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PARCIAL DE CIENCIAS SOCIALES Y SU DIDACTICA I

A- Leer el texto 9 de julio de 1816 – Declaración de la independencia, elaborado por el historiador


Felipe Pigna https://www.elhistoriador.com.ar/9-de-julio-de-1816-declaracion-de-la-independencia/ y
responder las siguientes preguntas(7 puntos)
1-¿Cuál fue la postura del gobierno británico desde el siglo XVIII por los asuntos políticos de la América
Hispana?
2-¿Cuáles eran los planteamientos del ministro Castlereagh y el duque de Wellington sobre la America
hispana?
3- En 1811 el Office formuló los principios sobre los que debía basarse la política conciliatoria entre
España y sus colonias americanas ¿En que consistía? ¿Que postura asumieron las cortes españolas?
4-¿Cuál fue el diagnostico de Belgrano, al regreso de su misión diplomática en Europa?

9 de julio de 1816 – Declaración de la independencia


El 9 de julio de 1816, se declaró la independencia “del rey Fernando VII, sus sucesores y
metrópoli”. Diez días más tarde, el 19 de julio, el diputado por Buenos Aires Pedro Medrano hizo aprobar
un agregado a la fórmula de juramento que decía: “y de toda otra dominación extranjera”. Es que el rumor
de que se tramaba la entrega del país a los ingleses se había extendido hasta Tucumán.
El artículo seleccionado en esta oportunidad apareció en La Opinión cultural. En él, Juan Carlos
Grosso se refiere a los intereses británicos y a la sutil diplomacia inglesa con relación al movimiento
independentista rioplatense.
Los intereses británicos y la independencia del Río de la Plata
Fuente: Juan Carlos Grosso, La Opinión cultural, domingo 9 de julio de 1972.
Pocos días después que el Congreso de Tucumán de 1816 declaró solemnemente la ruptura de
“los violentos vínculos” que unían las “Provincias del Sud América” a la Corona española, los
comerciantes ingleses residentes en Buenos Aires decidieron reconocer de hecho la independencia del Río
de la Plata nombrando un representante ante el nuevo Estado americano. Seis años atrás los barcos de
guerra británicos que se hallaban estacionados en el Río de la Plata habían saludado entusiastamente, con
una salva de cañonazos, la destitución del virrey y el establecimiento del gobierno revolucionario. Ambos
hechos pusieron de manifiesto el no oculto interés de los sectores mercantiles y políticos de Gran Bretaña
por el proceso emancipador de América.
Desde los últimos decenios del siglo XVIII el gobierno británico había demostrado gran
preocupación por los asuntos políticos de la América Hispana, deseoso de romper las barreras legales que
el orden colonial había impuesto al comercio británico. Los círculos mercantiles y financieros de Londres
y Liverpool presionaron constantemente sobre el Office para que llevara adelante una política tendiente a
abrir los mercados americanos a la producción manufacturera de Inglaterra y Gales.
Las posibilidades abiertas por el contrabando y, posteriormente, por las reformas liberales de los
Borbones pronto se mostraron insuficientes ante la constante expansión industrial de Gran Bretaña. Por
otra parte, la emancipación de sus colonias americanas y las conquistas europeas de Napoleón habían
reducido considerablemente la capacidad consumidora de sus mercados tradicionales.
Las invasiones inglesas habían demostrado los graves inconvenientes de una acción militar sobre
los dominios españoles de América. Pero al mismo tiempo, la aventura de Popham permitió comprobar el
alto valor económico del Río de la Plata: los comerciantes que siguieron el camino abierto por las tropas
inglesas vendieron en 1806 y 1807, mientras duró la ocupación de Buenos Aires y Montevideo, artículos
por valor de un millón de libras.
La experiencia del fracaso militar de la expedición al Río de la Plata fue rápidamente asimilada
por el gobierno británico. “Estoy convencido –afirmó el duque de Wellington en 1806- de que cualquier
intento por conquistar las provincias de Sud América con vistas a su futuro sometimiento a la corona
británica seguramente fracasaría y por lo tanto considero que el único modo de que ellas puedan ser
arrancadas a la corona de España es por una revolución y por el establecimiento de un gobierno
independiente dentro de ellas”. Un año atrás el ministro Castlereagh había desarrollado una posición
similar en su Memorándum para el gabinete relativo a Sud América. Luego de señalar las inconveniencias
de una ocupación militar, Castlereagh aconsejó “la creación y el apoyo de un gobierno local amigo, con el
que puedan subsistir esas relaciones comerciales que es nuestro único interés”.
Ambos políticos ingleses delinearon el principio fundamental que habría de regir la política
americana del Foreign Office: fomentar el cambio revolucionario en América, aprovechando el interés de
algunos sectores nativos por emanciparse de la tutela española. Inglaterra sólo intervendría como auxiliar
y protectora a cambio de beneficios para su comercio ultramarino. Quedaban así desarrollados los
principales postulados teóricos del “neocolonialismo”: la dominación sobre América no tendría que
basarse necesariamente en la conquista territorial. La expansión comercial y financiera del capitalismo
británico lograría cumplir el mismo fin.
Para consolidar su dominio económico, los intereses británicos encontraron un poderoso aliado
interno en los sectores de las clases dominantes cuya producción se orientaba hacia el mercado exterior.
En el Río de la Plata la unión del capitalismo inglés con la oligarquía terrateniente y los sectores de la alta
burguesía vinculados al comercio de importación y exportación, ha sido una constante que se mantuvo
casi invariable en la historia de la “dependencia económica” de nuestro país desde los primeros días en
que éste asumió el ejercicio formal de su soberanía política.
Si se acepta que la política del Office tendió a estimular los movimientos americanos que se
propusieran modificar el orden político y económico impuesto por España en sus colonias, cabe
preguntarse por qué Gran Bretaña demoró el reconocimiento de la independencia del Río de la Plata hasta
fines de 1824. Para responder a este interrogante es necesario tener en cuenta la situación política de
Europa en las dos primeras décadas del siglo XIX.
La guerra contra la Francia napoleónica y los conflictos políticos que se suscitaron en Europa
luego de la Restauración, obligaron a Gran Bretaña a desarrollar una política ambigua con respecto a los
asuntos americanos. Aliada a España en la lucha contra Napoleón luego que el pueblo español se
sublevara contra José Bonaparte, Gran Bretaña no podía respaldar abiertamente la rebelión de los súbditos
de Fernando VII. Más aún: en los primeros años del proceso revolucionario propició más de una vez la
reconciliación de la metrópoli con sus colonias sublevadas.
En 1811 el Office formuló los principios sobre los que debía basarse esa política conciliatoria,
para la cual Inglaterra se ofrecía como mediadora: las colonias debían compartir el gobierno del Reino de
España a través de las Cortes; se otorgaría una amnistía general a favor de los insurgentes americanos; se
les aseguraría una debida gravitación en la administración colonial y, desde luego, el libre comercio, con
una razonable situación preferencial, para los productos españoles, que no competían ciertamente con las
manufacturas británicas. Aclaremos que esta política no contradecía necesariamente los principios
formulados por Castlereagh en 1807; más bien constituía una adecuación de estos a la realidad del
momento: garantizado el libre comercio, los gobiernos “autónomos” –y no independientes- de América
caerían indefectiblemente dentro de la órbita económica de Gran Bretaña.
El plan fue rechazado reiteradamente por las Cortes españolas y por Fernando VII después de su
restauración. Sin embargo, a lo largo de la década de 1810, Gran Bretaña hizo girar su política americana
sobre este proyecto de mediación. La necesidad de conservar la paz y el concierto europeo, le impidieron
momentáneamente alejarse del principio del “legitimismo”, por el cual no podía reconocer los gobiernos
surgidos de movimientos revolucionarios. Empero, el gobierno inglés continuó estimulando y protegiendo
la expansión mercantil de sus súbditos hacia América y advirtió reiteradamente a España que no
permitiría ninguna interrupción de su comercio con América del Sur.
La intransigencia de España y el absolutismo de Fernando VII, quien había restaurado el viejo
monopolio comercial en sus dominios americanos, obligaron al Office a abandonar paulatinamente la
aparente neutralidad de su política americana: ahora más que nunca el capitalismo británico deseaba
conservar su control sobre los mercados americanos. A partir de 1814 Castlereagh concentró sus
esfuerzos diplomáticos en la Santa Alianza para impedir que las potencias europeas extendieran su brazo
armado contra los insurrectos de América. Su política obtuvo un importante triunfo en los tratados
celebrados por la Santa Alianza en 1814 y 1815: al mismo tiempo que logró excluir a la Alianza de los
asuntos trasatlánticos obtuvo un tácito reconocimiento del derecho que se atribuía Gran Bretaña para
actuar libremente y de acuerdo con sus intereses en América latina. Paralelamente puso en conocimiento
del gobierno español que su país no sólo no le prestaría ayuda militar para reconquistar sus dominios sino
que también impediría que otras potencias lo hicieran. Cuando Belgrano, al regreso de su misión
diplomática, informó al Congreso “sobre el estado actual de Europa”, pudo afirmar que el poder de
España “era demasiado débil e impotente”, existiendo “poca probabilidad de que el gabinete inglés la
auxiliase para subyugarnos”. De este modo, Belgrano –e indirectamente la diplomacia británica-
contribuyeron a disipar la incertidumbre de algunos diputados que consideraban prematura la declaración
de la Independencia.
En 1818, en el Congreso de Aquisgrán, Castlereagh logró derrotar el intento de Fernando VII de
introducir a España en la Alianza. (...)
En los primeros años de la década de 1820 se había acentuado la presión de los círculos
comerciales y financieros de Londres y Liverpool para que Gran Bretaña reconociera la independencia
del Río de la Plata. (...) El 31 de diciembre de 1824 el Office comunicó a sus representantes en Europa
que Gran Bretaña había reconocido la independencia de Buenos Aires, México y Colombia. Dos meses
después se firmaba el “Tratado de Amistad, Comercio y Navegación” entre el gobierno de Buenos Aires y
el plenipotenciario británico, Woodbine Parish.
B- Indicar las características de dos instituciones coloniales: el repartimiento y la encomienda
¿Cuáles fueron sus consecuencias?¿Cual fue la posición de la orden religiosa de Santo Domingo? (3 p)

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