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Abordamos el concepto de felicidad, según las claves del pensamiento de Sócrates, uno de
los mayores filósofos de todos los tiempos.
La forma de vida, carácter y pensamiento del filósofo ateniense Sócrates (470 a.C. -399
a.C.), han ejercido una profunda influencia a lo largo de la historia. Si para Nietzsche,
Sócrates representa el triunfo de la razón contra la vida, para otros pensadores es el modelo
de todo quehacer filosófico.
Pero puesto que no escribió ninguna obra, la figura de Sócrates se conoce indirectamente a
través de fuentes bastante heterogéneas. En concreto, la información sobre su personalidad
y doctrina procede principalmente de las descripciones de sus conversaciones y otros datos
que aparecen en los diálogos de Platón, en los ‘Memorabilia’ de Jenofonte y en diversos
escritos de Aristóteles.
De estos textos, se desprenden las enseñanzas de Sócrates, que son tan útiles para las
personas del mundo actual como para los griegos de la antigüedad. Todas sus reflexiones, -
que incluyen la inquietud por la supervivencia, preguntas sobre el sentido de la vida o el
desarrollo personal y espiritual-, son de aplicación directa en nuestra época.
¿Pero cuál era la postura de Sócrates respecto a la felicidad? Lo primero que hay que tener
en cuenta es que el método socrático para acceder a la verdad esencial y permanente de las
cosas comprende dos fases: el primer paso es reconocer que no sabemos nada, y luego,
descubrir por nosotros mismos la verdad a través de ciertas preguntas encaminadas a ese
fin.
Es decir, para Sócrates, la máxima «Conócete a ti mismo», ha de llevarse a cabo a través
del diálogo. Y a diferencia de los filósofos que le precedieron (presocráticos), que se
preocupaban por la fuerza que movía a la naturaleza, Sócrates llevó el problema de la
esencia, al ámbito de lo moral y lo político, defendiendo lo que se ha denominado como un
«intelectualismo ético».
Según esta doctrina, solo conociendo qué es la virtud, el bien o la justicia o cuál es su
esencia, podremos ser virtuosos, buenos o justos en la vida práctica. Por tanto, el saber y la
virtud coinciden mientras que el mal moral (y político) es fruto de la ignorancia de los seres
humanos.
Asimismo, Sócrates creía que nadie hace el mal deliberadamente, sino que más bien, el mal
surge de la ignorancia. Desde su punto de vista, el conocimiento de lo que es
verdaderamente bueno conduciría a la virtud y, por lo tanto, a la felicidad.
Por otra parte, Sócrates ponía de manifiesto la importancia de la autodisciplina y la
autoevaluación. Creía que mediante la introspección y la reflexión constante sobre nuestras
acciones podríamos encaminarnos hacia el crecimiento moral y, por ende, al bienestar con
uno mismo.
Aunque Sócrates vivió en una sociedad que valoraba la riqueza y el estatus, él sostenía que
la verdadera felicidad no dependía de posesiones materiales ni de la opinión de los demás.
En resumidas cuentas, la autosuficiencia interior a través de la virtud era, según él,
fundamental.
La influencia de Sócrates
Sócrates fue maestro de Platón y contemporáneo de los sofistas y su figura está envuelta en
la ambigüedad y la polémica. Nacido en Atenas en el año 470 a.C., su padre era escultor, y
su madre, comadrona, oficio al que se sentía íntimamente ligado el filósofo, por considerar
que su labor era ayudar a parir a los demás, no hijos, sino ideas.
Sócrates participó en la guerra del Peloponeso, en la batalla de Potidea (donde salvó la vida
a Alcibíades), y luchó contra los espartanos en Delio. Por otro lado, a pesar de sus escasos
recursos económicos, que no hicieron mella en su vida debido a la sobriedad de sus
costumbres, supo rodearse de personajes influyentes y de un amplio círculo de discípulos,
cuyas certidumbres y creencias solía poner en duda.
Referencias: