo


control. Sus gritos de placer llenaron el cuarto, ahogando los sonidos del
cuerpo de Nicolai estrellándose contra ella.
Supo que se aproximaba al orgasmo. Sintió una sensación líquida en las

piernas que avanzó hasta su espalda. La anticipación hizo que casi perdiera el
conocimiento. Todos los músculos de su cuerpo se tensaron y clavó las uñas
en los músculos de sus brazos. Cerrando los ojos con fuerza, finalmente tuvo
el coraje de abandonarse.
Fue como si estuviera flotando. Sus músculos interiores parecieron
fundirse alrededor de la polla de Nicolai. Él la besó nuevamente. El contacto
de su lengua la elevó aún más. En aquel momento, se sintió completamente
conectada a él. Fue hermoso y, cuando él comenzó a embestir con más fuerza,
se dio cuenta de que él también estaba llegando al clímax. Aquel pensamiento

hizo que se excitara aún más. Anheló ser marcada por él, pertenecer a Nicolai
por completo.
Por último, él arremetió con fuerza y la sostuvo tan cerca que no quedó
espacio entre ellos. Dio una última sacudida y Lily notó la cálida y húmeda
sensación de su simiente derramándose dentro de ella. Lo abrazó y se deleitó
en el conocimiento de que pertenecía a Nicolai. No porque era propiedad
suya, sino porque así lo quería.
No sabía cuánto tiempo estuvieron tumbados en aquella postura. Sus

piernas estaban enredadas, y él había rodado hacia un lado para evitar


aplastarla. Pero todavía seguían unidos. Su flácida verga comenzó a deslizarse
fuera de su cuerpo y ella lamentó la pérdida, antes de darse cuenta de que
podían hacer aquello una y otra vez.

-¿En qué piensas?- le susurró, con los labios rozándole el cabello.


No había ninguna razón para no decirle la verdad. -Me preguntaba
cuándo vamos a hacerlo otra vez.
-Mi insaciable zorrita.- Su risa la enterneció. -Tan pronto como me
recupere, supongo. Me has agotado.
-¿De verdad?- Lanzó un suspiro de gozo. -Me siento mejor que nunca.
-¿En serio?
-Ha sido diferente a todo lo que he experimentado antes.
Él meditó sobre aquello. Apenas podía ver su expresión en la

penumbra, pero sintió la tensión de sus músculos. -Anoche, Vladimir…- Fue


incapaz de terminar la frase.
-No me tocó- le aseguró ella. -Si es eso lo que te preocupa. Entró en el
cuarto y se dio una ducha, creo.- Trató de recordar los aterradores
acontecimientos de la noche anterior. -Estaba intentando suplantarte. Tal vez
crea que tienes todo lo que quiere para sí mismo. Creo que trataba de ocupar
tu lugar.- Se estremeció ante la idea de lo extraño que era todo aquello.
-Ha cambiado tu forma de ver lo que hace. ¿No es cierto?- preguntó

Nicolai con voz suave.


-Sí. Y no me gusta nada.- Le acarició el musculoso pecho. -Tengo miedo
de provocarle. O tal vez no. No lo sé. No se puede predecir lo que va a hacer
un loco.

Sabía que a él no le gustaba escuchar que tenía miedo. Él le acarició el


rostro. -Ya no tienes que temerle. No tiene ningún poder sobre ti. Muy pronto,
el Consejo decidirá su suerte. Y tú tienes el control de tu propia vida. Nadie
puede elegir por ti.
-Y tú también.- Quería que lo entendiese. -Eres un buen hombre,
Nicolai. Vas a tomar la decisión acertada para tu familia.
-¿Incluso si eso significa convertirme en un capo de la mafia?- Su tono
irónico tenía una nota de vulnerabilidad. -¿Querrías estar conmigo si se me
considera un criminal?

-No me importa lo que eres, Nicolai.- Nunca había dicho algo tan cierto
en toda su vida. -Sólo quiero estar contigo para siempre.
Capítulo Doce

Cuando Nicolai llegó a Kalinka vio una ambulancia delante del edificio.
Las luces rojas y azules destellaban en el cielo nocturno. Pero aquello no fue
lo que le preocupó. Sino el furgón blanco del forense. La calle estaba llena de

mirones que contemplaban la escena sin ningún pudor. No era el tipo de


publicidad que necesitaba Kalinka, especialmente porque toda la ciudad sabía
que era un hervidero de actividad mafiosa.
-Me alegra que hayas venido tan rápido, jefe- dijo Anatoly acercándose.
Nicolai hizo una mueca. -No me llames así.
-Es lo que se va a votar en la reunión de mañana.- Anatoly se frotó las
manos. -Estoy deseando que llegue. Una vez que nuestro liderazgo esté
firmemente establecido, será el momento de ir a por el necio de tu hermano.

-¿Qué ha pasado?- Nicolai hizo un gesto en dirección a la escena.


La puerta del restaurante se abrió y apareció una camilla empujada por
dos paramédicos. La carga en forma de cuerpo humano envuelto en una sábana
blanca, fue señal suficiente de lo que había ocurrido. Y el brazo que colgaba
lánguidamente por un lado, aportaba un aterrador elemento que hizo que se le
revolviera el estómago.
-Vladimir vino buscando al Consejo.
Nicolai tomó una respiración profunda. - ¿Dijo qué quería?
-No, pero se mostró hostil desde el principio. Agresivo.- Anatoly se

frotó el mentón. -Según la azafata, parecía estar jugando con todos. Llamó al
detective Orr, como le habían dicho que hiciera. Y cuando llegó, se armó la
gorda.
-Temía que pasaría esto- murmuró Nicolai. -A Vladimir no le gusta

sentirse acorralado.
-No les dio tiempo a llegar a esa situación. Atacó a Orr y lo tomó como
rehén. Durante la refriega, dos de los policías resultaron heridos y Orr fue
asesinado.- Anatoly miró a Nicolai. -Tenemos que acabar con tu hermano,
Nicolai. Corremos el riesgo de que nos descubra a todos.
-Ya me he dado cuenta- murmuró Nicolai. -Pero no estoy seguro de
cómo voy a acabar con alguien a quien ni siquiera puedo encontrar.
-Tengo una idea.
Nicolai suspiró mientras los técnicos sanitarios escoltaban a un joven

agente del edificio. Llevaba un vendaje que le cubría del hombro a la muñeca.
-A estas alturas, estoy dispuesto a escuchar cualquier cosa.
-Tu hermano quiere poder. Está furioso porque tu padre te eligió a ti en
vez de a él.- Anatoly se encogió de hombros. -Está claro que quiere airear sus
preocupaciones ante el Consejo.
-Probablemente, antes de sacar su pistola y amenazar con asesinarlos a
todos si no le votan.- Nicolai se pasó una mano por el rostro en señal de
irritación. -Es como tratar con un niño malcriado.

-Preparemos una reunión del Consejo.- Anatoly hizo un gesto en


dirección a Kalinka. -La podemos hacer aquí. Lo atraemos y nos deshacemos
de él.
Nicolai puso los brazos en jarras y echó la cabeza hacia atrás para

contemplar el oscuro cielo nocturno. -No sé si puedo matar a mi hermano


gemelo, Anatoly.
-No será un asesinato- dijo Anatoly con calma. -Será un juicio.
-Aún así.- Nicolai sabía que no podía hacer aquello. -Es mi gemelo.
-Entonces lo haré yo. Asesinó al hombre que fue como un padre para mí.
Nicolai suspiró y asintió con la cabeza. -Si yo no puedo, es tu derecho.
-¿Y qué hay de la mujer?- Anatoly observó al grupo de detectives que
deliberaban a menos de un centenar de metros de ellos. -Tu hermano no la
obtuvo - ¿cómo lo diría? - de forma legal.

-Es irónico utilizar esa palabra en este contexto.


-Tenemos normas por una razón, Nicolai.- El tono de Anatoly era duro. -
Antes del Consejo, no había más que caos.- Anatoly hizo un gesto con la
barbilla en dirección a la ambulancia y los coches de la policía. -Cosas así
pasaban todos los días.
-Lo sé.- Nicolai no dudaba de las palabras de Anatoly. -Y sé que,
técnicamente, se la he robado. Estoy dispuesto a saldar la deuda de su padre.
-Muy bien.- Anatoly profirió un gruñido y asintió con firmeza. -Eso

probará al Consejo que eres el heredero de tu padre. Él habría aprobado esa


decisión.
-¿Crees que habría aprobado que me case con una mujer a la que había
pensado colocar en uno de los burdeles?- Nicolai lo dudaba.

-Entonces, ¿te vas a casar con ella?- Anatoly levantó las cejas. -¿Porqué
casarte cuando la puedes tener de todas formas?
-Algún día entenderás lo que ocurre cuando un hombre conoce a una
mujer que merece la pena.- Nicolai le dio una palmadita en la espalda. -Hasta
entonces, pensarás que estoy loco.
Anatoly resopló. -Tu hermano está loco. De eso estoy seguro. ¿Tú? Creo
que estás enamorado, que es otro tipo de locura.
-Caballeros.- Un hombre alto y canoso enfundado en un traje negro se
acercó a ellos. -Soy el capitán Grayson.

-Capitán- saludó Nicolai educadamente. -Si podemos hacer algo para


ayudar, no dude en decírnoslo.
-Nos puede informar del paradero de su socio- dijo Greyson en tono
sombrío.
Nicolai levantó una ceja. -Desde luego, sabe cómo causar impresión.
Vladimir Pasternak no es mi socio. Es mi hermano. Pero no tengo ningún
negocio ni asociación personal con él. Está considerado persona non grata por
la familia Pasternak.

Grayson lo miró sorprendido. -¿Atestiguaría eso en un juicio?


-Por supuesto. Lo acabo de decir, ¿no?- Nicolai se estaba poniendo
furioso. -¿Qué? ¿Cree que lo estoy protegiendo después de irrumpir en mi
restaurante y amenazar a mis empleados, asesinar a un agente y enfocar la

atención de los medios y las fuerzas del orden sobre mis actividades? O, ¿qué
le parece el hecho de que Vladimir es el responsable del asesinato de mi
padre? Todavía no han logrado averiguar nada al respecto. No, no tengo
ninguna relación con mi hermano. Es mi enemigo.
-Discúlpeme- dijo Grayson, contrito. -Reuniré a mis hombres e iniciaré
la investigación. Cualquier cosa que pueda decirme sobre su hermano nos
ayudaría mucho.
-Por supuesto- murmuró Nicolai. Pero no creía ni por un momento que
podía dejar aquel asunto en manos de la policía.
Capítulo Trece

Lily profirió un pequeño suspiro de felicidad y se dio la vuelta en la


cama, sujetando la almohada de Nicolai contra su rostro. Podía oler su aroma
en el tejido. Aquella reconfortante combinación de especias y almizcle

masculino hizo que un escalofrío le recorriera la espalda. Era un hombre


increíble, y era suyo.
Escuchó un ruido en la puerta principal. Sonaba como si alguien hubiera
metido la llave en la cerradura. Aquello sólo podía significar que Nicolai
estaba en casa. Su anticipación la puso nerviosa. Tenía muchas ganas de
volver a hacer el amor con él. De hecho, no podía creer lo audaz que se sentía
al respecto.
Tras incorporarse, bajó las piernas al suelo por el lateral de la cama.

Estaba completamente desnuda. La sensación era casi obscena, pero le gustaba


lo valiente que le hacía sentir hacer algo tan atrevido.
-Nicolai- canturreó en alto. -Estoy en la cama y no llevo nada puesto.
Vladimir apareció en el umbral, con una sonrisa de superioridad en el
rostro. -Estupendo.
Lily se quedó momentáneamente paralizada, pero no tardó mucho a
reaccionar. Justo cuando Vladimir se abalanzaba hacia la cama, ella rodó
sobre su espalda. El movimiento la condujo al otro extremo de la cama. Se

bajo al suelo en busca de algo con lo que defenderse.

-Vamos, Lily- se burló Vladimir. -No es justo decirle a un hombre que le


estás esperando desnuda y retirar la oferta. A nadie le gustan las
calientapollas.
Desesperada, Lily se metió debajo de la cama. El hueco era demasiado

estrecho para Vladimir. Había comenzado a sudar y se le pegaba la piel al


suelo de madera. Se trasladó hacia el centro y esperó que se le ocurriera algo.
-No me digas que te has escondido debajo de la cama.- Sonaba
exasperado. -Te das cuenta de que sé dónde estás, ¿verdad? No puedes hacer
que desaparezca cerrando los ojos.
El desprecio y mezquindad de su tono la espoleó, en lugar de
achantarla. Estaba harta de que los hombres se burlaran de ella simplemente
por ser más grandes y por creer que estaban al mando.
Una franja de madera pálida atrajo su mirada. Por lo visto, Nicolai

guardaba un viejo bate de béisbol debajo de la cama. Probablemente por si


entraba algún intruso, y en aquellos momentos, Vladimir podía ser calificado
como tal. Lily agarró el mango con ambas manos. Calculó la distancia entre su
posición y las piernas de Vladimir. Sabía que no había demasiado tiempo.
Sólo tendría una oportunidad de hacerlo bien.
Apuntando con cuidado, dobló su cuerpo casi por la mitad para coger
impulso y generar bastante fuerza como para hacer daño. Agarró con fuerza al
bate y lo hizo volar.

Vladimir se encorvó de agonía cuando el bate hizo contacto con su


espinilla. Se derrumbó sobre el suelo, presa del dolor. Lily se preparó para
propinarle un segundo golpe. Esta vez, apuntó a la cabeza. Él pareció
percatarse de la existencia del bate cuando se dirigía rápidamente hacia su

rostro. Protegiéndose con las manos, trató de desviar el golpe. Pero fue
demasiado tarde. El bate rebotó entre su hombro y su cabeza con un ruido
sordo. El ataque lo aturdió por un momento.
Lily salió de debajo de la cama por el otro lado. El corazón le latía con
fuerza, y sintió como si nunca se hubiese movido con tanta rapidez. Oyó a
Vladimir detrás de ella. La puerta del dormitorio estaba cerca. Si conseguía
llegar a ella, podría pedir ayuda.
Vladimir se puso en pie. -Lily!- gritó. -¡Ven aquí ahora mismo!- No era
posible que esperara que le obedeciera. Y, sin embargo, continuó con sus

disparatadas órdenes. -Sabes que lo deseas. Me perteneces. Soy el único que


puede cuidarte de la forma que necesitas.
Lily cerró la puerta de entrada de golpe detrás de ella. Sus pulmones se
llenaron de aire fresco y se sintió envalentonada por el hecho de haber
conseguido escapar de la casa. Escuchó a Vladimir correr tras ella. No le
llevaba mucha ventaja. Obligando a sus piernas a moverse más rápido, sintió
un cosquilleo en la nuca. ¿Estaría cerca?
Unos brazos la aferraron por la cintura y se derrumbó sobre el suelo.

Lily gritó de sorpresa y dolor. El impacto con el asfalto fue duro. Sintió cómo
se desagarraba la camiseta que había conseguido ponerse mientras escapaba.
El dolor hizo que le entraran náuseas.
Vladimir se puso en pie y levantó a Lily a rastras. Deseó que la caída le

hubiese ocasionado tanto daño como a ella. Tenía una rasgadura en el lado
izquierdo de sus vaqueros, por encima de la rodilla, y su rostro estaba
magullado.
Ella tenía todo el lateral izquierdo del cuerpo cubierto de marcas rojas
debido al roce con el asfalto. Le palpitaba la mejilla, donde la órbita de su ojo
rebotó contra el duro suelo. Aún así, no dejó que viera su desasosiego.
Levantó el mentón en su dirección y le dedicó una mirada de asco y
obstinación que esperó le cabreara aún más. Estaba harta de aquello. Era el
momento de dejar de acobardarse. Ya no iba a tener miedo.

-¿Desde cuándo tienes esta actitud?- quiso saber Vladimir. -No es típico
de ti. ¿Es que no tienes vergüenza?
-¿Vergüenza?- le espetó. -¿No querrás decir que prefieres que tenga
vergüenza para poder explotarme?
Lily se negó a achantarse. Vladimir la tenía sujeta por un brazo, y estaba
desnuda, a excepción de una enorme camiseta que pertenecía a Nicolai, pero
no iba a rendirse sin luchar.
Levantó la barbilla y miró a su captor directamente a los ojos. -Jamás

volveré a doblegarme ante un hombre. Tengo dignidad. Tengo inteligencia. Eso


es lo que he aprendido con Nicolai.
-Tendrás dignidad cuando te ganes la vida- gruñó él.
Lily no lo pudo evitar. Ladeó la boca en una sonrisa burlona. -Y tú no

tienes dignidad porque tu padre no te quiso como heredero y puso a tu hermano


en tu lugar. Todos quieren verte muerto, Vladimir. ¿Qué se siente?
El miedo volvió a apoderarse de ella ante la ira de Vladimir. Su furia
era palpable. Y, de repente, pareció controlarse. -Tienes suerte de que no
quiera que tengas más magulladuras antes de mandarte al burdel. De lo
contrario, te habría rajado el cuello por ese insulto.
Ella no se molestó en responder. Simplemente, lo miró con desprecio.
Nicolai la amaba. Nunca se lo había dicho con aquellas palabras, pero sabía
que le pertenecía y él a ella, porque así lo habían decidido.

-¿Por qué sonríes?- quiso saber Vladimir, a la vez que la arrastraba


hacia su coche.
-Estoy pensando que no importa lo que hagas. No puedes tener la parte
más importante de mí. La tiene tu hermano.
-Piensa lo que quieras, pero mi hermano aún tiene que resarcir las
deudas de juego de tu padre ante el Consejo y el propietario del casino.- La
crueldad de Vladimir hizo que su rostro se transformara en una horrible
máscara. -¿Crees que va a pagar más de tres cuartos de millón de dólares por

ti?
No tenía ni idea de aquello, pero no lo iba a admitir delante de
Vladimir. Se encogió de hombros. -No importa lo que tenga que pagar. Mi
amante me quiere a cualquier precio.

-Tal vez deba llevarte de vuelta con tu padre para que recuerdes cuál es
exactamente tu valor.- Le sacudió el brazo hasta que le castañetearon los
dientes. -¿Te acuerdas de cómo era vivir allí?
-¡Claro que me acuerdo!- le espetó. -Pero si crees que tengo miedo de
ese insignificante viejo, la llevas clara. Ya no soy una niña. Soy una mujer. Y
no voy a permitir que me hable mal ni que me golpee. Nunca más.
Habían llegado al coche de Vladimir. -Espero que no te importe asistir
a la reunión del Consejo con ese atuendo, porque no pienso comprarte ropa.
No después de tu ingrato comportamiento.

-¿Qué comportamiento?- preguntó con una sacudida de cabeza. -¿Mi


decisión de elegir a tu hermano en vez de a ti? ¿O de atizarte en la cabeza con
un bate de béisbol?
-Me gustabas más cuando eras humilde y agradable- murmuró mientras
la obligaba a subir al coche.
Se apresuró a rodear el vehículo para meterse por el lado del conductor.
Ella no se movió mientras esperaba. Ni siquiera para ponerse el cinturón de
seguridad. Volvió la cabeza y le dedicó una tierna sonrisa. -Se me ha olvidado

decirte una cosa. Prefiero estar desnuda en una sala llena de extraños que
ponerme algo que me hayas comprado tú.
Vladimir apretó los dientes. -Me estás provocando, y no te va a gustar
el resultado.

Ella sacudió la cabeza dejando que viera todo el odio y desprecio que
le producía. -¿Vas a irrumpir en tiendas sin preocuparte de si dañas a alguien?
¿O vas a agitar tu arma delante de un pobre tipo que sólo está haciendo su
trabajo? ¿O tal vez acabes planeando el asesinato de un detective de la
policía? ¿O- le dirigió una sonrisa triste - quizás mates a tu propio padre
porque sabe lo que eres?
Vladimir pisó el acelerador. El coche salió disparado y se alejaron en
la oscura noche. Lily se preguntó si alguna de sus palabras había atravesado la
arrogancia que vestía como armadura. En cierto modo, parecía confundido,

como si se sintiera culpable. Aunque era difícil creerle capaz de aquella


emoción.
Llegaron a Kalinka tras un corto trayecto. Vladimir no parecía haber
recuperado el control. Su conducta inquietaba a Lily. Estacionó el coche en la
acera y se aferró al volante con ambas manos.
-¿Estás bien, Vladimir?- Trató de ser amable. Tal vez necesitaba un
poco de compasión.
-Has cambiado- le espetó él.

-¿Yo?
-¿Por qué?
-Porque ya no intento esconderme- En cierta manera, lo empezaba a
entender. -Me cansé de ser el felpudo de todo el mundo. No tengo que

esconderme y no quiero acobardarme. Sólo quiero vivir mi vida y que me


dejen en paz.
-Eso es ridículo- le dijo. -Las mujeres son propiedad de los hombres.
Pero entiendo que quieras independencia.
Ella rió. Sus palabras ya no le afectaban. -Así que crees que soy
ridícula. Puedes creerlo, me da igual. Yo creo que tú estás loco. ¿Estás listo
para entrar y demostrarles que estás destinado a ser el jefe?
-Sí.- Se dispuso a salir del coche.
Lily puso los ojos en blanco. Al menos, aquello iba a ser entretenido. -

¿Lo ves? Eso sí es ridículo.


Capítulo Catorce

Nicolai observó a Vladmir entrando en Kalinka con Lily a su lado. Se


había enterado por Vasily y Georgy de que Vladimir se la había llevado del
piso. Parecía enojada, pero estaba ilesa. Por el momento, debía conformarse

con eso.
Nicolai mantuvo la cabeza alta y se recordó a sí mismo que era el jefe
legítimo. Aquello era lo único que importaba. Vladimir miró a su alrededor,
confuso. Estaba claro que había estado esperando ver al Consejo reunido en el
comedor principal. Pero el restaurante estaba vacío, a excepción de los
matones de Pasternak que rodeaban a Nicolai. Tenía a diez hombres a sus
espaldas. Aquella muestra de apoyo hizo que se sintiera a la vez orgulloso y
ansioso. Estaba claro a quién respaldaban. ¿Qué haría Vladimir cuando se

diese cuenta de que su intento por hacerse con el mando era completamente
inútil?
-Hola, Vladimir.- Nicolai habló con un tono desprovisto de toda
emoción. Algo que le resultó muy duro, teniendo en cuenta que podía sentir la
mirada de Lily.
Vladimir gesticuló en dirección a la sala en general. -¿Dónde está el
Consejo? Me han dicho que había una reunión.
-¿Habrías venido si no fuera así?- peguntó Nicolai educadamente.
Vladimir se encogió de hombros. -Puede. O puede que no. Depende de

mi estado de ánimo.
-¿Qué te ha pasado?- Nicolai se acercó varios pasos, alejándose de la
protección que ofrecían sus hombres. Todavía se preguntaba si su hermano
podría redimirse. -Siempre has sido un poco impredecible, pero eres mi

hermano, Vladimir. Estoy preocupado por ti. Es hora de buscar ayuda. Estás
enojado y te muestras vengativo sin razón. Has asesinado a nuestro padre.
-No es cierto- dijo Vladimir. Entonces, pareció darse cuenta de que
todos los presentes conocían la verdad. -Os he hecho un favor. Mi padre
estaba viejo y cansado. Era débil. Unos cuantos meses más con él de líder y
estaríamos todos muertos.
-Así que lo mataste.- presionó Nicolai. -A tu propio padre. Y ¿eso no te
parece que está mal?
Vladimir resopló con desprecio. -Fue una acción necesaria.

-Y veo que también has traído a Lily.- La voz de Nicolai sonaba


impasible. Dejar que Vladimir supiera lo mucho que le afectaba, sólo serviría
para hacer daño a ambos.
-No hace falta que finjas que no significa nada para ti, Nicolai. Creo
que todos sabemos lo mucho que deseas a esta mujer, aunque me pertenezca a
mí.
-No soy tuya- interrumpió Lily. -Y esos hombres tampoco lo son.
Vladimir pareció distraerse con sus palabras. Frunció el ceño y señaló

a dos de los matones que estaban de pie detrás de Nicolai. -Bryan, Alexei,
¿por qué os ponéis de parte de mi hermano si sabéis que yo soy el heredero
legítimo del sindicato Pasternak?
-El Consejo ha decidido, Vladimir- dijo Bryan con un gruñido. -No

podemos ir en contra de su decisión.


-¿Vas a hacer caso a este principiante?
Nicolai sabía lo que venía a continuación. Cuando Bryan no contestó,
Vladimir comenzó a inquietarse. El hecho de que hubiese arrastrado a Lily
hasta allí contra su voluntad, era algo malo. Pero Nicolai no podía mostrar a
Vladimir cómo se sentía. Sólo empeoraría las cosas para ella.
Parecía que las audaces palabras de Lily habían hecho mella en la
obstinada mente de Vladimir. Se giró para mirarla. -¿A qué te refieres cuando
dices que no me perteneces?

Nicolai nunca había estado tan orgulloso de ella como en aquel


momento. Tampoco había tenido tanto miedo. La empecinada inclinación de su
barbilla y la forma con la que cuadraba los hombros le dijeron que no iba a
acobardarse.
Lily sonrió dulcemente. -Me entregué a Nicolai. Él tomó mi virginidad.
Le pertenezco a él.
-¿Qué?- Vladimir dio un traspié como si le hubiesen atestado un golpe.
-¿Cómo has podido hacer tal cosa?

-¿Yo?- Lily le apuntó con el dedo. -¡Me ibas a meter en burdel! ¿Qué
más te da que me tire a Nicolai? Por ti, me hubiera follado media ciudad.
Vladimir se puso las manos a ambos lados de la cabeza. -Sólo porque
tienes que pagar la deuda. Es tu trabajo. Es diferente.

-No para mí- replicó ella.


Vladimir dijo algo en ruso antes de volver a cambiar de idioma. -
Podrías haberte tirado a cualquiera. ¡A cualquiera! Pero no a mi hermano. ¡No
al hombre que me lo ha quitado todo!
-Nunca fui tuya- insistió Lily. -No pertenezco a nadie. Elegí entregarme
a Nicolai. Nunca me entregaría a un hombre que quiera vender mi cuerpo para
pagar una deuda que ni siquiera es mía.
Nicolai estuvo a punto de advertirle que no presionara más a su
hermano. Vladimir estaba temblando como si tuviera algún tipo de crisis

emocional. -Vladimir, por favor.- dijo Nicolai- No estás bien. Deja que te
lleve a un lugar donde puedas conseguir la ayuda que necesitas.
-¡Estoy bien!- El grito de Vladimir resonó por todo el restaurante. -Todo
esto es por aquel episodio que tuve cuando tenía doce años, ¿no es cierto?
¡Crees que estoy loco!
Los matones miraban confundidos a Nicolai. Anatoly profirió un
suspiro. Era el único que conocía los detalles de aquel secreto de familia.
Nicolai frunció los labios. Era como enfrentarse a un animal salvaje.

Se acercó cautelosamente a Vladimir con las manos extendidas en señal


de ofrenda de paz. -Nadie ha mencionado el hospital, Vladimir.
-¡No quiero volver al manicomio!- gritó Vladimir. -¡No lo haré! Estoy
bien. Pregunta a cualquiera. Sacó una pistola y apuntó a Lily. Ella dio un

chillido de sorpresa, pero no se movió.


***
Lily aún seguía perturbada por la noticia de que Vladimir había estado
ingresado en un hospital psiquiátrico durante su adolescencia. Aquello
explicaba muchas cosas.
-¡Díselo!- le gritó Vladimir. -Diles que estoy bien.
-Claro que estás bien- dijo ella. -Pero tienes que bajar el arma, o nadie
se dará cuenta de que esto no es culpa tuya.
Por un segundo pensó que había logrado convencer a Vladimir. Su

mirada se aclaró un poco, únicamente para endurecerse de nuevo. Comenzó a


agitar la pistola en el aire y a caminar en círculos. -¡Te has acostado con él!
¡Te has acostado con mi hermano! ¿Cómo has podido hacer eso?
Lily miró a los otros Pasternak, pero fue inútil. Todos observaban con
distintas expresiones de horror. Tenía la sensación de que aquello iba a acabar
muy mal. -Vladimir, ¿cuándo fue la última vez que tomaste tus medicinas?
-¿Qué medicinas?- La pregunta pareció distraerle momentáneamente. -
¿Por qué me preguntas eso?

-Porque no estás pensando con claridad y creo que las medicinas te


podrían ayudar.- Debía mantener la conversación centrada en él. -Quizás las
medicinas funcionen un poco como un traductor.
-Estás loca.- Vladimir bajó el arma. –Lo que dices no tiene sentido.

-Cuando tomas tus medicinas, el resto de la gente puede entender lo que


dices y haces. Puede que entonces no te sientas tan incomprendido y solo.
-¡Ja!- Vladimir frunció los labios con desdén. -Recuerdo cuando estaba
en el hospital. Los médicos me daban medicamentos que me hacían sentir lento
y soñoliento. Entonces me di cuenta de que era más inteligente, más rápido y
mejor que todos ellos. Por eso querían medicarme. Querían ser mejor que yo.
Los matones se estaban impacientando. Miraban a Nicolai, preparados
para desenfundar sus armas, como si estuvieran esperando una señal. Muy
pronto, alguien dispararía y comenzaría un tiroteo. Vladimir parecía esperar

ansioso el baño de sangre.


-Hermano- comenzó Vladimir, -¿cuándo perdiste las pelotas? En serio.
¿Las tienes en un frasco debajo del fregadero? Nunca te tuve por una persona
cobarde, sin embargo, estás actuando de esa forma.
-Supongo que a un individuo trastornado como tú, mi vacilación para
ordenar la muerte de mi propio hermano le parece pura cobardía.- Nicolai
sacudió la cabeza. -Hagámoslo a tu manera.
Vladimir reaccionó justo cuando Nicolai hizo un gesto a Anatoly. El

enorme matón ladró sus órdenes al resto, pero Vladimir ya había atrapado a
Lily por la cintura. La colocó delante de él como escudo humano.
-¡Disparad y mataréis a la mujer de Nicolai!- gritó Vladimir.
Arrastrando a Lily, Vladimir se refugió detrás de la barra del bar.

Nicolai sintió un torrente de adrenalina en sus venas. Tenía que sacar a Lily de
allí. Dejó a sus hombres y se arrastró sobre el vientre hacia el escondite de
Vladimir. Detrás de él, Anatoly y el resto mantenían un constante flujo de
disparos y gritos como distracción.
Nicolai consiguió aproximarse al bar. Podía oír a Lily discutiendo
valientemente con Vladimir.
-¿Qué haces?- le gritó. -¡No tienes que hacerlo!
-Cállate.
Nicolai se asomó tras la cubierta de una mesa. Vio a Vladimir con el

arma apuntando por encima de su cabeza, preparándose para disparar a ciegas


en dirección a Anatoly y sus hombres. Los gritos inundaron Kalinka cuando los
cristales destrozados cubrieron el suelo. Uno de sus hombres profirió un grito
agonizante, indicando que una de las balas de Vladimir le había alcanzado.
-¡Para!- le suplicó Lily. -¡Vas a matar a alguien!
-¡Vladimir Pasternak!- gritó otra voz desde la entrada. -¡Está usted
detenido por asesinato!
Nicolai se giró en aquella dirección, sacando la cabeza por encima de

la mesa para poder ver a los recién llegados. El capitán Grayson estaba allí,
aunque un poco tarde. La situación estaba completamente fuera de control. Lo
más seguro es que la policía empeorara las cosas en vez de mejorarlas.
-Oh, qué bien- exclamó Vladimir con una carcajada. -La policía se une

a la fiesta.
Nicolai volvió a mirar hacia el escondite de Vladimir. Lily estaba en el
suelo detrás de la barra. Se había acurrucado hecha una bola con las manos
sobre la cabeza, mientras las balas volaban a su alrededor. Vladimir comenzó
a proferir insultos en ruso y en inglés, dejando caer el cargador se su arma y
extrayendo uno nuevo del bolsillo.
Justo cuando se incorporó lo suficiente como para disparar por encima
de la barra, una bala perdida alcanzó una botella de licor de la estantería.
Nicolai vio cómo el espejo del bar se rompía en mil pedazos. La botella

explotó. Cristales y whiskey llovieron sobre Vladimir y Lily. Nicolai sintió un


nudo en el estómago. Tenía que sacarla de allí.
Capítulo Quince

Lily estaba segura de que iba a morir con aquel loco al lado. No era la
forma en que hubiera elegido irse. El olor a whisky le provocaba náuseas, y
apenas podía moverse sin cortarse. Había pedazos de espejo por todas partes.

Dio una sacudida al sentir otro corte en el brazo. Buscó tras el


mostrador algo para protegerse, pero lo único que vio fue un puñado de vasos
de chupito y un mechero.
-¿Por qué no se han dejado una chaqueta?- murmuró.
Vladimir sonreía de una forma que la aterrorizaba. -¿De qué te estás
quejando ahora? ¿Tienes frío? ¡Dame un minuto y quemaré el local!
Su estúpido comentario la inspiró. -Claro- dijo en voz baja.
Tras coger unos cuantos vasos, presionó la espalda contra los

anaqueles. Apuntó con cuidado y lanzó el minúsculo objeto a las botellas de


detrás del bar. El vaso era pequeño, pero lo bastante pesado como para tirar
una botella.
Lily se cubrió la cabeza cuando la botella se hizo añicos contra el suelo
y el licor se derramó por todas partes. Vladimir se rió como si se tratase de
una divertida broma. Estupendo. Tiró otras cinco botellas y empapó el suelo
de alcohol.
Los policías gritaban algo, Nicolai también, y Lily estaba harta de todo
aquello. Agarró el encendedor y se apartó de Vladimir.

-¡Lily!- Sonaba más asustado que enojado. -¡No me dejes!


-Lo siento- murmuró Lily.
Encendió el mechero y lo arrojó hacia Vladimir. Segundos más tarde,
rodó sobre su vientre y se cubrió la cabeza con las manos mientras una bola de

fuego subía hasta el techo.


De repente, el local se llenó con los gritos ensordecedores de la
policía, los miembros de la mafia y los horribles alaridos de un hombre en
llamas. Lily gimió al percibir el olor de madera y carne quemada.
Se apresuró a poner más distancia entre ella y el bar.
-¡Lily!- La voz de Nicolai llegó a través del caos.
El sistema de aspersores se puso en marcha. Al silbido de las llamas
sofocadas le siguió el goteo del agua a medida que el restaurante entero se
inundaba. Lily lanzó un gigantesco suspiro y se dejó caer de espaldas.

Cerrando los ojos, se dejó empapar por aquella lluvia purificadora.


***
Empapado completamente de agua, Nicolai se arrastró por el suelo
junto a Lily y colocó su cuerpo sobre el de ella.
-¿Estás bien?- Retiró un mechón de cabello mojado de su rostro. -Casi
me da un infarto cuando me di cuenta de lo que estabas haciendo con las
botellas.
Ella volvió la cabeza y arrugó la nariz. -Nadie más iba a sacarle de allí.

Una habitación llena de hombres con pistolas y ninguno es capaz de dar en el


blanco.
Él rió. -No queríamos dispararte a ti.
-Supongo que me tendré que callar, entonces- le dijo con descaro. -No

puedo creer que todo haya acabado.


-No todo.- Nicolai miró hacia la barra, donde la policía estaba
observando a Vladimir.
-¿Está muerto?- preguntó Lily en un susurro.
Anatoly se acercó a Nicolai. La expresión de su rostro indicaba que no
estaba satisfecho. -Está vivo, jefe.
Nicolai profirió ciertos epítetos en ruso. -¿Qué van a hacer con él?
-¿Tú qué crees?
Se puso de rodillas. Una vez de pie, tomó la mano de Lily y la ayudó a

levantarse. -Te mereces estar presente.


-¿Yo?- lo miró, confundida.
-Tú has sido la que más ha sufrido por el comportamiento de Vladimir.
Lily miró en dirección al bar. -¿Qué quiere hacer la policía?
-Tienen el deber de arrestarlo y llevarlo al hospital para que reciba
tratamiento- explicó Nicolai.
-¡No!- Lily sintió pánico. -Eso sería una mala decisión.
-Pues vamos a convencerlos de nuestro plan, ¿quieres?

Ella le miró indecisa. -¿Cuál es nuestro plan, exactamente?


Anatoly resopló. -Vladimir debe morir.
-Eso es demasiado.- Lily pensó en el hombre que había intentado
rescatarla por primera vez de la crueldad de su padre. -Aún hay algo bueno

dentro de él.
-Eso es cierto.- Nicolai sabía que necesitaba llegar a aquella conclusión
por ella misma. -Nadie puede decirte cómo tienes que sentirte acerca de esto.
Lo tienes que decidir tú.
-¿Así es como te sientes cuando tienes que tomar decisiones en tu
trabajo?- se preguntó en voz alta. -Cómo cuando otros hombres quieren usar a
una mujer en uno de vuestros prostíbulos. ¿Te sientes así de confuso?
-Siempre- dijo en tono suave. -Nunca pongo a una mujer donde no
quiere estar, pero eso no significa que no entienda que puede pensar que no le

queda otra opción. Nada es fácil en esta vida.


***
Lily no lo había dicho nunca en voz alta, pero el hecho de que Nicolai
poseyera y gestionara burdeles por toda la ciudad, le perturbaba. Ella no
hubiese querido aquella vida, pero Vladimir le habría obligado. ¿Estarían
aquellas mujeres en la misma situación?
-Por ahora, debemos centrarnos en Vladimir.- Nicolai le acarició el
cuello. -Más tarde puedes intentar cambiar el mundo. Te lo prometo.

-¿Me prometes que siempre me escucharás?- No estaba segura de por


qué necesitaba sonsacarle aquella promesa, pero así era.
-Sí- Él sacudió la cabeza. -Prepárate. Vladimir no va a tener el mismo
aspecto.

Lily tomó la mano de Nicolai y se preparó para lo peor. Aún así, nada
le pudo mentalizar para ver la destrucción que ella misma había causado. El
fuego había arrasado por completo el bar. Vladimir yacía de espaldas. Su
cabello estaba completamente quemado y tenía el cuero cabelludo escaldado.
Su rostro también había sufrido daños, pero aún era reconocible. Su ropa
estaba carbonizada y Lily no pudo distinguir si estaba allí o no. Tenía el
cuerpo abrasado, pero sus ojos seguían parpadeando y abrió la boca como si
fuera a hablar.
Un hombre alto y enfundado en un traje se acercó a ellos. Hizo un gesto

con la cabeza a Anatoly, Nicolai y Lily. -Soy el capitán Grayson. Nos tenemos
que llevar a su hermano, Sr. Pasternak. Según el protocolo, debe ser arrestado.
El médico decidirá cuando está preparado para la acusación y el juicio.
Nicolai miró al detective fijamente. -Organizó el asesinato de uno de
sus hombres. Y también asesinó a mi padre a sangre fría.
-¿Es consciente de que existe un historial de enfermedad mental que es
muy probable que le favorezca si alega locura?- Nicolai no dijo nada.
Lily le agarró de la mano. Quería que el detective entendiera. -Va a salir

libre y va a matar a más gente. Está en su naturaleza.


-Tenemos programas de rehabilitación para personas como él- el
capitán parecía intentar convencerse a sí mismo más que a ella.
-Ya fue rehabilitado- informó Nicolai. -Y esto es lo que ha pasado.

Capitán, entiendo sus escrúpulos, y lo crea o no, los aplaudo. Sólo estoy
sugiriendo que, en este caso, la justicia de la mafia podría ser más adecuada
para tratar el problema.
-Quiere eliminarlo.- El capitán frunció los labios. -Eso es asesinato.
-Es justicia.- Nicolai echó un vistazo a su hermano. -Y, a estas alturas,
probablemente también sea misericordia.
El capitán pareció pensarlo. -Muy bien. Quizás Lily pueda venir con
nosotros para hacer una declaración oficial.
Nicolai sintió cómo Lily se paralizaba de miedo. Le apretó la mano. -

No hay nadie mejor preparado para relatar esta historia.


***
Lily estaba segura de que iba a cometer un error que acabaría con ella
en la cárcel. Aún así, Nicolai la miraba como si pensara que se podía
enfrentar al mundo.
Ella tomó una respiración profunda para darse valor. -¿A dónde tengo
que ir? ¿A la comisaría?
-Oh no, señorita- dijo el capitán con una sonrisa. -Sólo afuera, donde es

más fácil respirar.


-Está bien.
Lily tuvo que admitir que le sentó muy bien estar fuera de Kalinka y
poder respirar aire fresco. Vio una pequeña multitud que se había congregado

en la acera. Había camiones de bomberos, aunque sus ocupantes solo estaban


restableciendo el sistema de aspersores. El incendio había sido extinguido.
-Ha sido muy valiente- le dijo el capitán Grayson.
-¿Cuándo?
-Al iniciar el fuego.- Él asintió con la cabeza. -Demuestra que puede
tomar decisiones rápidas, que haya hecho eso cuando el resto estábamos
simplemente disparándonos unos a otros.
-Sí, parecía bastante ineficaz- concordó Lily.
-¿De qué conoce a Vladimir?

-Me tomó de casa de mi padre, o padrastro, supongo, como pago de una


deuda.
-¿Disculpe?- Grayson la miró horrorizado. -Eso es ilegal. Lo sabe, ¿no?
-Claro que lo sé.- Puso los ojos en blanco. -Ya no estoy con Vladimir,
por si no se ha dado cuenta.
-Creo que me he hecho una idea.- El capitán comenzó a tomar notas. -
¿Por qué estaba aquí esta noche?
Lily se tomó su tiempo explicando cómo había sido secuestrada por

Vladimir e insistiendo en que Nicolai y los demás hombres no tenían culpa de


nada. No estaba segura de lo que podía decir sobre las actividades del
sindicato, por lo que evitó hablar del tema por completo.
-Es es una historia bastante fantástica- murmuró Grayson. -Puede que

hasta me la crea.
-Gracias.
El capitán cerró su libreta. -¿Qué piensa hacer ahora?
-No estoy segura.
La puerta de Kalinka se abrió y Nicolai salió a la calle. Grayson tocó
ligeramente el hombro de Lily. -Creo que hay un joven interesado en dominar
cierta parte de su tiempo libre.
-Lo cierto es que- le dijo Lily - Nicolai no domina nada. Es cortés y
amable. No se parece a nadie que haya conocido.

-Hay sitio para personas como usted en nuestra organización.- La


intensidad de la voz del capitán cambió. -Usted conoce bien este mundo y goza
de la confianza de hombres a los que nos ha sido imposible acercarnos. Sería
muy valiosa para nosotros si deseara utilizar ese activo.
-¿Me está pidiendo que sea su informante?- preguntó sorprendida.
-Sería una de las mejores.
Ella observó a Nicolai. Él la estaba mirando. Se volvió hacia el
capitán. -Nunca podría hacerle eso a mi familia.

-Como quiera- dijo el capitán. -Si alguna vez cambia de opinión, le


estaré esperando.
-Me lo imagino- respondió ella en un murmullo.
Capítulo Dieciséis

-Todavía me enfurece que tratara de reclutarte- exclamó Nicolai


malhumorado. -Hace falta valor.
-Es capitán, así que supongo que tiene bastante valor- contestó ella.

Nicolai la observó brevemente. -Ese chiste es muy malo.


-¡Ja! No está mal. ¡Admítelo! Estás intentando no reírte.
-Estoy luchando contra un impulso muy distinto que no tiene nada que
ver con la risa.
La envolvió en sus brazos y besó su cuello. Lily ladeó la cabeza para
ofrecerle mejor acceso, aunque debería haberle apartado. –Tienes reunión de
Consejo en menos de cinco minutos, Nicolai. No tenemos tiempo para un
polvo rápido.

-Haremos tiempo.- Besó la parte izquierda de su hombro, que no estaba


cubierta por el vestido. -¿Te he dicho lo guapa que estás esta noche?
-Varias veces- se burló. -Y, por lo general, mientras me estás
persuadiendo para que me quite el vestido.
-¿Qué puedo hacer si eres completamente irresistible?
Lily se dio la vuelta entre sus brazos y se puso de puntillas. Tomó su
rostro en las manos y lo atrajo hacia ella para besarle. A veces se preguntaba
si alguna vez se cansaría de besar a aquel hombre. Le había abierto los ojos a

un mundo completamente nuevo, y la hacía sentir que era su propia persona

como nadie lo había hecho jamás.


-Ejem.- Anatoly se aclaró la garganta. -Están listos para veros.
-¿A los dos?- Lily frunció el ceño. -No me esperaba esto.
-No pasa nada.- Nicolai parecía extrañamente confiado, y a Lily no le

quedó más remedio que seguirle.


Tomando su mano, dejó que la condujera a un cuarto pequeño situado en
la parte trasera de otro restaurante Pasternak. El Samovar. Sabía que era un
poco cliché para un restaurante ruso, pero el local parecía muy agradable.
Tenía la elegancia del viejo mundo y la madera oscura y masculina de un
estudio.
La habitación que utilizaba el Consejo para su reunión estaba situada al
fondo del establecimiento. Desde allí, apenas se enteraban de lo que ocurría
en el bullicioso comedor de la parte delantera.

-Ah, ya has llegado, Nicolai.


Lily no sabía quién había hablado, todos los hombres parecían tener
unos cincuenta o sesenta años. Incluso había un caballero de unos setenta. Lily
les mostró la deferencia que su edad ordenaba y esperó manejarse bien entre
ellos.
-Háblanos de tu mujer, Nicolai Pasternak.- Le alentó el anciano. -Tiene
unos modales excelentes. ¿Está en venta?
-No. Lily fue entregada a Vladimir como pago de una deuda contraída

por Ivan Denisovich.- El tono de Nicolai era respetuoso pero firme. Era
evidente que no quería mostrar demasiada deferencia. -Ivan no tenía derecho a
vender a la mujer. Es mayor de edad. En estos momentos, está bajo mi
protección hasta que acceda a ser mi esposa.

***
Nicolai supo que había sorprendido a Lily. Ella se volvió a mirarlo con
la boca abierta. Delante de ellos, los siete ancianos disfrutaban de aquel
espectáculo. Aquel había sido más o menos el plan de Nicolai desde el
principio, por lo que estaba bastante contento.
-Creo que tu mujer no estaba preparada para ese comentario, Nicolai-
dijo Sasha Orlov con una risita. -Quizá deberías haberle propuesto matrimonio
primero.
-¿Eso cree?- Nicolai mantuvo un tono serio. -A ver qué les parece esto.-

Se volvió hacia Lily y tomó sus manos. -Lily, ¿quieres ser mi esposa? Me
encantaría tenerte a mi lado el resto de mi vida y hacerte feliz a cada
oportunidad.
Ella seguía mirando a su audiencia. Sasha Orlov le hizo un gesto con la
mano. -No te preocupes por nosotros, señorita. Queremos ver florecer el
romance.
Al escuchar aquella ridícula frase del normalmente malhumorado Sasha,
Nicolai sonrió. -Tiene razón, Lily. No te preocupes por ellos. ¿Qué piensas?

-Creo que estás loco- respondió, honestamente. -Pero te amo a muerte y


sin ninguna duda me encantaría convertirme en tu esposa.
-¿Aunque acabe siendo el jefe del sindicato del crimen Pasternak?-
Necesita saber la respuesta a aquella pregunta. -Porque si voy a renunciar al

puesto, lo tengo que hacer ahora.


-No.- ella se colocó las manos en los labios. -Estos hombres son tu
familia. Te preocupas por ellos y por sus familias. Creo que mi único
problema es con los burdeles.
Uno de los miembros del Consejo les interrumpió. Denis solía tener una
opinión sobre todo. -¡Ah, sí! Nicolai mencionó que Vladimir quería meterte en
el burdel.
Sasha Orlov asintió con solemnidad. -Nunca ponemos a mujeres en esa
posición a menos que estén dispuestas a ello.

-¿Quién estaría dispuesta a una cosa así?- quiso saber Lily.


Sasha frunció los labios. -Aún eres joven para entenderlo, pero algún
día lo harás. Si lo deseas, puedes supervisar el cuidado de esas mujeres.
-¿De verdad?- Lily pareció sorprendida ante aquella noción. -¿Podría
hacer que estén seguras y que puedan abandonar el trabajo si ya no quieren
seguir allí?
-Sí.- Sasha Orlov asintió y el resto de los miembros del Consejo
hicieron lo propio.

-Gracias- dijo Lily fervientemente. -Ya me siento mucho mejor.


Nicolai estaba seguro de que aquello le iba a estallar en la cara con el
tiempo, pero tampoco tenía dudas de que todo iba a convertirse en un
cataclismo si tenía que ver con ella. Pensaba rápido y era muy testaruda, ahora

que era lo bastante valiente como para articular sus opiniones. Era un rasgo
que no hubiese cambiado por nada del mundo.
***
Lily miró al Consejo. No eran como había esperado. Quizás porque
había asumido que eran hombres malvados. Por lo visto, se había equivocado.
-Acerca de la deuda contraída por Ivan Denisovich…
Lily entrecerró los ojos y se preguntó qué pasaría a continuación.
-¿Sí?
-Esa deuda debe ser saldada, jovencita.- Dijo otro hombre

obstinadamente.
-¿Por qué?- quiso saber Lily. -No es mía.
-No- estuvo de acuerdo el hombre. -Es de Ivan.
-Eso no significa que el dueño del casino no tenga derecho a cobrarla-
apuntó alguien más. -Tu padrastro robó comida de las bocas de su familia.
Debe hacerse justicia.
Otro de los hombres habló con voz seria. -¿Está Nicolai dispuesto a
ofrecer compensación?

-¿Qué?- Lily se horrorizó. -¡No! ¡No puede pagar una cantidad


desorbitada de dinero sólo porque mi padrastro es un despilfarrador!
Nicolai frunció el ceño. -¿Cómo sabes que es una cantidad desorbitada?
-Vladimir me dijo que tendrías que pagar tres cuartos de millón de

dólares al Consejo para poder quedarte conmigo- explicó Lily.


Nicolai maldijo. -Ese idiota nunca supo mantener la boca cerrada.
-¿Es eso lo que le debe Ivan al casino?- Lily apenas podía imaginarse
aquella suma de dinero. -¿Cómo consiguió tanto crédito? ¿No deberían
prohibir la entrada a la gente mucho antes de eso?
Nicolai se encogió de hombros. -Supongo, pero no sería bueno para el
negocio.
-¿En serio?- Lily resopló. -Porque reduciría de forma drástica las
cuentas a cobrar.

-Esta mujer es sin duda inteligente- comentó unos de los miembros.


-Mucho- añadió Nicolai. -Debería oírla cuando se enfada. Argumenta
como un abogado.
-¿Eso es un cumplido? Espero que sí- gruñó Lily. -Y ¿no deberíamos
volver a hablar de la deuda?
-Correcto- dijo el viejo. Y luego se volvió hacia Anatoly. -Que entre
Denisovich, por favor.
-Espere.- Lily se quedó paralizada. -¿Mi padre está aquí?

Nicolai tomó sus manos. -Sí.


Ella se sintió helada. Vio cómo Anatoly acompañaba a un hombre
vestido con unos vaqueros sucios que le colgaban por debajo de la tripa.
Llevaba una camiseta cubierta en lo que parecían ser manchas de mostaza, y el

lacio cabello le caía por encima de las orejas y casi le tapaba los ojos.
Lily se aferró a la mano de Nicolai, pero ya no sentía miedo. Sólo
lástima.
-¿Qué ocurre?- murmuró Nicolai.
Lily tomó una respiración profunda. -Tiene un aspecto patético. Solía
tenerle miedo, pero ya no, no sé por qué.
-Has madurado- le dijo Nicolai con delicadeza. -Nunca volverás a ser
aquella chica.
***

Nicolai pudo ver el momento en que aquellas palabras penetraron en la


mente de Lily. Dejó de estrujarle la mano, cuadró los hombros y enderezó la
espalda. Nunca había estado tan orgulloso de otra persona en toda su vida.
Con su bonito vestido, el saludable brillo de su piel y su lustroso cabello,
apenas se asemejaba a la mujer que había visto por primera vez en casa de su
padrastro.
Algo que fue obvio en el momento en que Ivan Denisovich reconoció a
Lily. Su expresión de asombro dio paso a una amplia sonrisa que reveló varios

huecos entre sus dientes. Se alejó de Anatoly e intentó acercarse a Lily.


Anatoly no lo permitió.
-¡Eh! ¡Déjala!- Ivan forcejeó con Anatoly. -Es mi hija.
-Me dijiste que nunca te llamara padre- le recordó Lily en tono gélido. -

Que no fui más que una carga para ti desde la muerte de mi madre.
-Estaba enfadado, muchacha.- Ivan hizo un gesto en su dirección. -Ven
aquí y dale un beso a tu padre.
La mirada de repugnancia en el rostro de Lily sorprendió a Nicolai.
Ninguno de ellos sabría jamás lo que había pasado cuando vivía con aquel
hombre.
-Tú no eres mi padre- repitió Lily. -Lo dejaste claro cuando me vendiste
para limpiar tu nombre sin importarte lo que pasara conmigo.
-Parece que te ha ido muy bien- comentó Ivan -Y, puede que no sea tu

padre, pero hice lo que pude por tu despreciable pellejo.


La expresión de Lily se enturbió. -Exacto, cerdo asqueroso. Me ha ido
muy bien por mí misma. Eso es lo que ocurre cuando la gente asume
responsabilidad por sus propias acciones.
Nicolai miró al Consejo. Algunos sacudían la cabeza. Otros intentaban
contener la risa. Todos disfrutaban del espectáculo.
-Caballeros- interrumpió Nicolai para recordarles la tarea entre manos.
-Estoy dispuesto a ofrecer lo que haga falta para liberar a mi futura esposa de

las deudas de su familia. Pero, como pueden ver, Ivan Denisovich no es su


padre.
Nicolai sintió una punzada de satisfacción cuando el hombre se dio
cuenta de lo que acababa de suceder. El rostro de aquel despreciable ser se

contrajo, y empezó a llorar como un niño a la vez que caía de rodillas ante el
Consejo.
-Anatoly, llevátelo.- Sasha Orlov agitó la mano. -Ya hemos terminado
con él.
Nicolai y Lily vieron cómo Anatoly arrastraba a Ivan fuera de la sala
por el bajo de su sucia camiseta. Ella temblaba. Nicolai la envolvió con un
brazo y la estrechó contra sí. La besó en la sien.
¿Qué va a pasar con él?- susurró ella.
-Tendrá que trabajar para saldar la deuda- explicó Nicolai. -Ya no

solemos cortar pulgares.


-Eso es un poco medieval, ¿no crees?
Sasha Orlov golpeó la mesa con la palma de la mano. -Lo que yo creo
es que el nuevo líder de los Pasternaks tiene que llevar a esta señorita a casa y
empezar a planear la boda. Me apetece mucho asistir a una boda, ¿y a
vosotros?- Miró a sus compinches. Todos asintieron con la cabeza.
-Entonces será mejor que nos pongamos en marcha- dijo Lily con una
sonrisa.

Nicolai la abrazó y la besó hasta que olvidó que había más gente en la
estancia. Era lo único que le importaba.

FIN

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