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“(227)
Y si se deciden por el divorcio*, Allah es Oyente y Conocedor.
* [Una vez transcurrido el plazo de cuatro meses de separación.]
(228)
Las divorciadas deberán esperar tres menstruaciones para estar en disposición de volverse a
casar y no es lícito que oculten lo que Allah haya creado en sus vientres si creen en Allah y
en el Último Día.
Sus esposos tienen más derecho* a volver con ellas dentro de este plazo, si quieren
rectificar.
Los derechos de ellas sobre sus esposos son iguales a los derechos de éstos sobre ellas,
según lo reconocido; pero los hombres tienen un grado sobre ellas.
Allah es Poderoso y Sabio.
*[Que cualquier otro pretendiente.]
(229)
El divorcio son dos veces*. Y, o bien la vuelve a tomar según lo reconocido, o la deja ir en
buenos términos*.
Y no os está permitido quedaros con nada de lo que hayáis dado. A menos que ambos
teman no cumplir los límites de Allah.
Y si teméis no cumplir los límites de Allah, no hay falta para ninguno de los dos si ella
ofrece alguna compensación*.
Estos son los límites de Allah, no los traspaséis.
Quien traspase los límites de Allah... Esos son los injustos.
* [Es decir, se puede ejercer dos veces con posibilidad de revocarlo.]
* [La vuelve a tomar antes de cumplirse el período de espera o la deja ir al cumplirse éste.]
* [A cambio de obtener el divorcio.]
(230)
Si vuelve a divorciarla*, ella ya no será lícita para él hasta que, habiéndose casado con otro,
éste, a su vez, la divorcie; en cuyo caso no cometen ninguna falta si ambos vuelven (a
casarse), siempre que crean poder cumplir con los límites de Allah.
Estos son los límites de Allah que Él aclara a gente que sabe.
* [Una tercera vez, después de las dos mencionadas.] ”
b) Oración cinco veces al día (el Corán que la llama “azalá” o “salat”, recomienda
dos o tres oraciones diarias, y existe una oración comunitaria que se efectúa el
viernes);
e) Peregrinaje a La Meca una vez en la vida (“hayy”, así el creyente que cuente
con los recursos debe peregrinar una vez en la vida a La Meca el último mes del
año del calendario islámico).
Los textos jurídicos del Islam eran aplicados por una compleja relación de cargos
jurídicos.
Los más importantes son los siguientes:
a) El Cadí.
El principal eje de la estructura jurídica en el Islam es el Cadí o Juez. En la
práctica las funciones judiciales del Cadí quedaban limitadas a cuestiones
personales, como conflictos matrimoniales y herencias y asuntos de índole civil
que implicasen perjuicio a un miembro de la comunidad, como incumplimiento de
contratos.
Las características del Cadí eran la dignidad, la rectitud y la integridad. A
diferencia de Oriente era casi siempre nombrado un musulmán modelo con visos
de ascetismo.
b) El Alfaquí.
Expertos en leyes (juristas), son los estudiosos del FIQH (la Escuela o Escuelas).
En contraposición con los ULEMAS, que eran los estudiosos del hadits o de la
ciencia religiosa en general. El FIQH suponía la creación del Derecho o criterio
práctico basándose en hechos concretos consuetudinarios o del bien común.
d) El Wattaq.
Es el profesional del Derecho que cumple funciones de Notario.
La práctica notarial es amplísima durante la época Omeya, hasta el punto de que
lo judicial se hace muy rígido en este campo. La actividad de este funcionario se
confunde a veces con la del údul que son los testigos, y se centra especialmente
en la relación y levantamiento de actas, en la redacción de contratos, en la
expedición de certificados y en la protocolización de documentos. En cuanto a los
formularios notariales, estos ponen ante nuestros ojos todo el movimiento de la
vida jurídica de un pueblo, ya que no se limitan a ser colecciones de escrituras
notariales, sino que en ellos cada comentario va acompañado de un corolario
técnico que intenta relacionar la teoría y la realidad. De estas obras notariales en
Al-Andalus se citan los Tratados de Ibn Mugít (siglo XI), Ibn Salmún (siglo XIV) e
Ibn al’Attar (siglo XI).
e) El Sáhib Al-Mawarit.
Encargado del reparto de herencias.
En la organización judicial de la época del Califato aparece una oficina de
sucesiones vacantes, cuyo jefe lleva el título Sáhib Al-Mawarit, que es la persona
encargada de administrar los bienes a la muerte de su propietario que quedaban
sin adjudicar por no ser susceptibles de poder pasar a sus herederos legítimos. En
este tipo de sucesiones los derechos del Estado eran preferentes a los
particulares. El Sahib Al-Mawarit era el encargado de repartir estos bienes cuando
lo ordenaba el Cadí, y también de administrarlos mientras se encontraban en
administración.
Finalmente, el término Surut es utilizado normalmente para designar el contrato y
también para referirse a las actas formalizadas por Notario. Hay que decir que en
el Derecho musulmán no existe una teoría general de las obligaciones y contratos
y no se puede ver el Derecho musulmán de los contratos por las nociones y
categorías que le son ajenas.
2.1. La Repoblación.
Una vez tomadas las plazas fuertes de manos de los musulmanes, se poblaban lo
más intensamente que se podía, todas las ciudades villas y castillos elegidos
como centros nodales de la nueva línea fronteriza; se fortificaban tales núcleos
urbanos y se aseguraba su defensa ocupando y repoblando lugares que
garantizaban su comunicación con el interior del reino.
Seguidamente se procuraba colonizar la retaguardia, atrayendo pobladores que
devolviesen la vida a las grandes zonas yermas que quedaban detrás de las
fronteras.
Así, un infante, un magnate o un prelado se encargaba de la empresa inicial; y
después se daban tierras y solares a quienes querían ocuparlos y formar nuevos
núcleos urbanos, y se confirmaba la propiedad de otros a quienes lo habían
ocupado por iniciativa propia. Esta forma de ocupar la tierra recibirá en Castilla el
nombre de PRESURA, y se entiende por ello la ocupación de tierra sin dueño;
suponía la toma de posesión de la misma y a ello parece aludir la significación de
la palabra, que equivale a la acción de apretar o aprehender. La presura podía ser
pues de dos tipos:
a) Era de iniciativa real cuando el Rey organizaba la expedición, que podía ser
dirigida por un conde, en la que figuraban soldados y simples colonos.
Primeramente, se buscaba un lugar en donde asentarse. Una vez encontrado se
repartían las tierras. De esta forma se repoblaron Astorga, Amaya y Burgos.
b) La otra forma de realizar la presura es aquella en que la iniciativa la llevan
por particulares bien sea bajo la dirección de un obispo, abad o conde, o
mediante la ocupación incontrolada de tierras. En este último caso, había que
ocupar y trabajar la tierra, y después demostrarlo, con lo que inmediatamente la
tierra pasaba a ser de quien la trabajaba. De esta última forma se repobló toda la
cuenca del Duero.
Esta última repoblación fue la causa del sentido dinámico que tiene la estructura
social del reino leonés y la singular articulación de una sociedad extraña en la
Europa de la época. En “la tierra de fuera”, al sur de la cordillera cántabro-astur,
al menos en un comienzo, fue escasísimo el número de siervos de la gleba. Lo
que verdaderamente caracterizará la estructura social castellano-leonesa inicial y
la hace diferente del resto del occidente de europeo con la existencia de pequeños
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propietarios libres (los ingenui de los documentos) agrupados en pequeñas
comunidades rurales también libres, muchos de ellos acogidos al patrocinio o
benefactría (lo que más adelante se conocerá como los hombres de behetría) de
un señor al que podían abandonar a su albedrío, y otros completamente libres y
sólo dependientes del rey leonés o más tarde del conde castellano.
Antes de seguir, se hace necesario indicar, que entre los reyes cristianos se había
impuesto la costumbre germánica, tomada de los francos y trasmitida desde
Navarra, de la Sucesión Patrimonial de la Monarquía, esto es; que a la muerte
del soberano se repartía el reino entre sus hijos, lo que como es obvio tenía
sumidos a los reinos en constantes guerras civiles internas y en guerras con sus
vecinos, el ejemplo típico de esta conducta la podemos tener en la sucesión del
primer Rey de Castilla Fernando I (1035-1065). El padre de éste, Sancho III el
Mayor de Navarra (1004-1035) bajo cuyo reinado este reino alcanzó una corta
preponderancia entre las monarquías cristianas siendo de hecho el primero que
utilizó con propiedad el título de “Emperador”, controló los condados que formarían
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Aragón y adquirió el Condado de Castilla como herencia. En 1035 dejó dicho
condado a su hijo Fernando. Fernando I estaba casado con Sancha, hermana, a
su vez, de Bermudo III de León. Fernando provocó una guerra en la que murió el
soberano leonés en la Batalla de Tamarón contra la coalición castellano-navarra.
Al no tener descendencia Bermudo III, su cuñado “Fernando I” se apropió de la
corona leonesa esgrimiendo los derechos de su mujer, tomando el título de Rey de
León con gran oposición entre los leoneses, que no querían ver convertido en
monarca al hombre que había dado muerte a su rey. Así, Fernando volvió a unir el
condado de Castilla al Reino de León, pero a su muerte en el año1065, dictó su
testamento que siguiendo la tradición navarra, disponía que:
Sin perjuicio de lo anterior, y volviendo hacia atrás con la historia, el siglo que
siguió a la fundación del Reino de León, corresponde al surgimiento del Califato
del Al-Andalus, que alcanzó su apogeo militar hacia el fin de dicho siglo que
coincide con los ataques del “Almanzor”, que devastó los reinos y condados
cristianos, entre otras cosas, tomó y destruyó Barcelona (985) y Santiago de
Compostela (997); sin embargo a la muerte de ese caudillo, la guerra civil estalló
entre sus hijos y los herederos legítimos del califato, lo que terminó con la
disolución del mismo en una serie de reinos taifas, lo que ocurrió el año 1031.
Así las cosas, a la muerte del Rey Alfonso VI, el efímero “imperio leonés” no tardó
en disolverse en medio de disputas dinásticas.
Enrique de Borgoña, un noble descendiente del duque Roberto I de Borgoña
(hijo a su vez del Rey Roberto II de Francia), quien llegó al reino de León el año
1087, después de la derrota de las tropas castellanas en Zalaca o Sagrajas,
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contrajo matrimonio el año 1093 con doña Teresa de León, hija natural de Alfonso
VI, matrimonio en virtud del cual este último le otorgó en herencia el Condado
Portucalense (1093-1112), que comprendía zonas del sur de Galicia, y el norte y
centro del Portugal moderno. Luego, al morir el rey Alfonso VI, y carecer de
heredero varón, dado que su único hijo, Sancho, murió en la Batalla de Uclés
(1108) en contra de los almorávides, heredó el trono su hija la reina Urraca de
León y Castilla (hermanastra de Teresa de León), quien por cuestiones políticas y
estratégicas contrajo matrimonio con Alfonso I de Aragón. Enrique de Borgoña,
aprovechando los problemas, conflictos familiares y políticos surgidos en torno a
su cuñada la reina doña Urraca, declaró la independencia del Condado de
Portugal (1109). A su muerte quedó con el gobierno doña Teresa, atendida la
corta edad del heredero su hijo el conde don Alfonso Enríquez, quien bajo el
título de “reina” intentó retenerlo, hasta que finalmente las tropas de su hijo
derrotaron a las suyas en la Batalla de San Mamede en 1128, luego de lo cual fue
obligada a exiliarse. Finalmente, después de una serie de brillantes victorias y
luego de la Batalla de Ourique sobre los almorávides el año 1139, don Alfonso
Enríquez fue proclamado por sus tropas, primer Rey de Portugal con el nombre
de Alfonso I de Portugal, lo que fue confirmado por el Tratado de Zamora de
1143, en que el Rey de Castilla y León, Alfonso VII reconoció la independencia del
Portugal, que ya no se sometería nuevamente a otro reino de la península,
conservando se independencia hasta el día de hoy (históricamente existió durante
60 años la unión de los reinos de España y Portugal, bajo la corona de Felipe II,
Felipe III y Felipe IV –de España- entre los años 1580 y 1640, lo que se conoce
Imperio Hispano-Portugués o Unión Ibérica).
Alfonso IX, se convirtió en uno de los más afamados monarcas del Reino de
León, ya que bajo su mandato se convocaron las Cortes Leonesas de 1188,
primeras cortes europeas en las que participa el Tercer Estado (es la primera vez
que se habla de “civibus”) los ciudadanos –burguesía-. En ellas; que surgieron
como necesidad de la corona leonesa, que requiere nuevos ingresos para seguir
adelante con la Reconquista, por lo que crea nuevos impuestos lo que provoca
una alza de precios que provoca que la clase ciudadana exija como contrapartida
regular el gasto de la corona; se reconocen ciertos derechos tales como: la
inviolabilidad del domicilio, del correo, la necesidad del rey de convocar Cortes
para hacer la guerra o declarar la paz, y se garantizan numerosos derechos
individuales y colectivos. Su importancia, radicará en que después varios reinos de
Europa occidental convocaron Cortes, Parlamentos o Estados Generales con la
participación de representantes de las ciudades. Fue el caso de Aragón o
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Inglaterra, con lo que se abrió así el camino para que el Tercer Estado participase
en las decisiones de gobierno.
Por su parte, Fernando III, una vez reunidas en su mano las dos coronas y ambos
reinos el año 1230 (después de lo cual ya nunca más se separarán quedando el
Reino de León subsumido en la corona de Castilla), se lanza a la conquista del
valle del Guadalquivir que se puede entender concluida con la toma de Sevilla en
1248, se anexa Murcia, y se establecen las fronteras definitivas con el Reino de
Aragón; que a esas alturas ya comprendía el Condado de Cataluña, bajo un solo
soberano desde el Rey Alfonso II el Casto desde 1162; lo anterior, mediante el
Tratado de Almizra, que reconoció a su vez, la conquista a su vez del Reino de
Valencia y del Reino de Mallorca por parte de Aragón, quedando con su muerte en
1252, inconcluso el proyecto de invadir el norte de África, proyecto que será
continuado por sus sucesores para terminar definitivamente con la amenaza de
una invasión árabe, lo que se lograría en la Batalla del Salado en 1340 por su
tataranieto don Alfonso XI con la derrota de los benimerines y los moros de
Granada.
Como dato histórico, cabe señalar que la zona occidental del antiguo Reino de
Navarra, lo que hoy es el País Vasco (Álava, Guipúzcoa y Vizcaya), fue
definitivamente incorporado a la corona castellana en el año 1200, permaneciendo
como provincias castellanas hasta 1979; y el reino mismo luego de una larga
guerra civil por la sucesión que comenzó en 1451 y no terminó hasta 1479, y que
dejó al país atrapado en las sucesivas guerras entre Francia y España, lo que
terminó con su división definitiva, quedando la Alta Navarra (la actual Navarra)
incorporada como un reino a la Corona Castellana, y la Baja Navarra (el país
vasco francés y el Bearn) como un reino independiente, el Reino de Navarra,
asociado en definitiva a la corona francesa al ascender su Rey Enrique III, al trono
de Francia bajo el título de Enrique IV en 1589, siendo el reino absorbido por el de
Francia en 1620, y desapareciendo definitivamente en 1789.
b) El poder de reyes y condes independientes fue débil durante los siglos VIII
al XII. Para la defensa de la tierra, para la guerra contra los musulmanes y sus
continúas aceifas (expediciones de carácter militar y de saqueo de los
musulmanes en territorios cristianos); y a veces, para la guerra con sus vecinos
cristianos; necesitaban los reyes el apoyo constante de los magnates de su corte,
la nobleza militar y la jerarquía eclesiástica que les prestaban, su ayuda bélica y
su bendición. Lo anterior, dio como resultado, unos reyes incapaces de imponer
un orden jurídico estable, uniforme y completo a todas las tierras y a todos los
hombres de sus reinos, por encima de las tendencias dispersivas y particularistas
encarnadas por la oligarquía.
Por el contrario, como ya veíamos, los nobles y los clérigos cimentaron su poder
sobre las tierras que por donación regia o por ocupación o por otros distintos
títulos jurídicos fueron acumulando. De esas tierras y de las gentes que en ellas
vivían y que las cultivaban fueron señores. En una economía casi exclusivamente
agraria, con escasa circulación monetaria y débil tráfico mercantil, nobles y
clérigos se apoderaron de la principal fuente o medio de producción: la tierra.
Durante siglos la explotación de la tierra se reguló por un complejo heterogéneo
de relaciones entre señores nobiliarios o eclesiásticos y los hombres de señorío
(libres, y pocos de ellos propietarios y además, sometidos a un creciente proceso
de adscripción a la tierra), al cual se denomina habitualmente “Régimen Señorial”.
Cada señorío tendió a ser económicamente autárquico y a lograr el mayor grado
de “inmunidad” frente al poder real. Esta verdadera Poliarquía Señorial se tradujo
en una relativa capacidad creadora de Derecho por parte de los señores. Estos
muy frecuentemente otorgan Fueros (normas jurídicas escritas) a los hombres de
sus señorías o les confirman determinados privilegios o ventajas, o les reconocen
sus costumbres.