Está en la página 1de 224

2

Créditos

Traducción
Mona

Corrección 3

AnaVela

Diseño
Bruja_Luna_
Índice
Créditos ________________________ 3 20 __________________________ 126
Sinopsis ________________________ 5 21 __________________________ 131
1 _____________________________ 6 22 __________________________ 136
2 ____________________________ 12 23 __________________________ 140
3 ____________________________ 19 24 __________________________ 145
4 ____________________________ 23 25 __________________________ 151
5 ____________________________ 31 26 __________________________ 159
6 ____________________________ 37 27 __________________________ 164
7 ____________________________ 45 28 __________________________ 171
8 ____________________________ 50
9 ____________________________ 55
29 __________________________ 178
30 __________________________ 182
4
10 ___________________________ 61 31 __________________________ 188
11 ___________________________ 67 32 __________________________ 192
12 ___________________________ 73 33 __________________________ 197
13 ___________________________ 80 34 __________________________ 203
14 ___________________________ 86 35 __________________________ 208
15 ___________________________ 94 36 __________________________ 213
16 __________________________ 101 37 __________________________ 218
17 __________________________ 110 Drop Dead Queen ______________ 222
18 __________________________ 115 Acerca De Las Autoras __________ 223
19 __________________________ 121
Sinopsis
E
lla vino aquí en busca de protección, pero eso es lo último que
encontrará.
Bienvenido a la Universidad de Corium, donde los criminales
más peligrosos del mundo envían a sus hijos. Asesinos, mafiosos,
traficantes de armas y ladrones de arte.
Lo que sea, esta universidad los alberga.
Aquí nada los puede tocar.
Al llegar supe que Aspen estaría aquí, ella era la hija de nuestro enemigo, una
serpiente en la hierba como su padre. No tenía intención de pelear con ella. Eso fue
hasta que abrió su bonita boquita. Una oración y se convirtió en mi próximo objetivo,
y una mujer que haría cualquier cosa por ver de rodillas a mis pies.
Si pensaba que la universidad era la única pesadilla a la que tendría que
enfrentarse, estaba equivocada.
5
Yo era el rey, y este era mi reino.
1
Quinton

E
s curioso cómo un día todo puede ser normal en tu vida, y al siguiente, la
alfombra es arrancada, y te quedas tanteando, tratando de recuperar el
equilibrio. Hace un año, yo era una persona diferente. Feliz, normal y
contento con mi vida. No podía pensar en una sola cosa que hubiera cambiado de mi
vida, pero ahora, si pudiera, lo cambiaría todo.
Todo, carajo.
No era que mi padre me hubiera protegido de nuestro nombre o de las cosas
violentas y peligrosas que hacíamos. La sangre que corría por mis venas era sangre
mafiosa; mi padre había sangrado por nuestro nombre, y sé que yo haré lo mismo
algún día.
Cuando crecí, no pensé que habría un momento en el que eso cambiaría o que
querría escapar de la vida en la que nací y esconderme del resto del mundo, pero ese
día llegó hace un año, y desde entonces, todo ha ido en una espiral descendente.
6
La felicidad que había en mi interior se hizo añicos y se evaporó en el aire,
convirtiéndome en un vil pozo de ira y odio. No necesitaba esta patética universidad,
pero era esto o estar sentado en esa gigantesca casa, un recordatorio de todo lo que
quería dejar atrás cerniéndose sobre mi cabeza. Al menos ahora podría escapar de
la constante preocupación de mi madre y de los ojos vigilantes de mi padre.
—¿Listo? —pregunto, mirando a Ren.
Se encoge de hombros, con las manos aún metidas perfectamente en los
bolsillos de sus vaqueros negros. Incluso con todo el dinero que tiene su familia, sigue
optando por llevar la ropa menos cara. Ren es modesto en el mejor de los casos, nunca
muestra ni presume de lo que tiene. Parece que no le importa nada, pero la verdad
es que las cosas materiales le importan un bledo. Lo más importante del mundo para
él ni siquiera es una cosa, sino una persona. Su hermana.
A veces pienso que la única razón por la que he estado tan cerca de mis
hermanas es porque veo cómo es Ren con Luna. Mi padre me dijo una vez que es por
cómo han crecido, y que solo se han tenido el uno al otro durante mucho tiempo, por
eso es tan protector con ella.
Ren siempre ha sido su protector, y dudo que eso cambie.
—Si quieres mi opinión sincera, preferiría saltar por un acantilado, pero... —Su
voz se interrumpe.
Tú y yo, quiero decir, pero me guardo las palabras para mí. Lo último que
necesito es que lo que he dicho le llegue a mi padre y que piense que soy un suicida.
Entonces realmente no tendré opción de ir o venir.
—Si no querías ir, no tenías que hacerlo. Estoy seguro de que tu padre te habría
permitido tomarte un tiempo libre o hacer otra cosa.
Ren entiende mi vida más que nadie, pero eso no significa que sepa lo que es
tener un padre que nunca acepta un no por respuesta o recibir el golpe que acabamos
de recibir.
—Créeme, hice la mejor elección. —Hablo entre dientes, mirando a la nada.
No era como si fuera a una universidad normal, donde me aburriría como una
ostra.
No, la Universidad Corium es el lugar al que envían a sus hijos los criminales
de alto nivel de todo el mundo. Mientras que los padres normales envían a sus hijos a
las universidades estatales, esperando que obtengan una educación decente y un
buen trabajo, nuestros padres envían a sus hijos a Corium, una escuela que les
enseñará a ser mejores criminales.
No necesito entrenamiento ni orientación, pero quiero ir de todos modos. Por
7
eso, en un futuro imprevisible, la fría Alaska será mi hogar. Quiero que haya tantos
kilómetros como pueda entre mi familia y yo. Sólo puedo esperar que cuantas más
millas ponga entre nosotros, menos sangrará el dolor palpitante de mi pecho.
El sonido de las hélices de un helicóptero cortando el aire invade mis oídos,
devolviéndome al presente. Levanto la vista justo a tiempo para ver el avión de mi
padre -que nos trajo a este pequeño aeropuerto de Alaska- despegando en la
distancia. El avión privado nos dejó aquí, y el helicóptero de la escuela nos llevará a
la universidad.
El viento me azota el cabello y me protejo los ojos mientras las rocas y los restos
de polvo se arremolinan a nuestro alrededor. Ren está de pie a mi lado, tan quieto
como una estatua. Somos los mejores amigos desde que sus padres los adoptaron a
él y a su hermana, Luna, cuando eran niños. La mayoría de la gente cree que somos
primos, pero yo siempre lo he visto como mi hermano.
Es un poco irónico que la mayoría de la gente ni siquiera conozca a mi primo
real porque mi tío decidió mantener a su única hija oculta del mundo.
Metiendo las manos en los bolsillos de la chaqueta, exhalo y me dirijo hacia el
helicóptero. No tengo que mirar atrás para saber que Ren me sigue. Acordamos hacer
esto juntos. Bueno, más bien le dije que tenía que venir conmigo. Sorprendentemente,
no me costó mucho convencerlo. Me imaginé que se resistiría ya que irse significaba
estar lejos de Luna, pero a diferencia de mí, Ren viajará a casa para visitar a sus
padres y a su hermana. Llamará y hablará con ellos.
Mientras que yo haré todo lo posible para fingir que los míos no existen
mientras hago lo posible por mantener una relación con mi hermana, Scarlet.
Me dejo caer en mi asiento y Ren se sienta a mi lado mientras el rugido del
motor llena el espacio.
Es sólo un corto vuelo a la zona aislada que solía ser una antigua base militar
antes de ser recientemente convertida en una universidad de alta tecnología. El lugar
es tan clasificado que no hay fotos de él en ningún sitio de Internet. Mi padre, por
supuesto, ayudó con la financiación. Otro recordatorio de que ir aquí no es más que
una falsa sensación de evasión. Sin embargo, para mí, es mejor que nada.
Dejo que mis ojos se cierren con un suspiro, el peso en mi pecho ya disminuye
con cada respiración que hago. Sin embargo, la oscuridad en mi interior se
arremolina, creciendo lentamente. Durante meses, las pesadillas me han
atormentado, dificultando mi sueño nocturno. Dejo escapar un bostezo y vuelvo a
hundir la cabeza en el reposacabezas. Intento no pensar en lo jodida que se ha vuelto
mi vida en el último año, en la mentira que ha sido todo, o peor aún, en lo mucho que
he perdido, que hemos perdido. Apartando todo eso del fondo de mi mente, me
permito desconectarme. Debo de haberme quedado dormido, porque poco después
abro los ojos y veo a Ren inclinándose sobre mi asiento para mirar por la pequeña
8
ventanilla algo en la distancia.
—¿Cuánto tiempo he estado fuera? —grito por encima del fuerte rugido del
motor, moviéndome hacia delante en mi asiento.
—El tiempo suficiente para darme cuenta de lo lejos que está este lugar. Si
quisieras cometer un asesinato y salirte con la tuya, este sería el lugar para hacerlo.
—¿De qué estás hablando? —pregunto, con el ceño fruncido.
Ren señala por la ventana y yo me inclino hacia delante para ver qué demonios
está mirando. Observo la zona que tenemos debajo. Cientos de kilómetros de árboles
se extienden desde donde estamos y en todas direcciones. No hay carreteras, ni
casas, sólo la nada, hasta que veo lo que parece ser una antigua fortaleza, semi
construida en la ladera de una montaña cubierta de nieve.
Por lo poco que he podido investigar sobre este lugar, sé que solía ser un
castillo, que quedó de cuando los rusos eran dueños de estas tierras antes de que
Estados Unidos las tomara a finales del siglo XIX. Sin embargo, nunca hubiera
imaginado que estuviera tan aislado. Por otra parte, eso es probablemente lo mejor
si se trata de albergar a los hijos de miles de criminales.
—¿De quién fue la idea de construir una puta universidad aquí? —Hago la
pregunta en voz alta sin darme cuenta.
—Estoy bastante seguro de que alguien que quiere torturarnos. Es la única
señal de vida que he visto en todo el vuelo.
Mi padre me dijo que el lugar estaba aislado, pero nunca habría previsto esto.
Ren tiene razón; estamos en medio de la nada. La mayoría de las universidades son
estructuras enormes, elaboradas y de aspecto caro, que atraen la atención de todos
los estudiantes que se gradúan como un faro, pero este lugar parece un castillo
abandonado. Por supuesto, eso es por diseño. Una única carretera aparece
aparentemente de la nada y serpentea por la ladera de la montaña, y un gran muro
de piedra separa el exterior del interior.
—Nos estamos preparando para aterrizar. —La voz del piloto llega por el
sistema de intercomunicación.
—¿Estás listo? —Ren pregunta.
Me doy la vuelta en mi asiento, la finalidad de todo esto finalmente se hunde.
Por fin soy libre, o al menos un poco libre. Sonrío, sabiendo que en este lugar, mis
deseos y necesidades más oscuras pueden salir a la luz. Aquí no tendré que ocultar
el dolor. No tendré que fingir que existo. Cualquiera que se interponga en mi camino
se convertirá en un objetivo.
Aspiro una bocanada de aire en mis pulmones, mi pecho se siente
repentinamente más ligero. 9
—Estoy preparado, pero dudo que este lugar esté preparado para nosotros.
—Probablemente no. —Ren me regala una sonrisa igualmente oscura.
Cuanto más bajamos, mejor es la vista de la universidad. Me doy cuenta de lo
enorme que es el lugar cuando finalmente aterrizamos y salimos del helicóptero. Las
estructuras que parecían tan pequeñas son más grandes de lo que parecían a tanta
altura. El corazón se me acelera en el pecho y el sonido retumba en mis oídos.
Desde el helipuerto, bajamos por un pequeño camino que conduce a un túnel,
y el hecho de que este lugar fue reconstruido para ser una base militar se hace
evidente. Tras un breve paseo, llegamos a una enorme puerta que parece que podría
soportar la explosión de una bomba directa. Varios puestos de control y casetas de
vigilancia conducen a la entrada, y todo el mundo nos hace un gesto con la barbilla
mientras pasamos.
Se rumorea que el gobierno tenía grandes planes para este lugar. Utilizando y
ampliando los túneles subterráneos ya construidos, estaban preparados para
trasladar sus tropas. No estaban muy contentos cuando los miembros fundadores lo
compraron delante de sus narices.
Nadie se mueve ni un centímetro de sus puestos ni nos pide identificación.
Supongo que cuando tu padre es quien es, recibes un trato especial. Mi padre no sólo
es uno de los criminales más poderosos, sino que también invierte mucho dinero en
esta escuela.
—¿Así que esto es una universidad, o estamos entrando en alguna mierda de
sociedad secreta? —Ren me da un codazo con el hombro.
—Ambos.
En cualquier caso, se ha invertido mucho dinero en este lugar para hacerlo
seguro. Lo que, por supuesto, lo hace perfecto para el tipo de actividades que ocurren
aquí en las profundidades.
Sería difícil incluso conseguir que un satélite enfocara aquí. No es que el
gobierno vaya a hacer eso. Este lugar probablemente no existe para ellos... ya.
Un guardia nos acompaña hasta la entrada a través de las grandes puertas a
prueba de bombas. Justo en el interior hay un conjunto idéntico de puertas metálicas
con el escudo de la universidad grabado en ellas.
Las puertas dobles que tenemos delante se abren automáticamente y Ren y yo
nos miramos. No es una mirada de asombro la que nos dirigimos el uno al otro, sino
más bien de qué demonios nos hemos metido. Mi padre nos proporcionó la
información sobre nuestra habitación y el horario de las clases antes de salir, así que
no hace falta que nos detengamos en ningún sitio ni que preguntemos a dónde ir
después. Nos adentramos en el edificio, caminando por el largo pasillo. Los suelos
10
son de mármol pulido, y la tenue iluminación da al lugar una sensación única, como
si nos estuvieran llevando a la integración en lugar de a nuestros dormitorios.
Delante hay tres ascensores. Ren pulsa el botón y las puertas se abren
inmediatamente. Entramos y pulso el botón C, que es el nivel en el que se encuentra
nuestra habitación.
Cuando las puertas del ascensor se abren con un pitido, Ren me da un empujón
con el hombro y me tiende su teléfono. Miro hacia abajo y veo que hay un mapa en la
pantalla.
—Al final de este pasillo, giramos a la derecha, y nuestra habitación debería
estar a la izquierda.
Me encojo de hombros. —Estudié el mapa antes de salir. Tengo la mayor parte
de este lugar trazado en mi mente.
Ren sacude la cabeza. Sabe que me gusta estar preparado.
Nos dieron a cada uno una tarjeta llave para entrar en nuestra habitación antes
de salir, y fue un espacio que decidimos compartir. Los dos tuvimos la oportunidad
de tener nuestro propio pequeño apartamento de una habitación, pero decidimos no
hacerlo. Ren no es del tipo de novios, así que lo único que me preocupaba era un
ligue al azar aquí o allá.
Ninguno de los dos está interesado en otra cosa que no sea el sexo sin sentido.
Mientras caminamos por el pasillo, me fijo en otros estudiantes, pero no
reconozco la cara de ninguno. Cuando nos cruzamos con ellos, puedo sentir sus ojos
sobre nosotros, y lo odio. Odio sentir que pueden ver a través de mí, como si me
conocieran simplemente por saber de mi padre. Todos saben mi nombre y quién es
mi padre, pero no me conocen a mí. Nadie aquí me conoce, el verdadero yo, y va a
seguir siendo así.
Puede que haya toneladas de vástagos de criminales de alto nivel en este lugar,
pero nadie es más poderoso que mi padre, y si eso no los asusta, entonces yo
ciertamente lo haré.

11
2
Aspen

M
e duele la espalda, el culo de tanto tiempo sentada y las extremidades
engarrotadas. Me muero por salir de este coche y estirarme un poco.
Me muevo en el asiento y hago todo lo posible por ponerme cómoda,
pero el desgastado asiento no se ablanda.
Llevamos casi cinco horas en la carretera sin una sola parada, no es que haya
ningún lugar donde parar o que incluso estemos técnicamente en una carretera. No
he visto ninguna señal de vida, al menos no humana, desde que salimos de Takotna,
y la mayor parte del tiempo no estoy segura de cómo sabe el conductor dónde
estamos, y mucho menos a dónde vamos.
Me pregunto si ha estado aquí antes. Según su paquete de bienvenida, la
mayoría de la gente vuela a Corium, pero, por supuesto, cuando llamé para conseguir
un asiento, no había sitio en ninguno de sus helicópteros, lo que no me dejó otra
opción que hacer el agotador viaje en coche hasta la aislada universidad.
12
El Jeep rebota con fuerza y el cinturón de seguridad se clava en mi hombro
cuando pasamos por encima de un árbol caído sin avisar. Miro fijamente la nuca del
conductor, que ni siquiera me ha dicho su nombre. Este lugareño de mediana edad,
con el cabello negro y despeinado y una poblada barba, parece estar tan contento de
hacer el viaje como yo. Al menos le pagan.
—Lo siento, señorita —gruñe el conductor desde el asiento del conductor.
Vaya, es lo máximo que me ha dicho desde que subimos al vehículo. Ya que ha
abierto las líneas de comunicación, me imagino que es un buen momento para
asegurarme de que seguimos en el camino.
—Está bien. ¿Ya casi llegamos?
—Faltan veinticinco millas —responde, y yo me hundo de nuevo en mi asiento.
Conducir veinticinco millas por un camino de tierra a través del bosque puede llevar
unos buenos cuarenta minutos, o incluso más. Ese pensamiento apenas sale de mi
mente cuando el Jeep se detiene bruscamente, y me deslizo hacia adelante en mi
asiento al presionar los frenos.
Confundida, miro a mi alrededor, escudriñando la zona en busca de cualquier
signo de civilización u otra razón por la que nos hayamos detenido tan
descuidadamente. Todo lo que veo son árboles, árboles y más árboles. Desde luego,
no se ha detenido por un árbol en la carretera, no cuando acaba de pasar por encima
de uno a menos de un kilómetro.
—Me he quedado sin gasolina, tengo que rellenar el depósito o no llegaremos
a la base —explica el conductor antes de desabrochar y abrir la puerta. Ha estado
llamando base a la Universidad de Corium, lo que no me sorprende, ya que la mayoría
de la gente no tiene ni idea de lo que es realmente ese lugar.
Como no quiero perder la oportunidad de estirar las piernas, sigo su ejemplo
y salgo del jeep. Mis piernas protestan al principio, pero en cuanto saco los brazos
por encima de la cabeza y alargo las extremidades, mis músculos me lo agradecen.
Un escalofrío me recorre la espina dorsal ante la fría brisa que sopla entre los
árboles. Aquí hace mucho más frío del que estoy acostumbrada en North Woods, pero
el aire fresco y el paisaje tranquilo lo compensan.
Ahora que me he levantado y me muevo, me doy cuenta de que tengo la vejiga
bastante llena y me pregunto si debería buscar un árbol para hacer mis necesidades
o esperar. Luego pienso en el viaje lleno de baches y en el hecho de que realmente
no sé cuánto tiempo más va a durar.
—Um, voy a ir a orinar. Por favor, no te vayas sin mí —bromeo, bueno, medio
bromeo. Una parte de mí se pregunta si se iría sin mí.
El conductor se acerca al vehículo, con la lata de gasolina en la mano y el ceño
13
fruncido. —Pues date prisa —me suelta. Por un momento, contemplo la posibilidad
de aguantar y volver a subirme al asiento, pero entonces continúa—: Bueno, vete a
mear. No voy a parar de nuevo hasta que lleguemos a la base.
No estoy segura de por qué es tan grosero, pero ignoro su tono desagradable,
me doy la vuelta y salgo a toda velocidad hacia el bosque para encontrar un lugar lo
suficientemente lejos como para no estar a la vista, pero no tan lejos como para
arriesgarme a perderme. Rápidamente, me desabrocho los vaqueros y me los bajo
junto con las bragas.
El aire fresco baña mi piel desnuda mientras me acuclillo detrás de un gran
árbol y hago mis necesidades. Cuando termino, saco un pañuelo viejo del bolsillo y
me limpio antes de volver a enderezarme.
Me doy la vuelta para volver al coche, pero me quedo paralizada antes de dar
un solo paso. A menos de tres metros detrás de mí está el conductor... mirándome
fijamente. Una sonrisa traviesa baila en sus labios mientras su mirada se oscurece.
Tiene los pantalones desabrochados y la mano alrededor de la polla, con la orina
salpicando el suelo.
Ese pervertido me estaba observando. El miedo se desliza por mi espina dorsal
como el viento corta las hojas que nos rodean. Estoy sola, en medio de la nada, con
un hombre que no conozco. Un hombre que acaba de observarme mientras orinaba.
Podría dominarme fácilmente y llevarse lo que quisiera, y ni un alma escucharía mis
gritos. Correr entra en mi mente, pero ¿a dónde carajo corro? No tengo ni idea de
dónde estoy, y no hay forma de que sobreviva una noche aquí por mi cuenta.
Así que hago lo único que sé hacer. Endurezco mi columna vertebral, hincho el
pecho y le miro directamente a los ojos. —¿Era necesario?
—¿Qué? Yo también tuve que orinar —dice inocentemente, metiéndose de
nuevo en los pantalones.
Se me revuelve el estómago, y mi desayuno amenaza con aparecer cuando me
doy cuenta de que no solo este imbécil acaba de verme medio desnuda, sino que
además voy a tener que volver a subirme al Jeep con él. Esto me parece muy mal, y
me pregunto cómo se sentirían mis padres si supieran lo mal que está el hombre que
me lleva a Corium.
Vuelvo al Jeep y me abrocho el cinturón en un santiamén, deseando tener más
ropa además de los vaqueros y el grueso jersey que llevo. Por otra parte,
probablemente no importaría la cantidad de ropa que llevara. Seguiría sintiéndome
expuesta en su presencia.
Mierda. Es un idiota por hacerme sentir así.
Paso el resto del trayecto aún más incómoda que antes. Ahora, no es sólo mi
cuerpo el que protesta, sino también mi mente. Todos mis instintos me dicen que me
14
aleje de este hombre, pero estoy dentro de este Jeep todoterreno sin ningún otro sitio
al que ir. Es este hombre o la naturaleza, y ninguna de las dos opciones parece buena.
Al cabo de un rato, los árboles se vuelven más finos y el camino de tierra se
vuelve un poco menos accidentado a medida que el terreno se abre. El bosque se
adelgaza a medida que nos acercamos a la ladera de la montaña. El pico está cubierto
de nieve, lo que me recuerda que estoy muy lejos de casa.
Sé que debemos estar cerca, pero no veo la universidad construida en la
montaña mientras nos acercamos. En cambio, lo primero que veo es un gran muro
gris. La carretera por la que vamos nos lleva directamente a ella y, por lo que veo, no
hay forma de rodearla.
Un enorme portón metálico aparece a la vista, y no puedo evitar suspirar de
alivio. Ya hemos llegado y, una vez fuera de este coche, no tendré que volver a ver a
este cabrón.
Los neumáticos apenas han dejado de rodar sobre la grava, y pone el Jeep en
el estacionamiento. —Fuera —ordena.
Desconcertada, lo miro fijamente durante un largo segundo. —Se supone que
me llevas a Corium. Esto es sólo... —Señalo la estructura que tenemos delante—. Una
puerta.
—Hasta aquí llego. —La impaciencia se desprende de sus palabras—. El
maletero está abierto. Toma tus cosas.
Tengo ganas de decirle que al menos saque mis maletas ya que le he dado un
espectáculo gratuito, pero me muerdo la lengua, no quiero pinchar al oso.
Al salir, aspiro una enorme bocanada de aire fresco en mis pulmones. Parece
que ha bajado al menos veinte grados desde que paramos antes. Mis pulmones se
paralizan cuando el aire helado los llena, haciendo que todo mi cuerpo se estremezca,
la temperatura fría se filtra en mi piel.
Me apresuro a sacar las dos maletas y mi mochila del maletero. Ni siquiera un
segundo después de cerrar el maletero, el Jeep arranca, dando marcha atrás por la
ladera de la montaña antes de dar la vuelta y empezar a descender. Los neumáticos
lanzan tierra al aire y sobre mí. ¡Carajo! Toso y entierro mi cara en el pliegue de mi
codo hasta que la nube de polvo se asienta. Es como si el mundo me odiara y quisiera
ver cuánto más puedo soportar.
Con la mochila colgada al hombro, tiro de las maletas y me acerco a la puerta.
Sólo cuando estoy a un metro de distancia me doy cuenta del escudo de la escuela
grabado en el metal. Las letras C y U de la Universidad de Corium están en cada lado,
con una calavera y una daga atravesadas. En la parte superior está la palabra
refugium, y debajo peccatorum. 15
Levantando la mano, la acerco al metal helado y paso las yemas de los dedos
por las palabras.
Refugium peccatorum-Refugio de pecadores.
No sé a quién se le ocurrió el nombre, pero no se me ocurre una denominación
más apropiada para este lugar. Al fin y al cabo, somos hijos de nuestros padres.
—¿Nombre? —Una voz estruendosa sale de la nada, rompiendo el silencio con
fuerza. Me sobresalto tanto que doy un salto hacia atrás. Mi tacón se engancha en el
fondo de la maleta y caigo al suelo.
Estupefacta, me siento en la grava helada y miro fijamente la puerta.
—¿Cómo te llamas, chica? —La misma voz vuelve a hablar, y esta vez, noto una
ligera distorsión como si viniera de un altavoz. Sigo el sonido y localizo que viene de
la esquina superior de la puerta. Sólo entonces me doy cuenta de la pequeña cámara
gris que me mira fijamente.
—Aspen Mather —anuncio, quitándome el polvo de las manos en los leggings.
El hombre del otro lado no responde, pero un momento después, un fuerte
zumbido llena el espacio y la puerta se abre lentamente.
Me pongo en pie y tomo las maletas. El portón se abre a centímetros, revelando
otro camino más. Y para empeorar las cosas, es todo cuesta arriba.
Uf, ¿alguna vez va a terminar este día?
Apretando las muelas, empiezo a subir la montaña arrastrando las pesadas
maletas. Me duelen los brazos por el esfuerzo, pero al menos ya no me duele el
trasero. Al cabo de un rato, aparece la parte aérea de la universidad, que desde fuera
no es más que un viejo castillo.
Cuando por fin llego a la entrada, el sol se está poniendo y mis piernas arden.
Ya sé que mañana voy a estar muy adolorida. Básicamente acabo de correr una
maratón, mi pecho se agita y una fina capa de sudor me cubre la frente incluso con
estas temperaturas revueltas. La única ventaja es que ya no tengo frío.
El edificio que tengo delante no tiene ventanas y sólo hay una gran puerta de
madera. Empiezo a buscar algún tipo de timbre, pero antes de encontrar nada, la
puerta se abre sola. Rápidamente me doy cuenta de que la madera era sólo una
fachada, y que la puerta real está hecha de metal lo suficientemente grueso como para
detener un semi camión.
—Te has tardado bastante —se burla el hombre que aparece al otro lado. Va
vestido con ropa militar, y reconozco la voz como la misma de la puerta al pie de la
colina.
—Lo siento, intentaré ser más rápida la próxima vez —digo en voz baja
mientras paso por delante de él. 16
El espacio se abre a una gran sala con el suelo pulido, el escudo de la escuela
incrustado en la baldosa. Un extraño olor persiste en el aire, como el de un viejo
sótano polvoriento mezclado con la cera del suelo. Al final del gran espacio, se
exponen varias estatuas y cuadros muy grandes. Encima, en letras doradas y gruesas,
se lee MIEMBROS FUNDADORES.
Reconozco una de las caras como la de Julian Moretti, otra la de Lucian Black,
Adrian Doubeck, Nicolo Diavolo, y luego está Xander Rossi... sólo su imagen me
produce un escalofrío. No sólo es una de las personas más despiadadas que conozco,
sino que además guarda un rencor muy personal contra mi familia.
A la derecha y a la izquierda del santuario de los criminales poderosos hay más
puertas. Mi acompañante me lleva a la que está etiquetada como de primer y segundo
año. Al cruzar la puerta, entramos en un largo pasillo que parece no tener fin. La
iluminación es escasa, lo que dificulta la visión.
Caminamos durante un minuto más o menos antes de detenernos frente a un
gran ascensor. El tipo saca un mapa doblado y me lo entrega. Suelto mi maleta -nunca
me ofreció ayuda- y le quito el mapa.
—Estás en el nivel C, habitación 3001. Buena suerte. —Antes de que pueda
hacer una de las doce preguntas que tengo en mente, el tipo se da la vuelta y sale
corriendo. Dejo escapar un suspiro de derrota. Bueno, supongo que vuelvo a estar
sola.
Pulsando el botón del ascensor, espero a que llegue. Las maletas que tengo en
la mano y en el hombro son cada vez más difíciles de soportar, y no veo la hora de
deshacerme de todas ellas y descansar por fin. Este ha sido el viaje más largo sobre
la faz de la tierra, y necesito una ducha caliente y dormir un poco para poder volver
a empezar mañana.
El ascensor se abre con un pitido y entro en un espacio sorprendentemente
grande. El panel solo tiene cuatro botones: A, B, C y T. Pulso el C y veo cómo se
cierran las puertas.
Sabía que la mayor parte de esta escuela -incluidos los dormitorios- era
subterránea, pero no sabía hasta qué punto lo era hasta ahora. El ascensor sigue
descendiendo hasta que me pregunto cuándo vamos a llegar al centro de la tierra.
Entonces se detiene tan bruscamente que pierdo el equilibrio y tengo que
apoyarme en la pared para estabilizarme o correr el riesgo de caerme. Las puertas
se abren y salgo del ascensor y entro en otro pasillo.
Al mirar el mapa, mi habitación parece estar al final del pasillo. Lo cual puede
que no sea tan malo. Cuento cada paso, el único pensamiento en mi mente es la cama
dentro de mi habitación y el colchón en el que voy a caer cuando llegue. 17
Estoy tan jodidamente cansada. Ni siquiera me importa que mi estómago esté
rugiendo, exigiendo comida. Tengo que dormir. Estoy demasiado cansada para
levantar un tenedor, y mucho menos para caminar por este laberinto para encontrar
la cafetería.
Me duelen las piernas por la protesta, pero sigo adelante hasta que estoy de
pie justo delante de la supuesta puerta de mi dormitorio. Levanto la vista del mármol
pulido y veo tres grandes letras rojas brillantes pintadas en la madera. Al verlas se
me hunde el corazón en el estómago.
RATA
Debería haber sabido que no me habría escapado de lo ocurrido. Todo el
mundo sabe quién soy ahora. Este lugar va a ser incluso peor de lo que fue el instituto.
Allí, la gente dejaba de hablarme y se apartaba de mi camino. Me evitaban como si
fuera la peste. La inscripción en la puerta me dice que aquí no me descartarán tan
fácilmente. Sacudo la cabeza y miro el pomo de la puerta.
Saco la tarjeta-llave del bolsillo, la deslizo y la puerta se abre con un clic.
Vacilante, entro en la habitación a la que voy a llamar mi hogar durante el próximo
año.
Observo el espacio, mi mirada recorre el pequeño espacio. Lo primero que
noto es el olor a polvo y moho. Lo segundo es la gran mancha marrón en el techo. Lo
tercero es la cama. Estoy agradecida por tener un lugar donde dormir, pero de alguna
manera, siento que esto es una broma.
Estoy casi segura de que hace tiempo que nadie vive en esta habitación.
Probablemente ha sido condenada, viendo su estado, pero ahora mismo, lo único en
lo que puedo pensar es en la cama. ¿Es lamentable que a estas alturas esté dispuesta
a dormir en cualquier sitio? Metiendo mi equipaje dentro, cierro la puerta tras de mí
y apoyo mi espalda en ella, cerrando brevemente los ojos.
Tú puedes hacerlo. Una pequeña voz susurra en mi mente, dándome la fuerza
suficiente para creer que puedo hacerlo.
Todavía no sé cómo, pero superaré este año. Empujando la puerta, empiezo a
desvestirme y a colocar mi ropa sobre la maleta. Saco mi pijama de la mochila y me
visto rápidamente para ir a la cama. El colchón está desnudo, pero una gran bolsa
encima de la cama contiene un edredón, una almohada y sábanas.
Estoy demasiado agotada por el viaje como para esforzarme en algo más, así
que extiendo las sábanas sobre el colchón y me arrastro sobre ellas. Ni siquiera me
molesto en apagar la luz. Simplemente me cubro con el edredón y meto la almohada
bajo la cabeza.
Al minuto siguiente estoy fuera de combate, y lo único que puedo pensar es
que espero que mañana sea un día mejor. 18
Alerta de spoiler: no lo será.
3
Quinton

C
omo de costumbre, a las cuatro ya estoy totalmente despierto, aunque
no me he dormido hasta bien pasada la medianoche. Dormir pocas
horas por noche no es algo anormal para mí. Desde que tengo uso de
razón, me cuesta conciliar el sueño. Los acontecimientos del último año no han hecho
más que intensificar mi insomnio.
Salgo de la cama, ignoro la sensación de cansancio que me invade y me visto
con unos pantalones cortos de gimnasia y una sudadera negra.
Salgo en silencio del dormitorio y me dirijo a la cocina, cogiendo una botella
de agua de la nevera, que está completamente llena. Ren tiene el sueño ligero. No
quiero despertarlo porque, si lo hago, me seguirá, y no necesito que me siga a todas
partes.
Con pies silenciosos, salgo del pequeño apartamento sin incidentes y me dirijo
al gimnasio. Me encantan las mañanas porque a esta hora todo el mundo sigue
19
durmiendo y no tengo que preocuparme de que nadie me observe ni obligarme a
ponerme una máscara para tapar el dolor. Puedo ser simplemente yo.
El sonido de mis Nikes rebota en las paredes del pasillo. Más adelante, una
chica soltera que mantiene la cabeza lo suficientemente baja como para que no pueda
verle la cara pasa corriendo junto a mí, girando hacia una de las habitaciones de la
izquierda.
El edificio alberga a los trescientos estudiantes que asisten a esta escuela. Aquí
los chicos y las chicas no están separados por dormitorios. Supongo que cuando los
padres son un par de delincuentes, la dirección del colegio no se preocupa por las
virtudes de los alumnos. No es que la separación vaya a impedir el sexo a pesar de
todo. Supongo que podría ayudar, sin embargo.
Doblo la esquina al final del pasillo y localizo el gimnasio. Con mi tarjeta de
acceso, espero a que la puerta se abra automáticamente y entro. A estas horas, espero
encontrar a alguien tan dedicado a su ejercicio físico como yo, pero me sorprende
gratamente encontrar el espacio desocupado.
Sin perder tiempo, me subo a la cinta de correr y empiezo a correr seis
kilómetros. Aprovecho el tiempo para despejar la cabeza y concentrarme en mis
tareas del día. Aquí, las tareas se limitan a asistir a las clases, pero después de eso,
quién sabe lo que puede pasar. Sólo estoy aquí para alejarme de mi padre, no para
entrenar, ni porque necesite saber qué hacen mis padres o quiénes son. Este lugar es
más o menos una niñera para mí hasta que decida que estoy listo para enfrentarme a
lo que pasó. Y honestamente, no estoy jodidamente seguro de cuándo será eso.
Cuando termino de correr, las gotas de sudor me resbalan por la cara.
Los latidos de mi corazón laten en mis oídos y el ardor de mis músculos es
vigorizante. Correr me da un subidón que me lleva a lo largo del día. Paso de la
carrera a las pesas y a las dominadas. Me arden los músculos y me siento
rejuvenecido mientras me quito la camiseta y la uso para limpiarme el sudor de la
cara.
Compruebo mi teléfono y me doy cuenta de que he estado fuera durante dos
horas. Estoy segura de que Ren podría averiguar a dónde me he escapado si se
despierta, así que no tengo prisa por volver a la habitación.
Me tomo el resto del agua, tiro la botella a la basura y salgo del gimnasio.
He estudiado el mapa, pero la mejor manera de conocer los alrededores es
familiarizarse con ellos, lo que significa caminar cada centímetro de este lugar.
El largo pasillo está casi vacío, excepto por unas pocas personas que
mantienen la cabeza baja. Apuesto a que es porque no quieren causar problemas, o
porque quieren pasar desapercibidos para mí. No saben que me fijo en todo y en
todos. Agachar la cabeza y fingir que no existes no te va a proteger. Seamos sinceros:
20
la gente siempre va a por los más callados primero.
Mis pasos se detienen en seco cuando llego a la última puerta al final del
pasillo. Hay grandes letras rojas pintadas en la madera, que deletrean la palabra:
RATA. No tardo ni una fracción de segundo en averiguar quién reside en esa
habitación.
Aspen Mather.
Pensar en su nombre me hace apretar los puños, y en el fondo de mi mente,
brota un recuerdo.
Todas las miradas están puestas en nosotros cuando entramos en la gran sala de
banquetes. Como siempre, cuando mi padre entra en una multitud, la gente se aparta,
haciendo sitio para que pasemos sin que nadie esté demasiado cerca. Es como un rey
para toda esta gente.
Como una bandada de pájaros, mi hermana y yo vamos un paso detrás de él, a
cada lado, y detrás de nosotras hay dos guardias más. Miro a Adela, que camina con la
cabeza ligeramente inclinada y los ojos en el suelo, como se supone que debe hacer
cuando estamos en público.
Muy poca gente sabe que mis hermanas tienen a mi padre envuelto en sus
deditos, y cuando estamos en la seguridad de nuestra casa, son todo menos mansas y
obedientes. Esto es para mostrar y nada más.
Como jefe del imperio Rossi, mi padre tiene una imagen que mantener, una
imagen que no tiene piedad. Es conocido por ser despiadado y cruel -lo que es con sus
enemigos-, pero nunca con su mujer y sus hijos. Mostrar en público que tiene debilidad
por sus hijas sería visto por muchos como una debilidad porque, en nuestro mundo, las
mujeres siguen siendo vistas sólo como un medio para un fin.
Tal vez eso cambie en nuestra generación, pero en el reinado de mi padre,
tenemos que jugar con las reglas del reino.
—Xander, me alegro de verte, viejo amigo. —Un hombre que no conozco se
acerca a saludarnos.
—Clyde, han pasado unos cuantos años. —Mi padre se detiene para estrechar la
mano del hombre, y yo ocupo mi lugar junto a él, con mi hermana al otro lado. Algún
día seremos nosotros, estrechando manos, haciendo tratos y derramando sangre.
—Recuerdas a mi hijo, Quinton —me presenta, pero no a Adela.
—Por supuesto, sí. —Me hace un gesto con la cabeza, tragando saliva mientras
me mira. Sólo tengo dieciséis años, pero ya soy más alto que la mayoría de los
presentes—. También he traído a mi hija. Aspen, saluda a mi amigo Xander.
21
Una pequeña figura sale de detrás del hombre. Es tan pequeña. Ni siquiera la vi
de pie detrás de su padre hasta que dio la vuelta.
—Hola —saluda a mi padre en voz tan baja que casi no la oigo. Una sonrisa tímida,
casi asustada, aparece en sus brillantes labios.
Entonces su mirada se posa en mí. Sus ojos color avellana se estrechan mientras
me estudia con interés. No es nada a lo que no esté acostumbrado. Las miradas
embobadas y el relamerse los labios, queriendo ser la próxima reina del reino. Todos
saben que en unos años, el legado de mi padre -el dinero y los enemigos- se convertirá
en el mío. El atractivo del peligro y la idea de que podría protegerles de él les hace
adularme.
Sin embargo, este manso ratoncito no me mira así. Está interesada pero insegura.
Dejo que mis ojos recorran la longitud de su cuerpo.
Lleva un vestido azul bebé que abraza sus curvas apenas perceptibles. Mis ojos
se detienen demasiado tiempo en sus pechos, preguntándome si lleva un sujetador
push-up o si esa es su talla real. Cuando salgo de mi trance con las tetas, levanto la vista
y la encuentro mirándome como si estuviera a punto de darme una patada en los huevos.
Sorprendentemente, cuando miro a su padre, parece satisfecho.
Qué raro. Normalmente, tendría la reacción contraria.
A las chicas les gusta que las mire, y a sus padres no.
Salgo de ese recuerdo y la mandíbula se me tensa hasta el punto de dolerme.
Debería haber sabido entonces que había algo raro en ellos. Sólo que era demasiado
joven y estúpido para darme cuenta en ese momento. Es curioso, incluso entonces
Aspen era una serpiente que se deslizaba por la hierba y, si es inteligente, se
mantendrá alejada de mi camino, sobre todo porque no hay nadie que la proteja de
mí.

22
4
Aspen

G
imo en la silenciosa habitación y me doy la vuelta en el colchón para
mirar a la pared de ladrillo. El marco de la cama chirría con el
movimiento. Es lo único que he oído en toda la noche mientras daba
vueltas en esta cama antigua, tratando de encontrar una posición cómoda. Me
pregunto si la cama de alguien más es tan horrible como esta. Algo me dice que no,
pero ¿cómo voy a saberlo? No es que me hayan recibido muy bien. No con la palabra
RATA escrita en mi puerta para que la vea todo el dormitorio.
Aunque estamos a quién sabe cuántos metros bajo tierra, es como si pudiera
sentir el aire frío de Alaska filtrándose en el ladrillo. Me aferro a la fina sábana en la
que me he envuelto, preguntándome si volveré a entrar en calor.
Cada aspecto de este lugar me hace querer gritar. Odio este lugar.
La cama, esta habitación, todo este puto lugar puede ser arrojado a un
contenedor y prenderse fuego. Me doy la vuelta una vez más, grito mi creciente
23
frustración contra la pequeña almohada y golpeo el colchón con el puño. No sé por
qué mis padres insistieron en que viniera aquí.
Podría haber ido a cualquier universidad; mis notas son estelares, mi GPA
perfecto. Soy muy inteligente y, hasta hace un año, también era popular. Ahora soy
una don nadie, un punto débil del que todo el mundo se mantiene tan lejos como
puede. Se me llenan los ojos de lágrimas, mi ira aumenta con cada respiración que
hago, cuanto más pienso en lo mucho que he perdido.
¿Por qué tuvo que hacerlo?
Sé que cuando mi padre eligió trabajar con los federales, lo hizo por egoísmo.
Pensó que podría protegerse, y tal vez conseguir menos tiempo en prisión. Lo más
inteligente habría sido no vender nunca armas ilegales, pero ¿qué sabía yo?
En su declaración, entregó información sobre la familia Rossi. Una cosa que mi
padre no se dio cuenta fue que Xander era un criminal más inteligente, y fue capaz de
darle la vuelta a todo y culpar a mi padre. Todo lo que hizo, cada gramo de
información que dio, fue para nada. Al final, no sólo se perjudicó a sí mismo, sino que
mi madre y yo también nos vimos arrastrados con él.
Ahora estaba cumpliendo condena en la cárcel, y mi madre y yo estábamos
asumiendo las consecuencias. He perdido a todos los amigos que tenía. Nadie quiere
ser visto conmigo.
Mi padre puede ser la rata, pero por asociación, yo también lo soy. En la
clandestinidad criminal, una rata es lo peor que puedes ser. La gente que es enemiga
trabajará junta para derribarte porque una rata es un cabo suelto, y los cabos sueltos
pueden poner de rodillas a los imperios.
Suspirando, miro al techo, preguntándome qué voy a tener que hacer para
sobrevivir en este lugar. Xander se ha vuelto más despiadado y cruel desde el
encarcelamiento de mi padre. Todavía no ha enviado a nadie a hacernos daño a mi
madre o a mí. Pero él es la razón por la que nadie quiere tener nada que ver con
nosotros. Francamente, no tiene que hacer mucho de todos modos, no con la tormenta
de mierda que dejó mi padre.
La gente nos quiere muertos simplemente por las decisiones de mi padre. Al
hablar con los federales, perjudicó más que a los Rossis; perjudicó a todos los
implicados en los tratos que hizo, y eso es un montón de puta gente.
Muchos criminales me persiguen, y aquí podrían llegar a mí fácilmente. La
razón por la que mi madre me envió aquí, de entre todos los lugares, sigue siendo un
misterio, pero no me dio ninguna opción al respecto. 24
No me cabe duda de que Quinton, el hijo de Xander, está aquí. Nos habíamos
visto algunas veces de pasada en eventos de recaudación de fondos y demás, pero
nunca conversamos a menos que fuera forzado. Aunque nuestros padres trabajaban
juntos, nos movíamos en círculos diferentes. Quinton estaba destinado a convertirse
en el heredero del imperio Rossi, y yo iba a ir a la universidad y convertirse en un
médico. Es un cliché, pero es la verdad. Sabía qué tipo de persona era mi padre, así
que quería ser lo contrario. Pensé que ser médico equilibraría la balanza. Ayudaría a
la gente, salvaría vidas en lugar de acabar con ellas. Al menos, eso es lo que había
planeado.
No quería tener nada que ver con esta vida mientras que él nació y se crió en
ella. Sólo podía imaginar el número de personas que ya había matado, la sangre en
sus manos. El pensamiento me hace temblar, y me obligo a pensar en otra cosa.
Salgo de la cama chirriante y jadeo cuando mis pies descalzos tocan el frío
suelo. Otra razón para odiar este lugar. Me va a costar acostumbrarme al frío
constante. Tomo el celular de la mesita de noche y cruzo la habitación, que es más
pequeña que la que tengo en casa. Estoy segura de que me han dado el viejo armario
de alguien. Intento ignorar lo negativo y pensar un poco más en positivo.
Es sólo un año. Si puedo permanecer fuera del radar de Q, entonces estaré
bien. Incluso si tengo que atravesar el fuego todos los días aquí, mientras no llame la
atención del hijo de la bestia, debería estar bien.
Mirando mi teléfono, compruebo la hora. 7:30. El pánico aflora al darme cuenta
de lo que significa esa hora. Llego tarde. Se supone que debo asistir a la orientación
de los estudiantes de primer año en el atrio cerca de la cafetería.
¡Mierda!
Parece que no puedo hacer que mis pies se muevan lo suficientemente rápido
mientras me escabullo por la habitación, rebuscando en mis maletas en busca de
ropa. Me pongo unos leggings negros y un jersey ligero, y luego me calzo unos tenis
para correr. Anoche estaba tan cansada que no tuve tiempo de revisar mi horario ni
el mapa de la escuela, cosa que lamento ahora mientras miro el papel medio
arrugado. Dios sabe que si me pierdo, lo último que voy a hacer es pedir ayuda a
alguien.
Lo más probable es que me lleven al borde del precipicio más cercano de
todos modos.
Encuentro la cafetería en el mapa y hago una hoja de ruta de dónde tengo que
ir y qué tengo que pasar para llegar allí. Como está en otro edificio, tengo que salir
de los dormitorios y atravesar otra serie de puertas dobles. El atrio está justo fuera de
la cafetería. No es un paseo tan largo ni difícil de encontrar, pero si he aprendido algo,
las cosas más fáciles pueden convertirse en las más difíciles en un instante.
Mantendré la cabeza baja, la boca cerrada y estaré bien. Quiero decir, no es 25
que los profesores vayan a dejar que otro alumno me haga daño, ¿verdad? No quiero
ni pensar en la respuesta a esa pregunta. Me recojo mi largo y rebelde cabello rubio
en un moño. Antes era la chica que se peinaba y maquillaba todos los días y planchaba
la ropa. Ese barco ya ha zarpado. Peinarme o maquillarme atraería una atención no
deseada.
Asegurándome de tener mi tarjeta de acceso y mi teléfono en la mano, salgo
de la protección de mi habitación y me deslizo hacia el pasillo. No me sorprende
encontrar el pasillo vacío y silencioso, especialmente cuando todos los estudiantes
de primer año probablemente estén en la orientación. Aun así, aunque me haga llegar
tarde, me hace sentir más segura estar sola.
Vuelvo a echar un vistazo al mapa y obligo a mis pies a que me muevan en la
dirección correcta. Antes de darme cuenta, he llegado al final del pasillo. Miro hacia
abajo para comprobar que voy en la dirección correcta y miro hacia arriba justo
cuando choco con otra persona. El impacto me deja sin aire en los pulmones y
tropiezo hacia atrás, agarrándome a la pared para apoyarme.
La persona -un tipo de cabello corto y rubio y ojos amenazantes- me empuja y
golpea su hombro contra el mío a propósito. La maldita audacia, lo juro. Lo único que
puedo hacer es apretar los dientes y mantenerme erguida.
—Rata. —Se ríe en voz baja.
El tipo que está a su lado se ríe y se alejan alegremente mientras yo me quedo
de pie tratando de recuperar la cordura. Debería estar acostumbrada a los insultos,
los comentarios sarcásticos y el odio, pero no lo estoy. No creo que una persona se
acostumbre a ser odiada. Simplemente aprende a lidiar con ello. Más adelante está la
entrada al atrio.
El corazón me galopa en el pecho y aspiro una respiración entrecortada en mis
pulmones.
El sudor se adhiere a mis palmas como una segunda piel y la preocupación se
enciende en mis entrañas. Realmente no quiero seguir por este pasillo. Podría girar a
la derecha y entrar en la cafetería, pero eso se consideraría un salto, y no quiero
hacerlo hasta que sea realmente necesario.
Las puertas dobles que hay delante son como mirar las puertas del infierno. Lo
único que puedo hacer es esperar que nadie se fije en mí una vez dentro, lo cual es
dudoso, pero una chica puede esperar. Sin ninguna otra opción, aspiro una bocanada
de aire en mis pulmones y la retengo mientras agarro el pomo y abro la puerta. Un
murmullo de conversaciones llena mis oídos tan pronto como se abre la puerta. La
sala ya está abarrotada de estudiantes, y tengo que obligarme a entrar y maniobrar
contra la pared del fondo con la cabeza baja, con la vista puesta en mis pies, y cada
paso que doy para no hacer algo estúpido y tropezar, atrayendo toda la atención de
la sala hacia mí.
26
Lentamente, como si mis pulmones fueran globos, dejo salir el aire de su
interior e inspiro aún más despacio. Siento que el pánico aumenta, punzando mis
sentidos, haciendo que quiera salir corriendo de esta habitación y volver a los
dormitorios.
—Soplona —me susurra alguien al oído, pero no me atrevo a mirar hacia arriba
o hacia atrás para ver quién ha sido. No me importa lo que digan de mí ni los nombres
que me pongan. Voy a perseverar.
—Maldita rata sucia —dice otra persona, esta vez un poco más fuerte. Obligo a
mis pies a moverse más rápido y sólo me detengo cuando encuentro un lugar vacío
contra la pared. Tardo un segundo en levantar la vista, pero cuando lo hago, me siento
intimidada.
Filas y filas de estudiantes se sientan ante mí. El instinto se apodera de mí y mis
ojos recorren la sala. Me odio por hacerlo, pero ahora mismo sólo busco al hijo de un
criminal en esta sala. Los músculos de mi estómago se tensan y me muerdo el labio
inferior con nerviosismo mientras examino cada cabeza.
Está aquí. Lo sé. No hay razón para que no esté. Mi ansiedad aumenta con cada
persona que no es él hasta el momento en que lo veo, y la bilis de mi estómago sube
hasta mi garganta. Alguien sube al escenario, pero toda mi atención se centra en el
hombre de cabello oscuro y ojos azules penetrantes. No me fascina, ni mucho menos.
Sí, es atractivo en una especie de forma oscura y misteriosa, pero mi principal
objetivo no es la atracción. Sólo me gustaría saber dónde está mi enemigo en todo
momento.
Aparto mi atención de Quinton y me dirijo al escenario donde habla un hombre
con un traje oscuro. No tiene chaqueta y lleva el cabello revuelto sobre la cabeza.
Incluso desde la distancia, puedo ver los tatuajes de sus manos.
A primera vista, no lo reconozco, pero luego los puntos conectan en mi mente.
Lucas Diavolo.
Tiene sentido. Se sabe que la familia Rossi y los Diavolos tienen vínculos. No es
una sorpresa que Lucas esté aquí, probablemente haciendo todo el espionaje que
pueda para Xander. Es sólo otro recordatorio de que nadie aquí me ayudará. Que no
estoy tan segura como mi madre me dijo que estaría.
—Las reglas aquí son muy simples. No se maten entre ustedes y no hagan que
los envíen a mi oficina. Haz el trabajo y aprende todo lo que puedas. Tienes una
oportunidad que algunos sólo podrían soñar con tener. —Casi me burlo de las
palabras que salen de la lengua de Lucas.
Como si la oportunidad de matar fuera algo especial. Ja. Estoy segura de que
la mayoría de la gente en esta sala ya ha hecho eso cinco veces.
Lucas sigue hablando y mis ojos vuelven a centrarse en Quinton. Agradezco
27
que no pueda verme, aunque estoy segura de que siente mis ojos sobre él.
Reconozco que el tipo sentado a su lado es su mejor amigo, Ren. Los dos a los
que más tengo que vigilar porque donde está uno, el otro no está muy lejos.
Mi estómago ruge con fuerza, el sonido interrumpe mis pensamientos y atrae
la atención de la persona que está a mi lado. Por el rabillo del ojo, veo que la chica
susurra algo al oído de la persona que está a su lado.
No voy a esperar a que esto implosione en mi cara. Apretando los dientes, me
alejo de la pared y me dirijo hacia la salida. Esta vez, no pierdo de vista mis pies, lo
que es un error que lamento haber cometido cuando alguien pone su pie delante de
mí y tropiezo con él.
—Maldita rata. —La persona que me puso el pie se ríe—. Nadie te quiere aquí.
Es un milagro que evite plantar la cara en el suelo, pero de alguna manera lo
consigo. Me detengo en seco, me giro y miro con desprecio al imbécil, que, por
suerte, no es nadie a quien reconozca. Su arrogante sonrisa me hace desear darle un
puñetazo en la cara, pero ni siquiera me lo planteo.
Dando media vuelta, continúo mi camino hacia la salida y doy un silencioso
suspiro de alivio una vez que atravieso las puertas dobles y salgo al pasillo.
Más adelante está la cafetería, justo al otro lado de un par de puertas dobles.
Puedo oír el tintineo de los cubiertos y el zumbido de las conversaciones desde mi
posición. Un grupo de chicas está delante de las puertas. Puedo sentir sus ojos en mí
y prácticamente oír sus susurros.
De nuevo, el corazón me galopa en el pecho.
¿Realmente quiero entrar ahí? Tal como lo veo, no tengo muchas opciones; es
esto o morir de hambre. Me pregunto brevemente cuánto tiempo podría aguantar sin
comer. La respuesta no es algo que crea, especialmente con el hambre que siento en
este momento. Pasa un segundo, y no quiero ni admitir la cantidad de fortaleza mental
que me hace falta para cruzar el espacio y entrar en la cafetería. Se me revuelve el
estómago y se me humedecen las manos. Realmente odio este lugar. Lo odio mucho.
Atrapo la puerta cuando salen dos tipos. No me molesto en levantar la vista y
avanzo como si me dirigiera a la batalla en lugar de ir a desayunar. Alzo la vista una
vez dentro, las luces brillantes me hacen entrecerrar los ojos, y me sorprende un poco
el tamaño del local. Hay muchas mesas con bancos. Pensar que hace un año habría
estado pensando en dónde me iba a sentar en esta sala. Ahora lo único que quiero
hacer es comer mi comida y escapar a mi habitación.
Siguiendo la fila de otros estudiantes, me acerco a la barra de comida y tomo
una bandeja. Toda la comida se sirve en forma de buffet, pero el cocinero te la pone
en la bandeja. Hay una gran variedad de productos, desde galletas y salsa hasta
28
tostadas de aguacate y huevos.
El olor del tocino llega a mi nariz y se me hace la boca agua. Me desplazo por
la fila y miro a la persona que está al otro lado, sirviendo el tocino.
Sé que pasa algo en cuanto nuestras miradas se cruzan. El rostro del hombre
es frío como una piedra, sin expresión alguna.
—¿Puedo tomar un poco de tocino, por favor? —pregunto, preguntándome si
tal vez por eso no me ha puesto nada en la bandeja todavía, pero otra estudiante se
acerca a mi lado, empujando su bandeja hacia delante.
—Quítate de en medio. Estás retrasando la fila —se burla, pero yo ignoro su
comentario. Como si yo no existiera, coloca dos tiras de tocino en su bandeja. Me
quedo con la boca abierta durante medio segundo ante su despido antes de cerrarla
de golpe. Parpadeo lentamente, mi ira aumenta con cada tictac del reloj.
Ya tengo hambre, y ahora hay comida delante de mí, pero este hijo de puta
quiere jugar conmigo. No lo creo.
—¿Cuál es el problema? —gruño.
Siento los ojos sobre mí, y estoy haciendo lo único que no quiero hacer: llamar
la atención. Pero, ¿cómo diablos voy a comer si no me sirven la comida? El tipo del
otro lado del buffet se encoge de hombros.
—Si quiere comer algo, podemos servirle huevos, tostadas y fruta. —Estoy
completamente desconcertada por lo que este hombre acaba de decir y casi golpeo
mi bandeja en señal de frustración.
—¿Por qué? —pregunto.
Ya sé por qué, pero tengo que preguntar de todos modos para sentirme mejor.
Por primera vez, me siento realmente señalada, pero esto es diferente porque el
personal también está involucrado.
—Yo no hago las reglas. ¿Quieres la comida o no?
Se me tuercen los labios y tengo la intención de decirle que no, pero en lugar
de eso asiento. Tengo demasiada hambre para no comer. Tocino largo, al menos he
podido olerte. Me pone la comida en la bandeja junto con un vaso de leche, y escaneo
mi tarjeta al final de la fila. Encuentro una mesa sin nadie en ella y me siento a disfrutar
de mi insulsa comida. ¿Qué mierda es que ni siquiera pueda decidir lo que voy a
comer? Me pregunto qué intentarán elegir para mí después. En realidad, no. No
quiero pensar en eso ahora mismo.
Me como toda la comida en menos de diez bocados, pero sigo teniendo
hambre. Vuelvo a mirar a la fila. Si no me hubieran humillado tanto mientras me daban
la comida, me plantearía repetir, pero ya he terminado con el día de hoy y con la
gente con la que me he encontrado. Diablos, he terminado con esta escuela. He 29
terminado con todo. Estoy enojada y molesta y sólo quiero ir a casa.
Llevo mi bandeja al lavavajillas y salgo de la cafetería. Apenas he empezado a
recorrer el pasillo en dirección a mi dormitorio cuando el corazón se me mete en el
estómago y la comida que acabo de comer amenaza con volver a subir. El miedo me
recorre la espina dorsal cuando alguien me agarra por la espalda de la sudadera y
me tira hacia atrás.
Alcanzando cualquier cosa que pueda proporcionarme algún tipo de
equilibrio, mis dedos se encuentran con aire. Mi garganta se contrae. Esto no va a
terminar bien.
Un segundo después, mi espalda choca con la parte delantera de un pecho muy
firme. Me quedo parada durante medio segundo antes de darme la vuelta y me veo
obligada a estirar el cuello hacia atrás para mirar a los dos hombres que se apiñan en
torno a mí.
—Me preguntaba cuándo te veríamos. —Ren Petrov se ríe—. Parece que la rata
nos encontró más rápido de lo que esperaba.
Mi mirada se desplaza entre Q, que permanece inmóvil como una estatua, con
su mirada penetrante atravesando mi alma, y Ren, que sonríe como si alguien le
hubiera contado un chiste divertidísimo.
Los dos son como Adonis, tan guapos como peligrosos. Intento no fijarme en lo
atractivo que es Q, con su afilada mandíbula, sus penetrantes ojos azules y su rebelde
cabello negro. Su ropa abraza su cuerpo cincelado, y doy un paso atrás, tratando de
poner algo de distancia entre los tres. Me dije a mí misma que me mantendría bajo el
radar, que me protegería y que mantendría la boca cerrada. El problema es que todo
ha empezado a complicarse, y la razón de todos mis problemas, o al menos de una
parte de mis problemas, está delante de mí.
—¿No tienen nada mejor que hacer que atormentarme? Mi vida ya es una
mierda, y no necesito que ustedes dos le echen más leña al fuego con sus payasadas.
Nunca he sido de los que se sientan y se callan, pero algo me dice que ahora
mismo debería ser uno de esos casos. Lástima que, en este momento, no haya nadie
que me detenga o me diga que básicamente estoy firmando mi propio certificado de
defunción. El objetivo era alejarse de él y de su familia, no poner una X roja brillante
en mi espalda.
—¿Perdón? —Q parpadea, su mirada se vuelve feroz en un instante.
Lo único que oigo es el silbido de la sangre en mis oídos. Q da un paso hacia
mí, y al instante, estoy en trance, como un conejo atrapado en una trampa. No sé de
dónde sale el valor para decir lo que hago a continuación, pero es algo de lo que me
arrepentiré. Lo sé. 30
—Ya me has oído. Yo soy la que se llama rata, la que tiene un padre en la cárcel.
Tu vida sigue siendo perfecta, como siempre lo ha sido y lo seguirá siendo —gruño,
mi propia ira por el último año rivaliza con cualquier cordura dentro de mí.
El labio perfectamente esculpido de Q se curva en señal de disgusto, y noto
cómo su cuerpo se tensa y su puño se aprieta a su lado. Debería estar asustada, y en
mi interior estoy aterrorizada, pero también me siento poderosa. Siento que, por una
vez, me escuchan y me ven. Da un paso amenazante hacia mí, ese único paso se come
todo el espacio que queda entre nosotros, y puedo sentir la rabia que desprende.
Amenaza con comerme por completo, y en este punto, como que deseo que lo haga.
Ren debe ver algo que yo no veo, porque se desliza entre nosotros y agarra a Q por
los hombros mientras lo empuja hacia atrás.
—Es una rata. No dejes que nada de lo que diga te moleste —dice Ren mientras
lo aleja de mí. Tengo las piernas como si fueran gelatina, y es un misterio cómo he
conseguido mantenerme en pie todo este tiempo. La promesa de violencia y dolor se
refleja en los ojos de Q y en los míos, y de alguna manera, sé que acabo de cometer
el mayor error de mi vida.
5
Quinton

H
asta hace cinco minutos, no tenía intención de meterme con ella. Sabía
que estaría aquí y que nuestros caminos podrían cruzarse, pero eso no
importaba porque nunca le eché la culpa de lo ocurrido. Mi odio estaba
reservado únicamente a su padre y a las personas involucradas en el ataque a mi
familia en casa.
Todo eso se fue a la mierda, y la rabia cambió en el momento en que sus
palabras rencorosas llegaron a mis oídos. —Tu vida sigue siendo perfecta, como
siempre ha sido y será.
No tenía ni puta idea, ni idea de lo que ha sido el último año para mi familia y
para mí. Lo que hizo su padre fue simplemente la guinda del pastel. Si quiere jugar la
carta de la inocencia y fingir que no ha hecho nada, entonces se va a llevar un duro
despertar.
—Es una rata. No dejes que nada de lo que diga te moleste. —La voz de Ren
31
adquiere un tono tranquilizador, y soy muy consciente de sus manos sobre mis
hombros. Me asomo por encima de su hombro y mi mirada se dirige al lugar en el
que Aspen estaba hace unos momentos.
Ya se ha ido, pero su presencia aún perdura. Sus palabras siguen dando vueltas
en mi cabeza. Mi rabia hacia ella se aplana y mis músculos arden, la necesidad de
expulsar el odio y la rabia arden como un fuego abrasador en mi piel. Ya sé que
ninguna cantidad de tiempo en el gimnasio va a ayudar. Sólo será una gota de agua
en una piedra caliente.
No, necesito una nueva forma de calmar la tormenta dentro de mí, y esa forma
va a implicar a Aspen Mather.
Se me dibuja una sonrisa en los labios al imaginar todas las cosas que puedo
hacerle, las formas en que puedo hacerle pagar y causarle dolor. Nunca me había
considerado un sádico, pero los sentimientos que despierta en mí me hacen dudar.
Sé que voy a disfrutar cada minuto de ponerla de rodillas.
—¿Por qué demonios sonríes? —pregunta Ren, soltando las manos y dando un
paso atrás. Parece tan confundido como yo.
—Creo que acabo de encontrar un nuevo pasatiempo.
Ren levanta una ceja. —¿Si? ¿Cuál es?
Ignoro su segunda pregunta, ya que es obvia. —Voy a ir a la oficina de
administración a buscar información sobre Aspen. Quiero saber qué clases está
tomando.
No lo digo en voz alta, pero en realidad quiero saber todo sobre ella. Cuanto
más sepa, más fácil será herirla en lo que importa.
Ren ni siquiera cuestiona mi petición. Me conoce lo suficiente como para saber
que cuando me obsesiono con algo, nada se interpone en mi camino. Le guste o no a
Aspen, convertir su vida en un infierno acaba de convertirse en mi nueva obsesión.
—¿Qué tal si te consigo su horario de clases y vas a educación física? Un poco
de ejercicio va a hacer más por ti que tratar de encantar las bragas de alguna
secretaria, especialmente cuando pareces tan enojado como un oso pardo.
Le clavo una mirada severa. —Ambos sabemos que no tendré que encantar a
nadie. Me lo darán por miedo y simplemente porque se lo pido.
—Cierto, pero a veces se cazan más moscas con miel. Además, mi clase no es
hasta dentro de una hora. Deja que yo me encargue de las bragas y tú de las intrigas.
—Bien. —Asiento—. Te veré después del almuerzo.
Ren me pone la mano en el hombro y se apoya en mi costado. —No mates a la
chica. Ya conoces la regla. No puedes acabar con ella mientras estemos aquí. 32
—Matarla es lo último que quiero hacer. Eso le daría una salida fácil. Lo que he
planeado hará que tenga miedo de poner un pie fuera de su dormitorio.
—Me gusta tu forma de pensar. —Sonríe y se aleja.
Hago lo que puedo para sacudirme la rabia persistente y me dirijo a Educación
Física. El edificio que alberga el centro recreativo principal está más cerca de la
superficie. Subo en el ascensor con otros estudiantes y me dirijo al gran gimnasio. El
interior es del tamaño de un campo de fútbol, el techo es alto y ligeramente inclinado,
lo que hace que parezca más un hangar que un gimnasio real. Lo único que delata la
finalidad de este lugar son las marcas de campo en el suelo y los diversos equipos
deportivos esparcidos por el lugar.
Me acerco a la pequeña multitud de estudiantes que se congregan, tratando de
entender qué está haciendo todo el mundo. Es entonces cuando me fijo en las
alfombras del suelo y veo al profesor que reparte vendas para las manos. Es más o
menos de mi altura, pero más corpulento, con el cabello negro y la piel aceitunada.
Es de origen asiático, pero cuando habla, lo hace sin acento.
—Bienvenidos a la clase. Yo seré su instructor por hoy. Lo primero que deben
saber sobre mí: Odio repetirme. Así que presten atención la primera vez porque no
se lo enseñaré dos veces. Puedes llamarme Quan. Vamos a empezar con el combate
básico cuerpo a cuerpo. La mayoría de ustedes probablemente están bien versados
en ello, pero necesito ver dónde están todos, así que vamos a empezar despacio.
Todo lo que puedo hacer es poner los ojos en blanco. No necesito esta clase.
No hay nada que pueda enseñarme que no sepa ya. Estoy a punto de girar sobre mis
talones y salir, pero entonces el destino hace que la vea sentada en el suelo con la
espalda apoyada en la pared.
Aspen.
En mi pecho se forman chispas de excitación al ver su pequeño cuerpo, justo
cuando se empuja para ponerse de pie. Se coloca un mechón de cabello rubio suelto
detrás de la oreja, con la mirada fija en el instructor. Todavía no se ha dado cuenta de
mi presencia, así que me acerco lentamente a ella, asegurándome de permanecer
oculto detrás de otros estudiantes.
Quan sigue hablando, pero ahogo el sonido de su voz y presto toda mi atención
a Aspen. Estudio su delicado rostro, cartografío cada curva de su cuerpo, las
contracciones de sus músculos y el cabello de su cabeza. Cuanto más sepa de mi
enemigo, mejor.
—Muy bien, todos, busquen un compañero. —La voz de Quan retumba en el
espacio, y los estudiantes comienzan a emparejarse inmediatamente.
Ninguno de los chicos ni siquiera me mira. Todos mantienen las distancias
33
conmigo. Una chica menuda pero valiente se atreve a acercarse a mí. Lleva el cabello
rubio recogido en un moño en la parte superior de la cabeza. Su mirada azul hielo me
mide.
—¿Quieres que nos asociemos, grandullón? —pregunta con un marcado acento
ruso.
—En cualquier otro momento, me encantaría, pero hoy tengo a alguien más que
necesita una patada en el culo. —Miro más allá de la chica sin nombre y hacia donde
está Aspen. Todavía no se ha fijado en mí, aunque está buscando activamente un
compañero.
La chica rusa se aleja sin decir nada más mientras yo me acerco a mi presa. Al
igual que yo, la gente no quiere asociarse con ella, aunque por razones totalmente
diferentes. Todos saben lo que hizo su padre, y si los criminales odian una cosa, es
una maldita rata.
—¿Necesitas un compañero? —pregunto despreocupadamente, acercándome
a su lado.
Al oír mi voz, se gira tan rápido que creo que le va a dar un latigazo. Sus ojos,
ya de por sí grandes, se abren aún más al mirarme. Es medio metro más baja que yo
y tiene que estirar el cuello hacia atrás para mirarme.
Parpadea lentamente como si estuviera digiriendo lo que he dicho.
—Eso no sería justo. Eres el doble de mi tamaño.
—¿Acabas de llamarme gordo? —No puedo evitar sonreír.
—Qué gracioso. —Pone los ojos en blanco como si no tuviera ni idea del
peligro que corre. Antes, ha montado un espectáculo, y ahora tiene que afrontar las
consecuencias.
Cruzando los brazos sobre el pecho, observa la sala, dándose cuenta de que
todo el mundo ha encontrado una pareja, y nosotros somos los únicos que quedamos.
—Supongo que estás atrapada conmigo. —Prácticamente puedo oírla tragar
saliva.
Su descaro se evapora mientras busca frenéticamente una salida. Sus cejas se
arquean y el miedo se apodera de sus facciones. No estoy seguro de si no estaba
asustada hasta ese momento o si simplemente sabe ocultarlo. En cualquier caso, su
máscara ha desaparecido y veo que el pánico empieza a cundir.
—Vamos, ustedes dos —nos dice Quan. Todos los demás ya están practicando
los movimientos que él demostró, y nosotros somos las únicas dos personas que están
de pie sin hacer nada—. Empiecen a luchar.
Aspen lanza una mirada suplicante al instructor, como si pudiera salvarla de mí. 34
Para que nos demos cuenta, en realidad se aparta de nosotros, dándonos la espalda.
—Ya has oído al hombre, no te quedes parada. —Me río, y luego estoy sobre
ella.
Nunca he luchado con alguien más pequeño que yo, así que cuando la derribo
al suelo, lo hago con mucha más fuerza de la necesaria. La delgada alfombra no es un
gran amortiguador para su pequeño cuerpo cuando cae sobre ella, así que el aire
pasa por sus labios en un resoplido. Gruñe claramente de dolor y aprieta los ojos.
Casi me da pena... casi.
Un suave gemido sale de sus labios y trata de alejarse de mí, pero ambos
sabemos que las cosas no van a terminar tan fácilmente. Me subo encima de ella y me
pongo a horcajadas sobre sus caderas. Sus ojos se abren y sus manos empiezan a
moverse. Intenta apartarme, pero le agarro las muñecas con facilidad y las inmovilizo
en la alfombra. Si creía que iba a dejar pasar lo que dijo y lo que hizo su familia, es
más estúpida de lo que pensaba.
—¿Qué demonios estás haciendo?
—Combate cuerpo a cuerpo. —Guiño un ojo.
—Esto no es lo que debemos practicar. —Echa un vistazo a la sala y yo sigo su
mirada. Nadie nos presta atención. Quan sigue de espaldas a nosotros, ignorando lo
que ocurre como el resto de la clase.
—No creo que a nadie le importe lo que te estoy haciendo.
Inclinándome, pongo la mayor parte de mi peso corporal sobre ella,
inmovilizándola por completo. Con mi pecho presionado contra el suyo, puedo sentir
su corazón golpeando furiosamente contra mi piel.
Su cabello rubio se abanica contra el suelo y sus mejillas se han vuelto de un
suave tono rosado. Su pecho sube y baja tan rápido que puedo ver su pulso en la
garganta.
Bajando aún más la cabeza, rozo con mis labios su oreja. El miedo mezclado
con su singular aroma floral invade mi nariz, y lucho contra el impulso de respirar más
profundamente. Todo su cuerpo se estremece y mi polla cobra vida.
—Permíteme que te lo aclare, ya que es obvio que aún no te has dado cuenta.
Estás en la base del palo. Eres la suciedad bajo los pies de todos los demás aquí. No
significas nada para nadie. Apuesto a que podría bajarte los leggings ahora mismo,
follarte en esta alfombra, y ni una sola persona me detendría, por mucho que gritaras.
¿Quieres demostrar que me equivoco?
Mi amenaza la lleva a forcejear y trata patéticamente de apartarme, pero lo
único que hace es frotarse contra mi polla ya medio dura.
Me río entre sus cabellos, y es entonces cuando ella hace algo que no vi venir.
Gira la cabeza hacia mí, de modo que su mejilla se aprieta contra la mía y sus
35
labios se posan en mi cuello. Su aliento caliente se extiende por mi piel y me hace
sentir un escalofrío.
Por un momento, creo que va a besarme. Sin embargo, en lugar de la suavidad
de sus labios, recibo el agudo mordisco de sus dientes.
Ella me mordió, y no sólo un poco. La perra me mordió... fuerte.
—Mierda —siseo, sorprendido por el inesperado dolor. Me alejo de ella de un
empujón, dándole el tiempo suficiente para apartarse de mí y rodar.
Aturdida, me pongo de rodillas y me llevo la mano al lado del cuello para tocar
el punto sensible.
Me mordió de verdad.
La veo levantarse y ya conozco su próximo movimiento. Va a salir corriendo.
Es lo que hacen las presas débiles que no pueden defenderse. No consigue dar ni un
solo paso antes de que le jale el tobillo y la tire de nuevo a la colchoneta. Su cuerpo
aterriza en el suelo con un ruido sordo y deja escapar un aullido. Me da una patada
con el pie libre, pero evito su ataque con facilidad.
La agarro por detrás, arrimo su cuerpo a mi pecho y le rodeo la garganta con
el brazo para estrangularla. Ahora lucha en serio, dándome codazos en las costillas e
incluso tratando de echar la cabeza hacia atrás, probablemente con la esperanza de
conectar con mi cara. Ninguno de sus movimientos me perturba. Lo único que importa
en este caso es el control.
Ignorando mi entorno y su lucha, la agarro con fuerza. Como una boa
constrictor, la atraigo hacia mí, acercándola con cada respiración.
Su culo roza contra mi entrepierna mientras lucha con más fuerza por zafarse,
y sus dos manos arañan mis brazos encadenados a ella. Sus afiladas uñas me
atraviesan la piel, provocando un siseo. Ya sé que me va a dejar más que esa marca
de mordisco.
Una vez más, la aprieto, arrancando un gemido derrotado de sus labios. En un
momento, todo su cuerpo está rígido, luchando contra mí con todas sus fuerzas, y al
siguiente, se relaja completamente en mi agarre.
Su cabeza se echa hacia atrás y se apoya en mi hombro, y sus brazos caen
inútilmente a su lado.
La sala se queda en un silencio espeluznante y, cuando levanto la vista, me doy
cuenta de que toda la clase ha dejado de pelear. Todos los ojos están puestos en mí,
que sostengo a una Aspen desmayada en mis brazos.
Mi primer instinto es soltarla del todo y dejar que su cuerpo inconsciente caiga
a la colchoneta, pero algo me hace dudar. Suelto el brazo de su garganta, pero
continúo sosteniéndola, soportando su peso por completo. El concepto tiene un
36
encanto que no sabía que estaba deseando. No sé por qué, pero me gusta acunarla
contra mi pecho cuando está desmayada y no puede defenderse.
Una extraña sensación de calma me invade. Hay algo en tener este tipo de
control sobre ella. No sólo tengo su cuerpo entre mis brazos, sino que tengo toda su
vida en la palma de mis manos.
Durante el último año, todo a mi alrededor ha sido un caos. No podía proteger
a la gente que quiero... Estaba tan indefenso. No tenía poder sobre nada, pero ahora,
en este mismo momento, estoy al mando. Yo, y sólo yo, decido lo que sucede a
continuación.
La única pregunta es: ¿qué voy a elegir?
6
Aspen

U
n fuerte pinchazo en la mejilla me saca de la oscuridad de mi mente. Mis
ojos ya se abren de golpe cuando alguien vuelve a abofetearme la cara.
Esta vez, es lo suficientemente fuerte como para que mi cabeza se
sacuda hacia un lado.
¿Qué demonios? Tardo un momento en entender lo que está pasando.
Mi visión se centra en el rostro de Quinton, que frunce el ceño hacia alguien a
mi derecha. Siguiendo su mirada, encuentro a Quan -el instructor- arrodillado en el
suelo a mi lado. Tiene la mano levantada, a escasos centímetros de mi cara. Entonces
me doy cuenta de que los dedos de Q rodean la muñeca de Quan como si acabara de
evitar que me abofeteara por tercera vez.
Debo haberme golpeado la cabeza porque es imposible que esté leyendo bien
esta situación. 37
Quinton aparta la mano del instructor y el hombre que se supone que nos está
enseñando se pone en pie como si tuviera miedo de su alumno.
—Hay que llevarla al médico para que la revise —dice Quan.
—Está bien —responde Quinton como si estuviera al mando.
—Sí, pero todavía tengo que llevar su culo al médico. Responsabilidad civil y
demás. No voy a perder mi trabajo por algo pequeño.
—Está bien, de acuerdo. Yo la llevaré —ofrece Q.
—No —grazno, intentando incorporarme. Siento la garganta como si alguien
me hubiera metido un cristal aplastado—. No necesito ir al médico. Estoy bien. —En
realidad no lo estoy, pero la idea de estar a solas con Quinton me hace empujar a
través de mi mareo. No puedo imaginar lo que podría hacer si estuviéramos a solas
después de lo que acaba de pasar en una habitación llena de gente. Lo mejor que
puedo hacer es poner toda la distancia posible entre nosotros.
—No tiene sentido. Estaré encantado de llevarte. —Q me guiña un ojo.
Imbécil.
—He dicho que no. —Me empujo para ponerme de pie, todavía un poco
desorientada. Me tambaleo sobre mis pies, y Q tiene la audacia de agarrarme del
brazo. Casi como si fuera un buen samaritano ayudándome a levantarme del suelo y
no el que acaba de ahogarme hasta la inconsciencia. Me quito el brazo de encima en
cuanto me pongo de pie, pero el rápido movimiento me hace girar la cabeza y me
hace balancearme de un lado a otro como una hoja en una tormenta.
Quinton me rodea la espalda con su brazo y me atrae hacia su lado para
estabilizarme. Sea cual sea el juego que está jugando, quiero salir de él.
—Sí, definitivamente me la llevo —anuncia Quinton.
Quiero protestar y pedirle al profesor que me mantenga aquí, pero ya sé que
hará todo lo que Quinton le pida. Aprieto los labios en una fina línea y me trago las
palabras que quiero decir. Como si fuera una niña, Q me acompaña fuera del
gimnasio y hacia uno de los pasillos vacíos.
—Yo me encargo a partir de aquí —le digo bruscamente en cuanto nos
quedamos a solas, tratando de encogernos de hombros.
—No lo creo. Tienes que ir a ver a un médico y que te revise la cabeza, y yo
necesito que la enfermera me mire el cuello donde me mordió un gato salvaje y los
brazos donde me arañó ese mismo animal.
—El único animal aquí eres tú. Lo único que hice fue protegerme —gruño,
queriendo hundir mis uñas en su cara.
—¿Estás segura de eso? Podría jurar que estabas frotando tu culo en mi
38
entrepierna como una gata en celo.
—Estás alucinando.
—Y tú eres peleonera —contesta—. Me pone la polla un poco dura, pero no
tanto como cuando te desmayas. Me gustas más cuando no hablas ni te mueves. Es
como una muñeca con la que puedo jugar. —No puedo creer que haya dicho que era
atractiva de alguna manera. Sabía que la oscuridad acechaba en el interior de los
hombres como él, pero nunca preví que se dirigiera a mí.
—Sabes que hacen muñecas inflables para tipos como tú que no consiguen
gustar a una chica. Creo que incluso tienen un agujero para meter la polla. —No sé
por qué sigo hablando con él. Tal vez me dejaría en paz si mantuviera la boca cerrada.
Por otra parte, ya estoy harta de que mis compañeros me traten como una mierda.
—Prefiero meter la polla en algo caliente. —Su brazo sigue rodeando mi
espalda, y cuando me acerca, aprieto los dientes y aprieto los pies contra el suelo,
intentando que me suelte.
—He oído que el pastel de la cafetería se sirve caliente.
—¿Alguna vez te callas? —Sacude la cabeza—. Hablar será la perdición de toda
tu familia. Tu padre no sabía cuándo callarse, y resulta que tú tampoco.
No puedo evitar una mueca de dolor ante sus palabras. El dolor me atraviesa
al recordar todo lo que mi familia ya ha perdido, y no tengo ninguna respuesta
ingeniosa para ello.
—¿Estás seguro de que este es el camino hacia el edificio médico? —pregunto
cuando me doy cuenta de que llevamos un rato caminando por este pasillo.
Quinton no responde, pero acelera el paso, haciendo que mis piernas más
cortas no puedan seguirlo. Una sensación de incomodidad se apodera de mis
entrañas y me obligan a dejar de caminar, clavando de nuevo los talones en el suelo.
Me recuesto en el abrazo de Q, giro la cabeza y lo miro. Las luces de los pasillos
son tenues, por lo que me resulta difícil distinguir sus rasgos, pero lo que veo me
perseguirá en sueños durante la próxima semana. La forma en que me mira ahora,
como si fuera su presa en lugar de un ser humano con sentimientos y necesidades,
me hace temblar. La oscuridad de su mirada aumenta y sus labios se curvan a los
lados, sus rasgos se vuelven villanos.
—No me vas a llevar al médico, ¿verdad? —Intento ocultar el miedo que me
produce la respuesta, pero el escaso temblor de mis palabras delata mi temor.
—Inteligente y divertida. Serías el paquete completo si no fuera por tu maldita
boca. Tal vez si encuentro un mejor uso para ella, no será tan insoportable estar cerca.
No sé por qué, pero siento la necesidad de disculparme. Tal vez eso le haga
39
cambiar de opinión sobre el lugar al que me lleva. —Mira, lo siento. Por lo que dije
esta mañana.
Me sujeta con más fuerza, sus dedos se clavan en mi carne con una fuerza
contundente, y me obliga a dar un paso adelante, básicamente arrastrándome a su
lado.
—Me importa un carajo lo que dijiste esta mañana. No quiero tus disculpas. Eso
no te salvará de mí. —Me suelta y me empuja de nuevo contra la pared, y el dolor se
irradia por mi columna vertebral tras el impacto. Su enorme estructura me encierra,
sin dejarme escapar. Puedo sentir el calor de su cuerpo que se desprende de él y se
introduce en mí.
Me estremezco ante la frialdad de su mirada, y los pequeños pelos de mi nuca
se erizan ante su siguiente frase. —Lo que quiero son tus gritos, tus lágrimas. Te
quiero débil e inmóvil. Quiero que me ruegues que pare mientras tomo y tomo hasta
que no quede nada que tomar.
Estaba segura de que ya había sentido un miedo real, verdadero, como en el
gimnasio cuando me estranguló, pero nada se puede comparar con este momento.
—Por favor, Quinton, déjame ir. Te dejaré en paz. Me mantendré fuera de tu
camino. No volveré a PE. Será como si nunca hubiera estado aquí. Como si nunca
hubiera existido. —Ahora estoy divagando al máximo, agarrándome a un clavo
ardiendo en busca de cualquier cosa que pueda sacarme de esta situación.
Quinton echa la cabeza hacia atrás y se ríe como si le hubiera contado un chiste.
El sonido rebota en las paredes y resuena en mis oídos. Es tan amenazante como
burlón.
Opto entonces por salir corriendo. Puede que no sea lo suficientemente fuerte
como para luchar contra él, pero si consigo una ventaja, puedo dejarle atrás. La
adrenalina se dispara en mis venas y me lanzo por debajo de su brazo, poniendo hasta
la última gota de energía que tengo para escapar de él.
—No lo creo, Aspen. —Su voz me acaricia el oído un momento antes de que su
mano rodee mi muñeca. Un grito se me atasca en la garganta cuando me hace girar,
empujándome contra la pared y rodeando con su mano la delgada columna de mi
cuello.
—No lo hagas. No quieres hacer esto —grazno, apenas si logro pronunciar las
palabras cuando su agarre se hace más fuerte. Se inclina hacia mí; las duras crestas
de su cuerpo se adaptan perfectamente al mío. Dejo escapar un jadeo cuando su dura
polla me presiona el estómago.
—Ese es el problema. Quiero hacer esto. Quiero hacer esto más que nada. —
El aire de mi pecho me oprime, y tengo miedo de lo que pueda pasar a continuación. 40
Aprieto los ojos, preparándome para sumergirme en mi mente, cuando de
repente, el agarre de Quinton en mi garganta desaparece.
—¿Qué crees que estás haciendo? —Una voz joven y femenina llega a mis
oídos. Abro los ojos y me giro en dirección a la voz.
A unos seis metros se encuentra una mujer con el cabello azul brillante, gafas
de montura negra y un ceño fruncido que podría rivalizar con el de Quinton. Parece
joven, pero no tanto como para ser estudiante. Se ajusta las gafas y sigue mirándonos.
—Bueno... —Golpea el suelo con el pie impacientemente, esperando una
respuesta. Tengo la lengua pegada al paladar, así que aunque quisiera decir algo, no
podría.
—Estábamos hablando, ¿no? —La mandíbula de Quinton se aprieta ante el
esfuerzo que le supone expulsar las palabras.
—Estoy segura de que eso es lo que estabas haciendo. ¿Por qué no te vas de
aquí, y yo fingiré que no he visto ni oído toda la conversación?
Inclinándose hacia mi oído, susurra: —Esta vez has tenido suerte. La próxima
vez, serás mía.
Se me contrae la garganta y no me atrevo a mirar a Quinton. Tengo miedo de
lo que veré si lo hago. El calor abrasador de su cuerpo se desvanece cuando da un
paso atrás y luego otro, dejando suficiente espacio entre nosotros para que pueda
respirar. El embriagador olor a hombre y a colonia de madera se aleja y yo sigo
mirando a la mujer, con el corazón golpeando contra mis costillas, amenazando con
liberarse.
Los pasos de Quinton desaparecen en la distancia, y yo suelto una respiración
agitada, casi colapsando contra la pared. Ni siquiera era consciente de lo tensa que
estaba cada pulgada de mi cuerpo hasta ahora. Supongo que el miedo te hace eso.
—Ven, vamos a la biblioteca. Te haré una taza de cacao caliente y podrás
calmarte un poco —ofrece la joven.
—¿Quién eres? —pregunto, con la voz quebrada.
—Soy Brittney, la bibliotecaria. —La bibliotecaria. Sólo de pensarlo me
tranquilizo un poco. Me alejo de la pared, mis miembros tiemblan mientras doy un
paso vacilante hacia ella. No quiero llamarla mi salvadora, pero en cierto modo, me
ha salvado—. Pareces un poco conmocionada —dice lo obvio, y me giro para mirar
por encima del hombro y ver si Quinton se ha ido realmente o si se esconde en algún
lugar detrás de mí.
Quiero entrar en la biblioteca y esperar un poco antes de intentar volver a mi
dormitorio, pero ni un solo profesor o alumno ha sido amable conmigo desde que
llegué. Esta mujer, aunque sea la bibliotecaria, podría ser tan mala y odiosa como las 41
demás. Esto podría ser un truco, o no.
No tengo muchas opciones, pero sé que todo lo que esta profesora podría
hacerme es poco en comparación con lo que pasaría si Q me agarrara ahora mismo.
Empiezo a caminar hacia ella, y cuanto más me acerco, más me doy cuenta de que
está de pie en el arco de dos enormes puertas dobles. Una vez que estoy lo
suficientemente cerca, gira sobre sus talones y entra en la biblioteca.
Siguiéndola, me detengo en la entrada para mirar el interior. En cuanto lo hago,
me doy cuenta de que se trata de uno de los túneles que conectan con la parte del
castillo. Los techos son mucho más altos y arqueados, lo que da al espacio una
sensación de amplitud. Numerosas ventanas de cristal en el lado derecho de la sala
dejan entrar mucha luz. Mis pies se mueven solos y me adentro en la sala. El espacio
es cálido y acogedor, con lámparas de araña colgantes que seguro que tienen un
aspecto mágico por la noche.
No quiero admitir lo mucho que me gusta este lugar.
Las mesas están situadas a ambos lados de la sala, mientras que delante de mí
hay filas y filas de libros. En el centro de la sala está el mostrador de circulación, al
que se dirige Brittney, la bibliotecaria. Un paraíso para los ratones de biblioteca, eso
es lo que es esta biblioteca. La más pequeña de las sonrisas se dibuja en mis labios,
pero hundo los dientes en el labio para evitar que la sonrisa se manifieste.
Como un tímido ratón, la sigo. Se dirige detrás del mostrador de circulación y
yo me acerco lentamente, casi esperando que empiece a reírse en mi cara o algo así.
—Allí hay una zona para sentarse. Ve a sentarse y le traeré su bebida.
—No tienes que hacerlo. —Intento que mi voz suene fuerte, pero me sale floja.
Levanta una de sus oscuras cejas y me mira fijamente. Decido hacerle caso y
camino alrededor del escritorio hacia el espacio abierto. Hay sofás y sillas de cuero,
y el espacio está rodeado de estanterías, lo que lo convierte en el lugar perfecto para
sentarse a leer tu libro favorito. Me hundo en uno de los sofás de cuero; el olor a libros,
cuero y chocolate impregna el aire.
Miro fijamente al espacio, sin estar preparada para digerir lo que casi ha
sucedido.
—Toma —dice Brittney, entregándome la taza. Su voz me sobresalta y doy un
salto en mi asiento, llevándome la mano al pecho.
Tartamudeo para decir —gracias —y le quito la taza, mirándola fijamente.
—De nada —dice, y observo con el rabillo del ojo cómo se sienta en una silla
grande y cómoda frente a mí. Vacilante, me llevo la taza a los labios y bebo un sorbo
del humeante líquido caliente—. Normalmente, no permito que los estudiantes coman
o beban en la biblioteca, pero por ti, me saltaré las reglas un poco. 42
Levanto la vista de la taza, el vapor que sale de ella, y veo que Brittney está
sonriendo, y aunque parece una sonrisa genuina, no puedo estar segura. Aunque
parece agradable, no quiero deberle ningún favor a nadie ni cavar un agujero más
profundo. Su amenaza a Quinton todavía está en el aire, y sé que si realmente escuchó
y vio lo que pasó, tiene el poder de decírselo a alguien, y eso podría hacer que mi
tiempo aquí sea mucho más difícil. Necesito acabar con esto, necesito decirle que
estoy bien, que no me estaba haciendo daño ni molestando. Debería haber dicho algo
en el pasillo, pero estaba demasiado asustada, demasiado sorprendida de que
alguien lo hubiera detenido.
La otra opción sería confiar en ella, contarle la verdad, pero parece una mala
idea, que podría explotarme en la cara. Me decido por la primera idea por ahora.
—Lo que sea que hayas visto u oído... —Empiezo, pero ella agita su mano
delante de ella, deteniéndome en mi camino.
—Cuando quieras hablar de ello, podemos hacerlo, pero por ahora, siéntete
libre de sentarte aquí y disfrutar de tu bebida.
—Sólo quiero que sepas que no me ha hecho daño ni nada —continúo. La
mentira se me escapa de la lengua con tanta facilidad que me da miedo.
Se inclina hacia delante en la silla y se sube las gafas negras por el puente de
la nariz. Su mirada es pensativa mientras me estudia. La luz se refleja en algo plateado,
y es entonces cuando me doy cuenta del aro en su nariz. —Como he dicho, podemos
hablar de ello más tarde.
No deja ver si me cree o no. Simplemente termina la conversación y sigue
adelante, casi como si me diera una salida. Dándome la oportunidad de hablar con
ella cuando esté preparada para decir la verdad. —¿Por qué no me dices cómo te
llamas?
Engullo un poco más de cacao caliente, maldiciéndome a mí misma mientras
me quema un camino de fuego por la garganta. —Aspen —resoplo, medio ahogada.
Brittney se ríe. —Se llama cacao caliente por una razón. Está caliente, o se
llamaría cacao tibio. Se bebe a sorbos, no a tragos.
Esta vez, le devuelvo la sonrisa y bajo la taza de mi boca lentamente. —Lo
siento. Me da un poco de vergüenza no haber venido antes. Me encantan los libros, y
esta biblioteca es como el paraíso de los ratones de biblioteca. —Miro alrededor de
la sala y me quedo con la grandeza de la misma.
Suspira. —Ojalá más estudiantes sintieran lo mismo, pero no es así.
—Son estúpidos —digo sin palabras—. Podría vivir aquí. —Es una broma,
bueno, algo así. Esta biblioteca ya es un lugar al que podría verme viniendo a diario.
El silencio se instala a nuestro alrededor, y doy un sorbo a mi bebida caliente,
dejando que me calme por dentro. Durante un breve instante, me olvido de Quinton,
43
de que mi padre está en la cárcel, de que mi vida se desmorona. Dejo que todo quede
en el camino y me relajo en la comodidad que me rodea.
Frunzo el ceño una vez que llego al fondo de mi taza y miro a Brittney, que me
ha estado observando todo el tiempo.
—Muchas gracias por... el cacao, y... —Me quedo sin palabras. No estoy
realmente preparada para explicar lo que estaba pasando en el pasillo.
—No te preocupes, y quiero que sepas que eres bienvenida aquí cuando
quieras. De hecho, ya estoy deseando volver a verte.
No puedo evitar sonreír, sobre todo porque es la primera profesora que me
habla, la primera persona que me trata como un ser humano en este retorcido lugar.
Le doy la taza y me levanto del sofá de cuero. Siento las piernas como gelatina y estoy
agotada, tanto mental como físicamente. Sólo puedo esperar que cuando salga de
aquí, Quinton no me esté esperando.
—Gracias, Brittney. Definitivamente volveré, y la próxima vez, traeré un libro.
—Estoy deseando hacerlo. —Sonríe, y puedo sentir sus ojos sobre mí mientras
salgo de la biblioteca. Y así, creo que he encontrado el único refugio que tendré en
Corium.
En cuanto salgo al pasillo, saco mi teléfono y miro el mapa para saber a dónde
demonios voy. Llego a mi clase de la tarde justo a tiempo, que, por algún milagro,
transcurre sin ningún incidente.
Cuando por fin termino el día, lo único que quiero hacer es correr a mi
dormitorio y encerrarme. Pero el pasillo está lleno de gente que intenta entrar en su
habitación. Entonces mi estómago gruñe, recordándome que no he comido nada
desde el desayuno. Ignoro los gruñidos y uso mi tarjeta de acceso para entrar en mi
habitación. Sacrificaré la cena de esta noche si eso significa que no tengo que
preocuparme de volver a encontrarme con Quinton.

44
7
Quinton

N
o tardé en descubrir quién era la mujer de cabello azul. No estoy seguro
de cómo la estrafalaria mujer de unos veinte años ha acabado en este
lugar, pero algo me dice que va a dar problemas, al menos en lo que
respecta a Aspen.
Fue pura suerte que se me escapara de las manos el otro día.
Podría haber forzado la mano de la bibliotecaria. Al fin y al cabo, era mi palabra
contra la suya, y sabiendo quién es mi padre y cuánto dinero ha invertido en este
lugar, era seguro que cerraría la boca a riesgo de perder su trabajo, pero algo en
hacer sentir a Aspen que se había escapado de mí aumentaba la emoción. Aumentaba
lo que estaba en juego.
Fue jodido, pero follar con ella sería un subidón del que nunca quiero bajar.
Un golpe resuena en el apartamento, y no me molesto en moverme del sofá 45
para abrir la puerta. Ren ya está al otro lado de la habitación, listo para organizar
nuestra primera reunión con un par de chicos que conocemos. He pasado demasiado
tiempo estudiando las redes sociales de Aspen, que son muy escasas. No ha hecho ni
un solo post en meses, e incluso antes de eso, no era nada que pudiera usar contra
ella.
—He traído cerveza —grita Nash mientras atraviesa la puerta abierta.
—¡Gracias a Dios! —Me levanto del sofá y deslizo mi teléfono en el bolsillo. El
padre de Nash es un colega cercano de mi padre, pero no es un criminal del mismo
calibre. Excepto por algún robo menor, el tipo nunca ha matado ni herido a nadie.
No, sus crímenes incluyen lavado de dinero, fraude y sobornos. Sin embargo, puedo
ver por qué su padre lo envió aquí. No sólo quiere que forme conexiones, sino que
está claro que Nash necesita ayuda para convertirse en un mejor criminal, que es
exactamente para lo que sirve este lugar. No puedes proteger tu imperio si no sabes
cómo hacerlo.
Ren cierra la puerta, y un momento después, se abre de nuevo. Matteo entra
caminando como si fuera el dueño del lugar.
—Claro, entra, siéntete como en tu puta casa —dice Ren, con el sarcasmo
goteando de su voz. Matteo, que es un oso de hombre, simplemente se encoge de
hombros. Es tan alto como yo y tan musculoso como Ren y yo juntos. Gruñe y pasa por
delante de Ren.
Matteo es el hijo de Dick Valentine, un asesino que trabaja para mi padre.
Como yo, dudo que esté aquí para entrenar. No sé nada sobre la relación de Matteo
y Dick, así que no puedo decir por qué está aquí, pero su padre lo ha estado
preparando para ser un asesino entrenado desde que era un niño. Nada en esta
escuela puede enseñarle más que su propio padre.
Después de que Ren me pase una cerveza, abre la suya. La acepto con gusto,
la destapo y me trago la mitad de la cerveza de dos tragos.
Nash se sienta en la pequeña mesa del comedor, proporcionada tan
amablemente por la universidad. —¿Alguien más está de acuerdo en que la oferta de
chicas aquí es jodidamente escasa? Pensé que la universidad se suponía que era de
colegialas calientes follando entre sí. Todas las chicas de aquí quieren sacarme los
ojos.
—La rusa parece tener ganas de pasarlo bien —digo entre sorbos de cerveza.
—No, gracias. Está loca de remate como su madre. Prefiero masturbarme que
preocuparme de que me mate mientras duermo.
Matteo se encoge de hombros, su mirada oscura sin emoción. —¿Qué pasa con
Aspen Mather?
46
La mera mención de su nombre me produce un escalofrío. Casi quiero que sea
un secreto, mi secreto que nadie más conoce, que puedo atormentar y tocar siempre
que me plazca.
—No tocaría a esa perra ni aunque me pagaras para hacerlo.
—No necesitas dinero, idiota, así que nadie te paga por tocarla. —Resoplo y
doy un trago a mi cerveza, intentando no pensar en lo territorial que ha sonado esa
afirmación. La verdad es que Aspen no significa una mierda para mí, no en el sentido
de que realmente me importe, pero curiosamente tampoco quiero que nadie más se
interese por ella.
—Su padre ha causado un montón de problemas a la gente. No puedo decirte
cuántas ofertas de asesinato ha recibido mi padre —admite Matteo con indiferencia.
Nash da un largo trago a su cerveza antes de hablar. —He oído que ayudó a su
padre, se hizo amiga de la gente, se convirtió en toda una socialité para su padre.
Espiaba a la gente y todo eso.
¿Una socialité? Inclino la cabeza hacia atrás y los escucho hablar. He visto a
Aspen en algunos actos de recaudación de fondos, pero nunca parecía que estuviera
allí para hacer amistad con nadie. Siempre tuve la impresión de que odiaba estar allí.
Ren interviene en la conversación. —Incluso si ella no le ayudó, es una rata
simplemente por asociación. Ya sabes la mierda que su padre hizo a la familia de
Quinton. La manzana nunca cae lejos del árbol. No se puede confiar en ella.
—Ha sacudido la mierda, eso es seguro. He oído rumores de que la gente ha
tenido que mudarse, esconderse, y ni hablar de la mierda de dinero que se ha
perdido por culpa de ese imbécil. En mi opinión, se merece la penitencia que le toque
—explica Matteo con un tono extraño, casi como si quisiera ser él quien repartiera la
penitencia. Lástima para él que otro lo haga... yo. Será mejor que Matteo no se
interponga en mi camino.
Sigue hablando y dice algo que hace reír a Ren y a Nash. Por un momento, me
quedo sin palabras. Lo que sea que esté diciendo se convierte en ruido de fondo.
No es hasta que el tema cambia que el agarre de mi botella de cerveza se hace
más fuerte, y mis propias frustraciones salen a la superficie.
—La bebida que tienen aquí apesta...
—Necesito un club de striptease de mala muerte y una prostituta que me haga lo
que quiera por cincuenta dólares...
—Sólo quiero una puta hamburguesa doble con queso...
Estar sentado aquí escuchando los supuestos problemas de los demás me hace
estallar. Sus quejas son superficiales.
47
No tienen ni la más puta idea de lo que es perder, estar perdido y no ser
encontrado nunca. La cerveza se me escapa de las manos y cae al suelo. El líquido
marrón sale a borbotones por la parte superior, recordándome lo cerca que estoy de
romper, de sucumbir a la presión. Quién sabe qué demonios haré si no me alejo ahora
mismo, pero no quiero averiguarlo.
Ignorando la cerveza derramada, me doy la vuelta y salgo furioso en dirección
a mi dormitorio para estar a solas con mis pensamientos.
—Q, ¿qué coño? —La voz preocupada de Ren llena mis oídos y, un segundo
después, su mano me aprieta el hombro.
Me quito la mano de encima y me giro hacia él, clavándole la mirada. —He
terminado de socializar por esta noche. Déjame en paz, carajo.
La advertencia en mi tono es clara, y las cejas de Ren se disparan, con la
sorpresa grabada en sus rasgos. Da un paso atrás, levanta las manos y yo me doy la
vuelta, caminando el resto del camino hasta mi habitación. Una vez dentro, cierro la
puerta tras de mí y echo el cerrojo.
Es tan estúpido, especialmente cuando una puerta no va a impedir que Ren
entre aquí. Una parte de mí sabe que una de las razones por las que ha venido
conmigo es porque tiene miedo de que me rompa. Teme que me cierre y no vuelva a
aparecer.
En cuanto mi culo toca el colchón, mi móvil empieza a sonar. Es una llamada
FaceTime de Scarlet. Me pican los dedos para rechazarla, pero una pizca de culpa me
atraviesa. Si no hablo con ella, se enojará, y mi hermana pequeña me importa
demasiado como para ignorar su llamada. Además, soy yo quien la ha dejado con
todos los problemas en casa. Lo menos que puedo hacer es mantener mi relación con
ella. Se lo debo.
Sin pensarlo más, pulso la tecla de respuesta y, en el momento justo, su rostro
sonriente se refleja en mí y me obligo a sonreír.
—Por una vez, me gustaría que sonrieras de verdad. Pareces tan enojado todo
el tiempo.
—No lo hago, y si lo hago, no es mi intención.
Los labios rosados de Scarlet se forman en un puchero. —Ya te echo de menos.
—Yo también te echo de menos. No falta mucho para las vacaciones de
invierno. Volaré a casa para verte. —Me estremezco al pensarlo. Quiero ver a mi
hermana más que nada, pero mis padres son otra cosa. No puedo soportar una visita
con ellos ahora mismo. Es demasiado pronto, demasiado.
—Lo sé, pero está tan lejos. Me gustaría que estuvieras aquí. Mamá y papá me
48
están volviendo loca. Son como dos madres gallinas, siempre comprobando cómo
estoy y preguntando si estoy bien.
Odio la tristeza que se refleja en sus ojos y en mí. A veces, siento que Scar es
todo lo que me queda, y yo soy todo lo que ella tiene. Tenemos que estar juntos,
aunque yo esté a kilómetros y kilómetros de distancia.
—Puedes llamarme cuando quieras, aunque sea para hablar. Sigo estando aquí
para ti. —La luz de sus ojos se ilumina y lo que he dicho parece animarla un poco. La
puerta detrás de ella se abre con un chirrido y mamá asoma la cabeza dentro de la
habitación. En cuanto me ve en la pantalla, cierra la puerta.
Scar mira por encima del hombro hacia la puerta que ahora está cerrada.
Sacude la cabeza y vuelve a centrar su atención en mí. —Mamá está muy disgustada,
y papá, ya sabes que es bueno disimulando sus emociones, pero ni siquiera él puede
ocultar que se siente desgraciado. Sé que te echan de menos, y quieren hablar
contigo.
Puedo sentir que mi presión sanguínea sube ante la mención de que quieren
hablar conmigo. No es mi culpa que me haya ido con tantas cosas sin decir.
—No voy a hablar con ninguno de los dos, no después de lo que hicieron y de
todos los secretos que guardan. —Es difícil ocultar mi enojo a Scar, pero consigo
mantener la voz uniforme y el veneno fuera de mis palabras.
—Lo único que quieren es hablar —responde Scarlet.
—Y aún no estoy preparado —suelto, pero me arrepiento en cuanto lo hago.
Scarlet frunce el ceño, frunciendo las cejas como si la hubieran regañado—. Mira, lo
siento, Scar. No pretendía desquitarme contigo, pero aún no estoy preparado. —Mi
voz se vuelve más suave, y eso alivia parte de la tensión de la cara de Scarlet.
—Lo entiendo. Sólo echo de menos ser normal. —Odio lo deprimida que suena
y que no hay nada que pueda hacer al respecto.
—Las cosas no volverán a ser como antes, pero cada día pueden mejorar. —No
me importa lo que me pase ni cómo me sienta. Lo único que me importa es que Scarlet
esté feliz, sana y contenta con la vida. No le voy a fallar.
Un golpe resuena en el teléfono y ella vuelve a mirar por encima del hombro.
—Tengo que irme, pero volveré a llamar pronto. Pórtate bien, hermano. —Sonríe, y
entonces la pantalla se oscurece, la llamada termina antes de que pueda despedirme.
Tiro el teléfono sobre el colchón y me acuesto, mirando al techo. Vuelvo a
entrar en una espiral, y cada día estoy más cerca de perder los últimos resquicios de
mi control. Necesito algo que me ancle, algo que pueda controlar.
49
No, no algo, alguien. El enemigo. Aspen. Necesito tenerla bajo mi control de
nuevo, a mi merced, porque tan enfermo como es, tan equivocado como es, es el
único momento en que me siento como mi antiguo yo. El único momento en que me
siento en control de mi vida.
8
Aspen

L
os días empiezan a mezclarse en este agujero infernal. El único respiro es
que de alguna manera me he mantenido fuera del radar de Quinton. Me
las he arreglado para pasar una semana entera sin tener un solo encuentro
con él. Por supuesto, me salté la clase de educación física esta mañana, para no tener
que verlo.
Entre el miedo a que me encuentre y el hecho de estar sola y señalada allá
donde voy, estoy hecha un desastre. Hasta los profesores parecen no quererme. Estoy
atrapada en este lugar sin ningún otro sitio al que ir. Por no hablar de que no he
podido contactar con mi madre. Cada vez que intento llamarla por Skype, está
ocupada. Lo único que quiero hacer es desahogarme con ella sobre este lugar,
aunque no le importe. Ella fue la que más abogó por que fuera aquí.
Dejo de lado la fiesta de lástima que estoy montando en mi mente para más
tarde y recojo toda mi ropa en la bolsa de lavandería que me proporcionaron al llegar.
50
Tengo que bajar a la planta baja para dejar mi ropa para que la laven. Por lo visto, los
estudiantes de aquí son de demasiada clase para manejar una lavadora y una
secadora. Me burlo de la tontería y me pongo la bolsa al hombro.
Sí, la mayoría de nosotros crecimos ricos, pero esto sigue siendo una
universidad. La gente debería al menos saber lavar su ropa.
Mi única ropa limpia es la que llevo puesta: un par de sudaderas, una camiseta
y una sudadera de gran tamaño. Llevo tanto tiempo posponiendo bajar a lavar la ropa
que literalmente no tengo nada más que ponerme. Por lo general, postergo cualquier
cosa que me obligue a caminar por los dormitorios o por cualquier otro lugar.
De hecho, jugué con la idea de dejar de asistir a las clases por completo,
pensando que si suspendía, seguramente me enviarían de vuelta a casa. ¿Pero qué
pasaría entonces? Perdimos casi todo nuestro dinero cuando condenaron a mi padre.
Los únicos bienes que conservamos fueron la casa y mi fondo fiduciario. Ni siquiera
sé cuánto cuesta asistir a este lugar, pero dudo que me devuelvan la matrícula.
Deseando acabar con esto rápidamente, camino a toda velocidad por el pasillo,
esperando pasar por delante de la gente antes de que se den cuenta de que soy yo.
Lo consigo la mayor parte del camino. Sólo unos pocos golpes de hombro, insultos y
miradas sucias me lanzan mientras bajo las escaleras.
Por suerte, no hay fila cuando me acerco al mostrador. La camarera que se
encarga de la lavandería levanta la vista del libro que lleva en la mano con una
sonrisa. Esa sonrisa se borra inmediatamente de su rostro cuando reconoce quién
soy.
Deben tener una puta foto mía colgada en la sala de descanso de los empleados
o algo así. ¿Cómo es que todas las personas me conocen?
—Lo siento, señorita. No puedo lavarle la ropa —me dice, con un ceño triste en
los labios. Al menos no se está burlando de mí—. Lo siento —repite, y puedo decir
que su disculpa es real, lo que significa que no es ella. Alguien le está diciendo que
no me ayude. Aunque me siento derrotada, no voy a dejar que me moleste. Sé cómo
usar una lavadora y una secadora.
—Entiendo. ¿Puede indicarme la dirección de una lavadora que pueda usar?
Su cabeza baja y sus hombros se hunden. —Los estudiantes no pueden usar las
lavadoras.
Estoy tan sorprendida que casi se me cae el bolso. —¿Qué quieres decir?
—No puedo dejarte entrar en la lavandería. Está prohibido para los
estudiantes.
—¿Pero tampoco puedes lavar mi ropa? —Aclaro, y ella niega con la cabeza—
. Entonces, ¿cómo se supone que voy a lavar mi ropa?
51
Suspira y me da un pequeño encogimiento de hombros. Sé que no es cosa suya,
pero me resulta difícil no dejar salir mi ira contra la persona que tengo delante.
—Gracias por nada —digo con desprecio y me voy.
Básicamente, vuelvo corriendo a mi habitación con la bolsa de ropa rebotando
en mi hombro. Ya me duele el brazo por tenerlo en un ángulo extraño durante tanto
tiempo, pero le doy la bienvenida al dolor. Dejo que alimente mi ira.
Al pasar mi tarjeta de acceso, abro mi habitación lo suficiente como para meter
la bolsa dentro, luego cierro la puerta de golpe y me dirijo al edificio de la
administración.
Para cuando llego al despacho del director, mi vigor disminuye lentamente,
pero sé que tengo que hacerlo. Tengo que defenderme en algún momento. ¿Qué
mejor momento que éste?
—¿Puedo ayudarla? —pregunta la secretaria de la recepción con una sonrisa
falsa pintada en sus brillantes labios rojos.
—Necesito hablar con alguien.
—¿Alguien? —me responde como un loro.
No, no alguien, el hombre que tiene el control.
—Quiero hablar con el señor Diavolo —digo, manteniendo la voz fuerte.
—¿Estás segura de eso?
—Sí —respondo antes de cambiar de opinión.
—Muy bien, querida. —Pulsa algunos botones del teléfono y hace un gesto con
la mano hacia la puerta que hay junto a su escritorio.
Respirando profundamente para calmarme, me dirijo al despacho del director
y abro la pesada puerta de madera. Lo encuentro sentado en su escritorio, con los
pies apoyados y recostado en su silla de cuero. Sus ojos están pegados a una gran
pantalla de televisión que parece una ventana a un bosque. En el fondo suenan suaves
sonidos de la naturaleza.
—¿Qué puedo hacer por ti? —pregunta, sonando aburrido. Ni siquiera me mira
hasta que empiezo a hablar.
—Lo entiendo, me odias. Todo el mundo lo hace. Pero necesito ropa limpia, y
ya que los servicios de lavandería se niegan a lavar mi ropa, lo haré yo misma, pero
tienes que darme al menos acceso para lavarla.
—Tienes un baño. Lava tu ropa en el fregadero.
—Mi fregadero está roto y el conserje no lo arregla.
Simplemente se encoge de hombros, como si no pudiera importarle el estado
52
de mi habitación. —Eso parece un problema personal. Estoy seguro de que puedes
resolverlo.
—Sabes que pago la misma matrícula que los demás, ¿verdad? No puedes
quitarme las cosas.
Golpeando las palmas de las manos sobre la mesa, se sienta tan rápido que
apenas lo veo moverse. Asustada, doy un salto hacia atrás, chocando con una mesa
lateral detrás de mí.
—Vamos a dejar una cosa muy clara, tú no vienes aquí a exigir nada. Me
importa una mierda tu comodidad o cómo lavas la puta ropa. Alégrate de que te
hayamos dado una habitación en los dormitorios, porque en la superficie hay una
bonita choza sin agua corriente ni calefacción. ¿Prefieres quedarte ahí?
Sacudo la cabeza con furia, en el signo universal del no, con la lengua
repentinamente pesada en la boca. El tranquilo sonido de la escena del bosque que
proviene del televisor queda ahogado por el fuerte golpe de mi corazón que late con
fuerza en mis oídos.
—Si eso es todo, ya puedes irte a la mierda. —Va por la mitad de la frase, pero
yo ya me dirijo a la puerta. No puedo alejarme de él lo suficientemente rápido, y venir
aquí fue definitivamente un error.
Derrotada, vuelvo a los dormitorios, ahogando los comentarios sarcásticos de
la gente con la que me cruzo. De vuelta a mi habitación, recojo la bolsa de ropa y la
tiro sobre la cama. Más tarde tendré que lavarla de alguna manera en la ducha con mi
champú, pero de momento, elijo la ropa más limpia y me la pongo.
La camisa está ahora arrugada y el olor es poco agradable. Me ahogo en
perfume y me paso el peine por el cabello hasta que me veo y huelo medianamente
presentable. Al salir, tomo mi bolso y me dirijo a mi clase de historia, que me perdí
la semana pasada gracias a Quinton.
Sorprendentemente, encuentro el aula enseguida y, por suerte, llego un poco
antes. Tomo asiento al fondo, escondido en un rincón del aula. Quizá nadie se fije en
mí.
De hecho, logro pasar la mayor parte de la clase sin que nadie me moleste. El
profesor Brush repasa la Guerra Fría, el espionaje y otras tácticas de guerra. No es
hasta que toca el tema de la traición que me convierto en el centro de atención.
—Probablemente sepas que oficialmente Julius y Ethel Rosenberg fueron las
únicas dos personas ejecutadas por traición, tras ser declarados culpables de
conspiración para cometer espionaje. Por supuesto, muchas más personas fueron
ejecutadas, pero sus libros de historia de la escuela secundaria no tienen esa
información. Por suerte para ti, los nuestros sí. Abran sus libros y echen un vistazo a
la página sesenta y nueve.
53
Desbloqueo mi ordenador y hojeo el libro electrónico hasta la página en
cuestión. Se me revuelve el estómago cuando veo la imagen. Es una mujer desnuda,
colgada por los brazos en el centro de la habitación. Su cuerpo sin vida está
ensangrentado y golpeado.
—La ejecución de los Rosenberg en la silla eléctrica pudo ser calificada de
inhumana, pero sus muertes no tuvieron nada que ver con las de algunos traidores
menos conocidos. Como se puede ver en la imagen, Clara Morris sufrió durante días
antes de tener una muerte lenta y dolorosa.
—¿Te refieres a Mather? —susurra alguien, y una ola de risas recorre la clase.
El profesor continúa como si no hubiera pasado nada.
—Como decía, Clara fue violada y torturada durante toda una semana hasta que
finalmente murió. Los vídeos de su castigo se distribuyeron por la red oscura para
que todo el mundo supiera lo que les ocurre a los que traicionan a los suyos.
—Quizá deberíamos hacer esto a Aspen —dice otro chico, sin molestarse en
susurrarlo. Mantengo los ojos fijos en la pantalla que tengo delante e ignoro más risas
que estallan en el aula.
—¿Estás escuchando, Mather? —Un trozo de papel hecho bola me golpea en
un lado de la cabeza, haciéndome levantar la vista.
—¿Era realmente necesario? —Miro fijamente al tipo que claramente me odia.
—No hables en clase, Aspen —advierte el profesor Brush.
Sé que replicar sólo empeorará las cosas, pero mi estúpida boca se mueve sola.
—¿Habla en serio? Todos los demás están hablando. Me tiraron algo. —Señalo al tipo
e inmediatamente escucho la palabra soplona murmurada por algunas personas.
Los ojos del profesor se vuelven asesinos y el tono de su voz es amenazante. —
Marcel sólo intentaba llamar tu atención, ya que estás claramente distraída —
defiende el tipo—. Todos los demás están contribuyendo al material de la clase. Tú
no.
—Conozco una forma en la que podría contribuir...
Las risas me parecen como clavos en una pizarra. No solo me duelen los oídos,
sino el alma, y sé que no puedo pasar ni un minuto más en esta habitación sin perder
la cabeza.
Sin levantar la vista, recojo todo lo que tengo delante, lo meto en el bolso y
salgo furiosa de la clase. La puerta se cierra tras de mí y empiezo a correr en cuanto
mis pies tocan el suelo de mármol. Que se joda esta clase. Que se jodan todos.
Empujo mis piernas para correr más rápido, sintiendo que no me alejo de esta
gente lo suficientemente rápido. Doblo la esquina de los ascensores y choco de lleno
con alguien. Al rebotar, caigo de culo con un fuerte golpe. El dolor me sube por la
54
espalda, haciéndome gemir de dolor. En el proceso, mi bolso se me escapa de la
mano y sale volando por el pasillo.
—¿Qué carajo estás haciendo? —retumba una voz enfadada desde arriba.
Levanto la cabeza y me encuentro con Quinton y Ren mirándome fijamente.
Por supuesto.
9
Quinton

M
e hormiguea el pecho donde su pequeño cuerpo chocó contra el mío.
Con la palma de la mano, froto el lugar y miro a Aspen, que está
sentada de culo frente a nosotros.
—¿Siempre corres por las esquinas sin mirar? —pregunto.
No responde con palabras, simplemente sacude la cabeza y empieza a recoger
el contenido de su bolsa. Está de rodillas arrastrándose por el suelo, y mis ojos se
centran en su culo en forma de manzana. Mi polla se estremece contra la cremallera
y odio lo que me hace sentir su cuerpo. Odio no poder controlar mi lujuria.
Está a punto de agarrar uno de sus libros cuando Ren lo aparta de su alcance
de una patada y lo pone delante de mis pies.
—Muy maduro —murmura ella y lo mira fijamente.
—Vamos, Ren —gruño y piso a propósito su libro. Algunas páginas se rompen
55
bajo la suela de mi zapato y Aspen lanza un grito de sorpresa. Sus ojos se abren de
par en par y corre hacia mis pies, agarrando el libro como si fuera un artefacto
precioso. Se arrodilla a escasos centímetros de mis pies, pero no me presta la más
mínima atención. Lo único que le preocupa es su estúpido librito, y lo odio.
Odio que me ignore.
Odio que mi polla se ponga dura sólo con mirarla.
Odio todo lo relacionado con Aspen Mather.
—Sí, vamos. Tenemos mejores cosas que hacer. —Ren asiente y pasa junto a
mí. Lo acompaño, dejando a Aspen atrás para que recoja sus cosas.
Deseando que desaparezca de mi mente, camino más rápido con la esperanza
de que la distancia entre nosotros aleje también mis pensamientos, pero como un
cáncer, la imagen de ella arrodillada frente a mí no hace más que crecer.
—¡Mierda! —Me grito más a mí mismo que a cualquier otra persona.
—¿Qué? —pregunta Ren, totalmente despistado sobre la batalla que se libra
en mi cabeza.
—Nada —digo—. Me voy a saltar esta clase. Tengo algo más de lo que
ocuparme.
—De acuerdo —dice Ren.
Me doy la vuelta, vuelvo por donde he venido y tomo el ascensor para bajar a
los dormitorios. La puerta se abre con un pitido y avanzo por el pasillo, en dirección
contraria a la que suelo ir.
La palabra rata todavía está pintada en su puerta. No parece que nadie haya
intentado limpiarla. Levanto la mano y golpeo la puerta con los nudillos. Me alegro
de que no tenga mirilla, porque estoy seguro de que no abriría si supiera que estoy
al otro lado.
En cuanto veo girar el pomo de la puerta, la abro de un empujón y me
introduzco en la habitación.
—¿Qué demonios...? —Aspen grita, retrocediendo a trompicones.
Sonriendo, entro y cierro la puerta tras de mí, encerrándonos juntos en el
pequeño espacio de su habitación. Ya puedo respirar un poco más tranquilo, mi
mente se tranquiliza lentamente mientras contemplo su cuerpo tembloroso frente a
mí.
Ahora, tengo toda su atención, y aquí, tengo el control.
—¿Qué quieres? —pregunta, cuadrando los hombros como si no estuviera
asustada, pero el ligero temblor de su voz la delata. Sí que tiene miedo, y
probablemente debería tenerlo.
56
—Sólo vengo a ver cómo estás. —Me encojo de hombros—. Parecías molesta
en el pasillo.
—Vete a la mierda. ¿Qué es lo que realmente quieres?
¿Quiere la verdad? Bien. —Realmente quiero estrangularte de nuevo, para
poder hacer con tu cuerpo lo que quiera sin que luches o hables.
Su respiración se entrecorta y toda la sangre se le escapa de la cara.
Lentamente, empieza a alejarse de mí hasta que sus piernas chocan con el borde de
la cama y se ve obligada a detenerse.
—Hay algo muy malo en ti.
—Probablemente, sí. —Doy un paso hacia ella—. No parece que te guste
mucho esa idea... así que tal vez podría conformarme con otra cosa.
—¿Cómo qué?
Todavía no he pensado tanto, así que me lleva un momento pensar en algo.
¿Qué me satisfaría? Quiero controlarla, quiero que se someta a mí, pero sé que no se
entregará a mí sin más, por muy asustada que esté.
Tengo que empezar de a poco, dar un poco para poder tomar mucho.
—Quiero que me dejes tocarte.
—No. —Ella sacude la cabeza antes de que termine de hablar—. No voy a tener
sexo contigo.
—¿Quién ha hablado de sexo? Saca tu mente del agujero, Aspen.
—Sea lo que sea que quieras, la respuesta es no.
—Quítate la camiseta y acuéstate en la cama.
Envolviéndose con los brazos como si eso pudiera protegerla de mí, sacude la
cabeza con furia.
—Hazlo, o lo haré por ti. —Dejo la amenaza en el aire mientras miro a mi
alrededor. Su dormitorio es más pequeño que mi armario, y las paredes parecen estar
condenadas. Ignorando la condición de su espacio vital, entro en el baño adjunto.
Hay una ducha en un rincón, un retrete y un lavabo con una pequeña estantería
encima. Mierda, este lugar es más espantoso que la celda de una prisión.
—Cuando vuelva a esa habitación, más vale que estés en la cama sin camiseta
—le grito por encima del hombro mientras rebusco entre los artículos de aseo de la
estantería. Cuando encuentro lo que busco, tomo el frasco pequeño y vuelvo a entrar
en su habitación.
Una sonrisa triunfante se dibuja en mis labios al verla tirada en el colchón sólo
57
con sus leggings y su sujetador. Está acostada boca abajo, con los brazos pegados al
cuerpo y la cara girada hacia mí.
Me sorprende su posición ya que al darme la espalda la hace más vulnerable,
pero no me quejo.
Me quito las botas, las dejo junto a la puerta y me subo a la cama con ella. El
colchón cede con un chirrido cuando me muevo sobre ella y me pongo a horcajadas
sobre sus muslos. Cuando me acomodo encima de ella, los muelles metálicos se
clavan en mis rodillas y trato de moverme, rozando mi entrepierna contra su culo en
el proceso. Tiene todo el cuerpo rígido y las manos cerradas en pequeños puños a su
lado.
Le quito el sujetador, lo dejo caer y se desliza hacia un lado, dejando al
descubierto cada centímetro de su delicada espalda. Le quito la tapa al frasco de
loción que tengo en la mano, extiendo una generosa cantidad en la palma y dejo caer
el frasco al suelo.
Con la mano que tengo libre, le aparto el cabello de los hombros, dejándolo
caer alrededor de su cabeza como un halo. Le tiemblan los hombros, y no sé si es
porque tiene frío, está enojada o tiene miedo.
Me froto las palmas de las manos, asegurándome de no derramar la loción,
antes de poner las dos manos sobre su espalda. Ella respira agudamente al primer
contacto, pero no protesta cuando empiezo a frotarle la loción con aroma a vainilla.
Tardo unos cinco minutos en masajearle la espalda antes de que se relaje lo
más mínimo. Paso los pulgares por su columna vertebral y toda la mano hacia arriba,
preguntándome cuánta fuerza haría falta para romper los huesos que hay bajo su piel.
Presto especial atención a sus hombros, que están tan tensos que hacen que me
duelan los dedos.
—¿Por qué haces esto? —Ella rompe de repente el silencio.
—No hables —advierto—. Sólo relájate.
Ella no escucha, por supuesto. Aunque no dice nada más, su cuerpo no se relaja
del todo. Sigo masajeando su espalda, sus hombros e incluso sus brazos hasta que
toda la loción se ha impregnado en su piel y mis manos se han secado.
Todo este tiempo, mi polla ha estado tan tiesa como sus hombros, y sé que no
me costará mucho correrme ahora mismo. Colocando mis manos al lado de su cuerpo,
cambio mi peso de ella.
—Date la vuelta —le ordeno, y para mi total sorpresa, accede.
Gira su cuerpo sobre la espalda con torpeza, con las manos agarrando el
sujetador que le cubre el pecho. Cuando gira del todo, me empujo hacia arriba y me
58
acomodo en sus muslos.
—Quítate el sujetador —exijo mientras abro el botón de mis vaqueros a toda
prisa. Sus ojos bajan hasta donde mis manos ya están desabrochando la cremallera,
y sin duda puede ver el bulto que se esconde debajo.
—Te dije que no voy a hacer esto contigo. Sólo...
La interrumpo en medio de la frase rodeando su cuello con una mano. De
repente, sin preocuparse por el sujetador, sus manos suben para agarrarse a mi
muñeca. No la estoy ahogando, mi agarre simplemente la mantiene en su sitio, pero
la amenaza está ahí.
—Sométete a mí... baja los brazos y deja que te haga lo que quiera.
—No. —Mueve la cabeza tanto como se lo permito.
—¿Por qué tienes que ser tan jodidamente terca?
Si las miradas pudieran matar, su mirada de muerte me enviaría directamente
a las puertas del infierno. No cederá a menos que le ofrezca algo.
—Sométete a mí y te dejaré en paz durante unos días. —Miro la manta delgada
y rasposa—. Y tal vez incluso te consiga una manta y una almohada nuevas.
Estudia mi cara, probablemente buscando cualquier señal de que estoy
mintiendo, pero en realidad estoy diciendo la verdad. Si me sirve para salirme con la
mía, lo haré.
—Sabes que mantendré mi palabra. Sólo dame lo que quiero. Puede ser
nuestro pequeño secreto; nadie tiene que saber que cediste ante mí. Tu orgullo no
será dañado.
—No es mi orgullo lo que me preocupa. —Su voz es baja, y de alguna manera,
parece aún más pequeña cuando suelta sus manos de mi muñeca y las coloca junto a
su cuerpo.
Su pecho sube y baja rápidamente cuando la suelto del cuello y le quito el
sujetador por completo. Le agarro el pecho con la palma de la mano y paso los
pulgares por sus sonrosados pezones, haciéndola temblar.
Como si el universo se burlara de nosotros, sus tetas encajan en mis manos
como si estuvieran hechas para mí. ¿Cómo podemos encajar tan bien físicamente
cuando no hay manera de que podamos pertenecer el uno al otro?
Somos enemigos, y eso nunca, nunca cambiará.
Me sacudo el pensamiento, me enderezo y libero mi polla palpitante.
—La semana pasada me marcaste. —Señalo el tenue óvalo rojo en mi cuello
donde ella incrustó sus malditos dientes en mi piel—. Es mi turno de marcarte, y por
59
suerte para ti, mi marca no duele.
Envuelvo mis dedos alrededor de mi dolorosa longitud y empiezo a acariciarla.
Sus ojos están clavados en mi polla, como si nunca hubiera visto una en su vida. Su
inocencia me excita aún más, y no tardo en sentir el cosquilleo en la base de mi
columna vertebral.
Con una mano, me agarro a su cadera con la otra, imaginando cómo sería que
su estrecho coño se tragara mi polla y no mi mano. Mis bombeos se vuelven furiosos,
y echo la cabeza hacia atrás con un gruñido cuando se me juntan los huevos.
Y entonces exploto. Salen de mi polla chorros de semen pegajoso que caen
sobre su estómago y su pecho. Mi orgasmo parece eterno, y solo cuando la última
réplica ha recorrido mi organismo abro los ojos y miro lo que he hecho.
Me mira como si estuviera en trance, hipnotizada por lo que acabo de hacer.
Como una pintura brillante, mi semen salpica toda su piel blanca y cremosa.
Soltando mi polla, uso ambas manos para frotar mi semen en ella, masajeando
sus pechos y su estómago como hice antes con su espalda.
—Tú me marcaste; ahora yo te he marcado a ti. Estamos en paz.
Parpadea lentamente como si no estuviera segura de que esto sea real. No me
molesto en decirle que lo es. En su lugar, me bajo de la cama y me vuelvo a poner los
pantalones. Me limpio las manos en una toalla que cuelga sobre la silla de su
habitación y me pongo las botas antes de salir por la puerta.
—Nos vemos en unos días —digo, justo antes de cerrar la puerta tras de mí. Si
voy a mantener mi palabra, tengo que irme ya.

60
10
Aspen

¿C
onoces el dicho de que sólo puedes evitar algo durante un tiempo?
Aunque Quinton ha sido fiel a su palabra y me ha dejado en paz
durante los dos últimos días, no puedo evitar exactamente al resto
del alumnado, que resulta que también me odia tanto como él.
Estaba segura de que iba a hacerme daño esa noche. Cuando me dijo que me
pusiera en la cama, escondí mi cara para que no viera lo asustada que estaba
realmente. Me imaginé que me iba a torturar como a la mujer del libro. Las imágenes
de él con un cuchillo en la mano, tallando en mi piel como si no fuera más que un trozo
de carne, pasaron por mi mente.
Ni en un millón de años pensé que me daría un puto masaje en la espalda.
Todavía no entiendo de qué iba todo eso. Si quería masturbarse con mis tetas, podría
haberme obligado a hacerlo de inmediato. No había ninguna razón para masajearme
de esa manera, a menos que lo único que quisiera hacer fuera jugar a juegos
61
mentales.
Mientras sigo tratando de entender a Quinton, no hay duda de cuál es mi
posición con el resto de la escuela. A cada paso, la gente se mete conmigo.
Esta mañana, alguien me tiro su zumo de naranja y me llamo basura. Porque
aparentemente, las ratas y la basura van de la mano. Todos los días tengo que luchar
para pasar por el pasillo. No importa a qué hora del día, siempre me encuentro
presionada contra la pared, mis compañeros me empujan y me empujan como una
muñeca.
Aliviada de que mis clases hayan terminado por hoy, me dirijo a mi dormitorio
para sacar mis libros de la biblioteca. Ni siquiera he llegado a la puerta cuando noto
que algo cuelga del pomo. Se me revuelve el estómago y pienso en el peor de los
casos: que alguien me esté gastando una broma o intentando humillarme de alguna
manera.
Me acerco a la bolsa como si fuera una amenaza de bomba. Al acercarme, me
doy cuenta de que es una bolsa como la que traía mi ropa de cama. Enganchando la
punta del dedo en el borde de la abertura, tiro lentamente de ella para poder mirar
dentro.
Todo lo que veo es un edredón enrollado, pero dudo que eso sea todo lo que
hay ahí. Esto tiene que ser un truco. Algo va a saltar de la bolsa en cualquier momento.
Cuando pasan unos segundos y no ocurre nada, empiezo a sentirme estúpida
por quedarme parada. Haciendo uso de todo mi coraje, finalmente arrebato la bolsa
del pomo de la puerta y me meto en la habitación. Dando la vuelta a la bolsa, dejo el
contenido en el suelo delante de mí y veo cómo se despliegan una almohada y la
manta enrollada.
Extrañamente, parecen normales... limpias, como si alguien las hubiera
agarrado de la lavandería y las hubiera metido en la bolsa.
Agarrando la esquina de la manta, me la llevo a la nariz. El fresco aroma del
detergente para ropa llena mis fosas nasales.
Mmm, también huele normal.
¿Podría ser? ¿Existe la posibilidad de que Q realmente me haya conseguido
una manta? Que haya cumplido su trato.
Inspecciono el interior de la bolsa vacía y cada centímetro de la manta una vez
más antes de decidir que debe ser así. No sé cómo ni por qué, pero no voy a quejarme
por ello. Por primera vez en mucho tiempo, siento alegría, y casi me da miedo
permitirme disfrutar de este momento porque sé que en cualquier momento las cosas
cambiarán. Aun así, me tomo un momento para deleitarme con la alegría y, con una
sonrisa en los labios, cambio las viejas sábanas y la rasposa manta por la nueva y
mullida. 62
Si Brittney no me estuviera esperando, y no tuviera libros que devolver, me
acurrucaría en la cama ahora mismo. El nuevo confort me llama como una sirena.
No, no puedo. Tengo cosas que hacer. Mientras recojo mis libros, mis ojos se
posan en mi ordenador y decido intentar hablar por Skype con mi madre rápidamente
antes de irme.
Quizá por fin responda a una de mis llamadas. Llevo intentando hablar por
Skype con ella desde que llegué, pero nunca contesta, y me estoy cansando de
esforzarme, pero ¿a quién más tengo que llamar? A nadie, eso es.
Abro el portátil, abro Skype y hago clic en el nombre de mi madre. El extraño
tono de llamada que suena como una invasión alienígena llena la habitación. Después
de tres timbres, el sonido se interrumpe de repente y la cara de mi madre aparece
en la pantalla.
—¿Mamá? —La palabra sale como una pregunta. Así de sorprendida estoy de
que ella haya contestado.
—Aspen, cariño. ¿Cómo has estado? —La cara de mi madre está perfectamente
pintada, como un lienzo raro, y su cabello rubio está peinado como siempre.
Parece la misma aunque sé que es falsa.
—Terrible —admito, sin ahorrarle mi verdad—. Este lugar es lo peor. Odio
todo lo relacionado con esta escuela. —Trato de no parecer quejosa, pero es muy
difícil. Ella no tiene ni idea de lo que estoy pasando aquí.
—Estás exagerando. —Pone los ojos en blanco.
—No, no estoy exagerando. Esto es una pesadilla. Todo el mundo, y me refiero
a todo el mundo, me odia. No puedo caminar sin que la gente me choque a propósito,
me empuje contra las paredes y me tire el desayuno encima. Para colmo, no tengo
dónde lavar mi ropa, y Quinton Rossi está aquí. Viviendo aquí, atormentándome.
—No puede tocarte —dice, examinando sus uñas.
—Puede, y lo ha hecho.
—No pareces herida —señala, restando importancia a todo lo que digo.
—Me ahogó en la clase de gimnasia el otro día. —Durante una fracción de
segundo, los ojos de mi madre se abren de par en par, y la preocupación parpadea
en ellos.
—Probablemente no era su intención. —Se recupera rápidamente. —Además,
eso es mejor que estar muerta, ¿no crees?
—Cualquier cosa es mejor que estar muerta, pero en este momento, no creo
que sea seguro o incluso inteligente que me quede aquí. —Ni siquiera quiero tratar 63
de explicarle lo que creo que podría pasar a continuación.
Quinton no tiene límites, es el jaguar y esta es su selva. No tengo ni tendré
nunca una oportunidad contra él.
En los ojos azules de mi madre, unos ojos que recuerdo haber admirado cuando
era niña, se dibuja la incertidumbre. A lo largo de los años, mi relación con ella se ha
vuelto cada vez más tensa. Sólo empeoró cuando lo perdimos todo, y cuando papá
fue a la cárcel, se volvió inexistente.
—Mamá, tienes que creerme. Lo estoy intentando. Lo estoy intentando de
verdad, de verdad. Me he mantenido al margen de todo, agachando la cabeza, pero
todos me persiguen. Hasta los profesores me odian.
La incertidumbre de mi madre se convierte en miedo. Verla así hace que mi
estómago se retuerza y se anude de una manera diferente. Una forma que me dice
que estoy en más peligro de lo que pensaba.
—Escúchame, Aspen. Aquí fuera, estás como muerta. Hay gente que persigue
a tu padre, gente que lo quiere muerto, y por extensión, a nosotros. Así que, aunque
entiendo que la gente sea una mierda allí, cualquier cosa es mejor que estar aquí
fuera. Te lo prometo.
Lo único que puedo hacer es sacudir la cabeza. Ella no tiene ni idea de lo que
estoy experimentando, del miedo que siento cada noche cuando cierro los ojos, y al
segundo que me despierto. Algunas noches, me pregunto si ésta será la última vez
que cierre los ojos.
—Realmente odio estar aquí. —Juego con la idea de contarle lo que pasó
anoche, lo que me hizo Q, pero el hecho es que podría haber hecho algo mucho peor.
En nuestro mundo, las mujeres suelen recibir un trato inferior al de los
hombres. Muchas hijas son casadas o vendidas al mejor postor en cuanto cumplen los
dieciocho años. Un destino del que, por suerte, me he librado.
Sus labios rosados se aprietan en una fina línea. —Es hora de madurar. Todos
tenemos que hacer cosas que odiamos a veces. Mira a tu padre; fue a la cárcel, lo
sacrificó todo por nosotros.
Pongo los ojos en blanco. —Todo lo que hizo fue culpa suya.
—Estás a salvo allí.
—¿Incluso con el hijo del enemigo pisándome los talones? Él me odia, y
también todos los demás. Tengo miedo de que una noche ocurra algo malo. —Odio
decir las palabras en voz alta, pero es la verdad, y me hace preguntarme, ¿estoy
realmente más segura aquí que allá afuera?
—La escuela tiene reglas estrictas, que ni siquiera los Rossis pueden romper.
Nadie muere. No puede tocarte. Por favor, confía en mí. No hay lugar más seguro que
esa escuela.
64
—Me gustaría poder creerlo.
—Lo siento, Aspen. Me tengo que ir, pero te llamaré en unos días para ver cómo
va todo, ¿de acuerdo?
—De acuerdo —acepto, aunque lo único que quiero hacer es tirar el estúpido
portátil al otro lado de la habitación, subirme a un avión y volar a casa.
—Adiós —dice, y la llamada termina antes de que pueda responder.
La pantalla se queda en negro y cierro el portátil con más fuerza de la
necesaria. No me permito ni un segundo para revolcarme en la autocompasión. En su
lugar, recojo mis cosas una vez más y me dirijo a la biblioteca. Es el único lugar del
que puedo escapar, donde la gente me deja en paz. Es donde puedo sumergirme en
mi trabajo y leer. Donde no tengo que preocuparme de que nadie me humille o me
empuje.
Mi refugio.

Después de pasar el resto de la tarde en la biblioteca, regreso a mi dormitorio


justo después de la cena. Me paso por la cafetería de vuelta y tomo un bocadillo
envasado. Está caducado desde hace un par de días, pero es todo lo que me permiten
comer. La mayoría de los días tengo que mendigar comida, lo que me hace sentir
como una completa mierda, y cuando me dan algo, ya está caducado, como la leche
del desayuno del otro día. La abrí para comer con unos cereales y casi vomito por el
olor. Después de eso, sentí que era más seguro beber agua.
En cuanto llego a mi puerta, sé que algo no va bien y se me erizan los pelos de
la nuca. La puerta está agrietada y estoy segura de que la cerré antes de salir. Me
acerco lentamente a la puerta, esperando que algo o alguien salte. Tras un minuto de
espera, y al no oír risas ni movimiento, abro la puerta de un empujón y enciendo el
interruptor de la luz.
Nadie salta ni empieza a gritar, así que entro y cierro la puerta tras de mí. Un
nudo de preocupación me aprieta las tripas. Debería haber esperado que alguien
acabara intentando sabotear mi habitación. Después de todo, es el único lugar donde
puedo escapar de todos ellos.
Colocando mi mochila en el suelo y mis libros en el escritorio, escudriño la
habitación, buscando cualquier cosa que pueda faltar o estar fuera de lugar.
Quienquiera que haya sido vino con una agenda; no se arriesgaría a entrar en
mi habitación sin un propósito.
Mi mirada pasa por la mesita de noche y luego por la cama, donde noto algo 65
rojo en el edredón blanco. Al apartar el edredón, suelto un grito de terror porque
sobre mi colchón hay una rata muerta, con un cuchillo clavado en el cuerpo.
Mi apetito se evapora en el aire y lo único que puedo hacer es quedarme
mirando el animal muerto y la sangre en mis sábanas blancas. Cierro las manos en
puños apretados, y la rabia se impone al miedo. No necesito pensar mucho para saber
quién ha hecho esto.
Quinton. Lo hizo para meterse conmigo, para herirme. Al darme las mantas, me
dio una falsa sensación de esperanza. Me hizo creer que si le dejaba hacer lo que
quería, me ayudaría, pero lo que realmente quería era hacerme daño, hacerme
parecer un idiota.
Me arde la lava en las venas, arranco las sábanas de la cama y las arrojo con
rabia al pasillo. Las lágrimas me escuecen en los ojos, pero las reprimo, negándome
a dejar caer una sola. No voy a llorar por él. No le mostraré lo débil que soy porque
eso es lo que él quiere. Agotada mental y físicamente, me acurruco en el suelo en
posición fetal y miro fijamente la puerta, preguntándome cómo puedo vengarme de
alguien que es más grande que esta universidad, más grande que mi padre y mucho
más peligroso que cualquiera de los que conozco.
Si quiere una partida, la tendrá. Puede que sea yo contra todos los demás, pero
si lo que dijo mi madre es cierto -que nadie puede matarme aquí- entonces al menos
estoy a salvo de eso. No importa lo que haga para vengarse, él no puede matarme.
Dejo que mis ojos se cierren con ese pensamiento en mi mente. Tengo que
encontrar la manera de recuperar mi vida.

66
11
Quinton

M
irando al techo desde mi cama, me pregunto cuántos días son en
realidad. Llevo tres días sin ver a Aspen y las ganas de ir a buscarla
aumentan por momentos. Todavía no estoy seguro de lo que voy a
hacer con ella. Todo lo que sé es que la necesito a mi alcance.
Mi teléfono vibra en el bolsillo, interrumpiendo mi diálogo interior. Al sacar el
pequeño aparato, encuentro la cara sonriente de Scarlet iluminando la pantalla.
Deslizo el dedo para responder al videochat y aparece la imagen en directo de Scarlet
en su habitación.
—¡Hola! —Me saluda como si verme fuera lo más emocionante que le ha pasado
en todo el día.
—Hola, ¿qué estás haciendo? —pregunto, entablando conversación.
—Oh, lo de siempre, ser salvaje y alborotador. Anoche me emborraché hasta 67
las cejas y me invitaron un grupo de chicos... creo que eran moteros. —Se golpea el
dedo en la barbilla y frunce la nariz como si estuviera pensando.
—Sí, claro —resoplo—. Estoy seguro de que los guardias los dejaron entrar.
—¡Ah, se divierten con nosotros, y tenemos una stripper saliendo de una tarta!
—Tu imaginación no tiene límites. Deberías escribir un libro o algo así.
—Hmm, tal vez lo haga. Aunque primero tengo que pasar por el instituto.
—Estarás bien. Probablemente te graduarás muy pronto. —Scarlet sólo tiene
quince años, pero ya se ha saltado dos cursos, y no me sorprendería que empezara a
estudiar aquí antes de que yo terminara. La idea de tener a mi hermana pequeña aquí
conmigo me emociona y me aterra a la vez.
—Sí, tienes razón. Lo haré totalmente. ¿Y tú? ¿Cómo va la escuela? ¿Cómo está
Ren? ¿Han hecho ya amigos? ¿Los profesores son amables? —Continúa,
bombardeándome con preguntas.
—Cálmate. Te lo contaré todo. —Me recuesto contra la cabecera y empiezo a
contarle sobre la escuela, cómo son las clases, hasta lo que sirve la cafetería. No
menciono a Aspen, y no pienso hacerlo en el futuro.
—Q, realmente deberías hablar con mamá...
—No. —Sacudo la cabeza—. Hablaré con ella cuando esté preparado para
decirme la verdad sobre mi madre biológica.
—Q... —Scar me pone sus mejores ojos de cachorro y ya sé que voy a ceder—
. No la hagas sufrir porque eres terco. Sabes que no puede ir en contra de los deseos
de papá. No quiere que lo sepas. Por favor, Q. Mamá está muy dolida y odio verla así.
—Muy bien, déjate de culpas y ponla al teléfono. —Las palabras apenas han
salido de mi boca cuando Scarlet se levanta y sale corriendo de su habitación. Tengo
que apartar la vista de la pantalla, ya que el vídeo rebota hacia arriba y hacia abajo,
haciendo que me duela el cerebro.
—¡Mamá! ¡Mamá! Es Q —anuncia Scar emocionada—. Quiere hablar contigo.
Scar empuja el teléfono en la mano de mamá y su cara llena la pantalla. Su
cabello rubio fresa está recogido en un moño en la parte superior de la cabeza y sus
ojos azules chocan con los míos. Me recuerda al instante por qué decidí no hablar con
ellos todavía.
Sólo mirarla -la única madre que he conocido- es como echar sal en una herida
abierta.
—Quinton —susurra, casi como si no pudiera creer que estoy aquí.
—Mamá. —A mis ojos, ella es mi mamá y siempre lo será; aunque no
compartamos el ADN, compartimos cosas más importantes. El amor. Recuerdos: risas,
68
tristezas, alegrías y dolores.
Sus labios rosados forman una sonrisa. —¿Cómo estás? ¿Cómo va la escuela?
—Todo va bien. —Intento no sonar tan tenso como me siento.
Ella asiente. —Eso es bueno. Aquí todo sigue igual. —Hace una pausa antes de
añadir—: Tu padre y yo te extrañamos.
—Dudo que lo haga —digo. Si me extrañara tanto, no me habría echado sin
decirme la verdad.
—Lo hace... y yo... desde que te fuiste, siento que he perdido dos hijos. —Sus
ojos azules se empañan, y es como si un cuchillo se clavara en mi pecho ante la
imagen de la pantalla que tengo delante.
Mierda, ahora me siento como una mierda, y encima, culpable. He estado
posponiendo hablar con alguno de ellos, la rabia y la tristeza siguen tan frescas como
el día que descubrí la verdad, bueno, la verdad a medias.
—Lo siento. Debería haberte llamado y hablado antes. No quiero que te
preocupes por mí. Yo sólo... —Me quedé sin palabras. De repente, evitarla no parece
más que una rabieta. Fui tan jodidamente egoísta al hacerla sufrir sólo por lo que hizo
mi padre.
—Está bien. Sé que tú también estás de duelo, y encima lo otro. No debió ser
fácil que todo tu mundo se pusiera patas arriba. Sólo quiero que sepas que nunca me
importó. Te quise igual, y siempre serás mío a mis ojos.
—Siempre serás mi madre —murmuro y desvío la mirada de la cámara,
incomodándome por la avalancha de emociones—. ¿Podemos hablar de otra cosa
ahora? —Me aclaro la garganta, que de alguna manera se siente apretada.
—Sí. —Mamá se ríe, y el sonido es como una cálida manta en una noche oscura
y fría.
—Háblame de las clases. ¿Estás aprendiendo algo?
Le doy la misma respuesta deslavada que le di a Scarlet, que parece
satisfacerla igualmente. Tras unos minutos más de conversación, el brazo se me pone
rígido de tanto sostener el teléfono frente a la cara.
—Me alegro de que hayamos podido hablar. Realmente te extraño, Q.
—Yo también te extraño, mamá. Hablamos pronto. —Me lanza un beso y yo
pongo los ojos en blanco antes de terminar el videochat con una sonrisa en la cara.
Ya me siento mejor, más ligero ahora que he hablado con mi madre. Podría darme
una patada en el culo por no haberlo hecho antes.
Guardando mi teléfono en el bolsillo, estoy a punto de salir por la puerta
cuando ésta se abre. Ren aparece al otro lado, sonriendo de oreja a oreja.
69
—¿Acabo de oír la voz de tu madre aquí?
—Sí, he hablado con ella. —Paso por delante de él y entro en el espacio que
compartimos.
—Me alegro de que lo hayas hecho. ¿Cómo están? ¿Cómo está Scarlet?
—Bueno. Hoy incluso ha bromeado conmigo como solía hacer.
—Bien, sé que debe estar pasándolo mal con tu ausencia. Tantos cambios.
—Sí, pero ella es resistente y fuerte. —A veces pienso que es más fuerte que
yo, pero no lo digo en voz alta—. ¿Quieres ir a comer?
—Sí, claro. —Ren asiente a la puerta y salimos juntos.
Cuando llegamos a la cafetería, está llena. Sé que la escuela tiene unos
trescientos estudiantes. Tengo la impresión de que todos están aquí. Después de
agarrar la comida, no hay ninguna mesa libre a la vista, pero en cuanto nos acercamos
a una, cuatro chicos toman sus bandejas y se levantan para hacernos lugar.
—A veces, ser quien eres tiene ventajas —señala Ren mientras nos sentamos.
—No puedo negarlo —digo, cogiendo el tenedor.
Estoy a punto de comer cuando una voz que atraviesa la multitud me hace
detenerme. Observo la sala y mis ojos se posan en una chica menuda con el cabello
rubio recogido en una cola de caballo suelta. No puedo distinguir lo que está diciendo
por encima del ruido de la cafetería, pero puedo oír sus partes agudas.
Agita los brazos como si estuviera gritando a la persona que está detrás del
mostrador. De repente, gira y se aleja como si estuviera a punto de golpear a alguien.
Su rostro está enrojecido, con la ira grabada en sus rasgos, y sus manos están cerradas
en pequeños puños, listas para dar un puñetazo.
Un tipo la empuja por el camino y yo aprieto el tenedor. Ella ni siquiera
reconoce al tipo, simplemente se estabiliza y sigue caminando. Ya casi ha llegado a
la puerta cuando otra persona la empuja con el hombro. Esta vez es una chica de
cabello corto y castaño. Vuelve la nariz hacia Aspen, desafiándola a decir algo.
Aspen se aleja de la chica y empieza a caminar a su alrededor. Es entonces
cuando su mirada furiosa se posa en mí. Nunca había visto sus ojos llenos de tanto
odio y rabia. Como un volcán a punto de entrar en erupción, se dirige hacia mí como
una especie de escudera preparada para la batalla.
—¿Estás contento ahora? —grita una vez que está más cerca. Hay tanto veneno
en su voz que apenas parece ella misma.
Se detiene justo delante de la mesa y, antes de que pueda comprender lo que 70
está ocurriendo, arranca mi bandeja de la mesa. Sólo soy vagamente consciente de
los gritos de asombro de la gente que me rodea mientras veo cómo la bandeja, junto
con mi plato, la bebida y el postre, vuelan por el aire y aterrizan con un fuerte golpe
en el suelo a nuestro lado.
Toda la cafetería se queda en silencio, el único sonido es la respiración agitada
de Aspen. —Yo. Jodidamente. Te. Odio. —Cada palabra sale de sus labios con una
rabia venenosa. Su pecho se agita y me lanza una última mirada fulminante antes de
marcharse. La observo, aturdido por toda la situación. Esta vez nadie pasa por delante
de ella con los hombros. En cambio, se apartan de su camino como si tuviera algún
tipo de enfermedad que les preocupara.
—¿Tiene un maldito deseo de morir?
Oigo la pregunta de Ren, pero no consigo responder. Aturdido, miro alrededor
de la habitación.
Todas las miradas están puestas en mí. La misma conmoción que siento se
refleja en mí dondequiera que me gire. Todavía con el tenedor en la mano, miro la
mesa ahora vacía y luego el desorden en el suelo. Algunos miembros del personal ya
están empezando a limpiar la comida derramada y el plato roto. Hacen lo posible por
arreglar todo y hacer que parezca que no ha pasado nada, pero sé mejor que nadie
que hay cosas que no se pueden arreglar. Miro fijamente los trozos rotos del plato
mientras un recuerdo se abre paso en mi mente.
Sentado en la cama de Adela, acuno el marco de fotos entre mis manos como si
fuera un artefacto de valor incalculable. Su rostro sonriente me devuelve la mirada. En
ese momento, no tenía ninguna preocupación en el mundo. Sus grandes ojos azules
estaban llenos de vida, su sonrisa jubilosa, su cabello suave.
Tenía toda su vida por delante, y ahora se ha ido. Muerta. Mi hermosa hermana
se ha ido. La habitación todavía huele a ella, y tal vez por eso me gusta sentarme aquí.
Me hace sentir más cerca de ella. Como si no se hubiera ido realmente.
Mi agarre en el marco de la foto se hace más fuerte. Han pasado dos semanas y
mis padres aún no han hecho ningún anuncio. Nadie más que nosotros sabe que se ha
ido. Tres días después de su muerte, tuvimos un pequeño funeral privado por el que
estoy agradecido. Me alegro de que fuéramos sólo nosotros y no cientos de personas a
las que, de todos modos, no les importaba una mierda. No quería su compasión ni sus
disculpas fingidas. La gente sólo se preocupaba cuando les beneficiaba, y alguien
acabaría utilizando la reunión como una forma de formar una alianza o hacer un trato.
Me alegro de que no lo haya permitido, pero sigo sin entender por qué lo
mantiene en secreto. Supongo que no debería sorprenderme sabiendo que ha estado
ocultando todo tipo de verdades. Pero no reconocer que se ha ido me enfurece más que
nada.
71
¿Tan poco le importaba ella? ¿No quiere honrar su memoria?
Por mi mente pasan tantas preguntas sin respuesta, y lo peor de todo es que no
creo que vaya a obtener nunca respuestas a ellas.
Vuelvo a colocar el cuadro en la mesilla de noche y me levanto, dispuesto a salir
de la habitación, cuando se oye un fuerte estruendo en el piso de abajo. En un momento,
la casa está en completo silencio; al siguiente, se desata el infierno.
Los hombres gritan, hay disparos, mi hermana y mi madre gritan, y a mí me entra
el pánico y salgo corriendo al pasillo, necesitando llegar a ellas. No puedo perder a
nadie más. Moriré antes de hacerlo.
No consigo dar más que un paso fuera de la habitación de Adela antes de que me
aborden y me empujen al suelo de golpe.
—¡Quítate de encima! —Lanzo el codo hacia atrás a mi atacante, pero no se
mueve.
Tengo la cara mirando hacia la puerta abierta, una rodilla me aprieta la espalda
mientras me veo impotente al ver a cuatro hombres con equipo táctico entrar en la
habitación de mi hermana muerta. Las letras FBI están escritas en la parte trasera de sus
chalecos antibalas.
¿Qué demonios hacen los federales aquí?
Esa pregunta se desvanece en el aire cuando los cuatro hombres empiezan a
destrozar la habitación de Adela.
—¡No! ¡Dejen sus cosas en paz! —grito por encima del ruido, pero nadie me
escucha. Le arrancan las sábanas y le dan la vuelta al colchón, derribando el marco de
la foto en el proceso. Sin cuidado, caminan por encima de sus cosas, sin mirar dónde
caen sus pesadas botas. Siento que se me llenan los ojos de lágrimas. Mi ira es tan
profunda que es lo único que puedo sentir.
Puede que sea hijo de mi padre, pero tengo un corazón, y late con orgullo por mi
familia. Uno de ellos pisa su cuadro, el cristal cruje bajo su pie, y el sonido penetra en
mi corazón. En una bruma de desesperación y furia, veo cómo destruyen su habitación.
Manchando todas sus cosas... lo único que me queda de ella.
—Oye, ¿estás bien? —La voz de Ren me hace volver a la realidad. Me sacudo
el recuerdo, pero no puedo sacarme de encima los sentimientos que me produjo. La
pérdida de control, el dolor, la agonía de ver cómo se hacen pedazos los últimos
recuerdos que tienes de alguien.
El dolor resuena en mi pecho con cada latido de mi corazón. ¿Estaré bien alguna
vez?
Pienso en Aspen, y eso sólo intensifica mi rabia. Sé que no es su culpa, que es
72
de su padre, pero eso no cambia nada, no en mi mente.
Para mí, ella es el enemigo, y la maniobra que acaba de hacer le ha puesto una
X roja en la espalda. Aspen sufrirá las consecuencias de sus acciones, porque no sólo
no seré visto como débil frente a mis compañeros. No dejaré que piense ni por un
segundo que tiene una oportunidad de recuperar el control de su vida.
12
Aspen

E
stoy tan jodidamente hambrienta que podría llorar. No me gusta mucho
comer sólo lo que queda del día anterior, pero la comida caducada es
mejor que no comer. Cuando el tipo que está detrás del mostrador me
dijo que no había restos de comida y que no podía agarrar nada, perdí la cabeza.
La mezcla de hambre dolorosa, falta de sueño, ira ardiente y humillación era
demasiado tóxica como para aguantarla. Lo único que lamento es haberme
desahogado con Q. No es que no se lo merezca, pero sé que hacer una escena delante
de toda la escuela me costará. No lo dejará pasar. Va a tomar represalias, y no estoy
segura de estar preparada para ello.
Ignorando el vacío en mi estómago, me pongo la capucha de mi sudadera
sobre la cabeza y me dirijo al único lugar de esta universidad en el que realmente me
siento segura.
En cuanto entro por las grandes puertas que dan acceso a la biblioteca, me
73
relajo un poco. Me quito la capucha, camino y miro entre todos los pasillos hasta
encontrar a Brittney. Finalmente la veo en la sección de ficción con la nariz metida en
un libro.
—¿Revisando los libros románticos de nuevo?
Mi voz la saca del universo que estaba visitando y sus ojos se dirigen a mí.
—¡Oh, hola! —Cierra bruscamente el libro que tiene delante y lo empuja
rápidamente a la estantería—. Sólo estoy haciendo un control de calidad rutinario. Es
parte de mi trabajo —dice inocentemente.
—Claro que sí. —Me río, sintiéndome ya un poco más ligera. Brittney se ha
convertido en una amiga, mi única amiga, haciendo que la biblioteca sea el único
lugar en el que soy realmente bienvenida. Mi sonrisa se desvanece al pensar en lo
sola que estoy realmente. Aunque tengo a Brittney, sólo la veo en el lugar donde
trabaja. Probablemente ni siquiera sería mi amiga si no trabajara aquí.
—¿Qué pasa? Estás un poco pálida. —Brittney se acerca, con la preocupación
grabada en su rostro. Me da unas palmaditas en el hombro como si le importara.
—Oh, no es nada. Es que hoy no he comido nada. —O ayer, añado en mi mente.
—Bueno, entonces estás de suerte. Porque he traído el almuerzo, y hay
suficiente para los dos.
—¿Estás segura? No quiero...
—Te he dicho que hay suficiente para las dos —interrumpe—. Ahora, vamos a
alimentarte antes de que te caigas. Ya estás muy flaca.
Tomándome del brazo, básicamente me arrastra por la biblioteca hasta su
despacho. —Siéntate. —Me empuja a la silla y desaparece en otra habitación anexa.
Oigo el tintineo del microondas y, a continuación, el maravilloso aroma de la comida
llena el aire. Tengo que ahogar un gemido. Mi estómago ruge tan fuerte que me
sorprende que Brittney no pueda oírlo desde la otra habitación.
Un momento después, reaparece, llevando dos platos llenos en sus manos. —
Aquí tienes, querida. —Me pone un plato delante y me da un tenedor. Intento no
comer como una salvaje, pero es difícil no meterme comida en la boca como si no
hubiera comido en días.
Para que sea menos incómodo, intento entablar una pequeña charla entre los
grandes bocados.
—¿Llevas mucho tiempo trabajando aquí?
—Este es sólo mi segundo año, pero este año es mucho más divertido ya que
realmente tengo un estudiante que viene a la biblioteca. —Se ríe.
74
—¿Cuántos años tienes? —pregunto mientras me meto en la boca trozos de
pollo marinado.
—¿Qué edad crees que tengo? —replica, clavando un trozo de lechuga romana
en su tenedor. Inclino la cabeza hacia un lado y examino su rostro. Aparte de algunas
líneas de expresión alrededor de los ojos, nada más muestra su edad.
—Si tuviera que adivinar, diría que a finales de los veinte años.
—Tu suposición es correcta. —Ella sonríe, y su sonrisa es tan contagiosa que
me hace sonreír a mí también. Conozco a Brittney desde hace poco tiempo, pero me
da una sensación diferente a la de cualquier otro personal con el que me he cruzado
aquí. Todos han sido odiosos y despectivos, incluido el maldito director. No puedo
evitar preguntarme cómo terminó trabajando aquí, y aunque sé que es un poco
grosero preguntar, no puedo evitarlo.
—Perdona si esta pregunta parece sobrepasar la línea que separa al alumno
del profesor, pero ¿cómo has acabado consiguiendo un trabajo aquí? No pareces una
criminal. Quiero decir, tal vez lo eres, pero eres buena en ocultarlo.
Brittney suelta una carcajada y sus mejillas se enrojecen. No sé si la he
avergonzado o si he hecho algo malo.
—Bueno, es una historia un poco larga... y un poco personal. —Sus mejillas
están ahora muy rojas, y me mira como si no estuviera segura de sí debería
contármelo.
—Entiendo perfectamente si no quieres decírmelo. Sólo tenía curiosidad.
Brittney sacude la cabeza. —No, no. Está bien, es que... —Sus ojos se desvían
por un momento antes de volver a encontrarse con los míos, y entonces deja escapar
un suspiro—. Pasé por una fase un poco salvaje en mis días de universidad. Salía con
un informático por aquel entonces y me enseñó todo lo que sabía sobre piratería
informática y sobre cómo meterme en cosas en las que no tenía nada que hacer.
Me quedo con la boca abierta, y no voy a mentir. Me sorprende su respuesta.
—¿Te enseñó a hackear los ordenadores de la gente? —Quiero decirle lo
genial que es eso, pero no lo hago ya que tengo la sensación de que esta historia no
va por buen camino.
Ella asiente. —Phoenix me enseñó todo.
—¿Se llamaba Phoenix?
—Sí, a mí también siempre me gustó su nombre. Su nombre de usuario era
Firebird. —Suelta una risita, y una chispa que nunca había visto antes destella en sus
ojos, pero se desvanece más rápido de lo que apareció. 75
—Parecía un tipo tan normal. Todo empezó inocentemente, como un juego,
pero luego el juego se volvió serio. Me volví muy buena, y lo peor es que lo
disfrutaba. —Puedo oír la vergüenza en su voz y me quedo aún más absorta mientras
continúa su historia—. Al ser estudiantes universitarios, teníamos poco dinero, así que
empecé a piratear. Al principio, era por pequeñas cantidades y nada atroz, sólo aquí
y allá, pero como todo, se salió de control. Antes de que me diera cuenta de lo que
estaba haciendo, me hizo hackear la base de datos de la CIA.
—Vaya, eso es... bueno, es una locura.
—Lo sé, y casi fui a la cárcel por ello, pero pude llegar a un acuerdo con Julian
Moretti. Vino a verme y básicamente me dijo que si hacía mi pirateo para él
exclusivamente, me ayudaría a no ir a la cárcel. Por supuesto, lo hice. La cárcel no me
habría sentado bien. —Se ríe—. Me puso este trabajo, y siempre que necesita hackear
algo, soy su chica.
—No tenía ni idea. De hecho, dudo que alguien haya sospechado que eres un
hacker.
—Hay que tener cuidado con los silenciosos. —Me guiña un ojo y las dos nos
echamos a reír. El mero hecho de hablar con otro ser humano me hace sentir mucho
mejor, y cuando terminamos de comer, me siento completamente satisfecha.
—Entonces, ¿qué pasó con Phoenix y contigo?
—Bueno... resulta que era algo más que el dulce informático que yo creía. El
trato con Moretti incluía asegurarse de que Phoenix acabara en la cárcel, pero se
escapó cuando lo estaban trasladando, que es una de las razones por las que estoy
aquí.
—Oh.
—Sí, oh tiene razón. Phoenix me está buscando, pero dudo que me encuentre
aquí. —Brittney se encoge de hombros—. Sin embargo, no es un mal trato. Este lugar
sigue siendo mucho mejor que la prisión, y he hecho una amiga bastante
impresionante aquí.
—Yo también he hecho una amiga impresionante. —Sonrío. Este lugar sería
casi soportable si no fuera por Quinton.
—Ahora, ¿cuál es tu historia? —pregunta, su pregunta me toma desprevenida.
¿Estoy preparada para contarle lo de mi padre? Estoy segura de que ya lo sabe, así
que ¿qué estoy ocultando realmente?
—En realidad no tengo ninguno. Mi padre era traficante de armas; ahora está
en la cárcel, seguro que lo has oído. —Intento no sonar tan asqueada como me siento
al hablar de la puerta giratoria de odio que me envían cada día por su culpa. No fui
yo quien dio la espalda a la familia Rossi. No les clavé el cuchillo en la espalda, y sin
embargo estoy pagando las mismas consecuencias que mi padre... quizá peores. 76
—Se habla de rumores entre el personal, pero yo no creo en esas tonterías. Yo
juzgo a una persona en función de lo que conozco de ella y de cómo me trata. No me
importa lo que otros piensen de ti. Mientras te portes bien conmigo, me parece bien.
Eso explica por qué no me dio la espalda aquella noche en el pasillo. Había
oído los rumores y sabía lo que la gente decía, pero se formó su propia opinión de mí
al pasar tiempo conmigo. Era algo que deseaba que hicieran más miembros del
personal de aquí. No era una mala persona, y tampoco era la rata.
—Gracias por no juzgarme y asumir que soy una persona de mierda desde el
principio. Cada día desde que llegué aquí ha sido un infierno, y el único respiro que
tengo es este lugar.
—Eres bienvenida en la biblioteca cuando sea. Siempre estoy aquí, haciendo
algo. Ya casi no duermo por la noche.
La noche... oh, Dios. Miro por la ventana y me doy cuenta de que ya es de
noche. ¿Cómo ha pasado el tiempo tan rápido?
—Mierda, tengo que volver a mi habitación. Tengo que ducharme, estudiar un
poco y luego irme a la cama. —Me levanto de la silla pero me detengo antes de dar
otro paso—. Gracias por la cena y por salir conmigo y compartir un poco sobre ti.
—Por favor, no es un gran problema. Me gusta pasar tiempo con ustedes. Es
agradable que los estudiantes usen la biblioteca, aunque no sean tantos como yo
preferiría.
Sonrío y digo: —Volveré mañana.
—Ya estoy deseando que llegue.
Le hago un pequeño gesto con la mano antes de darme la vuelta y empezar a
caminar hacia la salida que lleva de nuevo a la parte subterránea de la escuela.
El gran pasillo está vacío, cosa que normalmente agradezco, pero hoy hay algo
en el aire que no me gusta. Un escalofrío me recorre la columna vertebral, casi como
si el universo quisiera advertirme de algo.
Debería haber escuchado, carajo.
Tomo el ascensor para bajar al nivel inferior, sin que mi miedo irracional me
abandone. La puerta se abre con un ping, y casi espero que alguien salte al interior
del pequeño espacio. Cuando no ocurre nada, salgo y miro a ambos lados del pasillo.
Vacío. Me dirijo a mi habitación y me paso las palmas de las manos por la parte
delantera de la camisa, nerviosa. Mi corazón se acelera, pero no sé por qué. ¿Tal vez
debería volver a la biblioteca? No, eso es ridículo. Estoy bien. En lugar de dejarme
ganar por el miedo, sigo adelante como la chica tonta que soy. Sacudiendo el sexto
sentido, ignoro todas las señales... hasta que es demasiado tarde.
77
—Miren a quién tenemos aquí —retumba la voz de Matteo detrás de mí. Me doy
la vuelta, lista para empezar a correr, pero dos tipos me agarran—. Aspen Mather...
He estado esperando mucho tiempo para ponerte las manos encima.
Tratar de liberarme sólo hace que me aprieten más, y cuando giro la cabeza
para mirarlos, me doy cuenta de que conozco a los dos. Uno es Marcel, de la clase de
historia, y el otro es Nash, uno de los amigos de Quinton.
—¿Qué quieres? —Aprieto los dientes. Marcel está a un lado y Nash al otro. Sus
dedos carnosos se clavan dolorosamente en mis brazos, pero me obligo a no
reaccionar.
—Me debes una mamada, ¿sabes?
—No te debo nada.
—Pero lo haces. Si no fuera por ti, me habría mojado la polla aquella noche en
la recaudación de fondos de los Belmonte. ¿O te has olvidado de eso?
No podría olvidarlo aunque quisiera.
—¡Detente! —En cuanto salgo de la habitación, oigo una voz aguda procedente
de algún lugar del pasillo. Es sólo una palabra, pero puedo decir que quien la dice está
asustado. Me doy la vuelta para encontrar su origen, pero el pasillo está vacío.
Por un momento, me quedo ahí, escuchando, preguntándome si mi mente me está
jugando una mala pasada. Estoy a punto de volver al salón de baile cuando vuelvo a oír
la misma voz.
—¡He dicho que no!
Esta vez, soy capaz de localizar mejor de dónde viene la voz, y me pongo en
marcha en su dirección. Justo detrás de una gran columna, encuentro un pequeño
pasillo. Me hierve la sangre cuando veo una figura grande que presiona a otra mucho
más pequeña contra la pared. Su espalda es tan ancha que no puedo ver realmente a la
chica que está acorralando hasta que me acerco.
—¡Oye! Suéltala —exijo, la ira me hace más valiente de lo que probablemente
debería.
La gran figura se gira para mirarme, con sus ojos oscuros desorbitados por la
rabia. —Sólo estamos hablando. Piérdete.
—Déjala ir —repito. Cuando las palabras no parecen registrarse en su pequeña
mente, continúo: —Iré a llamar a seguridad si no lo haces.
—Maldita soplona —gruñe el tipo y pasa por delante de mí.
Me precipito hacia la chica apoyada en la pared. Tiene la cabeza inclinada, el
pecho agitado y se rodea el torso con los brazos, como si intentara mantenerse firme. 78
—Oye, ¿estás bien? —pregunto, frotando suavemente la parte superior de su
brazo. Ella levanta la vista, con los ojos llenos de miedo.
—Gracias —susurra, y sólo entonces me doy cuenta de quién es.
—¿Adela? —Sólo la he visto una vez, pero recuerdo que es la hija mayor de
Xander Rossi—. Tenemos que decírselo a tu padre. Se asegurará de que ese tipo no
vuelva a tocar a nadie.
—No, no, no. Por favor, no se lo digas a nadie. Matteo no volverá a hacerlo.
—¿Conoces a ese tipo?
—Sí, es un amigo de la familia.
—¿Amigo? —Eso no parecía en absoluto amistoso.
—Bueno, su padre es amigo de mi padre, pero eso no importa. Por favor, no se lo
digas a nadie. Mi padre no me dejaría salir nunca más si se enterara.
—Pero no has hecho nada.
—Por favor, Aspen. No lo entiendes. Por favor... toma, agarra esto. —Me pone
algo en la mano. Me miro los dedos y encuentro una fina pulsera de oro rosa con un
colgante brillante que me envuelve los dedos.
—No puedo soportar esto. —Vuelvo a mirar hacia arriba justo cuando Adela se
desliza junto a mí—. Quédatelo. Es un agradecimiento y un amuleto de buena suerte.
He tenido esa pulsera conmigo durante mucho tiempo, e incluso ahora, la tengo
cerca de mí. Tal vez no lo suficientemente cerca. Porque la suerte me ha abandonado
por completo al encontrarme en las garras de estos imbéciles.
—No eres más que un sucio cerdo. ¿Tienes que forzar a todas las chicas porque
no puedes encontrar a alguien que realmente te quiera?
—Podría, pero no sería tan divertido. —Matteo se ríe antes de ordenar: —De
rodillas.
—No... —Uno de los chicos me da una patada en las piernas mientras el otro
me empuja hasta ponerme de rodillas. El dolor irradia por mis muslos cuando hago
contacto con el implacable suelo de hormigón.
—Ahora, vamos a ver cuántas veces puedo meter mi polla en tu garganta antes
de que te desmayes.
Estoy a punto de empezar a gritar cuando la sombra de una figura aparece
detrás de Matteo.
—¿Qué coño estás haciendo? —La voz de Quinton llega a mis oídos momentos
antes de que mis ojos puedan enfocar su rostro. Se da cuenta de toda la situación, su
mirada va de un lado a otro entre Matteo, yo y los otros dos chicos. Por una fracción
79
de segundo, siento alivio. Realmente creo que me ayudará, que los detendrá y me
dejará ir.
—Por fin vamos a darle un buen uso a su boca. ¿Quieres unirte? —Matteo
ofrece.
El espacio se sume en un silencio ensordecedor. Una vez más, creo que
Quinton detendrá esto y me protegerá de ellos como protegí a su hermana aquella
noche en la recaudación de fondos.
Los ojos de Quinton se clavan en los míos, con un millón de palabras no dichas
que perduran en el aire entre nosotros.
—¿Qué quieres hacer, Q? —presiona Matteo.
Sin romper el contacto visual, Quinton dice: —Sólo si me toca primero.
13
Quinton

E
stá de rodillas, mirándome con incredulidad antes de que el miedo se
apodere de ella. Nash y Marcel están arrodillados junto a ella, sujetando
un brazo cada uno, inmovilizándola por completo. Ambos observan con
excitación cómo me desabrocho los pantalones.
Matteo se mueve alrededor de Aspen y se detiene justo detrás de ella. Parece
menos excitado y más molesto. Es una pena para él que me importe un carajo lo que
sienta. Lo único que importa ahora es Aspen de rodillas frente a mí.
Mi polla está tan dolorosamente dura que tengo que tragarme un gemido
cuando la saco. A través de sus pestañas, me lanza otra mirada suplicante, rogándome
que no lo haga sin palabras, pero es demasiado tarde. Estoy demasiado lejos para
detenerme.
—Abre la boca, y ni se te ocurra morderme. Si siento el más mínimo roce de
tus dientes en mi polla, te follaré el culo en su lugar, y ¿adivina qué? No he traído
80
lubricante, así que puedo garantizar que será una experiencia desagradable... para
ti, al menos. ¿Entendido?
—¿Por qué no hacerlo de todos modos? —Matteo se ríe, inclinándose para
agarrarle el culo.
—No me toques, carajo —le escupe a Matteo, intentando liberarse de su
agarre. Él simplemente se ríe de sus débiles intentos y le da una palmada en el culo,
cuyo sonido rebota en las paredes.
Apretando las muelas, contengo la ira que no entiendo. ¿Y qué, quiere
follársela? Debería dejarlo. Debería dejar que todos se la follaran. Debería, pero no
lo haré.
—He dicho que la mantengas quieta, no que la manosees para que se resista
más —le digo.
Matteo asiente con la cabeza, aunque está claramente descontento con mi
pedido.
Con una mano, me agarro a la barbilla de Aspen con la otra para inclinar su
cabeza hacia mí. —Sé una buena chica y abre la boca.
Sus ojos siguen siendo desafiantes, pero sabe que esta es una batalla que no
puede ganar, y que la cooperación va a ahorrarle dolor. Su boca se abre lentamente,
su labio inferior tiembla mientras su mirada se vuelve borrosa.
La misma calma que sentí antes me invade una vez más. Tengo el control. Todo
sucede porque yo lo digo. Este es mi juego, mis reglas.
La punta de mi polla gotea precozmente mientras la acerco a su boca.
Siseo de placer cuando la cabeza de mi miembro hace contacto con su suave
lengua. Los chicos mantienen a Aspen completamente inmóvil mientras yo empujo
más profundamente en su boca caliente. Cierra sus gruesos labios alrededor de mi
pene y casi me deshago.
Sin romper el contacto visual, empiezo a follarle la boca con empujones
superficiales, notando cómo intenta cerrar la garganta para que no llegue demasiado
profundo. Dejo que se salga con la suya durante unos minutos antes de que llegue el
momento de hacerlo yo.
—Abre la garganta —le exijo, observando cómo el pánico recorre sus rasgos.
No se habrá creído que le voy a follar la boca con movimientos lentos y aburridos,
¿verdad?
Usando mis dos manos, acuno su cabeza entre ellas y la mantengo en su sitio.
—Abre la boca y relaja la garganta.
81
Hace lo que le ordeno. Un gemido sale de sus labios y deja que su boca se abra.
Por primera vez desde que empezamos, cierra los ojos. Una parte de mí quiere que
me mire, para mantener esa conexión, pero la otra parte se alegra de no tener que
ver esa súplica desesperada en lo más profundo de su melancolía.
Le meto la polla hasta el fondo de la boca y veo cómo le entran arcadas cuando
la punta le presiona la garganta. La mantengo ahí un momento, observando cómo se
esfuerza por asimilarme antes de sacarla para dejarla respirar.
Sólo le doy unos segundos, y luego repito la acción, forzando mi polla tan
profundamente que mis pelotas están presionadas contra su barbilla. Aún
sosteniendo su cara entre mis manos, utilizo mis pulgares para limpiar las lágrimas
de las comisuras de sus ojos mientras empiezo a follarle la cara en serio.
Perdiendo el último hilo de control que mantenía, introduzco mi polla en su
garganta sin piedad. Una y otra vez, me introduzco en su cálida boca, haciendo que
le den arcadas por la intrusión. Una gruesa saliva cubre mi polla, goteando sobre mis
pelotas y su barbilla.
—Mierda, sí, haz que se atragante. —Matteo gruñe, y yo hago lo posible por
ignorarlo—. No puedo esperar a follarla después.
—Yo soy el siguiente después —dice Nash.
—Váyanse a la mierda —gime Marcel.
Aspen mantiene los ojos cerrados, probablemente deseando que esto termine.
Lo que no sabe es que acabamos de empezar.
Todo lo que nos rodea se desvanece y sólo quedamos ella y yo. El sonido de
sus náuseas se mezcla con mis gruñidos de placer, y puedo sentir el orgasmo
creciendo en la base de mi columna vertebral. Me meto en ella una última vez y me
mantengo ahí. Me corro con tanta fuerza que las estrellas danzan por mi vista. Cuando
mi orgasmo termina por fin y salgo de su garganta, ella aspira con pánico y empieza
a toser furiosamente.
Le suelto la cara y los chicos le sueltan los brazos. Ella se desploma hacia
delante, intentando controlar su respiración. Todo su cuerpo tiembla, y mi conciencia
ruge al ver su pequeño cuerpo acurrucado en el suelo frente a mí.
—Date prisa y recupera el aliento. —Matteo se ríe, dándole una palmadita en
la espalda—. Soy el siguiente, y tampoco voy a ser suave. —Empieza a desabrocharse
el cinturón.
Aspen sigue jadeando cuando me hago a un lado y vuelvo a meter mi polla,
ahora desinflada, dentro de los pantalones. Matteo se pone delante de ella, ocupando
mi lugar. Agarrando un puñado de su cabello rubio, le levanta la cabeza, obligándola
a mirarlo. 82
—Chúpala bien porque tu saliva será el único lubricante que tendrás —
advierte.
Sus ojos llorosos se llenan de ira y luego le escupe a la cara. —¡Vete a la mierda!
—¡Puta estúpida! —Matteo se limpia la cara con el dorso de la mano antes de
volver a girarla hacia ella.
Sin pensarlo, lo agarro del brazo, impidiendo que la golpee. —Es suficiente.
Suéltala.
—¿Hablas en serio? No hemos terminado con ella —interviene Matteo. En
cuanto las palabras salen de su boca, sabe que ha cometido un error al contestarme.
En lugar de soltarle el brazo, se lo retuerzo hasta que grita de dolor. Nash y
Marcel sueltan a Aspen y se alejan con las palmas hacia arriba en señal de rendición.
Un movimiento inteligente.
Suelto a Matteo con un empujón, y Aspen no pierde el tiempo. En cuanto se
libera, se pone en movimiento, pero en lugar de limitarse a huir, se levanta y lanza su
puño contra el riñón de Matteo. Él gruñe y se desploma de dolor mientras ella se va
antes de que él pueda recuperarse.
—¡Maldita perra! —dice tras ella—. Te vas a arrepentir. —Le lleva un momento
recuperarse. Cuando se endereza de nuevo, se dirige a sus chicos—. Voy a hacerla
pagar por eso. La próxima vez, tendrá algo más que una rata muerta en su cama.
—¿De qué demonios estás hablando? —pregunto.
—Ayer dejamos una rata muerta en su cama —explica Nash con orgullo—. La
clavamos en su colchón con un cuchillo.
—Fue genial. —Matteo se ríe—. Pero nada comparado con lo que viene ahora.
—¿Cómo coño entraste a su habitación?
—Fácil. —Marcel se encoge de hombros—. El conserje nos hizo una copia de
su tarjeta de acceso. Podemos entrar cuando queramos.
—Dámela —exijo, extendiendo la mano.
Marcel parece un poco aturdido, pero vuelve a meter la mano en el bolsillo y
saca la cartera. Encuentra la tarjeta y me la entrega.
—¿Sólo tienes este? —Miro a los tres rostros. Cuando todos asienten,
continúo—: Nadie entra en su habitación aparte de mí. Nadie la toca aparte de mí.
Nadie la atormenta aparte de mí. Es mía y sólo mía. Si descubro que alguno de ustedes
le está haciendo algo, les cortaré las pelotas y se las meteré por la garganta. ¿Está
claro? 83
Nash y Marcel asienten con la cabeza furiosamente. Matteo no es tan
inteligente. Estudia mi cara por un momento, con la mandíbula apretada y los ojos
brillantes. Sé que quiere mandarme a la mierda, pero consigue contenerse y asentir
levemente. Será él quien tenga que vigilar.
—Bien. —Deslizo la tarjeta llave en mi bolsillo—. Nos vemos por ahí.
Me alejo con una sensación inquietante en lo más profundo de mis entrañas.
Que no hace más que extenderse como un reguero de pólvora a medida que todo lo
que ha sucedido hoy se repite en mi mente. Es como ver una película por segunda
vez, pero ahora tienes más información. Conoces el final, detalles que antes
desconocías.
Entraron en su habitación y destruyeron su cama justo después de que le diera
una manta nueva. Todas las piezas encajan. Ella cree que fui yo, y no puedo culparla
por esa conclusión. Pensó que yo la engañé, y por eso hizo la escena en la cafetería.
Aun así, hizo una escena, haciéndome parecer débil delante de toda la escuela.
Tuve que hacer algo para vengarme, sin importar su razonamiento.
No me siento culpable por lo que le hice hace un momento, pero sí me siento
incómodo por Matteo. No va a dejar pasar esto. No sé cuándo ni cómo, pero devolverá
el golpe. Lástima por él, lo que dije fue en serio. Ella es mía para atormentarla, sólo
mía para controlarla, y no dejaré que nadie me quite eso.
La gravedad de mi afirmación sólo empieza a calar cuando llego a la puerta de
mi dormitorio. La abro y entro. El lugar está oscuro y silencioso, lo que me hace saber
que Ren ya está durmiendo. Al comprobar la hora, me doy cuenta de que ya es más
de la una de la madrugada.
En silencio, me dirijo a mi habitación. Pienso brevemente en ducharme, pero
eso significaría alejar a Aspen de mi cuerpo. La idea de que su saliva seca se quede
en mi polla hace que el cabrón se retuerza en mis pantalones. Dios, estoy jodido. Mi
mente es retorcida y depravada, pero en lugar de disculparme por ello, lo acepto.
Abrazo la oscuridad que corre por mis venas.
Nací en esta vida y no pienso luchar contra ella. Me quito las botas y me
desvisto rápidamente, pero renuncio a la ducha.
Al caer en la cama, miro el techo, sabiendo que no hay manera de que me
duerma pronto. Así que, en lugar de eso, dejo que lo anterior se repita en mi mente...
La forma en que su lengua se sentía en mi polla, sus suaves gemidos, las
lágrimas en sus ojos. Su impotencia y el poder que me daba a cambio. Mierda. Es
como una droga de la que no puedo saciarme. Mi polla ya está dura de nuevo, y la
saco de mi ropa interior.
Envolviendo mi mano alrededor de la longitud, empiezo a acariciarme e
imagino que voy a su habitación. Con la llave-tarjeta, podría entrar sin que nadie se 84
diera cuenta, meterme en su cama y aprisionarla bajo mis pies antes de que se
despertara. Cierro los ojos y me la imagino acostada, con un endeble pantalón corto
para dormir que puedo bajar fácilmente antes de hundir mi polla en su estrecho coño.
La empujaría contra el colchón con cada empujón...
Mi pequeña fantasía se detiene abruptamente cuando me pregunto si ella está
ahora en su habitación. Matteo dijo que habían jodido su cama. Seguramente no
dormirá en ella después de haber puesto un roedor muerto. ¿Pero dónde más podría
dormir? ¿Consiguió una nueva cama? ¿Nuevo cuarto?
El no saber me está volviendo loco poco a poco, y por mucho que me acaricie
la polla, no puedo volver a hacerlo.
—Carajo. —Salgo de la cama, me arreglo los calzoncillos y me pongo la ropa
que me he quitado antes. Palmeo el bolsillo para asegurarme de que su tarjeta llave
sigue ahí mientras salgo de la habitación y me dirijo al otro lado del dormitorio.
Son casi las tres de la mañana y los pasillos están completamente vacíos de
estudiantes y de ruido. El único sonido que perturba el silencio del dormitorio es el
de mis pisadas.
Cuando me acerco a su habitación, al final del pasillo, me doy cuenta de que el
colchón y la ropa de cama están manchados de sangre y se han quedado en un rincón.
Frunciendo el ceño, saco la tarjeta de la llave y la paso por la cerradura que hay sobre
el pomo. La cerradura se abre y yo empujo la puerta sin hacer ruido.
Su habitación no está a oscuras, la luz del cuarto de baño adjunto está
encendida y la puerta de éste se ha quedado abierta. Mis ojos se posan en la cama
vacía. El colchón ha desaparecido y lo único que queda son las barandillas de hierro
que hay debajo. Al escudriñar el resto del pequeño espacio, descubro rápidamente
que ella no está aquí. Compruebo el baño y lo encuentro también vacío.
Sólo cuando salgo del cuarto de baño me doy cuenta del pequeño par de pies
que asoman por la esquina en sombra. Me acerco hasta la cabecera de la cama y
entonces la veo. Está acurrucada detrás de la cama, con las piernas recogidas hacia
el pecho y la cabeza apoyada en el respaldo del cabecero.
Tiene los ojos cerrados, pero su cara sigue pareciendo fruncida, como si
estuviera teniendo un mal sueño, o tal vez sólo tenga frío ya que lo único que tiene
para cubrirse es una toalla.
No debería preocuparme por su comodidad o por dónde coño duerme, pero
algo en el fondo de mi mente me dice que debería hacerlo. Tal vez sea la parte de mí
que anhela el control, o tal vez sea algo que aún no entiendo. De cualquier manera,
tengo que encontrar una manera de hacer que se detenga. No puedo permitirme
tener conciencia. 85
Ni ahora, ni nunca, y especialmente no hacia Aspen.
14
Aspen

M
is ojos se abren de golpe y me sacan del sueño cuando oigo el sonido
de la puerta al cerrarse. Inmediatamente, mi corazón se acelera y
estoy completamente despierta a pesar de estar tan agotada que
podría quedarme dormida de pie. Presa del pánico, busco el cuchillo que se me debe
haber caído cuando me dormí. Deslizando la mano por el suelo, busco en el espacio
que hay a mi lado y suelto un suspiro de alivio cuando mis dedos se deslizan sobre el
metal.
Envolviendo mis dedos alrededor del frío mango, sostengo el cuchillo frente a
mí. Es solo un cuchillo de mantequilla que tome de la cafetería, pero es mejor que
nada.
Me niego a caer sin luchar.
Conteniendo la respiración, escucho atentamente al intruso, pero sólo me
encuentro con el silencio. Agarrando con fuerza el cuchillo, asomo con cuidado la
86
cabeza por el cabecero de la cama para escudriñar la habitación.
Está vacío. Tal vez me imaginé el sonido. Mi mente está empezando a jugarme
malas pasadas, ya sea por falta de sueño, por falta de comida o por ambas cosas.
Respirando profundamente unas cuantas veces, me vuelvo a acostar en mi
rincón detrás de la cama. Es incómodo, pero me da una extraña sensación de
comodidad y seguridad. Ya sé que la gente puede entrar en mi habitación, pero si
duermo así, no me verán hasta que yo esté preparada para que me vean.
Apoyo la cabeza en la madera. Tirando de la toalla con fuerza alrededor de la
parte superior de mi cuerpo, trato de encontrar un atisbo de comodidad, lo suficiente
como para dejarme dormir un rato. Estoy tan jodidamente cansada. Cansada de esta
escuela, de esta habitación, del acoso... Estoy cansada de mi vida.
Apretando los ojos, obligo a la oscuridad a que me lleve, a que me permita
olvidar todo durante un par de horas. Empiezo a dormirme cuando algo me despierta
de nuevo, pero esta vez no es un sonido que haya imaginado lo que me despierta. Es
algo que tira de mi toalla.
El pánico me agarra por la garganta y, sin pensarlo, empiezo a agitarme a mi
alrededor, dando patadas con las piernas, esperando que una de mis extremidades
conecte con algo que me duela. Tengo los ojos muy abiertos, pero la habitación está
bastante oscura; sólo se filtra algo de luz del baño.
—Cálmate. Soy yo. —La voz de Quinton rompe la niebla del pánico, pero no
me impide luchar. Me hará daño y me romperá si se lo permito.
Tengo las manos vacías y no tengo ni idea de dónde ha ido a parar el cuchillo,
así que tengo que usar los puños para intentar luchar contra él.
No llego muy lejos, y lo siguiente que sé es que Quinton me agarra por los
tobillos. Me empuja hacia él, de modo que estoy en el suelo, con la parte posterior de
mi cabeza casi golpeando el suelo.
Luego se sube encima de mí, con su enorme cuerpo cubriendo el mío,
presionándome contra el suelo y dejándome completamente inmovilizada. Giro la
cabeza hacia un lado y Quinton hunde su cara en el pliegue de mi cuello.
Mi espalda está fría por el suelo de cemento, pero mi frente está caliente por
el calor del cuerpo de Quinton. Sólo pasa un momento hasta que todo lo que puedo
sentir es a él, el peso de su cuerpo, la presión de sus muslos contra los míos.
—Sólo cálmate —repite Quinton, su voz baja, suave, y es sólo entonces que las
palabras que dijo se hunden. Cuando me desperté, me dijo: —Cálmate. Soy yo. —
Como si el hecho de que sea él quien me visite y no otra persona fuera a calmarme.
¿Es realmente tan delirante?
87
Incapaz de moverme ni un centímetro, hago lo único que puedo y me concentro
en mi respiración. Para mi sorpresa, Quinton no se mueve ni deja que todo su peso se
apoye en el mío. Sus brazos están a ambos lados de mí, aprisionándome pero también
soportando parte de su peso para no arriesgarse a aplastarme.
—Estoy tranquila —le susurro en el hombro, haciendo todo lo posible por no
respirar su aroma varonil en mis pulmones. Es picante y embriagador, y no quiero
admitir ni por un segundo la forma en que me hace girar la cabeza.
Se queda quieto unos instantes más antes de apartarse de mí. Sigo sus
movimientos y me siento, apoyando la espalda en la pared.
—¿Qué quieres? —Finalmente logro preguntar, aún tratando de entender por
qué está aquí.
En sus ojos parpadea la incertidumbre mientras busca algo a su lado. Me llevo
las piernas al pecho para protegerme. Me aterra lo que pueda hacer a continuación.
Después de lo que me hizo en el pasillo, no creo que vuelva a confiar en él.
—Te he traído esto. —Toma un edredón y me lo entrega. Lo miro, deseando
desesperadamente agarrarlo, pero no soy tan estúpida como para hacerlo. No otra
vez.
—No, gracias.
—Sólo tómalo.
—¡No! ¿Crees que soy tan estúpida? Esto sólo puede ser una de dos cosas. O
me estás dando algo para jugar a juegos mentales jodidos conmigo, o esto es algún
tipo de pago. ¿Es este tu regalo de 'lo siento'?
—No lo siento. —Se encoge de hombros. Por supuesto, no lo siente. Alguien
como él no siente remordimientos—. Y esto no es un juego mental. Te dije que te
conseguiría una manta nueva, y estoy cumpliendo mi palabra. No puse esa rata en tu
habitación.
—Genial, ¿así que todos en esta escuela tienen una llave de mi habitación?
—Ya no. Sólo que ahora tengo una llave.
—¿Se supone que eso me hace sentir mejor? —Mientras digo las palabras, ya
sé que lo hace, y lo odio. Odio que de todas las personas de ese grupo de chicos, Q
me haga sentir que es el menor de los males.
—Realmente no me importa cómo te sientes. Ahora, toma la maldita manta y
vuelve a dormir.
—No. —Sacudo la cabeza y envuelvo mis brazos alrededor de las piernas para
poder apoyar mi mejilla en las rodillas—. Déjame en paz. —Las palabras salen a
medias, sabiendo que de todas formas no me va a escuchar. Aun así, cierro los ojos y
espero lo mejor.
88
Por supuesto, tenía razón. No me va a dejar en paz. En cambio, me tira la manta
encima. Asustada, intento quitarla de un puntapié, pero antes de que lo consiga, me
levanta del suelo y me sube a su regazo.
—¿Qué demonios estás haciendo? —Protesto, pero dejo de forcejear
inmediatamente porque froto involuntariamente mi culo sobre su entrepierna con
cada movimiento que hago.
—Cállate y duérmete.
Aturdida por el silencio, permanezco callada mientras él me envuelve con la
manta y me estrecha contra su pecho, acunándome como a un niño pequeño. No me
doy cuenta de lo rígido que está mi cuerpo hasta que empiezan a dolerme los
músculos, que tiemblan de agotamiento, y me veo obligada a relajarme un poco.
Tan pronto como lo hago, me hundo más en su abrazo y me maldigo
interiormente por dejar que esto ocurra. Sé que es un truco, un juego que está
jugando, pero no puedo evitar aferrarme a este pequeño consuelo. Aunque no sea
real. Estoy tan jodidamente cansada. Mi cuerpo está agotado y todo lo que quiero
hacer es dormir.
Mis ojos se cierran sin mi permiso y dejo que mi mejilla se apoye en el pecho
de Q. Es tan cálido... y huele bien... Sin embargo, sigo odiándolo. Lo odio por lo que
es y por lo que me ha hecho hoy. Lo odio.
—Espero babear toda tu estúpida camiseta —murmuro contra su pecho,
arrancando una risa baja. Es lo último que recuerdo antes de caer en un sueño
profundo y sin sueños.

Por primera vez desde que llegué aquí, me despierto algo descansada. Tardo
un momento en orientarme y darme cuenta de dónde estoy. Sigo acurrucada en el
suelo, escondida detrás de mi cama, pero en lugar de estar fría e insoportablemente
incómoda, estoy envuelta en un capullo de manta gruesa, con la cabeza apoyada en
una almohada mullida.
Todavía ligeramente desorientada, miro alrededor de la habitación y la
encuentro vacía. Si no fuera porque la almohada y la manta huelen a él, diría que lo
de anoche fue un sueño. Todavía no sé por qué apareció y fingió que le importaba,
pero ya sé que nada bueno saldrá de ello.
Él mismo lo dijo. No se arrepiente de haberme obligado a hacerle una mamada
delante de sus amigos. El recuerdo de aquello invade mi mente y se me revuelve el
89
estómago. Antes me utilizó para excitarse, pero nadie lo vio. Era más fácil retorcerlo
en mi mente y convertirlo en algo que no era.
No se puede endulzar nada de lo que me hizo delante de esos tipos. No fue más
que degradante y violento. Nunca me he sentido tan utilizada e indefensa en mi vida.
También nunca experimenté tanto alivio como cuando los hizo parar. Que Quinton me
haga lo que me hizo ya es bastante malo, ¿pero Matteo? No creo que hubiera
sobrevivido a su cruel toque.
Intento no interpretar nada en ello, sabiendo que Q simplemente no quiere
compartir su nuevo juguete. Ya sé que eso no va a durar siempre. Puede que me haya
protegido de Matteo anoche, pero no lo hará por mucho tiempo. Tendré que
encontrar una forma de protegerme si quiero aguantar otro año, mes o día aquí.
Abro el cajón de la mesita de noche y deslizo la mano hacia el fondo. Cuando
mis dedos tocan el frío metal, los envuelvo en la fina cadena y saco la pulsera.
Lo puse allí nada más llegar. A lo largo de los años, lo he llevado a menudo
conmigo, esperando el momento en que pudiera devolvérselo a Adela. Como esa
oportunidad aún no se ha presentado, lo he utilizado como un faro de esperanza. Un
recordatorio de que soy fuerte y no necesito conformarme. Ella me dio esa pulsera
durante uno de sus momentos de debilidad, y yo la he utilizado como fuerza en
algunos de los míos. Fuerza. Ese pensamiento me recuerda que llego tarde a
Educación Física.
Mierda. Vuelvo a meter la pulsera en su escondite. La clase de educación física
que se supone que me enseña el combate cuerpo a cuerpo. Uf. Quiero volver a
acurrucarme en esta manta e irme a dormir, pero no puedo. No puedo saltarme esa
clase porque eso es lo que quieren. Quieren destrozarme y hacer que me quede
encerrado en mi habitación para lamerme las heridas.
Que se jodan. Ese pensamiento me da la fuerza suficiente para levantarme del
suelo y tirar la manta y la almohada sobre las barandillas vacías de la cama.
Levantando los brazos por encima de la cabeza, doy un buen estiramiento a mi cuerpo
antes de entrar en el baño y prepararme para la clase.
Lo primero que noto al quitarme la camiseta de la cama son los moratones en
forma de dedos que tengo en la parte superior de los brazos. Presiono la carne tierna,
que ya se está poniendo morada. Me duele, pero he experimentado cosas peores.
Estos moretones desaparecerán, pero los recuerdos de anoche no. Permanecerán en
los rincones oscuros de mi mente para siempre.
Al comprobar la hora en el reloj, me doy cuenta de que llego tarde y pongo en
marcha mi rutina matutina. Saco la ropa que lavé a mano ayer de la barra de la ducha,
donde está colgada para secarse. Me visto y me calzo las zapatillas de deporte, me
recojo el cabello en una coleta y salgo corriendo de la habitación.
90
Tengo tanta prisa que ni siquiera me doy cuenta de las extrañas miradas que
recibo al cruzarme con la gente. Todos deben de haberse enterado de la escena de
ayer en la cafetería, porque no quiero pensar en la alternativa.
Por lo menos, nadie choca conmigo a propósito, lo que supone un avance
respecto a mi día normal.
Tomo el ascensor hasta el nivel superior y entro rápidamente en el gimnasio,
donde el instructor ya ha empezado a dar clases.
La mayoría de los estudiantes están de pie alrededor de Quan en un círculo,
prestando atención a lo que les dice. Todos menos Quinton, a quien veo apoyado
despreocupadamente contra la pared, con cara de aburrimiento.
Sin siquiera pensarlo, camino alrededor de los otros estudiantes y me acerco a
él.
Gira la cabeza hacia mí, levantando una ceja cuando me acerco. Obligo a mis
pies a detenerse, preguntándome qué demonios estoy haciendo. ¿Por qué estoy
caminando hacia él, como una polilla a la llama? Sé que no debo acercarme a la bestia,
pero aquí estoy, marchando hacia su trampa.
Se le dibuja una sonrisa en la cara y me hace un gesto para que me acerque.
Sacudiendo la cabeza, miro alrededor de la sala justo cuando Quan anuncia: —
Bien, compañeros.
Mierda.
Al escudriñar la multitud, espero el milagro de encontrar una chica dispuesta a
formar pareja conmigo. Por supuesto, todos se limitan a sacudir la cabeza. No tardan
en encontrar pareja, lo que nos obliga a Q y a mí a estar juntos de nuevo. Me acerco
trotando a él con la cabeza bien alta.
—No sé por qué lo intentas siquiera. Nadie se va a asociar contigo.
—No lo sabes. Alguien podría cambiar de opinión un día.
—No lo harán —dice, sonando nada más que seguro de sí mismo—. Me
sorprende que hayas venido.
—No me das miedo —miento. Estoy aterrorizada, pero haré lo que sea para
fingir que no lo estoy—. Y no puedes controlarme —añado, esa es menos mentira.
—La segunda podría ser cierta. No puedo controlar tu mente, pero voy a
intentarlo de todos modos. —Me guiña un ojo como si acabara de hacer una broma o
dijera algo coqueto—. Ahora, ven hacia mí.
—¿Eh?
—Atácame. Has venido a clase, ¿vas a quedarte parada las próximas dos horas
91
o vas a entrenar conmigo?
—Esperaba entrenar con alguien más de mi tamaño. No contigo... otra vez. —
Cruzo los brazos sobre el pecho.
—Tienes que ser capaz de luchar contra cualquiera que sea una amenaza, no
sólo contra gente de tu tamaño. ¿Crees que un tipo en un callejón no te atacará porque
pesas menos que él?
Maldita sea, tiene razón.
—Bien, hagamos esto. Preferiblemente sin la parte de asfixiarme.
—No puedo hacer ninguna promesa. Parece que sacas lo peor de mí. —Sonríe,
lo que me da el empujón de ira que necesito. Usando esa energía, cargo contra él y
le tiro el hombro al estómago. O al menos lo intento. Me agarra fácilmente y me
empuja como un insecto molesto antes de que pueda hacer contacto.
Me rodea con sus brazos, me abraza como un oso por detrás y su olor me invade
la nariz. Huele tan bien como anoche, cuando me dormí en sus brazos.
—Anda —dice despreocupadamente como si fuera algo fácil de hacer.
Empiezo a contonearme, pero su agarre alrededor de mis brazos es férreo,
inmovilizando mis miembros inútiles a un lado de mi cuerpo. Finalmente, dejo de
luchar y me tomo un momento para recuperar el aliento.
—No puedo soltarme —digo, derrotado.
—Sí, se puede. Sólo tienes que saber cómo. Soy más fuerte que tú, así que
ambos sabemos que nunca vas a dominarme. Lo siguiente mejor es ser más
inteligente que yo.
—¿Cómo me ayuda eso a escapar? No puedo usar el poder del cerebro. No soy
un Jedi.
—Tienes que usar la mecánica de mi cuerpo contra mí. Además de agitarse,
prueba esto. Deja caer tus caderas en cuclillas como si fueras a orinar en el bosque.
Al mismo tiempo, pon tus manos en el pecho como si fueras un vampiro. Sube los
brazos y los hombros simultáneamente. Luego gira hacia mi cuerpo y dame un codazo
tan fuerte como puedas en las costillas. Hazlo todo a la vez y serás libre.
Lo miro por encima del hombro con incredulidad. Estoy segura de que esto es
un truco. Algún juego que está jugando para que haga lo que quiere. Estoy a punto
de mandarlo a la mierda, pero ¿entonces qué?
Sinceramente, mi mejor opción es seguirle el juego. Esto es mejor que que me
amenace y me agreda.
92
—Está bien, como sea. Lo probaré.
Hago lo que me indica. Tardo dos intentos en ser capaz de coordinar todo el
movimiento, pero cuando lo hago, funciona. Me libero y le doy con el codo en las
costillas, arrancándole un gemido. Conmocionada, observo con la boca abierta cómo
se dobla y se acuna el costado.
Lo dejé sin aliento.
—Mierda. No sabía que podías golpear tan fuerte.
—Yo tampoco lo sabía.
Se recupera rápidamente, enderezándose de nuevo. —Muy bien, otra vez.
Repasamos este movimiento dos veces más antes de que me muestre otros tres.
No puedo quitarme de la cabeza la idea de que esto es una especie de broma para él,
pero a estas alturas no tengo ni idea de por qué se ofrece a ayudarme a defenderme,
más aún cuando sabe que yo podría usar estos mismos movimientos contra él.
Para cuando Quan nos deja salir de la clase, he acumulado una buena cantidad
de sudor, y mis músculos se tensan, diciéndome que mañana voy a estar adolorida.
Quinton sale de la clase sin decir nada ni despedirse, aunque no esperaba que dijera
nada.
Agarro una botella de agua al salir, me la bebo y lleno otra. Todavía me
encuentro caminando a toda velocidad de vuelta a mi habitación. Tengo que darme
una ducha rápida antes de ir a mi próxima clase para evitar estar apestosa.
Estoy sola en el ascensor y agradezco el momento de soledad. Cuando se
abren las puertas, salgo con la cabeza gacha. Eso resulta ser un error, porque si
hubiera mirado a mi alrededor, habría visto a Anja y a Marcel esperándome.
Cuando los veo, ya es demasiado tarde. No hay forma de evitarlos, y en lugar
de agachar la cabeza, la alzo y los miro fijamente. Marcel es el primero en reaccionar,
con una sonrisa maliciosa en los labios.
—Oh, mira, es la rata que se escapa, lista para contar otra mentira sobre
alguien.
—¿No tienes nada mejor que hacer que acosarme? —Me reafirmo, negándome
a dejarme pisotear.
—¿Es acoso si es verdad? —Anja añade, y ambas rompen a reír. Mis mejillas se
calientan y decido golpear a Anja donde más le duele.
—Sólo estás celosa porque Quinton me presta más atención que a ti. —Es una
respuesta estúpida y no es la mejor, pero sé que da en el blanco cuando Anja arruga
la nariz y levanta los labios en un gruñido.
—No le gustas. Le gusta atormentarte. Hay una diferencia.
93
No miente, pero eso no cambia el hecho de que él muestre más interés por mí
que por ella.
Me encojo de hombros. —Lo que sea que te haga más fácil dormir por la noche.
Anja parece querer darme un puñetazo, y Marcel le pone una mano
reconfortante en el hombro, impidiéndole seguir con su idea.
Me doy la vuelta y sigo caminando hacia mi habitación. Apenas he recorrido
unos metros cuando oigo a Marcel gritar: —Eso es, vuelve corriendo al cubo de
basura de tu habitación, maldita rata sucia.
No hay mucha gente en el pasillo, pero sí la suficiente como para atraer algunas
miradas, lo que provoca una atención no deseada. Siento sus ojos sobre mí, así que
me obligo a ir más rápido.
En menos de un minuto estoy en el pasillo y encerrada en mi habitación. Me
quito la ropa sudada y me meto en la ducha, poniendo el agua al máximo. Al menos
puedo dejar que mis músculos se relajen durante unos minutos antes de tener que
dirigirme a mi siguiente clase. Cuando estoy fuera, no tengo el lujo de relajarme. En
esta casa de los demonios, tengo que vigilar mi espalda en todo momento. La gente
me quiere muerta, y como no pueden matarme, harán cosas mucho peores. Tengo
que estar preparada para todo.
15
Quinton

L
os días pasan borrosos y me sumerjo en mi rutina. Desayuno, clases y
llamadas a casa. Hago todo lo posible por no pensar en Aspen ni en el
leve momento de unión que compartimos en Educación Física. No me
importa en ningún sentido, y no necesito que piense que lo hago. Sin embargo, no
voy a mentir. Su presencia me afecta de una manera más profunda de lo que jamás
creí posible.
Acabo de acostarme en la cama cuando se abre la puerta de mi habitación y
Ren entra. La cierra tras de sí como si hubiera alguien más en el apartamento o algo
así.
—¿Qué pasa? —pregunto, con una ceja levantada.
Ren se pasa una mano por el cabello, casi como si estuviera nervioso. —Matteo
me acaba de enseñar un vídeo. Es del otro día... 94
Mis cejas se juntan en confusión. —Sí, ¿sobre qué?
—Lo que hiciste con Aspen. La mamada forzada. Matteo grabó un vídeo y lo
guardó en su teléfono.
Mierda. Mi primer pensamiento es ir a buscar al cabrón y darle una paliza, pero
alejo ese pensamiento... por ahora. Ya habrá tiempo para eso.
—Mira, sabes que me importa un carajo lo que hagas, y casi nunca hago
comentarios de mierda. Quiero decir, nuestros padres son unos putos criminales,
pero ¿no crees que...? —Ren arrastra los pies, y mi frustración hacia él aumenta.
—Estás siendo raro y vago como la mierda. Si tienes algo más que decir,
entonces escúpelo. ¿Cuándo hemos tenido que cortar las palabras?
Ren sacude la cabeza como si se sacudiera lo que le molesta. —Nunca, por eso
te digo que creo que lo has llevado demasiado lejos.
Lo único que puedo hacer es parpadear mientras lo miro fijamente.
¿Dijo... dijo que lo llevé demasiado lejos?
—¿Qué coño? —arremeto, sin saber por qué de repente simpatiza con ella.
Hablaba de torturarla cuando llegamos, ¿y ahora una mamada es demasiado?
—No quiero enojarte, pero el vídeo me ha dejado al borde del abismo.
Me sorprendo, casi en completo silencio. No entiendo a qué quiere llegar.
—Tienes treinta segundos para explicarte.
La mandíbula de Ren se tensa y sus ojos se alejan de los míos. Sea lo que sea
que vaya a decir, sabe que no me va a gustar, e incluso menos que lo que ha dicho
antes.
—Vi el video, y luego Luna me llamó un poco después, y me hizo pensar... si
alguien alguna vez le hiciera eso. Me llenaría de rabia asesina. No habría nada que
me impidiera masacrar a esos cabrones.
—Si estás tratando de hacerme sentir como una mierda, no está funcionando.
Sabes lo que su familia le hizo a la mía. Sabes el dolor que causaron.
Ren frunce el ceño. —Lo sé, pero como tu mejor amigo, es mi trabajo
mantenerte controlado con la realidad. No puedo dejar que te desvíes demasiado del
camino. —Hace una pausa, y aunque tiene un punto válido, no es lo suficientemente
válido como para decirme que no tengo motivos para lo que hice. No me siento
culpable por poner a Aspen de rodillas y follarle la garganta. Lo único que odio es
que hubiera otras personas allí para verlo, pero eso es lo que se necesitaba para dejar
claro que ella sigue siendo inferior a mí—. ¿Qué pasaría si algo así le ocurriera a
Scarlet? ¿Si alguien le hiciera eso? ¿Cómo te sentirías?
El rostro angelical de mi hermana llena mi mente. La idea de que alguien le
95
haga daño o la toque de una manera que la haga sentir degradada o menos que ella
enciende un fuego en mis venas. Aun así, toda la rabia de esa afirmación se dirige a
Ren.
—¿Qué demonios te pasa? —gruño—. Scarlet y Aspen no están ni siquiera en
el mismo campo de juego, y esa es mi maldita hermana. No vuelvas a hablar de que
le ha pasado algo así. —La ira se precipita hacia la superficie, y es del tipo
incontrolable. Del tipo que necesito sacar en el gimnasio, para poder golpear el saco
de arena en lugar de la cara de Ren.
Ren sacude la cabeza, una mirada de disgusto llena sus rasgos. —¿Qué me
pasa? ¿Por qué no te lo preguntas? Te has follado la cara de una chica delante de todos
tus amigos y lo grabaron. Luego dejaste que los otros chicos tuvieran su turno. Si me
preguntas, parece que el problema eres tú, no yo.
—No dejé que nadie hiciera una mierda.
—Eso no es lo que parece en el video. Te apartaste y dejaste que Matteo
ocupara tu lugar.
—Lo detuve justo después —me defiendo.
—El vídeo se corta después de que hayas terminado con ella. Lo último que vi
fue a ti alejándote, y a Matteo poniéndose delante de ella. No parecía que estuvieras
haciendo que nadie dejara de hacer nada.
Mi mano se cierra en un puño sin pensarlo. Sería tan fácil golpear a Ren ahora
mismo, pero un puñetazo no sería suficiente para mí. Necesito algo más profundo, y
pelear con mi mejor amigo sobre lo que está bien y lo que está mal no va a sedar a la
bestia que late con vida en mis venas.
—Como sea, me voy al gimnasio. —Me bajo de la cama y tomo mis Nikes antes
de pasar por delante de él y salir de la habitación.
Me meto los pies en los zapatos y salgo del apartamento, cerrando la puerta
tras de mí. Normalmente, iría andando al gimnasio, pero corro hasta allí, con la
esperanza de liberar parte de la tensión.
Eso no parece funcionar y, en cuanto entro en el gimnasio, me dirijo al saco de
arena y golpeo mi puño contra él hasta que me duelen los nudillos. Luego me dirijo a
la cinta de correr. Me agotaré antes de entrar en una pelea con Ren, aunque se
merezca un gancho de derecha en la nariz.
Corro durante la siguiente hora. El sudor se desprende de mí y mis pulmones
arden, pero es exactamente lo que necesito.
Con cada paso que doy, considero más y más lo que dijo Ren. Sobre cómo me
96
sentiría si alguien le hiciera eso a Scarlet.
Casi al final de mi carrera, empiezo a pensar en una forma de mejorar las cosas.
No puedo retractarme de lo que hice, no es que lo haría si pudiera, pero podría
manejar las cosas con Matteo. Podría ir a verlo y obligarlo a borrar el vídeo, pero el
mensaje que transmite ese vídeo merece la pena de la reacción de Ren.
Aunque me haga sentir un poco culpable, ese vídeo hará que los demás me
teman. Les dirá que si se meten conmigo, pueden ser los siguientes. Cuando termino
de correr, hago abdominales, flexiones de brazos y levantamiento de pesas.
Incluso después de pasar dos horas y media en el gimnasio, sigo sintiendo
rabia. Aunque la sensación se ha atenuado, sigue ahí, cocinándose a fuego lento como
un guiso en la estufa a la espera de ser servido.
Salgo del gimnasio y me dirijo de nuevo hacia mi apartamento, pero después
de unos pasos, me detengo y me doy la vuelta para empezar a caminar hacia la
habitación de Aspen.
Es tan jodidamente estúpido lo atraído que estoy por ella. No de una manera
que la haga especial, pero siento que se está formando un vínculo entre nosotros, una
conexión que es meramente física.
En este lugar, ella es mi desahogo, y yo soy su salvador, su protector de algún
modo, aunque también sea el matón. La rata sigue pintada en su puerta, y me planteo
decirle a alguien que se la arregle. Puedo usarlo como táctica para conseguir que
haga algo que yo quiera. Busco en mi cartera la tarjeta de acceso a su habitación y la
introduzco en la ranura, sonriendo cuando se pone verde.
Giro la manilla y vuelvo a meter la cartera en los pantalones cortos mientras
entro en su habitación. Todavía no puedo creer lo pequeño y estrecho que es el
espacio. En cuanto entro, levanta la cabeza de donde está sentada en su pequeño
escritorio, con un libro con un tipo semidesnudo en la portada en las manos, titulado
Pretty Little Savage.
—¿Qué estás leyendo? —pregunto, cerrando la puerta detrás de mí.
—Creo que la pregunta más importante es ¿qué demonios estás haciendo aquí?
Sabes que esta no es tu habitación, ¿verdad?
Me encojo de hombros. —Es lo que yo quiera que sea. Ahora, ¿qué estás
leyendo? ¿Y por qué estás sentada en tu escritorio?
—Estoy leyendo un libro y me siento encima de mi escritorio porque no me
gusta dar la espalda a la puerta por si entra algún psicópata sin avisar.
—Te lo dije, soy el único que tiene una llave.
—La persona a la que me refiero como psicópata eres tú.
97
—Hoy estás muy bocazas. ¿No has aprendido nada de tu lección de la otra
noche?
—Lo único que aprendí es que eres un monstruo.
—¿Te traería un monstruo una manta para que no te mueras de frío por la
noche?
Deja escapar una risa sin humor. —¿Crees que porque me das ropa de cama,
de repente eres una buena persona? ¿O que eso compensa que tú y tus amigos me
agredan?
—Nunca he dicho que sea una buena persona... diablos, tal vez tengas razón.
Soy un monstruo. Así que, ¿por qué no aceptarlo? —¿Quiere un monstruo? Bien, le
daré uno.
—¿Qué quieres? —pregunta ella, con la voz ligeramente temblorosa al final.
—Quiero que te quites la ropa...
—No. No va a pasar. —Se baja del escritorio y se aleja de mí.
—Puedo hacer que lo hagas. —Me acerco a ella. Ella retrocede dos pasos hasta
que se encuentra junto a la pared y no tiene dónde ir.
—Entonces hazlo tú —se burla. —Pero nunca lo haré de buena gana.
Su afirmación me hace rechinar los dientes. Tiene razón. Puedo controlar su
cuerpo, pero no su mente, y eso me enoja más de lo que puedo decir.
—¿Qué tal un trato? Te compraré un colchón nuevo.
—¿Así que no tienes que cogerme en el suelo? No, gracias. Prefiero que tú
también estés incómodo. —Cruza los brazos delante del pecho a la defensiva, pero lo
único que puedo ver es cómo se le suben las tetas.
—Tienes razón. El colchón sería para los dos. ¿Qué más quieres?
—Me importa una mierda un colchón nuevo. Seguiré durmiendo detrás de la
cama. —Se mordisquea el labio inferior, pensando—. Lo que realmente quiero es que
me quites a Matteo de encima. Si me prometes eso, haré lo que quieras... durante una
hora.
Disimulo mi diversión. No tiene ni idea de que ya le he dicho a Matteo que la
deje en paz, pero de ninguna manera voy a admitirlo en voz alta y perder que me
dedique una hora de su tiempo.
—Entonces, ¿quieres que te quite a Matteo de encima indefinidamente? ¿Pero
sólo me darás una hora de tu tiempo? Eso no parece justo.
—Los dos sabemos que sólo te llevaría dos minutos decirle que me deje en paz, 98
y te haría caso. Dejar que me hagas lo que quieras no sólo va en contra de todo lo que
soy, sino que tendré que vivir con eso el resto de mi vida, igual que tengo que vivir
con lo que ya me has hecho.
—Bueno, si lo pones así, supongo que salgo bastante bien parado en este trato.
—Levanto mi brazo, extendiendo mi mano hacia ella. —Lo mantendré alejado de tu
espalda, y tú me darás una hora de control total.
Por un momento, examina mi mano como si fuera un objeto extraño antes de
poner su delicada mano en la mía con vacilación.
—Trato.
—¿Algo que quiera? ¿Una hora? —aclaro, sujetando su mano con fuerza.
Vacila, y puedo ver que su mente está elaborando todo tipo de escenarios. —
No me harás daño... no habrá torturas extrañas, ¿verdad?
Mis labios se estiran en una sonrisa. —No. No me gusta el dolor ni infligir dolor.
Nada de lo que estás pensando.
—De acuerdo, una hora —confirma, y mi sonrisa se amplía. Soltando su mano,
cruzo el pequeño espacio que es su habitación y tomo la silla frente a su escritorio.
La endeble silla de madera cruje bajo mi peso y, por un momento, considero
la posibilidad de sentarme en el escritorio en su lugar, pero ya tengo planes para esa
superficie plana, así que mantengo el culo plantado donde está.
—Desnúdate para mí. Te quiero completamente desnuda... y tómate tu tiempo.
Tenemos una hora, después de todo. Vamos a saborearla.
Aspira un poco de aire en sus pulmones y se lleva lentamente la mano al
dobladillo de su sudadera. Se la sube y se la pone por encima de la cabeza, revelando
que no lleva nada más debajo. Ya había visto sus tetas cuando estaba acostada en la
cama, pero ahora que está de pie, se ven aún mejor. Alegres, del tamaño adecuado,
con pequeños pezones rosados que exigen atención.
Cuando sus dedos se introducen en la cintura de sus leggings, mis ojos se
dirigen a su estómago. Siempre ha sido una cosita delgada, pero ahora que ya no
lleva el jersey holgado, me doy cuenta de que está aún más delgada de lo normal.
Tiene el estómago hundido, los huesos de la cadera son más pronunciados y, cuando
se inclina para quitarse los leggings, veo que le sobresalen las costillas.
¿No está comiendo? Me viene a la cabeza su imagen gritando al personal de la
cafetería y me pregunto si le están dando suficiente comida. Seguramente, le darán
algo de comer. En cualquier caso, guardo esa información, sabiendo que puedo
utilizarla a mi favor en un nuevo trato en otro día. 99
—Hace demasiado frío aquí para estar desnuda —murmura enojada mientras
se quita las bragas de algodón blanco. Caen al suelo y se endereza, mirándome como
si quisiera matarme.
—Tal vez debería haber incluido una cláusula de no quejarse en nuestro trato
—digo mientras contemplo cada centímetro de su cuerpo.
Su cabello cae por sus hombros en ondas doradas y me muero de ganas de
envolverlo en mi mano. Mientras dejo que mi mirada recorra su cuerpo, me fijo en los
desvaídos moretones que rodean sus delgados brazos, y me alegro de haber
decidido ya que Matteo no vuelva a tocarla.
Mis ojos se posan finalmente en la unión entre sus muslos. Para mi sorpresa, su
coño está afeitado.
—Ven aquí —ronco, haciendo un gesto para que se acerque a mí—. Te voy a
calentar.
Sus pasos son pequeños, cada uno más inseguro que el anterior. Se detiene
justo antes de chocar con mis rodillas. Su aroma floral me llena las fosas nasales y lo
respiro profundamente en mis pulmones como una droga, dejando que me nuble la
mente.
Ahora que está más cerca, veo que está temblando. Teniendo en cuenta la
temperatura de la habitación, supongo que debe ser por el frío.
—¿Vas a quedarte embobado mirándome durante una hora? —Dobla su brazo
sobre su estómago, no cubriendo sus tetas, sino para mantenerse caliente, supongo.
—Oh, no te preocupes. Haré mucho más que mirarte, y como sigues hablando
como una mocosa, creo que te trataré como tal también.

100
16
Aspen

¿P
or qué no puedo mantener la boca cerrada por una vez?
Por otra parte, Quinton no utilizaría una hora libre para tener
una charla sobre mi libro. Vino aquí para lastimarme y jugar sus
fantasías enfermizas. No importa lo que haga o diga, siempre
terminamos aquí... con Q mirándome como si fuera un cordero listo para el matadero.
—Date la vuelta —ordena, con la voz más áspera que de costumbre.
En contra de todas las fibras de mi cuerpo, giro lentamente hasta darle la
espalda por completo. Al menos puedo dejar que se me caiga la máscara
momentáneamente. Es agotador fingir que no tengo miedo. Por mucho que me diga
a mí misma que esta es la mejor opción, saber que estoy entregando mi virginidad a
alguien que me detesta no es lo que quería.
Y menos aquí, en esta mierda de habitación que ni siquiera tiene una cama de 101
verdad. Lo que significa que no sólo será mi primera vez con Quinton, sino que
también será en un piso sucio de una escuela que odio. Las lágrimas se me clavan en
los ojos, pero las aparto con un parpadeo. No voy a llorar por esto. Al menos es mi
elección, y no es Matteo quien me obliga.
Estoy tan perdida en mis pensamientos que me estremezco cuando Quinton me
toca la espalda.
—Relájate —gruñe, como si ordenarme que me relaje fuera a funcionar.
Me agarra de las caderas y me acerca aún más a él hasta que mis piernas
quedan atrapadas entre las suyas. Se me corta la respiración cuando sus manos se
dirigen a mi culo, masajeando cada mejilla antes de separarlas como si me estuviera
inspeccionando. Me siento tan expuesta y humillada que podría llorar, y me alegro
mucho de estar de espaldas a él, porque no hay forma de ocultar lo que siento en este
momento.
—Siéntate en mi regazo —me indica Quinton mientras me tira de él.
Mi piel fría y desnuda se encuentra con el calor acogedor de su cuerpo
completamente vestido, y me inclino hacia atrás por instinto, tratando de acercarme.
Me rodea con sus brazos desde atrás, ahuecando mis pechos en sus palmas
mientras entierra su cara en mi cabello.
—Mueve tus caderas, aprieta tu culo sobre mi polla.
Cerrando los ojos, empiezo a mover el culo, arrastrándolo sobre su ya dura
polla. Él gime, dejando que sus manos caigan de mis pechos, y me agarra las caderas
en su lugar, guiándome para que me mueva como él quiere.
—Así —dice, volviendo a jugar con mis tetas mientras yo mantengo el ritmo
que él marcó.
Hace rodar mis dos pezones entre las puntas de sus dedos, haciéndome jadear
de asombro. Es casi doloroso, pero no del todo. Se me pone la piel de gallina y, por
primera vez, no es por el frío. Un calor bajo se acumula en lo más profundo de mi
corazón, y es uno que nunca había sentido antes.
Ese calor se evapora en el aire cuando Quinton vuelve a abrir la boca,
arruinando el momento. —Te voy a follar tan fuerte que mañana no podrás caminar.
Mi cuerpo se pone rígido, lo que hace que se ría.
—No te preocupes, me aseguraré de que estés bien mojada. Incluso haré que
te corras siempre que hagas lo que te digo. —Sé que me está tratando con
condescendencia, pero sus palabras provocan un enjambre de mariposas en mi
vientre. Nunca nadie me ha hecho correrme, y si me deja disfrutar de esto también,
no será tan malo. Quizá pueda fingir que no he vendido mi virginidad, aunque sea por
seguridad.
102
—Abre tus piernas y engánchalas sobre las mías.
Siguiendo las instrucciones, dejo que mis piernas se abran y cuelguen sobre
sus rodillas abiertas. El aire frío inunda mi centro expuesto, provocando un escalofrío
en mi columna vertebral. Me cambia de posición ligeramente, de modo que su dura
polla queda encajada entre mis nalgas. Una vez más, me alegro de estar de espaldas
para que no pueda ver mi cara enrojecida por la vergüenza.
Su mano derecha se mueve desde mi pecho hacia abajo, sobre mi estómago, y
luego más y más abajo. Sus dedos rozan mis pliegues abiertos y me paralizo, mi
cuerpo vuelve a ponerse rígido mientras las yemas de sus dedos recorren mi clítoris
lentamente.
—No he dicho que dejes de moverte —susurra en la concha de mi oreja
mientras dibuja tranquilamente pequeños círculos sobre el pequeño manojo de
nervios.
—Lo siento... yo... —¿Yo qué? No puedo pensar con él haciendo eso. Mi cerebro
parece estar frito en este momento. Intento seguir rodando las caderas como me ha
enseñado, pero mis movimientos son entrecortados y descontrolados ahora.
Su hábil dedo desciende y empieza a rodear mi entrada. Me pregunto
brevemente si debería decirle que soy virgen, pero estoy segura de que ya lo sabe.
No hace falta ser un genio para darse cuenta. Además, no creo que cambie nada, así
que simplemente mantengo los labios sellados y espero que no sea demasiado
brusco.
Me penetra lentamente, y yo me quedo quieta una vez más, incapaz de
moverme un centímetro más. Mi respiración es agitada, como si acabara de correr
una maratón, aunque lo único que he hecho ha sido menear un poco el culo.
—Relájate —gruñe, acercándome a su pecho al mismo tiempo que empuja su
dedo más adentro.
—Lo estoy intentando —digo, pero me sale más bien un gemido.
Saca un poco el dedo para volver a introducirlo un poco más, provocando un
gemido en mis labios. Entonces se detiene de repente.
—¿Eres virgen? —pregunta como si le sorprendiera la posibilidad.
—Sí —resoplé.
Durante un largo momento, se queda callado. Su dedo sigue enterrado en mi
coño, pero no se mueve. No sé por qué, pero siento que tengo que dar explicaciones.
—¿Es realmente una sorpresa para ti? Sólo tengo dieciocho años... y mi vida ha
sido un poco loca durante el último año. —Susurro la última parte, sin querer
recordarle la traición de mi padre mientras su dedo está enterrado dentro de mí. 103
—¿Así que vas a dejar que me folle este coño virgen? —pregunta, empezando
a moverse de nuevo.
—S-Sí —tartamudeo mientras sigue introduciendo su dedo en mí.
La saca brevemente, para volver a entrar con dos dedos. Intento permanecer
relajada, pero los dos dedos están estirando mi apretada abertura y tardo un
momento en superar la incomodidad. Para adaptarse a la intrusión, Quinton empieza
a frotar su palma sobre mi clítoris mientras me mete los dedos.
Ante la nueva sensación, echo la cabeza hacia atrás, dejándola descansar sobre
su hombro. Sigue estimulándome con la palma de la mano y los dedos, llevándome al
borde del orgasmo. De repente, ya no tengo frío. Estoy caliente, siento que mi piel
arde y estoy a punto de estallar.
Ya casi estoy ahí, tan cerca de la liberación que puedo saborearla. Me empuja
hasta el precipicio, pero justo antes de que vaya a volcar, se detiene y retira la mano.
Un gemido de decepción escapa de mi boca, y me arrepiento inmediatamente.
Su pecho retumba con una risa mientras me empuja de su regazo. —Ve por la
almohada.
Con pies inseguros, atravieso la habitación y cojo la almohada de mi lugar de
descanso. Cuando me doy la vuelta, encuentro a Quinton bajándose los calzoncillos,
su durísima polla se libera, y automáticamente me agarro a la almohada,
sosteniéndola frente a mí como una barrera.
—Pon la almohada aquí —señala el suelo entre sus pies, —y ponte de rodillas.
Es el menor de los males... Me lo recuerdo a mí misma, pero mi cuerpo protesta
cuando dejo caer la almohada y me pongo de rodillas. Los recuerdos de la otra noche
vuelven a aparecer, y toda la calidez que sentí antes se desvanece, dejando atrás una
frialdad glacial.
—No voy a obligarte a usar la boca, ya que fui al gimnasio justo antes de venir
aquí, pero quiero que me masturbes. —Quinton me agarra la parte superior de los
brazos con sorprendente suavidad y me coloca justo como él quiere. Cierra las
piernas lo suficiente como para que queden presionadas contra mis costados,
dándole a mi piel fría un poco del calor que tanto necesita.
—Oh —digo, algo sorprendida. Me pregunto cuánto tiempo ha pasado desde
que iniciamos, lo que me hace darme cuenta de que ni siquiera sé a qué hora
empezamos—. ¿Qué hora es? Quiero decir... no he comprobado... —Tropiezo con mis
palabras, más nerviosa que antes ahora que puede verme la cara.
—No te preocupes por el tiempo. No te retendré más de una hora.
—¿Esto es todo lo que quieres que haga? —Echo un vistazo a la habitación,
tratando de mirar a cualquier parte menos a él.
104
—Todavía no lo sé. Depende de lo bien que lo hagas.
—Nunca he hecho esto antes. —Casi espero que se ría de nuevo, o que al
menos haga un comentario sarcástico, pero simplemente me agarra la muñeca y la
sostiene.
—Empieza por escupir en la mano.
—¿Qué? —Le echo un vistazo a la cara para asegurarme de que no se está
burlando de mí—. ¿Hablas en serio?
—Sí, escupe en la palma de la mano. —Juntando saliva en mi boca, mantengo
la mano abierta y escupo en ella mientras él me mira con ojos hambrientos—. Ahora
envuelve tu mano alrededor de mi polla y acaríciala hacia arriba y hacia abajo.
Aunque me siento rara haciéndolo, sigo sus indicaciones y uso mi mano
húmeda para agarrar su longitud. La saliva empieza a tener sentido cuando me doy
cuenta de la facilidad con la que mi mano se desliza hacia arriba y hacia abajo, y ahora
me siento estúpida por no haberlo sabido antes.
Mi inexperiencia nunca me había molestado. Tenía tantas cosas en mi vida que
el sexo y los novios eran lo último en lo que pensaba.
—Eso es bueno —elogia—. Un poco más rápido. —Aumento la velocidad y
observo con gran curiosidad cómo la cara de Quinton se contorsiona de placer. Tiene
los ojos cerrados, y aprovecho ese momento para asimilarlo realmente. Es tan
hermoso como malvado. Un disfraz perfecto para un depredador.
Como si me oyera pensar en él, sus ojos se abren de golpe y miro hacia otro
lado, sintiéndome atrapada, aunque no haya hecho nada malo.
—Abre la boca —me ordena, poniendo su gran mano sobre la mía—. Abre —
vuelve a gritar mientras empieza a sacudirse aún más rápido, apretando su agarre
alrededor de mi mano y de su polla.
Dejo que mi boca se abra. Quinton levanta la mano que tiene libre y me agarra
por la nuca, sujetándome justo delante de él.
—Mierda... mantén la boca abierta —me gruñe. Enhebrando mi cabello con
sus dedos, tira ligeramente de él mientras cuerdas de semen empiezan a salir
disparadas desde la punta de su cabeza de seta hacia mis labios, mi cara y mi boca.
Un líquido espeso y salado golpea mi lengua, y el gemido de placer de Quinton
resuena en la habitación.
—Trágatelo.
Cerrando la boca, me trago el amargo semen, tratando de no encogerme por
el sabor.
—Buena chica. Ahora no te muevas. —Echa la silla hacia atrás y se levanta,
dejándome arrodillada encima de la almohada con las manos en el regazo como una
105
especie de esclava sexual. Se me revuelve el estómago. ¿Es eso lo que soy? ¿Una
esclava sexual?
Quinton desaparece en el baño. Lo oigo intentar girar el agua del lavabo, pero
lo único que sale es el chirrido que hacen las tuberías.
—El lavabo está roto. Tienes que usar la ducha —le digo, y un momento
después oigo cómo se abre la ducha.
No sé qué está haciendo hasta que vuelve con una toalla húmeda en la mano.
En lugar de dármela, se inclina, me acuna la nuca con una mano y utiliza la otra para
limpiarme la cara de su semen.
Cuando estoy limpia, tira la toalla sucia al suelo, cerca de la puerta del baño. A
continuación, me agarra por debajo de los brazos y me levanta del suelo como si no
pesara nada. El pánico vuelve a aflorar cuando coloca mi culo desnudo sobre el
escritorio y empuja mi cuerpo hacia abajo.
—Recuéstate y abre las piernas.
Hago lo que me dicen y abro las piernas, dándole una vista cercana y personal
de mi coño. Mis dedos se aferran a la madera, y sé a dónde va esto incluso antes de
que llegue. Quinton mira mis partes más íntimas, y parece que me está
inspeccionando.
No debería importarme lo que piensa de mí, pero una parte de mí lo hace, y en
el fondo me pregunto qué estará pensando.
—Que haga esto no significa que me gustes. No significa que seas algo para mí.
¿Lo entiendes?
—S-Sí. —Mi voz se quiebra al hablar, y un pequeño escalofrío recorre mi
columna vertebral al ver cómo su oscura mirada recorre mi cuerpo.
Sus dedos se hunden en mis muslos y me abre las piernas para acomodar su
tamaño. —Déjame adivinar, ¿tampoco has dejado nunca que un hombre te coma?
Puedo sentir el calor de la vergüenza en mis mejillas. —Como he dicho, he
estado ocupada con la vida y... —Lo que iba a decir, no lo recuerdo porque, como una
bestia hambrienta, Quinton se inclina hacia delante y se aferra a mi clítoris, con su
lengua lamiendo el pequeño manojo de nervios.
El placer empieza a crecer en mi columna vertebral casi inmediatamente.
Trabaja en mi clítoris con su lengua de una forma que nunca podría hacer con mis
propios dedos, alternando entre los golpecitos y la succión. El fuego se enciende en
lo más profundo de mi vientre, avivando las llamas de mi deseo, y puedo sentir que
me mojo más. Por un momento fugaz, soy valiente y lanzo mis dedos a través del
cabello oscuro de Quinton. Las hebras son suaves como la seda, y tiro ligeramente de
su cabello, disfrutando del breve gemido que emite contra mis pliegues. Se aparta un 106
segundo después, y yo suelto un leve gemido de desaprobación.
Dejando escapar una carcajada, me mira desde entre mis muslos. —Estoy
deseando reclamar este coño, llenarlo con mi semen y ver su sangre virgen en mi
polla.
Nada de lo que ha dicho debería excitarme, pero lo hace. Me excita tanto que
me aterra.
—Quinton... —Gimoteo, deseando correrme, con el placer aferrado a cada
poro de mi cuerpo. Una sombra oscura se dibuja en su rostro, y un grito ahogado se
escapa de mis labios cuando hunde su dedo corazón en mi interior con un rápido
movimiento. Estoy tan mojada que no siento ninguna molestia, pero me sorprende el
repentino movimiento y el cambio en su comportamiento.
—Suplícamelo. Si quieres venirte, entonces ruega por ello.
—¿No puedes hablar en serio? —No estoy segura de cómo consigo sacar las
palabras, no con su dedo entrando y saliendo de mí a un ritmo delicioso.
Q sonríe, y juro que es como mirar al diablo a los ojos y rogarle que no te mate.
—Oh, hablo jodidamente en serio, tan en serio que te dejaré atada al marco de la
cama hasta mañana sin poder hacer tus necesidades. Ahora suplica, y hazlo creíble...
Mierda... Siento que subo cada vez más alto, que mis paredes se tensan y que
no tardaré en derrumbarme. Como si de un subidón se tratara, persigo el orgasmo,
pero está fuera de mi alcance.
—Por favor... —Suplico, con la lengua saliendo sobre mi labio inferior.
—Por favor, ¿qué? —Parece que no le afectan mis ruegos, pero puedo ver su
polla creciendo en sus pantalones, y el poder de la excitación me hace sentir como si
fuera una reina. Aunque él no quiera creerlo, una parte de mí tiene un pequeño
control sobre él.
—Por favor, deja que me corra. —Vuelvo a jadear cuando añade un segundo
dedo; un poco de dolor se mezcla con el placer de la intrusión, pero el dolor en mi
interior se intensifica.
Me apresuro hacia la meta, y él lo sabe, sus propios movimientos se vuelven
más rápidos, y cuando su pulgar roza mi clítoris, saltan chispas.
Apretando los dientes, me mira, el azul de sus ojos es intenso. —Tu coño está
muy descuidado. Me está ensuciando la mano.
—Oh, Dios. —Inclino la cabeza hacia atrás, el placer aumenta. Mis pezones se
fruncen y todo mi cuerpo tiembla como si estuviera caminando por la cuerda floja.
—Quiero que recuerdes quién es tu dueño aquí. Quiero que recuerdes que
puedo hacer lo que quiera contigo, cuando quiera. Dilo. Dime que es verdad.
107
Incapaz de detenerme, atrapada entre el placer y la necesidad de que
continúe, suelto un —sí— estrangulado, y como el imbécil que es, sus ojos brillan y
bombea dentro de mí más rápido hasta que crespo la ola de placer.
La luz me ciega los ojos y todo mi cuerpo queda suspendido en el tiempo. Mis
músculos se crispan, mi núcleo se tensa y mi canal se aprieta alrededor de sus dedos.
Todo mi cuerpo tiembla mientras desciendo lentamente del cielo y vuelvo al infierno,
mi realidad actual.
Para cuando he bajado de la euforia del orgasmo, soy un desastre, y Quinton
me envuelve rápidamente en una manta, envolviéndome como a un bebé, antes de
colocarme en el suelo junto a la cama. Mi cabeza golpea la almohada y me desmayo
casi de inmediato.

Me despierto desorientada. Tanto que tardo un momento en darme cuenta de


dónde vienen los fuertes golpes. Me zafo de la manta que envuelve mi cuerpo
desnudo y miro alrededor de la habitación. Los fuertes golpes aumentan y sé que
vienen de mi puerta.
Mi primer pensamiento es que esto sólo puede ser Quinton, pero tiene una
tarjeta llave, por lo que no tocaría.
—Espera —grazné, levantándome, obligando a mis miembros rígidos a
moverse.
En cuanto me pongo de pie, la habitación empieza a dar vueltas y tengo que
poner la mano contra la pared para estabilizarme.
Hay otro golpe en la puerta, y es como si el sonido tuviera línea directa con mi
cerebro, haciendo un traqueteo dentro de mi cráneo.
—Jesús, aguanta. Ya voy. —Dejo caer la manta que me rodea por completo y
me apresuro a buscar mi ropa y vestirme. Abro la puerta de un tirón, dispuesta a gritar
a quienquiera que interrumpa mi sueño, pero me detengo cuando veo al conserje al
otro lado, con un colchón nuevo a su lado.
—Se supone que tengo que dejar esto —dice antes de deslizar el colchón en
mi habitación. Sólo está a mitad de camino cuando se da la vuelta y se marcha,
dejándome de pie y sin saber qué hacer.
Volviendo a mis cabales, tiro de la pesada cosa hacia dentro y cierro la puerta
con el pie. Necesito todas mis fuerzas para empujarla sobre la cama y dejarla reposar
sobre las barandillas. Me quedo sin aliento y me invade otra oleada de mareos. No sé
por qué estoy tan jodidamente débil hasta que mi estómago gruñe, recordándome la
108
falta de nutrición en mi vida. Supongo que la carencia de alimentos por fin me está
alcanzando.
Comprobando el tiempo, juego con la idea de ir a la cafetería y ver si tienen
algo que pueda comer, pero incluso eso parece un desperdicio de energía. Lo único
que quiero es acostarme y volver a dormir. Tal vez aún tenga algunas sobras que me
sirvan de ayuda.
Todavía medio dormida, empiezo a buscar en mi habitación cualquier cosa,
cualquier tentempié que haya podido olvidar. Interiormente, grito eureka cuando
encuentro un sándwich de queso envuelto a medio comer. Intento recordar cuándo lo
tome y cuántos años tiene. Pero el pensamiento se evapora cuando lo desenvuelvo y
el olor a comida podrida me saluda.
Inmediatamente, mi estómago pasa de estar hambriento a estar enfermo. Con
arcadas, me pongo la mano delante de la boca y corro al baño. Llego al retrete justo
a tiempo para empezar a vomitar y a arrojar todo lo que comí ayer, que no es mucho.
Aun así, sigo vomitando hasta que me duele la garganta y los músculos de la espalda.
Tengo la sensación de estar vomitando durante diez minutos, y todo lo que sale es
ácido estomacal.
Me desplomo junto al lavabo y recupero el aliento. Cuando siento que por fin
puedo levantarme, me pongo en pie, pero tengo que aguantar el lavabo un rato para
poder llegar a mi habitación. Me bebo una botella de agua que tenía junto a la cama,
luego tomo la manta y la almohada del suelo y me subo a mi nuevo colchón,
acurrucándome en posición fetal. Espero que esto se me pase rápido y pueda comer
algo de verdad hoy.
Tal vez debería haber negociado por comida en lugar de por la seguridad de
Matteo. Comida... esa será definitivamente la próxima cosa que pida. ¿Si es que hay
una próxima vez?
Entonces las palabras de Quinton de la noche anterior resuenan en mi oído...
—No puedo esperar a reclamar este coño, a marcarlo con mi semen, y ver su sangre
virgen en mi polla. —Ya está planeando hacer esto de nuevo, haciendo tratos conmigo
para cualquier fantasía que quiera llevar a cabo. La próxima vez, estaré mejor
preparada. Utilizaré sus necesidades en mi beneficio, para satisfacer las mías.
Cerrando los ojos, hago todo lo posible por calmar mi estómago y dormirme,
al menos un poco más. Pero las constantes náuseas mezcladas con el dolor del hambre
hacen que sea difícil encontrar descanso.
Durante las siguientes horas, lucho en una batalla perdida entre el sueño, el
hambre y el dolor. Una parte de mí sabe que se sentiría mejor si comiera y bebiera
algo, pero no puedo reunir las fuerzas para levantarme e ir a la cafetería.
De repente, empiezo a sentir mucho frío, incluso con una gruesa manta 109
envolviéndome, y empiezo a temblar tan fuerte que mis dientes tintinean. Lo siguiente
que recuerdo es que el frío desaparece y es reemplazado por un calor tan fuerte que
las llamas bailan sobre mi piel. Me quito la manta de encima y, a pesar de llevar sólo
una camiseta fina y unos leggings, siento mucho calor. Cuando me paso las manos
por la ropa, me doy cuenta de que está empapada de sudor.
Mierda, debo tener fiebre. Intento levantarme, pero las piernas me fallan en
cuanto mis pies tocan el suelo y me derrumbo como si no tuviera huesos. Mientras me
caigo en el suelo, el único consuelo que encuentro es que el frío del cemento me
resulta agradable en mi piel ardiente.
Ni en un millón de años habría pensado que desearía que Quinton entrara en
mi habitación sin avisar, pero ahora sí. Creo que me llevaría al médico. Después de
todo, no puede atormentarme si estoy muerta, y ahora mismo, estoy segura de que
me siento como si estuviera muriendo.
17
Quinton

H
an pasado casi cuarenta y ocho horas desde que dejé el cuerpo
acurrucado de Aspen en su habitación. Aunque me he duchado dos
veces desde entonces, juro que todavía puedo olerla en mí. Su dulce
aroma floral me pone la polla dura.
Debería haber sabido que era virgen. No debería haberme sorprendido tanto
como lo hice. El conocimiento de saber que voy a ser su primera vez es tentador.
Tenía muchas ganas de ir a follarla anoche, pero también quiero saborear el control
que tengo sobre ella. Quiero alargarla y prepararla para el evento principal.
Además, me encanta tenerla de rodillas, mirándome con esos inocentes ojos
de cierva que tiene. Una inocencia que voy a apagar. Mi polla se pone dura pensando
en ello, y un plan se forma en mi mente. Voy a visitarla en su habitación esta noche y
hacerle otra oferta. Está desesperada, y voy a utilizar eso en mi favor.
—¿Alguna vez duermes? —pregunta Ren, con la voz ronca. Está acostado en el
110
otro sofá con los ojos semi cerrados.
—A veces. —Me encojo de hombros.
—Bueno, algunos lo hacemos todas las noches. Así que eso es lo que estoy
haciendo ahora —gime, poniéndose de pie.
—Antes de que te vayas a la cama, ¿ha dicho Matteo algo más sobre Aspen?
—¿Qué quieres decir?
—Le dije que se alejara de ella. Sólo quiero asegurarme de que está
escuchando y no va a mis espaldas a decir un montón de mierda.
Las cejas de Ren se disparan. —¿Es así? ¿Por qué ese repentino cambio de
opinión?
—No ha habido ningún cambio. Uno, Aspen es mía para atormentar. Dos,
Matteo necesita aprender su lugar.
—Lo único que le he oído decir es que hoy no se ha presentado a clase y que
probablemente se haya escondido en su habitación o algo así. —Se encoge de
hombros.
—Muy bien.
Ren asiente y desaparece en su habitación.
Espero unos minutos más antes de levantarme y ponerme los zapatos. Sonrío
para mis adentros. Es hora de hacer una visita a mi pequeño juguete.
Con su tarjeta de acceso en la mano, me dirijo a su habitación. Mientras camino,
pienso en que hoy no la he visto ni he oído a nadie hablar de ella. Normalmente, hay
al menos un poco de charla sobre la rata, pero no hubo nada ni hoy ni ayer.
¿Podría realmente estar escondiéndose? Tal vez se avergüence de cómo la hice
correrse, de lo mucho que le gustó. La idea me hace sonreír con alegría.
Cuando llego a su puerta, deslizo la tarjeta rápidamente y entro en su
habitación. Antes de llegar a la habitación, sé que algo va mal. En lugar del aroma
floral normal de Aspen, el espacio apesta a vómito y sudor.
Arrugando la nariz, entro en la habitación y me detengo. Mis ojos se posan en
el pequeño cuerpo tendido en el centro de la habitación. Por un momento, mi corazón
se detiene y me quedo congelado en el tiempo. En mi mente, me precipito hacia la
chica inconsciente, pero mis miembros no funcionan. Lo único que puedo hacer es
quedarme de pie y mirarla.
Está boca abajo con la mejilla apoyada en el suelo de cemento, mirando hacia
mí. Los mechones de su cabello rubio se le pegan a la frente como si estuviera
sudando, tiene los ojos cerrados y los labios ligeramente separados. Su piel está muy
111
pálida; es básicamente blanca. La única coloración es el púrpura alrededor de sus
ojos.
La habitación está completamente en silencio; lo único que oigo son los rápidos
latidos de mi corazón y mi respiración superficial. Solo cuando oigo el sonido áspero
de una respiración dificultosa, mi cuerpo parece volver a funcionar.
Me meto en la habitación y me arrodillo junto a ella. Con el dorso de la mano,
le toco la mejilla, esperando que eso la despierte. Retiro la mano rápidamente, como
si me quemara un hierro candente, porque así es como se siente. Está tan jodidamente
caliente. Está ardiendo.
Deslizando mis brazos bajo ella, levanto su cuerpo del suelo, notando lo ligera
que se siente. Demasiado ligera.
Es más de medianoche y no hay nadie en el pasillo, así que troto casi todo el
camino hasta el servicio médico. La sostengo contra mi pecho con fuerza,
asegurándome de que su cabeza no rebote como una loca, pero ni siquiera el
continuo trote la despierta. Con cada paso apresurado que doy, me preocupo más.
¿Cuánto tiempo lleva ahí tirada así?
El edificio médico de la escuela es básicamente un pequeño hospital de última
generación, así que no me preocupa que no puedan ayudarla. Sólo espero que haya
alguien allí. Al acercarme, veo que la luz del interior está encendida, y suelto un
suspiro de alivio.
Usando mis hombros, empujo para abrir las grandes puertas dobles. Como en
una pequeña sala de urgencias, hay un puesto de enfermeras delante, y justo
después, el espacio abierto de las secciones para los pacientes. El sonido de las
puertas al abrirse hace que una de las enfermeras se apresure a saludarme. En cuanto
me ve, su rostro palidece y sus ojos se abren de par en par.
Me hace señas para que me acerque a una cama. —Aquí, ponla aquí.
La coloco con cuidado en la cama y la enfermera empieza a atenderla
inmediatamente, tomando sus constantes vitales y haciéndome preguntas.
—¿Sabe qué le paso? ¿Cuánto tiempo ha estado inconsciente? ¿Es alérgica a
algo? ¿Tiene antecedentes familiares de enfermedades? ¿Desde cuándo tiene fiebre?
—Señora, no tengo ni puta idea. No sé nada de esto.
—Bien. —Sigue trabajando en ella, y entonces una máquina empieza a pitar. —
¡Mierda!
—¿Qué?
—Su temperatura. Es de 42°C. Tenemos que bajarle la fiebre antes de hacer
algo más. Si ha estado así por un tiempo, está en serios problemas. Tienes que 112
conseguir algunas toallas húmedas. Allí, en el armario. Toma todas las toallas, mójalas
y tráelas aquí —ordena mientras prepara el brazo de Aspen para una vía.
Me pongo en marcha y me dirijo al armario. Al abrirlo, tomo todo lo que puedo
y lo tiro en el fregadero para recuperarlo, antes de llevarlo a la cama en la que está
Aspen.
—Sólo tienes que cubrirla con ellos.
Cuando vuelvo con las toallas húmedas, empiezo a extenderlas sobre el cuerpo
de Aspen mientras la enfermera le saca sangre del otro brazo.
—Está deshidratada. Apenas puedo encontrar una vena.
—No te ofendas, pero ¿no deberíamos llamar a un médico?
—Soy la doctora —afirma sin siquiera mirarme. La miro un poco más. Parece
demasiado joven para ser médico. De hecho, parece demasiado joven para ser
enfermera.
—¿Hay algo más que pueda hacer?
—No, ahora mismo no. Apártate un poco y déjame trabajar.
Doy un pequeño paso atrás, pero no me atrevo a poner más distancia entre
Aspen y yo. En silencio, observo a la doctora trabajar, conectando a Aspen a las
máquinas, tomando muestras y corriendo de un lado a otro de su mesa.
Odio los hospitales. El olor, las luces brillantes, las máquinas. Lo odio todo
porque me recuerda a Adela. De su estancia en el hospital, una época en la que aún
teníamos la esperanza de que se recuperara, de que se pusiera bien. Los médicos nos
dieron esperanzas, pero la perdimos igualmente.
—Su oxígeno es normal, pero su hierro es extremadamente bajo. Fiebre alta,
deshidratación... —La doctora sigue murmurando para sí misma, algunas cosas que
apenas puedo entender—. Muy bien, su fiebre está empezando a bajar un poco.
Déjame hacer algunas llamadas.
Vuelve a acercarse a su escritorio y toma el teléfono. No le presto mucha
atención hasta que oigo su voz retumbando en la habitación. —Necesito que vengas
a la enfermería ahora mismo... No, no estoy bromeando... He dicho ahora mismo, y
no, no puede esperar hasta mañana. He dicho ahora mismo —grita en el teléfono antes
de colgarlo de golpe, y me pregunto a quién demonios acaba de llamar.
Durante los siguientes treinta minutos, me quedo mirando cómo el médico
sigue haciendo todo tipo de pruebas. Aspen ni siquiera se mueve, permaneciendo
inmóvil y en completo silencio. Los únicos sonidos que nos rodean son los bajos
pitidos del monitor cardíaco y de otras máquinas.
113
De repente, se abre la puerta de entrada y entra un Lucas Diavolo muy enojado
y con aspecto todavía somnoliento.
—Más vale que esto sea bueno —refunfuña, y entonces sus ojos se posan en
Aspen acostada en la cama, muerta para el mundo—. ¿Qué le pasa?
—La encontró así antes y la trajo aquí. Está muy deshidratada, tiene mucha
fiebre y está desnutrida —explica el médico.
Lucas me mira, levantando una ceja en forma de pregunta, pero por suerte no
me pregunta dónde la he encontrado ni por qué la he traído aquí. En su lugar, dirige
su atención de nuevo a la doctora. —Pues dale una medicina.
—Sí, pero su fiebre era de más de 42 cuando llegó aquí, y no sé cuánto tiempo
estuvo así. Tienes que llamar a sus padres y traerlos aquí.
Al mencionar a sus padres, se me forma un mal sabor de boca. Sé que su padre
está en la cárcel, así que no vendrá, pero sé que su madre también jugó un papel en
la traición, y si viene aquí, no sé si podré mantener la calma.
—No tenemos padres que vengan porque sus hijos están enfermos. ¿Qué clase
de lugar crees que es este?
—No creo que entiendas la gravedad de la situación.
—Lo entiendo. Está enferma. Así que dale algunas medicinas y envíala de
vuelta al dormitorio. La excusaré de las clases durante unos días. —Lucas le hace un
gesto para que se vaya, tratando de pasar por delante de ella y volver al lugar de
donde vino, pero el médico lo detiene con una mano en el pecho.
—Lucas —lo regaña la doctora, y me sorprende que le llame por su nombre de
pila, —déjame que te lo aclare bien, para que lo entiendas... No sé si va a pasar la
noche.
Lucas se pone rígido, se levanta un poco más, y yo también. Sus ojos se abren
de par en par, todo el sueño que había en ellos ha desaparecido.
—¿Cómo que no va a pasar la noche?
Suelta la mano del pecho de Lucas y se acerca de nuevo a la cama de Aspen.
—He dicho que no estoy segura de que vaya a sobrevivir, no que no lo vaya a hacer.
Está muy enferma, Lucas. Su cuerpo está débil, pero ya me conoces. Haré todo lo que
pueda. He conseguido que la fiebre baje, así que eso es bueno. Estoy haciendo
pruebas de su función hepática y renal, pero por lo que puedo decir sólo
examinándola, parece que sus órganos están fallando.
—¡Carajo! Bien, llamaré a sus padres. —Lucas asiente con la cabeza, con la cara
repentinamente pálida—. Mantenme informado.
Se va, y el doctor se sienta junto a la cama de Aspen, tomando su mano entre
114
las suyas y simplemente sosteniéndola.
—Vamos —susurra—. Tienes que luchar. Eres demasiado joven para morir.
Las palabras se hunden lentamente. Aspen podría... podría realmente morir...
No soy ajeno a la muerte, pero esto es diferente. La mayoría de la gente piensa
que, siendo yo quien soy, debo haber matado a gente antes. Pero la verdad es que no
lo he hecho. He visto morir a gente. He golpeado a gente, los he torturado para
obtener información, pero nunca he matado a nadie.
Si Aspen muere, será en parte culpa mía. Sabía que no había estado comiendo,
o al menos no bien. La vi salir de la cafetería con las manos vacías. Vi lo delgada que
estaba, pero en lugar de ofrecerle comida, me aferré a esa información como moneda
de cambio.
Si ella muere hoy, su sangre estará en mis manos.
18
Aspen

A
bro los ojos y al instante deseo no haberlo hecho. Luces amarillas
brillantes brillan desde arriba. El mundo que me rodea da vueltas,
haciendo que mi estómago se revuelva. Señor, no permitas que vuelva
a vomitar. Se me escapa un gemido mientras me pongo de lado y me doy cuenta de
que estoy en una cama, bueno, en un catre, y ya no en mi dormitorio.
Desorientada, me obligo a incorporarme un poco más rápido de lo necesario y
casi me caigo.
—Más despacio. Te vas a poner enferma. —Una voz llega a mis oídos, y giro la
cabeza en dirección a la voz, sólo para descubrir a una mujer joven y a Quinton en la
pequeña habitación que definitivamente no es mi dormitorio.
—¿Dónde estoy? —Lo último que recuerdo es que tenía tanto calor que parecía
que mi piel ardía. Ahora no tengo tanto calor, pero mis pensamientos son lentos, lo
que me hace difícil armar el rompecabezas.
115
—¿Cómo te sientes? —La joven se acerca, sus ojos examinan mi rostro.
—Muerta —bromeo. Luego añado: —Como si me hubiera atropellado un
camión.
La mujer asiente pero no responde. Miro a Quinton mientras siento sus ojos
sobre mí. La forma en que me mira, como si hubiera muerto y vuelto a la vida, me
eriza la piel. No quiero ser el centro de su atención, ni ahora ni nunca.
La enfermera se afana en comprobar mis latidos y mi temperatura, y luego me
pide que siga su bolígrafo con los ojos. Hago lo que me pide y, cuando me da un vaso
de papel con agua, me lo trago, dejando que el líquido fresco me cubra la garganta.
—¿Ahora puedes decirme qué ha pasado y dónde estoy? —pregunto una vez
que da un paso atrás y parece estar contenta con sus hallazgos.
—Estás en la sala de emergencias de la escuela, y estoy segura de que no tengo
que decirte esto, pero tienes que dar muchas explicaciones.
Mis cejas se fruncen en confusión, y miro a Quinton, cuyo rostro está quieto y
vacío de toda emoción, sin dar nada.
—No lo entiendo. No sé cómo he llegado hasta aquí ni de qué estás hablando.
—Mi cabeza late con fuerza. Estoy confundida y lo único que quiero es volver a
dormirme.
—Te ha traído aquí. —La enfermera o la doctora, sea quien sea, engancha su
pulgar en dirección a Quinton. Debe haber ido a mi habitación sólo para encontrarme
medio muerta en el suelo, arruinando cualquier plan de condena que tuviera para mí.
—¿Ahora explícame por qué no has estado comiendo?
—¿Comiendo? —Casi me burlo.
—Sí, comiendo. Tus análisis de sangre revelaron que estás desnutrida, tienes
muy poco hierro y múltiples deficiencias vitamínicas, y muy probablemente un caso
grave de intoxicación alimentaria. Deberías estar agradecida de no haberte arrugado
y muerto.
Eso explica muchas cosas. Levanto la mano y noto la vía intravenosa en mi
brazo, líquidos claros bombeados en mi cuerpo, y la importancia de la situación
comienza a pesar sobre mis hombros. ¿Por qué no has comido? Su pregunta se repite
en mi mente, y puedo sentir cómo su mirada se estrecha aún más, quemándome la
piel.
Está esperando una respuesta, y casi me da vergüenza decírselo... casi.
—Nada de esto es culpa mía. El personal de la cafetería no me da comida, y...
116
—Quinton interviene antes de que pueda continuar.
—Ella tiene un desorden alimenticio. Sólo miente para encubrirlo. Está súper
avergonzada de ello y no quiere admitir que tiene un problema.
En un instante, me pongo al rojo vivo de ira. No tengo un puto trastorno
alimentario, y se lo digo con la mirada. Me devuelve la mirada, con la mandíbula
apretada y una mirada gélida que se clava en mis ojos.
La mirada de la mujer pasa entre nosotros, y tengo que preguntarme si
realmente le creerá. Juro por Dios que si ella está de acuerdo con él...
Ella asiente, y su mirada se suaviza un poco. —Eso no es tan inusual para una
chica de tu edad. —Mirando a Quinton y volviendo a mí, dice: —Haremos que te
curen, y luego tienes que considerar alguna forma de terapia. Podrías haber muerto...
Realmente espero que lo entiendas. —Quiero decirle que está equivocada, pero no
hay manera de que lo haga, no con Quinton en la habitación.
—Tengo que hacer algo de papeleo, así que volveré en unos minutos con otra
bolsa de líquidos. Recuéstate y descansa. —Me da unas palmaditas en la pierna y me
muerdo el interior de la mejilla hasta sentir el sabor de la sangre. Estoy muy cerca de
explotar sobre Quinton.
En cuanto sale de la habitación y la puerta se cierra tras ella, estoy dispuesta a
dar un bandazo por la habitación. —¿Qué demonios? No tengo un trastorno
alimenticio, y ambos lo sabemos.
Su mandíbula se aprieta más y habla entre dientes. —¿Aprenderás alguna vez
a mantener la boca cerrada?
—No tengo ninguna razón para mantener la boca cerrada —gruño—. De hecho,
mantener la boca cerrada es la razón por la que estoy aquí en primer lugar. Si hubiera
hablado antes sobre la falta de comidas adecuadas, tal vez no estaría aquí, medio
muerta para el mundo.
Las discusiones hacen que me duela la cabeza, y me recuesto en el catre y
cierro los ojos, cortando cualquier conexión que mantuviéramos al mirarnos.
—Un agradecimiento es suficiente. No hay necesidad de que hagas un
berrinche. Ya eres una soplona a los ojos de todos los estudiantes y miembros del
personal de aquí. ¿Ahora delatarás al personal de la cafetería diciéndole al doctor
que no te dan comida?
—No es una mentira.
—Es un movimiento de soplona. Mantén la boca cerrada. Es tu mayor
perdición. —El sonido de la silla raspando contra el suelo de baldosas me obliga a
arrastrar los ojos para abrirlos de nuevo, y veo a Quinton empujando fuera de la silla.
117
—¿A dónde vas? —pregunto, tratando de no sonar como si me importara. Es
obvio que ha estado aquí un tiempo, y yo estoy bien ahora, así que ¿qué importa si se
va?
—Si quieres saberlo, me voy a mi habitación a dormir unas horas. Llevo horas
aquí asegurándome de que tu culo no se me muera antes de poder sacarte todo el
partido. Tengo clase en unas horas y no he pegado ojo.
Lo único que puedo hacer es poner los ojos en blanco.
—Por supuesto, lo único que te importa es mi utilidad para ti.
—Cállate y duérmete antes de que te ponga a dormir.
—No tienes que ser tan agresivo.
—Duérmete, Aspen —ordena, metiendo las manos en los bolsillos de sus
vaqueros.
Lo veo caminar hacia la puerta y luego cierro los ojos, fingiendo que me
importa una mierda lo que haga. En realidad, no me importa. Simplemente no me
gusta lo despectivo que es conmigo ni el hecho de que la cafetería sea la razón por la
que estoy actualmente hospitalizada. No soy una soplona por decir la verdad, y no me
he hecho esto, que es lo que él quiere que crea el médico.
El silencio se instala a mi alrededor y permanezco en un estado temporal entre
medio dormida y medio despierta, cada pequeño sonido me sobresalta. Me siento
mucho mejor, que es lo único que me importa en este momento. No estoy segura de
cuánto tiempo ha pasado ni de cuándo me he dormido finalmente, pero la siguiente
vez que abro los ojos, encuentro a Brittney sentada en el lugar donde estaba Quinton
la primera vez que me desperté.
—¡Hola, tú! —saluda, con la preocupación grabada en sus rasgos.
—Hola —grazné.
—¿Qué te pasó? Parece que alguien te pasó por el procesador de alimentos.
Una sonrisa se dibuja en mis labios. —Eso es porque lo hicieron. Al parecer,
tengo una intoxicación alimentaria, y estoy deshidratada y falto de minerales.
Brittney me mira con severidad. —Si quieres contarme lo que pasa, puedes
hacerlo. No diré nada. Sólo que no quiero que te hagas daño o que alguien te haga
daño. —Tengo la sensación de que se refiere a aquella noche en el pasillo, que nunca
le expliqué del todo.
—Si te preguntas si me lo he hecho yo misma, la respuesta es no. También es
una situación muy complicada, así que lo dejaré en que la cafetería no me ha ofrecido
buena comida, y cuando digo buena, no quiero decir deliciosa. —Brittney arruga la
nariz—. Siempre que voy por comida, está caducada o a punto de caducar. A veces,
118
no hay nada en absoluto, y en esos días, no como. Quinton me dijo que me callara
cuando fui a decírselo al médico...
Me doy cuenta demasiado tarde de que he dicho demasiado y aprieto los labios
para que no se me escape el resto del vómito de palabras.
Ajustándose las gafas, pregunta: —Quinton, ¿el chico con el que te vi en el
pasillo la noche que nos conocimos?
Asiento y una parte de mí quiere decirle que en realidad no es un tipo tan malo,
que es muy inestable y que, como mucho, es un maniático del control, pero me
detengo a hacerlo porque me parece mal. Parece que estoy permitiendo su
comportamiento, y no quiero hacer eso. No importa lo jodido que esté alguien, eso
no significa que pueda tratar a la gente como quiera.
—Es una historia muy larga, y estoy demasiado agotada para entrar en ella,
pero sí, así es como acabé aquí.
—No me gusta. No me gusta que no te den la comida adecuada. —La rabia sube
a sus facciones, sus mejillas se enrojecen y sus cejas se fruncen. Comprendo muy
bien su enojo, pero no le he contado nada de esto porque quiera su compasión o su
ayuda.
—A mí tampoco me gusta, pero no hay mucho que pueda hacer al respecto. —
Sacudo la cabeza, sintiéndome una mierda por lo que voy a decir. —Tampoco quiero
que te sientas mal por mí o que intentes ayudar. Ya tengo suficiente atención sobre
mí por cosas que están fuera de mi control.
—¿No crees que tu salud es lo suficientemente importante como para hablar de
ella? —me pregunta tranquilamente.
—Sí, pero te estoy confiando como amiga, no como profesor, así que, por favor,
no conviertas esto en un problema más grande de lo que es. Hablaré con la cafetería.
Lo arreglaré.
Y lo haré, o al menos, lo intentaré.
—Ahora me voy a preocupar aún más por ti. —Las palabras que salen de su
boca me dejan inmóvil. Hacía tanto tiempo que no oía a alguien decir que estaba
preocupada por mí o que incluso le importaba mi existencia.
—No te preocupes. Estoy bien. En cuanto salga de aquí, volveré a la biblioteca
a molestarte.
Asiente y se mira las manos que descansan en su regazo antes de volver a
mirarme. La forma en que me mira con una expresión tan sombría y abierta es más
de lo que puedo soportar, y desvío los ojos para mirar la manta que me cubre.
—Si necesitas algo, Aspen, no dudes en pedirlo. Estoy aquí para ti, como amiga
119
y maestra. Ayudaré como pueda, siempre que pueda.
No quiero admitir lo mucho que me calman sus palabras, lo mucho que me
hacen sentir mejor, porque tengo miedo de despertarme y descubrir que todo esto
ha sido un sueño. Es decir, los vómitos y la fiebre podrían ser un sueño.
—Gracias, y gracias por comprobar cómo estoy. Por cierto, ¿cómo sabías que
estaba aquí? —Casi dudo en saber la respuesta a esa pregunta, pero si toda la escuela
ya lo sabe, entonces tengo que prepararme para cuando me dejen volver a los
dormitorios.
—Rumores. Escuché a un par de profesores hablar esta mañana y tuve que
comprobarlo por mí misma. Llamé aquí y la enfermera me dijo que estabas ingresada
pero durmiendo. He aplazado la visita para que pudieras dormir. No quería
molestarte.
Vaya, ¿cuánto tiempo he estado entrando y saliendo del sueño? Obviamente
más de lo que pensaba.
—Bueno, al menos sólo lo saben los profesores.
Brittney frunce el ceño. —No creo que sea así por mucho tiempo, pero no te
centres en eso. Concéntrate en sentirte mejor.
Asiento. Es lo único que puedo hacer ahora.
Ya me ocuparé de las consecuencias más adelante. Al menos no voy a morir de
deshidratación ni de ninguna otra locura, todavía no.

120
19
Quinton

A
unque no vuelvo a visitarla, estoy al tanto de Aspen a través de la doctora
que la ayudó a volver a la vida. He llamado al médico todos los días y
me ha dado un breve resumen de cómo está. Me hace sentir menos
idiota por no visitarla, pero no tengo nada que demostrarle. No es nada para mí, ni
una novia, ni siquiera una amiga. Sólo un juguete que no quiero que se rompa todavía.
La cafetería está abarrotada de gente hoy, y para cuando llegamos a una mesa,
estoy listo para tirar mi almuerzo a la basura y salir. Toda la gente y el alboroto me
ponen nervioso. Ren entabla una conversación con un chico sentado frente a nosotros.
Se llama Sillas y parece el típico americano, hasta la camiseta de polo que lleva.
Su cabello rubio está cortado al estilo militar, y lleva caquis. ¿Quién carajo lleva
caquis? Supongo que si su aspecto general no es lo suficientemente impactante, su
siguiente frase me hace escupir mi refresco sobre la mesa.
—Estoy bastante seguro de que mi padre me envió aquí para hacerme amigo
121
de otros criminales. Soy un hacker, pero realmente no he hecho nada grande. Quiere
que salga de mi zona de confort y me meta en lo oscuro.
—¿Hacker? —Me ahogo con el líquido que queda en mi garganta.
—Sí, es algo familiar. —Se encoge de hombros como si no fuera gran cosa, y
realmente no lo es. Los hackers no son algo nuevo, pero para mí es algo importante.
Una idea echa raíces en mi mente, cobrando vida ante mis ojos, y no puedo detenerla.
Ren me da una palmada en la espalda mientras se ríe. —¿Vas a lograrlo?
—Sí, estoy bien. —Me inclino sobre la mesa y miro a Sillas a los ojos. Parece un
hombre recto, pero no se puede juzgar a alguien por su apariencia y saber que vale
la pena confiar en él. Aun así, no tengo miedo. Mi padre sabe que quiero respuestas.
No estoy ocultando nada ni haciendo mal en pedirle a alguien que me busque
información.
—Necesito que hagas algo por mí, y aunque probablemente no lo necesites,
endulzaré el asunto echando también algo de dinero.
El rostro de Sillas se vuelve serio en un instante, y se desprende de la imagen
de chico americano ante mis ojos. —¿Qué necesitas hacer?
Mantengo la voz baja mientras digo: —Necesito que me ayudes a encontrar a
alguien... a mi madre.
Sillas traga visiblemente, y parece que podría estar enfermo.
—¿Tu madre desapareció? ¿No podría tu padre...?
—Ella Rossi no es mi madre biológica. Quiero que encuentres a mi madre
biológica —le explico y observo cómo en sus facciones se dibuja el más puro
asombro.
—Puedo intentarlo. Necesitaré todos los detalles que puedas darme, y luego
me pondré en contacto con mi padre.
Niego. —No. Quiero que lo hagas tú. No involucres a nadie más. Esto es entre
tú y yo. Pruébame y no tendrás que preocuparte por nada en este lugar. —Agrego lo
último por efecto, aunque sea cierto. Nadie se meterá con él aquí, no si está
caminando a mi lado.
Terminamos de almorzar y le comunico a Sillas que le enviaré por mensaje de
texto los detalles que conozco sobre mi madre. Que no son muchos. Al salir del
comedor, Ren me da un codazo en el hombro.
—¿Estás seguro de esto? ¿Ir a espaldas de tu padre?
Me detengo en seco y le clavo la mirada. —Nada de lo que hago aquí es un 122
secreto, y no es que él no sepa que quiero respuestas. Se niega a dármelas, así que
encontraré otro camino, el mío. —El veneno de mis palabras debe impedir que Ren
siga adelante con cualquier otra pregunta, porque en lugar de continuar la
conversación, pasamos a hablar de Luna y de lo emocionada que está por visitar a
Ren.
—La echo de menos como un loco, pero me gustaría poder pasar tiempo con
ella en otro lugar.
—Vendrá aquí cuando se gradúe, ¿verdad? ¿Por qué no dejarla venir y que
conozca la escuela? Así no se queda en medio de la nada como nosotros.
Ren se encoge de hombros. —Si soy sincero, no quiero que venga aquí. No
quiero que tenga nada que ver con esta vida. Quiero que vaya a la escuela, consiga
un buen trabajo, viva su mejor vida y se case y tenga hijos si es lo que quiere.
Casi me río. —¿Vas a dejar que tu hermana salga con alguien? —Ahora lo veo,
Ren asesinando a tantos tipos que nuestra familia ya no puede encubrir.
—No. Tendrá que ser una especie de matrimonio arreglado. Tengo que
asegurarme de que es perfecto para ella y de que no la va a herir ni a hacer llorar.
Quiero decir, probablemente será lo mismo con Scarlet.
La mención de su nombre me recuerda que pronto será adulta, y dentro de
poco, estará aquí junto a mí.
—No me importa que Scarlet venga aquí porque será más seguro que cualquier
otro lugar. Además, aquí puedo vigilarla. Al menos hasta que nos graduemos.
Los chicos estarán interesados y ella podrá tomar sus propias decisiones.
Decisiones que podrían hacer que la hirieran o incluso la mataran.
La falta de control que tengo sobre las personas que quiero me aterra. Bloqueo
el resto de la conversación, y cuando llegamos a nuestro dormitorio, es justo cuando
una de las criadas está saliendo. Se aparta del camino y empieza a empujar su carro
hacia la siguiente habitación.
Me acuerdo del estado en que encontré a Aspen y del aspecto de su habitación.
Sé que pronto le darán el alta, y al asegurarme de que su habitación está limpia, me
deberá una hora de su tiempo. Deteniéndome frente al carro, obligo a la criada a
detenerse o a golpearme. Por suerte, en el último momento, me mira a través de sus
pestañas y deja de moverse.
—Necesito que limpies la habitación de Aspen Mather.
Ella niega, con su cola de caballo marrón oscura balanceándose. —No puedo
hacer eso. El señor Diavolo nos dio instrucciones de no limpiar su habitación. Lo
siento.
Algo dentro de mí se rompe y me agarro al borde del carro con las dos manos,
dispuesta a arrojarlo por encima del hombro.
123
—No me importa lo que te haya dicho. Te estoy diciendo que vayas a limpiar
su habitación. Ahora ve a hacerlo, o me aseguraré de que mi padre sepa que
intentaste robar algo de nuestra habitación y que te descubrí in fraganti haciéndolo.
Imagino que la ira de mi padre rivalizará con la del señor Diavolo.
Las mejillas de la joven se ponen rojas como un tomate y su mirada se vuelve
sumisa. —Por supuesto, Sr. Rossi. Me aseguraré de limpiar su habitación por usted.
Asiento y me aparto de su camino, dejándola pasar sin incidentes. Siento que
Ren me atraviesa con la mirada.
—¿Qué demonios estás mirando?
—¿Sólo trato de entender por qué tener la habitación de Aspen limpia significa
tanto para ti?
No tengo que sumergirme en el trato que Aspen y yo hicimos el uno con el otro.
Eso no es asunto suyo, así que hago lo que mejor sé hacer. Pongo otro muro.
—No te preocupes por eso.
—Odio decirlo, pero estás actuando raro.
Pongo los ojos en blanco. —No, no lo hago.
—Sí, lo estas, y no me gusta.
Ren y yo siempre hemos estado unidos, y aunque todavía lo estamos, y puedo
confiar en él para cualquier cosa, no necesito divulgar todas las cosas que hago con
otras personas, y menos con Aspen.
—Lo siento, pero te equivocas, y realmente no me importa lo que te gusta —
digo mientras atravesamos la puerta y entramos en el apartamento. El olor a
antiséptico flota en el aire. El salón está limpio y las encimeras de la cocina están
limpias.
Ren cambia de tema. —¿Quieres tomar un par de cervezas y tal vez invitar a los
chicos a un rato?
La idea de pasar una noche entera con Matteo me hace hervir la sangre. No me
gusta la forma en que mira a Aspen, como si fuera un trozo de carne o como si le
perteneciera.
—No, tengo tareas.
La decepción llena los rasgos de Ren, haciendo que parezca más mi padre que
mi mejor amigo. —Lo que haya en esos libros no es nada que no hayamos aprendido.
Tú mismo lo has dicho. —Y lo dije, pero eso fue antes de darme cuenta de que Matteo
era un imbécil. Si se presentaba aquí esta noche, habrá sangre, y no será la mía.
—Sí, bueno, no me importa. Voy a pasar el resto de la tarde en mi habitación.
Ren sacude la cabeza y se va, y yo entro en mi habitación y cierro la puerta tras
124
de mí, haciendo clic en la cerradura. Me siento un poco mal por haber rechazado a
Ren, pero no voy a salir con Matteo, de ninguna manera.
Abro mi portátil y me conecto, queriendo revisar un poco mi correo electrónico
y las redes sociales. Nada más abrir mi cuenta, veo un correo electrónico de Scarlet.
Mis dedos se detienen en las teclas mientras miro fijamente la pantalla, leyendo el
mensaje.

¡Hola! He recibido la invitación oficial al baile de los fundadores. ¡Estoy tan


emocionada de verte! Será mejor que estés preparado para que te abrace. Mamá y
papá también están emocionados por verte. Sólo falta un poco para que podamos
visitarte. Te echo mucho de menos. Ah, y no puedo esperar a conocer a tu pareja.

¿Mi cita? ¿De qué demonios está hablando? No consigo que mis dedos escriban
una respuesta, así que miro la pantalla con desconcierto. ¿Cita? No tengo ninguna cita.
Diablos, ni siquiera quería ir al baile de los fundadores, pero no parece que
tenga muchas opciones, y parece que mi padre no está tramando nada bueno, ya que
estoy seguro de que es él quien ha seleccionado mi cita. La idea de volver a ver a mi
padre me da ganas de apuñalar a alguien. Sólo puedo esperar que la noche no
termine en un derramamiento de sangre.

125
20
Aspen

L
os días se mezclan. Quinton nunca vuelve al servicio médico para ver
cómo estoy, y no estoy segura de cómo me siento al respecto. Por un lado,
estoy contenta, pero por otro, estoy confundida. ¿Por qué iba a hacer el
esfuerzo de traerme aquí y asegurarse de que estoy bien, para luego no volver a ver
cómo estoy?
No me molesto en intentar darle sentido. Lo que Quinton y yo compartimos a
puerta cerrada no importa, y el hecho de que me traiga aquí no tiene nada que ver
con que realmente le importe. Tiene todo que ver con que se asegure de que su
pequeño juguete no se rompa hasta el punto de que ya no sea útil.
Así me siento yo también, un juguete que ha sido colocado en la estantería y
que sólo se saca cuando se presenta la ocasión. No es que quiera ser nada para él.
Preferiría que ignorara mi existencia por completo, pero nunca tendría tanta suerte.
—Asegúrate de que estás comiendo y tomando muchas vitaminas y minerales.
126
Si vuelves a estar aquí con el mismo problema, pediré una evaluación psicológica. No
tendrás opción de buscar terapia o no porque te obligaré.
Intento no poner los ojos en blanco ante la doctora, que ha sido mucho más
amable conmigo que la mayoría del personal. Aun así, cree que me estoy muriendo
de hambre, lo que me enoja.
—Entendido —digo.
Hacía mucho tiempo que no me sentía tan bien, probablemente desde que
llegué. No miro hacia atrás cuando salgo del centro médico y regreso a los
dormitorios lentamente. Algunos estudiantes se quedan en los pasillos, pero ninguno
me presta atención. En cuanto estoy dentro de mi habitación, suspiro, casi feliz de
estar de nuevo en mi propio espacio.
Me sorprende ver que el suelo ha sido limpiado, el olor a lejía me hace
cosquillas en las fosas nasales. Me fijo en el colchón de la cama y recuerdo que lo han
entregado, pero todo lo que viene después está un poco borroso. Sobre el colchón
hay una sábana nueva y una bolsa. Me pregunto brevemente si Quinton tuvo algo que
ver con la limpieza de la habitación. No quiero deberle nada más.
Curiosa, me acerco a la cama y miro dentro de la bolsa. Su contenido incluye
un par de barras de granola, pequeñas bolsas de mezcla de frutos secos y dos barras
de caramelo. Hay una pequeña nota en el fondo, y realmente odio que esta bolsa me
haga sonreír.
Una persona no debería estar tan emocionada por algo tan mundano, pero lo
estoy. Abriendo la nota, la leo para mí.

Me debes otra hora.


Lo cobraré cuando quiera.
-Q

Pongo los ojos en blanco. Por supuesto, esperaría algo a cambio de limpiar la
habitación y conseguirme una pequeña bolsa de comida. Casi con aprensión, abro
una de las barritas de cereales y la huelo. Después de comer comida mala y caducada,
he desarrollado un poco de trastorno de estrés postraumático hacia la comida. No hay
nada extraño en mis fosas nasales, así que doy un mordisco a la barrita, masticándola
lentamente antes de tragar.
Espero que ocurra algo malo, que mi estómago se rebele de alguna manera,
pero nada lo hace, así que sigo comiendo, devorando cada bocado como si fuera lo
último que voy a comer. 127
Una barrita de granola no me servirá, así que tendré que hacer un viaje a la
cafetería esta mañana. La idea de pelearme con uno de los empleados es agotadora,
pero no voy a permitir que acabe de nuevo en el hospital.
Quitando el polvo de las migas de mi regazo, me pongo de pie y recojo el
ingenio. Tengo que volver a la rutina. Mientras me dirijo a la cafetería para desayunar,
me pregunto si la escuela habrá llamado a mi madre cuando estuve enferma. Ella
nunca intentó llamarme, pero sospecho que si lo supiera, habría llamado. La cafetería
está casi vacía cuando llego, y me acerco al bufé, con la boca hecha agua y el
estómago rugiendo.
—No sé quién está al mando ahí atrás, pero...
—Tenemos su desayuno listo. —El tipo ignora lo que iba a decir y desaparece
un momento en la parte de atrás. Cuando vuelve, tiene un vaso de licuado en la mano,
y lo miro, extrañada de que todo mi desayuno pueda estar en ese único vaso.
—¿Qué es esto? —pregunto, tomando la taza.
—Desayuno. Tiene un montón de verduras y frutas diferentes, así como algunas
vitaminas y minerales. No estoy seguro de cómo va a saber, pero es súper saludable
y te dará todos los nutrientes que necesitas.
Basándose en todo lo que acaba de decir, alguien debe haber hablado ya con
la cafetería, cosa que no quería ni necesitaba. Dudo que haya sido Brittney; si hubiera
hablado con ellos, estoy segura de que ahora mismo tendría una comida real en mis
manos, no una versión líquida. Todos los dedos apuntan a Quinton o quizás incluso al
médico.
—¿Esto es todo lo que puedo comer?
—No necesitas nada más. Lo que hay ahí debería servirte hasta el almuerzo.
Aprieto los dientes para no arremeter. Estoy cansada de que la gente me diga
lo que necesito y lo que no necesito aquí.
—Bien —refunfuño, en lugar de discutir con el hombre, y tomo mi vaso de
licuado. Es fácil encontrar una mesa vacía a estas horas de la mañana. Saco la tapa del
vaso de licuado y miro dentro de él. Un líquido verde brillante me devuelve la mirada
y me dan arcadas.
No pueden esperar que me coma esto, ¿verdad? Aparto la mirada del
contenido de la taza, encogiéndome ante la idea de beberlo. ¿Qué otra opción tengo?
Ninguna. Tengo que comer, o acabaré de nuevo en la enfermería, y quién sabe qué
pasará la próxima vez.
Tragándome el reflejo nauseoso, me acerco el vaso a los labios y lo vuelvo a
inclinar. El líquido verde salpica hacia delante y entra en mi boca. Hago todo lo
128
posible por no concentrarme en su sabor, sino por forzarlo a pasar por mi garganta,
pero eso no funciona del todo bien.
El sabor amargo de las verduras es lo primero que noto, así como el espesor
del batido, si es que se le puede llamar así. Personalmente, me encantaría tirarlo al
cubo de basura más cercano, pero no lo hago, ni lo haré. Necesito cada gota de
nutrientes de esta taza.
Tengo un nuevo objetivo que añadir a mi lista, y que incluye no volver a la
medicina de nuevo. Si comer este horrible y nada delicioso batido hace que no lo
haga, entonces lo beberé.
De alguna manera, me trago el vaso entero sin vomitar. Me recuerdo a mí
misma que tiene que ser así y tiro mi vaso a la basura y le doy una sonrisa al hombre
que me dio el vaso antes de salir. Supongo que los mataré con amabilidad, aunque
técnicamente intentaron matarme.
Vuelvo a mi habitación y, nada más cerrar la puerta, mi teléfono empieza a
sonar. Sentado en el borde del flamante colchón, saco el teléfono del bolsillo y
encuentro el número de mi madre iluminando la pantalla. Está llamando por Skype,
así que pulso la tecla de respuesta y espero a que su cara llene la pantalla.
—¿Aspen? —dice, como si no pudiera creer que se haya puesto en contacto
conmigo cuando he estado esperando que me llamara todos los días desde que me
hospitalizaron.
—¿Sí, mamá?
—Oh, gracias a Dios, estás bien. Acabo de enterarme por Lucas de tu
hospitalización. Lo siento mucho, cariño. No tenía ni idea de que tenías un trastorno
alimenticio.
Tengo que evitar que se me escape toda mi rabia hacia ella. Sobre todo porque,
por primera vez en mucho tiempo, parece realmente preocupada por mí.
—No tengo un trastorno alimentario. Intenté decírselo, pero nadie me escuchó.
Me enfermé por la comida que me daba la cafetería. Estaba caducada la mayoría de
los días, y otros no me daban nada de comer, así que no me sorprende que enfermara.
La expresión facial de mi madre no cambia. ¿Realmente cree que intento
ocultarle que tengo un trastorno alimentario?
—No importa cuál sea el problema, tu padre y yo hablamos y decidimos que
sigue siendo mejor que te quedes allí. Estás más segura, independientemente de las
circunstancias que estés atravesando. —Sus palabras son una patada en las tripas.
Odio este lugar, pero odio más el hecho de no tener elección—. Lucas nos ha
asegurado que ahora se te proporcionará mucha comida sana y fresca.
129
Mis pensamientos se dirigen al vaso de licuado con el espeso líquido verde
que contiene. Sabía a hojas cubiertas de mantillo y al lugar donde los sueños van a
morir.
—Seguro que sí —murmuro en voz baja.
Suena a sarcasmo, pero realmente no entiende cómo es esto. El peligro, el odio
y el miedo que me invade. Es como si todo el mundo me persiguiera por algo con lo
que no tengo nada que ver, por una elección que hizo mi padre.
—No seas tan desagradecida. Las cosas mejorarán. Te prometo que estarás
mucho más segura allí que aquí. —No me lo creo ni por un segundo, pero no es que
tenga forma de irme.
—Bueno, estoy viva, así que no tienes que preocuparte más.
—Por favor, Aspen, no seas así. Tu padre tiene muchas cosas en su plato ahora
mismo, y yo estoy atrapada en la clandestinidad. El resto de nosotros no estamos
viviendo una gran vida.
Quiero decirle que quizá no esté viviendo una vida grandiosa, despertándose
con el desayuno servido y una criada a su disposición, pero que al menos no tenía
que despertarse todos los días con miedo a lo que pudiera pasar. No había un miedo
permanente que la asfixiara y le dificultara dormir por la noche. No tenía sentido
discutir con ella porque, pasara lo que pasara, haría parecer que su situación era
mucho peor que la mía.
—Mira, mamá. Tengo que irme. Los deberes y esas cosas.
Sus cejas se fruncen y su boca se abre como si fuera a decir algo más, pero
pulso la tecla de finalización antes de que tenga la oportunidad. No puedo soportar
otra discusión. Mientras apago el teléfono, me invade un sentimiento de culpa. Odio
tener que dejarla fuera así, pero por mi propia salud mental, tengo que hacerlo.
Observo mi escritorio y miro la pila de libros. Estar enferma me ha retrasado
mucho con los deberes. Supongo que pasaré el resto del día terminándolos y
esperando que Quinton no aparezca sin invitación. Eso sería mi suerte.

130
21
Quinton

H
ace una semana que Aspen recibió el alta médica y todavía no he ido a
verla. Sigo diciéndome que es porque necesito que esté sana para lo
que tengo planeado para ella. No puedo follar con ella si está
desmayada, pero en el fondo sé que esa no es la razón. No me importa que esté medio
muerta; seguiría disfrutando follándola... quizá incluso más.
No, la verdadera razón por la que me he mantenido alejado es que Ren tiene
razón. Me estoy acercando demasiado. No debería importarme si su habitación está
limpia o si tiene hambre o frío. No debería importarme nada, y el hecho de que lo
haga hace que un profundo sentimiento de culpa se instale en mis huesos. Se supone
que ella es el enemigo, y cuidarla de cualquier forma es como traicionar a mi familia.
Debería cortar todos los lazos, olvidar nuestro trato y dejar que se las arregle
sola, pero mi cuerpo le gana a mi mente. Porque mi cuerpo la anhela, anhela el control
y la sensación de paz que me da.
131
—¿En qué grupo estás? —La voz de Ren me saca de mis pensamientos.
—¿Eh? —¿Qué grupo?
—El campo de tiro. Estoy en el grupo seis, yendo al campo de tiro esta semana.
—Oh, sí. Yo también. ¿Esta semana?
—Jesús, amigo. ¿Dónde está tu mente? Sí, el entrenamiento con armas
comienza hoy. No es que lo necesitemos. ¿Quieres saltartelo?
—No, no me importaría disparar algunas rondas. Además, dependiendo del
tipo de entrenamiento que hagan, será algo divertido. No es que tengamos nada
mejor que hacer.
—Cierto. Bueno, vamos entonces. —Ren se pone en pie.
—¿Empieza ahora?
Ren me mira como si cuestionara mi cordura. —Si no hubiera dicho nada,
¿habrías ido a clase en una hora?
—Más o menos, sí. —Yo mismo estoy un poco sorprendido. Normalmente me
gusta tener un plan y estar preparado, pero el entrenamiento con armas simplemente
se me olvidó, lo que no hace más que consolidar mis pensamientos de mantenerme
alejado de Aspen.
Salimos de la habitación y subimos en el ascensor al nivel D. Sólo he estado en
este nivel una vez para familiarizarme con el entorno. Para mi sorpresa, parece que
Ren también ha estado aquí. Caminamos por el pasillo blanco hasta el campo de tiro.
Cuando entramos, ya hay tres personas: el instructor, Matteo y un alumno que no
conozco.
Matteo nos saluda con la cabeza, y el ácido se revuelve en mi estómago. Cada
vez que lo veo, me desagrada un poco más. En lugar de asentir, lo ignoro, haciendo
como si no estuviera allí.
Me meto las manos en los bolsillos y me las imagino rodeando su garganta
mientras vemos cómo los estudiantes se amontonan lentamente en la sala. Matteo está
hablando con el chico que no conozco. Pero sus ojos me miran esporádicamente,
como si quisiera asegurarse de que no lo voy a atacar.
El instructor es alguien a quien tampoco conozco todavía. Es alto y voluminoso,
con el cabello corto y rubio sucio y una barba descuidada que parece que acaba de
pasar seis meses sin hogar.
Ren se apoya en la pared con indiferencia, pero sé que se da cuenta de que
estoy irritado. Apartando los ojos de Matteo, hago un rápido recuento de las personas
que hay en la sala. Ya somos catorce, lo que significa que nos falta un alumno. Cada
grupo debería ser de quince. Apenas me he quitado esa idea de la cabeza cuando se
abre la puerta y entra la última persona.
132
Aspen.
—Lo siento —se disculpa en voz baja por llegar tarde, con los ojos fijos en el
suelo. Todavía no me ha visto, y cuando levanta la vista, su mirada se dirige a Matteo,
que la mira fijamente como un perro hambriento mira un hueso.
—Ahora que estamos todos aquí, vamos a empezar. —El instructor levanta la
voz, acallando toda la cháchara de la sala. —Soy Michael Brooks. Pueden llamarme
Mike. Es una broma, si me llamas Mike, te dispararé en la pierna. Me llamarás Brooks.
Si me llamas Sr. Brooks, también te dispararé en la pierna...
Brooks sigue hablando, pero mi atención se centra en la chica rubia con la
espalda pegada a la puerta por la que acaba de entrar. Cuando dejé la medicina,
estaba muy pálida. El color ha vuelto a su rostro, pero sigue siendo demasiado
delgada para parecer saludable. Su jersey cuelga de uno de sus hombros, mostrando
su pronunciada clavícula y su fino cuello. Sus vaqueros son holgados y parece que
están a punto de caerse de sus caderas.
—Estás a punto de entrar en la única sala de esta escuela donde se permiten
las armas. —La voz de Brooks irrumpe de nuevo—. Cada uno de ustedes encontrará
un puesto con tres armas. Todavía no están cargadas, pero la munición para cada una
está en el estante inferior de su puesto. Sólo carguen un arma a la vez, permanezcan
en su puesto y no se disparen entre sí. ¿Entendido?
Un murmullo bajo llena la sala, y todos asienten con la cabeza, excepto Matteo,
que se queda mirando a Aspen como si le quitara la ropa en su mente. Brooks abre la
puerta del campo de tiro, y todos empiezan a dirigirse hacia la puerta, Aspen incluida.
Matteo la sigue, y yo lo sigo.
Aspen toma la cabina de la izquierda, la más alejada de todos los que están a
la izquierda. Matteo intenta tomar el puesto contiguo al suyo, y toda mi convicción de
mantenerme alejado de ella se esfuma.
—¿A dónde vas? —Ren pregunta, poniendo su mano en mi hombro.
Mierda, me olvidé de que estaba aquí por un momento.
—No puedo hacerle la vida imposible a Aspen desde allí. —Encogiendo su
mano de mi hombro, me acerco a Matteo. —Muévete, esta es mi cabina.
Matteo se gira rápidamente, mirándome directamente a los ojos. —Por
supuesto. —Asiente, forzando una sonrisa—. Nos vemos luego, rata. —Le guiña un ojo
a Aspen y se escabulle como la serpiente que es.
Ren ocupa la cabina que está tres abajo de la mía, y la chica rusa rubia de PE la
que está a mi derecha. Estoy segura de que se llama Hannah, o Anna, o algo así. 133
Miro a mi izquierda y veo que Aspen aparta la mirada rápidamente, como si no
quisiera que me diera cuenta de que me está mirando. Una sonrisa se dibuja en mis
labios cuando veo la selección de armas que tengo ante mí.
—Empezaremos con las dos pistolas. Pónganse las protecciones para los oídos,
elijan un arma, cárguenla, disparen, repitan —instruye Brooks, y la sala se llena con
el sonido de las armas que se cargan y se encañonan.
Uno a uno, me introduzco los tapones insonorizados en el canal auditivo y cargo
el arma en piloto automático. El movimiento ya está lo suficientemente integrado en
mi cerebro como para no tener que pensar en lo que estoy haciendo.
Levantando mi arma, apunto al objetivo y disparo las diez balas. Todas las balas
dan en el anillo más pequeño de la diana, y dos están en el centro. Suelto el cargador
y vuelvo a cargar antes de cargar el arma y apuntar de nuevo.
Estoy a punto de hacer mi primer disparo cuando oigo una maldición casi
inaudible a mi lado. Inclino la cabeza y miro a través del cristal que me separa de
Aspen. Ella está tanteando el arma, intentando cargarla con el cargador equivocado.
Sacudiendo la cabeza, bajo mi propia arma. Sacando uno de los tapones para
los oídos, recorro la pequeña separación entre las cabinas. —¿Qué carajo estás
haciendo?
—Estoy cargando el arma. ¿Qué parece?
—Parece que estás tratando de meter un cargador de 1911 en una Glock 19.
—¿Así que esta no es la correcta? —Ella mira el arma como si fuera un objeto
extraño.
—¿Me estás jodiendo ahora mismo?
—No sé estas cosas. Nunca he sostenido un arma antes.
Se me afloja la cara de asombro. No puede hablar en serio.
—Tu padre es un traficante de armas —señalo. ¿Cómo diablos no ha tenido
nunca un arma en sus manos?
—Quería estudiar medicina. —Coloca la pistola en la mesa frente a ella y se
apoya en la pared frente a mí. Tiene la cabeza baja, los hombros caídos y mira la
pistola como si estuviera a punto de llorar.
Ahora estoy aún más confundido. En todo el tiempo que lleva aquí, no la he
visto llorar ni una sola vez. Incluso con toda la mierda que la gente le ha hecho pasar,
incluyéndome a mí, no ha derramado ni una sola lágrima delante de nadie. Siempre
ha mantenido la cabeza alta, sin embargo, ahora mismo, parece que está a punto de
salir llorando, y no puedo entender por qué. ¿Por qué ahora de todos los días? Y lo
que es más importante, ¿por qué me importa?
—No sé cómo hacer nada de esto. 134
Los disparos suenan a nuestro alrededor, pero los ignoro mientras tomo su
pistola y la cargo con el cargador adecuado. —Ven aquí. Ponte así, con el pie derecho
ligeramente hacia atrás, los hombros cuadrados y los brazos doblados. Sujeta la
pistola con la mano derecha, y luego rodea la parte inferior con la izquierda, así.
Le muestro cómo ponerse de pie antes de apartarme a un lado, entregándole
la pistola cargada. Ella no se mueve, simplemente mira fijamente el arma en mi mano
durante unos segundos más. Cuando la toma, mi instinto me lleva a apartarme.
Después de todo, le estoy dando a mi enemiga un arma cargada. ¿Tal vez sea un
maldito truco? Si lo es, se merece un puto Oscar.
Vacilante, toma la pistola y la sostiene en la mano con torpeza. Se pone en
posición como le he enseñado hace un momento. No apunta bien, pero la dejo
disparar unas cuantas veces antes de corregirla. Aprieta el gatillo y todo su cuerpo se
sacude por el retroceso para el que claramente no estaba preparada.
Se estabiliza y dispara el resto de las balas en dirección al objetivo. Sólo cinco
de las diez balas dan en el blanco.
—Eso es terrible. —Brooks se acerca a nosotros—. ¿Quién carajo te enseñó a
disparar?
—Ahh, nadie. Es mi primera vez —admite Aspen, sorprendiendo igualmente a
Brooks.
—Muy bien, entonces, vuelve a tu cabina y yo lo repasaré todo con ella. —Me
echa, toma la pistola de las manos de Aspen y empieza a explicarle los mecanismos
del arma y las diferentes características.
Vuelvo a mi sitio, tomando nota mentalmente de comprobar a Brooks más
tarde. Está claro que no sabe quién es Aspen, ya que es el único instructor que no la
ha tratado como una traidora.
—¿Me vas a enseñar a disparar ahora? Me vendría bien algo de ayuda. —La
chica rusa rubia guiña un ojo.
—Parece que lo estás haciendo bien —digo, echando un vistazo a su objetivo,
que se parece mucho al mío. La verdad es que me impresiona un poco su puntería,
pero, por supuesto, no hago ningún comentario al respecto.
—¿Tal vez puedas darme lecciones de otra cosa entonces? —me pregunta
seductoramente. Es la segunda vez que se me insinúa descaradamente y, como la
última vez, la ignoro.
Vuelvo a mis propias armas, disparando los cartuchos que tengo, recargando
y repitiendo hasta que he pasado por todas las armas y cuatro objetivos diferentes.
Brooks pasa la mayor parte de la clase con Aspen, enseñándole a manejar el conjunto
de armas. A cada minuto que pasa, me irrita más, y no sé muy bien por qué.
Lo único que sé es que al final de la clase estoy dispuesto a hacer un agujero
135
en la cara de Brooks. Se aleja y habla de limpiar las armas después del almuerzo.
Aspen pasa junto a mí, obviamente tratando de evitarme, pero la alcanzo fácilmente.
Agarrando su brazo, la atraigo hacia mí y me inclino para susurrarle al oído. —
Todavía me debes una hora.
Se suelta de mi mano con un resoplido y se aleja como si pudiera escapar de
mí. ¿No sabe que eso nunca sucederá?
22
Aspen

L
a paranoia me recorre la espina dorsal, y cada vez que entro en mi
habitación y cierro la puerta, espero el segundo en que él entre. No saber
cuándo piensa Quinton cobrar su hora conmigo me tiene en vilo. Es
mentira, no sólo de los nervios, sino colgando de un precipicio por las uñas.
Odio que un favor se cierna sobre mi cabeza, y más aún, que se lo deba a Q, y
no pueda opinar sobre cuándo va a cobrarlo. Escaneo mi tarjeta de acceso, entro en
el dormitorio y cierro la puerta tras de mí. Aprieto la espalda contra la madera y suelto
un largo suspiro.
No me siento cien por ciento segura aquí, no mientras Quinton tenga una tarjeta
de acceso a mi habitación, pero sigo sintiéndome más protegida por estas cuatro
paredes que en todo el tiempo que paso caminando por los pasillos entre clases.
Agrego libros a la pila que ya existe en mi escritorio y me tiro en la cama,
agradeciendo que ahora tengo un colchón. Maldito Q y sus trueques. Si no fuera tan
136
débil, diría que no, pero muchas de las cosas que ofrece me ayudan, y no puedo dejar
pasar una cama decente, comida y, sobre todo, protección.
Mi ordenador está sobre el escritorio, junto a la pila de libros, y me muevo para
tomarlo, abriéndolo para comprobar mis correos electrónicos. No sé por qué me
molesto. No es que nadie quiera hablar conmigo. Casi me río de lo patética que es mi
vida. Sin amigos, sin nadie que se preocupe de verdad de si estoy viva. Mis padres
actúan como si se preocuparan, pero ¿realmente lo hacen?
Estoy a punto de cerrar el ordenador y darme una ducha cuando entra una
llamada de Skype de un número desconocido. Al mover el ratón hacia el botón de
respuesta, hago una pausa. ¿Debo responder a esta llamada? Podría ser cualquiera.
La indecisión pesa sobre mis hombros y, como si el destino ya supiera la respuesta,
mi dedo se desliza fuera de la tecla y pulso responder por accidente.
El aire de mis pulmones se detiene, y mis dedos pican para agarrar la pantalla
de mi portátil y cerrarla, pero decido no hacerlo en el último segundo, que también
resulta ser el mismo momento en que la cara de mi padre aparece en la pantalla.
Estoy muy sorprendida. Lo único que puedo hacer es mirar la pantalla,
preguntándome cómo demonios se las ha arreglado para negociar una llamada de
Skype desde la cárcel. Pensándolo bien, ni siquiera quiero saberlo.
—Aspen, me alegro de verte. —Sonríe, y aunque sigue pareciéndose a mi
padre -cabeza de chorlito y suaves ojos verdes-, el traje naranja brillante y el aspecto
curtido de su cara me recuerdan todo el estrés que esto debe estar causándole.
—Hola. —Mi voz se quiebra—. ¿Cómo has...? —Sacudo la cabeza: —No
importa, no quiero saber cómo conseguiste llamarme desde dentro. —De inmediato,
mis defensas se levantan. Si está llamando, no significa nada bueno.
—Eso no importa, cariño.
—¿Pasa algo?
—No, aquí no. Tu madre me ha dicho que lo estás pasando mal en Corium. Que
la gente te persigue.
—Después de mí sería una afirmación muy floja. Me quieren muerta pero no
encuentran la forma de hacerlo sin que cause problemas.
—Eres más fuerte de lo que crees, Aspen, y aunque parezca que los muros se
derrumban a tu alrededor, no es así. No hay lugar más seguro para ti que dentro de
Corium.
—Esto es literalmente un infierno.
—Bueno, en caso de que necesites alguna ventaja, puedo decirte esto... —
Aparta la mirada de la cámara y luego vuelve a mirarla como si tratara de determinar 137
si alguien le está escuchando o mirando—. La respuesta a su pregunta es Xander.
¿Xander? ¿Y la pregunta de quién? —¿De qué estás hablando? —pregunto,
confundida por el acertijo.
—Eres más inteligente de lo que crees, Aspen.
—La inteligencia no tiene nada que ver, papá. No entiendo lo que me estás
diciendo...
—No puedo decir más de lo que ya he dicho, ya que las llamadas desde el
interior están controladas —interrumpe.
Mis labios se separan y estoy a punto de decir algo más, pero entonces la
pantalla se oscurece y la llamada termina. ¿De verdad me ha colgado?
Me siento desconcertada por la conversación, mirando la pantalla durante
cinco minutos antes de decidirme a cerrarla. Qué puede significar... la respuesta a su
pregunta es Xander. Ya sé que se refiere a Quinton, pero no sé en qué sentido.
Obviamente, mi padre sabe cosas que yo no sé, y en lugar de decírmelo, me
habla en un idioma extranjero, dejándome que lo descubra por mi cuenta. Mi
frustración hacia mi madre y mi padre ha alcanzado un nuevo nivel. Ambos creen que
estoy a salvo aquí, pero yo no lo veo y, desde luego, no lo siento. ¿Cómo pueden
pensar que estar hospitalizada es seguro? Casi me matan, por el amor de Dios. Cada
día aquí se siente como si estuviera a un segundo de ser arrojada a las fosas del
infierno.
¿Cómo puedo seguir adelante? ¿Cómo puedo hacer que me teman tanto como
a Quinton? No quiero hacer daño a nadie, pero tengo que encontrar la manera de
hacerme más fuerte. Cuando Q me enseñaba esos movimientos en clase, nunca me
había sentido tan poderosa, tan en control.
En muchos sentidos, me dio una fuerza que nunca había tenido. De repente, me
siento encerrada en esta habitación. Normalmente, quiero mantenerme oculta,
protegida por estas cuatro paredes, pero me siento impulsada a buscar algo más.
Tomo mi tarjeta de acceso del escritorio y mis ojos se fijan en el borde del
mapa. Hay un libro que cubre la mayor parte del mismo, pero en la esquina inferior
está la clave del mapa, y me fijo en una sola palabra: sunroom.
Apartando el libro del mapa, escudriño una ruta hacia el solario. Me abro paso
entre una multitud de enemigos para disfrutar de unos momentos de luz solar. Salgo
de la habitación mareada por la emoción. Después de la conversación que tuve con
mi padre, esto es exactamente lo que necesito.
Los pasillos están congestionados de estudiantes que regresan a los
dormitorios. Con la cabeza gacha, me abro paso entre la horda hasta los ascensores.
Un ascensor ya está subiendo con un par de estudiantes dentro, así que me deslizo 138
dentro y aprieto mi espalda contra la pared. Las dos chicas que están dentro
intercambian miradas, mientras que el resto de ocupantes, un chico, no me presta
atención. Hago como si no existieran e ignoro sus miradas.
Al menos no dicen nada.
El ascensor suena, y entonces recuerdo que me olvidé de pulsar el botón de la
terraza acristalada, así que cuando todos salen y vuelvo a quedarme sola, pulso el
botón —s— y doy un paso atrás, feliz una vez más.
Cuando el ascensor vuelve a sonar y las puertas se abren, salgo y tengo que
taparme los ojos casi inmediatamente. Aunque es por la tarde, el sol sigue pegando
en la terraza cubierta. Hacía tiempo que no veía el sol tan de lleno.
Observo que hay sillas y mesas con pequeñas plantas repartidas por la
habitación. Es un espacio vacío y acogedor que podría ser mi escondite para cuando
la biblioteca no sea una opción. Lentamente, me adentro en la habitación y tomo
asiento en una de las mesas.
El sol golpea mi piel y me deleito con la vitamina D que me proporciona.
Incluso a través del grueso cristal que me rodea, puedo sentir los calientes rayos.
¿Quizás me deprima menos después de esto? Dicen que el sol puede hacer que te
sientas rejuvenecida. Lástima que no pueda deshacerse de todos los imbéciles de
Corium.
No. Me digo a mí misma e intento no pensar en nada malo mientras me siento
con los ojos cerrados, tomando el sol. Ya he llegado hasta aquí, y no me rindo.
Después de un rato, empiezan a formarse gotas de sudor en mi frente, y sé que es
hora de volver a mi dormitorio cuando el sol empieza a ponerse en el horizonte.
Puedo hacerlo. Las cosas son difíciles aquí, pero podrían ser peores. Mi padre
-aunque no explicó realmente lo que quería decir con ello- me proporcionó una pista.
No tengo ni idea de lo que significa, pero si tengo que usarla, lo haré. Lo único que
me importa es mi propia cordura. Necesito mantenerme a flote porque en cuanto
muestre la más mínima debilidad, atraeré a los estudiantes de Corium como los
tiburones a la sangre en el agua.

139
23
Quinton

—M
ira, he indagado todo lo que he podido, pero tengo que ser
sincero contigo —dice Sillas, y ya me doy cuenta de por
dónde va la cosa.
—Si no tienes nada para mí, dímelo. —Lo miro fijamente a los ojos. Su rostro
carece de emoción, sus ojos se clavan en los míos.
—Lo he intentado, pero quienquiera que haya encubierto esto ha hecho un
buen trabajo. No puedo encontrar ninguna información sobre ella. Es casi como si la
persona que me pide que encuentre no existiera. —Cuando dice quien encubrió esto,
se refiere a mi padre.
Mi mano se cierra involuntariamente en un puño. De nuevo, las respuestas que
busco están fuera de mi alcance. Me gustaría que mi padre no fuera tan idiota y me
dijera la verdad sobre lo que le pasó, pero tengo la sensación de que, aunque lo
hiciera, no me gustaría la respuesta. Conociendo al hombre que es hoy, no puedo
140
imaginar que fuera más amable antes de que yo llegara.
—¿Así que eso es todo, no hay nada más que puedas hacer?
Sillas echa un vistazo al pasillo, que está casi vacío, antes de volver a mirarme.
—Que no haya podido encontrar nada no significa que no se pueda encontrar. Sólo
significa que mi alcance no es tan amplio. Sin embargo, hay alguien más, alguien
mejor que puede ayudarte.
Genial, ahora estamos metiendo a otras personas en esto.
—No quiero involucrar a nadie más —gruño. Estoy tentado de alejarme y
buscar otro camino. ¿De qué sirve si no puede ayudarme?
—Mira, es la mejor de las mejores, y no tienes que ir muy lejos porque es
profesora aquí.
Levanto una ceja. —Tienes mi atención. Cuéntame más.
—La bibliotecaria. Si quieres respuestas, ella es la persona a la que debes
acudir.
Mierda. Es la última persona a la que quiero acudir, pero si me da las respuestas
que quiero, lo haré. Me paso una mano por el cabello, contemplando cómo voy a
hacer esto. Su impresión de mí ya está sesgada por aquella noche en el pasillo.
Me pregunto si Aspen le dijo algo. Probablemente no lo hizo. Aspen es muchas
cosas, pero no es estúpida, y no se atrevería a llamar más la atención. Pero aunque no
se lo haya dicho, eso no significa que no haya hecho ya sus propias suposiciones
sobre mí.
—Voy a ir a hablar con ella ahora —anuncio, apartándome de la pared.
—De acuerdo, pero para que lo sepas, no sé cuál será su precio, o si incluso
hará algo. Sólo sé que si quieres encontrar algo que no parece existir, ella puede
encontrarlo por ti.
Asiento, sin molestarme en decirle que pagaré el precio que sea. Aunque diga
que no quiere ayudarme, encontraré la manera de que lo haga.
Todo el mundo tiene una debilidad, aunque no lo parezca.
—Dile a Ren que fui a hacer ejercicio. No quiero que me siga.
—Claro —dice Sillas, y yo le hago un gesto con la cabeza mientras me alejo y
voy por el pasillo.
Ren ha estado actuando de forma extraña, y una parte de mí se pregunta si está
informando a mi padre sobre mis actividades aquí. No creo que lo haga. Ren no es
así, y no tiene nada que ver con mi padre. Pienso en todo esto mientras me dirijo a la
biblioteca, y en cuanto llego al lugar donde Brittney nos encontró a Aspen y a mí
aquella noche, mis pensamientos cambian.
141
Mi polla se pone dura al recordar lo asustada y débil que parecía Aspen.
Necesito volver a verla así. Necesito tenerla a mi merced, dispuesta a hacer cualquier
cosa que le diga. Ansío su completa sumisión y me encanta el placer que me
proporciona. Soy como un adicto cuando se trata de controlar a Aspen, y no quiero
parar nunca.
Pasando el lugar donde la tenía atrapada contra la pared, sigo caminando hasta
llegar a la entrada de la biblioteca. Me detengo en seco, sorprendido por la sensación
de amplitud y apertura del espacio. No voy a mentir, esperaba algo oscuro, una
mazmorra con libros que huelen a polvo y moho. No esta sala luminosa con enormes
ventanas y filas y filas de libros.
Las risas llenan la habitación, y yo continúo caminando, siguiéndolas por una
esquina hasta que veo a Aspen y a Brittney de pie entre las estanterías, cada una con
un libro en la mano. En cuanto Aspen me ve, deja el libro en la estantería y se acerca
a mí.
Me mira con el ceño fruncido y se echa el cabello rubio por encima del hombro,
revelando la suave pendiente de su garganta. Una garganta que quiero agarrar y
rodear con mis dedos.
—No puedes estar aquí —susurra, lanzando una mirada por encima del hombro
a Brittney. Le dedico una sonrisa deslumbrante y la saludo con la mano. Aspen me
empuja el hombro y un rayo me atraviesa al tocarla—. ¿Qué demonios estás
haciendo?
Me hago el tonto y miro alrededor de la enorme habitación. —¿Qué quieres
decir? Esto es una biblioteca. Todos los estudiantes son bienvenidos aquí.
Aspen sacude la cabeza. —No, tú no.
La sonrisa se me escapa de la cara. No me gusta lo insistente que es para que
me vaya. Entonces me doy cuenta de que podría ser más fácil pasar por Aspen para
llegar a Brittney, lo que significa que tengo que aguantarme y llegar a algún tipo de
acuerdo con ella porque no voy a quedarme fuera de la biblioteca cuando es gratis
para cualquier estudiante que quiera usarla.
—Suena como si quisieras negociar algún tipo de trato.
Aspen me mira, parpadeando lentamente. —No quiero hacer ningún tipo de
negociación contigo. Cualquier trato que haga contigo es una pérdida para mí.
Me encojo de hombros. —No es mi culpa que tus habilidades de negociación
sean una mierda.
Pone los ojos en blanco y da un paso más hacia mí. Siento el calor de su cuerpo
que se desprende de ella y me golpea. Un ligero aroma floral invade mis sentidos, y
142
la proximidad de su cuerpo hace que mi polla se ponga dura. Me recuerda que aún
me debe una hora. No voy a mentir. Me encanta tenerla en deuda.
—Por favor, Quinton. Este es el único lugar en toda la universidad donde me
siento segura. Donde puedo ser yo misma. No me lo arruines, por favor. —Su voz
adquiere un ligero tono, y no me gusta la forma en que el sonido me atraviesa,
haciéndome sentir una pizca de remordimiento.
No puedo sentirme mal por ella, aunque nada de esto sea culpa suya.
—Eso parece un problema tuyo.
—Quinton —susurra mi nombre y luego mira por encima del hombro a Brittney,
que está guardando los libros pero sigue observándonos con el rabillo del ojo.
Me inclino hacia su cara, y el fuego se enciende en lo más profundo de mi
vientre cuando su pulso se dispara, su lengua rosada sale disparada sobre su labio
inferior. —Di mi nombre una vez más y te pondré de rodillas con mi polla en la boca.
—Q, hablo en serio.
—Yo también. —Sonrío diabólicamente.
—Tiene que haber algo que quieras más que atormentarme.
Casi me río. —No quieres saber las cosas que quiero de ti, Aspen. Haría que
tus pesadillas parecieran cuentos de hadas.
El miedo aparece en sus ojos, pero rápidamente lo cubre con una oferta. —
Bien, puedes tener otra hora además de la que ya te debo. —Hace comillas alrededor
de la palabra “debo”—. Técnicamente, no acepté ese trato en primer lugar. Sólo me
trajiste cosas y exigiste una hora.
—¿Entonces no te comiste la comida? Supongo que puedo devolverla y borrar
tu deuda.
Sus ojos se abren un poco de sorpresa. —Bueno, me lo comí porque me moría
de hambre. Entonces, ¿aceptas el trato o no?
—No... parece un trato de mierda. ¿Quieres que me quede fuera de la
biblioteca durante todo el año escolar, pero sólo tengo una hora de tu tiempo? Quiero
más que eso... mucho más.
Ella se estremece visiblemente. —Sé que me voy a arrepentir después, pero
una hora, una vez a la semana, dentro de mi habitación.
Me froto la mandíbula mientras considero su trato. —Una hora, una vez a la
semana. Eso sigue sonando a que tú ganas y yo pierdo.
Su pequeña mandíbula se tensa y en sus ojos parpadean llamas de fuego. Mi
polla se pone más dura. Incluso su ira me excita.
143
—No te voy a dar más que eso.
—Hmm... una hora, una vez a la semana, pero yo estoy a cargo todo el tiempo.
Tienes que hacer lo que yo quiera sin quejarte.
—Bien, pero te comprometes a mantenerte fuera de aquí. No aparecerás
cuando quieras y me acosarás. Este será mi lugar seguro. ¿Lo prometes? —Su rostro
se endurece mientras me mira.
—No hago promesas, pero tampoco falto a mi palabra. Tú cumples con tu parte,
y yo con la mía.
—Trato hecho, ahora vete. —Me empuja hacia atrás, y mientras apenas me
mueve, finjo que voy a caerme.
—Si querías ponerte así, sólo tenías que decirlo.
—Quinton —gruñe.
Me alejo lentamente. —No pasa nada. Lo dejaré para otro día. —Le guiño un
ojo, y ella me fulmina con la mirada.
Es curioso que actúe como si me odiara, pero cuando estamos a solas en su
habitación, y sólo nosotros dos, se derrite como la mantequilla en mis manos. En
cierto modo, nos estoy dando un respiro a los dos. Yo tengo una hora de control, y
ella tiene una hora para dejarse llevar y fingir que no somos enemigos.
—Me alegro de verte, Brittney —le digo a la bibliotecaria, mirando más allá de
Aspen y directamente a Brittney. Tiene los ojos entrecerrados, como si tratara de
entenderme. Nunca lo hará, nadie puede. Ni siquiera yo sé qué demonios voy a hacer
ahora. Le hago un pequeño gesto con la mano, que ella no devuelve. Por el rabillo del
ojo, veo que Aspen me ruega con la mirada que me vaya.
Puede que me cueste un poco de trabajo, pero estoy decidido. Conseguiré la
respuesta que necesito, independientemente de que mi padre quiera o no que la
tenga.

144
24
Aspen

C
uando llego a mi dormitorio, estoy agotada. Dejo los libros sobre el
escritorio, me quito la ropa y me meto en la ducha. El agua tarda una
eternidad en calentarse, pero una vez que lo hace, permanezco bajo el
chorro durante diez minutos, relajándome. Hoy apenas he podido pasar por
Educación Física, y la historia me ha dado ganas de sacarme los ojos. Quinton nunca
se presentó a Educación Física, y no quería pensar en cómo me hacía sentir eso.
Sin embargo, Matteo estaba allí, y sus ojos vigilantes estaban sobre mí todo el
tiempo. No dijo nada, pero sé que quería hacerlo. Si pudiera salirse con la suya y
clavarme un cuchillo directamente en el pecho, y si fuera lo suficientemente violento
para hacerlo, lo haría.
Me doy tiempo para relajarme, me lavo lentamente el cabello y el cuerpo y me
afeito las piernas. Cuando termino, el agua está fría y salgo envolviéndome el cuerpo
con una toalla que raspa y el cabello con otra.
145
Acabo de dar un paso hacia mi dormitorio cuando la puerta se abre de golpe y
Quinton entra a trompicones, con la cabeza inclinada y el rostro oculto. Su repentina
aparición me sorprende, y me quedo mirando su tambaleante cuerpo durante un
segundo antes de decir algo.
—Se agradecería una llamada de vez en cuando —digo, dándome cuenta un
momento después de que no llevo más que una toalla y que le debo una hora a la
semana, que aún no le he dado. Doy un paso atrás, y un escalofrío que actúa más bien
como una advertencia se desliza por mi columna vertebral.
—Estoy bastante seguro de que te he dicho más de una vez que tu boca será tu
mayor perdición —se burla Quinton, con la voz ahumada, y cuando levanta la vista,
jadeo al ver su rostro.
Su labio está roto y sangrando, y sus ojos azules helados normales están
borrosos como si estuviera bajo la influencia de algo, lo que explicaría los tropiezos.
—¿Qué te paso?
Sacude la cabeza. —No hagas preguntas para las que no quieres respuestas, y
créeme, no quieres que responda a esto. —Moviéndose con la velocidad del rayo,
invade mi espacio. Su habitual e intenso olor a madera llena mis pulmones, seguido
del olor a cerveza.
—Has estado bebiendo —le digo en un momento en que sus dedos rozan el
borde de mi toalla.
—Gracias, capitán obvio, ahora pierde la toalla para que pueda cogerte. Sólo
tenemos una hora.
Parpadeo, tratando de recordar cuándo accedí a follar con él. Dije una hora, lo
que él quisiera, pero no pensé que se lanzaría tan rápido a querer sexo.
—Mira, Quinton —empiezo a decir, pero tiene la toalla arrancándola, su mano
sobre mi boca y mi cuerpo presionado contra el colchón bajo el suyo antes de que
pueda decir otra palabra.
Estoy cautiva de su mirada penetrante.
Me sonríe, su cuerpo se aprieta contra el mío con fuerza. Sus ojos están
ardiendo; la ira y la derrota nadan en lo más profundo. Con su mano todavía sobre mi
boca, todo lo que puedo hacer es mirarlo y sentir su rabia amenazando con
derramarse sobre mí.
—No me importa que seas virgen. No me importa nada, en realidad. Voy a
follarte duro y rápido. No quiero que digas una puta palabra cuando retire mi mano.
¿Me entiendes?
Los músculos de mi estómago se tensan y una energía ansiosa se abre paso por
mi cuerpo. Sacudo la cabeza y suplico con nada más que mis ojos. Quinton frunce las
146
cejas, su ira va en aumento.
—¿Cómo que no? —Retira la mano, aunque sigue en el aire.
Nunca me ha pegado, y aunque no creo que lo haga, es difícil confiar en él
cuando está sobrio, y mucho menos borracho.
—Estás borracho, y yo... no estoy preparada. —Desvío la mirada tímidamente,
negándome a reconocer que estoy completamente desnuda y que su polla dura como
una roca se está clavando en mi muslo.
Las risas llenan la habitación, pero son de tipo burlón. —¿No has oído lo que
acabo de decir? —gruñe. La palma de su mano desciende sobre mi pecho, la bofetada
vibra a través de mi cuerpo, el escozor se registra en algún lugar de mi mente. No
duele realmente y es más impactante que nada.
Cuando me agarra el pezón entre dos dedos y lo retuerce con fuerza, el dolor
aparece.
—Para —siseo, y aunque hay dolor, también hay un pequeño fuego ardiente en
mi vientre por la acción.
—Ambos sabemos que no quieres que pare. —Sus ojos bajan por mi cuerpo y
me da una palmada en el muslo—. Abre las piernas y mantenlas abiertas mientras me
desabrocho los pantalones. Si las cierras, no te va a gustar lo que pasará.
La advertencia es clara: desobedece y pagarás las consecuencias.
Trago más allá de un nudo de miedo en mi garganta. ¿Quizás pueda hacer que
se corra y me deje en paz? Abro las piernas con aprensión y lo observo mientras se
desabrocha los vaqueros y los baja por sus musculosos muslos.
El corazón se me sale del pecho y, cuando su polla aparece, se me aprieta la
garganta. La gruesa cabeza del hongo es de un púrpura furioso, y está tan dura que
se mantiene firme entre mis muslos. No estoy preparada para que me quite la
virginidad, aunque diga que le pertenece.
—Quinton —gimoteo cuando me agarra los muslos, sus dedos se clavan en la
carne, y sé que mañana habrá moratones allí.
Su mirada caliente se centra en mi coño, y levanta su mirada, recorriendo todo
el largo de mi cuerpo. Es obvio lo que está pensando y lo que quiere.
—¿Necesitas que te amordace o vas a cerrar la boca? —Parece que su humor
se está volviendo más sucio, y no sé cómo manejarlo cuando está así. No se trata de
control. Hay algo más profundo aquí, algo desgarrador. Hoy no se trata de
controlarme y hacer que cumpla. Hoy se trata de herirme y tomar todo lo que pueda
obtener.
—Quinton, dijiste que no me harías daño. —Intento razonar con él, pero sacude
la cabeza casi con rabia. Presionándome contra la cama con su cuerpo aún casi
147
vestido, la cabeza de su polla roza mi entrada. No estoy lo suficientemente mojada
para él, y temo que me penetre sin pensarlo, así que coloco mis manos sobre sus
hombros y le doy un empujón.
La expresión de rabia que me pone me convierte en ceniza, y avanza, con su
polla presionando en mi entrada. El pánico me agarra por la garganta y el dolor me
atraviesa el bajo vientre. No puedo anticipar lo que va a ocurrir a continuación.
De todas las veces que Quinton me ha castigado, nunca se ha sentido así.
Incluso en aquellos casos en los que él tenía el control, yo seguía sintiendo alguna
forma de poder. Todavía sentía que estaba al mismo nivel que él.
—Me prometiste una hora y dijiste que podía tener lo que quisiera y hacer lo
que quisiera. ¿Te vas a retractar de esa promesa? Porque si lo haces, yo también me
retractaré de la mía. Estaré en la biblioteca todos los días y no me interpondré en el
camino de Matteo. Tal vez le devuelva la tarjeta de la llave, y podrá venir a tu
habitación en lugar de mí. ¿Es eso lo que quieres? —La rabia en su voz me hace
detenerme. Es un hombre de mierda y ácido, y hoy no tengo ganas de enfrentarme a
él.
Giro la cabeza hacia un lado para ocultar las lágrimas que se acumulan en mis
ojos y susurro: —No. —La palabra sale tan suave que temo que ni siquiera pueda
oírme—. Es que... no puedo hacer esto esta noche. Por favor, Quinton, por favor.
En cuanto me giro para mirarlo, las lágrimas caen, las gotas húmedas se
deslizan al unísono por mis mejillas. Odio permitirle que me vea así de rota, pero tal
vez es lo que necesita. Quizá saber que su juguete está roto le impida seguir adelante
esta noche.
Sus hermosos labios se curvan con disgusto y se aparta, pasándose una mano
por su sedoso cabello negro. Puedo ver el rápido ascenso y descenso de su pecho.
Siento su dolor, y me pregunto qué ha pasado hoy para que esté así.
Se aparta de mí y golpea con el puño la pared de ladrillo junto a la cama. La
pared no cede y Quinton retira la mano con una mueca. Me incorporo, dispuesta a
acudir en su ayuda, pero decido no hacerlo cuando se gira hacia mí.
Con un gruñido, me agarra por el brazo y me empuja hasta ponerme de rodillas
en el suelo. El repentino movimiento me marea.
—Esta será la única vez que te permita decidir. No vuelvas a pedirme que pare
porque no lo haré. Ahora chúpame la polla como si fuera en serio. Demuéstrame que
tu boca es mejor que tu coño virgen, o cambiaré de opinión y te follaré igualmente.
Todo lo que puedo hacer es tragar.
Me humedezco los labios y Quinton me pasa los dedos por el cabello. Me duele
el cuero cabelludo cuando me empuja hacia delante, sujetándome mientras me lleva
la polla a los labios.
148
No me da tiempo a prepararme y se cuela entre mis labios. Un suspiro
desgarrado llena el aire cuando su polla golpea el fondo de mi garganta y me dan
arcadas. Respiro por la nariz y trato de prepararme para su siguiente embestida. Se
retira y vuelve a introducirse.
—Mírame mientras te follo la garganta. Quiero ver las lágrimas mientras
resbalan por tus mejillas. —Su agarre en el cabello se intensifica, y yo hago lo que me
ordena, mirándole a través de las pestañas. Odio humedecerme ante la mirada de
posesión de sus ojos.
No es mi dueño, ni siquiera un poco, pero esta parte de mí quiere que lo sea.
Sujetándome, empuja sus caderas hacia delante, follando mi boca y mi garganta. La
saliva sale por un lado de mi boca con sus rápidos movimientos, y mis ojos se
humedecen, las lágrimas saladas se deslizan por mis mejillas sin permiso.
Con placer en sus ojos, los observa, sonriendo como el diablo mientras sigue
utilizándome como fuente para su propia satisfacción demente.
Al igual que en el pasillo cuando me obligó a hacer esto por primera vez, su
enfoque está en mí, y no puedo mirar hacia otro lado, ni siquiera sabiendo que me
está utilizando y que no significo nada para él.
—Mierda, qué guapa estás con mi polla metida en la boca. Tal vez haga esto
más a menudo ya que parece que tu boca es lo que te mete en más problemas.
Cualquier cosa que pudiera decir quedaría amortiguada, así que no me
molesto en responder. Quinton sonríe y me pellizca uno de los pezones entre sus
dedos. Siento un poco de dolor, seguido de un placer que me llega directamente al
corazón. Me avergüenza admitir que lo deseo, incluso en los momentos en que digo
que no lo deseo. En el fondo, hay una parte retorcida de mí que sólo él hace aflorar,
que lo desea.
—Así de fácil. Llévame hasta el fondo... —Me presiona hasta el fondo de la
garganta y se mantiene allí, y por un segundo, no puedo respirar. El pánico empieza
a aflorar a la superficie de mi mente justo cuando él se retira, y yo inhalo oxígeno
profundamente en mis pulmones cuando él se retira.
Lo hace una y otra vez, aumentando su propio placer hasta que está a punto de
correrse. Sin previo aviso, se retira de mi boca y aprieta su polla con la mano. Lo único
que puedo hacer es mirar, con la saliva cayendo por mi barbilla y el corazón
acelerado. No me importa mi aspecto en este momento. Mi única atención es ver a
Quinton llegar a la meta.
—Mírame... —Aprieta las palabras entre los dientes. No me atrevo a apartar la
mirada y, con un rugido, explota. Unas cuerdas calientes de semen aterrizan en mis
pechos, y un suave jadeo escapa de mis labios al contacto. Quinton sigue corriéndose,
149
acariciándose hasta que se ablanda.
Cuando se aparta y se hunde contra la pared, me levanto del suelo y me dirijo
al baño para limpiarme. Tomo una toallita, la mojo y me limpio.
Luego me limpio la cara y vuelvo al dormitorio para encontrar a Quinton
desnudo hasta los calzoncillos, tumbado en mi cama. No puede pensar en serio que
va a tener una fiesta de pijamas.
Me escabullo por la habitación y tomo un par de bragas y una camiseta.
—Creo que deberías irte —digo una vez que me he vestido.
La forma en que está acostado en mi cama, como si estuviera destinado a estar
allí, me hace sentir extraño.
—Todavía no he terminado contigo, así que no estoy muy seguro de por qué te
has puesto ropa. No es que las vayas a necesitar para lo que vamos a hacer.
—Necesito recordarte que sólo acordamos tener sexo una hora a la semana.
Pone los ojos en blanco y acaricia la cama. —Las reglas están hechas para
romperse.
—Tienes tu propia habitación y no estoy cómoda con que estés aquí. No puedes
dormir aquí.
—Puedo dormir donde quiera, y para que lo sepas, es mejor que no dejes que
tu enemigo sepa las cosas que te incomodan. Lo usarán en tu contra, siempre.
—Es casi como si tuvieras experiencia en ser la peor pesadilla de alguien. —
Estoy arrastrando mis pies sobre la cama con él. No se puede confiar en Quinton. Es
un riesgo para mi mente y mi cuerpo en más de un sentido. Miro alrededor de la
habitación, tratando de encontrar un lugar para dormir.
—Métete en la cama y duérmete, Aspen. —La impaciencia gotea de sus labios.
—Gracias por darme una opción.
—Estamos durmiendo, nada más. Ahora métete en la cama, o romperé las
reglas y te follaré ahora mismo.
—Sabes que eso no me hace sentir mejor.
—¡Aspen! —gruñe, y en contra de mi buen juicio, atravieso la habitación y me
subo a la cama. Quinton se aparta un poco, dejándome espacio suficiente para
acostarme, pero no hay espacio suficiente en una cama de dos plazas para dejar
espacio entre nosotros. Agarro la manta del extremo de la cama y la subo sobre
nosotros.
—Sólo quiero que sepas...
Quinton me interrumpe antes de que pueda terminar mi frase. —Cállate, o te 150
amordazaré.
No me atrevo a probar que lo haga. En su lugar, aprieto un poco más la cabeza
contra la almohada y me trago mis palabras. El silencio se instala a nuestro alrededor.
A pesar de lo ansiosa que me siento en este momento, el cansancio me gana, y el calor
del cuerpo de Quinton no tarda en envolverme, adormeciéndome.
25
Quinton

A
ntes incluso de abrir los ojos, me doy cuenta de tres cosas.
Uno, tengo más calor de lo normal de una manera acogedora y
confortable.
Dos, me siento extrañamente descansado, como si hubiera
dormido más de lo habitual.
Y tres, todo me duele. Tengo un dolor sordo en la cabeza y siento la mano como
si hubiera golpeado un muro de hormigón. Entonces recuerdo... que lo hice.
Carajo.
No tenía intención de beber tanto como lo hice ni de meterme en una pelea. O
venir aquí después. No había planeado nada de eso, pero no podía aguantar más. El
dolor era demasiado, y no me importaban las consecuencias. Lo único que quería era
que el dolor cesara.
151
Uno a uno, los recuerdos de la noche anterior vuelven a mi cabeza.
Nash me pasa la botella de bourbon que él, Ren y yo estamos bebiendo. Mi cabeza
está nadando con pensamientos que se niegan a desaparecer. El peso de perderla me
asfixia. Está muerta y nada la traerá de vuelta. No puedo respirar ni pensar. Apenas
puedo funcionar en este momento, y no sé cómo dejar de sentir todo lo que siento.
Quiero apagarlo. Al mismo tiempo, no quiero olvidarla. No quiero que pase otro día o
minuto sin ella.
Nadie te dice que el duelo es como vivir dos vidas, una en la que te ves obligado
a seguir adelante y a vivir el día a día, y la otra en la que tu corazón sangra con cada
golpe. Una herida que nunca sanará.
—Vamos a jugar a un juego —exclama Nash.
—¡Boo! A nadie le gustan tus juegos —digo, sintiendo los efectos del bourbon. El
adormecimiento que me envuelve es algo que he deseado durante meses.
—No, en serio, vamos a jugar. Tienes una hora a solas con Anja o Aspen. ¿Con
quién te acuestas?
—Eso es fácil. Mientras que Aspen es fácil de ver y probablemente sería un polvo
fácil. Apuesto a que es virgen. Además, es una rata. No voy a follar con el enemigo, así
que voy a ir con Anja —explica Ren.
Tanto Ren como Nash rompen a reír. Mis labios se aprietan en una línea firme, y
decido que ni siquiera voy a tocar esto y en su lugar tomo un enorme trago de la botella
de licor. El líquido marrón ha dejado de arder hace mucho tiempo, pero no puedo decir
si eso es algo bueno o malo.
—Y tú, Q, ¿te tiras a Aspen o a Anja? —pregunta Nash.
Ren sonríe con suficiencia desde donde está sentado. Sabe que estoy un poco
encaprichado con Aspen, pero no tiene ni idea de lo profundo que es todo esto.
—Ninguna —digo con desprecio y empujo la botella hacia Ren.
Lo último de lo que quiero hablar es de Aspen, no hoy, no cuando debería estar
recordando a otra persona, pero de nuevo, tal vez sea eso lo que necesito. Tal vez la
necesito ahora mismo, y soy demasiado terco para admitirlo.
—¿Qué quieres decir con ninguna de los dos? —Nash se ríe—. Se rumorea que te
han visto cerca de su dormitorio. No me digas que aún no te la has follado.
—Ella no es nadie.
—¿De verdad? Eso no es lo que he oído.
Me levanto de la silla de un empujón y sale volando hacia la pared. Se me ha
acabado la paciencia, y el dolor de mi corazón me hace difícil tomar decisiones
racionales. 152
Nash tiene ganas de morir. Estoy seguro de ello.
—No me importa lo que hayas oído.
Se encoge de hombros. —Es una rata, sí, pero es una pieza caliente. No soy el
único que se masturba con ella chupando tu polla. Estoy bastante seguro de que todos
los chicos de esta escuela la tienen ya. Seamos sinceros, un agujero húmedo es un
agujero húmedo, ¿tengo razón?
No estoy seguro de qué es lo que me hace estallar en esa afirmación, pero, como
si se tratara de una goma elástica que se tensa, me deslizo por la mesa y agarro a Nash
por el cuello de la camisa.
—Hombre, qué carajo —gruñe, y por el rabillo del ojo veo a Ren de pie, listo para
separarnos.
—¡Cállate! —Le doy una sacudida, intentando contenerme para no darle un
puñetazo en la puta cara, pero entonces tiene que abrir su trampa.
—Cálmate, hombre. Si Aspen no significa nada para ti, ¿por qué actúas así? —
Después de eso, se desata el infierno. Le doy tres puñetazos a Nash en la cara antes de
que consiga lanzar un golpe, y Ren nos separa, empujándome contra la pared,
diciéndome que me calme antes de que consiga que cierre su puta boca.
—Esto no tiene nada que ver con Aspen. Es que odio tu puta cara. ¡Quiero beber
en paz sin que me atosigues el puto oído sobre un coño!
—Hacer daño a otras personas no la traerá de vuelta, Q —me susurra Ren al oído.
Mi pecho se agita y mi corazón se acelera. Me siento atrapado, el entumecimiento
retrocede y tengo que encontrar otra forma de hacer desaparecer el dolor.
Adela se ha ido. Mi hermana se ha ido.
Los acontecimientos de anoche me hacen gemir internamente. Lentamente,
abro los ojos, que están tan secos que mis párpados parecen papel de lija. Gimoteo
cuando la luz del cuarto de baño me hace daño en los globos oculares a pesar de ser
tenue. Estoy de lado, la espalda de Aspen está pegada a mi frente y mi brazo la rodea
por la mitad, abrazándola a mí.
Intenta zafarse de mi agarre, pero yo sólo tiro de ella para acercarla, sin estar
dispuesto a dejarla marchar. —¿A dónde crees que vas?
—Lejos de ti. No deberías estar aquí.
—¿Quién lo dice?
—Yo, esta es mi habitación, y dijimos una hora a la semana. Has estado aquí
seis horas.
—¿Seis? —Miro alrededor de la habitación y me detengo en los números rojos
153
iluminados del despertador de Aspen. Dice 5:34 a.m., lo que significa que tiene razón.
Llevo aquí unas seis horas, y lo que es aún más sorprendente es que he estado
durmiendo la mayor parte de ese tiempo. No recuerdo la última vez que dormí tantas
horas.
—Dormir no cuenta. Me chupaste la polla durante treinta minutos, así que ese
es el único tiempo que cuenta. Todavía me quedan treinta minutos para esta semana.
—Ese no es el trato que hicimos, y lo sabes. —Intenta zafarse de nuevo de mi
agarre—. Suéltame.
—Eres un poco linda cuando crees que estás a cargo. Te dije anoche que era
tu único veto. La única vez que te dejé vetar. Detenme de nuevo, y el trato se cancela.
Tendrás que valerte por ti misma. —Es una amenaza vacía, pero ella no lo sabe.
Su cuerpo se afloja en mi poder y sé que la tengo justo donde quiero. Como si
fuera masilla en mi mano, me permite darle la vuelta para que se ponga frente a mí.
Agarro el dobladillo de su camisa y se lo subo por el cuerpo, y ella levanta los brazos
obedientemente, dejándome desnudarla.
La hago girar sobre su espalda y le bajo las endebles bragas por sus esbeltas
piernas antes de arrojar mis bóxers, deshaciéndome del último trozo de tela entre
nosotros.
Bajando mi cuerpo, la cubro como una manta. Mi cara está a escasos
centímetros de la suya y me tomo un momento para estudiar su rostro. Estoy tan cerca
que puedo ver cada peca de su nariz, cada variación de marrón y verde en sus ojos y
cada tono de rosa que se extiende por sus mejillas.
Tiene los labios fruncidos. No está contenta, pero no está asustada como
anoche. Ahora más que nunca agradezco al puto universo haber sido capaz de
detenerme.
He hecho cosas malas, y le he quitado mucho a Aspen, pero nada me pareció
tan malo como lo de anoche. De alguna manera, se sintió diferente, peor, y algo me
dice que si hubiera cruzado esa línea, la habría roto y grabado una oscuridad en mi
alma de la que nunca habría podido deshacerme.
—Ahora abre las piernas para mí y mantenlas abiertas. Y no pongas esa cara
de pena. Si te comportas, haré que te corras también. —Mi oferta sólo echa gasolina
al fuego que arde en sus ojos.
El color avellana se convierte en una brasa que hierve a fuego lento, y meto
una mano entre sus piernas y presiono dos dedos dentro de su coño. No está lo
bastante mojada como para que sea una experiencia cómoda para los dos, así que
saco los dedos y me concentro en su clítoris.
Mirándola fijamente a los ojos, veo cómo su resistencia a mí se desmorona 154
mientras le acaricio el clítoris, rodeando el capullo una y otra vez hasta que empiezo
a sentir su excitación en mis dedos. Unos dientes blancos y rectos se hunden en su
labio inferior mientras intenta reprimir un gemido de placer. Su mirada lujuriosa
choca con la mía.
Su cuerpo me desea aunque su mente no lo haga. Deslizando un dedo dentro
de ella, la encuentro húmeda y preparada.
No puedo evitar sonreír mientras retiro el dedo una vez más y me acomodo
entre sus piernas. Mi mirada se mueve entre sus muslos y casi gruño mientras alineo
mi polla con su entrada. Me muero de ganas de estar dentro de ella, de tomar su
inocencia y reclamarla como propia.
Me abro paso dentro de ella lentamente, aunque cada fibra de mi cuerpo me
pide a gritos que toque fondo de una sola vez, para demostrarle quién es su dueño y
a quién pertenece.
Cuando siento la resistencia de su virginidad al ceder, todo su cuerpo se tensa
con un jadeo y sus manos rodean mis bíceps. No sé si intenta apartarme o acercarme,
pero no me importa que sus uñas se claven en mi piel. Agradezco el dolor porque el
dolor físico siempre es mejor que la alternativa.
—Mierda, qué apretada estás —siseo—. Relájate un poco.
—Intenta relajarte cuando te meten algo demasiado grande dentro —suelta,
haciéndome reír.
—¿Es tu manera de decirme que tengo una gran polla?
—Te odio, y odio esto.
Dejando caer mi cabeza en el pliegue de su cuello, le susurro al oído:
—Mentirosa.
—Ugh —gruñe, clavando sus afiladas uñas más profundamente en mis brazos—
. Duele, carajo.
—Se sentirá mejor la próxima vez. —El recuerdo de la próxima vez hace que
se me pasen por la cabeza todas las formas de follarla. Inclinada sobre la cama,
tomándola por detrás, montando mi polla mientras juego con sus tetas, tal vez
mientras le meto un dedo en el culo...
Ella gime, y me doy cuenta de que he aumentado la velocidad en mi excitación.
Probablemente debería ir más despacio, pero se siente tan jodidamente bien. ¿Cómo
se siente ella así? Como si estuviera hecha para mí.
Podría quedarme enterrado dentro de ella para siempre, pero sé que en
realidad le duele, y al contrario de lo que ella cree, no me interesa causarle dolor
físico. Por suerte para ella, no tardo en sentir el cosquilleo en la base de mi columna 155
vertebral.
Me introduzco en su interior unas cuantas veces más antes de que mis pelotas
se tensen y explote. Mi orgasmo parece eterno, y cuando vuelvo a bajar de la euforia,
ya casi me he desmayado.
—¿Sabes lo que pesas? —La voz trabajosa de Aspen se encuentra con mi oído,
y sólo entonces me doy cuenta de que he dejado que todo mi peso se deposite en su
pequeño cuerpo.
Me empujo rápidamente fuera de la cama, deslizándome fuera de su coño,
haciéndonos estremecer a los dos. Me levanto de la cama demasiado rápido y me
apunto que hoy voy a beber un montón de agua cuando la habitación gire.
Cuando se me pasa el mareo, miro hacia la cama. Aspen no se ha movido. Está
de espaldas, con las piernas abiertas, lo que me permite ver su coño hinchado, que
gotea una mezcla de mi semen y de su sangre, lo que me recuerda lo que acabo de
tomar de ella y el hecho de que no he utilizado un preservativo. Aspen debe estar
leyendo mi mente.
—¡Oh, Dios, no usaste condón! —Se sienta, mirando entre sus piernas, y luego
me mira fijamente.
—Cálmate. Hicieron pruebas de enfermedades a todos antes de que
llegáramos. Los dos estamos limpios. No te levantes. Voy a por una toallita. —Me doy
la vuelta para entrar en su baño adjunto cuando me grita algo por la espalda para lo
que no estaba preparado.
—Quinton, ¡no estoy tomando la píldora!
Me detengo en seco, todo mi cuerpo se congela cuando sus palabras empiezan
a calar lentamente. Carajo, ¿cómo he podido ser tan descuidado?
—¿Me escuchaste? No estoy tomando la píldora. No puedes venirte dentro de
mí. ¿Y si me dejas embarazada?
Embarazada...
Esa única palabra corre en un bucle interminable en el fondo de mi mente
mientras mis extremidades comienzan a descongelarse, y soy capaz de dirigirme al
baño. De pie frente al lavabo, recuerdo que el aparato está roto, pero cuando me
dirijo a la ducha, hay un montón de su ropa colgada para que se seque. Deslizo
algunas de las camisas que huelen mal a un lado para poder entrar en la cabina de
ducha y encenderla. Tomo la toalla y la mojo en agua caliente antes de cerrar la
ducha.
Cuando vuelvo a la habitación, Aspen no se ha movido. Sus ojos siguen cada
movimiento que hago. Con cuidado, le limpio entre las piernas con la toalla húmeda
y veo cómo la tela blanca se vuelve rosa.
—¿Escuchaste...?
156
—Te escuche —digo.
No sé por qué me enfado con ella. Esto es cosa mía. —¿Por qué están tus cosas
colgadas en el baño y por qué huelen raro? —pregunto, tratando de cambiar de tema.
Se acuesta de nuevo en la cama, de modo que queda acostada de espaldas, y
deja que la limpie. —La gente de la lavandería no se lleva mi ropa, así que tengo que
lavarla en la ducha, pero no tengo detergente para la ropa, así que he estado usando
champú para el cabello. Al menos hasta ahora, porque se me está acabando, y
prefiero lavarme el cabello que la ropa.
—Te conseguiré más champú... quizás por treinta minutos más a la semana,
incluso haré que te laven la ropa.
—¿Es eso lo que harías si accidentalmente me dejaras embarazada? ¿Hacer un
trueque conmigo por todo? ¿Una hora extra para la manutención del niño? ¿O
simplemente te desharías de mí por completo?
—¡Cállate! —Aglutino el paño en mi mano y lo arrojo al otro lado de la
habitación. No tiene ni idea de los nervios que acaba de tocar. Vuelvo a la cama y
Aspen intenta saltar. La agarro y la empujo de nuevo al colchón.
La ira me recorre mientras mi mente se desboca. ¿Es así como he llegado a ser?
¿Se acostó mi padre con el enemigo? ¿Odiaba mi padre a mi madre biológica y ella
lo odiaba tanto que no me quería?
—Quinton —dice como una oración. Una oración para pedir misericordia.
Le agarro la garganta con una mano, sin apretarla pero sujetándola con la
suficiente firmeza como para que deje de hablar. Sus manos suben y sus dedos rodean
mi muñeca. —Necesito que me escuches con atención y que hagas exactamente lo
que te diga, porque ahora mismo estoy en un límite que no quieres que sobrepase.
Haz lo que te digo y no te haré daño.
Ella asiente ligeramente, con el miedo acumulándose en la profundidad de sus
ojos color avellana.
—Voy a soltarte un segundo, y tienes que agarrarte los tobillos y abrir las
piernas para mí —ordeno.
Está indecisa, y puedo sentir su garganta mientras hace lo posible por tragarse
el miedo. Me suelta lentamente los brazos y, un momento después, le suelto la
garganta y me alejo, dándole espacio para moverse. Como un ratón que teme caer
en una trampa, se mueve con vacilación. Cuando tiene los tobillos bien agarrados, le
digo: —No te muevas.
Vuelvo a colocarme en su sitio y envuelvo su delicada garganta con la mano.
157
Mi agarre en su garganta se afloja, y uso mi mano libre para explorar su cuerpo.
Recorro con mis dedos sus pechos y su estómago lentamente, provocando un
escalofrío cuando llego a su ombligo. Suavemente, paso la punta de mis dedos por
sus pliegues, arrancando un gemido de sus labios.
—¿Duele esto? —pregunto, mi enfado desaparece rápidamente mientras ella
me cede el control. Cuando niega con la cabeza, separo sus labios y presiono mi
pulgar sobre su clítoris. Sus ojos se cierran y su cabeza se inclina hacia la almohada.
Froto en círculos perezosos el pequeño manojo de nervios hasta que su espalda
se arquea sobre la cama y su respiración es agitada. Mantiene los ojos cerrados todo
el tiempo, probablemente porque no quiere ver quién le está dando placer de esta
manera. Sigue sin admitir que una parte de ella me desea.
Su cara está sonrojada, y un tono de rojo se extiende por su pecho y sus
mejillas, el mismo hermoso tono de rosa de su coño en este momento.
Manteniendo la presión sobre su clítoris con mi pulgar, uso mi dedo para follar
su coño con suaves golpes. Todavía puedo sentir mi semen dentro de ella, lo que hace
que mi polla se ponga dura de nuevo.
Inclinándome, tomo uno de sus pezones entre mis labios y lo chupo. Eso es lo
que la lleva al límite. Todo su cuerpo se levanta de la cama, empujando su teta hacia
mi boca. Su coño se contrae alrededor de mi dedo mientras un gemido estrangulado
sale de sus labios.
Para cuando baja de su subidón, tiene los ojos cerrados y el cuerpo flojo. Estoy
a medio segundo de acostarme a su lado y volver a abrazarla, pero sé que es una idea
terrible. No puedo quedarme aquí más tiempo. Probablemente Ren se esté
preguntando dónde diablos estoy, y odio mentirle.
Pasar la noche en la habitación de Aspen ya va a plantear suficientes preguntas.
Quedarse después del desayuno va a ser inexplicable.
Saco mi dedo de ella y me bajo de la cama. Inmediatamente se pone de lado y
levanta las piernas como si fuera a dormirse. Me quedo con su cuerpo desnudo y bien
follado durante unos minutos más antes de separarme. Ella murmura algo inaudible
mientras yo le tapo con la manta su cuerpo desnudo.
Me visto rápidamente y salgo de su habitación sin hacer ruido. De camino a mi
habitación, compruebo mi teléfono, que ya tiene doce mensajes de Ren.
Que me jodan.

158
26
Aspen

H
oy odio todo y a todos. El sol, los cachorros, las mariposas y el arco iris.
Todo eso se puede meter en una licuadora.
Estoy listo para publicar un anuncio en Craigslist: Se vende
útero.
Lo único bueno de tener la regla es que sé que no estoy embarazada de
Quinton. Jesús, sólo pensar en la tormenta de mierda que se desataría me produce un
escalofrío.
Las cosas que me ha hecho y me ha obligado a hacer son algo que quiero
olvidar, no es algo sobre lo que quiera construir una vida, y definitivamente no es
algo en lo que quiera meter otra vida inocente.
Incluso la gente del pasillo parece captar mi humor asesino, ya que nadie se
cruza accidentalmente conmigo cuando vuelvo a mi habitación. Paso la tarjeta de 159
acceso y abro la puerta, dispuesta a acurrucarme en la cama, cuando encuentro otra
bolsa sobre el colchón.
Esta vez lo manipulo con menos cuidado, sabiendo que es de Quinton y
confiando un poco más en él. Al abrirlo, encuentro en su interior un bote de champú
y otro de acondicionador. En el fondo, descubro un montón de barritas de granola e
incluso algunas barritas de caramelo mezcladas entre ellas.
Ni siquiera me sorprende que haya traído esto. Lo que sí me sorprende es la
nota clavada en la parte superior de la bolsa.

Esta es gratis.
No te acostumbres.

-Q

¿Gratis? Nada es gratis. Lo sé mejor que nadie. Mi cerebro me dice que no


toque nada de esto, pero mi estómago me dice que me coma todo lo que esté a la
vista antes de que alguien me lo quite.
Se me hace la boca agua sólo con mirar las chocolatinas, y ya sé que de ninguna
manera voy a devolver esto. Y menos hoy, de entre todos los días. Abro la botella de
agua, saco un poco de Advil del cajón de la mesita de noche y me trago tres pastillas.
Mientras dejo que me hagan efecto, me acurruco en la cama y desenvuelvo una de
las barritas de chocolate y caramelo.
El primer bocado es el mejor. Cierro los ojos y gimo cuando el chocolate llega
a mis papilas gustativas. El caramelo pegajoso se adhiere al paladar y quiero que se
quede pegado allí para siempre. Ni siquiera mastico. Dejo que se disuelva en mi
boca, chupando el chocolate, queriendo extraer su sabor.
Mmm...
—Así de bien, ¿eh?
Mis ojos se abren de golpe al darme cuenta de que hay alguien en la
habitación. Me siento erguida y me agarro a la chocolatina como si fuera a usarla
como arma.
—Cálmate, asesina. —Quinton se ríe, dejándose caer en la cama a mi lado
como si fuera el dueño del lugar—. ¿Qué hay en ese chocolate que te hace gemir así?
Mi corazón aún está acelerado por la sorpresa de que haya aparecido de la
nada cuando me quita la barra de la mano y le da un mordisco.
¡Él le da un puto mordisco a mi barra de caramelo!
160
—¿Cuál es el problema? Sabe normal. —Se encoge de hombros,
inspeccionando la barra como si tratara de resolver un rompecabezas.
No pienso. Simplemente actúo.
—¡Maldito imbécil! —Le grito segundos antes de golpear con mi puño la parte
superior de su brazo tan fuerte como puedo. Mi esperanza era hacerle daño, aunque
fuera un poco. En lugar de eso, el dolor se dispara desde mis nudillos hasta el
antebrazo—. ¡Ay! —grito, acunando mi mano.
¿De qué demonios está hecho su brazo? ¿Acero fortificado?
Los dos nos detenemos, mirándonos fijamente con asombro.
—¿Acabas de pegarme? —pregunta como si no pudiera creer lo que ve.
—¡Te llevaste mi chocolate! —Me defiendo.
Sus cejas se juntan, y su mirada rebota de mí al caramelo que tiene en la mano
al Advil de mi mesita de noche.
—Ahhh, ahora tiene sentido. Estás con la regla. —Me devuelve el chocolate y
se lo quito de las manos—. Te daré este pase, pero si vuelves a pegarme, te devolveré
el golpe. No me importa si eres una chica. No me pegues, carajo.
Hoy ni siquiera me asusta su amenaza. No es que no le crea. Es que ahora mismo
no me importa nada. —No te lleves mi comida, y no tendré una razón para usar la
violencia. Ahora, por favor, vete. Como ya has adivinado bien, estoy con la regla.
Estoy malhumorada y con dolor. No tengo una almohadilla térmica ni una bañera en
la que remojarme, y el Advil aún no ha hecho efecto, así que por favor, por el amor
de todo, vete y déjame comer mi chocolate en paz.
—No.
—¿No? No voy a tener sexo contigo.
—No he dicho que esté aquí para tener sexo, ¿verdad?
—Esa es literalmente la única razón por la que vienes a mi habitación. ¿Por qué
otra razón estarías aquí?
—Bien, tienes razón. He venido para tener sexo, pero no estoy interesado en
hacer un lío o escucharte gemir todo el tiempo.
—¿Podrías ser más imbécil?
—Sí, de hecho podría. ¿Quieres que lo sea?
—Ugh... —Me acurruco de lado, de espaldas a él, y cierro los ojos—. Por favor,
Q. Déjame en paz —gimoteo, sin importarme lo lamentable que suene. Me llevo el
chocolate a la boca y empiezo a chupar el extremo como si fuera un chupón. Cerrando 161
los ojos, finjo que Q no está aquí y hago que los analgésicos actúen más rápido.
—También he venido a darte esto. —Siento que arroja algo ligero encima de
mi manta. Cuando abro los ojos, veo un pequeño pastillero redondo.
—¿Qué demonios es esto?
—Control de natalidad. Vas a tomar una píldora cada día, a partir de hoy. Las
instrucciones están en el reverso.
—No puedes hablar en serio. —Me quedé boquiabierta—. Espera, ¿cómo has
conseguido esto?
—No importa cómo lo haya conseguido. Lo que importa es que serás una buena
chica y lo tomarás cada día. Tú eras la que se asustaba con el embarazo. Deberías
agradecérmelo.
Casi resoplo. Sacudiendo la cabeza, vuelvo a cerrar los ojos. Ni siquiera tengo
la energía para luchar contra él en esto. Además, tiene razón. No quiero quedar
embarazada, y no es probable que deje de follarme.
—Sabes... tengo una bañera en mi habitación.
—Genial para ti, y gracias por restregármelo.
—Lo que quería decir es que podría dejarte usarla —ofrece, pero ya sé que va
a venir con una trampa—. Por un precio, por supuesto. —Y ahí está.
No respondo de inmediato, aunque sé que debería decir que no. Pero la idea
de sumergirme en un baño de burbujas caliente, calmando mi dolor de espalda y mis
calambres de estómago, hace que mi cerebro se apague.
En contra de mi buen juicio, pregunto: —¿Qué quieres?
—Quiero que me hables de tu amiga Brittney, la bibliotecaria. —Su pregunta
es una que no esperaba. ¿Por qué demonios quiere saber sobre Brittney?
—¿Por qué?
—Porque está claro que no le gusto, lo que la convierte en mi enemiga, y me
gusta mantener a mis enemigos cerca. Puede que ya te hayas dado cuenta de eso.
—Así que déjame entender esto. La razón por la que tú y todo el mundo aquí
me odia es porque crees que soy una rata. Una y otra vez, me has dicho que mantenga
la boca cerrada y que no hable de nada ni de nadie, ¿pero ahora quieres que te dé
información sobre mi amiga?
—No te pido que me des ninguna información secreta ni nada que pueda
meterla en problemas. Simplemente me gusta saber todo lo que hay que saber sobre
mi enemigo por si alguna vez me ataca. Y no sé si te has dado cuenta de cómo me
mira Brittney, pero si alguna vez tiene la oportunidad, me clavará un cuchillo en la
162
espalda antes de que me dé cuenta.
—Bueno, puedo decirte algo sobre ella ahora mismo. Estoy bastante segura de
que es la única persona decente en todo este lugar. La única que me trata como un
ser humano, y la única razón por la que no le gustas es porque sabe que quieres
hacerme daño. Es una amiga. Sé que el término puede ser extraño para ti, así que lo
explicaré. Un amigo es una persona que se preocupa por tu bienestar, que te protege
y te aprecia, y que hace todo eso sin pedir nada a cambio.
—Sé lo que es un amigo. Tengo muchos. Sólo que no quiero ser el tuyo.
Culpo a mi periodo, pero su comentario duele más de lo que debería. Por
supuesto, él no quiere ser mi amigo. Nadie aquí lo quiere. Pero eso no hace que me
duela menos, sobre todo después de haberle dado mi virginidad, y estoy usando el
término “dar” a la ligera, ya que “tomar” sería más apropiado. La necesidad de
arremeter contra él me abruma.
—Odio reventar tu burbuja, pero tú tampoco tienes amigos. Tienes gente que
teme a tu padre y que es amable contigo porque quiere algo. ¿Realmente crees que
alguna de estas personas se preocupa por ti como persona? Porque yo no. Al menos
tengo una amiga, una amiga de verdad. Tú no tienes ninguno, y conociendo tu forma
de ser, no creo que lo tengas nunca.
En un instante, está sobre mí, con su nariz apretada contra la mía mientras
respira por ella como un toro dispuesto a embestir. La cercanía de su cuerpo me
marea.
—Dejaré pasar tu actitud de bocazas ya que tienes un mal día, pero di una cosa
más que me enoje, y me importa una mierda si tienes la regla o no. Te follaré el culo
y te haré sangrar también.
—Te odio —le gruño directamente a la cara, aunque agradezco que dé un paso
atrás, poniendo un muy necesario espacio entre nosotros. No puedo pensar bien
cuando él está cerca, y eso me aterra. Me aterroriza.
—Bien. Al menos sientes algo por mí. —Sonríe, y juro que podría sufrir un
latigazo cervical por lo rápido que cambia su humor a veces.
—¿A dónde vas? —pregunto antes de que pueda evitar que salgan las palabras.
Se detiene, con la mano en el pomo de la puerta. No me mira mientras habla.
—Me voy. No quieres follar, y no estás dispuesta a compartir nada sobre Brittney, así
que no tengo razón para estar aquí.
Me siento idiota, utilizada, y cuando abre la puerta un momento después, lo
dejo salir. Supongo que, en cierto modo, es mejor que me haga sentir como una
mierda, porque si no lo hiciera, tendría la falsa esperanza de que las cosas podrían
funcionar de otra manera. No lo harán; nunca lo hacen. Soy una liberación para él, y
163
él es un protector para mí. Nada más que esas cosas importan, y necesito recordar
eso. Lo bueno es que él es muy bueno recordándonos a ambos.
27
Quinton

E
l aire frío de Alaska nos rodea mientras esperamos en el lado de la
plataforma del helicóptero a que lleguen nuestras familias. Gracias a
Dios, mi labio roto se curó a tiempo. No quería que Scarlet lo viera y
pensara que había pasado algo malo. No es que no haya visto alguna vez un labio
magullado o un ojo morado. Me preocupaba más explicarme ante ella.
Después de estar encerrado bajo tierra la mayor parte del tiempo, agradezco
el sol en mi piel aunque el frío se cuele por mi gruesa chaqueta hasta los huesos.
Ren está de pie a mi lado, con la mirada fija en el vasto bosque que nos rodea.
—¿Crees que alguien podría sobrevivir ahí fuera? —pregunta, sin apartar la
vista del bosque.
Me encojo de hombros. —Claro, con el equipo adecuado.
—¿Y ahora mismo? ¿Qué pasaría si nos dejasen caer muertos en el centro sin
164
nada más que lo que llevamos encima en este momento? ¿Crees que
sobreviviríamos?
Compruebo rápidamente lo que llevo puesto y lo que hay en mis bolsillos.
Tengo un cuchillo guardado en la bota, pero aparte de eso, no llevo nada. Mi ropa es
lo suficientemente cálida por ahora, pero probablemente no para sobrevivir una
noche. Tendría que construir un refugio, sin duda un fuego, además de buscar
comida, pero creo que podría arreglármelas.
—Podríamos llegar, pero realmente espero que sea sólo en teoría porque odio
el frío.
—Lo mismo. —Ren se ríe—. Y sí, teórico. No planeo ir a un viaje de
supervivencia a corto plazo.
Ambos levantamos la vista simultáneamente cuando el sonido de un
helicóptero que se acerca llena el aire. Los oímos unos minutos antes de que el
helicóptero atraviese la espesa nube y descienda rápidamente hacia donde nos
encontramos. La alegría que llena mi cavidad torácica ante la aparición de ese
helicóptero es asombrosa. Ahora tengo más miedo que nunca de perder a Scarlet o a
mis padres, y volar en un avión hacia Alaska sería la oportunidad perfecta para que
uno de nuestros enemigos se abalanzara sobre nosotros.
Afortunadamente, mis temores son sólo eso, temores, y el helicóptero aterriza
sin problemas en el centro del helipuerto. Ni siquiera un segundo después, la puerta
se abre. Mi padre sale primero, con su cabello canoso revoloteando mientras ayuda
a mi madre a salir del helicóptero. En cuanto sus pies tocan el suelo, levanta la vista y
sus ojos se desvían hasta que se centran en mí.
No hay mucha gente aquí, esperando la llegada de sus familias, pero sí la
suficiente para que nos comportemos de cierta manera. Aprendimos a una edad
temprana que tenemos que mantener el afecto al mínimo en público, que es
probablemente lo que mi padre está susurrando en el oído de Scarlet en este
momento después de que ella básicamente saltó del helicóptero y en sus brazos. La
deja en el suelo frente a él y le endereza la chaqueta, y luego la despide como si fuera
una niña perpetua.
A pesar de todo el odio que albergo hacia mi padre, esto es algo que no puedo
echarle en cara. Aunque actúa así en público, siempre ha tratado a mis hermanas con
nada más que amor cuando estamos dentro de la comodidad de nuestra casa. La
familia de Ren hace lo mismo, pero sé que otros no tienen esa suerte.
Scarlet y mi madre mantienen la cabeza inclinada mientras siguen a mi padre
mientras camina hacia nosotros. Ren se limita a asentir con la cabeza y se dirige hacia
el helicóptero para saludar a sus padres, Roman y Sophie, y a su hermana, Luna.
—Quinton —me saluda mi padre, pero no respondo. Lo único que quiero hacer
165
es abrazar a las dos mujeres que están detrás de él, pero me obligo a no hacerlo y me
doy la vuelta y empiezo a alejarme de ellas.
—Te mostraré dónde te vas a quedar.
No miro atrás, sabiendo que me siguen, y siento la mirada de mi padre en la
nuca. Cuando nos cruzamos con otros estudiantes en el camino, sus ojos se abren de
par en par. Algunos dan un paso atrás, acobardados por la presencia de mi padre,
mientras que otros simplemente se quedan congelados por el miedo. Nadie dice
nada. No hay saludos ni cumplidos, y me alegro mucho de ello.
Todas las familias se alojan en la parte superior de la universidad, en la parte
del castillo que se ha reconstruido para albergar a los invitados que pueda tener la
escuela, así como para acoger grandes reuniones y fiestas. Desde el helipuerto hasta
el castillo hay un corto paseo. Utilizamos uno de los túneles parcialmente
subterráneos que serpentean por la montaña. La parte superior es en su mayor parte
de cristal, lo que nos proporciona una vista fascinante de los alrededores, aunque en
este momento no puedo disfrutar de nada de ello.
En silencio, atravesamos la entrada del castillo y subimos la escalera que
conduce a un gran pasillo. Les acompaño hasta el final del pasillo, donde unas puertas
dobles conducen a la suite en la que se alojarán.
Lo abro con la tarjeta llave que me dieron antes y empujo para abrir las pesadas
puertas. —Aquí es donde estarás...
No consigo pronunciar las palabras antes de que un pequeño cuerpo se estrelle
contra mi costado y unos finos brazos me rodeen por la mitad.
—Te extrañé —murmura Scarlet en mi chaqueta.
Es mucho más pequeña que yo, la parte superior de su cabeza apenas me llega
al pecho, pero su agarre a mí es sorprendentemente fuerte, como un pequeño mono
del que no se puede desprender.
—Yo también te extrañé. —Beso la coronilla de su cabeza y la rodeo con mis
brazos.
Por el rabillo del ojo, veo a mi madre acercarse a nosotros, con las lágrimas ya
formadas, pegadas a sus largas pestañas negras. Abro uno de mis brazos y ella cae
sobre nosotros.
Permanecemos en nuestro abrazo de tres durante unos minutos. Nadie quiere
soltarse. Mi padre pasa junto a nosotros, escudriñando la suite como si buscara algo
que pudiera hacernos daño. Por supuesto, eso ya estaba hecho, pero nada es lo
suficientemente bueno para él, especialmente cuando se trata de su familia.
Cuando por fin rompemos el abrazo, Scarlet se lanza inmediatamente a un
frenesí de preguntas.
166
—¿Dónde duermes? ¿Dónde están tus clases? ¿Los dormitorios están lejos de
aquí y puedo verlos? ¿Sólo hay una cafetería? ¿Qué tipo de comida sirven? ¿Tienen el
tipo de té que me gusta? ¿Has hecho algún amigo?
—Despacio. Te daré un tour más tarde. Sí, sólo hay una cafetería, pero tienen
casi todo lo que puedas desear, incluido el té.
—Sí, pero ¿es el que me gusta? —Ella arruga la nariz hacia mí.
—Sí, tienen toda la comida que te gusta —le aseguro.
—Pareces cansado. ¿Duermes lo suficiente? —dice mi madre, con la
preocupación grabada en su voz. Levantando la cabeza, me pasa los dedos por la
frente y por el cabello como hacía cuando era pequeña. Solo que ahora tiene que
estirar los dedos hacia arriba en lugar de hacia abajo, ya que soy más alta que ella
desde hace unos años.
—Sí, duermo —le respondo.
La verdad es que la única vez que dormí bien y durante toda la noche fue
cuando estaba en la cama de Aspen con mi cuerpo envuelto en el suyo. Sigo
diciéndome que es porque estaba borracho, pero ya he estado borracho antes y aun
así no he dormido.
Me frunce el ceño, sabiendo que no estoy siendo sincero con ella, pero por
suerte, lo deja pasar... por ahora, al menos. Estoy seguro de que no es la última vez
que oigo hablar de ella.
—También tengo curiosidad por ver dónde se alojan tú y Ren. ¿Nos mostrarás
los dormitorios ahora?
La idea de que los acompañe a través de los dormitorios y que posiblemente
me encuentre con Aspen tiene mi ansiedad al máximo. Tengo que mantenerme lo más
lejos posible de ella estando mi padre aquí.
—¿No quieres descansar primero antes de que te muestre el lugar?
—¿Descansar? —pregunta Scarlet como si acabara de proponer la cosa más
ridícula del mundo—. ¿Tienes idea de lo emocionada que he estado y del tiempo que
he estado esperando para hoy? Descansar es lo último que tengo en mente. Quiero
verlo todo. —Su entusiasmo es casi contagioso.
—Bien, les mostraré el lugar. No necesitarán sus chaquetas; todo está bajo
tierra y con calefacción.
Todos, incluido yo, se deshacen de su ropa exterior y volvemos a salir. Les
enseño el resto del castillo antes de conducirlos a las aulas y a la cafetería.
Todo el tiempo estoy en vilo, caminando por una cuerda floja muy fina. Scarlet
y mamá están demasiado excitadas para darse cuenta, pero, por supuesto, a mi padre
167
no se le escapa nada. La tensión entre nosotros es aún mayor de lo normal, y no hace
más que crecer a medida que avanza el día.
Cuando llegamos a los dormitorios, Scarlet está radiante de emoción mientras
yo estoy sudando la gota gorda, sufriendo un pequeño infarto cada vez que veo a una
chica rubia doblar la esquina. No estoy seguro de lo que va a hacer mi padre cuando
la vea, pero sé que no va a ser nada bueno y que no podré protegerla de él.
Abro mi habitación con mi tarjeta de acceso, e inmediatamente nos reciben
voces procedentes del interior. Ren, Roman, Sophie y Luna están amontonados en el
gran sofá en forma de L.
—Ahí están, chicos —saluda Roman y se levanta del sofá.
Se acerca a mí y me da una palmada en la espalda a modo de saludo. Es el único
de nuestra familia que es más alto que yo. Según la historia, solía ser un luchador
clandestino, que participaba en peleas por dinero en las que sólo salía una persona
del ring. Incluso viéndole ahora, ya que se le nota la edad, no es de extrañar que
ganara siempre.
Luna y Sophie se acercan y me saludan a continuación, mientras que a Ren lo
saludan Scarlet y mis padres. De repente, la habitación empieza a parecer más
pequeña.
—Me encanta este apartamento. ¿Puedo quedarme aquí esta noche? —Scarlet
pregunta.
Me encojo de hombros, sin saber si es una buena idea. Me gustaría tener a mi
hermana aquí, pero no sé si mi padre lo permitirá. Al ver mi aprensión, se dirige a
mis padres.
—Por favor, hace una eternidad que no veo a Quinton, y no puedes decirme
que hay un lugar más seguro que este apartamento.
—No lo sé —empieza mi padre, pero mi madre lo interrumpe.
—Q y Ren estarán aquí, y en dos años, ella estará aquí en su propio
apartamento. No creo que sea una mala idea. Además, entonces tendremos la suite
para nosotros. —Sonríe, y Scarlet hace una mueca. La historia de amor de mis padres
es una de las mejores. Si alguna vez ha habido una persona que haya puesto a mi
padre de rodillas, esa es mi madre. Sin embargo, eso no significa que quiera oírlos
hablar de follar.
—Luna también se queda aquí —comenta Sophie, agradecida.
Mi padre nos mira a Ren y a mí, con una mirada penetrante. —Conoces las
reglas, y también sabes que si le pasa algo a tu hermana....
—No le pasará nada, ni aquí, ni nunca —interrumpo. 168
—Bien. —Se vuelve hacia Scarlet, que está a punto de saltar de su piel—. Tienes
que comprobar conmigo cada pocas horas, y no ir a ninguna parte sin tu hermano.
Scarlet asiente, su sonrisa crece con cada segundo que pasa.
—Entonces está decidido. Puedes quedarte. —Una sonrisa se dibuja en los
labios de mi padre y la tensión en el aire se alivia.
—¡Sí! Ahora estoy aún más emocionada. Aunque no puedo esperar al baile.
Quiero conocer a todos tus amigos. —¿Amigos? No tengo valor para decirle que no
he hecho ningún amigo, a menos que cuentes lo que Aspen y yo estamos haciendo
como amigos. Lo cual no es así.
—Ren me ha dicho que no tiene cita para el baile. ¿Y tú, Q? ¿Vas a llevar a
alguien? —pregunta Luna con curiosidad.
—Si no fuera porque ustedes están aquí, no iría al estúpido baile en primer
lugar. Así que no, no estoy planeando traer a nadie más sólo para aburrirlos hasta la
muerte.
—Tonterías —interviene mi padre, y por el brillo de sus ojos me doy cuenta de
que lo que vaya a decir no va a ser algo que yo quiera oír. —Será bueno para el
negocio. Encontraré a alguien para que lleves.
Genial. Justo cuando pensaba que esto no podía ser peor, he ido a meter el puto
pie en la boca.

—Dormiré en el sofá —insiste Scarlet—. Tú puedes dormir en tu cama.


—Está bien. —Sonrío y le doy una almohada y una manta.
Observo cómo hace su cama en el sofá y se arrastra bajo la manta, con un
pijama cubierto de corazones rosas y pequeños búhos. Ya sé que va a venir a meterse
en mi cama, pero la dejaré que se salga con la suya. Odia dormir en lugares que no
conoce, y cada vez que estamos en un lugar nuevo, acaba en mi cama, no quiere
dormir sola.
Le he dicho muchas veces que venga a dormir a mi cama, pero cada vez, insiste
en que ahora será diferente y que ya no es una niña.
Lo creeré cuando lo vea. —Muy bien, buenas noches. Te veré por la mañana.
—Buenas noches. —Me sonríe, subiendo la manta hasta la barbilla.
Luna y Ren ya están en la cama, y Luna no tuvo problemas en admitir que quería
dormir en la habitación de su hermano.
Al entrar en mi habitación, me preparo también para ir a la cama, me lavo los
169
dientes y me despojo de la ropa hasta los calzoncillos antes de meterme en la cama.
Mirando al techo, permanezco despierto en la cama durante tanto tiempo que
me pregunto si Scarlet se quedó realmente dormida en el sofá. Esa idea queda
demostrada cuando la puerta se abre de golpe y Scarlet entra de puntillas en mi
habitación.
No puedo ocultar una sonrisa cuando se mete en mi cama y se desliza bajo la
manta, instalándose en el otro lado de la cama.
—¿Y si me despierto en mitad de la noche y no sé dónde estoy en mi cerebro
dormido? Probablemente me asustaría.
—Sí, probablemente.
—Entonces estaría gritando y despertando a todos. No quiero despertarlos en
medio de la noche.
—Es muy considerado de tu parte. Pero no ronques tan fuerte.
—¡Yo no ronco! —Scarlet susurra.
Los dos nos reímos, sabiendo que sí ronca aunque solo sea un ronquido bonito
y silencioso que quizá haya grabado antes en mi teléfono para burlarme de ella. La
habitación se queda en silencio después de un rato, y yo cierro los ojos, intentando
dormir al menos unas horas.
—La extraño. —La pequeña voz de Scarlet atraviesa la silenciosa noche.
—Yo también —admito.
Apenas pienso en Adela, y mucho menos hablo de ella. Me duele demasiado,
y es más fácil fingir que no está muerta. Como si se hubiera ido de vacaciones y
volviera a casa cuando estuviera preparada.
—Es la primera vez que estamos juntos en algún lugar sin ella, en público,
quiero decir. Alguien va a hacer preguntas, ¿no crees? ¿Qué vamos a decir a la gente
cuando pregunten por qué no está aquí?
—No lo sé. —No tengo ni puta idea—. Tenemos que decírselo a la gente en
algún momento. No sé por qué papá se empeña en mantener el secreto.
—Tal vez porque al decírselo a la gente lo hará real...
Ya es real, quiero decirle, pero me muerdo la lengua. Todavía no sé si esa es la
razón de mi padre, pero sé que Scarlet tiene razón. La gente se preguntará dónde está
Adela, y no estoy seguro de cómo responder a eso.
Yo tampoco estoy seguro de querer responder.
170
28
Aspen

D
esde hace una semana, todo el mundo habla del próximo baile de los
fundadores. Hace unos años, habría compartido su entusiasmo, pero
ahora, podría vomitar sólo de pensarlo. No es que no me guste la idea
de una fiesta con baile y comida. Es la gente que sé que asistirá la que me tiene
acurrucada en una bola de nervios y ansiedad.
Por lo que sé, la mayoría de los padres han volado para ver a sus hijos y
celebrar el décimo aniversario de la apertura de la escuela. Por supuesto, mi madre
ya me ha enviado un correo electrónico diciendo que lamenta haber rechazado la
invitación, lo cual no me sorprende en absoluto. No esperaba que viniera.
Sin embargo, una parte de mí desea que lo haga. No importa lo mucho que me
ponga de los nervios. Sigue siendo mi madre, y quiero que esté ahí para mí. Quiero
que quiera verme. Quiero que quiera que esté a salvo y sea feliz. 171
Es un deseo, lo sé.
Más que nunca, me escondo en mi habitación, incluso me salto las clases para
no tener que salir. Voy a la cafetería muy temprano por la mañana, antes de que la
mayoría de los estudiantes vayan a desayunar. Luego voy una segunda vez entre el
almuerzo y la cena. De esta manera, no veo a nadie, y hasta ahora, eso incluye a los
Rossis.
Hoy es el gran día, el baile de los fundadores se celebra esta noche, y los
pasillos de las residencias universitarias bullen de gente preparándose, aunque
todavía faltan horas para que empiece. Tengo que ser la única que no está
emocionada por este evento. No pienso ir a ningún lugar esta noche. Ya me he
abastecido de libros, así que tengo mucho que leer.
Me he acomodado en la cama, acurrucada bajo las sábanas, y voy por la mitad
del tercer capítulo del libro que Brittney me dijo que tenía que leer cuando llaman a
la puerta.
Sobresaltada, dejo caer el libro en mi regazo y casi salto de la cama. Miro
fijamente la puerta como si fuera mi enemigo. ¿Quién llama a mi puerta? Nadie... al
menos, no normalmente. La única persona que viene a mi habitación tiene una llave
y no se pondría a llamar a la puerta.
Algo en el fondo de mi mente me dice que no abra la puerta, pero la curiosidad
mató al gato, y yo soy el estúpido gato que se levanta para abrir la puerta. Me tiembla
la mano cuando agarro el pomo y lo giro, abriendo la puerta.
Todo el aire se detiene en mis pulmones cuando veo quién está de pie al otro
lado. Se me hiela la sangre al contemplar la gran estatura del hombre; su cabello
negro está encanecido y su rostro parece arrugado, de alguna manera, diez años más
viejo que la última vez que lo vi. Pero ni siquiera su edad le quita el aspecto aterrador
que tiene. Sé que podría matarme en un instante, romperme el cuello como si se atara
el zapato.
—Hola, Aspen. ¿Me vas a invitar a pasar? —Xander Rossi pregunta como si
fuéramos viejos amigos.
—No creo que sea una buena idea.
—Chica estúpida —murmura.
Por supuesto, Xander Rossi no necesita una invitación y entra a empujones en
mi habitación, casi tirándome al suelo en el proceso.
—¿Qué quieres? —Aprieto los dientes.
—Sólo he venido a ver a la hija de un viejo amigo —explica
despreocupadamente, mientras sus ojos recorren la habitación inspeccionando el
contenido—. ¿Te estás adaptando bien a la universidad?
172
—Sí, este lugar es encantador —respondo con sarcasmo, —y todo el mundo es
muy acogedor. Es muy agradable. Cinco estrellas, lo recomendaría.
—Me alegra saber que te gusta este lugar. Lucas me aseguró que tu alojamiento
aquí era adecuado. Veo que tenía razón. Este lugar te conviene.
En lugar de hacerle un comentario ingenioso, aprieto los dientes y me clavo las
uñas en la palma de la mano. Provocarlo solo va a conseguir que me haga daño.
—He oído que no vas a venir al baile esta noche.
—No pensé que alguien quisiera que asistiera —digo—. No querría
presentarme en un lugar donde no soy bienvenida.
—Por supuesto, son bienvenidos allí. Animo a todos los estudiantes a venir. Y
por suerte, ya tengo una cita para ti. Estará aquí a las siete para recogerte.
Atónita, lo miro fijamente, preguntándome a dónde va a llegar esto. Nada de lo
que hace Xander es sin un plan, y su plan, sea cual sea, no va a ser a mi favor. Como
he dicho, pase lo que pase, estoy en el lado perdedor, siempre.
—No puedo —protesto—. No tengo vestido. —Es una excusa poco convincente,
pero espero que sea suficiente.
—Me imaginé que no lo harías, por eso ya te pedí uno. Debería estar aquí a
tiempo. Así que prepárate a las siete. Te veré en la cena.
Se detiene en la puerta, mirándome por encima del hombro. —No me
decepciones, Aspen. No querrás verme decepcionado. —Deja la amenaza en el aire
durante unos segundos antes de añadir: —Espero que estés allí.
Con eso, Xander sale de mi habitación, cerrando la puerta tras él sin decir nada
más. Me quedo un momento más con la boca abierta, tratando de entender la
situación. Una cosa está clara, la manzana no cayó lejos del árbol. Quinton
definitivamente aprendió a amenazar a la gente de su padre.
La verdadera pregunta es, ¿por qué demonios quiere que vaya? ¿Y a quién va
a enviar como mi cita? ¿Sabe Q de esto?
Ugh, odio todo esto.
Sé que esto es una trampa. Pero no sé cómo salir de ella.
Mientras sigo tramando cómo no hacer acto de presencia esta noche, busco en
mi armario para ver qué podría ponerme. Xander ha dicho que me enviará un vestido,
pero definitivamente no voy a contar con eso. Ni siquiera he traído zapatos de tacón.
Los zapatos más elegantes que tengo son unas zapatillas negras con un pequeño lazo
en la parte superior. Supongo que eso tendrá que ser suficiente. El único vestido que
podría llevar es un suéter verde esmeralda. En cualquier caso, destacaré como un
173
pulgar dolorido en esta fiesta. No es que necesite nada más para añadir a la
gigantesca diana que tengo en la espalda.
Mientras espero a que pase el día, mi mente está demasiado ocupada para
volver a meterse en un libro, por mucho que desee escapar de la realidad. Paso el
tiempo en YouTube viendo tutoriales sobre cómo rizar el cabello sin un rizador.
Acabo usando servilletas y me enrollo el cabello húmedo de esa manera. Luego
recojo todo el maquillaje que tengo, que no es mucho, y empiezo a aplicármelo en la
cara hasta tener un aspecto algo presentable.
Al comprobar la hora, me doy cuenta de que ya son las seis. Sólo me queda una
hora y todavía no tengo ningún plan para salir de esto. Otro golpe en la puerta casi
me hace caer de la silla. La última vez que abrí la puerta, salió fatal, pero Xander dijo
que iba a enviar un vestido, así que quizá sea él.
Vacilante, me levanto y me dirijo a la puerta, abriéndola lentamente. Una de
las sirvientas está de pie al otro lado, sosteniendo una gran caja delante de ella.
—Se supone que tengo que dejar esto aquí. —Me sonríe con nerviosismo y me
acerca la caja. Abro la puerta del todo y extiendo las manos. La asistente mira
brevemente mi cabello enrollado con una servilleta, pero no hace ningún comentario.
Estoy segura de que me veo bastante ridícula con este peinado.
—Oh. De acuerdo, gracias. —Tan pronto como la caja está en mis manos, la
sirvienta gira y se aleja de mí como si no pudiera alejarse lo suficientemente rápido.
Cierro la puerta y llevo la caja a mi cama, donde abro la tapa lentamente para
mirar dentro. Todavía no estoy del todo convencida de que esto no sea una broma, y
de que no vaya a saltar algo en cualquier momento. A primera vista, todo lo que veo
es una tela roja y sedosa.
Dejo caer la tapa al suelo para poder inspeccionar todo el contenido de la caja.
Recojo las esquinas de la tela roja y levanto el vestido, encontrando un par de tacones
de aguja en el fondo de la caja. Es un poco más llamativo y revelador de lo que
normalmente llevaría, pero aparte de eso, es realmente un vestido bonito.
Me quito el vestido de jersey que llevo y me pongo el vestido rojo que me ha
enviado Xander. Sorprendentemente, me queda perfecto. El único problema que
tengo es que se ve el sujetador, ya que el vestido no tiene espalda. No me siento muy
cómoda yendo sin sujetador, pero no creo que haya forma de evitarlo.
Al ponerme los zapatos que venían con el vestido, me doy cuenta de que
combinan a la perfección y no puedo evitar preguntarme quién lo ha elegido.
Dudo que Xander tenga este tipo de sentido de la moda.
Ya arreglada y lista para salir, me siento en el borde de la cama y espero a que
el reloj marque las siete. Con cada minuto que pasa, crece en mis entrañas la
174
sensación de que algo terriblemente malo va a ocurrir esta noche. Lo peor de todo es
que en realidad estoy esperando que Quinton entre. Nunca podría tener tanta suerte.
Una parte de mí espera el familiar chasquido de la cerradura cuando él pasa su
tarjeta llave y entra en mi dormitorio. Nunca llega. En su lugar, otro golpe llena la
habitación y mi estómago se hunde aún más.
Abro la puerta por tercera vez hoy, aunque quiero hacer cualquier cosa menos
eso. Esta vez, encuentro a alguien al otro lado que no esperaba: alguien a quien
detesto. Alguien a quien no tocaría ni, aunque fuera la última persona del planeta.
—Bueno, hola, Aspen. Veo que te has arreglado para mí. —Matteo me dedica
una sonrisa traviesa—. ¿Estás lista para ir, o necesitas ayuda con el vestido?
—Uno, no me he vestido para ti. Dos, sólo voy porque me obligan. Tres, si se te
ocurre tocarme con tus dedos babosos, te cortaré la polla mientras duermes.
—Esa es una amenaza audaz para una rata como tú. Te escondes en tu
habitación todo el día, demasiado asustada de tu propia sombra, ¿pero esperas que
me crea que vendrás a buscarme por la noche para entrar en mi habitación?
Odio que tenga razón casi tanto como lo odio a él.
Pasando por delante de él, entro en el pasillo con las piernas temblorosas.
Estoy acostumbrada a caminar con tacones, pero la rabia y el miedo que siento en
este momento me hacen temblar. Matteo me tiende el brazo como si existiera un
mundo en el que yo fuera a tomarlo.
Lo fulmino con la mirada y él sacude la cabeza. —Como quieras. Espero que te
tropieces y te caigas de bruces.
—Espero que te tropieces y caigas sobre un cuchillo afilado.
—Oh, esa boca tuya, está pidiendo que la rellenen con mi polla.
Me alejo de él, esperando que no me siga de cerca, pero claro, eso sería mucho
pedir. Me alcanza con facilidad, caminando a mi lado todo el camino hasta el salón de
baile del castillo.
Una pequeña parte de mí esperaba poder pasar desapercibida esta noche y no
ser el centro de atención. Cuando entramos en el salón de baile, lujosamente
decorado, sé de inmediato que no será posible pasar desapercibida.
—Supongo que nadie te dijo que esto era un baile en blanco y negro. —Matteo
se ríe, divertido consigo mismo.
—Me gusta ser diferente —miento, intentando disimular mi creciente angustia.
Todos los ojos están puestos en mí cuando entramos en el gran espacio. Todos
los hombres llevan esmoquin negro, mientras que la mayoría de las mujeres llevan
vestidos blancos. Se podría pensar que ya me he acostumbrado a las miradas de 175
soslayo. Pero la verdad es que me siento más incómoda que nunca.
Cuando pensaba que no podía ser peor, Matteo me toma de la mano y nos lleva
a una mesa. Es una de las mesas más grandes con capacidad para unas quince
personas. En la cabecera de la mesa están sentados Xander, su mujer, Ella, a su lado,
y Quinton al otro lado. Miro a la chica rubia sentada al lado de Quinton, esperando
que Adela o Scarlet ocupen ese lugar, pero en su lugar me encuentro con Anja, de la
clase de educación física, que me sonríe como si le hubiera tocado la lotería. Otro
hombre se sienta al lado de Anja, y considero el hecho de que podría ser su padre,
pero entonces Matteo habla a mi lado.
—Hola, padre —saluda. El hombre levanta la vista de su teléfono, y lo primero
que noto en él es su nariz puntiaguda y el brillo del odio en sus ojos.
Se quita unos mechones de cabello gris de la cara. Su estructura y sus rasgos
son intimidantes.
—Por favor, tomen asiento. —Xander saluda a las sillas vacías, arrastrando mi
atención de nuevo a la cena—. Me alegro de que hayas podido venir. Aunque esa es
una elección de vestido muy interesante, Aspen.
—Lo siento, se me pasó el aviso de que era una fiesta de blanco y negro.
—Me sorprende que la hayan dejado venir. Debería estar encerrada como su
padre. —El padre de Matteo habla como si yo no estuviera sentada aquí. Me contengo
de poner los ojos en blanco y tomo a propósito la silla que no está al lado de Ella,
dejando un espacio entre nosotros.
Mientras tomo asiento, me aseguro de que el vestido no muestre mis tetas
mientras me muevo.
La única persona que lleva algo más revelador es Anja, que bien podría haber
venido desnuda. Su vestido blanco transparente no deja mucho a la imaginación. Miro
a mi alrededor, preguntándome dónde estarán los padres de Anja, ya que parece que
ha venido el padre de Matteo.
Tal vez no pudieron hacer el viaje desde Rusia. Parece una excusa estúpida,
pero no voy a preguntarle dónde están. ¿Tal vez los suyos son tan malos como los
míos?
Matteo se sienta a mi lado e intenta deslizar su mano por el vértice de mi muslo.
Lo aparto de un manotazo sin mirar, buscando en la mesa un cuchillo con el que pueda
apuñalarlo.
—No pensé que estarías aquí —susurra Quinton, reclamando toda mi atención.
No me he atrevido a mirarlo, y cuando lo hago, sé exactamente por qué. Su
mirada penetrante me hace sentir un escalofrío, y esta noche hay un filo en él. Está
enojado, pero no sé si lo está conmigo o con la situación. Estoy segura de que lo
descubriré más tarde.
176
Al apartar la vista de él, por fin me fijo en quién más está sentado en la mesa.
En el otro extremo, Roman Petrov se sienta a la cabeza, su mujer, Sophie, a un lado, y
Ren y su hermana, Luna, al otro. Scarlet está junto a Luna, pero no veo a Adela por
ningún lado.
Eso es raro. ¿Dónde iba a estar? Tal vez ella decidió no venir, pero eso es poco
probable. A menos que ella supiera que Matteo estaría aquí. Tal vez lo sabía y se
inventó una excusa para no venir. Dudo que le haya contado a su padre o a Quinton
sobre esa noche. O tal vez lo hizo, y a ellos no les importó.
Las apariencias lo son todo cuando estás en la mafia. Tengo tanta curiosidad
por saber dónde está que casi pregunto, pero me detengo en el último segundo,
sabiendo que no es así.
Una vez acomodado, todos comienzan a charlar sobre cosas al azar. Anja le
cuenta a Ella sobre la clase mientras Xander se levanta, junto con el padre de Matteo,
y saluda a algunos invitados que llegan.
Ren habla con su padre sobre algunas técnicas de lucha mientras Luna y Scarlet
hablan sobre la posibilidad de venir a la escuela aquí dentro de unos años.
El único que permanece callado es Quinton, que lanza una mirada asesina entre
Matteo y yo. Si las miradas pudieran matar, los dos estaríamos ya muertos. Anja se
inclina para susurrarle al oído un par de veces y le pasa la mano por el brazo.
Los celos indeseados se abren paso en mis entrañas, y sólo entonces caigo en
la cuenta de que Quinton podría sentir lo mismo. ¿Por eso está tan enojado? ¿Está
celoso? Tan pronto como la idea entra en mi mente, se aleja como una nube en un día
de tormenta. Es imposible que esté celoso, ni de Matteo, ni de nadie. No se preocupa
por mí en ningún sentido de la palabra. Si acaso, está celoso de que otra persona
toque su juguete.
Para él, soy un objeto físico, ni más ni menos.
Perdida en mis pensamientos, casi no noto el suave toque en mi pierna. Cuando
miro hacia abajo, encuentro la mano de Matteo una vez más, acercándose al interior
de mi muslo. Es oficial: realmente quiere que lo mate. Me invade una furia que me
hace apartar su mano de un manotazo, dispuesta a darle también una bofetada en la
cara. Matteo sonríe, literalmente sonríe, como un maldito psicópata. Lentamente, se
inclina hacia mi lado, y yo me alejo hasta que parece que me voy a caer de la silla.
Su voz es tan baja que sólo yo puedo oírla. —Recuerda mis palabras, Aspen, al
final de la noche, llenaré tus tres agujeros, uno por uno.
No si puedo evitarlo. 177
—Puedes intentarlo pero recuerda mis palabras. Si tu polla se acerca a uno de
mis agujeros esta noche, no tendrás ninguno por la mañana.
—Menos mal que he traído una mordaza y una cuerda para mantenerte en tu
sitio. —Se ríe y se endereza en su asiento.
Más decidida que nunca, me prometo a mí misma que encontraré una forma de
salir de esto. Soy inteligente y debería haber sabido que no debía depender de Q
para mi protección. La única persona de la que puedo depender soy yo. La única
persona que puede protegerme soy yo. Después de esta noche, todo el mundo lo
verá, incluso Quinton.
29
Quinton

N
o recuerdo la última vez que estuve tan irritado. Cada pequeño sonido
de Anja me hace querer agarrar un tenedor y clavármelo en la oreja.
Luego están sus miradas y toques no tan sutiles. Te juro que si toca la
manga de mi esmoquin una vez más, tendré la tentación de arrancarle cada una de
sus largas uñas pintadas de rojo.
A estas alturas, sus gritos serían más agradables que las estúpidas risitas que
hace cada vez que mi madre dice algo. Estoy tan jodidamente irritable, que ni
siquiera me gusto ahora mismo. Ni siquiera puedo disfrutar de que Scarlet esté aquí.
No cuando estamos en público y tengo que tratarla como una mierda, y
definitivamente no cuando Aspen y el puto Matteo están sentados frente a mí.
Peor aún, el padre de Matteo, Michael, también está aquí, y el brillo oscuro de
sus ojos y la forma en que observa a Aspen me inquietan.
¿Por qué diablos está aquí y con Matteo, de todas las personas? ¿Es todo un
178
juego para ella? Lo dudo. Ella preferiría correr a través del fuego que estar atrapada
en cualquier lugar con él, y mucho menos venir voluntariamente como su cita.
Recuerdo la reacción de mi padre, y de repente, queda claro que él sabía que ella
venía. No me sorprendería que fuera él quien la invitara.
La pregunta es: ¿por qué?
Soy vagamente consciente de que la música baja y de que alguien anuncia que
la cena se va a servir en un momento. Unos minutos después, los camareros llegan a
nuestra mesa y colocan grandes bandejas con una gran variedad de comida en el
centro de la mesa. Mis ojos ven a Lucas acercándose a nuestra mesa con su hermano,
Nic, y su mujer, Celia. Conozco lo suficiente a la familia Diavolo como para saber que
es mejor tenerlos como aliados que como enemigos. Mi padre, por supuesto, se
levanta de su silla y los saluda, dando un apretón de manos a Nic y Lucas. Mi madre
saluda y sonríe a Celia, que le devuelve amablemente.
—Espero que todos estén disfrutando de las festividades. —pregunta Lucas,
sus ojos se deslizan por la mesa. Me doy cuenta de que su mirada se centra en Aspen
y se me eriza la piel. Odio la forma en que todos la miran, pero ¿qué diablos puedo
hacer? Solo el vestido que lleva pone una X en su espalda.
—Sí, todo es genial. Gracias por invitarnos. Espero que Quinton no esté
causando muchos problemas —bromea mi madre, pero nadie se ríe, y menos yo.
—Por supuesto que no. Quinton es un estudiante estrella. —Lucas y mi padre
sueltan una risita, casi como si hubiera un significado oculto tras sus palabras.
Nic y Celia toman asiento en la mesa de al lado, y Lucas y mi padre
intercambian palabras que no puedo oír. Vuelvo a centrar mi atención en la mesa. En
cuanto mi padre vuelve a sentarse, los camareros empiezan a preguntar a todo el
mundo qué desea, y luego proceden a apilar la comida en los platos.
Aspen se queda mirando con los ojos muy abiertos, inspeccionando la comida
cuidadosamente como si tratara de averiguar si está envenenada o no. Sólo cuando
ve que todos los que la rodean empiezan a comer, toma el tenedor y empieza a comer
ella misma.
La observo mientras corta el filete, sacando un trozo generoso y llevándoselo a
los labios. Una vez que tiene el gran trozo de carne en la boca, cierra los ojos y
empieza a masticar con un gemido bajo que hace que mi polla se agite en mis
pantalones.
Se da cuenta un momento después y sus ojos se abren de golpe. Por suerte,
parece que soy el único que se ha dado cuenta. Se aclara la garganta y sigue
comiendo. Su contención no dura mucho, porque un momento después se mete en la
boca patatas y zanahorias como si no hubiera comido en años. Esta vez, todos los
comensales se dan cuenta. 179
—Jesús, más despacio, cerdo. —Matteo se ríe, y estoy a un segundo de lanzarle
el cuchillo de la carne. En mi mente, lo veo aterrizar en su ojo derecho, la sangre
corriendo por su cara, ensuciando el mantel blanco. Oigo su grito y me veo sonriendo
como un sádico.
—¿No vas a comer, Quinton? —La voz de mi madre me saca de mi maldita
fantasía.
—No tengo hambre —respondo, recostándome en mi silla—. Algunas personas
de esta mesa me han quitado el apetito. —Me refiero a Matteo, pero estoy segura de
que todos los presentes suponen que hablo de Aspen. Miro a Matteo para recalcar mi
afirmación, pero él no parece darse cuenta, o tal vez no le importa.
Miro fijamente a Aspen, admirando su belleza. Su larga melena rubia le cae por
los hombros en suaves rizos. Lleva un vestido rojo que revela mucho más de lo que
debería. Su maquillaje es fresco y no está demasiado hecho. Es hermosa, y en cierto
modo la odio porque ahora que lo veo, no creo que pueda dejar de verla.
—Sí, no sé cuánto tiempo nos vamos a quedar Aspen y yo. Sé que van a hacer
la subasta después de esto, pero creo que podríamos volver a los dormitorios y
relajarnos.
Me rechinan las muelas y tomo el cuchillo sin pensarlo. Me hace falta toda mi
fuerza de voluntad para no responder a esa afirmación. ¿Por qué demonios vinieron
juntos Matteo y ella?
—No sabía que ustedes dos eran algo. Me alegro mucho por ustedes —dice
Anja con un tono sarcástico propio de una telenovela.
—Oh. —Aspen se aclara la garganta y sus ojos recorren la mesa de forma
cohibida. —No estamos juntos.
La ira en mis venas se convierte en un fuego lento al escuchar su voz. Por la
razón que sea, Aspen es un bálsamo curativo para mi rabia. Ella es el control cuando
estoy en espiral, y no tiene ni la más mínima puta idea.
—No seas así, Aspen. Sabes que es más profundo que eso. —Matteo sonríe, y
mi rabia vuelve a hervir.
Usando la servilleta, se limpia la boca, y cuando veo que los brazos de Matteo
se mueven como si estuviera tocando a Aspen por debajo de la mesa, casi me pierdo.
Se aleja, confirmando lo que vi, pero no necesita que un caballero la salve. No
es que yo sea un caballero. Levantando el brazo, le da un codazo en el costado, pero
él no mueve la mano.
Mi rabia, ya hirviente, alcanza nuevas metas, y estoy a medio segundo de
lanzarme a través de esta mesa, derribar a Matteo al suelo y clavarle el puño en su
180
cara de satisfacción hasta que no sea más que un desastre sangriento.
Es mía para tocarla, mía para atormentarla, sólo mía.
—Disculpen —dice Aspen apretando los dientes y poniéndose en pie—.
Necesito ir al baño de mujeres —anuncia antes de darse la vuelta y alejarse de la
mesa.
Por detrás, su vestido es aún más revelador. Toda su espalda está desnuda, lo
que hace evidente que no lleva sujetador.
Mientras veo a Aspen desaparecer de la habitación, mi cabeza da vueltas. Todo
está tan fuera de control. Que mi padre esté aquí lo está jodiendo todo.
Acababa de encontrar una solución a mi dolor, una pequeña calma a la furiosa
tormenta, y ahora me la ha quitado. Una vez más, me siento perdido, desquiciado, y
esta vez, no estoy seguro de poder volver a la cordura.
—¿Estás bien, Quinton? —La voz de mi padre retumba en mis oídos, y me siento
un poco más erguido. O bien puedo quedarme sentado y lidiar con lo que está
sucediendo delante de mí, tragándomelo y obligándome a digerirlo más tarde, o
puedo hacer algo al respecto ahora mismo.
Mirar a mi padre es como mirarme a mí mismo en el futuro. —Estoy bien. Sólo
necesito ir al baño.
Es una mentira. Todo. Todo lo que he estado haciendo es mentir. Mentirme a
mí mismo, mentir a mis padres. Estoy lejos de estar bien, pero en mi vida no hay lugar
para nada más. Es estar bien o fingir que estoy bien, que es donde entra Aspen.

181
30
Aspen

N
o puedo soportar más esto. Siento que me asfixio, que una cuerda me
rodea la garganta y me aprieta con cada respiración.
Abriéndome paso entre la multitud, ignoro las expresiones de
odio y espero que nadie me ataque mientras estoy en el baño. Es un riesgo que estoy
dispuesta a correr. Sé que estar sola en cualquier lugar aquí arriba no es prudente,
pero ahora mismo, haría cualquier cosa por unos momentos de soledad.
El baño está vacío cuando entro, y nunca me he alegrado tanto de nada en mi
vida. Me veo reflejada en el espejo y no me sorprende lo pálida que estoy incluso con
el maquillaje. Estoy agotada y lo único que quiero es volver a mi dormitorio y pasar
la noche como había planeado.
Apartando los ojos de la chica a la que apenas reconozco, me meto en uno de
los baños. Oigo un ruido detrás de mí, pero antes de que pueda darme la vuelta,
alguien me agarra. Con un grito, me doy la vuelta y empiezo a luchar de inmediato,
182
pero me agarran las muñecas con facilidad y me inmovilizan en la cabina del baño.
—¿Por qué carajo estás aquí con él? —Quinton gruñe, a centímetros de mi cara.
Su aliento caliente y mentolado se abanica sobre mi mejilla, y suspiro aliviada.
—¿Crees que quiero estar aquí? ¿Con él, de todas las personas? Lo odio. Te
pedí que me lo quitaras de encima. Quería quedarme en mi habitación y leer, y
definitivamente no quería llevar este vestido.
—Entonces, ¿por qué carajo lo hiciste?
—¡Porque tu padre me obligó! Me envió este vestido y me dijo que no le
decepcionara y que viniera a este baile. Incluso me organizó una cita.
Me doy cuenta de que Quinton me cree, de que su ira se ha calmado un poco,
pero el brillo asesino en sus ojos permanece. Parece desquiciado, su brazo tiembla
como si intentara no golpear la pared. Parece que apenas se sostiene, pero intenta
recuperar el control. Entonces caigo en la cuenta... el control. Eso es lo que ansía, lo
que necesita de mí.
—¿Llevas bragas? Sé que no llevas un puto sujetador. —Agarra el tirante de mi
vestido y tira de él hacia abajo, exponiendo mis pechos ante él.
—No podría llevar sujetador con este vestido, y sí, llevo bragas.
—Quítatelos —ordena.
—¿Hablas en serio?
—Muy. Ahora quítate las bragas antes de que las haga pedazos. —Impaciente,
empieza a subirme el vestido hasta que me rodea las caderas. Me quito las bragas,
dejando que se deslicen por mis piernas para poder quitármelas del todo.
Mientras Quinton me observa, se quita la chaqueta del esmoquin y la cuelga
sobre la puerta del baño antes de empezar a desabrocharse los pantalones.
—Quinton, no podemos. La gente lo sabrá, ¿y qué pasa si alguien entra?
—La puerta está cerrada, y me importa una mierda quién sabe lo que estamos
haciendo.
Libera su polla, ya dura, y empieza a acariciarla mientras yo permanezco de
pie con el vestido recogido alrededor del estómago, con el culo desnudo apretado
contra la caseta.
Sin previo aviso, suelta su polla y me agarra por las caderas, levantándome y
empujándome contra la pared. —Envuelve tus piernas alrededor de mí y sujeta mis
hombros.
Apenas tengo tiempo de seguir sus indicaciones antes de que se alinee con mi
entrada y me empale de un solo empujón. Se me escapa el aire de los pulmones y 183
siento una punzada de dolor cuando me da sólo un momento para adaptarme a su
longitud antes de empezar a follarme. Mis uñas se clavan en la tela de su camisa, y
anhelo esa conexión, esa oportunidad de devolverle el daño.
—Tu coño es mío. Mío para follar. Mío para provocarlo —gruñe Quinton,
mordiendo el lóbulo de mi oreja. Cada empuje de sus caderas es punitivo y roza la
línea del dolor, pero hay una sensación de algo más. Algo cálido se mueve en mi
interior, y me mojo más con cada golpe.
Sujetándome con su cuerpo, encuentra fácilmente mi pezón endurecido,
pellizcando el nódulo entre dos dedos, y un delicioso zumbido de placer se abre paso
por mi cuerpo.
—Finge que no me quieres. De hecho, finge por los dos, porque ahora que te
he probado, no sé si podré volver atrás.
Su tacto se vuelve más áspero, y mis pensamientos se vuelven confusos
mientras se mueve dentro de mí, utilizándome como válvula de escape para su rabia.
Dejo caer la cabeza contra la pared y Quinton se abalanza sobre mí, con su boca en
el pulso de mi garganta en un instante. Su olor a madera me rodea, llenando mis
pulmones con cada respiración que hago.
Nunca pensé que sería del tipo que ansía la oscuridad, pero algo en él cuando
está desquiciado y me posee, sabiendo que tiene todo el poder, me excita.
¿Qué me pasa?
—Debería marcarte. Ponerte chupetones por todo el cuello para que todo el
mundo sepa que has sido reclamada. ¿Qué te parece? —Su voz es humo que se
arremolina en mi cabeza, que se cuela por mis poros. Abro la boca para objetar, para
preguntarle por qué haría algo así, pero antes de que pueda, su boca está sobre mi
piel, y todo lo que sale es un gemido.
Mi pecho se agita, y ese bajo hervor de placer en mis entrañas se desplaza
hacia el exterior. La boca de Quinton es viciosa, y alterna entre morderme y calmar
los mordiscos con su lengua. Eso, combinado con sus profundas embestidas, me lleva
al clímax.
—Mierda. Puedo sentir tus músculos temblando. Te vas a correr pronto,
¿verdad? —Quinton se separa de mi garganta, sus mejillas enrojecidas, su pecho
subiendo y bajando tan rápido como el mío.
—Sí —gimoteo, agarrándolo un poco más fuerte.
—Mírame. Quiero que veas quién te dio ese orgasmo, quién es el dueño de tu
cuerpo y quién controla cada movimiento que haces.
El fuego de mi vientre explota y un calor recorre mis extremidades mientras
mis ojos se dirigen a la parte posterior de mi cabeza. Ya me he corrido muchas veces,
pero nunca me había sentido así.
184
Mi orgasmo provoca el de Quinton, y él apoya su cabeza en el pliegue de mi
cuello, follándome más fuerte y más rápido que antes, persiguiendo su liberación.
Dejo que me use, que tome lo que necesita también. Cuando por fin se corre, está
dentro de mí de nuevo, y hago una nota mental para recordarme que debo seguir
tomando la píldora. Me niego a quedarme embarazada, especialmente con su bebé.
Después de un momento, Quinton sale lentamente de mí y me pone de nuevo
en pie. Me tiemblan las piernas y estoy un poco mareada, pero apoyo una mano en la
puerta para estabilizarme.
La neblina post-orgasmo ha abandonado mi mente, y ahora vuelvo a estar
centrada en mí misma.
—Límpiate. Pareces una puta ahora mismo.
—Dios, eres un imbécil.
—Sí, bueno, acabas de correrte en la polla de este idiota, así que obviamente
no soy tan malo. —Me mira como si fuera a volver a por más.
Me doy la vuelta, sacudiendo la cabeza, y salgo de la cabina. Es entonces
cuando me veo en el espejo. Tengo los rizos desordenados, los ojos nublados y las
mejillas sonrojadas. Ni siquiera vamos a hablar de mi vestido. Cuando doy un paso
más hacia el espejo, mi mirada se fija en mi garganta, donde Quinton se burló de mí
con su lengua y sus dientes.
Allí mismo, para que el mundo vea, están sus mordeduras de amor. Las diez
pequeñas marcas rojas se desvanecerán con el tiempo, pero definitivamente no al
final de la noche.
—¿Qué demonios? —Me doy la vuelta cuando veo a Quinton mirándome en el
espejo. De nuevo, está sonriendo.
—No te quejabas mientras te venias sobre mi polla.
Algo dentro de mí se rompe. —¿Por qué has hecho eso? Sabes que los demás
van a poder verlo, ¿verdad?
Se encoge de hombros. —Esa es la cuestión. Quiero que lo vea.
Aprieto los dientes y le empujo el pecho. —No soy un trofeo por el que luchar.
Marcarme sólo va a agitar la olla y causarme problemas.
No sé por qué no lo detuve. Por qué dejé que me follara en este baño, sabiendo
que todo el mundo en ese salón de baile sabe lo que estábamos haciendo.
—Marcarte le mostrará que eres mía. Le mostrará a los demás que no estás
disponible.
—No se verá nada más allá de que he sido mutilada por un animal —murmuro,
185
acomodando mi cabello rápidamente para cubrir las mordeduras lo mejor posible.
Dejo que Quinton salga primero del baño, y yo lo sigo unos minutos después, con las
rodillas casi golpeándose a cada paso que doy.
En cuanto llego a la mesa, todos los ojos están puestos en mí. Hago como si no
sintiera sus miradas en mi piel. Me dejo caer en la silla, me escudo la cara tras el
cabello y miro a cualquier parte menos a Quinton. Los camareros sacan nuestros
platos de la cena y sirven el postre a continuación. Tengo el estómago demasiado
revuelto como para comer algo más, así que paso de ello.
Matteo me mira fijamente, su mirada enojada me calienta la piel. ¿Sabe lo que
hemos hecho? ¿Lo saben todos? Por supuesto, lo saben. ¿Por qué no iban a saberlo?
Matteo se inclina hacia mi lado, y aunque intento apartarme, me rodea el hombro con
un brazo y me atrae hacia él.
El aliento caliente se abanica contra mi cara. —¿Crees que no sé lo que acabas
de hacer ahí dentro? Que todos no lo sabemos. —Hace una pausa, y mis dedos pican
para agarrar un tenedor y apuñalarle en el ojo—. Quiero decir, si tu cara no lo dice,
tu cuello lo hará, ¿verdad?
Siento cómo se me calientan las mejillas de vergüenza. El imbécil me llama la
atención delante de todos los comensales. Estoy tentada de mirar a Quinton solo para
ver su reacción, pero dejo que mi cabello siga actuando como cortina de protección.
—Tócame otra vez, y te juro que te apuñalaré en el ojo con un tenedor.
Matteo deja escapar una suave carcajada. —Maldita sea, eres luchadora. Me
gusta. No puedo esperar a ver lo que haces en la cama esta noche.
—¡No estamos haciendo nada! —gruño y me alejo de él con mi silla. Mi grito en
voz baja atrae la atención de la madre de Quinton. Puedo ver su mirada preocupada
en mí por el rabillo del ojo. ¿Cómo una mujer tan amable y tranquila ha acabado con
un hombre como Xander Rossi? Ahora que lo pienso, no quiero saberlo.
Por suerte, Matteo capta la indirecta y me deja en paz mientras la noche avanza.
El evento principal de la noche es la subasta. Xander da un gran discurso ante el que
me esfuerzo por no poner los ojos en blanco. Scarlet y Ella, e incluso Quinton, lo
observan con una mirada de asombro.
Odio admitirlo, pero estoy un poco celosa. Celoso del amor que se tienen y
celoso de que estén todos juntos, bueno, menos Adela. Su desaparición sigue siendo
un misterio para mí.
Cuando la subasta llega a su fin, nunca he estado más contenta de escapar de
una habitación. Soy la primera persona que se levanta de la silla y se dirige a la
puerta. Mi salida no es tan sigilosa como me gustaría, ya que me excuso para ir al
baño, lo que todos saben que es una mentira. Me recuerdo a mí misma que todo lo
que tengo que hacer es volver a mi habitación y estaré bien. 186
En cuanto me pierdo de vista, me lanzo por el pasillo y vuelvo por donde he
venido. Como la mayoría de los invitados se quedan en la subasta para socializar, no
debería preocuparme por encontrarme con nadie más. Sólo llego a unas escaleras
cuando una mano se posa en mi hombro.
Al girar, veo que Matteo me sonríe. —¿Ibas a alguna parte?
Me he metido en una mala situación y no sé cómo voy a salir de ella. Matteo es
enorme, el doble de mi tamaño y peso. No tengo ningún arma ni forma de
protegerme.
—No me jodas, Matteo.
—Pero eso es lo que pienso hacer.
—Te juro que no te va a gustar lo que va a pasar si no me dejas en paz —le
advierto, aún tratando de idear un plan en mi mente. Intento evadirme, pero él me
agarra por el hombro, apretando con el puño el material de mi vestido. El sonido de
la tela desgarrándose llena mis oídos, y miro hacia mi hombro para encontrar el
vestido medio aferrado a la vida. Es en esa fracción de segundo cuando Matteo invade
aún más mi espacio, sus ojos brillan con resentimiento, y en lugar de responder, retira
el puño y me da un puñetazo en el ojo.
El dolor me atraviesa el costado de la cara y, durante medio segundo, estoy
demasiado sorprendida para reaccionar.
Entonces, algo dentro de mí se rompe y recuerdo que tengo que salvarme.
Matteo me agarra del brazo y empieza a tirar de mí por el pasillo.
—Si te hubieras acostado y follado mi polla como la zorra que eres, quizás no
te habrían pegado.
No hay justificación para lo que acaba de hacer, y no voy a dejar que me pisen.
No soy una alfombra. Soy una maldita reina. Dejo que me arrastre por el pasillo
durante unos pasos antes de girar mi cuerpo y darle un rodillazo en las pelotas tan
fuerte como puedo. Su agarre en el brazo desaparece mientras se mueve para acunar
su pene. No espero. Me doy la vuelta y huyo de él tan rápido como puedo.
—Maldita perra. Te voy a matar por esto —gime detrás de mí.
Mi pecho se agita y mi corazón retumba contra mis costillas mientras me
precipito por el pasillo, queriendo poner toda la distancia posible entre nosotros. En
mi prisa por volver a los dormitorios, con un ojo medio hinchado, no me doy cuenta
de una figura que se avecina y me choco de frente con él. Dios, no, no necesito más
problemas esta noche.
—Me alegro de haberme encontrado contigo. Tu cita de esta noche aún no ha
terminado. —La voz de Xander Rossi implosiona a mi alrededor, y doy un
187
estremecedor paso atrás. Me mira a la cara pero ni siquiera parpadea ni reconoce mi
ojo hinchado. No le importa. Para él soy un medio para conseguir un fin. La hija del
enemigo.
Pero esta noche he tomado la decisión de salvarme, de luchar, aunque sea un
poco. Las palabras que mi padre me dijo el otro día entran en mi mente.
Pongo toda la convicción que puedo reunir en mi siguiente frase. —Sé que
fuiste tú, y si no me dejas ir, se lo diré a Q. —No tengo ni idea de a qué me estoy
refiriendo, pero la expresión de sorpresa que me pone Xander es suficiente para que
no lo admita en voz alta.
Xander se levanta un poco más, y yo hago lo mismo, encontrando su mirada de
frente. Rezo para que no se dé cuenta de que voy de farol y no tenga ni idea de lo que
estoy hablando.
—Buenas noches, Aspen. Te veré pronto.
Me estremece el significado de esas palabras, pero no digo nada. Como un
ratón, paso corriendo junto a él, y sólo me detengo cuando llego a mi habitación. Una
vez dentro, me quito los zapatos de una patada, caigo de rodillas y empiezo a sollozar.
31
Quinton

A
spen se excusa, alegando que necesita ir al baño. Sé que no es más que
una excusa de mierda para escapar de la fiesta. Matteo se va unos
minutos más tarde, y tengo que contenerme para no ir tras el cabrón.
Tengo la tentación de volver a mi dormitorio y pasar la noche, pero en el fondo de mi
mente hay algo que me dice que primero tengo que ver cómo está Aspen.
Sigo con mi esmoquin, pero me he acostumbrado a llevar siempre encima la
llave de la habitación de Aspen, incluso hoy. Saco la tarjeta del bolsillo y la paso por
su puerta. Se abre con un pitido bajo y entro en su habitación.
Aspen está en la cama, acurrucada en posición fetal, de espaldas a mí. Sigue
llevando el vestido rojo, con la espalda casi al descubierto y la manta cubriéndole
sólo parcialmente el cuerpo. Le tiemblan los hombros y unos sollozos silenciosos
llegan a mis oídos. Está llorando, lo que me preocupa. Casi nunca llora. De hecho,
sólo la he visto llorar una vez.
188
Cierro la puerta tras de mí, entro en la habitación y me siento en el borde de
su cama. Cuando alargo la mano para tocar su hombro, me doy cuenta de que su
vestido está rasgado por un lado, como si alguien hubiera intentado arrancárselo. La
rabia se extiende por mis venas como un incendio.
—Aspen. —Le pongo la mano en la espalda, pero ella se encoge de hombros—
. Aspen, dime qué paso.
—Vete. —Ella moquea—. Has roto tu parte del trato.
—¿De qué estás hablando?
—Dijiste que mantendrías a Matteo lejos de mí. No lo hiciste. Nuestro trato se
acabó.
—Aspen, mírame —le ordeno, cada vez más irritado con ella—. ¿Qué quieres
decir con eso? ¿Te tocó?
La agarro por las caderas y la hago rodar hacia mí. Ella forcejea, tratando de
apartarme, pero no me muevo hasta que su cara se vuelve hacia mí, y veo lo hinchado
y magullado que está su ojo. Maldita sea.
—¿Qué más hizo? —pregunto con los dientes apretados. Si la violó, lo mataré
sin importar las malditas reglas.
—Me escapé antes de que pudiera hacer más. Me protegí ya que no cumpliste
tu parte del trato. Ahora, por favor, vete. —Se aleja de mí de nuevo, y esta vez, la dejo.
Sobre todo porque no soporto verla tan débil y vulnerable. La parte más oscura de mí
me pide que le haga daño, que explote su debilidad y utilice esa vulnerabilidad
contra ella. Sé que si no me alejo ahora, haré precisamente eso. La heriré cuando ya
esté deprimida, y eso probablemente la romperá.
Levantándome, me dirijo a la puerta, dispuesto a alejarme de ella antes de
cambiar de opinión.
—Quinton... —dice en voz tan baja que casi se me escapa. Mi mano se congela
unos centímetros antes del pomo de la puerta.
—Sí. —La miro por encima del hombro.
—¿De verdad eres la única persona que tiene la llave de mi habitación? —Su
voz es temblorosa y cruda por las emociones. Está asustada, y aunque a una parte de
mí le gusta que esté asustada, quiero ser yo quien controle sus miedos. Si va a tener
miedo de un monstruo, seré yo, y sólo yo.
—Te prometo que nadie va a entrar en tu habitación aparte de mí. Soy el único
que tiene una llave, y la tengo conmigo todo el tiempo.
—De acuerdo... —Se acurruca más en sí misma, y las ganas de acurrucarme a
su lado me tiran del pecho, atrayéndome hacia ella como una fuerza invisible. Sé que
189
si me meto en esa cama ahora mismo, no me iré hasta la mañana, y no puedo
quedarme aquí otra noche, pero tampoco quiero irme en este momento.
Me quito la chaqueta de esmoquin y la cuelgo sobre la silla del escritorio. Me
subo las mangas y me desabrocho la parte superior de la camisa y trato de ponerme
un poco más cómodo mientras me siento en el suelo junto a su cama. Apoyo la espalda
en el lateral y vuelvo a apoyar la cabeza en el colchón.
No dice nada, pero no hace falta. Sé que se alegra de que me quede, no importa
lo que diga en voz alta. Sé que quiere que la proteja. Sé que está asustada y que acude
a mí en busca de consuelo. También sé que no debería, al igual que yo no debería
sentir la necesidad de defenderla.
Sin embargo, aquí estamos, necesitándonos el uno al otro de una manera
extraña y jodida que nunca debería haber ocurrido. Una cosa está clara. Esto... sea lo
que sea, no va a terminar bien.
Es lo único en lo que puedo pensar mientras estoy sentado mirando al espacio.
El tiempo pasa y siento que mis ojos se vuelven pesados. Es tentador quedarse aquí,
pero no puedo.
Necesito volver a mi dormitorio. Scarlet está allí, y cada minuto que paso aquí
es tiempo que pierdo sin pasar con ella. Aspen no tarda en dormirse, no con la
comodidad de mi protección rodeándola. Odio ver sus ojos negros y azules. Me hace
sentir cosas que no debería, una rabia que no tiene nada que ver con la ira sino con
la necesidad de reclamar, y eso es aterrador.
Cuando estoy seguro de que Aspen no se va a despertar, me levanto del suelo
y tomo mi chaqueta. Le dirijo una última mirada de despedida antes de salir de la
habitación, cerrando la puerta en silencio tras de mí.
El pasillo está desierto, y afortunadamente así es. No necesito tener un
enfrentamiento con nadie en este momento. Mi temperamento ya está al límite, y
empezar una pelea con mi padre aquí es pedir que me den una paliza.
El apartamento está tranquilo cuando entro. No me sorprende que todo el
mundo se haya ido a la cama después de la emoción del baile. No hay ninguna Scarlet
en el sofá, así que supongo que está en mi habitación. En cuanto entro en la habitación
y enciendo la luz, la veo retorciéndose en la cama. Finge estar dormida, estoy seguro,
pero ¿quién duerme moviendo las piernas en el colchón?
—Sé que estás despierta, y sé que me vas a hacer un millón de preguntas, así
que ponte a ello, para que nos vayamos a la cama antes de que empiece a salir el sol.
Ni siquiera un segundo después de que haya empezado a hablar, la manta se
tira al suelo y Scarlet se sienta en la cama, con las piernas cruzadas y los ojos llenos
de asombro.
—¿Quién es ella? ¿Cuánto tiempo llevas siendo amigo de ella? ¿Por qué no la
190
llevaste a una cita ya que claramente te gusta? —Las preguntas salen todas a la vez
como vómitos de palabras.
—Aspen es una amiga —miento. No voy a decirle lo que realmente es para mí.
—Y no diría que me gusta. La tolero, más o menos.
Scarlet me lanza una mirada, del tipo que dice: sé más de lo que crees. —No
tienes que mentirme, hermano. Sé que te gusta.
Casi me río. Si Scarlet supiera las cosas que le he hecho a Aspen, cambiaría de
opinión. —¿Crees que me gusta?
Scarlet asiente, con una sonrisa en los labios. —Sí, y creo que tú también le
gustas. No sé por qué tú y Matteo no han cambiado de citas. Ninguno de los dos
parecía feliz con sus selecciones. —A veces me olvido de lo intuitiva que es con su
entorno.
—Aunque quisiera, no puede gustarme. Aspen es la hija de Clyde Mather. El
mismo que delató a papá y provocó el asalto a nuestra casa —le explico.
—Oh. —La sonrisa de Scarlet vacila, y la tristeza se traslada a sus ojos al
recordar aquel día.
Una chispa de curiosidad se enciende en mi cerebro. —¿No te enojarías si me
gustara Aspen?
—Lo que pasó no fue su culpa, y no puedo culparla por algo que hicieron sus
padres. —Mira hacia otro lado durante un largo momento, y la tristeza aparece en su
rostro. Arrojo mi chaqueta sobre el escritorio y cruzo la habitación, dispuesto a
consolarla, cuando levanta una mano y vuelve a mirarme.
—¿Qué es?
—Es que no te he visto interesado en algo tanto como parece que estás
interesado en ella, no desde la muerte de Adela.
De repente, el aire se siente más pesado, y cada aliento que tomo es pesado.
—Lo que ella y yo compartimos. No es así...
—No, para. Me alegro de que te guste, y aunque no lo creas, ella también me
gusta. Es dulce y bonita. —Una sonrisa ilumina su rostro una vez más, y mi corazón
empieza a latir de nuevo con normalidad. Scarlet es todo lo que me queda, y herirla
de alguna manera me heriría sin remedio.
—Me alegro de que te guste, y estoy de acuerdo, es muy bonita. —Sonrío.
La sonrisa de Scarlet se convierte en una sonrisa real. —Sabía que te gustaba.
No puedes mentirme, Q. ¡Te conozco mejor de lo que crees! —Golpea el aire con el
puño como si hubiera ganado una victoria desconocida, y yo pongo los ojos en
blanco, recogiendo la pijama para ir a la cama.
—Claro que sí. Cuando vuelva aquí, será mejor que estés lista para ir a dormir.
191
—¿De qué estás hablando? Ya estaba durmiendo, pero entonces entraste y me
despertaste bruscamente.
—Claro, seguro que sí, con serpientes por piernas.
—¡Cállate! —Se ríe y me lanza una almohada.
Estas son las cosas que echo de menos. Necesito estos momentos porque sin
ellos, sin los pequeños destellos de luz, tengo miedo de que me coma la oscuridad
que crece continuamente como un cáncer invencible. Aspen ayuda a mantener los
monstruos a raya, pero ¿qué pasa cuando eso no es suficiente? ¿Qué sucede cuando
la necesidad de control me domina? No me permito seguir pensando en ello, no
cuando me doy cuenta de que si Scarlet se dio cuenta de que yo mostraba interés por
Aspen, seguro que nuestros padres también lo hicieron.
32
Aspen

A
la mañana siguiente, me duele la cabeza y, antes de ir a la cafetería a
desayunar, me meto un poco de Advil en la boca y lo trago con un poco
de agua embotellada. Le doy al medicamento unos minutos para que
haga efecto y me visto.
Las cosas van de mal en peor cuando me armo de valor para mirarme al espejo
y descubro que mi ojo morado se ha vuelto más negro y está aún más hinchado.
—¡Qué mala suerte! —no gruño a nadie más que a mí misma.
El ojo morado me obliga a revisar mi ropa una vez más, y encuentro una
sudadera con capucha entre el desorden de ropa. Mirando mi reflejo, trato de idear
algún tipo de plan. Si me dejo el cabello suelto y me pongo la capucha, debería poder
ocultar el ojo morado, eso si no tengo que mirar a nadie. La duda empieza a parpadear
en mi mente. La idea me va a salir mal. Lo sé, pero es la única opción que tengo. No
puedo quedarme en mi habitación sin comer.
192
Cuando mi estómago empieza a gruñir con rabia, sé que no puedo esconderme
más y me escabullo de mi habitación al pasillo. Anoche estaba agotada y acabé
durmiendo un poco más de lo habitual, así que el pasillo está congestionado de gente.
Las cosas no son mejores cuando llego a la cafetería. No me apetece mucho mi
batido, pero es mejor que no comer nada. Normalmente, soy la única persona que
espera para comer, pero ya hay una cola de estudiantes, así que me pongo en la cola
con todos los demás.
Intento ignorar las miradas que recibo, o al menos las que creo que recibo.
Hago todo lo posible por mantener la cabeza agachada y la cara protegida por el
cabello, para no tener que explicar el ojo morado o, mejor aún, que se burlen de mí
y me digan que me lo merezco.
La fila avanza lentamente, y los pequeños pelos de mi nuca se erizan como si
me advirtieran de que algo se acerca. Mirando por encima de mi hombro, veo a Q,
Ren, Luna y Scarlet entrando en la cafetería.
—¡Mierda! —murmuro en voz baja.
La fila se mueve y yo la sigo. Al menos hay unas cuantas personas detrás de mí,
lo que significa que probablemente ni siquiera me vean. Cuando llego al frente,
escaneo mi tarjeta como siempre.
—Tu batido no está listo todavía. Tendrás que esperar.
—Ugh, ¿no puedes darme unos huevos o algo? Por favor, no quiero esperar.
—Qué pena, princesa. Espera, o no tendrás nada.
—Entonces no tomaré nada. —Ya estoy medio girada y lista para volver a mi
habitación, sin importar el hambre que tenga, cuando el tipo detrás del mostrador me
detiene.
—¡Espera! Ya has escaneado tu tarjeta.
—¿Y qué? Sólo dale a cancelar, o déjalo pasar. No me importa si sale de mi
cuenta. —Me encojo de hombros.
—Has escaneado, así que tendrás que conseguir tu comida.
—Ya no lo quiero. Pulsa cancelar —repito. Sé muy bien que este tipo solo
quiere ponerme las cosas difíciles, así que cruzo los brazos delante del pecho y lo
miro fijamente.
—¿Estás tratando de decirme cómo hacer mi trabajo ahora? Te he dicho que
esperes, carajo. No debería ser tan difícil de entender, incluso para ti.
—Dios, ¿quién ha orinado en tus cereales esta mañana? —El personal de aquí
ha sido poco amable conmigo, pero nunca me han tratado tan mal. 193
—¿Puedes ir a algún sitio sin causar problemas? —La voz de Ren se interpone.
Quiero darle una respuesta sarcástica, pero me lo guardo —No vas a ningún
sitio sin ser un imbécil. —Apartándome de todos, me apoyo en la pared y miro hacia
otro lado, pero por supuesto, ni siquiera eso es suficiente para Ren.
—Vamos, Luna. Comeremos en el castillo con mamá y papá. No quiero que
estés cerca de ella. Q, ¿vienes?
—Realmente quiero comer aquí —se queja Scarlet, y me sorprende un poco
que hable—. Quiero la experiencia completa de la escuela.
—Haz lo que quieras; nosotros nos vamos.
Los veo irse con el rabillo del ojo pero no me giro, no hasta que alguien me
toca el hombro. Me doy la vuelta con cuidado, medio esperando que alguien se meta
conmigo. En cambio, me encuentro con la cara sonriente de Scarlet. —Toma, puedes
tener esto. Soy vegetariana —miente y me da su plato. Sé que miente porque anoche
la vi comer y el filete que se comió no era muy vegetariano.
Miro a Q, cuya expresión facial no revela nada. Es como si nos observara a su
hermana y a mí desde fuera, pero sin querer interferir ni reaccionar.
—Gracias —digo con sinceridad y le quito el plato.
—¿Qué te paso en el ojo? —Sus cejas se juntan en señal de preocupación.
—Oh... me caí. No estoy acostumbrada a caminar con esos tacones.
Está claro que no se lo cree, pero tampoco hace más preguntas. Se gira hacia
el tipo que está detrás del mostrador. —Necesito otro plato, tortilla de verduras, por
favor.
Mientras ella se distrae momentáneamente, yo aprovecho para escabullirme.
Encuentro un asiento en la esquina de la cafetería, donde no hay nadie más sentado,
y empiezo a comer mi comida. Limpio mi plato en un tiempo récord y devuelvo mi
bandeja a la cocina antes de dirigirme a la puerta.
Casi consigo salir por la puerta cuando mis ojos se fijan en la mesa de Quinton.
Sólo están él y Scarlet sentados desayunando. Su hermana se ríe de algo que él dice
y, por alguna razón, eso me hace sonreír. Me alegro por ellos, de verdad, pero bajo
esa felicidad se esconden los celos.
No quiero estar celosa, pero no puedo evitar lo que siento. Estoy celosa,
anhelando esa misma sensación de felicidad que sólo la familia puede darte. Estoy
celosa de que puedan sentarse aquí y no tengan que preocuparse de que alguien les
ataque, y me entristece que Quinton nunca vaya a comer públicamente conmigo.
Esos pensamientos me acompañan mientras vuelvo corriendo a mi habitación.
Incluso cuando cierro la puerta tras de mí y giro la cerradura, ya no me siento segura.
No es que nunca me haya sentido realmente segura en mi dormitorio, pero ahora aún 194
menos. Mientras Xander Rossi esté aquí, ninguna habitación de la escuela será segura
para mí.
Me quito los zapatos, caigo en la cama y me hago un ovillo. Los acontecimientos
de anoche y de esta mañana se repiten en mi mente. Todavía no sé lo que ha hecho
Xander, pero debe ser malo si no quiere que Quinton lo sepa. Juego con la idea de
contárselo todo, pero probablemente sea contraproducente. Como siempre dice
Quinton, mi boca me va a meter en problemas.
Decido apartar mi mente de la realidad y tomo un libro de mi mesita de noche.
Intento perderme en las páginas, pero después de dos capítulos, mis ojos se siguen
cerrando, y finalmente me rindo y dejo el libro a un lado.
Por supuesto, anoche dormí fatal. Ni siquiera estoy segura de cuántas horas;
sólo sé que no fueron muchas. Agarro la manta, me la pongo encima y cierro los ojos.
Justo cuando empiezo a dormitar un poco, oigo el chasquido de la cerradura.
La puerta se abre de un empujón y me siento en la cama tan rápido que la cabeza me
da vueltas.
—¿Ya vas a volver a la cama? —La voz de Quinton llena la habitación, y me
relajo de nuevo en el colchón.
—Esto puede ser una sorpresa para ti, pero no dormí mucho anoche. Eso de
estar en el mismo lugar que la gente que intenta matarte te hace eso.
—No seas tan dramática. Nadie está tratando de matarte.
—Tienes razón. Matteo sólo quería violarme y golpearme. Nada que sea
dramático.
No tiene respuesta a eso, probablemente porque sabe que tengo razón. Si
Matteo se hubiera salido con la suya, anoche habría terminado mucho peor para mí.
Quinton se sienta en el borde de mi cama, el colchón cede bajo su peso,
haciéndome rodar hacia él. —No volverá a molestarte...
Levanto la mano, haciendo que deje de hablar. —Ya has dicho eso antes, ¿y
cómo me ha funcionado?
—Lo de ayer ocurrió por culpa de mi padre, pero él ya no está. Mi familia acaba
de irse.
—Oh... Lo siento.
Quinton inclina la cabeza, inspeccionándome. —¿De verdad?
—Lamento que hayas tenido que despedirte de tu familia. No siento que tu
padre se haya ido. Si fuera por mí, nunca estaría en el mismo código postal que tu
padre.
—Es comprensible. 195
—¿Por qué estás aquí? —pregunto. Aunque puedo adivinar por qué.
—Quiero follar contigo, por supuesto.
—Por supuesto —me hago eco de sus palabras—. ¿Te has perdido la parte en
la que nuestro trato se cancela? No cumpliste tu parte del trato.
—Mi padre se ha ido. Nuestro trato vuelve a estar en marcha.
—No. —Sacudo la cabeza.
—Bien. No hay trato entonces. Entraré y saldré a mi antojo, usaré tu cuerpo
donde me apetezca, y de paso, le daré a Matteo una llave de repuesto.
Me estremezco ante sus palabras y la frialdad de la voz que las pronuncia. Él
tiene todo el poder aquí, y no pierde la oportunidad de hacérmelo saber.
—Me gustaría pensar que no me harías eso, pero luego recuerdo quién eres y
lo que somos el uno para el otro. Supongo que nuestro trato vuelve a estar en marcha.
Desgraciadamente, ya has tenido tu hora de diversión, y de todas formas me duele la
cabeza. Así que, te veré la próxima semana.
Me alejo de él, esperando que simplemente se vaya, pero como todo lo que
involucra a Quinton, nada es fácil.
—No se puede contar el sexo en el baño como una hora. Eso fue un rapidito,
diez minutos como mucho. Todavía me debes la mayor parte de esa hora.
Vuelvo a girar sobre mi espalda para mirarlo. —Me duele mucho la cabeza,
¿de acuerdo? ¿Has visto mi cara? —Me señalo el ojo—. Por favor, déjame dormir. Te
daré una hora completa mañana por la noche, ¿bien? —Probablemente me
arrepentiré de esto más tarde, pero ahora mismo, sólo quiero dormir.
—Bien. Volveré mañana a cobrar.
—Genial... —Me acerco la manta al pecho.
Quinton se levanta de la cama y sale de mi habitación sin decir nada más.
Sí, definitivamente me arrepentiré de haberle dado otra hora mañana.

196
33
Quinton

L
a hora en mi teléfono me mira fijamente de forma casi burlona. No puedo
dormir, y me estoy volviendo jodidamente loco aquí acostado en la cama.
Desde que mis padres y Scarlet se fueron hace unos días, me resulta más
difícil que nunca dormir bien. El tiempo marca las cuatro, y decido que tengo que
hacer algo antes de que acabe destrozando esta habitación.
Me pongo unos pantalones cortos y una sudadera con capucha, meto los pies
en mis Nikes y tomo mi cartera, que contiene la tarjeta de acceso a la habitación de
Aspen. Recuerdo que me habló de su fregadero roto y decido que ahora es el
momento perfecto para arreglarlo.
Estoy aburridísimo y no puedo dormir. ¿Qué mejor momento para arreglar
algo? No soy un gran plomero, pero haré cualquier cosa para estar ocupado esta
mañana. Además, es algo que puedo echarle en cara más tarde para sacarle una hora
más.
197
El pasillo está vacío cuando salgo a él. Hay un armario del conserje al final del
pasillo donde se guardan las sábanas y toallas extra para los estudiantes. No es que
se lo vaya a decir a Aspen. Introduzco mi tarjeta en la puerta y entro en el pequeño
espacio, encendiendo la luz.
Hay un trapeador y un cubo, una escoba y numerosos productos de limpieza.
En un rincón hay una bolsa de lona negra y abro la cremallera para comprobar su
contenido. Mis ojos se fijan en los diversos utensilios y la recojo, llevándola al
hombro. Salgo de la habitación, cierro la puerta tras de mí y me dirijo a la habitación
de Aspen.
Cualquier humano normal consideraría sus acciones antes de entrar en la
habitación de otra persona sin ser invitado, especialmente a las cuatro de la mañana,
pero nunca me he considerado normal.
Cuando llego a la puerta de Aspen, apenas he sudado. Saco la tarjeta llave de
mi cartera y entro en la habitación sin avisar. Entro y lo primero que veo es a Aspen
extendida en su cama. Lleva puestas unas bragas y una camiseta. La manta está
apartada a sus pies, lo que me permite ver perfectamente su culo.
Mi polla empieza a crecer en mis pantalones cortos, y la tentación es demasiado
para mí. Si quisiera follármela ahora mismo, podría hacerlo, pero he venido a arreglar
su puto lavabo, así que voy a hacer eso en su lugar. Entrando en el baño, dejo caer la
bolsa y miro la maldita cosa como si fuera un objeto extraño. Ni siquiera estoy seguro
de cómo abordar el problema, y mucho menos de cuál es el problema en sí.
Saco una llave de tubo y empiezo a girar para aflojar las tuberías y poder
averiguar qué demonios está pasando, pero la llave se me escapa de las manos y mi
puño se estrella contra la pared.
—¡Hijo de puta! —grito mientras el dolor rebota en mi brazo.
—¿Qué demonios? —La voz somnolienta pero confusa de Aspen entra en el
baño—. ¿Tienes idea de la hora que es? —grita un segundo después—. ¿Qué
demonios estás haciendo?
Aprieto los dientes y la ignoro, centrando mi atención en el fregadero. De todos
modos, es demasiado pronto para discutir.
—En serio, ¿qué demonios estás haciendo? —vuelve a preguntar, esta vez con
la voz más cercana.
Intento bloquear su molesta voz, pero esta tubería me molesta, y
probablemente ni siquiera sea la tubería el problema. Es todo el maldito fregadero.
—Vuelve a la cama, Aspen —gruño y vuelvo a girar la llave inglesa. Mis
músculos se hinchan al girar la llave, pero la tubería no se mueve.
Con rabia, tiro la llave inglesa a la pared y miro fijamente el lavabo. Estoy 198
dispuesto a arrancarla de la maldita pared y arrojarla por la puerta del baño, pero
entonces Aspen aparece en la puerta, sus ojos llenos de sueño encuentran los míos y
observa la escena que tiene ante sí.
—No tenías que arreglar el fregadero, Quinton —afirma con toda naturalidad.
—Lo sé. No tengo que hacer nada cuando se trata de ti, pero lo hago de todos
modos.
A Aspen no le afecta mi estado de ánimo de mierda, o quizá sí, pero no dice
nada. Agarro la llave inglesa y empiezo a intentar arrancar de nuevo la tubería del
lavabo mientras ella toma asiento en el retrete cerrado, obviamente queriendo
observarme.
Sin embargo, su presencia no me resulta molesta. En todo caso, he llegado a
disfrutar de la calma que corre por mis venas cuando estamos en la misma habitación.
Una cuerda extraña e invisible nos une, una conexión que no entiendo. Es casi como
amigos.
Lo que me recuerda. —Entonces, cuéntame más sobre Brittney. ¿De qué hablan
o hacen en la biblioteca?
Transcurre un largo momento de silencio y, al mirar por encima de mi hombro,
veo a Aspen mirándome fijamente.
—Es una biblioteca. Leemos libros, y yo la ayudo a clasificarlos y esas cosas.
Nada que no hagan también otros estudiantes.
Es una mentirosa, una mala, pero no dejaré que sepa que oculta algo. Puede
que utilice la biblioteca como una forma de evasión, pero allí ocurre algo más.
—Parecen cercanas, y no puedo evitar preguntarme por sus trueques si hay
algo más.
—No, Quinton, no pasa nada. ¿Es un crimen que quiera escapar de todos los
comentarios sarcásticos y las miradas de odio yendo allí?
—En realidad no. —Puedo decir que esto no va a ninguna parte rápidamente.
Aspen es una bóveda en este momento, sus emociones y secretos embotellados, y
por desgracia, no tengo el maldito código de desbloqueo todavía. Miro fijamente la
llave inglesa que tengo en la mano. Supongo que tendré que recurrir a algo más
drástico para obtener las respuestas que quiero.
—No estoy ocultando nada. Sólo estoy usando la biblioteca para lo que se
supone que se usa, estudiar.
Tiro la llave inglesa, mi frustración hacia el maldito fregadero aumenta. Eso,
combinado con la actitud de Aspen esta mañana, hace que mi temperamento se
encienda. Estoy perdiendo mi maldito tiempo con ella ahora mismo intentando
arreglar esta cosa.
199
—No puedo arreglarlo.
—De acuerdo, pero realmente necesito un lavabo.
—Lo sé. Haré que alguien te lo arregle. —Me levanto del suelo y el baño se
hace más pequeño con nosotros dos en él. Mi mirada recorre el espacio y veo la ropa
que debe haber lavado anoche colgando del lado de la bañera. Bingo—. Tomaré tu
ropa y la lavaré con la mía. Nadie notará la diferencia.
—Van a saber la diferencia, Quinton. Mi ropa es para una mujer, y la tuya no.
La inmovilizo con una mirada. —La ropa es la ropa. Ahora, ¿quieres que te las
lave, o quieres seguir lavándolas en la ducha?
—No. Te agradecería que lo hicieras. ¿Qué quieres a cambio? Estoy segura de
que esto tiene un precio.
Asiento y sonrío. —Quiero mi hora ahora.
—¿En serio? Son las cinco de la mañana.
Me encojo de hombros. —No me importa. Tengo hambre y tú estás en el menú.
Ahora date prisa antes de que cambie de opinión.
Me mira con recelo antes de aceptar de mala gana. —Bien, pero también quiero
que me arreglen el fregadero.
Me necesita, probablemente más que yo a ella, pero no voy a decírselo. No
quiero restregárselo por la cara. Al menos no hoy.
—Lo arreglaré. Ahora, ve a la cama. A cuatro patas.
Con un resoplido, sale a toda prisa del cuarto de baño y se quita la ropa al
llegar a la cama. Observo, como un león que acecha a su presa, cómo su culo blanco
y cremoso se agita cuando se sube a la cama. Una vez arrodillada, abre ligeramente
las piernas y veo su bonito coño rosado.
—Actúas como si no me quisieras, pero ambos sabemos que sí. Me quieres
incluso cuando me odias, y eso está bien porque yo siento lo mismo por ti.
Como siempre, cuando se trata de Aspen, mi polla se pone de acero y se me
pone dura como el infierno en un segundo.
Me bajo los calzoncillos por las piernas, me quito los zapatos y me subo a la
cama, que cruje con nuestro peso combinado. Me tomo otro momento para
contemplarla en esta posición. Es realmente perfecta.
—¿Vas a follar conmigo o sólo a mirarme? —Su tono descarado me hace
desearla más. Me hace querer follarla lo suficientemente fuerte como para que no
pueda sacar ni una sola palabra de esa problemática boca suya.
Retiro la mano y le doy una bofetada en el trasero, sacando la lengua por
encima del labio inferior mientras lo veo agitarse.
200
—Voy a hacer lo que me dé la gana porque, durante una hora, eres mía. Mía
para follar, atormentar y provocar... ¿Lo entiendes? —La vuelvo a dar una palmada en
el culo, un poco más fuerte, y ella deja escapar un gemido en lugar de una respuesta.
Masajeo cada globo y luego los abofeteo a ambos, disfrutando de cómo se
balancea su culo cada vez que lo abofeteo. Apoya la frente en el colchón y abre un
poco más las piernas. Mi dedo se desliza por su culo y me sumerjo en su coño,
hundiendo dos dedos en su canal. Ya está mojada y se aprieta contra mis dedos,
persiguiendo su propia liberación.
—Fóllate con mi mano —ordeno.
Todo su cuerpo se paraliza por un momento, y luego hace exactamente lo que
le he dicho que haga. Moviéndose hacia adelante y hacia atrás, se folla mi mano con
movimientos lentos, casi burlándose de sí misma. Hipnotizado, veo cómo mis dedos
desaparecen y reaparecen mientras ella va y viene.
Mi polla gotea líquido pre seminal por la punta, y estoy tan excitado que quiero
liberar mis dedos y hundirme dentro de ella ahora mismo, pero la dejo continuar,
observando cómo se afana en mis dedos. Su respiración se vuelve agitada y empieza
a moverse, rebotando contra mi mano.
—Por mucho que quiera ver cómo llegas al orgasmo, quiero sentir cómo
aprietas mi polla en lugar de mis dedos.
Aspen suelta un gemido frustrado cuando saco los dedos de su coño
empapado. Su excitación brilla en mis dedos y me los llevo a los labios, sorbiendo
sus embriagadores jugos. Se me cierran los ojos y suelto un gruñido.
Mierda, quiero saborearla, comerla hasta que se retuerza y le tiemblen las
piernas. Hasta que tenga que rogarme que pare porque teme morir de placer.
Cuando vuelvo a abrir los ojos, encuentro a Aspen mirándome por encima del
hombro; sus ojos están nublados, sus mejillas rosadas y tiene un agarre mortal a las
sábanas.
Suelto la mano y la agarro por las dos caderas, centrándome directamente
detrás de ella. Miro hacia abajo y veo su culo fruncido. Ese agujero virgen también
será mío algún día.
Guiando la cabeza de mi polla hasta su entrada, empujo dentro, llenando su
coño de un solo empujón.
—Jesús... —murmura, y yo sonrío, amando la forma en que su coño envuelve
cómodamente mi polla. Por muy jodido que esté, ella es la pieza que me falta. La
calma de mi tormenta, la virtud de mi maldad.
Sujetando sus caderas con una fuerza contundente, no pierdo tiempo en
201
follarla, y pronto, los únicos sonidos que se oyen son nuestras respiraciones agitadas
y el golpeteo de nuestra piel.
Hay algo diferente en nuestra forma de follar. Es lento y pausado, como si
tuviéramos todo el tiempo del mundo. Provocar a Aspen hasta el borde del orgasmo,
una y otra vez, hasta que su excitación cubre nuestros muslos.
Su agujero fruncido me mira fijamente, y yo suelto su cadera y me llevo el
pulgar a los labios. Chupo el dedo, mojándolo bien antes de llevarlo a su culo. No
estoy satisfecho con la humedad y acumulo un poco de saliva en mi boca antes de
escupir contra su culo. Todo su cuerpo se tensa cuando trazo el agujero, presionando
suavemente contra él mientras sigo follando su coño con mi polla.
—Tu culo fruncido está un poco celoso de que le haya dado a tu coño toda la
atención. Creo que la próxima vez me quedaré con tu culo. —Introduzco mi pulgar en
su culo suavemente, cada golpe es superficial, el apretado anillo de músculos cede
cuando empujo mi dedo dentro.
—Quinton. —Suelta un gemido estrangulado, y no puedo decir si es porque he
mencionado que le he cogido el culo o porque he aumentado el ritmo, inclinando la
polla de forma que estoy seguro de que estoy golpeando el tejido más sensible de su
coño.
Mi propio control empieza a desprenderse, y no tardaré en correrme, el dolor
de mis pelotas se vuelve doloroso.
—¿A quién pertenece este coño? —pregunto entre dientes, moviendo mi
pulgar en su culo un poco más rápido.
—A tí. —Aspen gime, presionando contra mi polla, buscando su placer como
la pequeña descarada que es.
—¡Eso es! —Retiro el pulgar de su culo y uso la misma mano para abofetear la
cremosa carne. Entonces empiezo a follarla aún más fuerte, marcando un ritmo
agotador, presionándola contra el colchón mientras uso su cuerpo para darnos a los
dos el alivio que buscamos.
—Oh, Dios, oh, Dios... —Aspen empieza a jadear, con la cara vuelta y la mejilla
apoyada en el colchón. Inclinándome hacia delante, le paso los dedos por el cabello
y le agarro un puñado, tirando de ella hacia mí. No se opone a la acción, aunque estoy
seguro de que su cuero cabelludo le grita.
Me introduzco en ella más rápido, y cuando su coño empieza a contraerse, los
músculos se agitan y palpitan, me dejo llevar.
Cuando ella se desmorona, yo también lo hago, y los dos nos corremos a la vez,
su húmedo coño exprimiendo cada gota de semen de mí. Le suelto el cabello y salgo
de su cálido calor, suspirando mientras me inclino hacia delante y caigo sobre el
202
colchón.
Dejo que los ojos se cierren y me sumerjo en las olas de placer posteriores al
orgasmo. Una capa de sudor cubre mi cuerpo y me siento rejuvenecido.
—Carajo, qué bien. —Mi voz corta el silencio, y me siento en la cama, mirando
a una Aspen muy bien follada. Mi polla se mueve, y me pregunto si podría hacer una
segunda ronda.
Me doy cuenta entonces de que Aspen me mira fijamente. —Ni siquiera lo
pienses. Ya has tenido tu hora. Me regreso a la cama.
—No tienes que fingir que me odias, no aquí dentro de esta habitación.
Ella niega, sus ojos azules brillan con alguna emoción no dicha. —Sí, porque
cualquier otra emoción nos llevaría por un camino al que ninguno de los dos va a
sobrevivir. —La seriedad de su tono me recuerda la razón que tiene. También me
anima a vestirme y a marcharme. Si permito que pensemos que no somos enemigos
dentro de esta habitación, entonces quién puede decir que esos sentimientos no nos
seguirán fuera de ella.
Cuando salgo del dormitorio, me doy cuenta. No puedo olvidar que soy yo
quien tiene el control y que, independientemente de lo que compartamos o hagamos
juntos, nada cambiará el hecho de que seguimos siendo enemigos.
34
Aspen

P
asa una semana sin que Quinton intervenga. Cumple su parte del trato y
hace que el servicio de lavandería me entregue la ropa limpia en la
puerta. Entonces alguien, probablemente el conserje, vino y arregló el
fregadero un día mientras estuve en clase.
Todas estas cosas hacen que estar aquí sea un poco más soportable.
No había forma de mentirme a mí misma. Me estaba ayudando y lo odiaba, pero
sobre todo odiaba necesitar su ayuda. Sin él, no estaba segura de cuánto tiempo más
podría quedarme aquí, y con la advertencia de mi madre sobre lo inseguro que era
fuera de Corium planeando sobre mi cabeza, no podía irme exactamente. Era
soportar el infierno aquí o arriesgarme a la muerte ahí fuera. A veces, la muerte
parecía una opción mejor.
Unos fuertes golpes me sacan de mis pensamientos y levanto la vista del libro
que tengo en la mano. Los golpes significan que no es Quinton, y por mucho que
203
desconfíe, decido bajar de la cama y abrir la puerta de todos modos.
En cuanto abro la puerta y veo quién está al otro lado, me planteo cerrarle la
puerta en las narices.
—¿Me vas a dejar entrar? —pregunta Quinton, agitando una botella de vino en
mi cara y sosteniendo dos vasos de papel en su otra mano.
—¿Por qué llamaste a la puerta si tienes la llave para entrar? —Mis defensas
suben, sobre todo con su golpeteo sorpresivo y la botella de vino en su mano. Está
loco si cree que voy a tomar un sorbo de ese alcohol en su presencia.
Sus labios se inclinan hacia los lados. —Me gusta mantener las cosas
interesantes.
Intento ignorar su aspecto, apoyado en el marco de la puerta con sus vaqueros
y su camiseta negra. El olor a cedro y limón me llena los pulmones cuando lo respiro,
y un calor se instala en lo más profundo de mi vientre. No. No caigas en su red.
—No —respondo y niego como si intentara despertarme de esta pesadilla
interminable.
—No, ¿qué?
—No, no puedes entrar.
La sonrisa desaparece de su rostro y algo oscuro y siniestro se apodera de sus
rasgos. —Esa sería una buena respuesta si te lo pidiera, pero es una nueva semana, y
una nueva semana significa que se me permite una hora de tu tiempo, en la que harás
lo que yo diga, sin importar qué.
Cruzo los brazos sobre el pecho. —¿Y qué es lo que quieres?
—Para que tomemos una copa de vino juntos. —Su respuesta es seca, sincera,
y no me gusta. Ni siquiera un poco, pero ¿qué puedo hacer? ¿Negarle? No. Tenemos
un trato, y por mucho que quiera decirle que puede meterse esa botella de vino por
el culo, no lo hago.
—Bien, pero un trago, y eso es todo.
Quinton me empuja y entra en el dormitorio mientras yo cierro la puerta,
encerrándonos dentro. Hemos estado solos en esta habitación muchas veces, pero
esta noche es diferente. No puedo precisar de qué manera, pero lo siento en mis
huesos. Algo malo va a ocurrir.
Colocando los dos vasos de papel sobre mi mesa, Quinton nos sirve un vaso a
cada uno y me pasa una copa. Sus dedos tocan brevemente los míos y un rayo me
atraviesa.
—Salud. —Sonríe y se lleva la clase a los labios, dando un trago al líquido rojo.
Miro mi taza, tratando de reunir el valor necesario para dar un trago. La mirada
204
penetrante de Quinton no ayuda.
—Bébelo. O el trato se cancela y puedes volver a valerte por ti misma. —Sus
rencorosas palabras hacen que me lleve la taza a los labios, y engullo el líquido rojo,
el sabor amargo golpea mis papilas gustativas, y mis labios se fruncen.
—Bueno, ¿no es así?
Me limpio la boca con el dorso de la mano. —En realidad, no. Es terrible.
—Qué pena, sigue bebiendo.
—Acepté un trago.
Da un paso amenazante hacia mí, y puedo sentir el calor de su cuerpo
desprendiéndose de él y golpeándome. —Si yo fuera tú, seguiría bebiendo. Nunca
se sabe lo que tengo preparado para ti esta noche.
La advertencia es clara. Tiene algo planeado, algo para lo que voy a necesitar
el alcohol. Intento no dejar que los pensamientos espantosos se arraiguen, pero es
más difícil de lo que crees cuando estás atrapado en una habitación con tu peor
pesadilla.
El miedo a lo que pueda ocurrir a continuación me hace dar otro trago de vino
y vaciar el vaso, dejándolo de nuevo sobre el escritorio.
—Para alguien tan inflexible en tomar sólo un vaso, seguro que bebiste rápido.
—Cállate —gruño.
Quinton no dice nada y, en cambio, me llena el vaso una vez más. Tomo el vaso
y me siento en el borde de la cama, tratando de bloquear su presencia. Entonces se
me ocurre. ¿Y si va a intentar hacer algo que no me gusta, algo como... el sexo anal?
Lo mencionó la última noche que follamos, que mi culo era el siguiente, y ni siquiera
mencionaremos el hecho de que me folló ahí con el pulgar. El mero hecho de pensarlo
me hace beber más, y me encuentro engullendo el vino de mi vaso como si fuera agua
y acabara de correr una milla en el Valle de la Muerte.
—Más despacio, capitán, o se emborrachará.
No me atrevo a decirle que eso es lo que quiero, lo que necesito si cree que me
va a meter la polla en el culo. Le dejaré hacer muchas cosas, pero no le dejaré hacer
eso, al menos sin que yo sea consciente de alguna manera.
—Soy un adulto, no un niño. No es la primera vez que bebo alcohol.
—Esta noche estás jodidamente peleonera. —Quinton se deja caer en la cama,
sentándose a mi lado. Su vaso de papel está olvidado, aunque la botella de vino sigue
en su mano. Mis pensamientos van a la deriva, y el calor se instala en lo más profundo
de mis entrañas, abriéndose camino hacia fuera y hacia mis extremidades.
¿El vino ya está haciendo efecto en mí? Dios, eso espero.
205
Q se inclina hacia mi lado, y juro que puedo sentir su furia salvaje. —Sigue con
esa actitud, y te tendré de rodillas otra vez, con mi polla metida en tu coño hasta tal
punto que no sabrás dónde empiezo yo y dónde paras tú.
Me estremezco y bebo otro trago. Quinton sonríe y me llena el vaso una vez
más. Con cada trago que tomo, mi cuerpo empieza a sentirse más pesado y, al cabo
de un rato, mi cerebro se nubla. Sin darme cuenta, me inclino hacia el lado de
Quinton, con la cabeza apoyada en su hombro. De repente, no puedo mantenerme
sentada con la espalda recta, lo cual no es malo si él sigue planeando tener sexo
conmigo.
—¿Cómo te sientes? —La profunda voz de Q retumba en mis oídos.
Un hipo se me escapa de los labios, y desearía poder impedir decir lo que hago
a continuación. —Tienes una voz muy bonita. ¿Te lo han dicho alguna vez?
Tranquilamente, responde: —No, no creo que alguien lo haya hecho dicho.
Aunque me han dicho que tengo una polla muy bonita.
—Estás tan lleno de ti mismo. —Me empujo de la cama y tropiezo con él. Ya me
he emborrachado antes, pero esto es diferente.
—Apuesto a que desearías estar llena de algo —murmura Quinton.
Me rodea la cintura con un brazo y me empuja hacia la cama. Caigo hacia atrás,
mis miembros y mi cuerpo agitados caen encima de él en un montón. Dios, ahora es
cuando me dice que quiere follarme el culo, la única razón por la que he bebido tanto.
Se me revuelve el estómago y se me enrojece la piel. —¿Qué quieres? —Las
palabras salen arrastradas y no reconozco mi propia voz. La habitación da vueltas y
me inclino hacia el cuerpo de Quinton para que se detenga.
—Todo, pero ahora mismo, quiero saber más sobre Brittney. ¿Quién es ella?
¿Por qué son tan buenos amigas?
—Ya te dije por qué. Ella es amable conmigo. Me deja quedarme en la
biblioteca y esconderme de todos. También tiene libros en la biblioteca.
—¿Libros en la biblioteca? ¿No me digas? —se burla Quinton, haciéndome
reír—. Así que te escondes en la biblioteca con tus libros.
Agacha la cabeza, entierra su cara en el pliegue de mi cuello y empieza a
mordisquear mi piel.
—Mm-hmm, nos escondemos juntas. Yo me escondo de ti y ella se esconde de
Phoenix —murmuro, frotando mi espalda contra el pecho de Q mientras sus brazos
me rodean el cuerpo.
—No tienes que esconderte de mí —me susurra Q en el cabello. 206
—¿Sólo de los demás entonces? —No tiene una respuesta para eso. Ambos
sabemos que es verdad.
El tiempo pasa lentamente, y Quinton me sostiene en sus brazos durante un rato
antes de movernos y colocarme en el colchón. Me quedo inmóvil, mirándole
fijamente. Observando y esperando que haga algo, aunque lo único que hace es
retirar las mantas y taparme.
Se está alejando de mí, y necesito algo que nos una, algo que le haga volver.
—Que le pasó a ella... tu hermana... Adela. —Las palabras pasan por mis labios
secos con facilidad.
Se detiene y deja caer las mantas sobre mi estómago. Su mirada es una mezcla
de dolor y tristeza.
—¿Qué quieres decir con que le ha pasado?
Bostezo, el vino evidentemente también me ha cansado. —¿Dónde estaba ella
en el baile de los fundadores? No la vi.
Hay un largo momento de silencio, e incluso en mi estado de embriaguez,
puedo decir que está contemplando algo.
Levantando mi mano, alcanzo la suya. —Puedes decírmelo. No se lo diré a
nadie.
Por alguna razón, siento que lo que esconde es la razón principal de su rabia.
Es la razón de su falta de control.
Su expresión cambia y da un paso atrás. Nuestra conexión se rompe, y todo lo
que queda es un lugar vacío frente a mí.
—Vete a dormir, Aspen. Creo que ya has compartido suficiente conmigo por
esta noche, y no estoy de humor para compartir nada contigo. No somos amigos. Ni
siquiera somos conocidos. Somos enemigos, y nada de lo que pase en esta habitación
cambiará eso.
Sus palabras me hieren profundamente pero no me sorprenden. Nunca me
admitiría si yo significara algo para él, al igual que yo nunca admitiría si me estuviera
enamorando de él.
—Buenas noches, Q —susurro, sin querer tocar lo que acaba de decir.
Apretando la mandíbula con fuerza, sale de la habitación dando un portazo.
Con el vino circulando todavía por mis venas, dejo que mis pesados párpados se
cierren. El sueño invade los bordes de mi mente, pero incluso cuando me quedo
dormida, la pregunta en el fondo de mi mente aún persiste. ¿Qué ha pasado con su
hermana?

207
35
Quinton

A
la mañana siguiente, antes incluso de desayunar o tomar café, voy a la
biblioteca. Los pasillos están silenciosos, y no es hasta que llego a la
biblioteca que pienso que tal vez esté cerrada tan temprano. Por suerte,
las puertas están abiertas y me invitan a pasar. Al entrar, veo el amanecer asomando
entre las montañas y me detengo en la puerta para contemplar la majestuosa belleza
de la naturaleza. Es extraño cómo su belleza puede convertirse en tu peor pesadilla
en una fracción de segundo. Las montañas, aunque son un espectáculo para la vista,
son más que peligrosas.
—¿Puedo ayudarte? —Una voz baja capta mi atención y me giro en su
dirección. Mi mirada se posa en Brittney, de pie ante mí, con una expresión
inexpresiva en su rostro.
Oh, esto va a ser bueno.
—Sí, sí, puedes. De hecho, eras justo la persona que estaba buscando. —Doy
208
un paso hacia ella, y sus cejas se levantan, con una mirada casi de asombro que se
apodera de sus rasgos.
Debería saber que, aunque es una maestra aquí, y no tengo ningún interés real
en ella aparte de lo que puede ofrecerme en términos de encontrar a mi madre
biológica, debería seguir teniendo miedo de lo que puedo hacerle. ¿Qué voy a hacer
si ella no me da lo que quiero?
—¿Necesitas ayuda para encontrar un libro? —pregunta casi inocentemente, y
yo cruzo los brazos sobre el pecho, haciéndome parecer más grande, más temible.
—No, no. Digamos que conozco el pequeño secreto que le contaste a Aspen.
Sé de qué te escondes, o mejor, de quién te escondes. Pero no te preocupes, quiero
que sepas que no le diré a Phoenix dónde estás... con una condición.
La nariz de Brittney se arruga y aparecen arrugas en su frente. Puedo ver la
ansiedad que se acumula, sentirla mientras se desprende de ella y llena la habitación.
—¿Entiendes que chantajear a un profesor puede hacer que te echen de
Corium? —Hay un tono mordaz en su tono que no me gusta, así que le explico mi
punto de vista.
—Y te das cuenta de quién es mi padre, ¿verdad? Puedo hacer que no consigas
trabajo en ningún sitio. Puedo hacer que seas pobre, sin trabajo ni casa, viviendo en
la calle, mendigando tu próxima comida. —Un visible escalofrío recorre su cuerpo y
su mandíbula se tensa.
—¿Qué quieres de mí?
—Me alegro de que hayas decidido ayudarme.
—No lo hago. He decidido que valoro más mi trabajo y la comida en la mesa.
Ahora dime lo que quieres o lárgate de la biblioteca.
Decido poner en pausa la actitud de idiota e ir al grano. —Necesito que
encuentres algo, en realidad, alguien, si puedes.
—¿Quién?
—Mi madre biológica. Necesito cualquier información que puedas encontrar,
y si por casualidad descubres dónde vive, mejor aún. Cualquier cosa que encuentres,
la quiero.
—De acuerdo, dime todo lo que sepas sobre ella, y haré lo posible por ver qué
puedo averiguar. —Le cuento toda la información que sé, que no es mucha.
—Dame dos días. Encuéntrame aquí a la misma hora. Te advierto, sin embargo,
que no estoy segura de cuánta información obtendré con lo que me has dado.
—Lo que sea que encuentres, quiero saberlo. No me importa lo que sea.
Brittney asiente, y el peso en mi pecho se hace más pesado. ¿Qué haré cuando
209
descubra quién es? Mejor aún, ¿y si me cuenta cosas sobre mi padre que no estoy
preparado para escuchar?
Cuando salgo de la biblioteca, estoy hecho un lío, confundido por mis propias
emociones. ¿Y si mi padre trataba de protegerme de ella? ¿Y si no me quería? Aparto
todas las preguntas persistentes al fondo de mi mente. Hasta que no tenga una
respuesta lógica, no tiene sentido pensar en ellas.
Me reúno con Ren para desayunar, como siempre, e ignoro el malestar en mis
entrañas. Algo malo está a punto de suceder. Lo presiento.

Pasan dos días, y están tan llenos de ansiedad como siempre. Hago todo lo
posible por mantener una distancia segura con Aspen, aunque sea un infierno. Puedo
sentir cómo aumenta mi necesidad de control. No pasará mucho tiempo hasta que
tenga que ir a su habitación y encontrar algo con lo que hacer un trueque.
Me arrastro fuera de la cama y camino hacia la biblioteca para encontrarme
con Brittney. En cuanto nuestras miradas se cruzan, se me erizan los pelos de la nuca.
Se sube las gafas por el puente de la nariz y me mira casi con nerviosismo.
—Tengo la sensación de que lo que me vas a contar no me va a gustar.
—No me costó encontrar un nombre, pero su nombre no importa, no ahora.
—¿Qué quieres decir?
—Tia era su nombre, y está muerta.
¿Muerta? ¿Por qué nunca pensé que era una posibilidad? —¿Qué pasó y
cuándo? —Las ruedas de mi cabeza comienzan a girar de nuevo; tal vez murió en el
parto, o tal vez uno de los enemigos de mi padre la mató.
—No sé qué pasó. Sólo sé que está muerta.
Me duele la mandíbula, y mis dientes crujen con la presión del rechinar de
dientes. —Investiga más a fondo, averigua quién la mató y por qué.
Brittney me mira con aprensión. —A veces, cuando empiezas a cavar en busca
de cosas, mueves la tierra y descubres secretos que nunca debiste descubrir.
—¿Qué carajo se supone que significa eso? —gruño, enojado porque mi madre
biológica está muerta. Cualquier posibilidad de averiguar lo que pasó entre mi padre
y ella ha desaparecido.
—Significa que es mejor no saber lo que pasó.
Niego ante su estupidez. —No me importa lo que tengas que hacer. Averigua
lo que ha pasado o acabaré con tu carrera aquí y te haré desear que haya un lugar
210
donde puedas esconderte de nosotros.
Brittney no responde, y doy gracias por ello. Puedo sentir mi rabia hirviendo a
la superficie. Sólo son las seis, y me he cargado todo el día con esta pequeña
información. Hacer ejercicio no va a hacer que esta energía desaparezca. Nada más
que el control me ayudará. Cuando no puedo controlar las piezas de mi tablero de
ajedrez en constante movimiento, paso a controlar las de otros.
Cada paso que doy hacia la habitación de Aspen hace que un pico de
adrenalina recorra mis venas. Ella es una droga de la que no me puedo librar, una
fruta prohibida que cuelga en lo alto, y me muero de hambre. Cuando llego a la puerta
de su habitación, ya he sacado la tarjeta llave. Me permito entrar, abriendo la puerta
lentamente, y con una profunda inhalación de su dulce aroma, es como si pudiera
pensar con más claridad.
Cierro la puerta tras de mí, y mi polla se endurece hasta convertirse en acero
cuando me doy la vuelta y la bebo. Está durmiendo boca abajo, con un brazo bajo la
almohada, y su cabello rubio le enmarca la cabeza como un halo.
No lleva bragas, y la manta está apartada, dejándola completamente expuesta.
Se me hace la boca agua, como si me hubieran puesto un puto filete delante. Cada día
me doy cuenta de que ella es una tentación que no puedo permitirme desear, pero no
soy lo suficientemente fuerte como para negar a ninguno de los dos lo que anhelamos.
Cruzo la habitación, me relamo los labios y busco el botón de mis vaqueros.
Estoy a punto de despojarme de mi ropa y hundir nueve pulgadas en su
apretado coño, follándola hasta que ambos estemos agotados, cuando mis ojos se fijan
en algo brillante.
Mis pulmones se desinflan como un globo y miro fijamente la pulsera que lleva
Aspen, deseando no verla pegada a su delicada muñeca.
Reconocería ese brazalete en cualquier lugar, ya que era una pieza de joyería
a la que mi hermana Adela tenía mucho cariño. Una fina pulsera de oro rosa con un
colgante de diamantes en forma de corazón. A ella le quedaba muy bien, pero a
Aspen le queda...
La habitación gira y mis manos se convierten en puños.
Algo dentro de mí se rompe. El control que suelo buscar en Aspen está fuera
de mi alcance. Estoy en una espiral. Como si Dios supiera lo que iba a ocurrir a
continuación, Aspen se despierta, su cabeza se levanta de la almohada y la pulsera se
mueve al incorporarse. No puedo apartar la vista de esa pulsera. ¿Cómo la ha
conseguido y cuándo?
—Quinton, ¿qué estás...?
La interrumpo antes de que tenga la oportunidad de hablar. Mi mano rodea con
211
fuerza su garganta mientras golpeo su cuerpo desnudo contra la pared. Mi cuerpo se
aprieta contra el suyo, atrapándola.
Como una presa, me mira fijamente, con ojos suplicantes. Le aprieto un poco
más la garganta y veo cómo el miedo se cuela en sus ojos azules.
—¿De dónde sacaste esa pulsera? —me burlo, queriendo arrancarle la
respuesta.
Sus ojos se dirigen a su muñeca, y puedo ver que está armando el
rompecabezas. La única forma de conseguir esa pulsera fue robándosela a mi
hermana.
—No es... no es lo que tú crees. —Las palabras se escapan de sus labios
temblorosos, pero estoy demasiado lejos para que me importe. Mis pensamientos
cambian, pululando como abejas, y quiero destruirla, romperla.
Podría matarla. Debería hacerlo. Mi agarre en su garganta se hace más fuerte,
y observo a través de la bruma de la destrucción cómo sus labios se vuelven azules,
y el miedo, como nunca he visto, se apodera de sus rasgos.
Me araña la mano, sus uñas se clavan en mi piel, sus pies patean mi cuerpo,
pero nunca me hacen temblar. Veo cómo las lágrimas se escapan de sus ojos y se
deslizan por las manzanas de sus mejillas.
Es tan jodidamente bonita cuando llora. Lástima que todo sea falso. Aprieto los
dientes y sonrío, le sonrío, y veo cómo se apaga la luz de sus ojos.
El estúpido colgajo de la pulsera me hace perder la concentración y, en el
último segundo, suelto a Aspen. Cae al suelo, cayendo en un montón. Sus pesadas
respiraciones en busca de oxígeno llenan la habitación y yo ignoro su existencia
mientras le agarro con rabia la mano para quitarle la pulsera. No se resiste, ni levanta
la cabeza, ni dice una sola palabra mientras le quito la pulsera y doy un paso atrás. La
rabia que hay dentro de mí es más poderosa de lo que ha sido en toda mi vida, y me
alegro de que mantenga la boca cerrada porque hoy podría matarla.
—No te metas en mi camino. La próxima vez que te tenga a solas, habrá un
derramamiento de sangre. —Mis pies calzados golpean el suelo mientras salgo de la
habitación, sin importarme lo que ocurra después.
Aspen ya no es mi solución. Ella es el enemigo, y la haré pagar por robarle a
mi hermana.

212
36
Aspen

E
l miedo te inmoviliza. Te consume incluso cuando no lo quieres. Cada día
que permanezco aquí, tengo más miedo de lo que va a pasar. Quinton
está en pie de guerra, y no parará hasta destruirme. Permanezco
escondida en mi habitación, demasiado temerosa de que, si salgo, pueda
encontrarme con él en el pasillo. Sus palabras de despedida permanecen en mi
mente, y cada vez que cierro los ojos, lo veo de pie, rondando mi cama, mirando la
pulsera.
Ojalá pudiera explicar cómo lo conseguí. Sé que pensó que lo había robado,
pero no fue así, y ciego de rabia, no pudo ver más allá.
Acostada en la cama, miro fijamente la puerta, esperando que pase algo malo.
Es sólo cuestión de tiempo. No puedo comer, dormir, ni siquiera ducharme. Miro por
encima del hombro incluso cuando sé que no hay nadie más dentro de la habitación
conmigo.
213
Me estoy volviendo loca y no sé cómo hacer que pare. Más que eso, me duele
el corazón porque, estúpidamente, pensé que nos estábamos convirtiendo en algo
más. No en amantes, ni siquiera en novios, pero sí en iguales.
Sé que debería comer algo, pero ignoro el ruido de mi estómago. He comido
muy poco y el hambre por fin me alcanza. Apoyando la cabeza en la almohada, dejo
que se me cierren los ojos e intento no pensar en Quinton entrando a toda prisa en la
habitación para asfixiarme.
El recuerdo de lo que hizo se me queda grabado. Todavía puedo sentir sus
dedos alrededor de mi garganta, todavía siento su rabia hirviendo amenazando con
consumirme.
Casi me mata. Podría haberlo hecho, pero por alguna razón, no lo hizo.
Probablemente para poder alargar mi dolor y mi miedo.
El sonido de una tarjeta llave que entra por la puerta hace que mis ojos se abran
y mi cuerpo se ponga en alerta. El corazón me retumba en el pecho y busco el objeto
más cercano que pueda utilizar como arma, pero no hay nada. La puerta chirría al
abrirse y mi corazón se hunde en el estómago cuando Matteo aparece al otro lado.
—¡Fuera! —Ordeno, mi voz irreconocible.
—¿De verdad? ¿Ese es el saludo que me ofreces después de abandonarme tras
el baile de los fundadores? Esperaba algo mejor de ti.
—¿Cómo has entrado aquí? —Intento ocultar mi miedo y enderezo los hombros
para parecer más alto y fuerte.
Sonríe. —Una llave.
—¿Cómo has conseguido la llave de mi habitación? —Presiono, sin poder
ocultar el temblor de mis labios. Sé la respuesta. Ni siquiera tengo que preguntar,
pero quiero que diga la verdad en voz alta. Necesito que la diga, para obligarme a
creerla.
—Quinton me lo dio. De hecho... —Se lleva una mano al bolsillo y saca su
teléfono. Se me hace un nudo en el estómago y mis ojos se dirigen hacia la puerta,
que sorprendentemente ha dejado abierta.
Si grito, ¿vendría alguien a por mí? Lo dudo. Tengo que salir de esta habitación
y salvarme. Tengo que encontrar la manera de salir de este lugar para siempre.
Sean cuales sean los monstruos que hay ahí fuera, no pueden ser peores que
los que se esconden tras los muros de Corium. Matteo teclea algo en su teléfono y
luego gira el aparato hacia mí.
—¿Recuerdas cuando te follo la boca? —Cuando le da al play, el vómito me
sube a la garganta y miro hacia otro lado, incapaz de ver el vídeo. Ese día aún me
214
persigue, y saber que ha sido grabado—. Por desgracia, tengo más malas noticias.
Quinton me envió un mensaje diciendo que quiere que lo comparta con toda la
escuela. Me dijo que no le importa quién lo vea.
Mi corazón se rompe, y aunque esperaba que pasara algo, nunca hubiera
podido anticipar que sería esto. Fui estúpida al pensar que podía confiar en Quinton.
Bastó un malentendido para que él y yo volviéramos a estar en bandos
opuestos. No había igualdad de condiciones entre nosotros, y yo estaba demasiado
ciega para no darme cuenta.
—Pobre Aspen, le han roto su pequeño corazón —se burla Matteo. Se abalanza
sobre mí y yo me escabullo, pero él es más grande y más rápido y consigue
agarrarme por la muñeca, tirando de mí hacia él. Mis pulmones se agitan en el pecho
y mi único pensamiento es escapar. Tengo que escapar.
—No puedes irte, todavía no. No he conseguido lo que he venido a buscar. —
La mano en mi muñeca se tensa y su otra mano se acerca a mi cabeza, sus dedos se
hunden en mi cabello y tira con fuerza. Me quema el cuero cabelludo y suelto un grito
cuando me tira hacia la cama.
—Me debes una mamada, perra —se burla.
—Te debo una mierda. Suéltame. —Trato de apartarlo, pero él sólo aprieta su
agarre.
¿Por qué Quinton no me mostró un movimiento fuera de esto?
—¿O qué? ¿Qué vas a hacer? —Se ríe, el sonido sólo me recuerda a esa noche.
Aprieto los ojos, deseando que esto no sea real. ¿Por qué sigo terminando en estas
situaciones? ¿Por qué la gente no puede dejarme en paz?
—Déjala ir, Matteo. —Una voz atraviesa mi niebla de miedo, y mis ojos se
abren, justo a tiempo para ver oleadas de ira en el rostro de Matteo. Miro más allá de
él hacia la puerta y, para mi sorpresa, encuentro a Ren de pie en la puerta de mi
habitación.
—¿Qué les pasa a ti y a tu primo? ¿Desde cuándo se preocupan por escoria
como ésta, especialmente por ésta? Deberías estar animándome, sujetándola
mientras nos turnamos para follarla. Tú y tu familia se han ablandado...
Ren se mueve tan rápido como un rayo y agarra a Matteo por el cuello,
apartándolo de mí con una mano. En el mismo movimiento, golpea con su puño la cara
de Matteo con tanta fuerza, que su cabeza se desplaza hacia un lado y sus ojos giran
hacia atrás, el único puñetazo lo deja inconsciente. Cae al suelo como un saco de
arena con un fuerte golpe. Lo sentiría por él si fuera cualquier otra persona, pero
como es quien es, siento que se ha hecho un poco de justicia. 215
Ren dirige su gélida mirada hacia mí, y me estremece la oscuridad que hay en
ella. —Sigo odiando tus tripas, pero por suerte para ti, odio más a este tipo.
Me muevo de la cama, no quiero quedarme en esta posición vulnerable, pero
entonces no sé a dónde ir... Matteo está en el suelo de mi habitación, y cuando se
despierte, va a venir a por mí a pesar de todo.
—Pareces asustada —Ren afirma lo obvio.
Me tiembla el labio y una respuesta se asienta en el borde de mi lengua.
¿Le digo lo asustada que estoy o sigo fingiendo? A la mierda.
—Por supuesto, estoy jodidamente asustada. Dondequiera que vaya, la gente
me la tiene jurada. Ni siquiera puedo esconderme en mi propia habitación sin que la
gente entre e intente hacerme daño. ¿Qué se supone que debo hacer? ¿A dónde se
supone que debo ir?
—Vas a estar bien. —Su voz es casi tranquilizadora.
Frenética, niego. —No. No estará bien. Tengo... tengo que salir de aquí. No
puedo seguir aquí. No es seguro.
No sé por qué le cuento todo esto. No es que le importe, y sé que nunca me
ayudaría a hacer algo así, no sin que haya un precio.
—Mira. —Ren se pasa una mano por el cabello, y sus cejas se juntan casi como
si estuviera contemplando algo—. Deja que te ayude.
Estoy sorprendida. Confundida. Todo está al revés, y no sé qué camino es hacia
arriba o hacia abajo. ¿Cómo escapar de una caja de tormento cuando no puedes
encontrar la puerta?
—¿Ayudarme? —gruño.
—Sí, déjame ayudarte a salir de aquí. —Hace una pausa y respira
profundamente antes de continuar—. Tengo un helicóptero en el que puedo subirte.
Te llevará al aeropuerto. Después de eso, estás por tu cuenta, pero es mejor que nada.
Me está dando una salida, una salida. Sería estúpida no tomarla, pero ¿y si es
una trampa?
¿Y si no lo es, y dejas pasar la oportunidad?
Saber que Quinton ya no me protege y que no soy nada para él me da el
empujón que necesito.
No puedo quedarme aquí. Ya no. No sin su protección.
—¿Harías eso?
—No te hagas ilusiones. No lo hago por ti, pero sí, lo haría.
Asiento. —Bien, llévame al helicóptero. —Trago saliva por el nudo de miedo
216
que tengo en la garganta. No puedo creer que esté haciendo esto.
—¿Estás segura? —pregunta Ren con seriedad.
—Sí. Por favor, ayúdame. No puedo quedarme aquí más tiempo. No estoy a
salvo.
Con un movimiento de cabeza, da un paso atrás y me rodea. Rápidamente tomo
una bolsa de debajo de la cama y meto lo esencial dentro. Mientras Ren habla por
teléfono con alguien para decirle que prepare el helicóptero, me pongo las botas y la
chaqueta. Cuando termino, me detengo y me pongo delante de Ren. Le hago un gesto
con la cabeza para indicarle que estoy lista.
Me sorprende tomando mi bolsa y ofreciéndose a llevarla sin mediar palabra.
Se la entrego, agradecida por su amabilidad.
Matteo gime en el suelo cuando empieza a volver en sí, y la necesidad de salir
de aquí alcanza un nuevo pico.
—Sígueme —ordena Ren, y como un ratón, lo sigo. Me envuelvo con los brazos,
tratando de mantener unidos todos mis pedazos rotos.
Ren no me mira, ni cuando entramos en el ascensor ni cuando llegamos a las
puertas dobles que dan al exterior. El aire frío me pincha los pulmones y, por un
momento, no puedo respirar. Estoy helada hasta los huesos, el aire frío se cuela por
todos los poros de mi cuerpo.
Delante hay un helicóptero con sus hélices cortando el aire. Es ahora o nunca,
me digo. Ren me da mi bolsa y hace un gesto hacia el helicóptero. Vuelvo a mirar
hacia las puertas del ascensor, casi deseando que Quinton aparezca, pero no lo hará.
No le importo.
—¡Gracias! —grito, esperando que pueda oírme por encima de las hélices
mientras subo al helicóptero, donde hay un piloto sentado en el asiento. No me
devuelve la mirada y no digo nada. Me tiemblan las manos al abrocharme el cinturón
y parpadeo para no llorar. Él no se merece mis lágrimas ni mi dolor, pero de todos
modos le pertenecen.
Ren me saluda con la mano, con una sonrisa en los labios, y luego el helicóptero
se eleva en el aire, con el motor rugiendo en mis oídos.
¿Por qué está sonriendo, y por qué tengo la sensación de que algo malo está a
punto de suceder?

217
37
Quinton

E
l timbre de mi teléfono me despierta y, por un momento, me siento
desorientado por el sueño persistente. Acariciando la cama a mi lado,
busco mi teléfono. Cuando lo encuentro, entrecierro los ojos mientras
miro la pantalla y veo que Scarlet está intentando llamarme por FaceTime.
Me incorporo y uso el dorso de la mano para frotarme el sueño de los ojos antes
de responder a la llamada.
—Hola. —Su cara sonriente aparece—. Lo siento, ¿te desperté?
—No pasa nada. Sólo estaba descansando los ojos.
—¿Qué pasa?
—Nada. ¿Por qué crees que algo va mal?
—Porque ni siquiera tienes una sonrisa falsa. Pareces triste —señala Scarlet. 218
Maldita sea, ¿por qué tiene que ser tan atenta?
—Estoy bien. Sólo estoy cansado —miento. Bueno, es una mentira a medias.
Estoy jodidamente cansado, pero también estoy molesto.
—¿Es sobre Aspen? ¿Se pelearon?
Suelto un suspiro. No me apetece especialmente hablar de esto con Scarlet,
pero también sé que no lo va a dejar pasar, y no es que pueda hablar con nadie más.
—Yo no lo llamaría una pelea. Sólo descubrí algo sobre ella, algo que me
demostró que todos tenían razón. Es igual que su padre, alguien en quien no se puede
confiar.
—¿Qué pasó?
—Encontré la pulsera de Adela en su habitación. Se la robó. Probablemente
para usarla como chantaje o lo que sea que estuviera pasando por su mente babosa.
—Espera. ¿Aspen tiene el brazalete de Adela?
—Tenía —la corregí—. Se lo quité.
—¿No explicó cómo lo consiguió?
—¿Explicar? —pregunto, estupefacto—. ¿Qué hay que explicar? Ella lo robó.
Nos robó a nosotros, a ella. No le di la oportunidad de decir nada después de
encontrarlo. No quiero oír otra palabra de su boca. Jamás.
—Quinton, no creo que sea lo que piensas. La pulsera no fue robada. Esa fue
una historia que se le ocurrió a Adela.
—¿De qué demonios estás hablando?
—Adela me dijo que alguien la atacó esa noche en la recaudación de fondos.
Un tipo la acorraló cuando fue al baño. Dijo que había una chica de su edad que acudió
a rescatarla. Adela le dio la pulsera como agradecimiento, rogándole que no dijera
nada. No tenía ni idea de que era Aspen.
—¿Qué? No, no, eso no puede ser cierto. Te lo estás inventando. Lo habríamos
sabido. Adela me lo habría dicho. —Sigo negando, tratando de sacar los recuerdos
de esa noche de mi cerebro.
—Adela no quería decírselo a nadie. Era la primera vez que se le permitía salir
con ustedes. Papá ya estaba muy preocupado por ella todo el tiempo, pendiente de
ella. Pensó que si te lo contaba a ti o a papá, todo empeoraría. Por eso te lo ocultó.
—¡Mierda! —Soy tan estúpido. ¿Por qué no le di la oportunidad de explicarse?
—Tengo que irme, ¿de acuerdo? Te llamaré mañana. —Cuelgo el teléfono antes de
que Scarlet tenga la oportunidad de despedirse. Mierda, me siento como un maldito
219
idiota.
He cometido un error, y soy lo suficientemente hombre como para admitirlo,
pero ¿estoy preparado para decírselo a Aspen? Todavía puedo ver sus ojos
rebosantes de miedo, mi advertencia persistiendo en el aire entre nosotros. Aquel día
sólo vi rojo.
Entre la pulsera y el recuerdo de Adela, sumado a lo que me dijo Brittney, fue
demasiado.
Ahora estoy agonizando por hacer lo correcto y pedir disculpas, algo que
nunca hago, no por nadie. Pedir disculpas significa admitir que te has equivocado,
algo que normalmente evito a toda costa.
A la mierda. No me doy tiempo para pensarlo. Sólo sé que necesito estar cerca
de ella. Me levanto de la cama, me visto rápidamente y salgo.
Mientras me dirijo a su habitación, vuelvo a pensar en lo que he dicho. No me
sorprendería que no hubiera salido de su habitación. Estoy seguro de que ha tenido
demasiado miedo como para arriesgarse a ser vista.
Al acercarme a su habitación, meto la mano en el bolsillo para agarrar su llave,
pero la encuentro vacía. ¿Qué demonios? Se me debe haber caído en mi prisa por
vestirme. Al menos eso es lo que me digo a mí mismo, pero a cada paso, hay una
extraña conciencia que me hace sentir.
Levanto la vista y veo a Ren de pie al final del pasillo. Es entonces cuando sé
que algo va realmente mal.
—Se ha ido —dice. No estoy seguro de haberlo oído, así que me precipito hacia
él.
—¿Qué? —pregunto, sintiendo la lengua pesada.
—Se fue. Se subió al helicóptero y se fue.
Nada de lo que dice tiene sentido. ¿Por qué se iría? No lo haría, ¿verdad? No
hay lugar más seguro que Corium para ella. En el momento en que se vaya, se
convertirá en un juego justo para cada uno de los enemigos de su padre.
—¿Por qué? ¿Qué quieres decir? ¿Cuándo? —Las preguntas salen en forma de
bruma. Ren se limita a mirarme fijamente, como si hubiera apagado sus emociones.
Como no me responde, me dirijo hacia el ascensor, pulsando el botón,
deseando que se mueva más rápido. Puedo sentir a Ren detrás de mí, sus movimientos
reflejan los míos, pero no parece importarle. Es casi como...
—¿Qué pasa, Ren? ¿Por qué se fue? ¿Qué te ha dicho? —Las preguntas salen
esta vez en tromba, el ascensor suena y las puertas se abren. 220
Salgo corriendo hacia el frío, el viento me azota. El órgano de mi pecho se
acelera, y algo que nunca antes había sentido me atraviesa. Es una emoción que no
puedo precisar, e imagino que es lo que llaman dolor de corazón. Miro al cielo y veo
que el helicóptero se aleja de nosotros. Carajo. Tengo que averiguar cómo hacer que
dé la vuelta y vuelva.
—¡Haz que se den la vuelta! No puede salir de aquí o morirá, carajo —grito. Ren
todavía parece estar en trance.
—Se subió al helicóptero sola. Obviamente, ella prefiere morir que estar aquí.
No lo creo ni por un segundo. La razón por la que se subió a ese helicóptero
tiene que ver conmigo.
Yo le hice esto. La empujé para que se fuera.
La angustia se convierte en horror cuando el helicóptero comienza a descender
hacia el bosque. ¿Qué está haciendo el piloto? Por qué está... la pregunta ni siquiera
termina de formarse en mi mente. No cuando el helicóptero desaparece en el bosque,
y un momento después aparece una columna de fuego y humo.
Mis manos empiezan a temblar y doy un paso adelante como si pudiera ayudar
de alguna manera.
—Lo siento —susurra Ren—. Siento que haya tenido que ser así. —Tardo un
momento en asimilar lo que ha dicho, y me giro para mirarlo, clavando la mirada en
sus ojos vacíos, que están enfocados en el fuego a lo lejos.
—¿Qué has hecho? —Mi voz se quiebra, todas mis emociones ceden. Ni
siquiera tengo que pensar en ello. Está muerta. Es imposible que haya sobrevivido a
un accidente como ese, pero de alguna manera me aferro a la esperanza de que lo
haya hecho porque la idea de que muera por mi culpa me mata.
Cuando Ren por fin me mira y responde, todo mi mundo se pone al revés. —Lo
que no pudiste.

221
Drop Dead Queen
(Corium University Trilogy #2)

222

En la oscuridad acechan, esperando el momento perfecto para atacar.


El peligro está en todas partes, y ni siquiera Quinton puede protegerme.
Alguien me quiere muerto y hará cualquier cosa para conseguir su objetivo.
Vuelvo a ser una rata corriendo por los pasillos de Corium y sé que no tardaré
en caer en una trampa.
La única pregunta es: ¿podré salvarme esta vez?

Este es un Romance Oscuro de Bully, y el libro DOS de una trilogía. King of Corium
debe leerse antes de Drop Dead Queen.
Acerca De Las
Autoras

223

J.L. Beck y C. Hallman son un dúo de autoras con éxito de ventas internacional y
del USA Today que escriben romance contemporáneo y oscuro.
224

También podría gustarte