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Sixto Plaza
University of Richmond
Definición
Debe señalarse que estas comedias con música corresponden al grupo de obras
mitológicas de Calderón y no al de las otras modalidades. Desde su aparición a
mediados del siglo XVII hasta nuestros días, esta modalidad teatral sufre profundos
cambios: los dos actos originales se transforman alrededor de 1850 en tres, y años más
tarde, vuelve al acto único sin que desaparezcan las obras de dos y tres actos. El cambio
más notable es la evolución temática, que va desde el ambiente mitológico y pastoril,
hasta el callejero y cotidiano de las obras de finales del siglo XIX y comienzo del XX.
Antonio Peña y Goñi dice que «los orígenes de la zarzuela residen en la obra
Colegialas y soldados (1849), de Pina y Lumbreras con música de Hernando» (112),
ignorando las obras calderonianas, las zarzuelas de magia del siglo XVIII y las de don
Ramón de la Cruz20. La existencia del teatro musical español debe situarse mucho antes
de la fecha del citado estreno de Colegialas y soldados, y aceptarse como tal a pesar de
las diferentes denominaciones con que ha recorrido la historia literaria-musical. El
estreno de Jugar con fuego de Ventura de la Vega con música de Barbieri, en 1851
representa el comienzo de una serie de obras musicales en tres actos que se extiende
hasta bien entrado nuestro siglo.
(239)
Puede deducirse, entonces, y apoyados en las obras de este tipo existentes en todo el —
23→ siglo XVII y XVIII, que ópera es una obra del género dramático, con música, que
por otra parte, es la traducción directa de la palabra alemana singspiel usada por W.
Amadeus Mozart en su Die Entführung aun dem Serail estrenada en julio de 1782. Spiel
significa juego, de allí como en inglés, play, obra de teatro y la raíz sing, cantar, por lo
tanto, obra teatral cantada. Es interesante notar que el mismo compositor denomina su
Cosí fan tutte (1791) «komische Oper in zwei Akten»: ópera cómica, (en italiano, buffa)
en dos actos. Il barbieri di Siviglia de Rossini, con libreto de Cesare Sterbini, estrenada
en 1816, lleva como denominación «ópera buffa». Las obras de ambos compositores,
tienen las mismas características: partes cantadas y partes recitadas, divididas en dos
actos y varias escenas. El tema es, como su denominación lo indica, cómico. La
zarzuela de uno, dos o tres actos, participa de las mismas características desde el punto
de vista de la estructura dramático-literaria. Esta sería una primera aproximación,
porque los últimos años del siglo XIX traerán la opereta alemana y francesa y el
llamado género chico español, para enriquecerse en el siglo XX con la comedia musical
americana. Se debe por lo tanto considerar a la zarzuela de uno, dos o tres actos, en los
límites del llamado singspiel alemán y ópera buffa italiana, fundamentalmente por la
característica de tener partes habladas y partes cantadas. La definición en The Oxford
Companion to Music (10ma ed.) avala esta posición:
Esta definición apoya la posición que coloca a la zarzuela dentro de los límites de la
ópera cómica, cuando dice «it has spoken dialogues with songs and choruses». Pero es
una definición con algunas inexactitudes, siendo la más evidente la de no aclarar que no
todas las obras musicales de Calderón son zarzuelas.
b) «Generally in one act». Aunque eso es verdad para el llamado género chico, no
existe un estudio o cómputo que permita aseverar esto con relación al teatro musical
español en general, especialmente en este siglo en el cual el género ha visto el
nacimiento de numerosas composiciones en dos y tres actos.
Ubicación
Desde Calderón, el mundo de las zarzuelas o comedias con música había sido,
similar al —24→ de la ópera italiana, heroico o mitológico. Los primeros años del siglo
XVIII con la Guerra de Sucesión y la llegada de los Borbones al trono de España traen
cambios para el teatro español en general, pero la música, que ha empezado a apoyarse
en el elemento folclórico, hace que el género musical decline ante la influencia de
personajes como el cantante Farinelli. Juan Arnau pone clara esta situación social que
tanto influyó en la declinación de un género todavía adolescente: «el rey francés -Felipe
V- y la reina italiana no entendían bien el español, ni podía interesarles una música que
buscaba sus raíces en el mundo popular» (14). A pesar de esta situación, cuando se
inaugura el Teatro del Príncipe, construido en el antiguo solar del Corral de la Pacheca,
se hace con la presentación de la zarzuela Cautelas contra cautela (1745), de José de
Cañizares y música de José Nebra (Arnau 38).
Desde 1657, año de El golfo de las sirenas de Calderón, hasta 1849, año de
Colegialas y soldados de Pina y Lumbrera, se extiende un período de casi doscientos
años. Dicho período ve el afianzamiento y crecimiento de la zarzuela a través de
diferentes expresiones artísticas que surgen de la pluma de José de Cañizares y Ramón
de la Cruz23. Las tonadillas que se conservan en la Biblioteca Municipal de Madrid y en
la Biblioteca del Real Conservatorio Superior de Música de Madrid son, por su duración
y temática, primas hermanas de los entremeses de Lope de Rueda o de Cervantes. El
fundamento de su argumento es el cuadro de costumbres y la sátira popular, algunas
veces política, que serán luego la base de muchas obras del llamado género chico. Con
las tonadillas el género musical que tímidamente se había iniciado en la corte, reaparece
en el mismo espacio que poco más de un siglo antes ocupara: los tablados populares.
Esta situación que había sido ya resuelta en los otros teatros musicales europeos se
estabiliza en España, que sigue también en esto, aunque tardíamente, la tendencia de
Francia, Italia y Alemania.
Las primeras décadas del siglo XIX traen el comienzo de la decadencia borbónica,
con la muerte de Fernando VII, el disputado ascenso al trono de Isabel II y la primera
guerra Carlista, iniciada con el levantamiento de Talavera. Convocadas las cortes en
1837 por la regenta María Cristina, la situación se estabiliza un poco. Otros vientos son
los que soplan en el ambiente artístico español y vienen también, como la moda
italianizante, del otro lado de los Pirineos; vienen ahora de Francia, y reciben el nombre
de romanticismo. Martínez de la Rosa estrena en 1834 su ya publicada en París La
conjuración de Venecia (1830), y Mariano José de Larra estrena Macías (1834). Los
estrenos teatrales, románticos y neoclásicos, se suceden hasta que en marzo de 1839
nace la primera zarzuela del siglo, El novio y el concierto, escrita por Bretón de los
Herreros y musicalizada por Rodríguez Rubí. Aunque en 1831 Larra escribe El rapto,
con música de Tomás Genovés, su fracaso permite mantener la posición de que «la
primera zarzuela del siglo XIX es la de Bretón de los Herreros» (Valverde 61).
Las zarzuelas en un acto se siguen escribiendo hasta que el músico Rafael Hernando
decide recoger la tradición calderoniana de los dos actos y pone música a las palabras de
Colegialas y soldados, escritas por Pina y Lumbrera en 1849. En el mismo año,
Hernando pone música a un libreto de Luis Olona, originando otra zarzuela en dos
actos, El duende, que a causa de las ciento veintiséis representaciones en un Madrid de
apenas 250.000 habitantes, abrió definitivamente las puertas a la denominada zarzuela
grande, así llamada por sus dos actos (Peña y Goñi 120). El éxito de El duende fue
seguido por el de Gloria y peluca de Villa, con música de V. Asenjo Barbieri, en un
acto. Los escritores más importantes de la época se sienten atraídos por la relativa
novedad del género, pero también por el beneficio económico y la fama que éste podía
reportar. Ventura de la Vega, Rodríguez Rubí y García Gutiérrez se acercaron al teatro
musical. En colaboración con Barbieri, crea Ventura de la Vega Jugar con fuego, título
capital no sólo por ser una zarzuela en tres actos, sino porque logra penetrar en los
salones de la nobleza, certificando así el nacimiento de la zarzuela grande española. El
estreno tuvo lugar el 6 de octubre de 1851, fecha —26→ que señala «el primer éxito de
la verdadera zarzuela» (Peña y Goñi 145). Este es el comienzo de la carrera de Ventura
de la Vega que escribe más de veinticinco obras para el teatro musical25.
García Gutiérrez colabora con Barbieri en La espada de Bernardo (1853) y cinco
meses más tarde con Emilio Arrieta en El grumete y en 1861 Llamada y tropa y Dos
coronas. José Zorrilla escribe Amor y arte (1862). Luis Mariano de Larra inicia con
Todos son raptos (1850) una prolífica producción de obras para el teatro musical: por
los próximos quince años será el más exitoso e importante colaborador de A. Barbieri.
El barberillo de Lavapiés (1874) creación de Larra y Barbieri dejará abierto
definitivamente el camino para otros escritores y otras variedades del género, como el
sainete. De uno, dos o tres actos, el género atrajo la atención de Carlos Arniches,
Miguel Echegaray, Ricardo de la Vega, los hermanos Quintero y en el último año del
siglo, Jacinto Benavente colabora con Amado Vives en Viaje de instrucción y en 1905
con R. Chapí en La sobresalienta. Pablo Sorozábal pone música al libreto de Pío Baroja
Adiós a la bohemia (1933), José María Pemán y J. Tellería presentan Las viejas ricas
(1947) y los hermanos Machado con Ángel Barrios La Lola se va a los puertos (1951).
El sainete, tal vez la vertiente más interesante del teatro musical español, puede
rastrearse en la antigüedad en las pantomimas de los griegos y en las del teatro latino.
(Dowling 22)
(39-40)
(Luis Ordaz 9)
Los ejemplos pueden multiplicarse, pero queden aquí citados éstos como muestras de la
aportación de un género que está tal vez en retirada, pero no vencido, y que social y
literariamente ocupa un lugar destacado en el corpus teatral rioplatense.
En los sainetes creados por don Ramón de la Cruz entre los años 1764 y 1792 está la
sementera de todo el teatro musical posterior. Los majos y majas que nos presentan
estos sainetes, son el antecedente directo de los que aparecerán luego en El barberillo
de Lavapiés (1874) de L. Mariano de Larra, con música de Barbieri, o en Goyescas, o
los majos enamorados (1916) de F. Periquet y música de Granados. La lista podría
incluir varios ejemplos demostrando el nacimiento y pervivencia de unos tipos teatrales
y pictóricos que pisaron los escenarios por primera vez en el siglo XVIII y no lo
abandonaron más. Suficiente para cerrar esta rápida ubicación del sainete es señalar que
el escrito por Carlos Arniches, Don Quintín el amargao (1924), salta la barrera de los
campos artísticos pasando del ámbito literario al cinematográfico en 1935. El adaptador
y director es Luis Buñuel, uno de los genios del siglo XX, quien en 1951, realiza una
segunda versión del mismo sainete de Arniches y Estremera, bajo el título de La hija del
engaño. Dice más la admiración del sainete o de sus personajes por genios como Borges
o Buñuel que toda la crítica negativa o positiva.
La Revolución Gloriosa del 68 inicia una transformación de la sociedad española, o
al menos un intento de puesta al día, conocida como la Restauración. En esta mitad del
siglo XIX Madrid ve romperse el equilibro numérico entre castellanos y regionales. Los
sainetes de don Ramón de la Cruz presentaban tipos madrileños. Ahora, con el auge del
costumbrismo, esta sociedad es materia propicia para los autores adeptos a esa corriente.
Contrariamente a la creencia general, el llamado género chico, «al menos en sus
comienzos, con la revolución de 1868, no fue un teatro musical, sino una especie
escénica de verso y prosa cuya característica era la brevedad» (Valencia 402). De estas
piezas cortas, se estrena en 1880 en el Alhambra, teatro de la calle de la Libertad, La
canción de la Lola, pieza en un acto, con libreto de Ricardo de la Vega y música de
Federico Chapí y Joaquín Valverde. Este estreno marca el nacimiento del llamado
género chico (Valverde 102; Valencia —28→ 19-20). Tal denominación alude a la
circunstancia de la brevedad de las piezas, necesariamente aptas para ser representadas
de forma más o menos económica y por sesiones, sean dos, tres y hasta cuatro veces por
día. En cuanto a la relación entre esta expresión artística y la sociedad que la vio nacer y
que la acogió, A. Valencia dice:
(14)
Una obra de un acto o dos, con menos de una hora de duración, que consiste en
diálogo y música, es marcada con el adjetivo chico. Esta denominación coloca a la
nueva forma teatral un escalón más bajo con respecto a la zarzuela en un acto y por
supuesto, muy distante de, pongamos por caso La serva padrona de Pergolesi, a la cual
nadie ha calificado ni de chica ni de grande, aunque tiene un acto y dos personajes. La
calificación de grande dada a la zarzuela de dos o más actos, es también incorrecta,
puesto que se está señalando su duración. Posiblemente la confusión surge debido a que
las exigencias orquestales tanto como vocales no son muchas en La canción de la Lola,
o en la más posterior El niño judío, de García Álvarez y A. Paso con música de Pablo
Luna. Dejando de lado el adjetivo chico, la presencia de la música justifica que se
incluya esta género también llamado «por horas» dentro del corpus del teatro musical.
Valorización
El teatro musical nacido con Calderón y recuperado a mediados del siglo XIX por
Ventura de la Vega y enriquecido por José Picón, Ricardo de la Vega y Miguel
Echegaray, se encuentra en los primeros años del siglo XX ante una situación histórico-
social difícil y opta, primero, por el escape hacia zonas alejadas de los conflictos
candentes de las grandes ciudades refugiándose en las provincias y sus pueblos,
rescatando costumbres, melodías y personajes típicos. Luego, opta por un retorno a las
fuentes, el teatro clásico, logrando apenas tres o cuatro obras importantes, entre las
cuales sobresale Doña Francisquita, (1923), de Carlos Fernández Shaw, cuyo
argumento es una refundición de La discreta enamorada de Lope de Vega.
Aparte del valor social, lo que debe tenerse en cuenta respecto a la zarzuela, en
cualquiera de sus modalidades, es la continuidad de la tradición literaria que se logra
con estas obras. La comedia clásica se mantiene viva en obras como Jugar con fuego o
Doña Francisquita. El entremés y el sainete alcanzan su perfección con El dúo de La
Africana (1893) de Echegaray y Fernández Caballero o El puñao de rosas (1902) de
Arniches, Más y música de Chapí. El romanticismo, para muchos terminado en 1850, se
continúa en zarzuelas como La bruja (1887) de Ramos Carrión y R. Chapí28. El
populismo de los grandes entremeses del siglo XVI y XVII se cristaliza en el
costumbrismo del teatro musical del siglo XIX: obras como De Getafe al paraíso
(1883) de R. de la Vega y A. Barbieri, La Gran Vía (1886) de Pérez y González con
música de Chueca y Valverde o La fiesta de San Antón (1898) de C. Arniches y López
Torrerosa, son la mejor muestra del teatro costumbrista. La vertiente regional o
folclórica no alcanza mejores realizaciones que La reina mora (1903) de los hermanos
Quintero con música de José Serrano o La del soto del parral (1927) de Sevilla y
Carreño con música de Soutullo y Vert.
Con García Lorca podría resumirse la situación del género dentro del corpus
literario español y de la relación de la crítica con él. Todas sus obras dramáticas tienen
música y canciones y dos llevan subtítulos relacionados con lo musical, al estilo de las
obras de Calderón y otras del teatro musical: La zapatera prodigiosa, «farsa violenta
con bailes y canciones populares de los siglos XVIII y XIX», y Doña Rosita la soltera,
«poema granadino del novecientos, dividido en varios jardines con escenas de canto y
baile». En el caso de la Zapatera, la alusión a la tonadilla del siglo XVIII es evidente y
debe recordarse que fue la tonadilla el germen del renacimiento del teatro musical en el
siglo XIX, al que también hace referencia el subtítulo de La zapatera prodigiosa. En los
escritos dramáticos de García Lorca, entre ellos Bodas de sangre y La casa de Bernarda
Alba, la música ocupa un lugar importante aunque no central. La estructura de Mariana
Pineda es la de una zarzuela clásica: tres actos -estampas- cada uno de los cuales se abre
con un número musical. Siguiendo la tradición de los creadores del teatro musical en
cualquiera de sus modalidades, García Lorca usa en sus obras romances, coplas, nanas y
canciones infantiles de origen popular.
El género musical, desde Calderón y Lope, pasando por Larra, García Gutiérrez,
Bécquer, Ricardo de la Vega y Miguel Echegaray, hasta Pío Baroja, no puede ignorarse
ya que como se vio a lo largo de este —30→ trabajo, mantuvo viva la tradición literaria
española en cualquiera de sus manifestaciones. Además, el género en sí ha dado un
número de obras que pueden considerarse maestras y ha tenido colaboradores -de la
Vega, Benavente, Arniches, los hermanos Quintero- que merecen un análisis más
profundo y menos prejuicioso. Hasta que esto suceda, el estudio del corpus literario en
lengua española estará incompleto.
OBRAS CITADAS
Arias Ruiz, Aníbal. Diccionario práctico de la música. Madrid: Ed. Siler, 1958.
Aubrun, Charles Vincent. La comedia española (1600-1680). Trad. Julio Lago Alonso.
Madrid: Taurus, 1968.
Baroja, Julio Caro. Teatro popular y magia. Madrid: Revista de Occidente, 1974.
de la Cruz, Ramón. Sainetes I, John Dowling, ed. Madrid: Ed. Castalia, 1979.
—31→
Ebersole, Alva V. José de Cañizares, dramaturgo olvidado del siglo XVIII. Madrid:
Ínsula, 1974.
Fernández-Cid, Antonio. Cien años de teatro musical en España. Madrid: Real Musical,
1975.
García Lorca, Federico. Lola, la comedianta, ed. Piero Marini. Madrid: Alianza Ed.,
1981.
Ghiano, Juan C. Narcisa Garay, mujer para llorar, ed. Luis Ordaz. Buenos Aires:
CEDAL, 1981.
Monleón, José. El teatro del 98 frente a la sociedad española. Madrid: Ed. Cátedra,
1981.
Ruiz Ramón, Francisco. Historia del teatro español -Desde los orígenes hasta 1900-.
Madrid: Ed. Cátedra, 1975.
Varios autores. Historia de la música. Milán: Ricordi; Madrid y Buenos Aires: Codex,
Vol. I y IV, 1965.
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