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Había una vez en un pintoresco pueblo en las colinas, un rebaño de cabras curiosas y

traviesas que vivían en armonía en la granja de Don Sebastián. Entre las cabras, destacaba
una pequeña cabrita llamada Luna, conocida por su espíritu aventurero y su pelaje blanco
como la nieve.Luna siempre estaba ansiosa por explorar más allá de los límites de la granja
y descubrir nuevos lugares. Un día, mientras el rebaño pastaba en el prado, Luna divisó un
camino que se adentraba en el bosque frondoso. Sin pensarlo dos veces, decidió seguirlo,
dejando atrás a sus compañeras de rebaño.A medida que avanzaba por el sendero, Luna
se encontró con un claro lleno de flores silvestres y mariposas danzantes. Fascinada por la
belleza del lugar, decidió detenerse y disfrutar del paisaje. Sin embargo, al darse cuenta de
que se había separado del rebaño y la noche se acercaba, comenzó a sentirse
preocupada.Justo cuando la oscuridad amenazaba con envolverla, Luna escuchó un suave
balido a lo lejos. Siguiendo el sonido, llegó a un claro donde encontró a una cabra anciana
llamada Estrella, quien había salido en su búsqueda al percatarse de su ausencia.Estrella
reconfortó a Luna y juntas emprendieron el regreso a la granja. Durante el camino, Estrella
compartió historias de sus días de juventud y le enseñó a Luna la importancia de la
prudencia y la responsabilidad. Al llegar a la granja, Luna fue recibida con alivio por Don
Sebastián y las demás cabras.Desde ese día, Luna aprendió a valorar la seguridad del
rebaño y a apreciar las aventuras dentro de los límites conocidos. Su encuentro con
Estrella le enseñó que la sabiduría y la experiencia son tan importantes como la valentía y
la curiosidad.Y así, el rebaño de cabras continuó pastando en las colinas, compartiendo
risas y travesuras bajo el sol brillante, mientras Luna recordaba con gratitud la lección
aprendida en su travesía. ¡Que viva la amistad y el cuidado mutuo entre las cabras de la
granja de Don Sebastián!

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