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Titulo Original: The Tilean Rat

Autor: Sandy Mitchell


Traducido: Kaohs1980
Corregido: Kylasier
Montaje y Revisión: Noril

Más allá de las palabras

Todo el trabajo que se ha realizado en este libro:


traducción, revisión y maquetación, está realizado por
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ESTA TRADUCCIÓN SE LA KIERO DEDICAR A LOS CABRONES DE MIS


HERMANOS DE CONCILIO, QUE SIN VOSOTROS, EL DÍA A DÍA SERIA UN
INFIERNO. GRACIAS X TODO LO QUE ME HABÉIS ENSEÑADO.
MARDITOH FANTASIOSOH… ¡¡¡VA POR VUSOTROS!!!
La Rata de Tilea
Sandy Mitchell
Se trataba de una de esas nieblas de Marienburgo, de las que se
daban cuando el invierno anual todavía no había llegado, ya que el sol y la
llovizna se alternaban con heladas. Luego, al anochecer, cuando llega la
gran helada que congela los charcos hasta que se agrietan bajo los pies, la
niebla empieza a subir desde los cursos de agua que fluyen por la ciudad
como la sangre por las venas.
Siempre empezaba lentamente, con una capa lisa y uniforme sobre el
agua, de modo que los barcos y las barcas fluviales que ahogaban los
canales, pareciesen flotar sobre nubes y los cientos de puentes que
abarrotaban las islas del Reikmouth, parecían elevarse sin apoyo entre
ellas. Entonces la brisa comenzaba a formar ondas en el vapor, esculpiendo
extrañas formas que se desvanecían al mirarlas. A medida que se elevaba,
la turbulencia crecía, rodeando los pilares de los muelles y luego más
arriba aún, hasta que comenzaba a fluir suavemente por las calles como un
fantasma del propio río.
Una vez que esto sucedía, la ciudad se transformaba. Si uno
caminaba por las calles, se convertía en un fantasma, envuelto en su propia
mortaja. Las antorchas se encendían, su luz era absorbida por el gris
asfixiante y las voces de la gente que te rodeaba se apagaban, se
acurrucaban en sus lugares en busca de consuelo.
Nada de eso le importaba a Buttermere Warble. Estaba
cómodamente instalado en su rincón favorito del Delantal de Esmeralda,
un antro halfling situado en el límite del Barrio de los Elfos, estudiando sin
descanso el menú. En ese momento, su mayor problema en la vida era
decidir entre el soufflé de nueces y las cerezas a la bretona de postre. Así
que cuando la puerta se abrió con un golpe, los problemas quedaron
revoloteando tímidamente en el aire, por lo que tardó un momento en
fijarse en ella.
No parecía un problema en aquel momento, por supuesto, no para el
ojo corriente, pero Warble, tenía olfato para ello. Así que levantó la vista
cuando ella empujó la puerta para cerrarla, apartando un mechón de
niebla que había entrado con ella para ver a qué venía todo ese ruido.
No había nada evidente en su persona que pudiera explicar la
repentina sensación de temor que sintió entonces. Los elfos, eran bastante
comunes en el Delantal: estaba cerca de su propia parte de la ciudad y la
comida, bien valía el desvío. Ya había varios en la taberna, con las rodillas
encajadas torpemente bajo las mesas de tamaño medio y al principio,
pensó que ella estaba allí para reunirse con amigos. Permaneció cerca de la
puerta un instante, recorriendo la sala con la mirada, como si buscara a
alguien. Pero la boca del estómago le decía lo contrario, así que cuando sus
ojos se encontraron y ella empezó a cruzar la sala hacia él, apenas percibió
un atisbo de sorpresa.
El Delantal, siempre estaba abarrotado a esa hora de la noche, así
que Warble tuvo tiempo de echarle una buena y larga mirada antes de que
llegara a la mesa.

Sus ropas estaban bien confeccionadas, pero eran poco llamativas:


un tabardo de cuero negro sobre una túnica de lana y unas correas, ambas
de color verde; botas robustas pero embarradas y una capa negra y gruesa.
Tenía las orejas puntiagudas, los ojos verdes, todos los rasgos habituales.
Lo único que le sorprendió fue su pelo, que se enroscaba densamente
hasta los hombros y era del color de un penique recién acuñado. Los
pelirrojos eran casi desconocidos entre los elfos y Warble, no había visto
nunca uno.
Como rezaba el antiguo proverbio: “si hay algo que no exista en
Marienburgo, probablemente no exista en ningún sitio”.
-¿Sr. Warble?- preguntó ella, cuya voz sonaba como la de un cordial
contralto, como el jarabe que se derrite.

Él asintió y le indicó que se sentara. Ella seguía sobresaliendo por


encima de él, pero al menos, ahora podía hablar con ella sin romperse el
cuello.

-Llámame Sam…- la corrigió amablemente. Nadie le llamaba


Buttermere, excepto su madre, que era la culpable.
-Sam…- la forma en que lo dijo, fue como ahogarse en chocolate. -
Necesito ayuda.
-Todo el mundo la necesita- dijo él, decidiendo tomar el suflé. -El
mundo está así de mal…
-Lo está si vienes de Feiss Mabdon…- suspiró la elfa con amargura.

Warble se detuvo, con el brazo medio levantado para hacer una señal
a la camarera, e inclinó la cabeza hacia atrás para mirarla directamente a
los ojos. Había visto al puñado de refugiados andrajosos que habían
llegado al Páramo unos meses antes, rescatados en medio del océano por
buques mercantes y las noticias que habían traído, resultaban cada vez
más confusas al contarlas mientras corrían de calle en calle, pero estaba
seguro de que estaba a punto de oír algo que lo apartaría de su comida si
se lo permitía.
-Continúa…- decidió finalmente, ya que la curiosidad superaba sus
deseos más físicos.

Se detuvo un momento, ordenando sus pensamientos.


Su nombre era Astra y la mayor parte de lo que le contó, coincidía
con la historia que Warble ya había reconstruido por sí mismo. Era sabido
que los elfos oscuros, habían invadido las islas del norte del reino de los
elfos y que la mayor parte de la población de Feiss Mabdon había muerto
ahogada tras echarse al mar, huyendo de los ejércitos que marchaban
hacia su ciudad. Para lo que no estaba preparado, era para los relatos de
las atrocidades cometidas por los invasores, que habían hecho que la casi
certeza de la muerte en medio del océano, pareciera algo infinitamente
preferible a la de los desdichados refugiados. Y había acertado… se le
quitó el apetito.
-Entonces, ¿dónde encajas tú en todo esto? - le preguntó
finalmente. -Parece que has sobrevivido, al menos.
-No me hallaba allí…- silbó ella, mientras sus ojos brillaban, como
esmeraldas frías y brillantes que se clavaban en los suyos. -Me encontraba
en un viaje comercial a Lustria. Cuando volví...- Hizo una pausa. -Todavía
se puede ver columnas del humo de los incendios en el lugar donde
estaba la ciudad. Todo lo que puedo esperar, es que mi familia muriese
ahogada rápidamente. En lugar de...
-Lo siento…- asintió Warble. -Pero todavía no entiendo por qué has
venido a mí.
-Sólo me queda una cosa, de todo lo que una vez tuvo mi familia:
Una pequeña estatuilla de una rata. Casi no tiene valor en sí misma, pero
es muy valiosa para mí- explicó mientras su voz bajaba de tono. -La llevé
conmigo, a Lustria. Pero justo después de atracar aquí, me la robaron…

Su voz vaciló un poco, y Warble se encontró a sí mismo acariciando


su mano.

-Eso es duro…- musitó el Halfling.


Ella resopló y forzó una sonrisa.
-Pregunté por ahí. Todo el mundo me dijo que acudiera a Sam
Warble. Dijeron que, si alguien en Marienburgo podía encontrarlo, eras
tú.
El halfling asintió lentamente.
-Haré lo que pueda- le aseguró con gesto amable. -Pero no puedo
prometer nada. Es una ciudad grande. Y no soy barato.
-Puedo permitírmelo…- aclaró ella, y su sonrisa se volvió genuina,
deslumbrante, como el sol que salía del puerto en una mañana de pleno
invierno.
-Cobro treinta al día, más gastos- dijo él, esperando que ella le
discutiera el precio.

Astra se limitó a asentir, sacó un monedero que habría ahogado a un


troll y empezó a contar. Las treinta coronas de Warble apenas parecía ser
una excesiva cantidad para ella.

-Los negocios deben ser buenos…- silbó entre dientes el mediano.


-Lo suficientemente buenos. ¿Cuándo podrás empezar?
-Ya lo he hecho- aseveró, empujando el plato vacío a un lado. -
¿Dónde te podré encontrar?
-En el Cisne Volador. ¿Lo conoces? - le preguntó ella y Warble
asintió, conociendo como conocía todas las posadas de Marienburgo. -
Pregunta por mí allí.
- ¿Es allí donde perdiste la estatua?
-Sí. Yo había pasado el día en el mercado, comerciando. Cuando
volví, la habitación ya estaba saqueada.
-Tiene sentido…- rumió Warble. -Se corre la voz rápidamente
cuando alguien saquea algo. ¿Falta algo más?
-No que yo hubiera visto- confirmó Astra negando con la cabeza. -
Sólo la estatua. Por suerte, llevaba mi dinero conmigo.
- ¿Puedes describirla? - le preguntó Warble y ella se quedó callada
un momento.
-Es una estatuilla de una rata, de unos dieciocho centímetros de
altura- comenzó diciendo, mientras levantaba la mano por encima de la
mesa, con la palma hacia abajo, para que el detective se pudiese hacer una
idea. -Está hecha de bronce macizo, así que pesa bastante. Se levanta
sobre sus patas traseras, lleva una armadura y una espada. Y está sobre
un trozo de cuarzo rojo, con las garras sujetas en él, para mantenerlo en
su sitio.
Astra, calló un momento. Sus ojos se desenfocaron y su voz se volvió
soñadora:
-Mi padre lo compró en Tilea, hace años, antes de que yo naciera.
De niña jugaba con él. Me parecía una tontería…
Warble asintió. No tenía muchas posibilidades, pero haría todo lo
posible.
Al día siguiente se puso a buscar en serio y como esperaba, se quedó
tal y como estaba al principio. Ninguno de sus contactos habituales sabía
nada… vio suficientes roedores de latón como para llenar una alcantarilla,
pero ninguno de ellos, estaba encaramado a una base de cuarzo rojo. Lo
que más se acercó fue el viejo Harald, un humano decrépito de edad
indeterminada, que tenía una tienda de curiosidades junto al Escalera del
Pescador. Había que saber dónde estaba; en aquella estrecha maraña de
calles era fácil perderse, y a veces parecía que el lugar no estaba allí
cuando te ponías a buscarlo.

- ¿Tú también lo estás buscando? - se rio amablemente el humano,


una vez que Warble hubo terminado de describir a la criatura por lo que
parecía ser la dos milésima vez.

Los ojos de Harald, de color azul brillante, resaltaban en medio de


aquella tienda que olía a humedad, reflejando la luz de las velas que había
esparcido al azar entre la profusión desordenada de sus existencias y por
un momento, le fue fácil creer en la veracidad de las historias callejeras
acerca de extraños y mágicos artefactos que a veces caían en sus manos.
Era casi mediodía en el exterior, pero la niebla, era tan espesa como
siempre; la única diferencia que había supuesto la luz del día, era que
Warble se movía por las calles en una diminuta burbuja de aire color
lechosa, en lugar de la morada penumbra de la noche anterior.
Inclinó la cabeza hacia atrás para mirar al hombre.
- ¿Quién más está preguntando? - preguntó sorprendido el Halfling.
Harald se encogió de hombros y se quitó un mechón de pelo blanco y
grasiento delante de los ojos.
-Ya me conoces, Sam. Me estoy volviendo olvidadizo en mi vejez...-
resopló de mala gana, mientras una gota de humedad desaparecía de
nuevo en su nariz justo cuando Warble esperaba que hiciera un intento de
abrirse a él. -El negocio va mal en estos momentos. Quizás… si no
estuviera tan pendiente de que las cosas fueran mejor...
-Sí, claro…- se rio por lo bajo.
El halfling sacó un par de coronas, haciéndolas girar graciosamente
en la tapa de un cofre cercano. Luego se acercó a mirar un astrolabio
oxidado que chirriaba sobre sus rodamientos y mostraba unas
constelaciones que no tenían parangón con ninguna estrella en los cielos
de Marienburgo. Harald estaba exactamente en el mismo lugar cuando se
volvió, pero las monedas habían desaparecido.
-Era todo un caballero...- comenzó a decir Harald, asintiendo para sí
mismo. -Bien vestido, no sé si me explico…
Quería decir ostentosamente caro, que era el único parámetro de
calidad que reconocía.
- ¿Podrías describírmelo? - le preguntó Warble. Harald asintió,
acariciando su barbilla, que raspaba con fuerza bajo las yemas de sus
dedos.
-Bastante bajo. Una cabeza por debajo de la media, diría yo…-
siguió diciendo. Es preciso aclarar, que alguien bajo para un humano,
seguía siendo alguien alto para Warble. Empezó a componer la imagen
mentalmente. -Y corpulento… Recuerdo que pensé que era un hombre
aficionado a las cosas buenas de la vida. Tal vez demasiado aficionado, ya
sabes lo que quiero decir. Decididamente corpulento, a decir verdad-
reflexionó con mirada perdida el vendedor.

Warble pensó en ello…


Un poco del malestar que había sentido al haber escuchado la
historia de Astra, empezó a aflorar de nuevo. Algo en su historia no
cuadraba. En aquella ocasión, lo había descartado, feliz de aceptar su
dinero, aunque seguía sin gustarle el asunto. Si realmente había sido
marcada por el Gremio del que nadie se atreve a hablar, ¿por qué iban a
asaltar su habitación mientras ella se llevaba todo ese oro encima por las
calles?
Además, el dueño del Cisne, pagaba un buen dinero para evitar ese
tipo de molestias a sus exclusivos huéspedes.
Por supuesto, eso explicaría quién era el Gordo: si alguien estaba
asaltando locales protegidos, el Gremio, querría administrar una firme
reprimenda.
Pero no se podía tratar de un Daga, o Harald lo habría dicho (o, lo
que es más probable, se habría asustado demasiado como para
mencionarlo) y, de todos modos, tenía mejores formas de localizar a la
gente que tratar de rastrearla a través de su botín.
Cada vez más raro. Decidió dejar que el asunto se cocinara a fuego
lento durante un tiempo y ver qué resultaba de todo aquello.

- ¿Eso es todo lo que puedes decirme? - volvió a insistir el Halfling.


-Fue el único con el que hablé. El pequeño nunca dijo nada…-
explicó Harald asintiendo enfáticamente.
- ¿Qué pequeño? - preguntó descolocado el detective.

Por un momento, el viejo tendero dudó, debatiendo visiblemente


consigo mismo si debía o no pedirle al Halfling más dinero, pero luego,
echó una larga mirada a los ojos de Warble y decidió que no.

-Apenas lo vi y esa, es toda la verdad… Entraron juntos pero el


gordo, fue el único que habló. El pequeño se quedó atrás entre las
sombras- resumió, mientras su voz, adquiría tintes de desesperada
sinceridad. -Sabes que mis ojos, ya no son lo que eran.
-Lo sé, mi buen amigo…- asintió Warble con un gesto de simpatía, -
Pero dijiste que era pequeño. ¿Como un halfling, tal vez?
-Podría ser. O un niño…- añadió el tendero.
- ¿Un enano, tal vez?
Harald negó con la cabeza.
-No, hombre. Me habría percatado de la barba.
-Bien…- asintió con gesto satisfecho Warble, mientras le daba otra
moneda. De todas formas, esto eran gastos y Astra, bien podía
permitírselo. -Si vuelven, ya sabes dónde encontrarme.
El resto de sus contactos habituales, salieron airosos, aunque un par
de ellos, también habían recibido la visita del gordo. Nadie tenía nada que
añadir a la descripción que Harald había hecho de él, salvo que pagaba
bien por su información. Nadie más había visto a su diminuto compinche,
pero eso no significaba mucho: podrían haberse separado para cubrir más
terreno, o podría haberse quedado fuera para cubrir la puerta.
Con la niebla todavía lo suficientemente espesa (como si algo se
quemara) habría sido invisible incluso a un metro en plena calle.
Warble empezó a mirar hacia atrás por encima del hombro y a
permanecer en el centro de la calle. A estas alturas, era más que probable
que también ellos se hubieran enterado de que Sam Warble iba tras la rata.
Eso les daba una ventaja: él era una cara conocida en la ciudad,
mientras que ellos serían unos desconocidos. No tardarían mucho en
encontrarlo, si quisieran, mientras que Warble ni siquiera tenía un nombre
con el que poder seguir.
No tenía sentido preocuparse por eso, entonces. Tendría que esperar
a que ellos dieran el primer paso, y mientras tanto podría comprobar un
par de fuentes a las que ellos no tuviesen acceso.
Gil Roland, era su capitán de la guardia favorito de toda la ciudad.
Inusualmente honesto para un hombre de su posición (pero no lo
suficiente como para comprometer su eficacia) le gustaba juntarse con los
tipos de los bajos fondos como Warble que le debían favores y así,
recuperar su buena reputación en forma de liquidez económica.
El Ojo Ciego, estaba casi enfrente del cuartel general de la guardia y
atraía a una numerosa y fiel clientela de vigilantes fuera de servicio y
timadores de poca monta en proporciones más o menos iguales.
La taberna era oscura y humeante (como les gustaba a aquellos
clientes) y Warble, empezó a sentirse más relajado en aquel agradable
ambiente. Se abrió paso a través de un bosque de piernas hasta llegar a la
mesa habitual de Gil y colocó un par de jarras sobre ella. El vigilante, cogió
la más cercana y bebió con ansia, mientras Warble se encaramaba
trabajosamente al banco de enfrente.
-Gracias, Sam…- le agradeció el Capitán después de un descomunal
eructo. -Cuánto tiempo sin verte. ¿Qué has estado haciendo?
-Nada que desee que se sepa, capitán.
-Por lo que veo, todo sigue igual. ¿Qué buscas, entonces? - se rio
Roland.
-Sólo pensé que era el momento de ver a mi viejo amigo y expresar
un poco de mi gratitud por el buen trabajo que tú y tus muchachos estáis
haciendo para que la ciudad sea un lugar seguro para la gente honesta.
-Ya… sí, claro…- bufó con indiferencia y bebió de nuevo. -En serio,
Sam, si estás en problemas...
-No es nada que no pueda manejar- afirmó pensativo Warble,
recordando al gordo y a su colega. -O al menos eso creo…
Su mano, se dirigió por reflejo a la empuñadura de su daga. Gil notó
el movimiento, pero no dijo nada, mientras unas tenues líneas aparecían
entre sus cejas. Su pálido rostro, se movió suavemente hacia delante y su
cuerpo, protegido con la desgastada coraza de cuero propia de su oficio, se
inclinó sobre la mesa. La empuñadura de su espada tintineó
silenciosamente contra la maltrecha madera y su voz, se volvió de repente
más baja y más grave.
- ¿De qué se trata, entonces? - preguntó sin rodeos.
-Sólo quiero un poco de información- convino Warble. -Algo está
pasando...
- ¿Algo que deba saber?
-No lo sé. Tal vez tú puedas aclararme parte del asunto…- le confesó
el Halfling, mientras Gil, comenzaba a ponerse más cómodo. Sabía que no
iba a obtener toda la historia por parte de Warble, pero no era ningún
estúpido. Lo averiguaría por sí mismo, si le daban tiempo y una buena
razón para hacerlo.
-Me han contratado para encontrar una propiedad robada-
comenzó a explicarle Warble. -Pero la historia no me termina de encajar. Y
alguien más está detrás del ... objeto- Gil asintió, sin interrumpirlo y
Warble, empezó a ver por qué era tan bueno en su trabajo. -Sólo necesito
saber si ha habido algún problema en el Cisne Volador recientemente.
- ¿En el Cisne? - preguntó con gesto sorprendido. A continuación,
sacudió la cabeza. -Hay que estar muy loco para robar allí.
-Lo sé. Todos los ladrones de Marienburgo lo saben- afirmó Warble
antes de hacer una pausa. -Entonces, los otros interesados en este asunto,
son gente que no vive en la ciudad. Tal vez nuestro presunto ladrón
también lo sea.
-No hemos encontrado a nadie flotando en el puerto
recientemente…- apuntó un Gil reflexivo, habiendo respondido a la
pregunta obvia sin necesidad de hacerla. -Y nadie ha salido de la ciudad
desde que empezó a haber niebla.
Eso era evidente. La guardia había cerrado las compuertas como
norma, y no había ningún patrón que estuviera dispuesto a hacerse a la
mar o salir río arriba en estas condiciones. Warble asintió.
-Y tampoco has oído nada sobre ningún problema en el Cisne.
-Así es. No he oído nada.
El énfasis en la penúltima palabra era tan tenue que casi se perdía y
resultó aún más elocuente por ello. Terminó su bebida de un solo trago.
- ¿Y un hombre gordo? Bien vestido, con buena posición económica,
podría llevar un niño o un halfling a cuestas…
-No se me ocurre nadie, en ningún caso- se confesó Gil
encogiéndose de hombros. -Pero es una ciudad grande, Sam. No podemos
estar en todas partes- vaciló un instante antes de continuar. -Intenta
recordarlo para la próxima.
Después de hablar con el rostro visible de la ley y el orden, lo más
obvio era tirar de moneda. Así que media hora más tarde, Warble se
encontraba de pie en la trastienda de un comerciante de cuero en el
próspero distrito comercial situado cerca de los muelles del sur. El olor de
las pieles curtidas inundaba la mampostería y se elevaba desde las pilas de
pieles y los estantes llenos de productos elaborados.
Cogió una chaqueta, suave como la niebla, negra como el alma de un
duende. De repente, una voz, se oyó tras él.

-Pruébatela, Sam. Es de tu talla...


La dejó lentamente en el mostrador y se dio la vuelta.
-Déjalo estar… demasiado cara- comentó con gesto travieso.

Lisette sonrió, mostrando sus dientes en forma de media luna entre


las sombras y volvió a meterse el estilete en la manga. Le gustaba el negro,
porque iba a juego con su pelo y le hacía confundirse con los rincones de la
habitación.

- ¿Qué te trae por aquí, Sam? - preguntó cortésmente.


Sus ojos brillaban con un color anaranjado en medio de toda aquella
penumbra, duros y depredadores. También se contaban terroríficas
historias sobre ella en las calles, pero nadie tenía valor para repetirlas.
-Información- le aclaro cortésmente Warble.
Ella dio un paso adelante, con los ojos entrecerrados, mirándolo.
- ¿De una compra o de una venta? - preguntó sin miramientos
Lissette.
-Quizás, sea un intercambio- contestó él con gesto dubitativo.

Lisette se acomodó lentamente en un fardo de piel de vaca, con el


tobillo derecho apoyado en una rodilla forrada de cuero y se inclinó hacia
delante, poniendo su cara a la altura de la de él, con un movimiento que
recordaba a la de un felino.

-Te escucho- le exhortó por fin, después de un instante de silencio.


-Hay algo que no me gusta en todo esto- declaró el Halfling.
-Eso ya es problema tuyo- espetó sin miramientos.

Su voz era neutra, sin inflexiones. Hablar con Lisette siempre le daba
escalofríos a Warble. Trató de igualar su tono, pero los Halflings, no
estaban preparados para ello.
-Tal vez no… Pero antes, aclárame una cosa… Conoces a algunas
personas con algún tipo de... vínculo con el Cisne Volador, ¿no es así?
-Nunca hablo de mis negocios, ya lo sabes.
Él ya lo sabía. Pero, por el contrario, ni siquiera sabía con certeza si
ella era miembro del Gremio y mucho menos si estaba tan arriba en él
como sospechaba, pero sí sabía por experiencias pasadas, que cualquier
cosa que le dijera acabaría llegando a los oídos de esas personas.
-He oído que uno de sus clientes, fue asaltado el otro día.
Aquella noticia, hizo que su mirada se entrecerrara, sólo una mínima
fracción.
- ¿Quién te dijo eso? - quiso saber ella.
-El mismo cliente. Me ha contratado para recuperar una pieza
perdida- se confesó el Halfling.
-Preguntaré al respecto… ¿Qué más? - terció ella echando una
penetrante mirada.
-Un hombre gordo. También busca el objeto. Anda con un niño… o
un halfling, según me dijeron. ¿Alguno de tus... contactos?
-No.
Un leve, aunque brusco movimiento de cabeza, dejó varias mechas
ondulando en su cabello. Warble no había esperado una respuesta tan
directa y se quedó un momento sin saber qué hacer… nunca la había visto
tan agitada. Eso, bastó para convencerlo de que ella decía la verdad y de
que nada de esto tenía que ver con los del Gremio.
Eso debería haberle hecho sentirse mejor, pero no lo hizo. Sólo se
preguntaba quién podría ser tan estúpido (o tan poderoso) como para no
preocuparse por enemistarse con ellos.
Warble acababa de doblar la esquina del callejón Tanner, cuando el
hombre gordo surgió como un barco a toda vela en medio de la niebla. El
halfling giró sobre sus talones, justo a tiempo para ver cómo una pequeña
figura con un gran cuchillo, se colaba en el callejón detrás suyo. Llevaba un
gran sombrero flexible con una larga pluma, que ocultaba eficazmente su
rostro y un traje de terciopelo, del que brotaban encajes en extrañas
direcciones. Tardó un momento en darse cuenta de que el sombrero,
estaba más o menos a la altura de su pecho, antes de sacar su propia arma
y retroceder contra la pared más cercana.
-Muy bien, puercos- gorjeó. - ¿Quién va primero? ¿El mono o el
organillero?

Para su asombro, el hombre gordo se echó a reír, con un gorjeo


fuerte y reverberante, como si alguien estuviera vertiendo un bidón de
jarabe de melaza en el puerto.
- ¡Por todos los poderes, señor Warble, es usted un tipo con valor y
quien me lo dijo no se engañaba! Su reputación no parece tan exagerada,
de hecho, es así como me lo han descrito. ¡Har har har! - gorjeó el obeso
individuo.
-Me alegra oírlo- le espeto, con evidente desprecio en su voz,
manteniendo la hoja en alto. La pequeña figura de la derecha, se sumó a la
conversación con una risita nerviosa y aguda y Warble cambió su peso,
preparado para darle una patada en la barbilla en caso de necesidad.
“Si le doy lo suficientemente rápido...”
-Leppo, mi querido amigo, por favor, guarda eso…- El gordo volvió a
hostigarlo una vez más y le dio una colleja. -Estás estropeando la digestión
del Sr. Warble, y eso no puede ser.
La pequeña figura, asintió vigorosamente, volvió a reírse para sí
misma y envainó el cuchillo. Warble dudó un momento, y luego guardó el
suyo, seguro de que sería capaz de enfrentarse a esos payasos si fuera
necesario.
-Así está mucho mejor, har har... El gordo, extendió una mano
envuelta en un guante de terciopelo, y Warble se la estrechó con cuidado.
Le pareció como si estrechase un pequeño y sigiloso cojín. -Permítame que
me presente. Erasmus Ferrara, anticuario de renombre, por no decir
famoso, har har har. Mi socio y yo, estamos muy interesados en
conocerlo.
-Lo mismo digo…- le dijo con suspicacia, entrecerrando los ojos.
Ferrara asintió y volvió a oírse aquella pegajosa carcajada.
-Por supuesto, mi querido amigo, por supuesto. Un hombre de su
sagacidad y recursos, debió de haberse dado cuenta de nuestro propio
interés en el roedor muy pronto. Casi desde el momento de nuestra
llegada, si no me equivoco.
-Quizás…- coincidió Warble. El hombre no le gustaba; un aire de
decrepitud casi palpable flotaba a su alrededor, desde su pelo
elaboradamente peinado hasta el bordado exquisitamente trabajado de su
ostentosa camisa. - ¿Es posible que quiera ir al fondo del asunto de una
vez por todas?
Eso fue un error. Tuvo que aguantar otro episodio de carcajadas, que
en su mayor parte fueron acompañadas por las desquiciadas risitas de la
pequeña compañía del gordo.
- ¡Por el martillo de Sigmar, mi señor! Es usted muy listo y no se le
engaña, así como así. Todo un hombre de negocios, un caballero, un
hombre que sigue el dictado de su propio corazón. No se anda con
rodeos, Sr. Warble, sino que va directo al grano, si señor, directo al grano.
¡Har har har! - Warble empezaba a pensar en ir al grano con su daga en la
mano. -La cuestión, Sr. Warble, es que nos gustaría contratar sus
servicios.
-Ya tengo un cliente…- le corto el Halfling. Ferrara asintió.
-Por supuesto, mi querido amigo, por supuesto que lo tiene-
coincidió con gesto cómplice el gordo. -La encantadora Astra, sin duda. Y
seguramente ella, ya le ha hilado una buena historia…
-No tengo por qué hablar de mis clientes, ni de sus negocios-
escupió Warble. Ferrara se rio un rato, sonando como una olla que se
prepara para hervir.
-Por supuesto que no, mi querido señor. Usted es un tipo de
principios, y eso es algo que admiro en un hombre, de verdad. Pero tal
vez nuestros intereses coincidan. ¿Le dijo lo que valía el susodicho
roedor?
-Mucho valor sentimental para ella…- quiso engañarlo Warble.

Aunque eso, ya lo debían saber. Ferrara asintió.

- ¿Y supongamos que le ofreciera la mitad del elemento, si la


criatura cayera en mis manos antes de que su querida Astra vuelva a
buscarlo? - preguntó mezquinamente el anticuario.
- ¿Para qué querría yo tener la mitad de una estatua de bronce? -
preguntó con gesto estúpido el investigador.

El hombre gordo sacudió la cabeza, con lágrimas de risa saliendo de


entre sus párpados.

- ¡De bronce, de bronce! Ay, mi querido amigo. ¿De verdad le dijo


que era de bronce? - logro articular con una expresión de evidente
incredulidad. Luego se atragantó por su propia alegría y no pudo volver a
hablar durante lo que le pareció una eternidad.
-Tal vez quisiera compartir con los presentes la broma…- espetó
Warble, sintiéndose profundamente asqueado de los dos. - ¿De qué cree
que está hecha?
-Bueno, bueno, bueno…. ¡Esa estatuilla es de oro, mi querido señor,
de oro macizo! - apostilló de la mejor manera que pudo. Ferrara
finalmente logró controlarse. -La figura vale una auténtica fortuna…
De repente, estupefacto como había quedado, comenzó a atar cabos
y a ver, que muchas cosas empezaban a tener sentido.
-Háblame de ello- le pidió con amabilidad el Halfling.
-Con mucho gusto, mi querido señor. Con mucho gusto…- asintió
entre los sollozos de la ahogada risa. Ferrara hizo una pausa para respirar. -
Pero en realidad, sólo puedo ofrecerle un tercio del botín. El pobre
Leppo, se sentiría muy molesto...
La pequeña figura enseñó los dientes y siseó su acuerdo. Y Warble
asintió.
-Me parece justo.
Recomponiéndose como pudo, el anticuario, comenzó a relatar
aquella parte de la historia que el Halfling desconocía:
-La estatua fue hallada en las Marismas Asoladas de Tilea, cerca de
la ciudad de Miragliano, hace unos cuatrocientos años. Por desgracia,
antes de que se pudiera determinar su origen, los desconocidos la
robaron. Su paradero fue un misterio durante siglos…
-…Hasta ahora- le cortó Sam.
-Exactamente, mi querido señor, exactamente. Hasta hace unos
quince años, de hecho, cuando me topé con una referencia a ella en unos
antiguos registros de Tobaro. No le aburriré con los detalles, har har, pero
basta con decir que he estado persiguiéndola activamente desde
entonces, de ciudad en ciudad a través de la faz del mundo conocido. Y
ahora, al parecer, la rata ha caído aquí, en Marienburgo- finalizó con
gesto satisfecho Ferrara.
-Fascinante…- comentó un patidifuso Warble. - ¿Y dónde encaja
Astra en todo esto?
-Pues, mi querido amigo, precisamente donde usted esperaría que
lo hiciera- declaró Ferrara y se rio de nuevo. -Mi joven amigo y yo, no
somos los únicos que buscamos a este roedor solitario. A estas alturas, la
ciudad estaría plagada de rivales nuestros, si no fuera por esta fortuita
niebla.
-Ya veo…- murmuró Warble asintiendo lentamente.
-En efecto, mi querido señor, en efecto. Se ve que le hemos dado
mucho que pensar. Har har- convino satisfecho por fin Ferrara, que se giró
y tomó a su pequeño compañero de la mano. -Volveremos a hablar, señor,
cuando haya tenido tiempo de considerar qué es lo que más le conviene.
Ven, Leppo. Es hora, creo, de fortalecer al hombre interior.
Desaparecieron tan rápido como habían aparecido, dejando un rastro
de turbulencias en la amortiguadora niebla. Un momento después, un
débil estallido de risas oleaginosas estalló brevemente, antes de
desvanecerse en dirección a la Plaza del Zapatero.
Warble se giró lentamente y se dirigió pensativo hacia el Delantal.
Al entrar en la conocida taberna, se sintió como si volviera a casa. En
cierto modo lo era: había pasado mucho tiempo allí a lo largo de los años y
se sabía de memoria cada dibujo de las vetas de las mesas.
Warble se hundió en su asiento habitual con un profundo suspiro de
satisfacción: el simple hecho de poder sentarse en una mesa con los pies
aun tocando el suelo y ver por encima sin pedir un cojín, eran lujos que la
mayoría de la gente nunca podría llegaría a apreciar del todo. Agitó una
mano cansada para pedir algo de papeo.

-Creo que estás buscando una estatua de rata, ¿no? - se oyó a sus
espaldas.
Warble se puso en pie de un salto, apartándose y haciendo volar la
silla. El estruendo, pareció llenar aquel local habitualmente silencioso y
miró avergonzado a los rostros de la taberna que miraban en su dirección
debido al espectáculo ofrecido, antes de que sus ojos alcanzaran la hebilla
del cinturón del gigante rubio que estaba detrás de él. Al cabo de un
momento, se reanudaron las conversaciones.
-Lo siento. ¿Te he asustado? - se disculpó el gigante.
-Sólo me he acojonado un poco- le concedió Warble, guardando su
daga.

No era un gigante en absoluto, ahora que lo miraba bien, sólo un


humano muy grande. Su complexión y su acento lo identificaban como
nórdico, probablemente de uno de los barcos mercantes del puerto.
- ¿Qué sabes de la rata? - le preguntó sin miramientos, recuperando
su compostura.
-Sé quién la tiene…- sonrió con gesto triunfal. -Y quién la quiere.
Dígale a la señora, que se reúna conmigo esta noche, en el banco de
arena. Ella ya sabe dónde.
-Ya veo…- asintió lentamente con el ceño fruncido Warble. - ¿Y eso
es todo? ¿Ninguna exigencia? ¿Ninguna amenaza?
¿Qué necesidad hay de eso? - reflexionó, mientras su sonrisa se
hacía mayor. -O ella lo compra, o lo hace el gordo. Un negocio honesto,
¿no?
-Ya…- dijo Warble.
Para su inmensa falta de sorpresa, la habitación de Astra en el Cisne,
no mostraba ningún signo de robo reciente. Como todas ellas, estaba
limpia, era espaciosa y estaba bien amueblada; Warble se puso a pensar en
que podía vivir durante una semana con lo que cobraban por una noche de
alojamiento. Astra le saludó con una muestra de nerviosismo agitado que
podría servirle para la noche anterior, pero que ahora le parecía una
evidente y superficial farsa.
-Bueno…- preguntó jadeante. - ¿La tienes?
-Todavía no…- Warble dudó durante un momento. -Pero puede que
tenga una pista sobre quién la tiene.
- ¡¿Quién?!- preguntó frenéticamente, con gesto desquiciado
mientras le agarraba el brazo y sus dedos se clavaban dolorosamente en las
fibras musculares.
Warble se soltó y retrocedió un paso conmocionado por su actitud.
-En unos momentos…- le previno, con tono amenazante. -Primero
quiero algunas respuestas.
- ¿Sobre qué? - espumeó con ansia incontenible.
Debido a las caras de su interlocutor, comenzó a recuperar su
autocontrol con un visible esfuerzo y se sentó en la cama. El rictus anterior,
mudó de registro completamente. Sus ojos, a la altura de los de Warble
ahora, eran amplios e ingenuos.
-Mira, siento haberme excitado. Pero sabes lo importante que es
para mí...- se disculpó con ademan afectado.
-Y para mucha otra gente, por lo visto…- escupió con desdén
Warble. -He estado hablando con el gordo.
Sus labios se retiraron de los dientes y de repente, comenzó a sisear
como un gato enfadado. El halfling retrocedió otro paso, sintiendo que se
le helaba la sangre en las venas.
- ¿Qué te ha dicho? - le preguntó con un tono que dejaría helada a la
propia muerte.
-Que la estatua es de oro macizo…- repuso firmemente Warble.
Estaba demasiado metido en todo el asunto como para echarse atrás. -Y
que tú, tampoco la has tenido nunca.
-Está mintiendo… Seguro que te diste cuenta de eso.
Se obligó a mantener la calma. Su voz era conciliadora, pero sus
dedos se crispaban como si ya estuvieran incrustados en las entrañas del
gordo.
-Pues sí, se me había pasado por la cabeza…- admitió. -Pero a ti
también. Esta posada está protegida… nadie roba en ella. Pero tú no lo
sabías, ¿verdad?
-No. Tienes razón…- se confesó Astra meditando su respuesta. -La
verdad es que la rata, es valiosa. No tan valiosa como te dijo Ferrara, pero
vale mucho para un coleccionista. Ambos tenemos contactos en Tilea que
pagarían una fortuna por tenerla.
-Continúa…- la animó Warble. -Todavía no has explicado por qué
has acudido a mí.
-Apareció en Norsca, hace unos seis meses. El dueño aceptó
reunirse con nosotros en Marienburgo y venderlo al mejor postor.
-Déjame adivinar…- la cortó bruscamente el Halfling. -…Por una
extraña casualidad sufrió un accidente mortal en el camino.
Astra asintió.
-Una perfectamente y genuina casualidad, te lo creas o no. Pero el
caso es que la estatua desapareció: el capitán del barco pensó que no
tenía valor y dejó que uno de los tripulantes se la quedara cuando estaba
viendo a la muerte.
Warble consideró la historia. Tenía todo el sentido del mundo, pero
no se creía ni una palabra. Asintió, lentamente.
-Considera que hubiera vuelto a las manos de Ferrara…- le propuso.
-Una vez que la tuviera en sus manos, nunca hubiera salido
caminando por esta puerta.
Eso sí lo creía. La única cosa de la que estaba seguro ahora, era que
no quería tener nada más que ver con todo el asunto.
-Tengo un mensaje de tu marinero- le dijo por fin. Astra se tensó,
con los ojos fijos en su rostro.
-Te escucho…
-No tan rápido…- la corrigió Warble con tono apaciguador. -No
trabajo por nada, ¿recuerdas?
-De acuerdo…- Su voz hizo que la escarcha exterior pareciera
realmente acogedora. -Vamos a negociar. ¿Cuánto quieres?
-Ocho coronas. Ya te lo dije, cobro por los gastos…
Una interesante gama de expresiones pasó por su cara, terminando
en lo que parecía genuina diversión.
-Ocho coronas…- musitó con aire divertido. Las sacó de su bolso,
como un adulto indulgente que distribuye caramelos. -Eres un tipo
intrigante, Sam. ¿Por qué no intentas participar?
-Teníamos un acuerdo, ¿recuerdas? - le dijo. Al menos él, creía que
lo tenían.
Su sensación de bienestar (no exenta de alivio ante la idea de no
volver a ver a ninguna de esas personas) no duró más que el camino de
vuelta al Delantal. Apenas si había puesto un pie en el lugar, cuando Harald
surgió de una mesa junto a la puerta, interceptándolo limpiamente en su
camino hacia la barra.
- ¿Esta es tu idea de una broma? ¿Engañar a un pobre e inofensivo
anciano? - gruñó visiblemente ofendido.
Agitó algo ante las narices del halfling, balbuceando incoherencias.
Warble lo agarró a la tercera o cuarta pasada.
- ¿De qué mierda vas ahora? - le espetó realmente sorprendido y
luego, lo miró detenidamente.
Era una de las monedas que le había dado al anciano aquella
mañana, con la superficie amarilla y nítida marcada por un profundo surco
plateado. La comprensión repentina le golpeó en las tripas.
-¡¡Santo Ranald, eso es plomo!!- se dio cuenta al momento.
-¡¡Absolutamente, totalmente!! ¡¡Falsos!! Y pensar en todo lo que
he hecho por ti, las veces que he...- gruñía agitando sus flacos brazos en el
aire.
- ¡Cállate de una puta vez, Harald! - le cortó de mala gana el Halfling,
temiéndose lo peor.
Derramó el contenido de su monedero sobre la mesa más cercana y
sacó su daga, con las manos temblorosas. Un siniestro presagio le apretó
en la boca del estómago cuando desenfundó la hoja sobre la primera
moneda.
- ¡Plomo! ¡Maldita zorra! ¡Puerca bastarda! - aulló el Halfling,
mientras un escalofrío de ira recorría su espalda.
Las monedas resonaron y rodaron bajo la hoja cuando las apuñaló y
cortó, marcando la madera que había debajo. Cada una de ellas era falsa.
Después de un rato, Harald dejó de quejarse y le dio una palmadita en el
hombro.
-Estamos jodidos, muchacho. Lo mejor es afrontarlo…- intentó
consolarlo el viejo.
-Todavía no, todavía no…- barruntó con gesto homicida el Halfling. A
estas alturas Warble estaba cabalgando en una ola de rabia incandescente.
-Todavía sé dónde encontrarla.
Hizo una pausa, contando hasta diez como su madre solía decirle que
hiciera. No sirvió de nada.
-Y quiero que encuentres a otra persona por mí…- le dijo al viejo,
echándole una mirada asesina.
Seguir a Astra desde el Cisne, fue algo casi instantáneo.
La niebla parecía más densa que nunca y a medida que caía la noche,
las calles se desvanecían como fantasmas escondiéndose por las sombras.
Warble, pensó que casi podría haber caminado junto a ella sin ser
detectado, aunque su perfecto conocimiento de la geografía local, le
permitió no hacerlo. En lugar de eso, se quedó atrás, pasando por los
huecos entre los edificios (que la mayoría de la gente ni siquiera sabe que
existen) acercándose lo suficiente como para asegurarse de que todavía
era Astra la que iba delante de él cada minuto. No tardó en sentir el sabor
de la sal en el aire, que cortaba los olores habituales de la ciudad, como el
de los residuos podridos y la mala cocina.
El banco de arena, era uno de los puntos más septentrionales de la
ciudad, frente al océano. A medida que Marienburgo crecía, el comercio se
había trasladado a los muelles más grandes y protegidos, situados más
arriba, provocando que las cuencas más antiguas y poco profundas se
sedimentaran. Ahora casi nadie las utilizaba, salvo los pescadores de altura
y un puñado de contrabandistas.
A medida que la pareja se adentraba en la deteriorada región y las
señales de habitabilidad se tornaban más escasas, Warble comenzó a
moverse con más cautela. Perdió de vista a Astra varias veces, pero el
golpeteo de los tacones de sus botas, le indicaba su posición con la misma
eficacia que si hubiera hecho sonar una sirena en la niebla.
El crujido de sus propias suelas desnudas contra los adoquines era
casi inaudible, pero de todos modos aguzó el oído; la niebla llevaba el
sonido en direcciones extrañas y los almacenes abandonados que los
rodeaban, creaban ecos peculiares. Varias veces se detuvo en seco,
escuchando, convencido de que podía oír otras pisadas, hasta que la razón
se imponía y le permitía creer que era simplemente el sonido del avance
de Astra que rebotaba en las paredes de madera podrida.
Un momento después, se quedó helado. Astra estaba hablando con
alguien fuera de su vista, detrás de una pared derruida, a través de cuyos
resquicios se veía un parpadeo de luz. Las voces eran tenues, las palabras
inaudibles, pero la cadencia le resultaba familiar… al cabo de un momento,
reconoció la tonalidad del marinero norscano que había conocido en el
Delantal.
Las negociaciones no parecían ir demasiado bien. Las voces se
hicieron más intensas por un momento y luego, la conversación terminó en
un único grito ahogado.
Warble avanzó, con un cosquilleo en las palmas de las manos y notó
algo cálido, húmedo y pegajoso bajo sus pies. El viejo muelle estaba ahora
desierto, pero podía oír el ritmo familiar de los tacones de las botas de
Astra alejándose en medio de la noche. El marinero yacía a unos metros de
distancia, humeando suavemente, así que el halfling, cogió la linterna y
trotó hacia él para examinarlo.
Una mirada fue suficiente para que deseara no haberlo hecho. El
hombre estaba muy muerto, con la mayor parte de sus intestinos
esparcidos por los adoquines.
Warble dejó caer la linterna, que se hizo añicos en el suelo, pasando
uno o dos intensos minutos, tratando de retener su almuerzo en el
estómago. Luego escuchó con atención, localizando los pasos lejanos y
salió tras la elfa delincuente.
Se acercó a ella rápidamente, pues sus pisadas eran imperceptibles,
casi indetectables, mientras que las de Astra se hacían más fuertes con
cada paso sucesivo. De repente se detuvo.
Warble se quedó petrificado, seguro de que había oído como lo
llamaban. Pero se equivocó. La voz de Astra se transformó en un gruñido
audible en varios metros a la redonda, aunque por un momento, fue
ahogada por completo por una familiar risa gorjeante.
El halfling volvió a avanzar, manteniéndose oculto por las sombras,
con una peculiar sensación de déjà vu. Poco a poco, la escena empezó a
aclararse.
La luz apareció primero, una más brillante que la de la linterna del
marinero, filtrándose a través de la niebla como el aceite en el agua. Poco a
poco, a medida que se acercaba, se perfilaba el contorno de un almacén
abandonado. Aquella luz, se filtraba por los tablones que faltaban en el
techo y por los huecos de las paredes. Uno de esos huecos, estaba a la
altura de su cabeza; Warble se apoyó en las maderas podridas y miró a
través de él.
El edificio estaba bien iluminado, pero sucio, con siseantes antorchas
que colgaban de los soportes de las paredes. Se habían pintado extraños
diseños en la madera con pintura roja parduzca y un cofre de madera
intrincadamente tallado, se encontraba en un estrado elevado en el
extremo más alejado. Al principio pensó que los hilos que colgaban de las
vigas eran cuerdas de algún tipo. Luego los miró bien y se dio cuenta de
que la pintura no era pintura y esta vez, su última comida acabó ganando la
carrera para escapar de su cuerpo antes de que él pudiera retenerla.
Estaba metido en un problema más grave de lo que había creído posible.
Todo el mundo en las calles de Marienburgo, había oído historias de
la existencia de un templo secreto de los adoradores de Khaine escondido
en algún lugar de la ciudad y al igual que Warble, se había reído de lo
absurdo de la idea, incluso mientras miraban las sombras con repentina
inquietud. Ahora sabía que los ridículos rumores eran ciertos… pero
dudaba mucho de que pudiera sobrevivir para contárselo a alguien.
Atrapado por una horripilante fascinación, e incapaz de apartarse,
observó el drama que se estaba desarrollando en su interior.
Astra y Ferrara discutían ferozmente; entorpecida por la estatuilla,
ella no había podido sacar un arma. Ferrara estaba fuera de su rango, con
una ballesta amartillada en la mano, mientras su pequeño compañero se
acercaba para llevarse la rata. Se había despojado del sombrero para
mostrar unas orejas altas y puntiagudas adornadas con cintas llamativas.
En cualquier otra circunstancia, la presencia por primera vez de un
verdadero Snotling (y más aún de uno vestido de forma tan extravagante)
habría asombrado a Warble… aunque esta noche parecía perfectamente
razonable.

-Créame, mi querida señora, no deseamos matarla. Ciertamente no


aquí, ¡har har!, Eso iría realmente en contra de lo establecido, ¿no es así?
Pero debe entender que no podemos permitir que uséis la roca esa
contra nosotros.
-Me bañaré en tu sangre, Ferrara. Haré que tu muerte parezca una
eternidad de tormentos…- escupió con una maldad inhumana Astra.

Aquellas palabras, salieron siseadas de aquel rostro distorsionado


por el odio, tan estranguladas por la rabia, que apenas eran coherentes.
Ferrara se rio.

-Vaya, mi querida Astra. Nunca supe que te importase tanto- se


burló. Le lanzó un beso exagerado. -Y dicen que las elfas brujas no tienen
sentido del humor…

Gritando con la furia de un animal acorralado, Astra saltó hacia


adelante, blandiendo la estatuilla como un garrote. Golpeó al pequeño
Snotling en un lado de la cabeza. Con un repugnante crujido de huesos
rotos, el diminuto Catamita, atravesó volando el suelo del templo.

-¡¡Leppo!!- aulló Ferrara, disparando la ballesta. El proyectil, alcanzó


a Astra en plena embestida. Ella giró con el impacto, con la flecha
sobresaliendo de su pecho y dejándola tambaleando mientas se dirigía
hacia el altar. Ferrara arrojó el arma en su dirección y corrió hacia el cuerpo
inerte de su compañero. Grandes y grasientas lágrimas corrían por su
rostro mientras acunaba la pequeña forma. - ¡Lo has matado, maldita
zorra!

Astra no dijo nada, zigzagueando de un lado a otro como si estuviera


borracha, con la única intención de alcanzar su objetivo. A pocos pasos de
él, comenzó a cantar y luego, balanceó la estatua por encima de la cabeza
para hacer estallar la base de la estatuilla contra el altar. En cuanto la
reventó, una piedra roja, que brillaba con una maldad de otro mundo,
comenzó a rebotar contra la superficie del altar.
Ferrara también comenzó a cantar, mientras en su rostro, se dibujaba
un rictus, imprecado de una malicia risueña y la tensión de una tormenta
mágica, comenzó a crepitar en el aire.
Fue entonces cuando Warble se dio cuenta de que comenzó a oír
unos pasos a su alrededor en la niebla, haciendo que se pusiera
rápidamente a cubierto en las sombras. En medio de la niebla, comenzaron
a dibujarse borrosas formas, que corrían hacia el edificio, con sus
contornos distorsionados por los vapores que los envolvían. Al menos, eso
es lo que Warble prefirió pensar. Desde el lugar donde se encontraban las
puertas principales, se oyó el choque de las armas y el chillido incoherente
de unas almas condenadas en un combate mortal.

“Por supuesto, que estúpido…”, pensó con frialdad, “ninguno de los


dos antagonistas habría ido solo al templo”.
La señora Warble no había criado a ningún estúpido (aparte de su
hermano Tinfang, que estaba muerto, vaya) por eso Warble, se puso en
marcha en cuanto no hubo moros en la costa. Impulsado por un cegador
pánico, escapó del lugar sin fijarse en la dirección que tomaba, con tal de
que aquel camino lo alejara del almacén. Sólo tenía una vaga idea de
cuánto faltaba para llegar a un lugar seguro. En ese momento, se estrelló
de frente con un algo blando, mullido y cálido, que comenzó a insultarlo y a
perjurar.

- ¡Sam! ¡Ven por aquí, conmigo, vamos!

Lisette lo arrastró a un callejón lateral, un instante antes de que la


noche estallara a su alrededor. Un resplandor antinatural y etéreo inundó
la oscuridad, atravesando la niebla amortiguadora, mientras un aullido
demente que desgarraba las entrañas, se elevaba en el aire.

- ¿Pero qué demonios está pasando? - preguntó el Halfling, sudando


y temblando.
-Pensé que podrías necesitar algo de ayuda…- explico amablemente.
Lisette le tendió una pequeña petaca y Warble, la engulló como un poseso.
Era un buen coñac bretón que debiera haber saboreado en circunstancias
más felices. -He hecho algunas averiguaciones… Tu amiguita, mintió
sobre el robo en el Cisne.
-Lo sé…- dijo recuperando la compostura. -Gracias por la bebida.
-Ya me lo pagaras más tarde. Hice que la siguieran e hice más
preguntas…- Lisette, entrecerró los ojos y a continuación, le susurró a
Warble. -Es una elfa oscura.
-Eso también lo sé. Eso de ahí atrás, es un templo de Khaine.
- ¿En serio? - se sorprendió y enarcó una ceja. -Eso explica muchas
cosas…

Warble no preguntó el qué; si ella quisiera que lo supiera, se lo


habría dicho.

-Todo el asunto de la rata era una cortina de humo…- le explicó con


gesto de fastidio. -Todo el mundo iba detrás de una cosa que portaba en
la base sobre la que estaba montada. Parecía una especie de piedra
mágica.
-Una piedra de sangre… Alguien como tu amiga, puede usarla para
invocar demonios, ¿sabes? - asintió Lisette tranquilamente, mientras Sam
la miraba con gesto descreído. -Continúa tu relato.
-El hombre gordo, parecía saber lo que era. Intentaba evitar que
ella la tuviera en sus manos.
-Que lo haga. Hay otra secta activa en la ciudad. No sabemos
mucho sobre ella, pero son igual de perjudiciales para el negocio. Parece
que están en una especie de disputa por el territorio con la de Khaine- le
aclaró ella.
-No estarán activos por mucho tiempo me da a mi…- repuso a su vez
Warble. -Se están haciendo pedazos los unos a los otros allí, en el templo.
-Bien…- manifestó con gesto complacido Lisette. Poco a poco, la
claridad mágica se desvaneció, para ser reemplazada por el familiar
parpadeo rojo y amarillo de las llamas saltarinas. -Creo que dejaremos que
el capitán Roland se lleve el mérito de haberlos descubierto y limpiado.
- ¿Qué? ¿Como? ¿Quién demonios? - preguntó Warble sobresaltado
y girándose, al oír el estruendo de los pasos que se acercaban.
Al volverse para hablar con su atractiva confidente, ésta ya no estaba.

- ¡Sam! - lo llamó una voz conocida.

Gil apareció en la boca del callejón un momento después, con un


escuadrón de sus vigilantes detrás de él. Harald iba con ellos, mezclado en
medio del grupo, agarrando una pica maltrecha de su tienda y resoplando
enérgicamente.

-Te echábamos de menos en el Cisne y al ver que tardabas... ¿Qué


es lo que pasa? - le preguntó el anticuario.
-Es una larga historia, viejo amigo…- se congratuló Warble, dando
otro trago al brandy de Lisette y se apoyó con gesto agradecido contra la
pared del callejón. -Y te apuesto treinta coronas de plomo a que no te
crees ni una palabra...

FIN.

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