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LAS GORDAS DE BOTERO – LA OBRA

Muy joven, como estudiante de arte en Florencia, Fernando Botero aprendió los secretos del arte
florentino: la sensualidad del volumen y del espacio. Se identificó de inmediato con esa forma de
pintar, intentando encontrar una manera personal de expresar la forma. Años después, en
México, mientras realizaba el dibujo de una mandolina, hizo más pequeño el agujero de sonido y
apreció entonces cómo el instrumento adquiría sensualidad y una proporción monumental. “Me
di cuenta de que ese contraste entre la generosidad del diseño exterior y la disminución del
detalle creaba una dimensión que hice mía”, contó el propio artista en una entrevista a El
Comercio. Le tomó años madurar la idea, pero luego llegó a convertirla en su estilo. “Ahora,
cualquier cosa que pinte, siempre será un Botero”, decía entonces.

Reacciones de colegas
Hinchados y rotundos, inflados y orondos, sus personajes dan cuento de un estilo único,
mientras que sus composiciones abigarradas crean una sensación de mayor enormidad y
monumentalidad. En un precario equilibrio entre el humor y la critica social, entre el arte y la
política, Botero usaría lo grotesco en un intento de criticar los rituales de la burguesía
provinciana, retratándola de forma blanda y degenerada. Un hallazgo en la forma que, luego, iría
perdiendo predicamento entre la crítica.

“Si he de pensar en Botero, las obras que primero se me vienen a la mente -y por las que le
estaré de por vida agradecido-, son las pinturas hilarantes de los años 60 y 70, en las que hacía
padecer a sus personajes. La arremetida de su mirada ácida y descreída que jugaba a ser tierna,
pero que con punzante ánimo punitivo-vengativo, los transformaba en presencias
desmesuradamente hinchadas, como infladas con gas helio hasta casi hacerlas estallar:
insustanciales, irrelevantes, absurdas”, señala el crítico Jorge Villacorta. “No era un pintor de
gordas y gordos; era el pintor que revelaba cuán gorda era la mentira latinoamericana, la de la
antigua estructura colonial hispanohablante”, añade.

De entre los artistas consultados, quizás sea Enrique Polanco quien ofrece un recuerdo más
amable para con el colega paisa (como se le llama a los nacidos en Antioquia). “Siempre es triste
cuando un colega pintor se va. Botero fue un artista súper conocido y apreciado en el mundo del
arte. Un orgullo para Colombia, dueño de formas pictóricas que a lo largo del tiempo variaron
poco, además de una técnica pulcra y exquisita, casi erudita, con muy buen color. Fue un pintor
de la vida con un sello inconfundible”, señala.

Sin embargo, para la mayoría de los pintores consultados, si bien destacan su larga carrera y su
capacidad de poner un tipo de pintura latinoamericana en el mapa, Botero es un artista cuyo
interés se perdió hace décadas. Un pintor como Ramiro Llona aclara: “Lo he mirado cientos de
veces tratando de encontrar lo que tanta gente admira y nunca he podido. Mas bien me he
convencido que no me interesa lo que propone ni cómo está pintado”, comenta. “Quizás los
cuadros de su primera época trabajados con una pincelada más suelta son más interesantes.
Después encuentro la aplicación del óleo “relamida” y ausente de riesgo pictórico”.

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