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CAPITULO TERCERO.

LA ALTA EDAD MEDIA Y LA DISPERSION JURIDICA.

Desde un punto de vista de la historia general, la Edad Media es normalmente


dividida, por un problema metodológico, en Alta y Baja Edad Media. En la
Península Ibérica, se acostumbra poner la fecha (que siempre será arbitraria) del
comienzo de la Alta Edad Media en el año 711, cuando cayó el Reino de Toledo,
porque la monarquía visigoda, como ya hemos visto, no trajo un corte con la
cultura y la tradición jurídica romana. Los visigodos llegaron a la Península, con
más de un siglo de intenso contacto con Roma, e incentivaron, en las dos
centurias siguientes, sus elementos latinos, en detrimento de su cultura anterior.
Leovigildo hizo su proyecto el transformar al reino en una réplica del Imperio,
volviéndose él mismo, o intentando volverse, un “Dominus” con diadema y ropas
de púrpura. Sin embargo, ese año como sabemos dicho reino fue destruido por la
invasión musulmana que en un breve lapso dominó prácticamente la totalidad de
la Península y dio lugar a un período que duraría en lo político hasta 1492, y
desde el punto de la historiografía jurídica se denominará de Dispersión Jurídica
que es consecuencia directa de la desaparición de un poder central en España y
de los estudios de Derecho como ciencia hasta mediados del siglo XIII, esto
último, más bien como consecuencia, de la vulgarización del antiguo Derecho
Romano y la desaparición de los centros de estudios jurídicos, esto, en todo el
occidente de Europa.

1. El ISLAM Y SU MENSAJE RELIGIOSO.


Las tropas que ingresan a la Península Ibérica a principios del siglo VIII y que
logran apoderarse del control de casi toda Hispania, forman parte del movimiento
expansivo llevado cabo por el Islam. Fue este un movimiento religioso nacido en el
corazón de la península de Arabia, que con una rapidez impresionante logró
extender su influencia religiosa y política por amplios territorios del mundo
mediterráneo, llegando a instalarse a principios del siglo VIII en el extremo más
occidental de Europa: la Península Ibérica.
En efecto, mientras Occidente se estructuraba en reinos germánicos y Bizancio
asumía el fracaso de la restauración justinianea, comprendiendo que siempre
sería un estado oriental, notables hechos tenían lugar en la Península Arábiga. En
570, en La Meca, nacía Muhammad (Mahoma), quien profundamente influido
desde su infancia por las religiones judía y cristiana, alrededor del 612, comenzó a
darse a conocer en su ciudad y a difundir su mensaje monoteísta e igualitario de la
salvación eterna a través del Islam, que significa: “la resignación ante la
voluntad de Dios”, él que encontró rápido eco, que lo elevó una posición
excepcional.
El Corán (Kuran, en árabe, es a un mismo tiempo “la Recitación”, “la Lectura” y
“Lo que ata”), texto sagrado de esta nueva religión, es la Palabra de Dios. Le fue
revelada a Mahoma por medio del Arcángel Gabriel, para que la propague entre
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los hombres. En él se hayan incorporados los anteriores códigos religiosos y sus
mandamientos, y en sus 114 capítulos (sura), el Corán contiene numerosas
prescripciones no sólo religiosas, sino que políticas y de índole jurídica.
Veamos, por ejemplo el Sura II (De la Vaca), versículos (aleyas) 227 a la 230,
que reglamenta el divorcio:

“(227)
Y si se deciden por el divorcio*, Allah es Oyente y Conocedor.
* [Una vez transcurrido el plazo de cuatro meses de separación.]

(228)
Las divorciadas deberán esperar tres menstruaciones para estar en disposición de volverse a
casar y no es lícito que oculten lo que Allah haya creado en sus vientres si creen en Allah y
en el Último Día.
Sus esposos tienen más derecho* a volver con ellas dentro de este plazo, si quieren
rectificar.
Los derechos de ellas sobre sus esposos son iguales a los derechos de éstos sobre ellas,
según lo reconocido; pero los hombres tienen un grado sobre ellas.
Allah es Poderoso y Sabio.
*[Que cualquier otro pretendiente.]

(229)
El divorcio son dos veces*. Y, o bien la vuelve a tomar según lo reconocido, o la deja ir en
buenos términos*.
Y no os está permitido quedaros con nada de lo que hayáis dado. A menos que ambos
teman no cumplir los límites de Allah.
Y si teméis no cumplir los límites de Allah, no hay falta para ninguno de los dos si ella
ofrece alguna compensación*.
Estos son los límites de Allah, no los traspaséis.
Quien traspase los límites de Allah... Esos son los injustos.
* [Es decir, se puede ejercer dos veces con posibilidad de revocarlo.]
* [La vuelve a tomar antes de cumplirse el período de espera o la deja ir al cumplirse éste.]
* [A cambio de obtener el divorcio.]

(230)
Si vuelve a divorciarla*, ella ya no será lícita para él hasta que, habiéndose casado con otro,
éste, a su vez, la divorcie; en cuyo caso no cometen ninguna falta si ambos vuelven (a
casarse), siempre que crean poder cumplir con los límites de Allah.
Estos son los límites de Allah que Él aclara a gente que sabe.
* [Una tercera vez, después de las dos mencionadas.] ”

El Islam no tiene organización eclesiástica. La dirección religiosa la llevan a


término los Ulemas, los Muftís y el Imam. Los ulemas son los sabios en materia
religiosa, mientras que los muftís son los asesores canónicos, y la cabeza de la
comunidad de creyentes es el imam, director de la oración colectiva.

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El nuevo mensaje promete a todos los hombres salvación eterna siempre y
cuando crean en Alá, Dios único y misericordioso, y cumplan sus preceptos. Y
estos últimos constituyen los cinco pilares (arkán) de la religión:

a) La profesión de fe (shahada): “Solo Dios es Dios y Mahoma es su profeta”;

b) Oración cinco veces al día (el Corán que la llama “azalá” o “salat”, recomienda
dos o tres oraciones diarias, y existe una oración comunitaria que se efectúa el
viernes);

c) El impuesto religioso (limosna obligatoria llamada “azaque” o “sakat”, y la


voluntaria o espontánea llamada “sadaqa”);

d) Observación del mes de ayuno (durante el mes de Ramadán, que es el noveno


mes del calendario islámico, que es el mes en que la tradición indica que comenzó
la revelación al Profeta, que termina con la “Noche del Poder”. En este período los
musulmanes no pueden comer, ni beber, ni mantener relaciones sexuales durante
las horas de luz), y

e) Peregrinaje a La Meca una vez en la vida (“hayy”, así el creyente que cuente
con los recursos debe peregrinar una vez en la vida a La Meca el último mes del
año del calendario islámico).

Esta nueva religión, venía a sobreponerse a un extendido politeísmo reinante en


Arabia. Uno de los elementos que llama la atención acerca de las ofertas
entregadas por esta nueva religión era la promesa de ingreso directo al Paraíso a
los caídos en la Yihad o Guerra Santa contra los infieles, que es uno de los
términos más controvertidos en el Islam.
La Yihad es el máximo esfuerzo para ser un buen musulmán, es un esfuerzo
contra “lo que es reprobado”. En el Corán el término aparece en el contexto de la
elevación espiritual de los creyentes, sin olvidar que se trata de una época de
guerra defensiva. Los primeros comentaristas definen la yihad como una guerra
militar pero justa en nombre del Islam, y para los chiitas designa un esfuerzo
moral.
El éxito de las prédicas obligó a Mahoma a huir de la Meca el año 622,
refugiándose en el Oasis Yatrib, unos 360 kilómetros al norte. Con posterioridad el
oasis recibió el nombre de Medina, y él mismo pasó a ser un “profeta guerrero” al
frente de sus aliados.
Ese episodio, llamado HISHRÁ (huída, mudanza) o HÉGIRA, y es a partir de él
que los musulmanes (es decir los “creyentes”) cuentan los años (lunares).

Con el asentamiento en Medina, puede considerarse fundado el primer Estado


Islámico, a cuya cabeza se ubicaba el Profeta, quien ostentó a la vez el poder
espiritual y el temporal. Desde este lugar comienza la irradiación del nuevo
mensaje religioso al resto de la comunidad árabe, así también, la palabra de Dios,
revelada al Profeta estaba escrita en Árabe, con lo que se aseguraba la
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preponderancia de los árabes en la nueva religión que aspiraba a una
universalización (las traducciones del Corán estuvieron prohibidas hasta la
segunda mitad del siglo XX).

1.1. La expansión del Islam.


La expansión islámica no respondió a un plan previamente establecido desde la
administración centralizada, no hubo, por así decirlo, una planificación de guerra
en sentido moderno. Más bien avanzó debido a los impulsos de las mismas tribus
que se iban incorporando a la órbita musulmana. Sin embargo es innegable que
las enseñanzas de Mahoma también contenían un imperativo a tomar las armas
para imponer la nueva fe, en términos inequívocos. Va más allá de lo pretendido
por este estudio la calificación o “verdad” de la nueva fe, sin embargo es
indudable, que estas “ideas fuerza” tuvieron enorme éxito.
En un principio, a la muerte de Mahoma el año 632, se elegirían Califas
(Sucesores) dentro del grupo de primeros seguidores y familiares del Profeta,
período conocido como el del “Califato ortodoxo” el que va desde el año 632
hasta el año 661. En un principio se avanzó hacia el norte y hacia el este, es decir
hacia los imperios sasánida (persa) y bizantino. El primero a la muerte del último
califa de este período estaría completamente conquistado. Por otra parte, entre los
años 635 y 642 fueron tomadas Palestina, Siria, Líbano, Egipto y la Tripolitania
(Libia) al Imperio Bizantino. Luego ya bajo el Califato Omeya que duraría hasta el
año 750, se produjo el año 698 la captura de la Cartago bizantina y a principios del
siglo VIII los ejércitos árabes y beréberes aliados avanzaron sobre Argelia hacia
Marruecos. La conducción de los ejércitos combinados estaba en manos árabes.
A partir de este momento ya tenemos toda la fuerza musulmana instalada frente a
la Península Ibérica. A través de saltos sucesivos, atravesando mares y desiertos,
la nueva religión nacida en el corazón del desierto arábigo, preparaba su avance y
arremetida contra la zona más occidental de Europa, la Península Ibérica.
Al otro lado del estrecho, le aguardaba un mundo en descomposición. Las intrigas
políticas del Reino Visigodo le estaban ahogando en luchas intestinas que
enfrentaban a las facciones con el fin de apoderarse del poder. El problema
esencial, según señala Marianne Barrucand, al parecer radicaba en el carácter no
hereditario de la monarquía, lo cual, sumado a una serie de problemas
económicos y sociales, habían llevado a la nobleza visigoda a mantener un estado
permanente de lucha. Ese era el panorama de la Península Ibérica a principios del
siglo VIII. Ahora bien, a todo lo anterior, falta, además, sumar un último elemento,
que será el que pondrá en forma definitiva a los musulmanes en las tierras
hispanas. Desde la primera mitad del siglo VII los herederos pretendientes al trono
visigodo comenzaron a volver sus ojos a poderes externos, con el fin de realizar
sus ambiciones. Atanagildo llamó a los bizantinos en su ayuda, Sisenando acudió
a los francos, Froya a los vascos y finalmente en el año 711 Akhila y sus
hermanos (los hijos del Rey Vitiza), pidieron ayuda a los musulmanes del norte de
África para luchar contra el Rey Rodrigo. Este hecho facilitó las cosas a los
musulmanes, quienes instalados en las costas de África, ya habían puesto en
España su próximo objetivo.

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1.2. La invasión y la ocupación de España.
La presencia musulmana en España ocupa un espacio, tanto cronológico como
territorial con un principio y un fin muy concretos, ocho siglos, del VIII al XV de
tiempo absoluto, limitados por dos hechos históricos o políticos muy concretos: el
año 711, el de la primera invasión árabe a la península, y el 1492, momento en
que el último reducto árabe, Granada, es entregado a los Reyes Católicos.
Dividida en diferentes etapas: conquista, emirato, califato, reinos taifas,
almorávides y almohades y reino nazarí.
Según la documentación musulmana, en el año 710 se envió a la península una
expedición de tanteo, encabezada por Tarif ibn Malluk junto con setecientos
hombres más. Desembarcaron en Tarifa, y de allí pasaron a Algeciras, con ayuda
del Conde Don Julián, aliado de Vitiza, y enemigo del rey Rodrigo. Será el año
siguiente, el 711, una fecha a recordar: con el califa omeya Walid I y siendo Musà
ibn Nusayr gobernador en Ifriqiyya, su lugarteniente Tarik ben Ziyad, viendo el
estado de descomposición del reino visigodo, cruza el estrecho de Gibraltar con
siete mil hombres (a los que se agregarán otros 5.000 enviados después por
Musa). Comienza aquí la historia del Islam en Europa.
Avisado el rey Rodrigo en Pamplona, baja hasta el Sur y se enfrenta con Tarik en
la Batalla de Guadalete. Es éste el primer enfrentamiento militar entre árabes y
cristianos, la primera derrota frente al Islam y la desaparición de don Rodrigo.
Se toma Écija, Córdoba, Granada, Málaga, Orihuela, el centro de la meseta de
Toledo, Guadalajara, Zaragoza y Tarragona. En el verano del año 712, Musà se
traslada a España con dieciocho mil hombres, iniciando una segunda penetración
hacia el Norte, conquistando sin mucha resistencia Medina Sidonia, Carmona,
Sevilla, Mérida, Toledo, donde estaba Tarik, y luego Galicia y León. Es
sorprendente la rapidez con la que avanza la conquista.
Sin embargo, ya un intento de pasar más allá de los Pirineos, en el año 721 del
cuarto valí (gobernador) del Al-Andalus, Samh ibn Malik al-Jawlani (719-721)
quien intentó una expedición a las Galias, significó la derrota musulmana a manos
de Eudes, duque de Aquitania, y la muerte Samh ibn Malik.
En el año 722, se registran conflictos con Pelayo, noble de posible origen visigodo
que acaudilló la primera resistencia organizada en contra los árabes con los
cántabros y los asturianos; y así en los Montes Cántabros, en la Batalla de
Covadonga se hace frente al Islam y sus incursiones, considerándose el primer
hecho antiislam en España. Las fuentes árabes y cristianas coinciden en la
importancia de esta batalla, aparece en las Crónicas de Alfonso III, hablando de
“ciento ochenta y siete mil hombres árabes vencidos”; las fuentes musulmanas, al
contrario, hablan de la anécdota de Covadonga, haciendo referencia a “trescientos
asnos salvajes”, respecto a los cristianos (Crónica de al-Moggari).
El año 732 se pasarán por última vez los Pirineos, en son de conquista, por el valí
Abd al-Rahman al-Gafiqi, pero los musulmanes son derrotados en la Batalla de
Poitiers por Carlos Martel, cerrando la posibilidad de expansión por el Norte.
Significa esto el final de la penetración en Europa del Islam árabe.
Desde el año 711 hasta el 756 se ha considerado el período de Conquista Árabe
de España. Como veíamos el avance musulmán fue detenido definitivamente el
año 732, e implicó que ya no se avanzaría al norte de los Pirineos, salvo en lo que
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respecta a la Galia Narbonense y la Setimania, bajo dominio musulmán algunos
años más, y por otra parte, se estableció una frontera entre el nuevo reino de
Asturias, establecido por el yerno de don Pelayo, don Alfonso I, primer Rey de
Asturias, que a esta última fecha, se había consolidado y comprendía Asturias,
Cantabria, León, La Rioja, el norte de lo que va a ser Castilla y Galicia; y se había
establecido el “protectorado” o dependencia franca de la zona inmediata a los
Pirineos desde donde surgirán los futuros reinos de Navarra y Aragón; quedando
el resto de España en manos musulmanas. Quedó definitivamente establecido el
Emirato del Al-Andalus dependiente como provincia del Califato de Damasco el
año 741. La capital en principio estuvo en Sevilla, luego pasó a Córdoba. En este
período, comienza una etapa de lucha por el poder entre los jefes militares
desplazados a la península, acrecentado por un cierto carácter racial, ya que en
las distintas invasiones habían participado diferentes grupos: por una parte, una
aristocracia árabe del califato; por otra, los Bereberes llegados del Norte de África;
y un tercer conjunto, el formado por esclavos de origen cristiano, esclavos
manumitidos, una población hispana que se islamizó.
En el año 750 se produce la exterminación violenta de la dinastía Omeya por parte
de la dinastía Abbasida, con lo que se inicia el Califato Abbasida que duraría hasta
1248. Constituye este hecho uno de los más sangrientos crímenes políticos de la
historia. Damasco fue abandonada como capital y Bagdad pasó a ocupar su lugar.
El único príncipe Omeya que se salvó de la matanza fue Abd al-Rahman ibn
Muawiya, Abd al-Rahman I, quien el año 756 llega a Al-Andalus, desembarca en
Almuñécar (Granada), haciéndose con el poder, y poniendo fin a la inestabilidad
política que mantenía Al-Andalus.
Con él comenzó el Emirato Independiente de Córdoba (756-929). Durante este
período del emirato omeya, Al-Andalus se convertirá en el enclave más importante
del Islam occidental, Córdoba se erigirá como el “crisol de lo oriental y de lo
occidental”, siendo respetada como verdadera potencia política y cultural por
musulmanes, judíos, bizantinos y cristianos. Este momento de esplendor no sólo
lo fue en el ámbito político-administrativo y comercial, también la cultura fue
adquiriendo un carácter propio, siempre conectada con el resto del mundo
islámico, pero creándose su debida identidad, gracias, en parte a las relaciones
que seguía manteniendo con el mundo cristiano.
Del 929 al 1031 durará el Califato Cordobés. Fundado por Abd al-Rahman III,
descendiente del fundador del Emirato de su mismo nombre. Aunque de corta
duración, lo cierto es que durante él la España musulmana alcanzó su esplendor
cultural, político y militar, siendo llamada por sus enemigos “Ornamento del
Mundo”.
La proclamación tenía un doble propósito. Por un lado, en el interior, los omeyas
querían reforzar su posición. Por otro, en el exterior, al objeto de consolidar las
rutas marítimas para el comercio en el Mediterráneo, garantizando las relaciones
económicas con Bizancio y asegurar el suministro de oro.
Tras la toma de Melilla en 927, a mediados del siglo X los omeyas controlaban el
triángulo formado por Argelia, Siyimasa y el océano Atlántico. El poder del califato
se extendía también hacia el norte, y hacia 950 el Sacro Imperio Romano-
Germánico intercambiaba embajadores con Córdoba. Algunos años antes, Hugo
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de Arles solicitaba salvoconductos para que sus barcos mercantes pudieran
navegar por el Mediterráneo, dando idea, por tanto del poder marítimo que
ostentaban.
Es como se decía, la etapa política de la presencia islámica en la Península
Ibérica de mayor esplendor, aunque de corta duración pues en la práctica terminó
en el 1010 con la fitna o “guerra civil” que se desencadenó por el trono entre los
partidarios del último califa legítimo Hisham II, y los sucesores de su “primer
ministro” o hayib, Muḥammad ibn 'Abd-Allah ibn Abū Āmir, llamado Al-Mansūr,
“el Victorioso”, Almanzor. En el trasfondo se hallaban también problemas como la
agobiante presión fiscal necesaria para financiar el coste de los esfuerzos bélicos
de este último.
Oficialmente, no obstante, el califato siguió existiendo hasta el año 1031, en que
fue abolido dando lugar a la fragmentación del estado omeya en multitud de reinos
conocidos como Taifas.
La etapa que sucede al Califato se conoce como la de los Reinos Taifas (tawaif
significa desmembramiento o facción), período que duraría hasta el año 1086.
Pero a su debilidad política y militar no se correspondió la cultural, ya que todos
estos pequeños Estados decidieron convertir su capital en “una pequeña
Córdoba”.
Así, frente de cada uno de los distritos, fronteras, cantones y ciudades de Al-
Andalus quedaban como soberanos independientes de sus pequeños principados
una serie de reyezuelos, correspondientes a algunas de las taifas (partidos) que
habían luchado por imponerse en el califato, la taifa de origen árabe, la taifa
eslava y la taifa bereber. En un primer momento llegaron a contarse casi 30
pequeños reinos, que además estaban en constante lucha con los otros e
internamente.
En este estado de cosas, los reyes y condes cristianos comenzaron a
aprovecharse de la situación. Así, desde Ramón de Berenguer I, Conde de
Barcelona (1035-1076), se comenzó a ejercer una presión cada vez más fuerte
sobre los diversos soberanos taifas. Sin embargo, los reyes cristianos
consideraban en ese momento, la empresa de conquistar los reinos taifas como
inviable, y llegaron a una forma particular de acuerdo, que consistía en una
protección a cambio de un tributo que se pagaba en monedas de oro, el que
recibió el nombre de Parias. La presión de estos pagos sobre las economías de
los reinos taifas fue tal que terminaron por arruinar la economía de los mismos, lo
que provocó la imposibilidad de cubrir el pago exigido, por lo que finalmente el rey
de León y Castilla, Alfonso VI aprovechó la debilidad y comenzó una serie de
campañas contra los reinos taifas de Toledo y Valencia, tomando al primero el año
1085.
Sin embargo, lo anterior provocó que el año 1086, los reyes de Sevilla, Granada y
Badajoz solicitaran ayuda a los Almorávides (al-Murabitun o “gente del ribat”),
bereberes del Sahara, de estricta ortodoxia religiosa, y que habían dominado los
reinos y emiratos del Magreb. Desembarcaron en Algeciras y se lanzaron hacia el
norte en búsqueda del choque con los cristianos a quienes infringieron una severa
derrota en la Batalla de Zalaca. Con posterioridad en el 1090 con Yusuf ibn
Tashfin, monarca almorávide, somete a los diversos reinos taifas y se hace con
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todo el territorio árabe y que acaba con el caos. Al-Andalus pasa a convertirse en
una provincia de los almorávides hasta 1145, fecha en la que aprovechando su
decadencia, y con el objetivo de hacer frente a la Reconquista que avanzaba con
gran rapidez, invaden la península los Almohades (al-Muwahhidun “los unitarios”)
quienes crean un Califato con base en el norte de África haciéndose con el poder,
y situando la capital en Sevilla, logrando derrotar duramente a los castellanos en la
Batalla de Alarcos en el año 1195. Este período durará hasta 1212, año en que
serán derrotados los almohades por las tropas cristianas combinadas en la Batalla
de las Navas de Tolosa. Con este hecho se pone fin no sólo a la pervivencia de
los almohades en la península, sino también a la presencia del Islam en tierras
hispánicas.
Poco después de la Batalla de Navas de Tolosa, sólo quedará un reducto del
mundo árabe en tierras españolas, el Reino de Granada, fundado en 1238 por
Muhhamad ibn Nasr, perteneciente a una familia noble, que da origen a la
dinastía Nazarí y que pervive hasta el 1492. En este año el rey Fernando de
Aragón e Isabel de Castilla entraran en la Alhambra, tomando la que había sido
la última ciudad islámica en la península, Granada. Terminaba con este hecho la
presencia política del poder musulmán en la Península Ibérica.

1.3. El Derecho Musulmán.


El Derecho Musulmán es el Derecho de la comunidad religiosa islámica; es
decir, es un Derecho que se aplica a todas las personas que aceptan la Doctrina
del Islam. El Derecho Musulmán es el Derecho de un Grupo Religioso y no es el
Derecho de ningún pueblo ni de ningún país.
El Derecho Musulmán no es un Derecho autónomo sino que forma parte de la
Religión del Islam. El Derecho Musulmán, la SHARIA (el camino al manantial),
comprende el conjunto de los preceptos legales que afectan a los creyentes
en el Islam. El Derecho Musulmán no es aplicable a los infieles, es decir a los
que no pertenecen a la Religión del Islam.

1.3.1. Fuentes de la Sharia o Derecho Musulmán.


Podemos señalar como fuentes de la Sharia las siguientes:
a) El CORÁN, que está constituido por las revelaciones de Alá. El Corán se divide
en ciento catorce capítulos (suras) y éstos están divididos en versículos (aleyas).
Esta obra era la revelación de la nueva fe y el fundamento del sistema teológico,
político y jurídico del Islam.
El Corán contiene diversas disposiciones de significado jurídico: La adopción,
XXXIII-4 y 5; la tutela, IV-38; el testamento, IV-33; la usura, II-276; la prohibición
de juego y estimulantes, II-219; el homicidio, V- 32; los tributos, IV-38; la justicia,
V-S, y otras más.
b) La SUNNA. Es la tradición que se conserva de lo dicho por el profeta. Lo
que el profeta hizo y lo que consintió expresa o tácitamente. La Sunna se ha
transmitido a través de los Hadits, que son narraciones de lo anterior y que se
componen de dos partes: la relación de las personas que transmiten el Hadits y el
propio texto del Hadits. Ambos se consideran como auténticos. El Corán y la
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Sunna constituyen la Ley Divina y estas fuentes jurídicas se completan con las
fuentes que siguen.
c) El IDJMA. Este es un acuerdo unánime de la comunidad musulmana.
Mahoma había dicho que: “mi comunidad nunca se pondrá de acuerdo acerca de
un error”. Se entiende que los portadores de este consentimiento son los Doctores
Jurídicos, y en este sentido el ldjma supone la opinión unánime de los Doctores
Musulmanes en una determinada época.
d) El QUIYAS. Es el razonamiento jurídico por analogía. Se considera como
una fuente de la ley revelada. Se aplica cuando existe una laguna legal. La labor
de los jurisconsultos en el Derecho Musulmán es la ciencia de Quiyas, dedicada a
la sistemática y aplicación de las normas jurídicas.

1.3.2. Las Escuelas del Derecho Musulmán.


El Derecho Musulmán creó diversas escuelas, entre las que son particularmente
importantes dentro de las escuelas ortodoxas (sunitas) las escuelas: HANEFITA,
MALEKI, SHAFII Y HANBACITA.
a) La escuela HANEFITA está fundada por ABU HANIFA. Escuela tolerante.
Buscan analogías. La aprobación se basaba en la rectitud de la solución. Aplica
los principios de equidad y esta es la actividad racional del juez. Es la escuela
tradicional y se enseñaba fundamentalmente en Bagdad.
b) Escuela MALEKI. En esta escuela se amplía el valor del consentimiento
unánime. Fue fundada por MALIK BEN ANAS. Es la primera escuela. Su base es
la opinión de un comentarista autorizado. Extendieron el concepto medinés de
“costumbre local” a las prácticas jurídicas de otros lugares.
La obra fundamental se llama AL MUWATA (el camino andado). Fue la doctrina
predominante de la España musulmana. Esta escuela introduce el concepto de
bien público y la utilidad pública –quiere decir lo accesible-.
c) Escuela SHAFII. Fundada por AL SAFII. La noción más importante para esta
escuela es la causa de la Ley. Lo que se llama ahora espíritu de la Ley y que sirve
para solucionar los casos no previstos por la Ley. Es la escuela de aplicación en
La Meca y Medina. Tiene gran autoridad y fue la primera en el campo de la
jurisprudencia.
d) Escuela HANBALI. Fundada por AHMAD IBN HAMBAAL. Interpreta la Ley de
una forma rigurosa y se conserva en la península árabe cuna del Islam, y se aplica
exclusivamente el Corán y la Sunna. Rechaza el concepto de la equidad y de
cualquier clase de innovación.
Las escuelas musulmanas se dividen en ortodoxas y heterodoxas. Entre las
sectas heterodoxas la principal es la chiita, que es la que sigue a ALI, el yerno de
Mahoma, creyendo que son Alí y sus descendientes los Califas legítimos. Los
chiitas rechazan la razón humana bajo la forma de analogía o el consentimiento
unánime y se remiten a la palabra del IMAN o Caudillo religioso inspirada por
Dios y que de esta forma se convierte en una potestad infalible.

1.3.3. El Derecho Hispano Musulmán.


Los musulmanes dieron al territorio peninsular el nombre de Al-Andalus. Como
veíamos, desde el año 711, batalla de Guadalete, hasta 1492, caída de Granada,
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la península permanece, total o parcialmente, bajo dominio musulmán,
desapareciendo la Hispania Visigoda.
El latín desaparece como lengua oficial y es sustituido por el árabe, aunque
también se hablan las lenguas precedentes, mezclas de latín y romance. La
Religión Católica es desplazada por el Islam, pero existen en España:
- Los cristianos que se someten al Islam, Muladíes.
- Los cristianos que conservan la religión católica, Mozárabes.
- Conforme los Reyes Cristianos van haciendo la Reconquista, parte de la
población musulmana que queda bajo su control conserva sus creencias:
serán los Mudéjares.
En España va a prevalecer la Escuela MALEKI, y esta escuela domina la
jurisprudencia musulmana a partir del año 950.
Entre la literatura jurídica musulmana podemos citar entre los más importantes a:
AVERROES. Autor de la Bidaya, 1198. Donde estudia las diversas escuelas.
ABEN MUHIO. Toledo 1066. Autor de un Derecho Notarial.
ABEN HALAF. 1292. Autor de un Derecho Sucesorio.
ABU AL WACID, 1203. Autor de un Derecho Procesal.
ABEN SALMUN, 1365. Autor de un Formulario Notarial. Libro de la Contratación.

Los Mozárabes, la población hispano-visigoda que permanece bajo el dominio


árabe, se rige en cuanto al Derecho privado por el Liber Iudiciorum, pero deben
acatar el Derecho Público Musulmán.
Los Mudéjares, musulmanes que siguieron viviendo en territorio cristiano, tuvieron
normas especiales para ellos, como el fuero del Arrabal de Játiva de Jaime I en
1251, y los fueros de Moros, de Alfonso El Batallador.

Los textos jurídicos del Islam eran aplicados por una compleja relación de cargos
jurídicos.
Los más importantes son los siguientes:

a) El Cadí.
El principal eje de la estructura jurídica en el Islam es el Cadí o Juez. En la
práctica las funciones judiciales del Cadí quedaban limitadas a cuestiones
personales, como conflictos matrimoniales y herencias y asuntos de índole civil
que implicasen perjuicio a un miembro de la comunidad, como incumplimiento de
contratos.
Las características del Cadí eran la dignidad, la rectitud y la integridad. A
diferencia de Oriente era casi siempre nombrado un musulmán modelo con visos
de ascetismo.

b) El Alfaquí.
Expertos en leyes (juristas), son los estudiosos del FIQH (la Escuela o Escuelas).
En contraposición con los ULEMAS, que eran los estudiosos del hadits o de la
ciencia religiosa en general. El FIQH suponía la creación del Derecho o criterio
práctico basándose en hechos concretos consuetudinarios o del bien común.

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c) El Mufti.
El Mufti podemos definirlo como aquellos alfaquíes especializados en la
interpretación del Fiqh práctico, de la búsqueda de soluciones y respuestas
legales planteadas a partir de los textos de los maestros consagrados. Eran los
encargados de dictar la fatwas (resolución) y ante ellos se apelaban las sentencias
de los cadíes.

d) El Wattaq.
Es el profesional del Derecho que cumple funciones de Notario.
La práctica notarial es amplísima durante la época Omeya, hasta el punto de que
lo judicial se hace muy rígido en este campo. La actividad de este funcionario se
confunde a veces con la del údul que son los testigos, y se centra especialmente
en la relación y levantamiento de actas, en la redacción de contratos, en la
expedición de certificados y en la protocolización de documentos. En cuanto a los
formularios notariales, estos ponen ante nuestros ojos todo el movimiento de la
vida jurídica de un pueblo, ya que no se limitan a ser colecciones de escrituras
notariales, sino que en ellos cada comentario va acompañado de un corolario
técnico que intenta relacionar la teoría y la realidad. De estas obras notariales en
Al-Andalus se citan los Tratados de Ibn Mugít (siglo XI), Ibn Salmún (siglo XIV) e
Ibn al’Attar (siglo XI).

e) El Sáhib Al-Mawarit.
Encargado del reparto de herencias.
En la organización judicial de la época del Califato aparece una oficina de
sucesiones vacantes, cuyo jefe lleva el título Sáhib Al-Mawarit, que es la persona
encargada de administrar los bienes a la muerte de su propietario que quedaban
sin adjudicar por no ser susceptibles de poder pasar a sus herederos legítimos. En
este tipo de sucesiones los derechos del Estado eran preferentes a los
particulares. El Sahib Al-Mawarit era el encargado de repartir estos bienes cuando
lo ordenaba el Cadí, y también de administrarlos mientras se encontraban en
administración.
Finalmente, el término Surut es utilizado normalmente para designar el contrato y
también para referirse a las actas formalizadas por Notario. Hay que decir que en
el Derecho musulmán no existe una teoría general de las obligaciones y contratos
y no se puede ver el Derecho musulmán de los contratos por las nociones y
categorías que le son ajenas.

2. ORIGEN DE LOS REINOS CRISTIANOS.


En el norte peninsular, a diferencia de lo ocurrido en el centro y sur de la
península, se formaron núcleos de resistencia a la dominación musulmana, que
con el paso de los siglos se convertirían en el principal quebradero de cabeza de
los musulmanes y en los protagonistas de su derrota.
Pero, qué era el norte peninsular. Se sabe por fuentes geográficas que utilizaron
los musulmanes, que éstos veían la Península como si estuviera inclinada hacia el
Este, de tal forma, que la Septimania y gran parte de la Narbonense (el actual
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sudeste francés) eran consideradas por los musulmanes más sur que la zona
noroeste de la Península.
Existen, además, razones climáticas que lo justifican. Justamente, la línea que
delimita el norte climático del olivar arranca del Bajo Miño para descender casi a la
altura del Tajo por Talavera-Toledo y para ascender luego por la cuenca del Ebro
hasta La Rioja, deja a un lado los Pirineos y se introduce en Francia por la cuenca
del Ródano, casi a la altura de Lyon. Por otro lado, es muy probable que luego de
una ocupación casi total, los musulmanes se situaran en el oeste peninsular en la
línea fronteriza romano-visigoda que había servido a estos dos pueblos para
frenar el empuje de los pueblos cántabro y los vascones; la línea León-Astorga-
Amaya-Pancorvo-Miranda-Alava-Aracelli-Pamplona constituyó la zona fortificada
visigoda y más tarde, musulmana.
El siglo VIII va a ser pues, de fijación de posiciones, tanto para los astures
(nombre que adoptan y generalizan los habitantes de esta nueva región-reino)
como para los musulmanes. Así, una serie de problemas internos llevaron al Al-
Andalus a abandonar la zona del Duero, y sus incursiones hacia el norte
estuvieron condenadas casi siempre al fracaso. El más famoso de estos fracasos,
fue la llamada Batalla de Covadonga, posteriormente adornada con la leyenda
del “rey” don Pelayo.
Mucho más decisivas, serían las campañas que llevó a cabo el nuevo Rey de
Asturias, don Alfonso I (750-757) que es sus incursiones llegó hasta Sepúlveda y
Osma, con el fin de fijar definitivamente una zona yerma que separase el Al-
Andalus de su nuevo reino.
Paralelamente se produciría la pérdida de los musulmanes a manos de los francos
de la Narbonense, quienes a fin de impedir futuras incursiones musulmanas a su
territorio, siguieron la política que iniciada por Carlos Martel y continuada por su
hijo Pipino el Breve (752-768), que sólo consiguió la rendición de Narbona una
vez que le garantizó el respeto a “su derecho godo”. El hijo de este último, el futuro
Emperador Carlomagno, intentó finalmente la conquista de Zaragoza, empresa
en la que fracasó, pero logró por medio de su hijo Luis el Piadoso, a quien dejó
en Aquitania con el título de rey, la unión voluntaria de diversas zonas de los
Pirineos, siendo estas las zonas de los Vascos y el condado de Pamplona (que
serían el futuro embrión de Navarra), los condados de Jaca, Sobrarbe y
Ribagorza (futuro embrión del reino de Aragón), y los condados catalanes de
Pallars, Urgel, Cerdaña, Rosellón, Ampurias, Basalú, Gerona, Vic y finalmente
Barcelona el año 801 (el futuro condado de Barcelona). Esta zona sería
inicialmente conocida como la Marca Hispánica y funcionaría como una suerte de
frontera del Imperio Carolingio. Sin embargo, en pocos años los nobles francos
serían desplazados por nobles locales que durante el siglo IX se irían
independizando, para dar lugar a los nuevos reinos de Navarra, Aragón y el
Condado de Cataluña.
La expansión de los pueblos del norte de la Península, ahora ya de los núcleos de
Asturias-León, Navarra, Aragón y Cataluña, se ve favorecida normalmente por la
debilidad musulmana. Es en esta época, en que se logran grandes avances.
Precisamente la debilidad musulmana de la segunda mitad del siglo IX, después
de la muerte del Emir Abd al Rahman II, se aprovechó para llevar a cabo una
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proyección de los habitantes del Reino Asturias fuera de sus fronteras. Bajo
Ordoño I (850-866) se establece la línea de defensa de Tuy-Astorga-León-Amaya;
y luego bajo Alfonso III (866-910) se llega hasta el Duero, con la línea Coimbra-
Zamora-Simancas-Toro; luego se remonta el Pisuerga hasta el río Arlanza.
Burgos es tomada el año 884 y sobre el Arlanza se va a trazar una línea
formidable de torres, castros y castillos que comienza en las estribaciones del
Urbión, con el Castrillo de la Reina y Castrovido, y va a morir en Palenzuela y
Torquemada. Esta tierra, antiguamente denominada Vardulia por una tribu de
origen probablemente cántabro, empieza a denominarse Castilla.
El Reino de Asturias subsistirá como entidad política hasta el año 924, en que el
Rey de Asturias Fruela II, toma el trono de León y unifica su reino con este último
que pasa a ocupar su espacio político.

2.1. La Repoblación.
Una vez tomadas las plazas fuertes de manos de los musulmanes, se poblaban lo
más intensamente que se podía, todas las ciudades villas y castillos elegidos
como centros nodales de la nueva línea fronteriza; se fortificaban tales núcleos
urbanos y se aseguraba su defensa ocupando y repoblando lugares que
garantizaban su comunicación con el interior del reino.
Seguidamente se procuraba colonizar la retaguardia, atrayendo pobladores que
devolviesen la vida a las grandes zonas yermas que quedaban detrás de las
fronteras.
Así, un infante, un magnate o un prelado se encargaba de la empresa inicial; y
después se daban tierras y solares a quienes querían ocuparlos y formar nuevos
núcleos urbanos, y se confirmaba la propiedad de otros a quienes lo habían
ocupado por iniciativa propia. Esta forma de ocupar la tierra recibirá en Castilla el
nombre de PRESURA, y se entiende por ello la ocupación de tierra sin dueño;
suponía la toma de posesión de la misma y a ello parece aludir la significación de
la palabra, que equivale a la acción de apretar o aprehender. La presura podía ser
pues de dos tipos:
a) Era de iniciativa real cuando el Rey organizaba la expedición, que podía ser
dirigida por un conde, en la que figuraban soldados y simples colonos.
Primeramente, se buscaba un lugar en donde asentarse. Una vez encontrado se
repartían las tierras. De esta forma se repoblaron Astorga, Amaya y Burgos.
b) La otra forma de realizar la presura es aquella en que la iniciativa la llevan
por particulares bien sea bajo la dirección de un obispo, abad o conde, o
mediante la ocupación incontrolada de tierras. En este último caso, había que
ocupar y trabajar la tierra, y después demostrarlo, con lo que inmediatamente la
tierra pasaba a ser de quien la trabajaba. De esta última forma se repobló toda la
cuenca del Duero.
Esta última repoblación fue la causa del sentido dinámico que tiene la estructura
social del reino leonés y la singular articulación de una sociedad extraña en la
Europa de la época. En “la tierra de fuera”, al sur de la cordillera cántabro-astur,
al menos en un comienzo, fue escasísimo el número de siervos de la gleba. Lo
que verdaderamente caracterizará la estructura social castellano-leonesa inicial y
la hace diferente del resto del occidente de europeo con la existencia de pequeños
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propietarios libres (los ingenui de los documentos) agrupados en pequeñas
comunidades rurales también libres, muchos de ellos acogidos al patrocinio o
benefactría (lo que más adelante se conocerá como los hombres de behetría) de
un señor al que podían abandonar a su albedrío, y otros completamente libres y
sólo dependientes del rey leonés o más tarde del conde castellano.

2.2. La Inmunidad y el Régimen Señorial.


Otra consecuencia de la Reconquista cristiana fue el nacimiento de la
INMUNIDAD (inmunitas). Podemos definir como inmunidad a aquel régimen que
se aplica a determinadas tierras, en virtud del cual el inmúnita sustituye a los
delegados del Rey en el ejercicio de las competencias de gobierno. Por ello la
inmunidad provoca una evidente diversidad en lo que se refiere al ejercicio de su
poder por parte de la corona: la autoridad del Rey llega a algunas partes mediante
delegaciones temporales, y a otros por cesiones perpetuas, a buen número de
magnates laicos y eclesiásticos, de funciones que aquellos ejercen en los
territorios de su gobierno.
Esta inmunidad se encuentra presente en los primeros momentos de la monarquía
asturiana, debido a que la guerra continuada, las invasiones frecuentes de los
árabes y las devastaciones de que toda invasión iba acompañada crearon un
estado de inseguridad que, reflejándose en la economía de la propiedad territorial,
hacía necesaria la atribución de la soberanía al propietario.
Por otro lado, la inmunidad se desarrolló también por el propósito de la corona de
favorecer a la nobleza, en pos de colaboraciones que se esperan o que tal vez se
hayan prestado. La inmunidad creó un régimen especial de posesión de la tierra
denominado “régimen señorial”.

El SEÑORÍO es una institución, propia de la Edad Media y la Edad Moderna en


España, en cierto modo similar al feudo del Imperio Carolingio. Se trata de una
donación hereditaria de tierras y vasallos, incluida la jurisdicción, dada por
monarcas a nobles o clérigos como pago, como se decía, por servicios
prestados o recompensa a méritos adquiridos, pero por su mera voluntad
(merced).
Su pervivencia en el tiempo (hasta el siglo XIX) y su carácter de base económica
de la posición social de la nobleza, sobre todo tras perder ésta su poder político
ante la monarquía, pusieron al señorío en el eje que articulaba los sistemas social,
económico y político, por lo que puede considerarse que todos ellos formaban
parte de un RÉGIMEN SEÑORIAL que caracterizó al Antiguo Régimen en
España, que sería abolido recién por la Constitución de 1812.
La manera de explotar económicamente el dominio señorial, en su manera
"clásica", en los siglos de la Alta Edad Media, en que no había casi circulación
monetaria y muy escasa comercialización de los excedentes, consistía en repartir
la tierra en dos porciones: la reserva señorial y los mansos.
Cada manso era entregado a un campesino, que se encomendaba
(commendatio) al señor (bien libremente o bien forzosamente), pasando a
convertirse en su siervo. En latín “servum” podría traducirse por esclavo, pero en
realidad en la época feudal la utilización de mano de obra esclava en la agricultura
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no era dominante. La condición jurídica del siervo podía ser o no de libertad, pero
si no la tenía (normalmente) estaba ligado a la tierra que trabajaba. Eso sí,
disponía del producto de su manso, que cultivaba a su criterio y del que obtenía lo
necesario para su subsistencia (en términos del materialismo histórico, la
reproducción de su fuerza de trabajo). Los días que fijara la costumbre (“corvea”
en Francia, serna en Castilla) debía trabajar obligatoriamente en la reserva
señorial –era un día de trabajo tributado a su señor-. Ese trabajo excedente es la
forma de obtener el excedente por parte del señor, que se beneficiará del producto
de esa reserva (apropiación del excedente por coerción extraeconómica, en esos
mismos términos, que define el modo de producción feudal).
La activación de la economía a lo largo de los siglos, sobre todo después del año
1000, que permite que haya circulación monetaria y el surgimiento de mercados,
comarcales, urbanos y luego a larga distancia, harán que el modelo se altere, y se
conviertan los pagos en trabajo en pagos en especie (fijos o porcentajes, como en
la aparcería) o en dinero (renta feudal). Para el señor también eran multitud de
derechos feudales que garantizaban que todo tipo de excedente le sea
entregado (portazgos, peajes, derecho de molino, de taberna, de tienda, de
explotación de bosques, caza y ríos...) incluyendo los pagos más polémicos (ius
primae noctis o derecho de pernada, que establecía la potestad señorial de
tener relaciones sexuales con toda doncella, sierva de su feudo, que se fuera a
casar con otro siervo suyo, habitualmente redimible con un pago). La apropiación
de impuestos teóricamente del rey (como la alcabala en Castilla) era también muy
común de los señores, hasta la Baja Edad Media.

2.3. Reino de León, Castilla y Portugal.


Como veíamos el sucesor, políticamente hablando, del reino de Asturias fue el
Reino de León, que dirigiría la reconquista del oeste y del centro de la Península
por los siglos X y XI, sin perjuicio de lo cual hacia el año 945, un Conde de
Castilla, Fernán González el Conde Bueno, logró unificar la totalidad de los
títulos condales existentes en el territorio que a esas alturas ya se llamaba
Castilla, consiguiendo que su título fuera hereditario, independizando de hecho su
país de León, entrando a participar de los avatares políticos como un reino más,
cosa que llegó a ser a contar del reinado de Fernando I, como veremos.
León alcanzaría su apogeo durante el reinado de Alfonso VI “el Bravo” (1065-
1109), bajo cuyo reinado el Reino de León comprendía Portugal y Castilla.

Antes de seguir, se hace necesario indicar, que entre los reyes cristianos se había
impuesto la costumbre germánica, tomada de los francos y trasmitida desde
Navarra, de la Sucesión Patrimonial de la Monarquía, esto es; que a la muerte
del soberano se repartía el reino entre sus hijos, lo que como es obvio tenía
sumidos a los reinos en constantes guerras civiles internas y en guerras con sus
vecinos, el ejemplo típico de esta conducta la podemos tener en la sucesión del
primer Rey de Castilla Fernando I (1035-1065). El padre de éste, Sancho III el
Mayor de Navarra (1004-1035) bajo cuyo reinado este reino alcanzó una corta
preponderancia entre las monarquías cristianas siendo de hecho el primero que
utilizó con propiedad el título de “Emperador”, controló los condados que formarían
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Aragón y adquirió el Condado de Castilla como herencia. En 1035 dejó dicho
condado a su hijo Fernando. Fernando I estaba casado con Sancha, hermana, a
su vez, de Bermudo III de León. Fernando provocó una guerra en la que murió el
soberano leonés en la Batalla de Tamarón contra la coalición castellano-navarra.
Al no tener descendencia Bermudo III, su cuñado “Fernando I” se apropió de la
corona leonesa esgrimiendo los derechos de su mujer, tomando el título de Rey de
León con gran oposición entre los leoneses, que no querían ver convertido en
monarca al hombre que había dado muerte a su rey. Así, Fernando volvió a unir el
condado de Castilla al Reino de León, pero a su muerte en el año1065, dictó su
testamento que siguiendo la tradición navarra, disponía que:

Al primogénito, Sancho II (quien, en puridad, debería ser llamado "Sancho I de


Castilla”), se le legó el condado de Castilla con título regio, así se consolidó la idea
del Reino de Castilla;
A Alfonso VI, el favorito según las crónicas, se le otorgó el territorio aportado por
la madre: León, que disfrutaba de las mejores y más valiosas parias musulmanas;
Al tercero, García, se le entregó el Reino de Galicia;
A su hija, Urraca, le dejó la ciudad de Zamora, y
A su hija, Elvira, le dejó la ciudad de Toro.
Sancho II de Castilla, no quedó conforme con el reparto, pues su hermano menor
obtuvo el reino más importante, por lo que comenzó una guerra y primero, junto
con Alfonso, conquistó Galicia. Sancho no contento con Castilla y media Galicia,
luego atacó a su hermano y ocupó León con la ayuda de El Cid (Rodrigo Díaz de
Vivar). Sin embargo, gracias a Urraca, Alfonso se pudo refugiar en Zamora el
grueso del ejército leonés, al que Sancho puso cerco; sería el famoso "Sitio de
Zamora", donde el rey castellano fue muerto por el noble gallego Vellido Dolfos,
retirándose las tropas castellanas. De este modo Alfonso VI recuperó todo el
territorio, gobernando como Rey de León, Castilla y Galicia. Durante su reinado se
consolidó el poder del monarca leonés sobre Castilla, siendo reconocido
Emperador de los Reinos Hispanos por el Papa Gregorio VII, así durante su
gobierno dichos reinos reconocieron la superioridad del rey leonés.

Sin perjuicio de lo anterior, y volviendo hacia atrás con la historia, el siglo que
siguió a la fundación del Reino de León, corresponde al surgimiento del Califato
del Al-Andalus, que alcanzó su apogeo militar hacia el fin de dicho siglo que
coincide con los ataques del “Almanzor”, que devastó los reinos y condados
cristianos, entre otras cosas, tomó y destruyó Barcelona (985) y Santiago de
Compostela (997); sin embargo a la muerte de ese caudillo, la guerra civil estalló
entre sus hijos y los herederos legítimos del califato, lo que terminó con la
disolución del mismo en una serie de reinos taifas, lo que ocurrió el año 1031.

Así las cosas, a la muerte del Rey Alfonso VI, el efímero “imperio leonés” no tardó
en disolverse en medio de disputas dinásticas.
Enrique de Borgoña, un noble descendiente del duque Roberto I de Borgoña
(hijo a su vez del Rey Roberto II de Francia), quien llegó al reino de León el año
1087, después de la derrota de las tropas castellanas en Zalaca o Sagrajas,
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contrajo matrimonio el año 1093 con doña Teresa de León, hija natural de Alfonso
VI, matrimonio en virtud del cual este último le otorgó en herencia el Condado
Portucalense (1093-1112), que comprendía zonas del sur de Galicia, y el norte y
centro del Portugal moderno. Luego, al morir el rey Alfonso VI, y carecer de
heredero varón, dado que su único hijo, Sancho, murió en la Batalla de Uclés
(1108) en contra de los almorávides, heredó el trono su hija la reina Urraca de
León y Castilla (hermanastra de Teresa de León), quien por cuestiones políticas y
estratégicas contrajo matrimonio con Alfonso I de Aragón. Enrique de Borgoña,
aprovechando los problemas, conflictos familiares y políticos surgidos en torno a
su cuñada la reina doña Urraca, declaró la independencia del Condado de
Portugal (1109). A su muerte quedó con el gobierno doña Teresa, atendida la
corta edad del heredero su hijo el conde don Alfonso Enríquez, quien bajo el
título de “reina” intentó retenerlo, hasta que finalmente las tropas de su hijo
derrotaron a las suyas en la Batalla de San Mamede en 1128, luego de lo cual fue
obligada a exiliarse. Finalmente, después de una serie de brillantes victorias y
luego de la Batalla de Ourique sobre los almorávides el año 1139, don Alfonso
Enríquez fue proclamado por sus tropas, primer Rey de Portugal con el nombre
de Alfonso I de Portugal, lo que fue confirmado por el Tratado de Zamora de
1143, en que el Rey de Castilla y León, Alfonso VII reconoció la independencia del
Portugal, que ya no se sometería nuevamente a otro reino de la península,
conservando se independencia hasta el día de hoy (históricamente existió durante
60 años la unión de los reinos de España y Portugal, bajo la corona de Felipe II,
Felipe III y Felipe IV –de España- entre los años 1580 y 1640, lo que se conoce
Imperio Hispano-Portugués o Unión Ibérica).

En lo que respecta a León y Castilla, luego de la muerte de Alfonso VI, y las


turbulencias del reinado de Urraca, asumió el trono de ambos reinos el hijo de esta
última bajo el nombre de Alfonso VII, que también utilizaba el título de
“Emperador”, logró mantener la unión de León y Castilla, pero a su muerte se
volvieron a separar, y no se volvieron a unir hasta el reinado de Fernando III el
Santo, quien siendo ya Rey de Castilla heredó el trono de su padre Alfonso IX de
León.

Alfonso IX, se convirtió en uno de los más afamados monarcas del Reino de
León, ya que bajo su mandato se convocaron las Cortes Leonesas de 1188,
primeras cortes europeas en las que participa el Tercer Estado (es la primera vez
que se habla de “civibus”) los ciudadanos –burguesía-. En ellas; que surgieron
como necesidad de la corona leonesa, que requiere nuevos ingresos para seguir
adelante con la Reconquista, por lo que crea nuevos impuestos lo que provoca
una alza de precios que provoca que la clase ciudadana exija como contrapartida
regular el gasto de la corona; se reconocen ciertos derechos tales como: la
inviolabilidad del domicilio, del correo, la necesidad del rey de convocar Cortes
para hacer la guerra o declarar la paz, y se garantizan numerosos derechos
individuales y colectivos. Su importancia, radicará en que después varios reinos de
Europa occidental convocaron Cortes, Parlamentos o Estados Generales con la
participación de representantes de las ciudades. Fue el caso de Aragón o
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Inglaterra, con lo que se abrió así el camino para que el Tercer Estado participase
en las decisiones de gobierno.

Por su parte, Fernando III, una vez reunidas en su mano las dos coronas y ambos
reinos el año 1230 (después de lo cual ya nunca más se separarán quedando el
Reino de León subsumido en la corona de Castilla), se lanza a la conquista del
valle del Guadalquivir que se puede entender concluida con la toma de Sevilla en
1248, se anexa Murcia, y se establecen las fronteras definitivas con el Reino de
Aragón; que a esas alturas ya comprendía el Condado de Cataluña, bajo un solo
soberano desde el Rey Alfonso II el Casto desde 1162; lo anterior, mediante el
Tratado de Almizra, que reconoció a su vez, la conquista a su vez del Reino de
Valencia y del Reino de Mallorca por parte de Aragón, quedando con su muerte en
1252, inconcluso el proyecto de invadir el norte de África, proyecto que será
continuado por sus sucesores para terminar definitivamente con la amenaza de
una invasión árabe, lo que se lograría en la Batalla del Salado en 1340 por su
tataranieto don Alfonso XI con la derrota de los benimerines y los moros de
Granada.

Como dato histórico, cabe señalar que la zona occidental del antiguo Reino de
Navarra, lo que hoy es el País Vasco (Álava, Guipúzcoa y Vizcaya), fue
definitivamente incorporado a la corona castellana en el año 1200, permaneciendo
como provincias castellanas hasta 1979; y el reino mismo luego de una larga
guerra civil por la sucesión que comenzó en 1451 y no terminó hasta 1479, y que
dejó al país atrapado en las sucesivas guerras entre Francia y España, lo que
terminó con su división definitiva, quedando la Alta Navarra (la actual Navarra)
incorporada como un reino a la Corona Castellana, y la Baja Navarra (el país
vasco francés y el Bearn) como un reino independiente, el Reino de Navarra,
asociado en definitiva a la corona francesa al ascender su Rey Enrique III, al trono
de Francia bajo el título de Enrique IV en 1589, siendo el reino absorbido por el de
Francia en 1620, y desapareciendo definitivamente en 1789.

3. LA DISPERSION NORMATIVA Y EL DERECHO ALTOMEDIEVAL.


Como hemos visto hasta ahora, la resistencia primero, y la reacción luego contra
los musulmanes se organizará en distintos núcleos políticos que afirman y
consolidan su independencia respecto del Al-Andalus y que se configuran además
como unidades independientes entre sí. Lo anterior, dio lugar a la formación de
diversos ordenamientos jurídicos enmarcados en las movedizas fronteras de cada
reino y de acuerdo a las particulares idiosincrasias de cada pueblo.
Pero el fraccionamiento del poder político no fue la única causa de este fenómeno.
Así es como hubo otros factores concurrentes, que finalmente produjeron como
resultado la enorme y complicadísima diversificación del Derecho Altomedieval,
que es un Derecho como veremos, que se puede definir como “un conjunto de
ordenamientos jurídicos, cuya fuente principal es la costumbre, y cuya diversidad
emana de causas políticas, religiosas y sociales”.

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3.1. Causas principales de la Diversificación Jurídica.
a) La primera causa es sin lugar a dudas el fraccionamiento del poder político
entre los diversos núcleos cristianos que surgen después del año 750. Así,
en el lado noroccidental de la Península vimos cómo surge primero el Reino de
Asturias, que será prontamente sucedido por el Reino de León, del cual surgirán
los condados de Castilla y algo más tarde el Portucalense, los cuales al
independizarse darán lugar a los reinos de Portugal y Castilla, siendo este último,
alrededor del cual se consolidará en definitiva el Estado de España. Por otra parte,
en las estribaciones de los Pirineos, bajo la protección inicial del Imperio
Carolingio, surgirán los Reinos de Pamplona, sucedido prontamente por el Reino
de Navarra que será el último en mantener su independencia del Estado Español
hasta el año 1512; asimismo surgirán los Reinos de Aragón y el Condado de
Cataluña, y luego de la unión de estos dos últimos, este Reino de Aragón será el
estado que llevará adelante la reconquista del Levante y las Islas Baleares, reino
que al unirse con Castilla bajo los Reyes Católicos (1479) dará lugar al
surgimiento de la España moderna.

b) El poder de reyes y condes independientes fue débil durante los siglos VIII
al XII. Para la defensa de la tierra, para la guerra contra los musulmanes y sus
continúas aceifas (expediciones de carácter militar y de saqueo de los
musulmanes en territorios cristianos); y a veces, para la guerra con sus vecinos
cristianos; necesitaban los reyes el apoyo constante de los magnates de su corte,
la nobleza militar y la jerarquía eclesiástica que les prestaban, su ayuda bélica y
su bendición. Lo anterior, dio como resultado, unos reyes incapaces de imponer
un orden jurídico estable, uniforme y completo a todas las tierras y a todos los
hombres de sus reinos, por encima de las tendencias dispersivas y particularistas
encarnadas por la oligarquía.
Por el contrario, como ya veíamos, los nobles y los clérigos cimentaron su poder
sobre las tierras que por donación regia o por ocupación o por otros distintos
títulos jurídicos fueron acumulando. De esas tierras y de las gentes que en ellas
vivían y que las cultivaban fueron señores. En una economía casi exclusivamente
agraria, con escasa circulación monetaria y débil tráfico mercantil, nobles y
clérigos se apoderaron de la principal fuente o medio de producción: la tierra.
Durante siglos la explotación de la tierra se reguló por un complejo heterogéneo
de relaciones entre señores nobiliarios o eclesiásticos y los hombres de señorío
(libres, y pocos de ellos propietarios y además, sometidos a un creciente proceso
de adscripción a la tierra), al cual se denomina habitualmente “Régimen Señorial”.
Cada señorío tendió a ser económicamente autárquico y a lograr el mayor grado
de “inmunidad” frente al poder real. Esta verdadera Poliarquía Señorial se tradujo
en una relativa capacidad creadora de Derecho por parte de los señores. Estos
muy frecuentemente otorgan Fueros (normas jurídicas escritas) a los hombres de
sus señorías o les confirman determinados privilegios o ventajas, o les reconocen
sus costumbres.

c) Pero en la red social constituida por las células señoriales agrarias no


faltaron nunca de modo absoluto las células de otro tejido, del tejido urbano.
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Mercados y fortalezas, necesidades de intercambio mercantil modesto pero
imprescindible, y exigencias defensivas constituyeron en muchos casos factores
aglutinantes de núcleos urbanos. Otras veces algunas ciudades mantuvieron su
presencia ininterrumpida antes y después del 711, como ocurrió, por ejemplo, en
la “Catalunya carolingia”. En ocasiones, caminos y cruces de caminos fueron
motivos razonables para crear nuevas ciudades o fomentar el desarrollo de
pequeños núcleos preexistentes; caminos que recorrían codo con codo peregrinos
y mercaderes (en ruta, por ejemplo, hacia Santiago), pero que también servían a
fines militares y como venas de comunicación continua.
Esas ciudades nacientes o en desarrollo, o en mayor número los muy dispersos y
modestos núcleos vecinales se erigieron pronto (ya en el siglo IX) y cada vez más
en núcleos jurídicos autónomos.
Los derechos locales surgen y crecen al filo de la recuperación militar de tierras y
ciudades, como vehículo y como resultado de la repoblación. Todas estas
ciudades, las de realengo o las villas señoriales gozaron de derecho propio.

d) Pero el Derecho no sólo se diversificaba, dentro de cada reino, en función


de las tierras o ciudades, sino también y simultáneamente en razón de las
personas.
En la España musulmana y en los reinos cristianos hispánicos las gentes se
distinguían (y con frecuencia se oponían) como consecuencia de su credo
religioso. Judíos, moros y cristianos, incluso cuando convivían pacíficamente, lo
que sucedía con mayor frecuencia que lo que se supone, tenían modos distintos
de religión. Y de Derecho. Porque la íntima vinculación entre religión y Derecho
indujo a que se respetara simultáneamente la condición religiosa y la jurídica de
las personas. Así, los mozárabes conservaron su religión y su Derecho; y con él,
como característica inherente y diferenciadora vivieron en el Al-Andalus, o salieron
de allí para instalarse en algún reino cristiano. De modo semejante los judíos
conservaron su Derecho, su ley, y por ella se rigieron en tierras musulmanas o en
las ciudades cristianas, donde agrupados en barrios (juderías) lograron, al menos
hasta el estallido antisemita de finales del siglo XIV, que se les permitiera la
aplicación de su propio ordenamiento jurídico. Y este mismo principio de
personalidad del Derecho en función de la religión se aplicó en la España cristiana
a los musulmanes que siguieron viviendo en tierras conquistadas por los reinos
cristianos; estos “moros” dominados –mudéjares-, sobre todo si se habían
sometido pacíficamente (“mauri pacis”, moros de paz) celebraron con los
cristianos capitulaciones en las cuales se les garantizó el respeto de su Derecho;
de ese modo moriscos o mudéjares, cada vez más numerosos a medida que
avanzaban hacia el sur las fronteras de los reinos cristianos, repetían a la inversa
la figura de los mozárabes.

e) El principio de la personalidad del Derecho no se aplicó tan sólo en


función del credo religioso de las gentes, sino también de su “nación”, esto
es, del lugar en que habían nacido. Con frecuencia, a lo largo de los avatares de
la repoblación vemos que grupos procedentes de una determinada tierra de un
régimen jurídico más o menos definido, lo conservan cuando acuden a repoblar
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otras tierras o ciudades; así aconteció, por ejemplo, con los castellanos que fueron
a repoblar Toledo. De modo semejante, los derechos locales solían respetar la
condición jurídica de los forasteros, de quienes no eran vecinos de aquella ciudad.
Estos y otros ejemplos mencionables demuestran que las personas solían, por así
decirlo, llevar consigo su propia condición jurídica, y arrastraban su ordenamiento
allá donde fueran.

f) Por último, dentro de un mismo reino los hombres diferían entre sí


jurídicamente, esto es, tenían distintos derechos, distintos “status” o
condición jurídica, según cual fuese su lugar en la escala social. Lo cierto es
que la Sociedad de la Alta Edad Media es una Sociedad Estamental, en que ésta
se organiza en diversos estamentos basados en el origen, que coloca a cada cual
dentro de un orden social rígido en que a cada cual le toca ocupar un determinado
lugar. Así, los nobles gozaban de unos privilegios que transmitían
hereditariamente y que fortalecían su poder; tales privilegios les otorgan
beneficios, les eximen de deberes y les confieren un régimen jurídico más o
menos completo y en todo caso diferente al de los componentes de la población
campesina o al de quienes por vivir en los “burgos” comenzaron a ser llamados
“burgueses”.
Junto a la nobleza, los clérigos disfrutaban de algunos privilegios comunes a unos
y a otros (por ejemplo, estar exentos del pago de impuestos o tributos), y además,
poseían un “status” jurídico especial por su condición de eclesiásticos. Los
privilegios con que el Derecho secular los distinguía, su sometimiento al Derecho
Canónico (aunque este último, también afectaba en otros sentidos a determinadas
facetas a los cristianos seglares) y su dependencia de la jurisdicción eclesiástica,
les confería en conjunto una condición jurídica diferenciada.
Así pues, la concurrencia de todos estos factores causó la profunda diversificación
jurídica altomedieval.

3.2. Características del Derecho Altomedieval.


La función que el Derecho cumplía en la sociedad altomedieval, su justificación
ideológica, esto es, la legitimación de ese Derecho, y otras características del
mismo guardan relación con lo ya visto. Así pues, con base a lo expuesto veamos
sus principales características.

a) La manifestación consuetudinaria del Derecho.


La sociedad señorial, de economía agraria y pocas y pobres ciudades, tendía a
ser estática. Quienes en ella eran poderosos procuraban mantener la organización
existente y evitar cambios profundos. No había grandes focos de poder político
centralizados; los reyes eran débiles. Estas condiciones eran propicias no sólo
para el establecimiento de la diversificación del Derecho, sino también para que
éste se concibiera como costumbre y se manifestara a través de normas
consuetudinarias.
En las sociedades de muy lento ritmo de cambio, “lo que es”, el presente, tiende a
perpetuarse y, por otra parte, suele justificarse por “lo que ha sido”, por el pasado.

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Como el poder político no legisla, no promulga leyes, no crea Derecho legal, el
Derecho consiste en las normas consuetudinarias que en cada ámbito se aplican.
Reyes y señores, aceptan las costumbres, el Derecho Consuetudinario; aunque no
se limitan a ello, pues imponen su poder, cuando pueden y como pueden,
prohibiendo ciertas costumbres y confirmando otras, su papel en orden a la
creación del Derecho es secundario. Este, sobre todo en los sectores que no
afectan directamente al contenido mínimo del poder político, emanaba desde el
fondo mismo de cada comunidad, enlazaba con su tradición. Y se manifestaba en
el propio comportamiento, en la repetición de actos; la costumbre jurídica
consiste en un uso elevado a la categoría de norma, esto es, de regla
obligatoria de conducta.
Ahora bien, la justificación de una costumbre jurídica no consiste tanto en su
racionalidad, como en su antigüedad. Por lo mismo, el Derecho se concibe
como algo permanente, inmutable. Tiende a creerse que tal como es, ha sido
siempre y siempre será. Lo cual conduce casi insensiblemente a la sacralización
del Derecho, y a pensar que el Derecho es una creación, casi un don de Dios, y
por tanto, algo dotado de una estabilidad casi eterna.

b) El Derecho como obra divina. “Dieu et mon droit”.


“Nada es tan evidente para el pensamiento medieval –ha escrito Otto Brunner-
como que todo Derecho se fundamenta en Dios”. Lo cual encaja perfectamente
con el hecho de que la sociedad altomedieval era una sociedad teocéntrica: creía
vivamente en un Dios autor de todo lo existente, eje y centro de todo lo real.
Dios creó la naturaleza y la dotó de un orden. Cada cosa y cada hombre tiene
su puesto en ese “ordo naturae”. Cada cual debe comportarse con arreglo a
ese orden, respetándolo.
El Derecho era la manifestación de ese mismo orden natural, era como una
atmósfera que se extendía del cielo a la tierra y penetraba en todos los rincones y
fisuras de las relaciones humanas. E incluso de las relaciones con los animales y
las cosas. Pues estos también tienen su lugar en el orden del mundo y su
responsabilidad si no lo respetan. Por ello, una espada que cae de su clavo y hiere
a un hombre, un caballo desbocado y sin jinete que arrolla a un niño, una plaga de
langostas que arrasan una comarca deben ser sometidas a juicio y condenadas; y
así se hacía.
Dios no era para aquellas gentes un ente lejano, sino una fuerza invocable, una
persona que contestaba cuando era invocada. Por eso los hombres de la Alta
Edad Media acuden a El casi constantemente para que diga lo que es justo, para
que declare quien tiene la razón entre dos contendientes. El duelo o Juicio de Dios
y las muy numerosas Ordalías de los fueros municipales consisten en una llamada
a Dios para que Este intervenga en un juicio penal por un supuesto delito, y
manifieste con signos cuyo significado se ha establecido previamente, si es cierto
que aquel hombre es o no un ladrón. De modo que Dios no sólo creó el Derecho,
el orden natural y luego descansó, sino que interviene cotidianamente para
declarar el derecho, la justicia entre las partes, para juzgar, Dios es testigo y es
juez.

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Por eso nada de extraño tiene que también los hombres ejerzan justicia a la puerta
de las Iglesias, en los atrios. En la Catedral de Valencia a las 12 en punto de todos
los días jueves del año del mediodía, mientras suenan las campanas, se
constituye formalmente en la Puerta de los Apóstoles de la referida iglesia todavía
hoy, y desde siglos medievales (no se sabe desde cuando con certeza, pero se
cree que desde el Califa Abd al-Rahman III, en lo que fue la mezquita principal de
la ciudad, y confirmado después de la Reconquista, por los Fueros de Valencia de
1239 “segons que antigament és e fo establit e acostumat en temps de
sarrahïns”) para administrar justicia el Tribunal de las Aguas, un tribunal de
Derecho Consuetudinario. Por esta relación íntima (casi confusión) entre lo divino
y lo humano, los sacerdotes intervinieron en los juicios de Dios y demás ordalías,
bendiciendo el hierro candente o la caldera de agua hirviente; esto es, los signos a
través de los cuales Dios manifestará qué es justo, quien tiene consigo a Dios y al
Derecho.
“Dieu et mon droit”. El hombre medieval, considera inseparables ambas
realidades. Dios es el garante y la raíz de su Derecho. De lo cual se derivan
consecuencias importantísimas.
Primera, la mayor de todas es el valor que se otorga a Dios como legitimador del
orden social presente. Lo que es, el orden social y jurídicos actuales, el “status” de
cada cual, recibe su última justificación no ya de la costumbre antigua, sino de la
mismísima voluntad divina. El orden jurídico es en último término obra divina. El
Derecho resulta así sacralizado en su conjunto.
Segunda, la racionalidad no es el criterio definitivo para criticar lo que es Derecho.
El último criterio es la voluntad divina, expresada en el “ordo naturae”, al cual se le
hace coincidir con el orden social existente. El Derecho, en su realidad global, y el
derecho o el “status” personal de cada cual deben ser respetados, obedecidos.
Tercera, la separación entre Derecho Canónico y el Derecho secular no puede ser
rígida en una sociedad regida por tales principios y creencias. No sólo es que lo
temporal quedara supeditado a lo espiritual, sino que hasta cierto punto ambas
dimensiones del hombre cristiano se funden indisolublemente; lo cual otorgará un
poder enorme a la Iglesia y al Papado y al Derecho emanado de su autoridad.
Cuarta, es claro que el carácter sacro del Derecho contribuyó a otorgar a éste una
enorme importancia. El Derecho y la fe religiosa eran inseparables. Por ello cada
credo religioso comportaba su propio Derecho. Y por lo mismo, éste adquiría una
dimensión sobrehumana. En la actualidad se reconoce cada vez más el hecho de
que la historia medieval estuvo abrumadoramente condicionada por el Derecho;
por un Derecho sacralizado y justificador del orden establecido.

c) El Derecho como privilegio.


En la sociedad señorial el Derecho se concibe como privilegio. Las diferencias
sociales se legitiman en cuanto se plasman en normas jurídicas. El Derecho no
unifica, sino que diferencia. No es una norma igualitaria, sino privilegio estamental,
local o personal. Faltan muchos siglos para que se enuncie el principio filosófico
de igualdad de los hombres ante la ley, ante el Derecho. En la sociedad señorial
los hombres son diferentes jurídicamente; unos tienen más privilegios que otros y

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los más tienen muy pocos. El Derecho consiste en privilegios, es un ámbito de
diferenciación y su función social consiste en legitimar desigualdades.

d) Derecho, violencia y paz.


La sociedad de los siglos VIII al XII era violenta. Las anteriores consideraciones
acerca del carácter sacro del Derecho en modo alguno deben inducirnos a
imaginar aquella como una sociedad idílica. Por el contrario, la forma como cada
cual entendía “su” derecho no siempre coincidía con la de los demás miembros de
la sociedad, y la frecuente o general creencia de estar asistido por Dios dotaba de
un radicalismo exacerbado a muchas posturas individuales o de grupos. De otro
lado, la ausencia de un poder político fuerte (uno y fuerte) daba ocasión a que
cada cual tomase la justicia por su mano (frase que en este contexto debe ser
entendida en su significado literal).
Así, tanto para defender el propio derecho subjetivo como para castigar a quienes
lo hubieren violado, los hombres de la sociedad altomedieval recurrían a la
violencia. Se luchaba entonces por el derecho de cada cual, o por el honor y el
“status” que el Derecho le concedía, con una intensidad y con una violencia
difícilmente comprensibles para nuestra mentalidad. A la ofensa recibida se
replicaba con la venganza privada. Para la defensa de los privilegios familiares o
personales, para obtener respeto a las propias “libertades” o derechos subjetivos,
se empleaba la fuerza. De este modo, los nobles, los milites o caballeros poseían
sus mesnadas señoriales, más o menos nutridas, como pequeños ejércitos con
que defendían sus bienes materiales o sus prerrogativas jurídicas frente a quienes
los violasen.
A su vez, los hombres de señorío o los habitantes de villas, tanto señoriales como
de realengo, luchaban también por sus derechos frente a los señores. De hecho,
por diversas noticias que han llegado a nosotros, es seguro que en las tierras de
señorío, los hombres, sometidos al poder del señor, tuvieron que defenderse
frecuentemente contra los abusos señoriales acudiendo a la resistencia o incluso a
la violencia armada.
El recurso de la venganza privada para reparar la ofensa recibida y la necesidad
de acudir a la violencia directa para resistir contra el abuso de los prepotentes
constituyen la negación misma del Derecho. Por eso, el Derecho altomedieval
trató de reducir el uso de la violencia y de garantizar la defensa pacífica de los
derechos mínimos de individuos y grupos. En las comunidades vecinales se
establecieron autoridades que en nombre y con apoyo de todos actuaban en
persecución de los ofensores, esto es, de quienes hubieran roto con su ofensa
violenta (robo, homicidio, violación, etc.) la paz existente; la persecución en
nombre de la comunidad, el ulterior juicio y la eventual pena, si la sentencia era
condenatoria, que significan así, un esfuerzo por sustituir el uso directo de la
violencia. El binomio ofensa-venganza es sustituido poco a poco, trabajosamente,
por el más jurídico e impersonal de delito-pena. Con estos conceptos, con estas
instituciones jurídicas, la sociedad trata de reducir la violencia directa, de defender
y restaurar la paz por medio del Derecho.
El Derecho cumplía así la función de garantizar un mínimo de paz absolutamente
necesario para que pudiera existir convivencia en sociedad.
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De un modo paulatino el Derecho protegió de manera especial otras formas de
paz, otras “paces especiales”. Con apoyo del poder político y de la Iglesia, se
protegió, con el nombre de la “paz y tregua de Dios”, la paz (entendida como la
simple ausencia de violencia armada) durante ciertos días (domingos, fiestas
religiosas) y en ciertos recintos dedicados al culto. En la misma línea y a medida
que su poder cobraba fuerza, los reyes otorgaron una protección jurídica
especialmente intensa a ciertos ámbitos; la casa, el mercado, los caminos, el lugar
donde se impartía justicia. Normas jurídicas del rey o también de las autoridades
municipales, trataron de garantizar la seguridad (la paz, se decía entonces) en
tales lugares. Nótese que éstos eran los ámbitos donde se ejercían las funciones
sociales más importantes (la iglesia, el mercado, la corte judicial, los caminos), o el
ámbito irrenunciable de la seguridad privada (la casa propia).
Así, pues, en el lenguaje jurídico altomedieval la paz era lo contrario de la
violencia ejercida por cada individuo, lo contrario de la violencia directa y
generalizada; y el Derecho era el mecanismo para defender preventivamente o
para restablecer la paz. Por eso el mayor castigo que los ordenamientos jurídicos,
existentes en los siglos VIII, IX y X imponían a los individuos como sanción contra
las más graves acciones delictivas, consistía en la “pérdida de la paz”, esto es, en
expulsarlos de la función protectora ejercida por el Derecho, en dejarlos al margen
de la paz jurídicamente garantizada; por lo cual, tales individuos podían ser
violentamente agredidos por cualquier otro miembro de la comunidad sin que el
Derecho castigase estas agresiones.

e) Carácter atécnico del Derecho.


El Derecho altomedieval, por su raíz popular, no es un Derecho de un elevado
nivel técnico. Por el contrario, tal nivel es muy bajo.
No hubo en los reinos cristianos de España durante los siglos VIII al XI escuelas
de Derecho importantes. El cultivo del Derecho como saber especializado no
existió en los monasterios. No hubo libros de Derecho elaborados entonces. La
tradición literaria en materia de Derecho parece haberse limitado casi al Liber
Iudiciorum, o en algunos lugares como la Septimania y Cataluña durante el siglo
VIII al Breviario. En términos generales puede decirse que la tradición jurídica
culta se interrumpe.
A este respecto, Rafael Gibert ha escrito: “Es innegable la intensa vida cultural en
la Hispania de los siglos IX y XI, pero ha estado como ciega para las cuestiones
jurídicas”. Ceguera que en todo caso no hay que entender como incapacidad, sino
como lógico desinterés; porque el Derecho no era entonces una realidad
complicada y vasta, sino sencilla y de conocimiento común. El Derecho no
pertenecía al ámbito del saber libresco, sino al de la experiencia directamente
cognoscible y por quienes la vivían.
Había sí, “sabedores” del Derecho, hombres afamados por lo bien que conocían
el Derecho de su comunidad. Pero éstos no eran gentes que lo hubiesen
estudiado, sino hombres, generalmente de edad avanzada, que lo habían
conocido a lo largo de su vida. El Derecho no pertenecía entonces al mundo de
los saberes eruditos, sino al de la experiencia. Se contenía no en libros, no

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en códigos legales ni en obras escritas por juristas, sino que en unos pocos
pergaminos y, sobre todo, en la memoria de las gentes.

4. PERVIVENCIA DEL LIBER DURANTE LOS SIGLOS VIII AL XII.


Antes de pasar al estudio de los Derechos Locales, debemos detenernos a
examinar la tesis de la vigencia generalizada del Liber después de la invasión
musulmana.
Si bien fue compleja la defensa de esta tesis, dada la ausencia de testimonios
escritos, salvo tal vez en lo que se refiere a Cataluña, hoy se encuentra aceptada,
estudiándose, eso sí, siempre, dada la diversificación jurídica de ese tiempo, en
forma fragmentada.
Así, se conoce la aplicación del Liber en los territorios de la Septimania y
Cataluña, y existen muchos historiadores que han aportado abundantísimas
pruebas de dicha vigencia. Ello es testimonio inequívoco de la ininterrumpida
aplicación del Liber antes y después del 711, para lo cual los “hispani” de dichas
regiones obtuvieron expresa autorización de los francos a través de los
Capitulares (disposiciones legislativas) de los reyes carolingios.
En estos capitulares la vigencia del Liber recibía eso sí, limitaciones importantes,
pues en materia de organización política, en lo relativo al servicio militar y al
Derecho Penal no podía aplicarse, debiendo regularse tales materias por el
Derecho contenido en los referidos Capitulares.
A pesar de tales restricciones el Liber se usó ampliamente en materias relativas al
Derecho Privado, siendo durante los siglos VIII, IX y X el Derecho más
generalizado y de uso más común en Cataluña. Ejemplares del Liber eran todavía
manejados y conservados por monjes cultos y por jueces catalanes de los siglos
XI y XII.
Sin embargo, la aplicación del Liber decayó a medida que surgía en Cataluña un
Derecho propio (local o de vigencia más general). Las numerosas cartas pueblas
concedidas a lo largo de las campañas repobladoras se aplicaban en cada lugar
con preferencia al Liber. Cuando en la segunda mitad del siglo XI Ramón
Berenguer I (1035-1076) trata de resolver por vía legislativa problemas emanados
de la feudalización de la sociedad catalana, se vio obligado a establecer y
promulgar unos usos o “usatges”, con la expresa intención de completar el Liber,
que nada contenía como es obvio respecto a tales temas.
Siguiendo ese proceso de decadencia, sabemos que en el siglo XIII eran muy
frecuentes las “renuncias” a la aplicación de la “lex gothica”, expresadas por los
contrayentes de negocios jurídicos privados. Finalmente, las Cortes Catalanas
prohibieron en Barcelona la alegación o invocación de la “lex gótica” a partir del
año 1251.
Por otra parte, entre los Mozárabes, que fueron los cristianos que permanecieron
en los territorios ocupados por los musulmanes en el Al-Andalus, y dentro de la
cultura desarrollada por éstos, cuya peculiaridad consistió precisamente en haber
transmitido y transformado, bajo la influencia islámica, la cultura hispano-
visigótica, y haber conservado dentro de estos elementos culturales el Liber
Iudiciorum y la Hispana.
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Los mozárabes conservaron el Liber como Derecho propio en el Al-Andalus y lo
llevaron consigo a los territorios cristianos en que se refugiaron a raíz de las
persecuciones de que fueron objeto por los musulmanes en la segunda mitad del
siglo IX, o cuando fueron a tales tierras atraídos por los alicientes de la
repoblación. Toda minoría cultural políticamente dominada tiende por una reacción
defensiva, a conservar sus signos de identidad. Así aconteció con los mozárabes y
su Derecho.
Se conocen, por otra parte, la existencia de numerosos códices del Liber en
diversos monasterios de Asturias, Galicia y el norte de Portugal o en poder de
condes y jueces. En Coimbra, un juez mozárabe lo aplicaba en el siglo XI. Alguno
de estos códices contiene el texto bilingüe del Liber, lo que indica un claro afán por
difundir su contenido entre quienes no supieran latín.
Existen ciertos indicios de vigencia del Liber en Navarra, en donde ejemplares de
la obra se conservan en bibliotecas monacales durante los siglos X y XI, y existen
autores que creen ver su influencia en los principales fueros de dicho reino, lo que
implicaría su previa vigencia.
En Aragón, existe un claro testimonio de su vigencia, en la copia de varias de sus
leyes en un manuscrito elaborado por un anónimo jurista de Huesca a principios
del siglo XIII. En este mismo sentido puede citarse la influencia del Liber en
distintos fueros aragoneses.
Pero donde más segura es la vigencia del Liber y donde más profundo y duradero
arraigo tuvo fue en el reino de León. Allí, no desde un principio, pero si a partir de
mediados del siglo X, era costumbre someter la solución de los litigios al entonces
llamado Juicio del Libro, esto es, al Derecho contenido en el Liber Iudiciorum,
uno de cuyos ejemplares se conservaba en la Iglesia de San Isidoro desde que los
inmigrantes mozárabes venidos del Sur lo introdujeron en el reino leones.
Ahora bien, mientras que en Cataluña y probablemente en otros territorios la
vigencia del Liber fue decayendo, en León ocurrió todo lo contrario. Si bien
durante los siglos XI y XII fue difícil su aplicación, dada la existencia de numerosos
fueros, desde el reinado de Alfonso IX (1188-1230), el Liber se utilizó como
Derecho vigente para dirimir la apelación de los juicios celebrados en la Corte del
rey, hasta llegar a convertirse progresivamente en el Derecho general del reino.
Por último, análogo es el proceso que ocurrió en Toledo (Extremadura
Castellana), donde la unificación de su Derecho se operó en virtud de la aplicación
cada vez más general del Liber Iudiciorum.

4.1. Límites y Excepciones a la vigencia del Liber.


Ninguna tradición se conserva inalterada. Lo que pervive se transforma. Lo que
sobrevive de una época a otra recibe el freno o el influjo de las circunstancias
propias del tiempo nuevo. Es oportuno tener en cuenta tan elementales reflexiones
si queremos acabar de entender lo que ocurrió con el Liber.
El Liber había sido en la España Visigoda una recopilación del Derecho legal de la
monarquía, y para lograr su aplicación se contó con el apoyo y la autoridad de los
reyes y de sus oficiales o agentes. Pero a la caída de la monarquía el Liber, allí
donde subsistió lo hizo sin el respaldo del poder político, sino tan sólo con el
respeto o la tolerancia de monarcas carolingios o andalusíes.
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Los reyes visigodos habían completado y rectificado leyes del Liber, como ya
vimos. Con aquella labor el Derecho contenida en ella se había mantenido vivo y
renovado. Es claro, sin embargo, que al caer el poder político visigodo, ya nadie
pudo realizar la tarea de interpretación oficial del sentido de las leyes del Liber, ni
la de renovar su contenido. El texto quedó a merced de mil interpretaciones
privadas y probablemente diferentes, y sufrió un inevitable proceso de fosilización
y de vulgarización.
Por otra parte, el Liber no se aplicó en su totalidad. Ya vimos como los soberanos
carolingios restringieron su uso. Aquellas partes del Liber más directamente
relacionadas con el poder político (entre otras el Derecho Penal y el Procesal) no
fueron toleradas en la Marca Hispánica, y lo mismo debió suceder entre los
Mozárabes, quienes estaban sometidos al Derecho musulmán en aquellos
aspectos de su vida colectiva más vinculados con la organización política o
administrativa del Al-Andalus. Como consecuencia de estas limitaciones, “hispani”
y mozárabes conservaron del Liber principalmente lo concerniente al Derecho de
Familia, al Derecho Sucesorio y a lo referido a las Obligaciones o Contratos, pero
escasamente o nada de lo referido al Derecho Penal, Procesal o Administrativo.
Además, las nuevas situaciones sociales existentes en Cataluña o en los reinos
cristianos adonde se incorporaron mozárabes no podían ser resueltas con arreglo
al Liber, cuyos autores ni siquiera pudieron planteárselas. Por consiguiente, el
Liber allí donde subsistió sin interrupción, o allí donde lo reintrodujeron los
mozárabes nunca pudo ser el único Derecho vigente, y siempre necesitó normas
nuevas y complementarias. Así se explica porqué los primeros Derechos
Municipales (las cartas pueblas y fueros) contenían fundamentalmente normas de
Derecho Penal, Procesal y Administrativo (organización vecinal o municipal); esto
es, normas sustitutivas de aquellas del Liber que habían caído de desuso o
complementarias del mismo.
Finalmente queda por tratar un punto importante. Puesto que el dominio visigodo
fue débil y casi inoperante en algunas zonas de la Península (pensemos, una vez
más, en tierras de los cántabros y vascos) y, por lo mismo, el Liber apenas se
aplicó en ellas durante el siglo VII, es lógico concluir que tampoco se aplicaría
después del 711, cuando ni siquiera tenía a su favor el apoyo del poder
monárquico.
Es más, cuando cántabros y vascos repoblaron la zona más oriental del valle del
Duero, esto es la Castilla originaria, la Castilla condal políticamente dependiente
del Reino de León, llevaron a aquellas tierras desérticas su Derecho primitivo,
poco o nada romanizado ni germanizado. Así, en Castilla, donde por su
despoblación se había producido “la ruptura con el ayer” visigodo, el Liber no se
aplicó. Una leyenda castellana, recogida en varios textos literarios y jurídicos,
explica como los castellanos se resistían a ir a León a resolver sus litigios con
arreglo al Liber, y como, en consecuencia, nombraron jueces propios (los
primeros, Nuño Rasura y Laín Calvo) para que juzgasen por “albedrío”. Poco
después, cuando Fernán González logró la independencia de Castilla, los
castellanos decidieron que puesto que ya no obedecían al rey de León no tenían
por qué cumplir los preceptos del Liber, por lo cual mandaron reunir todos los
ejemplares del Liber existentes en Castilla y los quemaron en el arenal de Burgos.
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Por debajo de los elementos míticos de la leyenda subyace la real animadversión
de los castellanos del siglo X hacia un Derecho, el del Liber, desconocido para
ellos y para sus antepasados.

5. Derechos Locales. Del Señorío al Municipio.


Como hemos visto, las normas jurídicas sólo tenían vigencia en ámbitos
espaciales muy reducidos: una tierra señorial, una aldea, una villa, una ciudad. A
este fenómeno, que constituye la expresión más radical de la ya estudiada
Diversificación Jurídica en los siglos VIII a XII, lo denominamos Localismo
Jurídico, y a los conjuntos más o menos completos de tales normas de vigencia
local, los Derechos Locales. De ellos importa conocer cómo se originaron, cómo
crecieron y cómo se fijaron por escrito. En relación con este último aspecto del
problema, denominamos “fuentes” de los Derechos Locales a los textos en que se
recogen total o parcialmente tales derechos.
La palabra FUERO es uno de los términos más usados en el lenguaje jurídico
altomedieval, salvo en Cataluña, país en que nunca se empleó. Dejando al
margen otras acepciones, fuero significó norma jurídica singular; pero significó
también el conjunto de normas, el ordenamiento jurídico vigente en un lugar
determinado, esto es, su Derecho. Por transposición del contenido, se dio
asimismo el nombre de fuero al texto en que se recogía por escrito el derecho
propio de un lugar. En este sentido suele decirse que los fueros son la fuente más
representativa del Derecho altomedieval.

5.1. Del campo a la ciudad.


Los marcos físicos en que se agrupa y convive la población en los siglos VIII al XII
van desde el más elemental y mínimo núcleo rural hasta la ciudad.
La mayoría de la población rural vivía en tierras señoriales, sometidas a un
régimen jurídico, como hemos visto, más bien duro y opresivo. Aunque nunca muy
amplio ni muy cambiante, las gentes de los señoríos tenían un Derecho por el cual
vivían, constituidos por algunas concesiones señoriales frecuentemente escritas y
por las costumbres que en torno a ellas se fueron produciendo. Reciben el nombre
de CARTAS PUEBLAS (“cartae populationis”) los documentos otorgados para
atraer pobladores a estas tierras, en los cuales se contienen las condiciones del
asentamiento de los nuevos pobladores.
En la sociedad medieval no es posible contraponer el campo a la ciudad, la
economía y la población ciudadanas como algo antitético a la economía y la
población rurales. Sobre todo en los primeros siglos hubo pocos centros urbanos,
éstos estaban escasamente poblados y su economía permaneció muy vinculada al
territorio en que cada núcleo de población residía. Pero poco a poco se acentuó la
diferenciación entre vida campesina y vida ciudadana, y ello tanto en el aspecto
socioeconómico como en el estrictamente jurídico.
En Europa se habían constituido algunas nuevas ciudades y habían resurgido
otras antiguas. Con frecuencia, junto a las murallas de las ciudades (extramuros
de ellas) se formaban barrios de artesanos y mercaderes, que acabaron por
incorporarse a las ciudades respectivas de un modo estable. A tales reductos o
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barrios se les denominó (con una palabra de raíz germánica, ya utilizada en el
latín vulgar o tardío) burgos, y a sus habitantes, burgueses. Algunas colonias
estables de tales gentes, venidas por lo regular de tierras y ciudades situadas al
norte de los Pirineos, se formaron también en fechas tempranas –hacia el siglo X-
alrededor de ciudades como Barcelona o León. Después del siglo XI, el aumento
demográfico general a toda Europa y la intensificación de las corrientes
mercantiles, que en los territorios cristianos hispánicos se percibieron con claridad
en las ciudades situadas vera del Camino de Santiago, facilitaron la inserción en
ciudades como Jaca, Pamplona, Estella, Logroño, Burgos, León o Pontevedra de
importantes núcleos de población artesana y mercantil.
Pero también en otras zonas, en el valle del Ebro o en la ancha faja entre el Duero
y el Tajo surgieron núcleos urbanos de mayor o menor importancia. Algunos
(como Toledo, Zaragoza, Lérida, Tudela o Tortosa), porque conservaron después
de la conquista su anterior población; otros, como los grandes concejos
castellanos (Ávila, Segovia, Salamanca, Madrid), porque fueron intensamente
repoblados a fines del siglo XI o a lo largo del XII. En estas zonas la importancia
de aflujo espontáneo de pobladores artesanales o mercantiles fue mucho menor, y
la población de sus ciudades fue “desde siempre guerrera, eclesiástica, agrícola y
ganadera”. Ahora bien, un factor que contribuyó de modo decisivo a la formación
de todos los centros urbanos, consistió en la concesión a casi todos ellos de
fueros que contenían privilegios, franquicias y libertades. Para atraer nuevos
pobladores o retener a los que ya tenían, lo reyes, los condes independientes, o
los simples señores concedieron importantes ventajas a quienes vivieran en las
ciudades o en otros centros urbanos menores. La principal franquicia consistía en
el otorgamiento de la autonomía jurisdiccional y de gobierno, esto es, en el
reconocimiento a los vecinos de una determinada localidad del derecho a elegir
entre ellos a sus jueces y a los oficiales del lugar, para que juzgasen y gobernasen
en aquella villa o ciudad con arreglo a los privilegios que se le hubieran concedido
y, como complemento de ellos, a la costumbre propia de sus moradores. Las
comunidades vecinales que gozaban de estas autonomías eran denominadas
Municipios.
El Régimen Municipal no fue privativo de los grandes centros ciudadanos, sino
que hubo también numerosos municipios rurales, constituidos por pequeñas
comunidades de vecinos. El concepto de “municipio” tiene, pues, un carácter
jurídico, y no alude a la cuantía de la población agrupada en un determinado
núcleo, sino al régimen jurídico del mismo, hasta cierto punto independiente del
número de sus habitantes. Por otra parte, hubo fases en el proceso de adquisición
de la autonomía municipal; antes de alcanzarla plena autonomía, se pasaba por
una etapa de organización embrionaria de la comunidad vecinal, esto es, lo que
algunos autores han denominado “municipio rudimentario”. Algunos no lograron
pasar de ahí y tuvieron siempre y sólo una escasa autonomía. Así sucedió con
muchos pequeños municipios rurales. Sin embargo, las ciudades de cierta entidad
alcanzaron un mayor grado de autonomía y llegaron a ser verdaderos municipios
urbanos.
Dicho lo anterior, podemos clasificar las fuentes de los Derechos Locales en tres
grandes grupos, que coinciden (sólo en términos aproximados) con los tres
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momentos y tipos de organización de las formas de asentamiento de la población
en que es posible sintetizar el citado proceso. Las agruparemos, pues, en estas
tres grandes rúbricas: a) Cartas Pueblas de índole agraria; b) Fueros Municipales
Breves, y c) Fueros Municipales Extensos.
Las Cartas Pueblas de índole agraria corresponden al momento de
establecimiento de pequeños núcleos campesinos, por completo carentes de todo
tipo de organización municipal, diseminados generalmente en tierras señoriales.
Los Fueros Breves suelen corresponder al momento constituyente o rudimentario
del régimen municipal de una comunidad vecinal pequeña o de una verdadera
ciudad.
Los Fueros Extensos pertenecen a épocas relativamente tardías (finales del siglo
XII o primeras décadas del siglo XIII) y no sólo contienen normas jurídicas
concernientes al régimen municipal o a otras libertades o franquicias vecinales,
sino que además se refieren a todo el Derecho por el que vivían los habitantes de
aquel municipio plenamente desarrollado.
Esta clasificación trata de recoger las principales afinidades existentes entre las
fuentes de los Derechos Locales.
Hay, además, que advertir que la consolidación de las formas más desarrolladas
de autonomía en los centros urbanos o en las más importantes ciudades, no
eliminó la existencia de población rural radicada en los señoríos o en las tierras de
realengo en núcleos carentes de autonomía municipal. Por lo mismo, las fuentes
más complejas y amplias de los Derechos Locales coexisten con otras mucho más
simples; así, cartas pueblas de índole agraria surgen todavía en el siglo XIII en
conexión con actividades repobladoras tardías, cuando ya se redactaban en otros
lugares los fueros extensos.
Los Derechos Locales constituyeron casi la única forma de manifestación del
Derecho desde el siglo IX hasta los primeros decenios del siglo XIII.
Después, durante todo el siglo XIII y en los siglos posteriores continuaron vigentes
los Derechos Municipales, pero en concurrencia con otros tipos de normas de
vigencia general. Se tendía entonces a la superación del localismo jurídico y, por
consiguiente, en los territorios conquistados en aquellas fechas (Andalucía,
Murcia, Mallorca, Valencia), aunque hubo también Derechos Municipales, el
fenómeno del localismo jurídico no se dio con la intensidad y características que
en Cataluña, León, Castilla, Aragón y Navarra.
Por último, en Cataluña la época de esplendor de los Derechos municipales es
algo más tardía que en el resto de los territorios hispánicos, y sólo desde la
segunda mitad del siglo XIII y en las dos centurias siguientes se procedió a la
redacción de los textos amplios de las Costums o Consuetudines municipales
catalanas.

5.2. Cartas Pueblas de índole agraria.


Constituyen el tipo más simple y rudimentario de las fuentes de los Derechos
Locales, y también el más antiguo.
Con tales Cartas o documentos se trata de atraer pobladores a tierras nada o poco
pobladas; de ahí su nombre. Regulan tan sólo las condiciones del asentamiento y
las prestaciones que los nuevos pobladores deberán cumplir, en cuanto,
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cultivadores de la tierra del señor, a favor de éste. Contienen pues, el núcleo de la
relación señorial concertada entre el señor de la tierra (que la ofrece a quien
quiera ocuparla y cultivarla, pero reservándose para sí la condición de “dominus”,
de señor) y los cultivadores u hombres de señorío.
Esta relación bilateral de las cartas pueblas ha sido destacada e incluso
exagerada por algunos autores que las han considerado como “contratos a que
quedaban obligados” el señor y los nuevos colonos e incluso los han llegado a
considerar “contratos agrarios colectivos”, en particular cuando se dirigían a
personas determinadas.
Pero, en realidad, sería demasiado simplista considerarlas contratos sin más. En
primer lugar, porque el documento en sí no suele adoptar la forma contractual,
sino la de una declaración unilateral del señor, a la cual éste se obliga. En
segundo lugar, y esta es la razón fundamental, porque en ellas nunca se
desvanece lo que Font Rius ha llamado “su dimensión normativa”, esto es, su
carácter de estatuto o conjunto de condiciones que regirán las relaciones de
asentamiento y cultivo; condiciones que afectan y obligan no sólo a los primeros
pobladores (que acaso pudieron intervenir en la negociación de las condiciones),
sino también a los que en el futuro se incorporen al lugar.
Por otro lado la Carta Puebla, en cuanto núcleo de la relación señorial, colocaba a
los pobladores bajo la dependencia personal del señor, con lo cual el contenido de
tales cartas excedía la esfera jurídica privada y afectaba la situación jurídico-
pública del hombre de señorío, sometido desde su asentamiento en la tierra a
relaciones de sujeción y servicio a favor del señor.
Ejemplos de este tipo de fuentes encontramos en Castilla en la Carta Puebla de
la Brañosera concedida por el Conde Nuño Núñez el año 824 y confirmada el
siglo siguiente por el Conde Fernán González, en Cataluña la Carta Puebla de
Freixá otorgada por un tal Witardo a un grupo de hombres de dicha localidad en el
año 954, y en La Rioja se puede citar la de Langares, dada por el Obispo de
Nájera el año 1065. Las más tardías corresponden a la de El Espinar, otorgada en
1297 por el concejo de Segovia, al cual pertenecía el lugar, y ejemplo por ello de
instrumento de repoblación concejil, y también de finales del siglo XIII es la que
otorgó el Comendador de los Hospitalarios del Gonzalo Ruiz de Carrión a los
solariegos de Villaturde el año de 1287.

5.3. Fueros Municipales Breves.


Existe un segundo tipo de fuentes locales que generalmente se concedían a una
ciudad o villa con la finalidad de fijar su régimen jurídico o bien con la de ampliarlo
con nuevas aunque escasas concesiones. Tales fuentes obtienen libertades,
franquicias o privilegios, términos casi sinónimos con los que el lenguaje de la
época alude a las ventajas jurídicas concedidas a los habitantes de un lugar por el
rey o por el señor del mismo. Estos privilegios no significan para una determinada
localidad su plena autonomía, pero sí hacen de ella un Municipio Rudimentario,
y desde luego, un ámbito jurídico privilegiado respecto al marco rural circundante.
En estos Fueros Breves, junto con las franquicias o privilegios relativos a la
organización municipal y a la relación entre la villa y el señor (cuando se trataba
de una villa señorial), se otorgaba a los habitantes del lugar una serie de
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exenciones y libertades tendientes a construir para todos ellos un ventajoso
régimen jurídico. Con frecuencia estos fueros breves contienen disposiciones
concernientes al Derecho Penal o al aprovechamiento comunal de bosques,
montes, prados y aguas. En total constan de un número reducido de preceptos, y
por ello suelen ser denominados “fueros breves”, a pesar que este calificativo no
es muy expresivo y muy preciso.
La mayoría de estos fueros pertenecen a los siglos XI y XII. Por entonces los
burgueses obtuvieron para sí mismos, en cuanto, grupos de mercaderes y
artesanos instalados en tal o cual ciudad o villa, o para todos los habitantes de la
misma, importantes privilegios reales. Así sucede con los que integran el Derecho
o Fuero de francos, que Alfonso VI otorgó a todos los pobladores de Logroño en
1095, y que luego extendió a Miranda del Ebro en 1099 y a otros muchos lugares
de Castilla y las Vascongadas.
Desde finales del siglo XI hasta un siglo después abundan las luchas urbanas
entre burgueses y señores. La burguesía medieval no fue una clase bien definida
ni identificada con toda la población urbana. En muchas ciudades, aquellas más
vinculadas con el entorno campesino, casi no puede hablarse de burgueses,
término reservado, al menos inicialmente, a artesanos y mercaderes urbanos.
Pero donde éstos abundaron y arraigaron trataron de implantarse no con voluntad
reformadora respecto del orden señorial, sino más bien con la intención de
instalarse como una cuña dentro de él. Para lograrlo, los burgueses tuvieron que
entrar en colisión violenta contra los señores, dando lugar a las numerosas
rebeliones urbanas de Sahagún, Santiago de Compostela, Lugo, Carrión, Burgos
o Palencia en Castilla o León, o a los conflictos de Tortosa en Cataluña. En todas
estas ciudades de señorío, los burgueses defendieron sus privilegios, su Derecho
contenido en los Fueros de franquicias. Con ello se fue acentuando el proceso de
diferenciación jurídica entre el ámbito urbano, el municipio, y el marco rural, el
señorío. O, como ha escrito Rafael Gibert, “la oposición entre la ciudad burguesa y
el campo señorial”.
Estos Fueros Breves o Fueros de Franquicias corresponden aproximadamente en
Cataluña a lo que Font Rius denomina “cartas de franquicias y privilegios” y en
otras ocasiones a lo que el mismo historiador llama “estatutos primarios de la vida
jurídica local”, es decir a los dos tipos más completos de cartas catalanas.
El Fuero de Castrogeriz del año 974 en Castilla es el fuero más antiguo que se
conoce, siendo numerosos los que se concederían no sólo en Castilla, sino que en
León, Galicia, Portugal, la Rioja, Aragón, Navarra y las Cartas de Franquicia
catalanas.
Conviene, sin perjuicio de lo anterior, hacer dos observaciones.
a) La primera concierne a la atomización del Derecho altomedieval y al empleo de
algunos correctivos de la misma. Puesto que cada lugar tenía su Fuero, su
Derecho, el panorama del Derecho de aquellos siglos se nos presenta como un
mosaico, cada una de cuyas piezas constituiría un pequeño ordenamiento jurídico.
Aunque en cierto modo así era, tal impresión es exagerada. Lo anterior, se dice,
por cuanto los Fueros de muchas de estas ciudades y villas se concedieron de
unas a otras, lo que se debía principalmente al atractivo de su contenido, que
hacía desear a otros lugares el goce de los mismos privilegios o franquicias
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concedidas a tal o cual lugar. De este modo surgieron coincidencias entre los
Derechos de diversas localidades, lo cual atenuó la atomización de los
ordenamientos locales.
b) La segunda observación se refiere al carácter incompleto de estos fueros
locales; y, por supuesto, con mayor motivo, al todavía mucho más incompleto y
escaso contenido de las que antes hemos llamado cartas pueblas de índole
agraria. Con su peculiar estilo lacónico, don Galo Sánchez escribió a este
respecto: “En defecto de los fueros suele aplicarse el código visigodo; otras veces
se acude a la costumbre local no escrita; en ocasiones el arbitrio judicial resuelve
los casos no previstos en aquellos” (en los fueros).
En efecto, como se verá más adelante, el Liber Iudiciorum, complementó en
algunos casos estos fueros, pero su vigencia en los diversos territorios cristianos,
no fue total ni uniforme. Ni siquiera allí donde rigiese pudo servir de estable y
satisfactorio complemento. Había problemas nuevos, y otras tradiciones diversas a
las del Liber, llevadas allí por los nuevos pobladores o por la población
permanente. Surgió así lo que las fuentes medievales llaman el “USUS TERRAE”,
esto es la costumbre del lugar, que no hay que identificar demasiado
estrictamente con la de tal localidad, tal señorío, o tal villa, sino con mayor
amplitud, con la del valle o la comarca en que dicho lugar estaba situado. Y
cuando ni la referencia al Liber como Derecho complementario, ni la remisión a la
costumbre bastaran para resolver un problema jurídico nuevo, los jueces tuvieron
que crear Derecho haciendo uso de su capacidad creadora, y dando ocasión para
el nacimiento de nuevas normas.
Poco a poco el fondo común del Liber fue olvidándose o quedó deformado por el
uso; y con la apelación al “usus terrae” o con la creación judicial del Derecho de
cada lugar, y muy especialmente el Derecho de las villas y ciudades de cierta
importancia.

5.4. Jueces de Albedrío, Fazañas, y fijación de los Derechos Municipales.


El desarrollo de los Derechos Locales, en especial durante la segunda mitad del
siglo XII y a lo largo del XIII, coincide con el crecimiento de los centros urbanos.
Como ha señalado a este propósito Joaquín Cerdá, en las tierras del rey y en los
lugares de señorío fueron adquiriendo importancia núcleos rurales, villas de cierto
porte, viejas ciudades reconstruidas o ciudades nuevas. La vida urbana se
intensificó, aunque no de un modo homogéneo, a lo largo y lo ancho de los
diversos territorios. Los reyes y los señores les conceden con frecuencia nuevos
privilegios que hacen más atractiva, por más libre, la vida en las villas y ciudades
que no en las tierras de señorío. Generalmente son los reyes quienes conceden
más ventajosos privilegios, y los señores se ven obligados a imitarlos para evitar
que sus villas se les despueblen.
Esta faceta privilegiada del Derecho Municipal aunque antiguamente mitificada
(llegándose por algunos autores a ver en estos una suerte de prefiguración
medieval del liberalismo), no impide ver su importancia. En efecto, gracias a ellos
la ciudades, o en general todos los centros urbanos dotados de autonomía
municipal, se configuraron como ámbitos jurídicos relativamente independientes; y

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sus habitantes (en algunos aspectos todos ellos, y en otros tan sólo los grupos
más poderosos) gozaron de un régimen jurídico mejor que el de la población rural.
Régimen jurídico que creció no sólo en virtud de la acumulación de sucesivos
privilegios, sino también como consecuencia de la evolución y el desarrollo de
costumbres jurídicas no escritas. Desarrollo que conocemos mal porque casi
nunca se reflejó por escrito el cambio o crecimiento de este Derecho
Consuetudinario a medida que se producía; sólo, como veremos, en una etapa ya
muy avanzada, cuando la acumulación de costumbres nuevas (y otros elementos
del Derecho Municipal, tales como privilegios recientes y sentencias judiciales
innovadoras) fue muy notoria, se procedió a la fijación por escrito de este Derecho;
pero es evidente que este primitivo núcleo consuetudinario de los repobladores de
cada ciudad o villa creció a lo largo de la convivencia ciudadana y al amparo de la
autonomía municipal.
De otra parte, en este proceso de aclaración y crecimiento del Derecho de los
centros urbanos tuvo un papel muy destacado la actuación de los jueces; jueces
populares, jueces legos, carentes de una preparación jurídica especial y que, por
consiguiente, juzgaban o bien con arreglo al Derecho consuetudinario del lugar
o bien, en su defecto, con arreglo a su buen criterio personal, a su ALBEDRIO.
Los jueces, en efecto, al dictar sentencia, cumplían en primer lugar una función
interpretativa del Derecho propio de su localidad. Como las aldeas situadas en los
alfoces (Alfoz, territorio extramuros asignado a una villa durante la repoblación
foral) – sobre todo en la zona entre el Duero y el Tajo- carecían de independencia
jurídica, sus gentes tenían que ir a resolver los pleitos ente los jueces de la ciudad
respectiva; tales jueces mantenían así una cierta unidad de criterio para interpretar
el Derecho, evitando una excesiva dispersión del mismo.
Pero más importancia tuvo, sobre todo en Castilla y en Navarra, la creación
judicial del Derecho. Especialmente Castilla fue tierra de “albedrío”, tierra
donde el muy incompleto Derecho Consuetudinario de sus pobladores y la
ausencia de la función supletoria del Liber, forzó la creación del Derecho a
través de los fallos o sentencias judiciales. Se denominan FAZAÑAS a las
sentencias que por tratar asuntos no resueltos hasta entonces por el Fuero
del lugar o por la costumbre no escrita, contienen decisiones emanadas del
Libre Albedrío del juez; esta “fazaña” o juicio de albedrío no sólo resuelve el caso
litigioso presentado ante el juez, sino que adquiere valor de norma jurídica
obligatoria en adelante para resolver con ella otros casos futuros semejantes. Así,
los jueces de Castilla y también los de Navarra y algunos de Aragón, completaban
y desarrollaban con sus sentencias los Fueros Breves y el Derecho
Consuetudinario no escrito.
Pues bien, llega un momento en que todos estos elementos componentes de los
Derechos Locales (el Fuero Breve si lo hay, los privilegios posteriores, la
costumbre no escrita y las decisiones judiciales) se plasman por escrito. No es
fácil precisar entre qué fechas se produce este fenómeno de fijación en textos
amplios de Derechos Municipales, pero en forma aproximada cabe situarlo desde
finales del siglo XII en adelante. Desde esas fechas, y sobre todo desde el siglo
XIII, comienza a dominar una concepción legislativa del Derecho, empieza a
abundar la legislación real de vigencia general y crece un Derecho nuevo, técnico,
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erudito. Como reacción defensiva frente a los riesgos que estos fenómenos
implican para los “derechos viejos”, no técnicos y locales, las ciudades con
privilegios y costumbres propios procuran obtener del rey la confirmación de su
Derecho, y para facilitarla proceden a la redacción de los Derechos Municipales.
Esta tarea de redactar y recopilar los diversos preceptos por los que se regía una
comunidad municipal –franquicias o privilegios, costumbres, normas extraídas de
sentencias judiciales- fue compleja, dio lugar a manipulaciones o reformas del
mismo Derecho Municipal, y revistió manifestaciones diversas. A veces, en efecto,
la labor de redacción fue realizada por el propio municipio; pero otras revistió la
forma de una confirmación regia o del señor del lugar, y otras, por último, fue
resultado de una avenencia entre el Municipio y el señor.
Al ser redactado el Fuero, los materiales fueron con frecuencia alterados. Así, de
las sentencias judiciales y de los privilegios reales se omite, en una labor
depuradora, los elementos anecdóticos o particulares y se refleja en el texto
escrito tan sólo la norma de validez general contenida en el fallo judicial o en el
privilegio. A veces se modifican también ciertas normas del Derecho Municipal
más antiguo, con la intención de vivificarlo; pero en otras ocasiones se les da
cabida en el Fuero de nueva redacción, quizá por respeto al prestigio del “derecho
viejo”, sin comprender que quizá se contradice con normas más recientes. De este
modo, Derecho antiguo y Derecho nuevo (ambos referidos al mismo lugar)
coexisten yuxtapuestos, y no siempre armonizados, en las relaciones amplias de
los Derechos Municipales.

5.5. Fueros Municipales Extensos.


Los Fueros redactados con todos los elementos citados eran mucho más amplios
que los que hemos denominados fueros breves. Pero la diferencia entre unos y
otros no es meramente cuantitativa, pues mientras en los Fueros breves se
creaban normas, concedidas en ellos como privilegios o franquicias, en los Fueros
Extensos corresponden ya a núcleos urbanos de cierta importancia, a
verdaderos Municipios.
Tales Fueros Extensos tratan de contener un ordenamiento jurídico completo, de
tal manera que ya no sea necesario acudir a otras normas fuera del texto escrito.
Por ello se exige a los jueces del municipio que juzguen no por el albedrío, sino
con arreglo a lo establecido en el Fuero, en el Libro del Fuero. En consecuencia,
suele regularse en muchos Fueros Municipales un recurso (llamado Recurso “a la
Carta” o “al Libro”), consistente en comprobar si un juez al emitir sentencia actuó
de acuerdo con lo que está escrito en el Fuero.
Como no todos los problemas reales podían estar resueltos por el Fuero, a pesar
de pretenderlo así quienes lo redactaron, los mismos Fueros Extensos solían
establecer el método de actuación para resolver tales casos. Algunos Fueros (por
ejemplo, los de Cuenca y Teruel) permitían que dichos casos no resueltos por el
Fuero se juzgasen según albedrío del juez, si bien contra esta sentencia podía
recurrirse ante el Concejo. Otro Fuero, el de Soria, establecía que para juzgar
tales casos se nombrase una comisión de cuatro caballeros, y que la solución que
ellos considerasen justa se aplicara para sentenciar el caso en cuestión y,

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además, se añadiera por escrito al Fuero para resolver otros caso futuros
semejantes.
Por contener un Derecho Consuetudinario, vivo en el lugar; por ser en parte fruto
de la propia autonomía municipal y al mismo tiempo garantía de la misma, puesto
que contenían los privilegios en que esa autonomía se basaba y las normas para
la elección por los vecinos de los jueces y los oficiales del municipio; y por este
carácter completo y autosuficiente del ordenamientos en ellos contenido, los
Fueros Municipales fueron considerados por las villas y ciudades como cosa
propia y muy valiosa, y fueron defendidos por éstas frente a otro tipo de derechos
(el del rey o el de los juristas técnicos, pues ambos comenzaron a desarrollarse en
el siglo XIII como veremos).
Igual que ocurría con los fueros breves, con bastante frecuencia el Fuero Extenso
de una ciudad se concedía directamente a otra. En ocasiones los redactores del
Fuero de una ciudad utilizaron como modelo el texto ya escrito del Derecho de
otra. Por otra parte, Fueros redactados con independencia entre sí guardan, sin
embargo, notables semejanzas, bien porque ambos utilizaron como modelo
común a un tercer Fuero, o bien porque las respectivas ciudades pertenecieran a
una misma área territorial, en la cual hubiese un “usus terrae” o Derecho
Consuetudinario no escrito que sirviese como fondo común a uno y otro fuero. Por
la existencia de alguno de estos factores (o por la concurrencia de todos ellos)
entre dos o más fueros, suele decirse que tales fueros están emparentados entre
sí, que forman “una familia”. No siempre es fácil determinar qué Fuero Municipal,
entre varios parecidos, actuó como modelo u origen de la “Familia de Fueros”.
García-Gallo agrupa los Fueros Municipales Extensos en cuatro áreas, dentro de
cada una de las cuales pueden distinguirse a su vez algunas “familias de fueros”, y
algunas ciudades que actuaron como focos emisores de Derecho a toda el área o
a parte de ella. Tales áreas son: a) La aragonesa-navarra; b) la de la Extremadura
Leonesa; c) la de la Extremadura Castellana y, d) la catalana.
a) En lo que respecta al área aragonesa-navarra cabe destacar la importancia del
Fuero Extenso de Jaca originalmente del año 1063 (Fuero Breve) que fue
confirmado más tarde y objeto de varias redacciones en el siglo XIII. Este Fuero
fue el que influyó en la redacción de muchos otros fueros en Aragón y Navarra.
Otro Fuero Extenso de esta área es el de Estella que fue modelo para muchos
otros de Navarra e incluso la zona de Cantabria (Castilla).
b) En la Extremadura Leonesa son importantes los de Salamanca, Zamora,
Ledesma y Alba de Tormes. Respecto del de Salamanca, que debió ser poblada
bajo el Fuero Breve de León, se sabe que su Fuero Extenso fue redactado en el
siglo XIII por “boni homines de Salamanca”, es decir de redacción concejil. Otro
Fuero importante de esta zona fue uno de Ciudad Rodrigo, hoy perdido que sirvió
de base a un grupo de Fueros extensos del centro norte portugués –Región de
Beira- y a los de Ávila, Coria, Cáceres y Usagre.
c) En el área de la Extremadura Castellana, fue donde con más intensidad se fijó
por escrito los derechos municipales, especialmente en la segunda mitad del siglo
XIII, fueros que incluso influyeron en lo que luego serían localidades políticamente
aragonesas (Alfambra, Teruel y Albarracín). El foco originario del Derecho
Municipal es el Fuero Breve de Sepúlveda (confirmado en 1076) luego
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reemplazado por el Fuero Extenso de Sepúlveda. El Fuero Extenso de Madrid
data de los últimos decenios del siglo XII o los primeros del XIII y es de redacción
concejil.
Pero sin lugar a dudas el más conocido e importante Fuero Municipal Extenso es
el de Cuenca. Para Rafael Gibert es la “redacción final, el epílogo del Derecho
Municipal castellano”. Para sus anónimos redactores, el Fuero de Cuenca es una
forensium institutionum summa; lo anterior, por la amplitud de su contenido, su
calidad técnica y su carácter sistemático. Su calidad ha sido fuente de discusión
entre los historiadores, ya que se le tiene como modelo de una de las más
extensas familias de fueros. En general, muy convincente es la explicación que al
respecto ha dado García-Gallo. Según él, hacia 1200, y resumiendo el contenido
de diversos fueros de la Extremadura Castellana, se formó, probablemente por
indicación del Rey Alfonso VIII, un “Formulario”, es decir, una especie de modelo
de Fuero Municipal. Tal “formulario” o modelo no recogía, pues, el Derecho de una
villa o una ciudad determinada (Cuenca o cualquier otra), sino que era un trasunto
o síntesis (una “summa” o resumen) del Derecho Municipal de la Extremadura
Castellana. Sobre este hipotético “formulario” hoy perdido se habrían concedido un
sinnúmero de fueros en Castilla y el Bajo Aragón; y este “formulario” mejorado y
perfeccionado, habría sido el mismo Fuero concedido a Cuenca a mediados del
siglo XIII y de allí extendido hacia otras villas y ciudades.
Finalmente, en algún momento posterior a 1255 se redactó el Fuero Extenso de
Soria, que deberá ser comentado, más adelante, en relación con la tendencia
unificadora del Derecho.
d) Por último, respecto del Derecho Municipal Catalán, cabe señalar que las
redacciones extensas de derecho municipal en Cataluña reciben el nombre, como
ya se decía, de Costums o Consuetudines. Entre estas en particular son
importantes las de Lérida (1228) y Tortosa (1279); y son en general, de redacción
tardía (pleno siglo XIII).

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UNIVERSIDAD CATOLICA SILVA HENRIQUEZ 39


CURSO DE HISTORIA DEL DERECHO
PROFESOR JUAN E. RIHM SILVA
- INSTITUTO DE ESTUDIOS GENERALES: Textos comparados de la
Constitución Política de la República de Chile y de la Constitución Política
de la República de Chile de 1925. 1980.
- INSTITUTO GEOGRAFICO MILITAR. Geografía de Chile Tomo X
Geografía Urbana. 1985.
- MERELLO, Italo: Historia del Derecho, Tomo I. 1989.
- PARADISI, Graziano: Storia del Diritto Medievale e Moderno. III Edizione.
2010.
- PARICIO, Javier: Historia y Fuentes del Derecho Romano. 1988.
- PHILLIPS SHIVELY, W.: Introducción a las Ciencias Políticas. 2001.
- RABINOVICH – BERKMAN, Ricardo D.: Un Viaje por la Historia del
Derecho. 2004.
- SAMPER POLO, Francisco: Derecho Romano. 1991.
- SAN FRANCISCO, Alejandro y Otros: Camino a la Moneda Las Elecciones
Presidenciales en la Historia de Chile 1920 – 2000. 2005.
- THE CONSTITUTION OF THE UNITED STATES: The Constitution of the
United States and The Declaration of Independence. 1994.
- TOMAS Y VALIENTE, Francisco. Manual de Historia del Derecho Español.
Cuarta Edición. 2006.
- WIKIPEDIA: http://es.wikipedia.org. 2007.

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CURSO DE HISTORIA DEL DERECHO
PROFESOR JUAN E. RIHM SILVA

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