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Tema 1: Conceptos preliminares1

Esquema:

1.1. Una institución religiosa

1.2. Tres principios

1.3. El calendario islámico:

a) La era hegiriana

b) Los meses lunares islámicos

c) La semana musulmana

d) Las principales fiestas y conmemoraciones islámicas

e) Regla de conversión

1.2. Los musulmanes en el mundo (historia)

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Tema 1: CONCEPTOS PRELIMINARES

La religión musulmana se define como una institución religiosa y un lazo comunitario


fundados sobre una doble referencia religiosa: las normas reveladas en el Corán y
las prácticas religiosas instauradas por el profeta Muhámmad en el curso de su
predicación (610 a 632 d.C.).

1.1 Una institución religiosa

La religión musulmana reconoce una sola ley divina revelada, la Šari‘a. Esta Šari‘a
cubre tres dominios:

El dominio religioso propiamente dicho (dïn), que engloba todo aquello que trata de
la obediencia a Dios.

1
Nuestro agradecimiento a los profesores de la Escuela de Religiones, Ecumenismo y Sectas “San
Vicente Ferrer” de la Facultad de Teología de Valencia que nos han permitido hacer públicos estos
contenidos. Para este bloque concretamente al profesor D. Riay Tatari.

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El dominio social, que concierne al lazo comunitario (milla), inspirado en la


experiencia religiosa del profeta Muhámmad y todos los enviados de Dios.

Y una dimensión normativa, que trata de la observancia de los ritos elaborados por
las grandes escuelas jurídicas (maðahib) de entre las cuales el musulmán ha de
elegir una a seguir si no es apto para poder deducir de forma directa de los textos
originales.

1.2 Tres principios

La religión musulmana se caracteriza por la articulación de tres esferas


compenetradas entre sí:

El imán, es decir, la fe que implica la adhesión sincera de corazón y confianza


absoluta en Dios. Imán es una palabra que procede de la raíz a-m-n que se
encuentra en la palabra "amén".

El islam, es decir, el abandono integral y confiado de toda persona a Dios. La


palabra "sumisión" no traduce perfectamente el término islam. La palabra Islam
está formada de la misma raíz árabe, s-l-m, que "muslim", transcrito al castellano
en la forma "musulmán".

El ihsán, es decir, la búsqueda incansable de la perfección en los comportamientos


y las actitudes.

La adhesión al Islam se reduce a la profesión de fe, o más exactamente, a esta


doble profesión: en árabe šahadatáin, dual de šaháda, "testificación".

Es clásico señalar como etimología de aslama la de "someterse" y en consecuencia,


decir que muslim significa literalmente «sumiso [a Dios]». De hecho, la verdadera
etimología incluye un matiz importante: el radical slm tiene como sentido primordial
"ausencia de enfrentamiento", de ahí el sentido bien conocido de la palabra salam,
"paz", "salud"; su activo aslama significaría "poner en paz", e intransitivamente
"hacer paz". El musulmán es, en primer término, el que se pone en paz con Dios, el
que sitúa la existencia de Dios y Su poder fuera de toda discusión.

También hay que romper, de entrada, con una tradición que, a partir de una
pretendida etimología, atribuye a esta religión un tono fatalista. Es verdad que en
la simplicidad lapidaria de su expresión, las "dos profesiones de fe" valen como
pacto y como compromiso.

1.3. El calendario islámico:

Todas las datas del calendario islámico son determinadas a partir de la observación
del ciclo lunar. También año a año se observa el nacimiento de la luna nueva para
determinar los días de las fiestas musulmanas.

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a) La era hegiriana

El calendario hegiriano es el calendario oficial del mundo islámico. La decisión del


califa ‘Umar ibn Aljattab, quien ha convenido que la era musulmana comenzaría el
16 de julio de 622, data correspondiente a la hégira (del árabe hiÿra, "emigración")
del profeta Muhámmad hacia Medina. Esta data corresponde al viernes 1º de
muhárram. Aunque en realidad la fecha de la hégira del profeta corresponde al
doce de rabï‘ l-awwal, el tercer mes del calendario islámico; pero como el mes de
muhárram es el primer mes del calendario, tuvo que empezar con él, y mucha gente
asocia la fecha de la hégira con el 1º de muhárram.

b) Los meses lunares islámicos

El calendario islámico está fundado sobre un ciclo de 12 meses lunares. Se alternan


los meses de 29 ó 30 días para formar un año de 354 ó 355 días.

Los meses islámicos están designados por su nombre árabe según el orden
siguiente:

1er mes: Muhárram; 2º: Sáfar; 3º: Rabï‘ l-awwal; 4º: Rabï‘ zani; 5º: Ÿumadà l-ulà; 6º:
Ÿumadà zanía; 7º: Ráÿab; 8º: Ša‘bán; 9º: Ramadán; 10º: Šawwal; 11º: dul ca‘da; 12º:
dul hiÿÿa.

c) La semana musulmana

El día del viernes es el día de descanso en los países islámicos, (iaum al-ÿum‘a día de
la asamblea) es un día importante para los musulmanes. La comunidad acude a las
grandes mezquitas (ÿámi‘) para celebrar la oración solemne del ÿum‘a durante la
cual todas las actividades profesionales y comerciales cesan.

Los días de la semana llevan el nombre árabe: assabt, al-áhad, al-iznáin, azzulazá,
alarbi‘á, aljamís, alÿum‘a.

d) Las principales fiestas y conmemoraciones islámicas

Para todos los musulmanes las dos únicas fiestas son la fiesta de la ruptura del
ayuno (‘id al-fitr) y la fiesta del sacrificio (‘id al-adhà), denominada también ‘id al-
kabir y es la fiesta que culmina la peregrinación a la Casa de Dios.

Las otras festividades son simples conmemoraciones. El calendario de fiestas y


conmemoraciones se establece de la siguiente forma:

1er Muhárram: Año nuevo.


10 Muhárram: Ayuno de ‘ašurá (10º día).
12 Rabï‘ l-awwal: Nacimiento del profeta Muhámmad (maulid an-nabí).

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27 Ráÿab: Conmemoración del viaje nocturno y de la ascensión del profeta


Muhámmad (‘isrá y mi‘raÿ ).
1er Šawwal: Fiesta de la ruptura del ayuno (‘id al-fitr).
10 dul hiÿÿa: Fiesta del sacrificio (‘id al-adhà).

e) Regla de conversión

La regla de conversión entre el calendario gregoriano (G) seguido en occidente, y el


calendario musulmán, conocido como hegiriano (H):

G = H+622-(H/33)
H = G-622+[(G-622)/32]
Así, para convertir el año gregoriano 1995, el cálculo es el siguiente:
H = 1995-622+[(1995-622)/32] = 1415 «año hegiriano».

1.2. Los musulmanes en el mundo (historia)

1. Los cuatro primeros califas.- La muerte de Muhammad, que no había dejado


heredero varón ni había designado expresamente a su sucesor, engendró una crisis
política. Su primo y yerno, 'Alí (esposo de su hija Fátima), no mostró interés y la
sucesión del Profeta recayó en Abu Bakr, a quien Muhammad, antes de su muerte,
había encargado dirigir la Oración: fue el primer califa. Antes de morir pudo
designar a 'Umar (634), quien fue asesinado diez años mas tarde (644): los seis
personajes a quienes había encargado prever su sucesión eligieron no a 'Alí, sino a
otro yerno del Profeta, 'Uzmán, de la descendencia de Umayya.

Su asesinato (656) abrió una nueva crisis, cuyas consecuencias fueron graves para
la comunidad islámica; elegido califa, 'Alí no pudo hacerse reconocer por sus
rivales, el más poderoso de los cuales era Mo'awiya, primo de 'Uzmán y gobernador
de Siria: en la descendencia de Muhammad se enfrentaban la rama del mayor
(hachemita) y la rama del menor (omeya).

'Alí consiguió triunfar sobre Talha y az-Zubair, con quienes se había aliado 'Aicha,
la joven viuda del Profeta; esta, hecha prisionera en la «batalla del Camello» (del
nombre de la montura de 'Aicha), fue reenviada a Medina. Pero al poco tiempo el
hábil Mo'awiya llegó a desposeer a 'Alí sin vencerlo: habiéndose entablado una
batalla Siffin (658), los sirios apelaron al juicio del Corán y 'Alí acepto el
«arbitraje de Adroh», causa de la defección de los jariyíes («sublevados»);
después, dejándose engañar por Mo'awiya, renunció a sus derechos. Sus fieles no
aceptaron esta defección: serán los chiítas, para quienes 'Alí - asesinado más
tarde en Kufa por los jariyíes, contra quienes él se esforzaba en vano en combatir
(661) - será el mártir del Islam.

Bajo los cuatro primeros califas - «los que guían por el verdadero camino»
(râchidún)-, el Islam conoció una expansión triunfal. Una vez la península pacificada
(represión de algunos falsos profetas), los musulmanes se lanzaron a la conquista,

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de la que el propio Muhammad había dado la señal; se trataba de propagar su fe, de


garantizar su seguridad y de realizar, también, provechosas razzias. Bajo 'Umar:
conquista de Siria después de la victoria del Yarmuk (636); invasión de
Mesopotamia y Persia después de la victoria de Nehâwend (642); conquista difícil
de Egipto y de Cirenaica por 'Amr, comandante del ejército de Siria (642).
Después de la muerte de 'Umar: razzias en Asia Menor, en las islas del mar Egeo,
en el norte de África, ocupación de Armenia; pero el Movimiento aminoraba su
marcha, el botín disminuía y los árabes se dejaban seducir por las riquezas de los
países ya conquistados.

2. El imperio omeya.- Mo`âwiya trasladó su capital de Medina a Damasco e


introdujo el principio dinástico en el califato, designando como heredero, antes de
su muerte, a su hijo Yazîd; rompía con la tradición del Profeta y de los primeros
califas. La dinastía omeya, que era siria, dotó al imperio musulmán de un sólido
armazón administrativo y, asumiendo las tradiciones de civilización establecidas en
el país, desarrolló la urbanización y la vida social; fue la iniciadora de la
arquitectura musulmana (mezquitas monumentales de Damasco, Medina, Jerusalén,
etc.).

Dinastía árabe, integró en el núcleo de los conquistadores a los sirios convertidos,


en calidad de «clientes» (mawâlî), los cuales tomaron parte activa en la
organización del Estado. Rápidamente los sirios aprendieron el árabe, que llegó a
ser pronto lengua oficial (primeras monedas musulmanas bajo 'Abd al-Malik),
después se convirtieron al Islam, que no les pareció tan alejado del cristianismo
enseñado por las sectas rivales de la iglesia oriental, y que, además, les
proporcionaba ventajas sociales. Este medio favoreció la eclosión de un movimiento
intelectual y entonces es cuando aparecen ciencias jurídicas y controversias
teológicas. Así se forma la «civilización clásica del Islam, a la que la época de los
abasíes no hará mas que llevar a su apogeo» (J. Sauvaget).

El imperio musulmán consiguió su mayor extensión bajo los omeyas. En Occidente:


expansión en Tripolitania, conquista metódica del Magreb, fundación de Kairuán
(670), reacción de los beréberes (683), y finalmente sumisión definitiva del norte
de África (697-707); invasión y conquista de España por el gobernador de Berbería
Musa b. Nusayr, ayudado por su «cliente» Târiq b. Ziyâd (Gibraltar = Chabal Târik)
(712) y luego la invasión de la Francia merovingia, detenida en la batalla de Poitiers
(732). En Oriente: sumisión de Persia, ocupación de Afganistán (651) y de
Transoxiana (674), invasión del Turquestán chino, penetración en el Sind, el Penjab
y Ode (711). El Islam se extendía, así, desde los confines de China hasta el océano
Atlántico, y aunque en el transcurso de los siglos ganara nuevos territorios, un
imperio musulmán único no alcanzara ya más dicha amplitud.

Mas los califas omeyas se enfrentaron a la hostilidad de los medios medineses, que
les reprochaban su abandono de las tradiciones del Profeta y que concediesen un
excesivo interés a los asuntos temporales. Sobre todo, tuvieron que hacer frente a
la oposición creciente de los chiítas, que no cesaban de defender los derechos de

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los descendientes de Muhammad y consideraban usurpadora a la dinastía omeya.


Los primeros califas, Yazîd, 'Abd al-Malik y al-Walîd, fueron lo bastante fuertes
para hacer frente a este movimiento revolucionario. Yazîd reprimió la rebelión de
al-Husain, hijo de 'Alí, quien, habiendo encontrado la muerte en el combate de
Karbalá (10 de octubre de 680), fue venerado como mártir por los chiítas: en lo
sucesivo se abriría un abismo entre chiísmo y sunnismo.

Yazîd, y mas tarde 'Abd al Malik, ayudado por su lugarteniente al-Hajjâj, pudiendo
también contra un anticalifa, 'Abd-Allah b. az-Zubair, que se levantó en Hidjaz y
había conseguido ganarse por un momento Iraq a favor de su causa.

Después de al-Walid los desordenes empeoraron: rivalidades entre tribus árabes


en Siria, agitación chiíta. La dinastía sucumbió ante la agitación provocada en el
Jorasán por los descendientes de al-'Abbas, tío del profeta, que habían llevado a
cabo en un medio humillado por la arrogancia de los conquistadores, una propaganda
apoyada en el movimiento chiíta de los Hanafiya. El liberto iranio Abu-Muslim
dirigió la sublevación, que se extendió a Iraq, donde el pretendiente Abu-I-'Abbas
se rebeló y se hizo proclamar califa en la gran mezquita de Kufa; en agosto de 750
venció al último omeya, cuya familia acorralada, fue aniquilada: uno solo de sus
miembros consiguió escapar: el que fundaría la dinastía omeya de España.

3. El califato abasí.- Instalado en Iraq, con Bagdad como capital, la dinastía abasí
se apoyó en los iranios, quienes desempeñaron un importante papel en la
Administración, como los Barméquidas, célebres visires de los califas. Estos,
convirtiéndose en restauradores de la Tradición ofendida por los usurpadores,
pretendieron reunir en su persona el poder temporal y el espiritual más
estrechamente que sus predecesores. En realidad, lejos de volver a las costumbres
primitivas, no hicieron mas que acrecentar el ceremonial áulico iniciado ya por los
califas de Damasco y fueron considerados aún más usurpadores por la masa.

El aparato administrativo fue reforzado y la sucesión del califa asegurada, en


principio, por la designación, durante su vida, de un presunto heredero elegido
entre sus hijos; pero intrigas y sediciones no cesaron de poner en peligro la
estabilidad del poder. El Islam conoció su edad de oro entonces; bajo los califas
Hârun ar-Rachid (786-809), cuyas relaciones con Carlomagno parecen sobresalir de
la leyenda, y al-Mamun (813-833), Bagdad fue el centro de una actividad
intelectual intensa, en la que participaron árabes de origen e iranios convertidos;
era el pleno desarrollo de la civilización urbana, preparado ya en la época omeya:
progreso de las ciencias religiosas, amplitud de las discusiones teológicas,
formación de la prosa, renovación de los temas poéticos, introducción de ciencias
profanas tomadas de la India o de Grecia. Esta expansión iba acompañada de una
vida económica bastante activa: fabricación y exportación de sedas, tapices, telas
bordadas (tiraz, producidas por manufacturas del Estado), fabricación de papel de
trapo (invento chino) en Bagdad y Samarcanda, trafico comercial importante con
Extremo Occidente y Extremo Oriente.

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Pero desde la mitad del siglo IX empezó la decadencia, debida a razones tanto
internas como externas. Entre las primeras, preponderancia de mercenarios turcos
en la guardia del califa y de su jefe, «emir de emires» y verdadero dueño del
palacio - agitación jariyita, revueltas aliadas en el Hidjaz en 762, 786 (matanza de
Fajj), 814 (extensión del movimiento al Iraq)-, desequilibrio social debido al brusco
desarrollo económico, engendrando la miseria de las clases bajas, a quienes
seducirá el programa social de las sectas chiítas extremistas y que explican los
desordenes sucesivos; entre 877 y 833 se sublevan los esclavos negros del Bajo
Iraq (Zanj), quienes bajo la dirección de un supuesto aliada, se apoderan de Basora;
después, de 901 a 906, Siria e Iraq son devastados por bandas llamadas
«cármatas» (en realidad, ismaelitas); finalmente, la sublevación popular de
artesanos y campesinos fomentada por Hamdan Qarmat acabó con la constitución
del estado de Bahrein, gobernado sucesivamente por Abu Sa'id, quien consiguió
apoderarse de Basora y de Kufa (913), y después por Abu Tahir, quien saqueó La
Meca (930) Y estuvo apunto de tomar Bagdad.

Las causas externas tienden a la dislocación del imperio, del que poco a poco se
separan las provincias extremas, queden o no nominalmente vinculadas al califa de
Bagdad. En Occidente, independencia del emirato andalusí, fundado en 756;
aparición en el Magreb de reinos prácticamente autónomos: rustémida en el centro
(761-907), idrisida en Marruecos - fundado por un alida, Idris, el único escapado
de la matanza de Fajj (788-828)-, aglabí en Ifriqiya (Túnez actual) (800-905). En
Oriente, aparición en el Jorasán de reinos iranios: tahirida (820-73), saffárida
(873-902), y samánida (902-99), que favoreció el renacimiento de las letras iranias
y, llamando a los mercenarios turcos, provoco el desarrollo de la primera dinastía
turca musulmana - la de Mahmud de Gazna (999-1030), mecenas y jefe militar,
cuya obra maestra fue la islamización del norte de la India-; en Egipto y Siria,
formación de los Estados tulúnida (879-905), fundado en Fustat por un esclavo
turco, jefe militar emancipado, y después ijchidida (935-69), y del reino hamdanida
de Saif ad-Daula (944-67) en Alepo (célebres escritores y poetas: al-Farabi, al-
Mutannabi).

Finalmente, el propio califato cayó en 954 bajo la dependencia de Ahmad el Buyida,


aventurero chiíta de las montañas del Dailam en Persia, que pretendía descender
de los reyes sasanidas y se hizo dar el título de «emir de emires». En 977, su
sucesor, 'Adud-ad-Daula, consiguió adueñarse de un imperio que comprendía los
dos tercios de Irán y de Mesopotamia: arrogándose el antiguo título persa de
Chahan-cha (rey de reyes), y a pesar de sus convicciones chiítas, gobernó con
justicia a los sunníes del califato reducido a la impotencia. La dinastía buyida
desapareció con la llegada de los turcos seljúcidas (1055).

4. El califato omeya de Córdoba.- Al califato de Bagdad que se debilitaba se


opusieron pronto otros dos califas, uno en España y otro en Egipto.

La España musulmana se había constituido en provincia independiente desde la


llegada de los abasíes, cuando el último omeya 'Abd-ar-Rahman, refugiado en tierra

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ibérica, con la ayuda de los beréberes y de los árabes sirios se había apoderado de
Córdoba (756) sometiendo a la mayor parte de la península (el Ándalus de los
árabes); en 929 su emirato, que había transmitido a sus descendientes, fue
convertido en califato por 'Abd-ar-Rahman III (912-61). Durante los siglos X y XI
el Ándalus, donde las tradiciones sirias se mantenían vivas, conoció una refinada
cultura, que no sólo rivalizó con éxito con su iniciadora oriental, con la que quedó
fielmente vinculada, sino que también «supo imponerse fuera de los limites
musulmanes y determinó en parte la evolución del pensamiento del saber europeo
de los siglos anteriores al Renacimiento» (E. Lévi-Provençal).

Pero el califato de Córdoba murió de un mal parecido al que consumía al califato


abasí: desde fines del siglo X los califas se convirtieron en juguetes en manos de
mayordomos de palacio (Ibn Abi-'Amir y después los amiríes), y en 1030
desaparecía el último califa omeya. El reino entonces se desmembró en una serie
de principados, donde brillaba aún la civilización andalusí (época de los reinos de
Taifas). Pronto los reyes cristianos emprendieron la reconquista de España, a la
que se opusieron en vano las dinastías marroquíes almorávide y almohade, y que
terminó en 1492 con la toma de la última posesión árabe: Granada.

5.El califato fatimí.- A fines del siglo IX, en el momento en que la agitación chiíta
sacudía todo el Próximo Oriente musulmán, el imam oculto de la secta ismaelita,
'Obaid-Allah, que se declaraba descendiente del profeta a través de su hija
Fátima, encargó a su propagandista Abu 'Abd-Allah que preparase su ascensión al
poder; habiendo este conseguido ganarse el favor de los beréberes en
peregrinación a la Meca, los siguió a la Pequeña Cabilia (894): desde allí marcho
contra los aglabíes y se abrió la ruta hacia Kairuán (marzo de 909), en donde
después de diversas peripecias, presentándose 'Obaid-Allah como el mahdi
esperado por todos los chiítas, entró triunfador (diciembre de 909). El entusiasmo
provocado por su llegada fue de corta duración. Las medidas brutales empleadas
por el mahdi para atraer la población al chiísmo y los procesos fiscales abusivos, a
los que tuvo que recurrir para preparar una expedición hacia Oriente, provocaron
la terrible revuelta del beréber jariyí Abu Yazid, «el hombre del asno», quien hizo
peligrar (936-47) el poder de los primeros califas fatimíes (Abu-I-Qasim y al-
Mansur).

Ya diversas veces los fatimíes habían intentado en vano implantarse en Egipto


entre 913 y 936. Después de la caída de los ijchidíes el califa al-Mu'izz
reemprendió este proyecto: en 969 su liberto, Jaibar, se apoderó de Fustat y
emprendió la construcción de una nueva ciudad: El Cairo; al mismo tiempo consiguió
anexionarse Siria. Al-Mu'izz entró en el Cairo en junio de 973, después de haber
confiado Ifriqiya y el Magreb central a los príncipes beréberes Sanhaja (reino
vasallo de los ziríes). El poder fatimí alcanzó entonces su apogeo, favoreciendo en
Egipto el desarrollo de una de las más brillantes civilizaciones que conoció este
país. Sin embargo, pronto declinó y se desmoronó: en Occidente, emancipación de
los ziríes, contra quienes los fatimíes lanzaron las bandas de los Banu Hilal, árabes

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nómadas que se extendieron por el norte de África como «un ciclón devastador»
(G. Marcais), conmoviendo la vida política, social y económica del Magreb; en
Oriente, ataques de los seljúcidas, quienes se apoderaron de Siria y de Jerusalén
(1070) un siglo antes de que el curdo Salah-ad-Din despojase a los fatimíes de su
ultimo dominio: Egipto (1171).

6.El poder seljúcida.- Después del «siglo ismaelita del Islam» (L. Massignon), la
mitad del siglo XI señala un cambio decisivo en la historia del mundo musulmán: la
aparición en el primer plano de la escena política de los turcos seljúcidas, sunnitas.
Expulsando al chiísmo hasta entonces preponderante (buyíes y fatimíes),
impusieron en los países conquistados nuevos modos de pensar y de vivir, sin
esperar a Occidente, en donde Berbería se liberaba de la tutela oriental. Desde
entonces, «Oriente y el Magreb se vuelven la espalda» (J. Sauvaget).

Oficiales al servicio de los gaznévidas, los nietos de Seljuk se habían rebelado


contra sus dueños, fundando un imperio que unificó durante algún tiempo las
provincias persas. Uno de ellos, Togrulber, después de haberse instalado en
Nichapur (1038), destruyó el poder buyí y se hizo reconocer sultán por el califa de
Bagdad (1055), y en algunos años (1055-92) los tres grandes sultanes seljúcidas,
Togrulbeg, Alp Arslan y Malik-Chah, ayudados por el visir persa Nizam al-Mulk,
realizaron una obra importante. No sólo dotaron a su imperio de una organización
política y social que servirá de modelo a todo el Oriente musulmán, sino que se
convirtieron, en todos los frentes, en defensores del Islam sunnita y, no contentos
con haber librado al califa abasí del yugo de los buyíes chiítas, aniquilaron la acción
de las sectas y se esforzaron por reemprender la enseñanza de la ortodoxia
(fundación de madrasas). Invadiendo el Asia Menor, que arrebataron a los
bizantinos, establecieron igualmente su dominio en la Siria fatimí (1070), hasta el
momento en que la llegada de las Cruzadas transformo el Cercano Oriente
introduciendo principados francos (1099) que se mantuvieron durante más de dos
siglos.

A la muerte de Malik-Chah, el imperio seljúcida, dividido entre sus hijos y sus


hermanos, empezó a disgregarse y a desmoronarse. Los gobernadores de provincias
se emanciparon (atabegs) y se formaron dinastías locales en Siria, Mesopotamia,
Armenia y Persia. La de los zengíes de la Alta Mesopotamia, representada por Nur
ad-Din (1146-1173), que extendió su poder a toda Siria, se distinguió en su lucha
contra los francos, reemprendida pronto por Salah ad-Din (Saladino) (1169-93),
fundador de la dinastía ayyubita de Egipto, a quien, una vez conseguida la sucesión
de Nur ad-din, se apoderó de Jerusalén (1187), Una sola rama seljúcida consiguió
mantenerse hasta la invasión mongol: la de los «sultanes de Rum» (1092-1327) En
Asia Menor (capital Qonya).

7. El imperio mongol.- La irrupción de las tropas mongoles, que puso término a la


existencia ficticia del califato de Bagdad a mediados del siglo XIII, marca un
nuevo cambio en la historia del oriente musulmán. El imperio de los mongoles
(llamados tártaros por los árabes) había sido fundado por Gengis kan (1167-1227)

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quien, después de haber unificado Mongolia y de haber y de haber hecho


incursiones en China, empezó en 1209 a penetrar en tierras musulmanas -
Turquestán, Transoxiana, Irán-, derribando los principados y reinos en los que
estaban divididos entonces dichos países y arrasándolo todo a su paso. A su
muerte, el califato de Bagdad, los ayyubitas y los seljúcidas de Rum constituían los
últimos obstáculos para la unificación completa de Asia. En 1257 Hulagu, hermano
del gran kan del momento y dueño de Persia, se apoderó de Bagdad, donde hizo
matar al califa y a su familia; al año siguiente Alepo y Damasco caían en sus manos.
Estos mongoles, muy tolerantes a pesar de la barbarie de sus tropas, no estaban
islamizados: Hulagu, budista, era hijo y esposo de cristianas y los turcos a quienes
mandaba eran nestorianos en su mayoría. Así fue posible su alianza con los
cruzados contra el último poderío musulmán en Oriente: el de los mamelucos de
Egipto.

Esclavos turcos de los sultanes ayyubitas, en 1250 los mamelucos habían asesinado
a su dueño y habían ocupado su puesto. La dinastía bahrita (1257-1382),
representada por Baibars, reconoció y albergó en El Cairo a los descendientes del
califa, haciendo sobrevivir así la ficción califal; derribada por su guardia
circasiana, fue sustituida por la dinastía burgita, que duró hasta la conquista
otomana (1382-1517). Fue el sultán mameluco Baibars quien, aprovechándose de las
dudas de los cruzados, detuvo la invasión mongol y la hizo retroceder al otro lado
del Éufrates.

Antes de finalizar el siglo XVI el imperio de Hulagu desmembróse en diversas


dinastías locales (en Bagdad, Ispahán y Jurasán) y después fue aniquilado por un
turco musulmán, de una familia aliada a la de Gengis Kan - Timur-i-Lang (Tamerlán)-
, quien soñó en rehacer la unificación de Asia Menor para el Islam sunnita y
extendió su dominio a la India, Siria y Anatolia. A su muerte (1405), sus pacíficos
descendientes (Cha Roj y Ulug-beg) no pudieron mantener este enorme imperio
iniciado y el Estado timúrida se redujo a Persia oriental, alrededor de Herat y
Samarcanda.

8. El Magreb.- Siguiendo desde el siglo XI al XV una evolución independiente, el


Magreb fue dominado por dos grandes dinastías beréberes, que revivificaron el
sunnismo y resistieron la acentuada presión de la reconquista cristiana. Los
almorávides (1053-1147), nómadas del Sahara, salidos de una comunidad de
guerreros formada en vistas a la «guerra santa» (al-morabitún), ocuparon
Marruecos y después fueron a ayudar al amenazado rey de Sevilla, fundando así un
imperio hispanoafricano. Ibn Tumart, instalado en Tinmal (1125), había predicado
su doctrina sobre la unicidad divina y agrupado a sus partidarios para la lucha
contra los almorávides, y después de su muerte, su discípulo, 'Abd al-Mumin, se
apoderó de Marrakech y los almohades (almuwahhidún), sedentarios de la montaña,
consiguieron extender su dominio a toda Berbería y los restantes territorios del
Ándalus. En 1162, 'Abd al-Mumin tomó el título califal: este califato beréber
desapareció a mediados del siglo XIII con la aparición de tres reinos, hafsí en

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Túnez, abdalwadí en Tlemcén y mariní en Fez (durante cierto tiempo este último
poseyó toda Berbería). A pesar de los esfuerzos de estas dinastías la reconquista
progresó y a principios del siglo XV fueron los cristianos quienes atravesaron el
estrecho: establecimiento portugués en Marruecos y entrada de Carlos Quinto en
Túnez. En contrapartida, la cristiandad se replegaba sin cesar en Oriente, donde
los otomanos tomaban Constantinopla (1453) e invadían el este de Europa. Estos
mismos otomanos extendieron entonces su dominio sobre Egipto e Ifriqíya hasta
Argel (1575). Únicamente Marruecos se libró de su influencia, conservando su
propia civilización, la cual, estrechamente ligada desde el siglo XII a del Ándalus,
recibió el nombre de hispanomarroquí.

9. Mogoles, safévidas y otomanos.- Fecha importante en la historia del Magreb,


el año 1500 lo es también para Oriente, en donde se formaron tres grandes
Estados: mogol en la India, safévida en Irán y otomano en Anatolia.

La dinastía "mogol", fundada en 1526 por Babur, el último príncipe timúrida


desposeído, gobernó durante dos largos siglos en la India, en donde los mamelucos
afganos del sultanato de Delhi (fines del siglo XII) habían terminado la conquista
del Decán (principios del siglo XIV). EL más grande de los soberanos mogoles,
Akbar (1556-1605), poderoso organizador y filósofo atrevido, favoreció el arte
local y dio al Islam indio la forma que conservó luego en la historia. Su nieto,
contemporáneo de Carlos II y Felipe V, se rodeó de una célebre magnificencia,
pero en el siglo XVIII franceses e ingleses provocaron la desmembración de este
imperio en una serie de pequeños principados locales. Por otra parte, en el siglo
XVI los holandeses habían empezado a introducirse en los reinos musulmanes que
desde el siglo XIV se habían establecido en Java y Sumatra. Desde entonces toda
la parte oriental del mundo musulmán estaba sometida a la colonización europea.

En Irán, los timúridas habían sido derrotados por los fundadores de la dinastía
safévida (1501-1736); esta constituyó un Estado nacional chiíta, que adoptó
oficialmente la doctrina de los duodecimanos y que perdura aún hoy. La dinastía
logró su apogeo con Cháh-'Abbás (1587-1629), quien hizo de su capital Ispahán una
de las más bellas ciudades del mundo musulmán, y logró reconquistar por cierto
tiempo el Iraq y las ciudades santas del chiísmo. Después de la invasión afgana, que
derribó a los safévidas, Persia cayó en la anarquía, que continuó bajo la dinastía
turcotomana de los qadjar.

El imperio otomano, que duró seis siglos y debía dar nacimiento en los tiempos
modernos al más poderoso Estado musulmán, debe su nombre al jefe de una tribu
turca (emparentada con los seljúcidas), Osmán, quien, partiendo de Bitinia,
consiguió extender poco a poco su dominio en detrimento de mongoles y bizantinos.
Por un momento interrumpida por Tamerlán, la expansión otomana no tardó en
tomar nuevo vigor: toma de Constantinopla por Mahomet II e invasión de la Europa
balcánica, conquista de Siria y Egipto bajo los mamelucos por Selim I (1512-20) y,
finalmente, dominio de Iraq por Solimán el Organizador (1520-66). Entonces el
imperio se extendió desde las puertas de Viena hasta el Nilo, desde Bagdad hasta

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Túnez y Argel, ocupadas por corsarios turcos y con sus grandes ciudades
sembradas de mezquitas de cúpulas y minaretes turcos hanefitas, testimoniando,
como Estambul, el pleno desarrollo del arte de los otomanos.

Pero desde le siglo XVIII empezó la decadencia. Europa reaccionaba con sus
ejércitos y con sus mercaderes, quienes, en virtud de acuerdos llamados
Capitulaciones (1536-1740) inundaban los puertos turcos con productos
manufacturados occidentales; el imperio se resentía de su gran extensión, así como
del desorden de las finanzas y de la indisciplina de los jenízaros. El mundo
musulmán había perdido su antigua vitalidad: los otomanos lo sostenían, pero sin
poder suscitar un despertar de la civilización, que habían contribuido a apagar y
que se adormecía, tanto en el dominio intelectual como en el económico, en los que
la Europa industrializada ejercía sus estragos.

Mientras tanto, se dibujó un primer esfuerzo de reacción: el sultán otomano


intentó reagrupar las fuerzas musulmanas haciéndose reconocer como "califa",
título que pretendía datar de la conquista de Egipto (1517), pero que no apareció
por primera vez hasta el tratado ruso-otomano de 1774. El "panislamismo"
desempeñaría su papel entre las nuevas tendencias del Islam moderno, pero
tropezaría con la oposición árabe y el despertar de los nacionalismos.

10. La época moderna.- El siglo XIX y principios del XX (hasta 1914) vieron el
declinar y la disgregación progresiva del imperio otomano.

Desde entonces empezó el colonialismo occidental a grandes partes del mundo


musulmán, y al mismo tiempo empezaron los movimientos de independencia.

En marzo de 1945 se creó la Liga de Estados Árabes, compuesta por Egipto,


Arabia, Yemen, Transjordania, Iraq, Siria y Líbano.

En 1969 se creó la Conferencia del Mundo Islámico, que comprende actualmente 46


países de mayoría musulmana.

Los musulmanes del mundo forman la cuarta parte de la población mundial que
alcanzó seis millones de habitantes en octubre de 1999.

La mayoría de los musulmanes viven en Asia y están repartidos en 270 países; en


algunos forman el 100% de la población y en otros son minorías que oscilan entre un
millar, en un país isleño como Granada, y unos ciento veinte millones en la India. Los
países que forman la Conferencia del Mundo Islámico rondan los 1.200 millones de
habitantes (el mundo árabe 260.000.000, Indonesia 280.000.000, Pakistán
140.000.000, Bangladesh 110.000.000, Turquía 75.000.000, Nigeria 70.000.000).

Europa considera al Islam la segunda religión después del cristianismo. Cuenta con
35 millones de musulmanes; 13 millones de ellos viven en la Unión Europea.

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