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¿Quién fija la norma en las traducciones?

Teoría del polisistema y política lingüística


Roberto Bein
Instituto de Lingüística Universidad de Buenos Aires

1. Traducción y norma lingüística


No es nuevo en el estudio de las lenguas modernas de Europa señalar la importancia que
tuvieron las traducciones en la fijación de la norma de la lengua escrita. En el español se suele
citar como paradigmático el caso de la traducción que Juan Boscán hizo en 1534 de Il
Cortigiano, de Baldassare Castiglione, en tanto que la traducción que hizo Lutero de la Biblia,
cuya versión completa apareció en ese mismo año de 1534, se considera fundante del alto
alemán moderno. Pero la contribución de las traducciones a la configuración de las actuales
lenguas europeas es aun anterior: hay que buscarla en el tiempo en que las traducciones
constituían una amplia proporción de todos los libros escritos en esas lenguas modernas, como
en la época de la Escuela de Traductores de Toledo, cuando todavía no era habitual
considerarlas aptas para la literatura, la filosofía y la ciencia1 y no habían adquirido un
desarrollo en esos dominios. Las causas de esta situación se deben buscar en la fragmentación
político-territorial de la Edad Media, la prevalencia cultural de la Iglesia y el analfabetismo
general, en que el papel del latín como lengua vehicular de casi todos los textos escritos se
mantuvo hasta que la formación de los reinos modernos y su incipiente nacionalismo
permitieron que las nuevas lenguas surgidas en Europa hacia los siglos IX-X comenzaran a
adquirir las funciones de variedad alta de la diglosia. Vemos, por ejemplo, que en su Manuel
pour bien traduire d’une langue en aultre, de 1506, Étienne Dolet advertía contra el empleo
excesivo de latinismos, que era la manera en que los traductores suplían huecos léxicos del
francés de entonces. Precisamente en el siglo XVI se produjeron algunas de las primeras
medidas resonantes de política lingüística externa, como el edicto de Villiers-Cotteret de 1539 y
la inicial pretensión de la Corona española de castellanizar los territorios americanos. En esa
época, en cambio, los gobiernos rara vez atendían a la política lingüística interna: la acción
sobre la lengua era practicada por particulares con repercusión pública, entre quienes cabe
destacar a los gramáticos y los traductores. Recordemos la influencia sobre el francés de la
Gramática de Port-Royal, los pasajes polémicos de Juan de Valdés contra Nebrija y la muy
enérgica Circular sobre la Traducción de Lutero, en la que este explica sus opciones lingüísticas
(lo cual refuerza la hipótesis de que cuando se carece de una política lingüística estatal, por

1
En este sentido tiene doble importancia la Gramática de Antonio de Nebrija. En 1492 no solo resulta
normativa por su texto, sino que, al ser la primera gramática de una lengua moderna escrita en esa lengua
y no en latín, también contribuye a jerarquizar el español como lengua de la ciencia.
completo o en determinadas áreas, la acción de colectivos no gubernamentales e incluso la de
particulares con influencia pública cobra mayor importancia).
Podía parecer entonces que era el traductor individual quien, dentro de los límites de la
comprensibilidad, fijaba sus opciones normativas –desde las ortográficas hasta las
morfosintácticas y léxicas – y no, por ejemplo, una academia de la lengua; y también, que sus
opciones estilísticas y su concepción de equivalencia estaban gobernadas por su propio arbitrio,
y no por normas de editoriales aún inexistentes. En los siglos XVI y XVII, las traducciones de
textos religiosos generaron violentas polémicas acerca de su corrección y fidelidad. Sin
embargo, lejos de reafirmar un canon de traducción y una norma lingüística, de los cuales el
traductor vilipendiado se habría apartado por ignorancia o herejía –una herejía que, en
ocasiones, habría de costarle la vida, como en el caso de Dolet–, estas polémicas reflejaban una
lucha político-religiosa antes que lingüística y abonaban al mismo tiempo la idea de que el
traductor individual era el responsable de sus opciones lingüísticas y estilísticas y a menudo
incluso de la selección de los textos escogidos para su traducción antes de que irrumpiera con
fuerza la idea de la propiedad privada en el mundo de los libros2.

2. Política lingüística y traductología


La idea de la autonomía irrestricta del traductor en cuanto a sus opciones de traducción subsiste
en amplios sectores hasta hoy, como se puede comprobar en numerosas críticas (“aquí el
traductor debería haber usado x en vez de y”) e incluso en las didácticas de la traducción basadas
en las distintas concepciones de equivalencia (“para lograr una buena traducción, usted debe
tomar decisiones que permitan volcar adecuadamente el contenido/el sentido/el estilo de la
época/el tipo textual/el efecto perlocutivo… a la lengua/cultura meta). Una vez fijada en gran
medida la norma lingüística, pero no una norma de traducción, apartarse de la primera se podía
computar como un error, mientras que los “desvíos” de la segunda solo podían imputarse a un
alejamiento del paradigma de traducción vigente en cada época. Posiblemente esta creencia en
la autonomía del traductor esté abonada por el hecho de que si bien existen hoy países, regiones
u organismos supraestatales que desarrollan una política de traducción en cuanto a la selección
textual, por lo común no fijan políticas explícitas sobre la manera de traducir. Así, como parte
de su política lingüística, hay Estados nacionales o regionales que fomentan las traducciones
hacia su lengua, como Catalunya, o desde su lengua, como el organismo alemán Inter-Nationes,

2
Recordemos que todavía en el siglo XVI Garcilaso podía presentar como poema propio la
cuasi-traducción de un soneto de Ausiàs March (cf. Rafael Lapesa: La trayectoria poética de Garcilaso,
Madrid: Gredos, 1968, 2ª ed.). En otros términos: los conceptos modernos de original, traducción y plagio
tienen su origen en el desarrollo del capitalismo; hasta entonces, la noción de “verdadero” original, que la
traducción puede falsear (o el plagio copiar), no es una cuestión de propiedad de las ideas sino un
problema de fe vinculado con los textos sagrados.
o incluso hacia varias lenguas, como las organizaciones supraestatales o el Estado soviético, que
impulsaba la traducción de los textos del marxismo a las más diversas lenguas, pero, salvo en
fórmulas muy generales, en ninguno de estos casos se explicita el paradigma de traducción.
Paralelamente, hasta ahora apenas ha habido encuentros teóricos entre los estudios
político-lingüísticos y las teorías de la traducción. En esta contribución quiero mostrar el
análisis que de la cuestión de la norma de traducción realiza sobre todo la llamada teoría del
polisistema, que ilustraré con el análisis de los prólogos de la edición de la Editorial Losada de
la Crítica de la Razón Pura, de Kant3, e introducir algunas reflexiones sobre encuentros posibles
entre esta y otras teorías de la traducción y los análisis político-lingüísticos.

3. Qué y cómo se traduce


La primera tesis que desarrollaré es que uno no traduce lo que quiere sino lo que puede. Esta
tesis naturalmente sería banal si se la quisiera aplicar al traductor individual. Como se sabe, el
escritor no escribe libros sino textos que se convertirán en libros tan solo si tiene la suerte de
que sean publicados, porque en general su actividad no responde a un encargo. El traductor, en
cambio, suele depender de quien le encarga la traducción. Por tanto, esta tesis se vuelve
interesante tan solo cuando reflexionamos acerca de lo que se traduce en determinada sociedad,
de igual manera que desde la perspectiva de la sociología del lenguaje no importa si una persona
emplea varias lenguas, sino únicamente si lo hace una comunidad lingüística.

Mi segunda tesis es la siguiente: uno no traduce como quiere sino como puede. También esta
tesis sería insustancial si la destináramos a calificar la actividad traductora de una persona
aislada. El traductor individual posiblemente fluctúe entre la impresión de que domina su
actividad y la insatisfacción que, determinada por su concepción de equivalencia, le causa el
producto. Confluyen en él también aspectos que, para usar palabras de Kant, son atribuibles a su
“incapacidad de servirse de su entendimiento sin la guía de otra persona”, por ejemplo, cuando
no tiene la valentía de romper con las recetas de traducción aprendidas o de atribuirle a una
palabra o a un giro un significado no previsto por los diccionarios, pero que se desprende del
uso discursivo. Más importante es la pregunta de si la actividad traductora tiene que responder a
determinadas reglas en determinada sociedad, de la misma manera que los estudios sociales del
lenguaje se preguntan cuándo los integrantes de una comunidad lingüística utilizan
determinadas lenguas, variedades o variantes espontáneamente o porque su uso está prescrito
por una política lingüística.

3
Parte de este análisis fue presentado en la ponencia “Polysystemische Analyse der Vorworte einer
spanischen Ausgabe der Kritik der reinen Vernunft” en el Congreso de la Asociación Latinoamericana de
Germanistas celebrado del 2 al 6 de octubre de 2000 en Caracas.
Por tanto, el par conceptual querer versus poder sólo obtiene un sentido teórico, no ingenuo,
cuando no se lo aplica al traductor individual sino a la actividad traductora en general en una
sociedad concreta, como lo hacen sobre todo tres teorías actuales de la traducción: la teoría
funcional, la de la deconstrucción y la del polisistema.

La teoría de la traducción funcional ya no le exige al traductor la reproducción literal o


invariante en contenido del texto fuente, tal como la prescribían las concepciones basadas en la
“fidelidad”; parte del hecho de que la mayoría de las traducciones son encargadas por un tercero
y no constituyen una decisión del propio traductor. Es decir que existe un encargo de traducción
explícito o implícito, el cual, según Christiane Nord4, “define la finalidad y el grupo receptor al
que se dirige la traducción”, al cual el traductor debe atenerse. Por otra parte, también se le
exige “lealtad” al traductor. Esta lealtad se define “sobre la base del concepto dominante de
traducción en la cultura respectiva y de las expectativas que los miembros de determinada
cultura tienen respecto de lo que es o debería ser una traducción.“ En consecuencia, el doble
vínculo del traductor con el encargo y con el paradigma de traducción dominante en la cultura
meta restringe por motivos sociales –por el papel asignado al traductor– su libre voluntad de
producción textual. Se podría pensar en términos aproximadamente análogos la cuestión de los
ámbitos no normados por una política lingüística –el hogar, la escritura literaria, la
correspondencia privada–, donde se pueden usar libremente la lengua y las lenguas, y aquellos
sobre los que pesa un encargo social –la escuela, la administración, los medios de
comunicación–, donde hay que atenerse a la política lingüística explícita o a un paradigma
social implícito.
Con el típico enfoque “descentrado” de los problemas que practica la teoría de la
deconstrucción, en relación con la traducción los deconstruccionistas se preguntan qué ocurre si
dejamos de considerar el texto original como texto fuente y partimos en cambio de la idea de
que es la traducción la que crea el original. Desde luego que un texto no es un texto fuente
mientras nadie lo tome como tal, es decir, mientras no se lo traduzca. Pero los
deconstruccionistas van más allá; consideran que un texto es un artefacto productor de
significados vuelto independiente del autor, significados que diferirán según el receptor y la
comunidad interpretativa; pero además, ya el “original” retoma significados anteriores, entabla
con textos anteriores una relación dialéctica5, con lo cual se difuminan, además, los límites entre
creación y traducción. Rosemary Arrojo6 (1986) ilustra este fenómeno con el cuento de J.L.

4
En C. Nord: “La teoría de la traducción funcional”, entrevista de Ingrid Fehlauer. Lenguas Vivas nº 1,
2000, p.25. Buenos Aires: I.E.S. en Lenguas Vivas “Juan Ramón Fernández”.
5
Cf. también E. Gentzler (1993): Contemporary Translation Theories. London and New York: Routledge.
6
En R. Arrojo (1986): Oficina de tradução. A teoria na prática. São Paulo: Atica.
Borges “Pierre Menard, autor del Quijote“, en el cual la reproducción literal del texto de
Cervantes adquiere en el siglo XX un sentido completamente diferente del Quijote original, a
pesar de que en realidad cumpla con el objetivo tradicional de la traducción de manera ideal:
reproduce por entero las ideas del original, posee su mismo estilo y es lingüísticamente igual de
fluida y natural que el texto fuente. Resulta, pues, imposible traducir un texto –sobre todo, uno
literario– de tal manera que los lectores de la comunidad interpretativa meta tengan de él la
misma recepción que la cultura y la época de origen, por más esfuerzos que en ese sentido haga
el traductor individual. Esto no significa que todas las traducciones tengan el mismo valor: si un
traductor quiere que, por ejemplo, la traducción de un texto originalmente poético siga siendo
poética para la cultura meta (aquí el conocimiento del autor y de su época desempeña un papel,
aunque más bien como datos a tener en cuenta, incluso para saber si efectivamente el texto en
cuestión era considerado poético) debe dominar las condiciones de recepción de la cultura meta.
También este enfoque puede tener aristas productivas para pensar algunos aspectos de una
política lingüística: si tomamos como ejemplos las decisiones de naciones africanas de adoptar,
o no, como lenguas oficiales las de sus antiguos colonizadores o la hebraización de todos los
inmigrantes practicada por el Estado de Israel, debemos preguntarnos si, además de los cambios
que se deben operar sobre las lenguas mismas para adaptarlas a sus nuevas funciones, las
transformaciones sociopolíticas de las sociedades receptoras de las medidas implican cambios
sustanciales del valor simbólico de esas lenguas modificando profundamente las funciones que
Georg Kremnitz llama “de comunicación y de demarcación”7. Como el Quijote de Pierre
Menard, el hebreo del Estado de Israel, aun cuando sea la misma lengua, deja de ser el hebreo
anterior, y los idiomas adoptados como lenguas oficiales por los nuevos regímenes
independientes entablan con las lenguas y culturas coloniales anteriores una relación compleja,
estudiada mucho tiempo atrás por Franz Fanon8. En esta línea de pensamiento se diluyen los
objetivos de toda política lingüística que pretenda ya construir, ya reforzar una presunta
esencialidad nacional o étnica inmutable a partir del acto de fijar una o más lenguas o
variedades para una comunidad lingüística o prescribir a los usuarios –incluidos los traductores–
una norma que represente el “verdadero” idioma nacional.
La tercera teoría que se ocupa de este “poder” condicionado socialmente del traductor es la del
polisistema. Sintetizaré cuatro presupuestos de esta teoría:

7
G. Kremnitz (1999): “Mehrsprachigkeit in der EU: Träume und Realitäten”, en Grenzgänge 12, pp.
6-16.
8
F. Fanon (1961): Les damnés de la terre. Versión castellana: Los condenados de la tierra. México: FCE,
1963.
1. Originariamente una teoría de la cultura del investigador israelí Itamar Even-Zohar9, la
teoría del polisistema, tributaria del formalismo ruso tardío, parte de que la literatura de un
país, desde la “inferior” hasta la “más elevada”, constituye un sistema de sistemas,
precisamente este polisistema, que en cada cultura está ordenado jerárquicamente.
2. Que un subsistema del sistema literario, como por ejemplo el de la literatura policiaca o el
de la lírica, ocupe una posición central o una periférica dentro del polisistema, depende de la
dinámica de la cultura en cuestión.
3. También las traducciones constituyen dentro de la cultura meta un sistema sometido a la
misma dinámica que los demás; así, en un sistema literario joven, en uno que se encuentra
en crisis o en uno que pertenece a una lengua poco difundida, las traducciones ocupan un
lugar central, mientras que en un sistema plenamente desarrollado ocupan un lugar
periférico.
4. Qué se traduce cuándo y cómo no lo deciden las editoriales y mucho menos el
traductor individual, sino la dinámica interna del polisistema receptor –en
vinculación con los demás sistemas culturales y sociales– y sus áreas de
vacancia.

5. Qué se traduce

6. Ilustraré ahora esta teoría con el análisis de los prólogos de la mencionada


traducción de la Crítica de la razón pura. Es indudable que esta obra, que Kant
escribió en 1781, sigue siendo una de las obras fundamentales y más
influyentes de la filosofía occidental10. Pero su primera versión completa en
castellano apareció tan solo en 196011 en la editorial argentina Losada, casi
ciento ochenta años después de la edición original. La edición de Losada se
basa en la traducción incompleta del cubano José del Perojo y Figueras, que
había sido publicada en 1883 en Madrid. Posee tres prólogos: el primero
pertenece al traductor original José del Perojo; el segundo es de José Rovira
Armengol, el traductor de los fragmentos faltantes en la primera traducción; el
tercero, del filósofo argentino Francisco Romero. Los prólogos nos permiten
reconstruir una pequeña historia de la génesis de estas traducciones.

9
I. Even-Zohar (1978): “Papers in Historical Poetics”, en B. Hrushovski e I. Even-Zohar (eds.): Papers
on Poetics and Semiotics 8. Tel-Aviv: University Publishing Projects.
10
En enero de 2000, el buscador yahoo la encontraba más de 3000 veces en Internet.
11
Existe una edición de Losada de 1945, pero, por lo que sé, responde a la traducción incompleta de del
Perojo.
El primer traductor, José del Perojo y Figueras, fue una figura carismática. Nacido en Cuba en
1852, entre 1873 y 1875 estudió filosofía en Heidelberg. Vuelto a España publicó en 1875 el
volumen Ensayos sobre el movimiento intelectual en Alemania sobre Kant, Schopenhauer y
otros filósofos contemporáneos, junto con artículos sobre literatura, antropología y política; el
libro fue colocado en el Index librorum prohibitorum de la Iglesia. En 1880 fundó la Revista
Contemporánea, “desde la cual riñó descomunal batalla, negando la realidad de la ciencia y la
filosofía españolas, secundado por el Sr. Revilla, con el entonces joven Menéndez y Pelayo. Al
fin, ¡oh paradoja del destino!, el heterodoxo puesto en entredicho acabó sus días siendo diputado
maurista, y su revista, heterodoxa y avanzada, murió en manos de D. José de Cárdenas, de un
hombre de la derecha.”12 Se especializó en temas económicos y coloniales, trabajó luego como
periodista y político y murió repentina e inesperadamente en 1908 en pleno recinto de las Cortes
españolas siendo diputado.
Resulta claro por qué José del Perojo emprendió la traducción: como lo explica en su prólogo de
marzo de 1883, quería difundir en España las ideas de Kant:
“La obra de Kant en la historia del pensamiento señala un período decisivo, que hace era y
constituye toda una nueva evolución, tan grande como la griega y muy superior a la media y
a la cartesiana.”

Pero ¿por qué esperó otros siete años –hasta 1883– para dar a conocer la traducción, que ya
había quedado impresa en 1875 ó 1876?
“Es indecible para mí lo que me ha costado esperar el momento psicológico, que yo tanto
deseaba, de dar al público esta traducción. Impresa hace ya siete años largos, nunca
encontraba oportunas las diferentes vicisitudes por que ha pasado el pensamiento en nuestro
pueblo.”

Creía, pues, que el pensamiento filosófico de su pueblo aún no estaba maduro para aceptarla. Es
verdad, agrega, que la obra de Kant tiene un espíritu filosófico “conforme por completo con
nuestra actual cultura”, pero está escrita “en un lenguaje que no es el nuestro, y en unos
términos técnicos que corresponden a otra época”; esto causaría a menudo oscuridades y
dificultades innecesarias con las que tropieza el lector impaciente.
Pero sobre todo del Perojo lamentaba dos hechos que provocaban su desconfianza en la
recepción del texto:

12
Mario Méndez Bejarano (1927): Historia de la filosofía en España. Madrid, pp. 452-456.
1. La falta de precedentes de la filosofía de Kant, “por lo desparejados que hemos andado en
España del resto del mundo filosófico desde que se inició el movimiento de la Reforma”;
tampoco había sido traducido al castellano ninguno de sus antecesores;
2. El predominio en España en aquellos días “en asuntos filosóficos y a título de única
depositaria de la verdad absoluta, de la escuela krausista, que tenía requisicionados, por
decir así, cuantos entendimientos despuntaban con afición a estas cosas filosóficas.”
El filósofo alemán Karl Christian Friedrich Krause (1781-1832) tenía especialmente en España
un gran número de adherentes, los cuales tuvieron gran influencia en la educación española de
fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX. Del Perojo asegura que
“… era el arma principal de la tal escuela y la única causa de su efímero éxito precisamente
su oscura y afectada terminología, alambicada como no se ha conocido otra, y que
impresionaba vivamente nuestro temperamento meridional, nos humillaba en nuestra
ignorancia de no entender lo que en aquellas oscuridades se decía”
pero cuya incomprensibilidad causaba precisamente la impresión de profundidad.
Estas afirmaciones son del todo congruentes con lo que afirma la teoría del polisistema: qué se
traduce o se puede traducir y cuándo se lo puede hacer no depende de la voluntad del traductor
individual o de una editorial, sino del “sistema”, es decir, de la cultura que alojará al texto meta:
cuando una cultura se encuentra “saturada” en el terreno filosófico, lo cual no constituye un
valor absoluto, sino que está en relación con otros sistemas, a una traducción tal le está vedado
el acceso al polisistema meta o a lo sumo puede adquirir en él un lugar periférico. Seguramente
la cultura española no contaba entonces con una producción filosófica tan importante para que
Kant fuera superfluo, pero si se tiene en cuenta la situación política, social e histórico-cultural
de España (de desarrollo ciertamente restringido en los siglos XVIII y XIX), su sistema
filosófico seguramente ya estaba conformado por todas las obras que esa situación permitía. En
este sentido carece de importancia que, según lo demuestra una reciente investigación de
Roberto Albares Albares13, en realidad haya tenido lugar una recepción restringida de las ideas
de Kant en España ya a principios del siglo XIX: desde el punto de vista de la teoría del
polisistema el hecho que importa es que la Crítica de la razón pura no había aparecido
traducida al español antes de 1883. Desde luego que esta ausencia no se debería circunscribir al
Reino de España, puesto que desde el segundo cuarto del siglo XIX en el área hispanófona ya se
habían independizado muchos Estados en los que podía tener lugar una recepción de Kant a
través del original alemán o traducciones a otras lenguas; pero desde la perspectiva de la teoría
del polisistema esto no modifica el hecho de que la Kritik der reinen Vernunft tampoco integró
la literatura filosófica de los nuevos Estados hasta que no se hubo transformado en la Crítica de

13
Albares Albares, Roberto (1996): “Los primeros momentos de la recepción de Kant en España: Toribio
Núnez Sess (1766-1834)”. El Basilisco, nº 21, pp. 31-33.
la razón pura. Por lo demás, se podría objetar la atribución de un valor general al punto de vista
subjetivo de un traductor individual, es decir, al de José del Perojo. Podemos conjeturar que
existe en del Perojo un wishful thinking o que está haciendo política cultural cuando afirma que
el krausismo había sucumbido ya en 1883. Pero también este argumento es secundario en la
medida en que, una vez más, no modifica en absoluto el hecho de que la primera traducción de
la Crítica se haya publicado tan solo más de un siglo después de su edición alemana. Al
contrario: sólo demuestra que Kant siguió ocupando una posición periférica dentro del sistema
filosófico de España y de los países hispanófonos, y quizá también, que el sistema filosófico en
sí tenía un valor de posición relativamente pequeño dentro del polisistema cultural de estos
países, lo cual, naturalmente, guardaba relación con la estructura social: en el caso de la
Argentina, por ejemplo, la vida intelectual era sustentada por una pequeña élite políglota, por lo
menos hasta que entre 1880 y 1914 se produjo la gran ola inmigratoria. Conforme a la teoría del
polisistema, un análisis más detallado, que excede este trabajo, debería investigar qué funciones
adopta una traducción como la de la Crítica de la razón pura en la cultura meta en determinada
época, precisamente a causa de sus relaciones con las demás obras dentro del polisistema que la
aloja.

5. Cómo se traduce
Sobre la base del primero de los prólogos he tratado principalmente mi primera tesis (qué se
puede traducir). Ahora trataré la segunda tesis (cómo se puede traducir).
Hay aquí una clara diferencia entre la teoría de la traducción funcional, según la cual se le
impone al traductor la lealtad al paradigma de traducción vigente, y la teoría del polisistema,
que asegura que este paradigma no puede ser unitario, sino que depende de la posición que
ocupen las traducciones en el sistema de que se trate (por ejemplo, el filosófico), y de este
dentro del polisistema. Esta segunda teoría señala que cuando la literatura traducida ocupa un
lugar central en el polisistema, se difuminan los límites entre textos traducidos y originales y las
definiciones de traducción se vuelven más liberales: en ese caso se admiten diferentes tipos de
versiones, imitaciones y adaptaciones. Cuando la función de las traducciones consiste en
introducir innovaciones en la cultura meta, las traducciones tenderán a aproximarse más a las
formas y relaciones textuales, i.e. a orientarse más según los de la cultura de la lengua fuente14;
sin embargo, la forma del texto traducido no debe ser tan extraña que pueda correr el riesgo de
ser rechazada por el sistema meta. Pero si el texto “triunfa” tiende a funcionar de literatura
original y a enriquecer tanto los textos fuente de la cultura meta como las traducciones a esa
cultura. En el otro caso, es decir, cuando la actividad traductora es secundaria porque tiene lugar

14
En términos de Schleiermacher, dejarán más tranquilo al autor y obligarán al lector a acercarse más al
texto fuente.
en un subsistema que ya está bien desarrollado en el polisistema, las traducciones suelen
atenerse a los modelos formales y estéticos ya existentes en la cultura meta.

Los prólogos de Romero y de Rovira Armengol de la edición de Losada de la Crítica permiten


inferir su paradigma de traducción. Con relación a la traducción de José del Perojo, tras elogiar
en conceptuosos términos el emprendimiento del cubano, Francisco Romero señala lo siguiente:
“Muchas dificultades encontró sin duda en su faena, y supo sortearlas por lo general con
dignidad, si no siempre con elegancia. La lectura atenta descubre aquí y allá el forcejeo, que
a veces se resuelve en descuidos estilísticos y gramaticales.”
El intento de Perojo es de esos que dan honra con sólo concebirlos y afrontarlos. Ha pasado
más de medio siglo, y todavía no podemos leer la Crítica en nuestra lengua, completa y en
traducción veraz.

José Rovira Armengol, en cambio, describe las dificultades que el texto de Kant depara al
traductor en razón de la terminología filosófica entonces aún poco desarrollada; también trata en
detalle algunos problemas contrastivos, como la partícula “überhaupt”, que generalmente ha
dejado de lado, a pesar de que
“(…) la totalidad de los traductores se obstinan en traducirla por “en general” –al extremo de
incluir frases absurdas como “todos los hombres en general son mortales”– cuando es una
partícula enfática (…)”

Para ambos, la preservación del estilo y la invariancia del contenido (“verdad”) son la
obligación principal del traductor, aunque con matices diferentes: mientras que Romero,
filósofo, quiere que las “verdaderas intenciones” de Kant queden transferidas en la traducción,
Rovira, traductor, pretende sobre todo que el texto sea coherente en la lengua meta. Esto
corrobora las tesis de la teoría del polisistema: mientras que en la época de del Perojo la Crítica
–una vez “muerto” el krausismo– estaba destinada a ocupar un lugar central dentro del sistema
filosófico, por lo cual la innovación filosófica le preocupaba más que la corrección estilística y
gramatical, en el caso de Romero y Rovira ya habían pasado muchos años de tradición kantiana
y filosófica en español: el sistema filosófico en castellano ya estaba más “completo” y la
reedición de la traducción, aun cuando fuera la primera completa, ya no ocupaba una posición
tan central; en consecuencia, ahora se atendía más a las normas formales y estilísticas impuestas
por la cultura meta. Dicho de otra manera: es el polisistema receptor quien impone la norma
lingüística al traductor15.

15
En consecuencia, no resulta sorprendente que la Editorial Losada decidiera volver a revisar la
traducción; encargó esa tarea en la 4ª edición al recordado filósofo argentino Ansgar Klein.
6. Polisistema y política lingüística
Entre las diversas críticas que se le han hecho a la teoría del polisistema se halla la de la
supuesta independencia con que los diversos polisistemas nacionales determinan su propia
selección de textos a traducir16. Sin duda especialmente hoy, en una época de interrelación
económica planetaria y de difuminación de las funciones del Estado-nación, la idea de un
polisistema “nacional” debe ser revisada, en especial, en un ámbito como el hispanófono,
compartido por más de veinte naciones. Si bien hoy no solo España sino también los países
latinoamericanos cuentan hoy con amplias tradiciones literarias nacionales, las editoriales tienen
su producción y distribución repartida entre diversos países y a menudo la política editorial y la
normativa de traducción es fijada desde la sede central de la editorial17, que también puede estar
en manos de capital financiero transnacional. Es notoria la distribución panhispánica de
colecciones y la publicación simultánea de libros como suplementos de periódicos de diversos
países. Desde luego, la aparición de las redes electrónicas mundiales refuerza este proceso. Con
todo, probablemente sería una simplificación más considerar que en los casos de lenguas
transnacionales el polisistema no sea hoy el nacional sino el que corresponde a toda el área de la
lengua en cuestión; habría que estudiar si existen subáreas, si determinados países no cuentan
con una producción literaria propia que se conoce solo en ese país o, a lo sumo, en países
vecinos, en qué subsistemas existe esa producción propia (p.ej., en la lírica, el teatro, la novela
histórica) y si en áreas multilingües y tan integradas como la europea no comienza a haber
polisistemas culturales igualmente multilingües que responden a una identidad europea en
formación, que va desde la profusión de traducciones, pasando por el multilingüismo literario,
hasta su plasmación lingüística en el “eurospeak”18. Es posible que en el caso del español en el
dominio de las traducciones literarias efectivamente se impongan con fuerza creciente las
grandes editoriales, muchas de ellas con casa matriz en España, y que, por tanto, las normas de
traducción –tanto la lingüística como la concepción de equivalencia– sean fijadas cada vez
menos diferencialmente por los diversos polisistemas receptores nacionales, sino

16
Otras (cf. Gentzler, op.cit) se relacionan con su pretensión de plantear universales, como por ejemplo la
de que toda innovación literaria ha partido de las obras canónicas.
17
Por ejemplo: hace ya más de veinte años, una editorial con sede en Barcelona, Buenos Aires y México,
les fijaba a los traductores argentinos los usos admitidos en las traducciones, como el loísmo, y los no
admitidos, como “pollera” (por “falda”).
18
Este proceso halla sus antecedentes en la Europa del Renacimiento (una vez abandonado el latín como
lengua de la cultura), si bien restringido entonces principalmente a las cortes, cuando las conformaciones
nacionales solo comenzaban a insinuarse. Es cierto que esa cultura paneuropea fue más notoria en las
artes independientes de una lengua, como la música, la danza, la pintura y la escultura; pero, por ejemplo,
cuando Nápoles pertenecía a la corona española se compusieron óperas italianas con libreto en castellano,
y durante siglos existió una élite políglota.
privilegiadamente por uno de ellos. Desde el enfoque de la teoría del polisistema, esa norma
“importada” interactuará, claro está, con los demás sistemas de cada polisistema nacional.

Esta hegemonía traductora nos remite a una situación comparable en política lingüística: al
hecho (que los países hispanoparlantes del Mercosur están discutiendo públicamente desde hace
solo poco tiempo) de que para la enseñanza del español en el Brasil haya proyectos en curso a
cargo de instituciones y editoriales españolas, que si bien no desestiman incluir en la currícula la
norma rioplatense, se rigen ante todo por la norma peninsular.

Todo ello nos sugiere que un posible encuentro entre la teoría del polisistema y la política
lingüística sería postular la existencia de un polisistema lingüístico estrechamente vinculado con
el polisistema cultural e igualmente dependiente de la dinámica sociohistórica: las lenguas y
variedades estudiadas en cada país o región dependerían de la interacción entre los usos
“espontáneos” y los fijados por norma (o, en términos de L.-J. Calvet, de las políticas
lingüísticas in vivo e in vitro). Se podría establecer igualmente un orden jerárquico de
variedades centrales y variedades periféricas. La decisión de incorporar tal o cual variedad
dependería de los lugares de vacancia –reales o fruto de representaciones culturales y
lingüísticas– según la situación socioeconómica: si un país o una región experimentaran un
desarrollo industrial vinculado con determinada variedad, terminología o lengua, estas se
incorporarían a la currícula escolar; otras lenguas caerían en desuso o, en lugar de impulsar su
aprendizaje, se promovería la formación de traductores de esas lenguas, puesto que traducción y
enseñanza de lenguas son, en cierta manera, contrarios: se traduce aquello cuya lengua no
integra el polisistema lingüístico, pero las normas lingüística y de traducción seguramente
estarán sometidas a la dialéctica entre el in vivo e in vitro de ese polisistema. El diálogo entre la
glotopolítica y la teoría del polisistema también potenciaría las críticas a aquellos enfoques
político-lingüísticos que aíslan la dinámica de las lenguas de los procesos sociales y sus
representaciones ideológicas anejas y que reducen la planificación del lenguaje a una cuestión
técnica. Al mismo tiempo permitiría continuar impulsando los estudios que iluminan los
diversos aspectos político-lingüísticos de la traducción: quién ordena la selección de lo que se
traduce, de qué lenguas y a qué lenguas y por qué, la relación entre traducción y norma
lingüística, la actividad del traductor (y, caso dado, del editor) como agente de una política
lingüística. Posiblemente, del lado de la traductología sea la teoría del polisistema la que con
mayor facilidad pueda incorporar estos aspectos.

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